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La Boda en Blanco - Diana Palmer

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La boda en blancoLa boda en blanco
Diana Palmer
22º Hombres de Texas
La boda en blanco (2009)
Título Original: The wedding in white (2000)
Serie: 22º Hombres de Texas
Editorial original: Silhouette 
Sello: Deseo
No está editada en castellano, es una traducción del 
inglés
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Mack Killain y Natalie Brock
Argumento:
La dulce y suave maestra Natalie Brock cambió su vida para 
siempre cuando el apuesto ranchero Mack Killain con su 
maravilloso beso, le demostró, tentadoramente lo que era la 
verdadera pasión. Desde ese primer despertar sensual, Natalie 
sabía que Mack es el único hombre para ella. El problema más 
difícil era que el solitario ranchero, había jurado estar fuera del 
mercado del matrimonio -especialmente con una inocente como 
ella- como le había dicho en más de una ocasión. Pero Natalie no 
iba a renunciar. Mack le había enseñado que valía la pena la 
Diana Palmer – Boda en blanco – 22º Hombres de Texas
lucha y Natalie no se conformaría con nada menos que todo su 
amor.
Traducido por Debbie y corregido por Sira Nº Paginas 2-140
Diana Palmer – Boda en blanco – 22º Hombres de Texas
Capítulo 1
—¡Nunca me casaré! —gimió Vivian—. Él no me deja quedar 
aquí con With. ¡Yo sólo quería que viniera a cenar, y ahora tengo 
que llamarle y anular la cita! Mack es odioso. 
—No, no —dijo Natalie Brock, abrazando a la joven—. Él no 
es odioso. Lo que pasa es que no entiende tus sentimientos por 
With. Y tienes que recordar que ha sido responsable de ti desde 
que tenías quince años.
—Pero él es solo mi hermano, no mi padre—, respondió 
sollozando, secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Ya 
tengo veintidós años— agregó en tono de queja—. ¡Además, él 
ya no tiene porqué decirme lo que tengo o no que hacer!
—Claro que puede, es el administrador del Ridge Ranch —le 
recordó Natalie irónicamente. El Ridge Ranch era el más grande 
en esta parte de Montana, incluso se le puso el mismo nombre a 
la ciudad—. Él es el gran jefe.
—¡Bah!— Vivian se secó sus enrojecidos ojos con un pañuelo
—. Sólo porque papá se lo dejó a él.
—Eso no es del todo cierto—, replicó divertida—. Tu padre le 
dejó un rancho que estaba casi en la quiebra, y con una hipoteca 
sobre él, que el banco estaba intentado recuperar —señaló con la 
mano todo el suntuoso mobiliario victoriano de la sala—. Todo 
esto ha salido de su duro trabajo, no del testamento.
—Y por eso, todo lo que McKinzey Donald Killain quiere, lo 
consigue —dijo Vivian enfadada. 
Era raro oír que lo llamaran por su nombre completo. Desde 
siempre, todo el que había crecido, tanto en el rancho Killain, 
como en los alrededores de Ridge, Montana, le había llamado 
Mack. Era una abreviatura de su nombre, ya que pocos de sus 
amigos, cuando eran pequeños, podían pronunciarlo.
—Él sólo quiere seas feliz —dijo Natalie dijo en voz baja, 
besando la mejilla enrojecida de la joven rubia—. Voy a hablar 
con él.
—¿Lo harás?— dijo, mirándola con sus brillantes ojos azules 
llenos de esperanza. 
— Lo haré.
—Eres la mejor amiga que he tenido siempre, Nat —dijo 
Vivian fervientemente—. Nadie más por aquí tiene las agallas de 
decirle algo—, añadió. 
—Bob y Carlos no se sienten cómodos hablando con él—. 
Natalie defendió a los hermanos pequeños de la familia. Mack ha 
sido responsable de sus tres hermanos desde que tenía veinte 
Traducido por Debbie y corregido por Sira Nº Paginas 3-140
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años. Ahora tenía veintiocho, y se había convertido en una 
persona dura e impaciente, un auténtico demonio a quien, la 
mayoría de la gente encontraban intimidante. Natalie lo había 
molestado y criticado en su adolescencia y todavía lo hacía. Lo 
adoraba, a pesar de su fuerte temperamento y su impaciencia 
legendaria. Sabía que mucho de ese mal humor venía de tener 
un ojo.
Poco después del accidente, podía haberle costado la vida 
en vez de perder el ojo, le dijo que con el parche de su ojo 
izquierdo parecía un pirata sexy. Él le dijo que se fuera a casa y 
se metiera en sus malditos propios asuntos. Hizo caso omiso de 
él y continuó ayudando a Vivian a cuidarlo, incluso cuando volvió 
a casa del hospital. No había sido fácil. Natalie era un estudiante 
del último año en la escuela secundaria que el ocupaba todo el 
tiempo. Se había mudado desde el orfanato, en el que había 
estado la mayor parte de su vida, a la casa de su tía soltera el 
año antes de que ocurriera el accidente. A su tía, la anciana Sra. 
Barnes, no le gustaba Mack Killain, aunque lo respeta. Natalie 
había tenido que pedirle a su tía que la llevara al hospital y 
después iba al rancho Killain, todos los días, para cuidar de Mack. 
Su tía había dicho que eso era el trabajo de Vivian, no el de 
Natalie, pero Vivian no podía manejar sola a su hermano mayor. 
Si hubiera estado solo, Mack se habría ido a la frontera del norte 
con sus hombres para ayudar a herrar a los terneros. 
En primer lugar, los médicos temían que hubiera perdido la 
vista en ambos ojos. Pero después, se dieron cuenta de que el 
derecho todavía funcionaba. Durante ese tiempo de 
incertidumbre, Natalie se quedó y se negó a irse, molestándolo 
cuando abatía, animándolo cuando quería irse. No dejó que se 
rindiera, y pronto había habido una leve recuperación. 
Por supuesto, la había despedido en el mismo momento en 
que puso los pies en la casa y no había protestado. Lo había 
conocido en sus peores momentos y estaba resentido. Estaba 
claro que no la quería como amiga y no insistió. Como huérfana, 
estaba acostumbrada al rechazo. Su tía no se había preocupado 
por ella, hasta le diagnosticaron una insuficiencia cardíaca y 
necesitó que alguien la cuidara. Natalie había ido 
voluntariamente, no sólo porque ella estaba cansada del 
orfanato, sino también porque su tía vivía en la parte sur del 
rancho Killain. Después de eso Natalie visitaba a su nueva amiga 
Vivian todos los días. Cuando su tía murió inesperadamente, 
dejándole unos ahorros considerables, fue cuando pudo ir a la 
Universidad y pagar los gastos de la casa en la que había vivido 
su tía y ella.
Vivía frugalmente y había conseguido todo por sí misma. 
Ahora, casi no tenía dinero, pero había sacado buenas notas y le 
habían prometido de un puesto de maestra en la escuela local 
cuando se graduara. La vida, a sus veintidós años, parecía 
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mucho mejor que a los seis, cuando a una niña llorosa la habían 
sacado de su casa y la habían llevado al orfanato, después de 
que un incendio hubiera matado a sus padres. Al igual que Mack, 
que también había tenido su parte de tragedia y dolor. 
Pero enseñar era estupendo. Quería a alumnos de primer 
grado, tan abiertos, cariñosos y curiosos. Eso iba a ser su futuro. 
Había estado saliendo, durante varias semanas, con Dave 
Markham, un profesor de sexto grado en la escuela. Pero lo que 
nadie sabía era que eran más amigos que novios. Dave fue muy 
amable con la empleada de la agencia local de seguros, que 
estaba fantaseando sobre uno de los hombres con los que 
trabajó. Natalie, de momento, no estaba interesada en el 
matrimonio. Su única experiencia en el amor había sido una 
relación con un chico un poco más mayor que ella, cuando 
estudiaba el último curso. Acababan de empezar a salir, cuando 
se estrelló contra una roca, mientras volvía a casa después de 
haber estado pescando el fin de semana con su primo. Perder a 
sus padres, y después a su primer amor, le habían enseñado los 
peligros del amor. Quería estar segura. Quería estar sola. 
Además de eso, era demasiado cuidadosa para saltar de 
cama en cama en unas relaciones que parecían el objetivo de 
muchas jóvenes modernas. Ella no teníaningún interés en 
enamorarse o en mantener una relación puramente física. Así 
que hasta que Dave llegó, no había vuelto a salir. Bueno, eso no 
era del todo cierto, reconoció.
Estaba el baile que al que Mack la había convencido de que 
fuera, pero él era mucho mayor que los chicos del instituto de 
enseñanza superior de la ciudad que habían asistido. Sin 
embargo, él le había hecho la pelota a Natalie para que lo 
acompañara. Mack se burlaba de cualquier norma, pero lo hacía 
porque carecía de la gracia para alternar en sociedad. Antes de 
irse, seguro que daba más de un tema de conversación para 
debatir después. 
Sin embargo, ella no le había pedido que la llevara. Parecía 
que no le gustaba nadie en estos días. Especialmente Natalie. 
A Natalie no le molestaba su agresiva compañía, en 
absoluto. Admiraba que prefiriera decir la verdad, incluso aunque 
no les gustara a los demás, y lo que pensaba aunque no fuera 
socialmente aceptable. A ella también le gustaba decir lo que 
pensaba. Eso lo había aprendido de Mack. La había forzado a 
defenderse poco después de que se hiciera amiga de su 
hermana. Se protegió con un muro porque no quería abandonar 
y llorar. La enseñó a tener los pies en la tierra y a mantener sus 
ideas. La hizo lo bastante fuerte como para que pudiera soportar 
casi cualquier cosa. 
Recordaba la pelea que tuvieron la noche que la invitó al 
baile. La había dejado en la puerta de su casa con un comentario 
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demasiado venenoso, con el ojo tapado y ninguna sonrisa que 
hiciera que su cara fuera menos dura. Sin embargo, había 
demasiadas cosas entre ellos para permitir que un desacuerdo 
los mantuviera separados. 
Mack parecía más mayor de los veintiocho años que tenía. 
Desde muy joven había tenido que soportar una responsabilidad 
tan grande sobre sus anchos hombros que no había tenido una 
verdadera infancia. Su madre había muerto joven, y su padre 
había sucumbido a la bebida y empezó a maltratar a los niños. 
Mack los había defendido, muchas veces recibiendo los golpes 
destinados a los otros tres. Al final, su padre había sufrido un 
derrame cerebral y lo habían ingresado en una residencia de 
ancianos, mientras que Mack mantuvo junto a él a los pequeños 
Killains, mientras trabajaba como mecánico en la ciudad. Su 
padre murió cuando Mack tenía veintiún años, dejándolo con tres 
adolescentes que sacar adelante.
Mientras tanto, había invertido cuidadosamente, comprado 
acciones y empezado a criar su propia variedad de toros Angus. 
Tuvo éxito en todo lo que hizo. Su única y verdadera racha de la 
mala suerte, había sido cuando su caballo lo tiró al suelo en los 
pastos frente a un gran toro Angus. Cuando el toro lo embistió, 
había tratado de cogerlo por los cuernos para salvarse, ya que le 
había corneado en la cara. Había perdido la vista, pero, 
afortunadamente, sólo en un ojo. El resto del cuerpo estaba 
entero. Un cuerpo magnífico, que las mujeres encontraban muy 
atractivo físicamente Era el deseo secreto de toda mujer, hasta 
que abría la boca. Su falta de diplomacia le hacía quedarse solo. 
Natalie dejó Vivian llorando en la sala y fue a buscar a Mack. 
Estaba de rodillas sobre los adoquines de un compartimiento del 
espacioso y limpio establo, acariciando el pelaje de uno de sus 
coolíes de la frontera. La mayoría de las veces era un hombre 
amable, que quería a los animales. Cada animal extraviado, en el 
condado de Baker, era llevado al rancho Killain, por lo que 
siempre había amigos peludos por todas partes. Los coolíes de 
la frontera son para trabajar y se utilizan para ayudar a pastorear 
el ganado en las vastas llanuras. Pero Mack los adoraba, y el 
sentimiento era mutuo. 
Natalie se apoyó contra la puerta del granero con los brazos 
cruzados y sonrió ante la imagen que estaba viendo en ese 
momento. 
Como si intuyera su presencia, levantó la cabeza. No podía 
ver sus ojos bajo la sombra de su gran sombrero, pero sabía que, 
probablemente, la estaba mirando furioso. No le gustaba que las 
personas supieran lo humano que era.
—¿Visitando los barrios pobres, Srta. Educadora? —dijo, 
arrastrando las palabras y haciéndole una reverencia. 
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Ella sonrió, acostumbrada a sus comentarios.
—Quería ver cómo vive la otra mitad, Sr. ranchero— dijo ella
—. Vivian dice que no dejas que el amor de su vida entre por la 
puerta.
—Entonces, ¿qué eres tú?, ¿una virgen que se sacrifica para 
apaciguarme?— preguntó, acercándose a ella con un paso rápido 
y amenazante, que hizo saltar su corazón. 
—Supongo que tú no sabes si soy una virgen o no—, señaló 
cuando se detuvo apenas un palmo de ella. 
Él soltó una palabrota y sonrió burlonamente, esperando a 
ver lo que ella decía. 
Ella hizo caso omiso de su mala lengua, negándose a 
morder el cebo y le sonrió de nuevo. 
Aparentemente, eso lo desconcertó. Empujó su sombrero 
sobre su pelo negro azabache y la miró fijamente. Tenía sangre 
Lakota desde hacía dos generaciones. Él podía hablar ese idioma 
con fluidez, igual que el francés y el alemán. Dio clases a 
distancia en Internet. Era un gran estudiante, al que todo le 
fascinaba. 
Su mirada audaz vagó por su esbelto cuerpo enfundado en 
unos vaqueros bastante holgados y en un suéter de color 
amarillo suave de con el escote en forma de uve. Tenía pelo 
oscuro muy ondulado y los ojos verde esmeralda. No era bonita, 
pero sus ojos eran suaves y su boca formaba un suave arco. Su 
figura llamaba la atención, en especial la de Mack.
—El aspirante a novio de Viv, dejó embarazada a la hija de 
Henry el año pasado —dijo repentinamente 
Su grito entrecortado hizo que sus ojos se entrecerraran. 
—No tenías ni idea ¿verdad? —dijo él—. Viv y tú sois iguales.
—¿Perdón?
—En el gusto tan lamentable que tenéis para elegir a los 
hombres —añadió. 
Le echó una mirada de falsa indignación.
—Yo sólo iba a decir lo muy sexy que eres.
—No digas tonterías —dijo con increíble frialdad. 
Ella enarcó sus cejas.
—Vaya ¡qué susceptibles estamos hoy! 
La miró furioso.
—¿Qué quieres? Si es una invitación para que el amigo de 
Viv venga a cenar, no puede venir a menos que vengas tú 
también
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Eso la sorprendía. Generalmente, siempre estaba echándola 
de casa.
—¡Tres son una multitud! —murmuró ella. 
—Cuatro. Yo vivo aquí —señaló y frunció el ceño—. Más de 
cuatro —continuó—. Vivian, Bob, Carlos y yo. Tú y el aspirante a 
Romeo hacen seis.
—Eso está cogido por los pelos —señaló—. Estás sugiriendo 
que venga para que seamos un número par, ¿no? —reprobó.
Su cara no demostró ninguna emoción. 
—Ponte un vestido.
Esto la sorprendió realmente. 
—Escucha, ¿no estarás planeando ningún rito pagano para 
sacrificar una virgen? —preguntó, remarcando la palabra virgen. 
—Algo de escote bajo—, siguió diciendo, estrechando sus 
ojos y mirando de una manera sensual el perfil de sus senos bajo 
el jersey. 
—¡Déja de mirarme los senos! —replicó indignada, cruzando 
los brazos por encima de ellos. 
—Ponte un sujetador —dijo, imperturbable. 
Su cara enrojeció.
—¡Llevo un sujetador! 
Su ojo negro brilló.
—Ponte uno más grueso.
Ella lo miró furiosa.
—¡No sé que es lo que te pasa! 
Él levantó una ceja y su ojo resbaló por su cuerpo 
apreciativamente.
—Lujuria —dijo con total naturalidad—. Hace tanto tiempo 
que no he tenido relaciones sexuales que ni siquiera recuerdo 
cuando fue la última vez.
No podía contestar a un comentario como ese. Ellos habían 
compartido esos recuerdos de intimidad como dos viejos amigos. 
Ella no podía luchar verbalmentecon él su voz sonó una octava 
más baja de lo normal. Fue tan sensual que hizo que le 
temblaran las rodillas. Y le vino a la memoria una noche 
inolvidable que habían compartido. Las señales de peligro 
asomaron a su cerebro. 
Él suspiró teatralmente cuando hizo que ella se sonrojara.
—Hasta aquí llega toda la sofisticación que dices tener —
musitó él. 
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Ella se aclaró la garganta.
—Me gustaría que no dijeras esas cosas de mi —dijo 
preocupada. 
—Tal vez no debería —admitió. Con la mano le puso un 
mechón de pelo detrás de la oreja. Su tacto la estremeció y dio 
un paso atrás—. Nunca te haría daño, Natalie—, dijo 
tranquilamente. 
Logró esbozar una sonrisa nerviosa.
—Me gustaría que me lo pusieras por escrito —dijo, tratando 
de alejarse sin que pareciera que estaba intimidada, a pesar de 
que era así. 
Sin embargo, tenía la puerta del granero a su espalda y 
sabía que no había manera de escapar. Podía verlo sobre su cara 
cuando deslizó su largo brazo por su cabeza y le acarició la oreja 
con la mano. 
El corazón le subió a la garganta. Ella lo miró reflejando 
todos sus miedos en sus ojos verde esmeralda. 
Se miraron durante un largo rato, sin hablar. 
—Carl nunca te habría hecho feliz —dijo, de repente—. Su 
familia tenía dinero. Y no habrían dejado casarse a su hijo con 
una huérfana sin fortuna.
Sus ojos se oscureciendo dolorosamente.
—Tú no sabes nada de eso.
—Sí lo sé —respondió bruscamente—. Lo dijeron en el 
funeral, cuando alguien mencionó lo destrozada que estarías. Ni 
siquiera pudiste ir al funeral.
Ella recordaba eso. y, también, que Mack había ido a 
buscarla a casa de su tía la noche Carl había muerto. Su tía se 
había ido de comprar fuera de la ciudad, durante el fin de 
semana, y se había quedado completamente sola. Mack la 
encontró vestida con un camisón muy sexy de satén rosa y una 
bata, llorando. La había levantado en brazos y la llevo a la vieja 
butaca que había cerca de la cama. La había sentado en su 
regazo hasta que dejó de llorar. Después de esos recuerdos que 
todavía hacía que temblaran sus rodillas, había permanecido con 
ella toda la noche angustiado, sentado en una silla al lado de la 
cama, vigilando su sueño. Era tal el respeto que le tenía la 
comunidad que, ni siquiera la tía de Natalie había dicho una 
palabra acerca de su presencia allí, cuando, al volver de su viaje, 
se enteró de ello. Natalie inspirada en la defensa extrañas 
trimestres. Su ternura hacía que, incluso las personas más 
peligrosas, se volvieran vulnerables cuando estaban a su 
alrededor. 
—Tú me ayudaste—, recordó suavemente. 
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—Sí —Su cara pareció tensarse cuando la miró—. Si, te 
ayudé
Se sentía tan cerca de él que era como si la levantara y la 
llevara en volandas. Pequeñas punzadas de placer atravesaron 
su cuerpo cuando notó su mirada fija y penetrante. La sensación 
era tan intensa cuando se miraron, que casi podía sentir su 
pecho desnudo contra el suyo. Habían pasado cinco años desde 
esa noche, pero parecía que había sido ayer. Era como caminar 
en la cuerda floja.
—Y cuando perdí la vista —continuó— tú estuviste conmigo.
Ella se mordió e labio superior para evitar que le temblara.
—No fui la única que trataba de ayudarte —le recordó. 
—Vivian lloró cuando le contesté bruscamente, y los niños 
se escondieron bajo sus camas. Tú no. Tú te hiciste cargo de la 
situación enseguida. E hiciste que quisiera seguir viviendo.
Bajó los ojos a su pecho. Tenía la complexión de un vaquero 
de rodeo, con los hombros y el pecho amplios. La camisa de 
cuadros estaba abierta en el cuello, y vio el vello grueso y se 
rizando que lo cubría desde e pecho a la cintura. No era un 
hombre peludo, pero estaba irresistible sin la camisa. Lo había 
visto de ese modo más a menudo de lo que le gustaría recordar. 
Era tan guapo bajo su ropa, como una escultura que había visto 
en las fotografías de las exposiciones del museo. Ni siquiera 
podía imaginarse como sería acariciar su pecho donde el vello 
era espeso…
—Tú fuiste muy amable conmigo cuando Carl se murió —
respondió. 
De nuevo había tensión entre ellos, cuando ella termino de 
hablar. Intuía una cólera acerada en él.
—Ya que estamos hablando de tu mal gusto respecto a los 
hombres, ¿qué ves en ese tal Markham? —preguntó secamente
—. Es tan remilgado como una tía solterona y, en una pelea, 
estaría fuera de combate en un momento.
Ella levantó la cara.
—Dave es mi amigo —dijo brevemente—. E, 
indudablemente, no es peor que las brujas con las que tú vas.
Él frunció los labios fuertemente.
—Glenna no es una bruja.
—Tampoco es una santa —le aseguró—. Y si no tienes 
relaciones sexuales, ¡puedo garantizar que no es porque ella no 
quiera —añadió sin pensar. Pero una vez que las palabras 
salieron de su boca, vio una mirada asesina en el ojo que no 
estaba tapado por el parche y le hubiera gustado morderse la 
lengua. 
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—¿Vais a seguir gritando?— gimió Bob Killain, cuando se 
plantó ante la puerta de establo y se quedó mirándolos fijamente
—. ¡Si Sadie Marshall os oye mientras va hacia la cocina, le dirá a 
todo el mundo de su clase de la catequesis que vosotros estáis 
viviendo en pecado aquí! —exclamó, nombrando al ama de 
llaves de la familia Killain. 
Natalie lo miró indignada, con las manos apoyadas en las 
caderas.
—Deberías preocuparte por Glenna —le aseguró ella al joven 
y pelirrojo hermano de Mack—. Su nombre está escrito en tantas 
cabinas telefónicas, que podría reunir todas las condiciones 
necesarias para ser una atracción de feria.
Mack intentó no reírse, pero no pudo evitarlo. Se tapó los 
ojos con el sombrero y volvió a ser, otra vez, el ranchero.
—¡Oh, diablos, me voy a trabajar. ¿No tienes nada que 
hacer? —le preguntó a su hermano. 
Bob se aclaró la garganta tratando, sin éxito, de no reírse—. 
Voy a la casa de María Burns para ayudarla con la trigonometría.
—Llevarás protección, ¿no?— dijo Mack, en broma, 
volviéndose hacia él. 
Bob se puso tan colorado como su pelo.
—Bueno, no todos nos pasamos el día hablando de sexo —
murmuró. 
—No —estuvo de acuerdo Natalie, mirando a Mack 
jocosamente—. ¡Algunos tenemos que ir en busca de nombres a 
las cabinas telefónica y llamamos para concertar citas! 
—¿Puedes callarte, Nat? —dijo Mack, abriendo el 
compartimento de su caballo. Se subió a la silla, haciendo caso 
omiso de Natalie y Bob. 
—¡Volveré antes de medianoche! —dijo Bob, viendo una 
oportunidad de escapar. 
—Ya has oído lo que he dicho —dijo Mack. 
Bob hizo una inclinación de cabeza y salió fuera del rancho. 
—Sólo tiene dieciséis años, Mack—, dijo, recuperando la 
compostura lo suficiente para acercarse a él que estaba 
apretándole la cincha al caballo. 
Él la miró.
—Tú acababas de cumplir los diecisiete cuando estabas 
saliendo el héroe del fútbol —le recordó. 
Ella lo miró con curiosidad.
—Sí, pero, con la excepción de unos besos muy castos, no 
hubo mucho más.
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Le echó una mirada divertida, antes de volver a su tarea. 
Probó la cincha, que estaba lo bastante tensa y ajustó los 
estribos. 
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Natalie con 
curiosidad. 
—Tuve una larga charla con él cuando me enteré de que 
habías aceptado ir al baile de Navidad con él.
Ella se quedo con la boca abierta
—¿Quéle dijiste?
Puso un pie en el estribo y se subió a la silla de montar 
fácilmente. Se inclinó sobre el pomo y miró a Natalie.
—Le dije que, si te seducía, tendría que enfrentarse a mí y, 
también, se lo dije a sus padres.
Estaba horrorizada. Apenas podía respirar.
—De todos los entrometidos, presuntuosos… 
—Eras una mujer soltera que se había criado en un orfanato 
y, en aquel momento, vivías con tu tía, quien ni siquiera podía 
hablar de besos sin desmayarse —dijo, ya sin sonreír—. No 
sabías nada de los hombres ni del sexo ni de las hormonas. 
Alguien tenía que protegerte y no había nadie más que pudiera 
hacerlo.
—¡No tenías derecho! 
Su ojo sano, la miró con algo parecido a la posesión. 
—Tenía más derecho que nadie y algún día te diré porqué —
dijo tranquilamente—. Y eso es todo lo que voy a decir sobre el 
tema.
Le dio la vuelta el caballo, sin hacer caso a su furia. 
—¡Mack! —dijo, enfadada. 
Se paró y la miró. 
—Dile a Viv que puede invitar a su amigo para la cena el 
sábado por la noche, con la condición de que tú también vengas.
—¡No quiero venir!
Vaciló por un momento, entontes giró el caballo hacia ella.
—Tú y yo no siempre estaremos de acuerdo en todo —dijo
—. Pero estamos más cerca de lo que parece. Te conozco —
añadió en un tono que hizo que le temblaran las rodillas—. Y tú 
también me conoces a mí. 
Ella no podía luchar contra las emociones que la confundían 
y la agitaban más de lo que lo habían hecho nunca y lo miró con 
ojos que traicionaban su anhelo por él. 
Traducido por Debbie y corregido por Sira Nº Paginas 12-140
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Dió un largo y lento suspiro, que hizo que su rostro se 
relajara.
—No voy a disculparme por cuidar de tí.
—Yo no soy parte de tu familia, Mack—, dijo roncamente—. 
¡Puedes decirles a Viv, a Bob y a Charles lo que tienen que hacer, 
pero a mí no!
Miró su cara enfadada y sonrió suavemente, de una manera 
que, rara vez, sonreía a nadie—. ¡Oh, no estoy diciendo, pequeña 
—respondió, suavemente. 
—¡Y tampoco me llames pequeña!
—Todo pasión y furia —dijo él, mirándola—. ¡Vaya 
desperdicio!
Ella estaba tan confundida que no podía ni pensar.
—¡No entiendo a nadie hoy! 
—No —dijo él dándole la razón y dejando de sonreír. La miró 
fijamente a los ojos—. Deberías trabajar más en eso, también.
Le dio la vuelta al caballo, y esta vez ya no se volvió. 
Ella quería tirar cosas. No podía creer que le hubiera dicho 
tales cosas, que hubieran estado tan cerca en el granero que, 
por un instante, pensó que quería besarla. No un casto beso en 
la mejilla, como en Navidad bajo el muérdago. Sino un beso 
como los que había visto en las películas, cuando el héroe 
aplasta a la heroína contra su cuerpo y ponía su dura boca la 
suyo hasta que les faltaba la respiración. 
Trató de imaginar la firme y hermosa boca de Mack sobre 
sus labios, y tembló. Ya era bastante malo recordar lo que había 
pasado, la lluviosa noche en que Carl había muerto, cuando uno 
de los delgados tirantes de su camisón se había deslizado hacia 
abajo por su brazo… 
¡Oh, no, se dijo firmemente a sí misma! ¡Nada de eso! No 
iba a empezar a soñar, de nuevo, acerca de Mack y ella. Ya lo 
había hecho una vez y las consecuencias habían sido horribles. 
Volvió a la casa para darle Viv las malas noticias. 
—¡Pero eso es maravilloso! —exclamó su amiga, sonriendo 
en lugar de llorar—. Vendrás, ¿no?
—Él está tratando de manipularme —dijo Natalie irritada—. 
¡Y no se lo voy a permitir! 
— Pero si no vienes, tampoco puede venir Whit —replicó Viv
—. Si de verdad eres mi amiga, tienes que venir.
Natalie se quejó pero, al final, se rindió 
Traducido por Debbie y corregido por Sira Nº Paginas 13-140
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Vivian le dio un gran abrazo.
—Sabía que lo harías —dijo, alegremente—. —¡Apenas 
puedo esperar hasta el sábado! Os gustará a Mack y a tí. Es un 
tipo muy amable.
Natalie vaciló, pero si no se lo decía ella, sin duda lo haría 
Mack, y muy ampliamente. 
—Viv, ¿sabías que dejó embarazada a una chica? 
—Bueno, sí —dijo—. Pero fue culpa de ella —señaló—. Ella le 
perseguía y, cuando lo hicieron, me dijo que ella no le dejó 
utilizar ninguna protección.
Natalie se sonrojó por segunda vez ese día, terriblemente 
incómoda, hablando libremente de cosas bastante embarazosas. 
—Lo siento—, dijo Viv con una sonrisa—. Tienes muy poco 
mundo, ¿sabes?
—Eso es justo lo dijo tu hermano —murmuró Natalie. 
Vivian la estudió con curiosidad durante mucho tiempo. 
—Puede que no le guste Whit, pero le tampoco le gusta tu 
amigo Dave Markham. 
—Él se dedica a criticarme, mientras va por ahí detrás de 
Glenna Bimbo. ¡No te rías, no me hace ninguna gracia!
Vivian se aclaró la garganta.
—Lo siento. Pero es muy simpática —le dijo a su amiga—. Es 
sólo que le gustan los hombres.
—Uno tras otro, —estuvo de acuerdo Natalie—, e incluso 
varios a la vez, según dice la gente. Tu hermano va a coger 
alguna enfermedad terrible y será por su propia culpa. ¿Por qué 
sigues riéndote? 
—Estás celos —dijo Vivian. 
—¡Hoy no es mi día! —dijo Natalie, duramente—. Me voy a 
casa.
—Él sólo ha salido dos veces con ella, —dijo su mejor amiga, 
insistiendo impertérrita —y ni siquiera tenía lápiz labial en su 
camisa, cuando llegó a casa. Sólo fue a ver una película de 
acción.
—Estoy segura de que tu hermano no ha llegado a su edad 
actual, sin aprender a evitar las manchas de lápiz labial—, dijo 
beligerante. 
—A las mujeres les gusta —dijo Vivian. 
—Hasta que abre la boca y la fastidia—, añadió Natalie—. Su 
idea de la diplomacia es disparar y luego sonreír. Si a Glenna le 
gusta, ¡es sólo porque ha mantenida la boca cerrada! 
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Vivian se rió.
—Supongo que podría ser cierto —confesó—. Pero él es un 
cambio absolutamente refrescante entre todas las personas 
políticamente correctas que tienen miedo de abrir la boca.
—Supongo que sí.
Vivian se puso de pie.
—¿Natalie? 
—¿Qué?
Ella miraba a su amiga en silencio.
—Todavía estás enamorada de él, ¿no? 
Natalie anduvo rápidamente hacia la puerta. No iba a 
responder.
—Me tengo que ir. Tengo exámenes la próxima semana, y 
será mejor que estudie mucho. No quiero suspender los 
exámenes y quedarme sin mi graduación — añadió. 
Vivian quería decir a Natalie que tenía bastante idea de lo 
que había ocurrido entre ella y Mack hacía mucho tiempo, pero 
no quería avergonzar a Natalie hablando del tema. Su amiga era 
tan reprimida… 
—No sé lo que ocurrió —mintió—, pero tienes que recordar 
que sólo tenías diecisiete años. Y él veintitrés.
Natalie se dio la vuelta, su rostro estaba pálido y 
conmocionado.
—¿Él te dijo…? 
—Él no me dijo nada —dijo Vivian suave y honestamente. No 
necesitaba que se lo contara. Su hermano y su mejor amigo lo 
habían contado sin decir una palabra. Ella sonrió —pero tú 
caminabas como un alma en pena y nunca venías cuando él 
estaba en casa. Y él tampoco se quedaba en casa si sabía que 
ibas a venir a verme. Supuse que, probablemente, te había dicho 
algo muy duro y que habíais discutido. 
Natalie endureció sus facciones.
—El pasado es mejor dejarlo enterrado —dijo secamente. 
—No estoy curioseando. Solo hacía una observación.
—Voy a venir el sábado por la noche, pero sólo porque, si no 
lo hago, él no dejará que venga Whit —dijo Natalie un poco 
rígida. 
—No lo mencionaré nunca más —dijo Vivian, y Natalie sabía 
lo que quería decir—. Lo siento. No quise recordarte nada 
doloroso.
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—No duele. Hace mucho tiempo que lo he olvidado. —La 
mentira se deslizó suavemente por su boca, y le sonrió por 
última vez en Vivian, antesde salir por la puerta. Fingir que no le 
importaba era la cosa más difícil que había hecho en muchos 
años. 
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Capítulo 2 
Natalie se sentó en el aula de la escuela primaria a la 
mañana siguiente, con los ojos enrojecidos por haber estado 
hasta muy tarde la noche estudiando para los exámenes. Era 
importantísimo que revisara sus apuntes de clase todas las 
noches para que cuando llegara el día del examen estuviera 
preparada. Apenas había tenido tiempo para pensar, y tampoco 
no quería hacerlo. No quería volver a recordar lo que había 
pasado noche cuando ella tenía diecisiete años y Mack la había 
abrazado en la oscuridad. 
La suave voz de la Sra. Ringgold, recordándole que era el 
momento de empezar a escribir, la devolvió la presente. Se 
disculpó y organizó la clase en pequeños grupos alrededor de las 
dos mesas grandes de la clase. La Sra. Ringgold y ella estuvieron 
juntas ayudando a los niños a escribir bien las letras del 
abecedario, tomandose el tiempo necesario para estudiar y 
corregir o alabar el trabajo de cada uno. 
Durante el almuerzo que se reunió con Dave Markham. 
—Tienes mala cara hoy —le dijo con una sonrisa. 
Era alto y delgado, pero no igual que Mack. Dave era un 
intelectual al que le gustaba la música clásica y la literatura. No 
podía montar o lanzar lazo y tampoco sabía nada sobre 
agricultura. Pero era amable y, además, era alguien con quien 
podía salir sin tener que pelearse después de postre. 
—La Sra. Ringgold dice que lo estoy haciendo muy bien en 
la clase —ella aconsejó—. El profesor Bailey viene a mañana a 
verme trabajar. Y, la próxima semana, será el final — Hizo como 
si se estremeciera. 
—Vas a probar —le dijo, sonriendo—. Todo el mundo le tiene 
pánico a los exámenes, pero si repasas los apuntes todos los días 
no tendrás ningún problema con ellos.
—Me gustaría poder repasar mis apuntes—, le confió en voz 
baja—. Si el profesor Bailey me suspende por mi letra, me listos 
al estar fuera de mi oreja.
—¿Y tu vas a enseñar a los niños a escribir?—le preguntó, 
simulando estar horrorizado. 
Ella fijo su vista en él. 
—Escucha, no puedo enseñarle a los demás lo que yo no se 
hacer. No todo consiste en hablar con voz autoritaria.
—Tú lo haces bastante bien —tuvo que admitir—. He oído 
que has tenido un buen profesor.
—¿Qué? 
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—McKinzey Killain —le contestó. 
—Mack —lo corrigió—. Nadie lo llama McKinzey.
—Todo el mundo l llama Sr. Killain, excepto tú —le dijo él—. 
Y por lo que he escuchado, la mayoría de la gente de por aquí, 
trata de no llamarlo de ninguna manera.
—Él no es tan malo —dijo—. Lo que pasa es que tiene un 
pequeño problema a la hora de ser diplomático.
—Sí —No sabe lo que es eso. 
—Debido a tu estatus, tú no tienes que hacerlo —dijo 
riéndose entre dientes—. ¿Realmente vas a comer hígado 
encebollado?— preguntó, echando un vistazo en su plato y hacer 
una mueca de asco. 
—La carne de estos órgano son muy sanas. Bastante más 
que eso —dijo mirando su taco mexicano—. Tu estómago se va 
a estropear con tanto pimiento jalapeño.
—Afortunadamente, tengo un estómago de hierro, gracias.
—¿Qué te parece que si vamos al cine el sábado por la 
noche? —preguntó—. Están poniendo la nueva película de 
ciencia ficción en el Grand.
—Me encantaría… oh, lo siento, no puedo —se corrigió, 
haciendo una mueca—. Le prometí a Vivian que iría a cenar con 
ella esa noche.
—¿Es algo habitual? —quiso saber. 
—Sólo cuando Vivian quiere llevar un amigo a casa —dijo 
con una sonrisa triste—. Mack dice que si no voy yo, su novio no 
puede ir.
La miró extrañado.
—¿Por qué? 
Ella anduvo con su bandeja, buscando un lugar para 
sentarse.
—¿Por qué? No lo sé. Sólo fue una condición. Tal vez pensó 
que yo no iba a ir y así tampoco iría el amigo de Viv. No le gusta 
nada en absoluto el chico. 
—Oh, ya veo.
—¿De dónde ha salido toda esa gente?— preguntó con 
curiosidad, ya que había muy pocos sitios libres. 
—Visitas de la Comisión de la Junta de Educación. Están aquí 
para estudiar el problema del espacio — añadió divertido. 
—Deberían darse cuenta de que, especialmente ahora, no 
hay demasiado espacio.
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—Estamos esperando que acepten concedernos una 
cantidad del presupuesto, para que podamos deshacernos de los 
remolques que estamos utilizando actualmente como aulas.' 
—Me pregunto si lo conseguiremos.
Él se encogió de hombros.
—Cualquiera sabe. Cada vez que hablan de aumentar la 
cuota de contribución, se ponen a protestar, sobre todo aquellos 
que no tienen hijos.
—Ya me acuerdo.
Encontraron dos asientos al final de la mesa de los 
profesores y se sentaron a comer. Ella sonrió al comité de 
visitantes y pasó, el tiempo que le quedaba de su comida, 
discutiendo sobre el nuevo equipo de juegos de la junta de 
educación que ya les había prometido. Ella agradeció poder 
pensar en algo que no fuera Mack Killain. 
La pequeña casa de Natalie estaba a las afueras de rancho 
Killain, y a menudo se quejaba de que su jardín estuviera en la 
parte de atrás. Había tan poco césped que podía usar un corta 
césped para trabajar. Lo que sí tenía era una valla con rosas por 
todos lados. Le gustaba sentarse en el pequeño patio y observar 
los pájaros que iban y venían a los pequeños comederos que ella 
había colgado del alto álamo que había en el jardín. Más allá de 
la cerca, podía ver, de vez en cuando, la zona donde pastaba el 
ganado Angus, de pura raza, que criaban los Killain. La vista era 
maravillosa. 
La casa, por dentro, era otra historia. La cocina tenía una 
estufa, un frigorífico y un fregadero y poco más. La sala de estar 
–comedor tenía un sofá y un sillón, bastante usado y una 
alfombra persa con agujeros. El dormitorio tenía una cama 
individual y un aparador, un viejo sillón y una silla. Las ventanas 
eran pequeñas y, todas, necesitaban reparación. Como hogar no 
era el sueño americano, pero, a Natalie, cuya vida había 
transcurrido en un orfanato, era un lujo tener su propia casa. 
Hasta su tercer año de secundaria, cuando se trasladó a la casa 
de su tía para convertirse en una compañera, enfermera y ama 
de casa, durante dos años hasta que ella murió de repente, 
nunca había tenido nada propio. 
Ella tenía un retrato enmarcado de sus padres y otro de 
Vivian, Mack, Bob y Charles, los cuatros hermanos Killain, que 
ella había hecho durante una barbacoa a la que la había invitado 
Vivian en el rancho. Cogió la fotografía y miró fijamente al 
hombre más alto del grupo. Miraba la cámara furioso y ella 
recordó, divertida, que él había estado tan ocupado diciéndole 
como hacer la foto que había salido con la boca abierta. 
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Era siempre igual. Sabía hacer un montón de cosas muy 
bien, y no se cortaba dándole instrucciones a los demás. Un día, 
había entrado directamente en la cocina de un restaurante para 
enseñarle, al altivo chef francés, cómo hacer una salsa barbacoa. 
Afortunadamente, el segundo de ellos se había ido por la puerta 
de atrás, antes de romper nada. 
Puso la foto en su sitio y fue a hacerse un sándwich. Mack le 
dijo que no comía bien y tenía que darle la razón. Podía cocinar, 
pero le parecía una pérdida de tiempo de armar tanto jaleo para 
ella sola. Además, generalmente estaba tan cansada cuando 
llegaba a casa de sus clases que no tenía ni fuerzas para 
prepararla comida.
Puso jamón, lechuga, queso y mayonesa en el pan, todas las 
cosas esenciales, pensó. Comprobó su último esfuerzo antes de 
que comérselo. No estaba mal para una mujer soltera. 
Se sentó frente a la pequeña televisión en color que los 
Killains le habían regalado la pasada Navidad, un regalo por el 
que había protestado, por todo lo que les había ayudado. Puso 
las noticias y, como siempre, todas eran malas. La puso en un 
canal de dibujos animados. La historia de Marvin el Marciano era 
mucho mejor que todo lo que pasaba en Washington, DC 
Cuando terminó su bocadillo, se quitó los zapatos y se hizo 
un ovillo en el sofá con una taza de café solo. No hay nada como 
tener un verdadero hogar, pensó, mientras sus ojos sonrientes 
miraban alrededor de la sala. Y hoy era viernes. Había 
intercambiado su turno con otra compañera, así que tenía el 
viernes y el sábado libres del trabajo a tiempo parcial que hacia 
en la tienda de comestibles. El domingo también estaba abierto 
el domingo, pero como había poca gente, Natalie no tenía que ir 
tampoco ese día. Sería un sueño de fin de semana si no tuviera 
que vestirse para ir a cena de la noche siguiente al rancho 
Killain. Esperaba que Vivian no fuera en serio acerca del joven 
que había invitado a cenar, porque, cuando Mack no aprobaba a 
alguien, no solían volver. 
Natalie sólo tenía un buen vestido, de crêpe negro, con unos 
finos tirantes, que caía en línea recta hasta los tobillos. Tenía un 
chal a juego y un par de zapatos clásicos. Se maquilló más que 
de costumbre e hizo una mueca ante lo que veía. Todavía no 
aparentaba su edad. Podía haber pasado por una chica de 
dieciocho años. 
Se montó en su coche y condujo hacía el rancho Killain, 
mirando con aprobación la nueva pintura que los hombres de 
Mack había dado a las valla de alrededor de la gran casa 
victoriana, con su exquisita carpintería y las galerías 
entramadas. Podrían haber dormido, cómodamente, hasta diez 
invitados incluso antes de que Mack añadiera otro ala para dar 
que cada uno de sus hermanos tuvieran su propia habitación. 
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Había un garaje combinado en la parte de atrás donde guardaba 
Mack el Lincoln y el enorme camión que utilizaban en el rancho. 
Había un moderno establo donde se guardaban los tractores y 
las cosas de mantenimiento del rancho. También había otro 
establo mayor donde Mack guardaba sus mejores toros, y otro 
más, para los caballos y las sillas de montar. Había una cancha 
de tenis, que se utilizaba muy poco, una piscina cubierta de 
tamaño olímpico y un invernadero. Este último era el favorito de 
Natalie cuando iba de visita. Mack cultivaba muchas clases de 
orquídeas, y a Natalie le gustaban tanto como a él. 
Ella esperaba encontrarse con Vivian a reunirse al pie de los 
escalones, pero fue Mack el que apareció. Llevaba un traje 
oscuro y parecía elegante y perturbador, mientras, con las 
manos metidas en los bolsillos, esperaba a que ella subiera la 
escalera.
—¿No tienes otro vestido? —le pregunto irritado—. Siempre 
que vienes te pones el mismo.
Ella levantó la barbilla arrogantemente.
—Trabajo seis días a la semana para pagarme la 
universidad, pagarlos gastos de la casa, los impuestos y la 
comida, por lo que no me queda casi nada y menos para 
comprarme un vestido nuevo.
—Excusas, excusas—, murmuró él. Con los ojos se 
entrecerrados miró el escote del vestido—. Y lo que menos me 
gusta es el escote —dijo en breve—. Enseñas demasiado los 
senos.
Levantó las dos manos, tirando su pequeño bolso de noche 
casi contra el techo. 
—Oye, ¿se puede saber que tienes contra mis pechos 
últimamente? —le preguntó.
Él frunció el ceño mientras miraba fijamente su corpiño. 
—Estás alardeando de ellos.
—¡Eso no es verdad!
—Está bien que lo hagas delante de mí, —continuó 
monótonamente—, pero no quiero que al novio golfo de Vivian se 
le empiece a caer la baba por ti, durante la cena.
—No atraigo esa clase de atención—, farfulló.
—Con un cuerpo como el tuyo, atraerías la atención hasta a 
un muerto —, dijo brevemente—. Sólo mirarte hace que me 
excite.
No tenía ninguna respuesta. La había dejado muda con ese 
comentario típicamente franco.
—¿No tienes nada descarado que decir?— se burló él.
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Sus ojos lo inspeccionaron a través del bien cortado traje. 
—No pareces estar excitado ahora.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó—. Ni siquiera sabes lo que 
es una excitación dolorosa.
Ella frunció el ceño. 
—No te entiendo.
—Una mujer con experiencia, no tardaría ni cinco segundo 
en entender lo que he dicho —dijo él—. No sólo eres una 
reprimida, sino que estás ciega.
Ella arqueó las cejas.
—¿Perdón?
Enojado, dejó salir el aliento.
—¡Oh, diablos, olvídalo —se volvió sobre los talones y dijo:— 
¿Vienes o no?
—Están insoportable esta noche —murmuró secamente, 
siguiéndolo—. ¿Qué te pasa? ¿Es que no puede Glenna quitarte 
ese… dolor constante? 
Se detuvo tan bruscamente que ella casi tropezó contra su 
espalda. Se volvió y la cogió por la cintura, apretándola contra él. 
Un escalofrío la recorrió desde los pies a la cabeza atravesándole 
la espalda, mientras él restregaba, deliberadamente, su erección 
contra sus caderas. 
Mantuvo su mirada fija en ella, mientras su erección iba 
aumentando contra su estómago.
—Glenna no puede hacerlo porque no es ella quién lo 
provoca —dijo, burlándose de ella. 
—¡McKinzey Donald Killain! —exclamó, sin aliento por la 
indignación. 
—¿Te sorprende? —le dijo en voz baja. 
Trató de retroceder, pero él tiró de su mano, así que tuvo 
que quedarse atrapada en ese abrazo sensual. 
—¿Te molesta?— susurró, roncamente. 
Su respiración era entrecortada.
—Solo cuando te mueves —dijo, mientras otra ola de deseo 
se expandía a través de su poderosa estructura. 
Ella lo miraba con curiosidad, con el cuerpo relajado 
mientras sus fuertes manos seguían acariciándole las caderas 
muy suavemente. 
Volvió a mirarla con su ojo bueno entrecerrado, buscando su 
cara.
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—Nunca me he sentido así —dijo roncamente. 
Ella estaba fascinada, no sólo con la intimidad de su 
posición, sino también con el extraño sentimiento de posesión 
que podía despertar en ella tan fácilmente. No estaba 
avergonzada. Se sentía posesiva con él. Siempre se sintió así. 
—¿Le produces esto mismo a Markham?— preguntó, sin 
sonreír. 
—Dave es mi amigo —respondió ella—. Nunca se le ocurriría 
sujetarme… de esta manera.
—¿Lo dejarías, si lo hiciera? 
Pensó en ello por unos segundos y frunció el ceño otra vez, 
preocupada.
—Por supuesto que no —dijo, regañadientes. 
—¿Por qué no? 
Lo miró fijamente.
—Sería desagradable… con él.
Él sintió que su corazón saltaba.
—¿Sería? —preguntó él—. ¿Por qué?
—Es sólo que… lo sería
Sus manos se extendieron descaradamente sobre sus 
caderas y la atrajeron más contra su cuerpo. Él tembló ante el 
placer que se extendió a través de su cuerpo. Apretó los dientes, 
y cerró los ojos cuando se agachó para apoyar su frente contra la 
de ella.
Natalie sentía como se endurecían sus pezones. Sus brazos 
estaban ahora bajo los de él y sus manos tocaban el áspero 
tejido de su chaqueta. Su pequeña bolso estaba en el suelo del 
porche, completamente olvidado. Ella no sintió, vio ni oyó nada, 
excepto a Mack. Su cuerpo entero latía satisfecho por la 
sensación de lo cerca que estaba de ella. Podía sentir su aliento 
a menta en sus labios, mientras los sonidos de la noche se 
fueron haciendocada más insignificantes. 
—Natalie —susurró roncamente, y sus manos empezaron a 
subir y bajar por sus caderas de una manera lenta y dulce 
rozándola contra él. Gimió bruscamente.
Ella tembló de placer. Su cuerpo agitó con esas deliciosas y 
peligrosas sensaciones. 
—¿Mack?— susurró ella, rozándose contra él con un ritmo 
involuntariamente sensual. 
Deslizó sus manos por sus caderas, su cintura y acarició, 
descaradamente, sus pechos a través de la delgada línea de 
encaje de la tela del sujetador que llevaba debajo el vestido. 
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Mientras ella lo miraba, él metió las manos dentro del escote de 
su vestido para acariciarle la piel sedosa de sus senos. Ella se 
quedó sin aliento ante una caricia tan audaz. 
—Esto —dijo él, suavemente—, no es una buena idea.
—Por supuesto que no lo es— dijo Natalie insegura. Su 
cuerpo parecía tener voluntad propia, levantándose y 
desplazándose hacia las manos de Mack para que le acariciara 
sus pezones que estaban tan necesitados de que lo hiciera. 
—No —murmuró él en voz baja. 
—¿Mack? 
Su frente se apoyó suavemente contra la suyo mientras 
trataba recuperar el aliento.
—Si te toco como tú quieres, no voy a ser capaz de 
detenerme. Hay cuatro personas dentro de la casa, y tres de 
ellas se desmayaría si nos vieran de este modo.
—¿Realmente crees sería así?— preguntó en un suspiro. 
Sus pulgares se acercaron a los pequeños botones 
endurecidos por dentro del vestido y ella gimió. 
—¿Quieres que te toque?— susurró en sus labios. 
—¡Sí!— contestó con un nudo en la garganta. 
—No será suficiente, —murmuró él. 
—¡Lo será!, ¡Lo será! 
—No es suficiente —continuó él. Besó su boca y sus 
párpados cerrados, mientras sus pulgares avanzaban 
perezosamente hacia las copas de encaje—. Tienes unos bonitos 
pechos pequeños—, susurró él acariciando tiernamente la 
suavidad de su piel—. Me dan ganas ahora mismo de poner mi 
boca sobre ellos y mamar.
Ella gritó, conmocionada por las deliciosas imágenes que 
sus palabras producían en su mente. 
—Me duele —le susurró en sus labios, mientras su pulgar 
encontraba, finalmente, su duro pezón y lo acariciaba. 
Ella sollozó, apretando su cara contra la de él, temblando 
por la agonía de esa sensación increíble. 
Hizo un sonido áspero y la llevó más cerca del final de la 
oscura galería, lejos de la puerta y de las ventanas. Sus manos 
seguían acariciándola con insistencia, mientras su boca caliente 
y hambrienta presionaba contra su garganta justo donde su 
pulso latía con fuerza. 
—Sí —dijo ella intentando deshacer el nudo que tenía en la 
garganta y levantando aún más sus manos—. Sí, Mack, sí, por 
favor, ¡oh, por favor! 
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—¡Estás un poco loca!— él gimió. 
Segundos más tarde, había desabrochado el vestido y puso 
la boca donde antes habían estado sus manos y buscó la suave 
piel de su pecho para, finalmente, desplazar el sujetador y tomar 
en su boca el duro pezón. 
Sentía sus uñas en la nuca como pequeñas agujas, haciendo 
que su boca se acercara aún más y calmara la exquisita 
excitación que sentía con sus caricias, mientras él la apretaba 
entre sus brazos para tenerla todo lo cerca que fuera posible. 
La brusquedad con la que la empujó, la asombró y se sentía 
tan débil que apenas podía mantenerse en pie. Él se había 
alejado y apoyado contra la pared, respirando como si hubiera 
corrido una maratón, mientras su cuerpo se estremecía. Ella no 
sabía qué decir ni qué hacer. Estaba abrumada. Ni siquiera era 
capaz de abrocharse el vestido. 
Después de unos segundos, respiró fuertemente y se volvió 
hacia ella, que no se había movido ni un milímetro desde que se 
apartó de ella. Él sonrió tristemente. Era, pensó, dolorosamente 
inocente. 
—Ven aquí —dijo en un tono ronco, y le ayudó a abrocharse 
el vestido—. No puedes entrar así.
Lo miró de la misma manera que un gato pequeño y curioso, 
mientras la vestía, como si necesitara toda su concentración 
para hacerlo. 
—Natalie —se burló con dureza —tienes que dejar de mirar 
como si fueras la víctima de un accidente.
—¿Eso es lo que le haces a ella? —preguntó, con sus pálidos 
ojos verdes brillantes. 
Él masculló una maldición mientras le abrochaba el último 
botón del vestido.
— Glenna no es asunto tuyo.
—Oh, ya veo. Tú si puedes preguntarme acerca de mi vida 
social, y yo no puedo hacerlo, ¿es así como funcional?
Él frunció el ceño encogiéndose de hombros y la miró.
—Glenna no es alguien que está madurando todavía —
murmuró él—. Es una mujer adulta y sofisticada a la que no hay 
que ponerle un anillo de boda en el dedo para estar con ella.
—¡Mack!— Natalie exclamó furiosamente. 
—Ni siquiera tengo que mirarte para ver que te has 
sonrojado —dijo con demasiada fuera—. Tienes veinte y dos años 
y parece que no ha pasado ni un día por ti desde la noche que 
pasé contigo cuando murió Carl.
—Tú me estuviste mirando —susurró ella. 
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Las manos de él se tensaron.
—Suerte que tuviste de que solo te mirara.
Sus ojos buscaron su rostro a la débil luz.
—¿Querías que yo…? —dijo cuando se dio cuenta de lo que 
significaban sus palabras. 
—Sí, lo quería —confesó—. Pero sólo tenías diecisiete años.
—Y ahora tengo veintidós.
Él suspiró y sonrió.
—No hay mucha diferencia —murmuró él—. Y todavía no 
hay mucho futuro.
—No para un hombre que sólo quiere divertirse un poco de 
vez en cuando — dijo sarcásticamente. 
—Y tú, por cierto, no entras en esa categoría —le contestó 
dándole la razón—. Tengo dos hermanos y una hermana a los 
que cuidar todavía. No tengo sitio para una esposa.
—Muy bien. Simplemente olvida que te he propuesto 
matrimonio.
Sus dedos recorrieron suavemente sus labios hinchados.
—Además de las responsabilidades, no estoy listo para 
sentar cabeza. Me faltan muchos años todavía.
—Estoy segura de que podré devolver el anillo de 
compromiso, sin ningún problema.
Él parpadeó.
—¿Estamos hablando de lo mismo? 
—De todas formas, sólo te he comprado un anillo de 
compromiso barato — continuó escandalosamente—. 
Probablemente no te habría quedado bien, así que no te 
preocupes.
Comenzó a reír. No podía evitarlo. Ella realmente era como 
un dolor de muelas.
—¡Maldita sea, Natalie! —dijo abrazándola con fuerza, con 
un abrazo cariñoso, sin ningún asomo de lujuria. 
Ella lo abrazó también soltando un largo suspiro y con los 
ojos cerrados.
—Creo que esto se parece a los patitos —murmuró ella 
distraída.
—¿Qué dices? 
—Son impresionables. Siguen la primera cosa que ven en 
movimiento cuando salen del cascarón pensando que es su 
madre. Supongo que con los hombres y las mujeres ocurre lo 
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mismo. Eres el primer hombre que no me hace caso y supongo 
que estoy impresionada.
Su corazón latió salvajemente, mientras seguía abrazándola.
—El mundo está lleno de hombres que quieren casarse y 
tener hijos…
— Y encontraré uno algún día —terminó ella por él—. Te lo 
aseguro. Pero si, realmente, quieres que yo encuentre a otra 
persona, tengo que decirte que llevarme a rincones oscuros y 
quitarme a medias el vestido, no me parece la forma más 
adecuada de hacerlo.
Realmente se estaba riendo de él, de una forma tan patética 
que tuvo que dejar que se fuera.
—Me rindo —dijo impotente. 
—Ya es demasiado tarde —ella se volvió a buscar su bolso 
mientras hablaba—. Has dicho que no deseas mi anillo.
—Vamos a dentro, mientras tengamos tiempo —respondiómientras iba hacia la puerta. 
—Todavía no —dijo rápidamente, yéndose hacia donde 
había luz para mirarse en el espejo, tomándose su tiempo para 
retocarse el carmín y arreglarse el pelo. 
La miró tranquilamente, con los ojos fijos e intensos.
Puso la polvera en su bolso y fue hacia él.
—Será mejor que te arregles las ropas —murmuró ella 
después de examinar su cara—. Esa mancha de carmín no te 
pega nada.
Le echó una mirada furiosa, pero sacó su pañuelo y dejó que 
le quitara las manchas de la mejilla y el cuello. Afortunadamente, 
el pintalabios no había manchado el cuello blanco de su camisa, 
o no lo habría podido ocultar. 
—La próxima vez, no te pongas seis capas de maquillaje 
antes de venir aquí —aconsejó fríamente. 
—La próxima vez, mantén las manos en los bolsillos.
Él se rió entre dientes.
—No habrá muchas oportunidades, si tu próximo vestido 
sigue mostrando tus senos igual que este.
Ella se echó el mantón de encaje y se cubrió los hombros 
con él. Ella le echó una altiva mirada y esperó a que él abriera la 
puerta principal. 
—El próximo vestido que compre tendrá un escote 
mandarín, puedes apostar lo —le dijo ella en voz baja. 
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—Asegúrese de que no tiene botones, tampoco —susurró 
socarronamente cuando se echó a un lado para dejarla pasar. 
—Vicioso —susurró ella. 
—Provocadora —susurró de nuevo. 
Caminó delante de él y entró en la sala antes de que pudiera 
pensar en algo más que decirle sobre el comentario que había 
hecho. Parecía tranquila, pero por dentro, todavía sentía 
pequeños tirones de miedo y placer por su tacto. Ocurría que a 
ella, a pesar de todo el tiempo que hacía que se conocían, nunca 
la había besado. 
Pensó que no ayudaba a su situación, así que sonrío 
afectuosamente a Bob y a Charles cuando se levantaron y, a 
continuación, a Vivian y al hombre alto y rubio, que se levantó en 
el sofá a su lado. 
—Natalie, éste es Whit —se lo presentó Vivian, mirándolo 
con un gran afán de posesión. Whit miró a su vez a Natalie como 
si hubiera descubierto petróleo. 
Oh, chico, pensó Natalie con pena, mientras se fijaba en el 
ardor de los ojos azules de Whit cuando se dieron la mano. La 
miró unos momentos demasiado largos y ella hizo una mueca. 
Aquí había una complicación con la que no había contado.
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Capítulo 3 
Tampoco ayudaba que Whit fuera un graduado del mismo 
instituto de enseñanza superior al que Natalie había asistido y 
que habían ido juntos a clase con algunos de los mismos 
catedráticos Vivian nunca había querido ir a la universidad, y 
todavía no sabía qué quería hacer con su vida. Recientemente, 
Mack se había empeñado e insistido en que consiguiera un 
trabajo o un título. Vivian lo había mirado horrorizada, pero, al 
final, había aceptado asistir a un curso de programación de 
ordenadores en la escuela local de formación profesional. Allí era 
donde había conocido a Whit, que enseñaba inglés allí.
Mientras cenaban, Natalie condujo hábilmente la 
conversación hacía la escuela de formación profesional, para que 
Vivian pudiera participar. Vivian estaba furiosa y cada vez más 
molesta por momentos. A Natalie le hubiera gustado patear a 
Mack por ponerla en esta situación. ¡Si sólo le permitiría a Vivian 
invitar a Whit sin condiciones…! 
—¿Por qué no fuiste a la universidad para hacer el curso de 
programación de ordenadores? —preguntó Whit a Vivian, en un 
tono demasiado condescendiente.
—Las clases ya estaban completas cuando decidí ir —dijo 
Vivian dijo con una sonrisa forzada—. Además, nunca te habría 
conocido si hubiera ido a la universidad en lugar de a la escuela 
de formación profesional.
—Supongo que no —le sonrió a Viv, desviando, 
inmediatamente, su atención hacia Natalie—. ¿A qué grado vas a 
darle clase? 
—Primero o segundo —dijo Natalie—. Y tengo que 
levantarme muy temprano, me temo. Tengo exámenes la 
próxima semana, así que tengo que quedarme hasta muy tarde 
estudiando esta noche.
—¿No te puedes quedar ni para el postre? —preguntó Whit. 
—No…, lo siento.
—¡Qué pena! —dijo Whit. 
—Sí, qué pena —repitió Vivian, pero en un tono totalmente 
diferente. 
—Te acompaño hasta el coche —dijo Mack, antes de que 
Whit pudiera ofrecerse. 
Whit sabía que no tenía nada que hacer. Sonrío tímidamente 
y le preguntó a Vivian si le podía servir otra taza de café
Fuera estaba tan oscuro como ala de cuervo. Mach llevaba a 
Natalie cogida del brazo mientras iban andando, pero no de 
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manera cariñosa. Él le apretaba tanto que le estaba cortando la 
circulación. 
—Bueno, todo ha sido un desastre —dijo entre dientes. 
—Fue culpa tuya —señaló irritada—. Si no me hubieras 
obligado a venir. 
—Últimamente, desastre, es mi segundo nombre—, 
respondió medio divertido. 
—No es mala persona —dijo ella—. Es normal. Le gusta lo 
que a cualquier hombre. Tarde o temprano, Viv va a darse 
cuenta de que se ha equivocado y lo dejará. Así que —añadió con 
fuerza—, no te opongas que se vean, porque si lo haces, puede 
que se case con él en un ataque de rabia 
Mack se detuvo ante la puerta del conductor del coche y le 
soltó el brazo.
—No lo hará, si tú estás con ella.
—No voy a revolotear a su alrededor. Él me da escalofríos—, 
dijo con rotundidad—. ¡Si no hubiera tenido este mantón sobre 
el vestido, me hubiera puesto el mantel por encima! 
—Te dije que no llevaras ese escote.
—Lo he hecho sin pensar —admitió—. La próxima vez, me 
voy a poner un abrigo —dijo mientras rebuscaba en su bolso las 
llaves del coche—. Y me habías dicho que era un chico joven y no 
lo es. Es un profesor. 
—Comparado conmigo, sí lo es.
—La mayoría de los hombres son niños comparados contigo 
—dijo impacientemente—. Si Viv los compara contigo, ¡nunca 
encontrará a nadie! 
La miró furioso.
—Eso no suena, precisamente, como un cumplido.
—No lo es. Tú esperas que todos sean como tú.
—Tengo éxito.
—Sí, tienes éxito —admitió ella—. ¡Pero ere un desastre 
socialmente! ¡Abres la boca, y a la gente le falta tiempo para 
irse! 
—¿Es culpa mía que la gente no sepa hacer su trabajo 
correctamente? —dijo—. Trato de no interferir a menos que vea 
que la gente cometa errores realmente grandes—, comenzó a 
decir. 
—Camareras que no pueden hacer el café lo 
suficientemente fuerte—, lo interrumpió, contando con sus dedos
—. Directores de orquesta que no dirigen con bastante espíritu, 
bomberos que no sujetan bien las mangueras, oficiales de 
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policías que se olvidan de dar los intermitentes cuando los estás 
siguiendo, niños pequeños cuyos cordones no están bien atados.
—Tal vez si interfiero un poco —se defendió él. 
—Te pareces al defensor del consumidor andante —
contestó, exasperada—. Si alguna vez te capturara una fuerza 
enemiga, ¡se tirarían al vacío! 
Él empezó a sonreír.
—¿Tú piensas lo mismo?
Ella levantó los ojos al cielo.
—Me voy a casa.
—Buena idea. Tal vez el experto en inglés haga lo mismo.
—Si no lo hace, siempre puedes corregir su gramática —le 
sugirió. 
—Esa es la idea.
Ella abrió la puerta y entró en el coche. 
—No corras—, dijo, apoyándose en la ventanilla abierta, sin 
sonreír—. Hay bastante niebla aquí. Tómate tu tiempo para llegar 
a casa, y mantén las puertas cerradas.
—Deja de decirme lo que tengo que hacer —murmuró ella. 
—Tú lo haces todo el tiempo —señaló él. 
—Tú no te cuidas —le respondió tranquilamente. 
—¿Por qué debería molestarme, si tú estás dispuesta ahacerlo por mí?— le preguntó. 
Estaba perdiendo la batalla. Sólo podía pensar en la manera 
en que la había abrazado antes, el tacto de sus fuertes manos 
sobre su piel desnuda. Tenía que dejar de pensar en él.
—Reserva la noche del próximo viernes —dijo 
inesperadamente.
Frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Pensaba que podríamos ir con Vivian y el catedrático a 
Billings a cenar y ver una obra de teatro —vaciló—. No sé… 
¿Cuándo tienes los exámenes?
—Uno el lunes, otro el martes, otro el jueves y otro el 
viernes.
—Entonces estarás libre esa noche —dijo con confianza—. 
Puedes comprarte un vestido nuevo, ¿no?
—Me compraré una cota de malla —le prometió.
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Él sonrió abiertamente. Esa sonrisa lo cambiaba, le hacía 
parecer más joven, más accesible. Y, cuando lo veía así, ella 
parecía tener mariposas en el estómago.
—Te recogeremos sobre las cinco, aproximadamente.
Ella le sonrió. 
—De acuerdo.
Él se bajó del coche, y esperó hasta que lo arrancó y 
empezó a rodar para saludarla con la mano y luego se volvió 
hacia el porche. Ella se quedó mirándolo durante varios 
segundos. Se había producido un cambio en su relación. Por una 
parte estaba aterrorizada, pero, por otra estaba emocionada. 
Ella condujo hasta su casa, obligándose a no pensar en ello. 
Esa noche, Natalie había apasionado, caliente los sueños de 
la mujer y de Mack en una gran cama doble en alguna parte. Se 
despertó sudando y no podía volver a dormir. Y cuando se 
levantó se sintió lo bastante culpable como para ir a la iglesia. 
Pero cuando volvió a casa y mientras se tomaba un plato de sopa 
para comer empezó a pensar en Mack otra vez y no pudo 
quitárselo de la cabeza. 
La lluvia caía sin parar. Si la temperatura seguía bajando era 
posible que, incluso, nevara, a pesar de estar en primavera. El 
clima de Montana era, impredecible, en el mejor de los casos. 
Cogió su libro de texto de biología e hizo una mueca cuando 
trató de leer sus notas. Este era su segundo curso sobre el tema, 
y estaba preocupada por el próximo examen. No importaba lo 
duro que estudiara, la ciencia sólo iba bien en su cabeza. La 
genética era una pesadilla, y la anatomía animal, un desastre. Su 
catedrático les había aconsejado que era muy importante que 
estuvieran bastante tiempo en el laboratorio, porque los estaban 
esperando para mostrarles como circulaba el flujo de la sangre a 
través de las arterias, las venas y el sistema linfático. A pesar de 
las horas extras que había pasado estudiando con su grupo en el 
laboratorio, se estaba estrujando la cabeza intentando recordar 
todo lo que había aprendido durante ese semestre del curso.
Había estado estudiando intensamente eso durante toda la 
tarde, cuando llamaron a la puerta de la calle. Era casi de noche 
y estaba hambrienta. Tendría que encontrar algo para comer, 
supuso. Esperando que fuera Vivian la que llamaba, fue hacía la 
puerta, en vaqueros y con un botón desabrochado de su amplia 
camisa verde, sin ningún maquillaje y con el pelo despeinado. 
Abrió la puerta y encontró allí a Mack, vestido con unos vaqueros 
y una camisa de punto amarilla, que llevaba una bolsa de 
comida.
—Pescado frito con papas fritas —anunció. 
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—¿Para mí? —preguntó, sorprendida.
—Para nosotros —contestó, empujado la puerta con el codo 
para entrar—. He venido para ayudarte.
—¿En serio? —empezaba a sentirse como un loro. 
—Con el examen de biología —continuó Mack—. ¿O no 
necesitas ayuda?
—Estaba pensando en rezar durante veinticuatro horas y en 
ir a clase con muletas para ver si despierto la compasión del 
profesor.
—Conozco a su catedrático, y no sentiría compasión ni por 
un gatito descuartizado si estuviera tratando de saltarse su 
examen —respondió él—. ¿Puedo quedarme?
Ella se río por lo bajo. 
—Sí.
Fue a la cocina y cogió dos platos. 
—Voy a hacer otra cafetera —dijo Natalie. No se fiaba 
mucho de él y se sentía un poco cortada, después de lo ocurrido 
la noche anterior. Tenían en común los íntimos recuerdos de dos 
antiguos socios. Le echó un vistazo un poco nerviosa, mientras 
seguía preparando el café—. ¿No era hoy cuando ponían la 
película de ciencia ficción? —le preguntó, porque sabía que él 
sólo quería ver una, y ésta era esta noche. 
—Es una repetición —dijo sin preocuparse—. ¿Tienes 
ketchup?
—¿Vas a poner al pescado salsa de tomate? —pregunta 
simulando su sorpresa. 
—Yo no como nada a lo que no le pueda poner salsa de 
tomate —respondió. 
—¿Eso incluye los helados?
Él le sonrió.
—El de vainilla está muy bueno.
—¡Puaj!
—¿Dónde está tu sentido de la aventura?—le reprochó él—. 
Tienes que experimentar cosas nuevas para así parecer 
sofisticada.
—No voy a comer helado con salsa de tomate, 
independientemente de que lo hagan o no los demás.
—Caprichosa —puso el pescado y las patatas en los platos, 
cogió dos servilletas y los cubiertos y los colocó encima de la 
pequeña mesa de la cocina. 
—¿Por qué estamos comiendo aquí? —murmuró secamente. 
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—Porque si lo hacemos en el salón, querrás ver la televisión 
—señaló—. Y si encuentras una película que te guste, el estudio 
se irá al garete.
—Aguafiestas.
—Quiero que te gradúes. Has trabajado demasiado duro, 
demasiado tiempo en ésto, como para ponerte a holgazanear en 
el último momento.
—Supongo que tú sabes todo acerca de la genética, ¿no?—
suspiró ella, mientras que la cafetera dejaba de gotear. 
—Sobre la cría de ganado vacuno —le recordó él—. Por 
supuesto que sí —contestó con una mueca—. Me encanta la 
biología. Se podría pensar que soy bueno en esto.
—Eres bueno con los niños —dijo ella, sonriendo 
suavemente—. Eso es lo más importante —se encogió de 
hombros—. Y supongo que tienes razón —dijo, mientras 
estudiaba su delgada cara mirando el sorprendente parche negro 
que llevaba en el ojo—. ¿Todavía estás haciendo los cursos de 
arqueología de la universidad por Internet? 
—Sí. Este semestre es arqueología forense. Huesos —aclaró. 
Su ojo brilló—. ¿Quieres que te hable de ello? 
—No cuando estoy comiendo —dijo haciendo una mueca de 
asco. 
—Eres aprensiva, ¿verdad?
—Sólo cuando estoy comiendo —respondió ella. Echó un 
vistazo a la cafetera, viendo que ya había terminado y se levantó 
para coger dos grandes tazones blancos y los llenó con el negro 
café. Le puso a él uno delante y con el suyo en la mano volvió a 
sentarse. Ninguno le echó nata ni azúcar, por lo que no hacía 
falta poner ninguna de las dos cosas sobre la mesa. 
—¿Cómo está Viv? —preguntó, mientras empezaba a 
comerse el pescado. 
—Que echa humo. Su amigo se fue sin pedirle otra cita —
dijo mirándola con curiosidad—. Pensaba que la ibas a llamar por 
teléfono.
—No he podido —dijo ella con sinceridad—. Además, él no es 
mi tipo.
—¿Y quién lo es? ¿Markham? —su profunda voz destilaba 
puro veneno.
—Dave es guapo.
—Guapo —se terminó de un bocado el pescado y lo tragó 
con el café—. Y yo ¿soy guapo? —insistió. 
Ella se dio cuenta de que estaba molesto y se burló de él.
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—Tanto como una madriguera de serpientes de cascabel.
—Eso pensaba —dijo él cogiendo una patata y echando la 
silla para atrás, dirigiéndole una larga y penetrante mirada—. 
Eres la única mujer que conozco que está mejor sin maquillaje.
—Es demasiado trabajo cuando estoy sola en casa. No 
esperaba compañía —añadió. 
Él sonrió.
—Ya me he dado cuenta. ¿Cuántos años tiene lablusa?
—Tres años—, dijo con un suspiro, mirando la tela 
descolorida—. Pero es cómoda.
Su mirada permaneció sobre ella un rato demasiado largo, 
fija e inquietante. 
—¡Llevo sujetador! —le espetó ella. 
Él levantó las cejas 
—¿De verdad? —preguntó simulando sorpresa. 
—No me mires así.
Él sólo sonrió y terminó su pescado, ajeno a su brillo. 
—Háblame de los grupos sanguíneos —le dijo, cuando iban 
por su segunda taza de café. 
Ella lo hizo, nombrándolos y describiendo cuáles eran 
compatibles y cuáles no. 
—No está mal —dijo cuando terminó—. Ahora, vamos a 
examinar los genes recesivos.
No se había dado cuenta de lo mucho que había aprendido, 
hasta que empezó a responder a las preguntas sobre el tema. 
Solo se equivocó cuando llegaron a las fórmulas sobre las 
combinaciones y las descripciones de las poblaciones genéticas y 
los grupos de genes. 
Entraron en la sala. Le pasó el libro. Se estiró sobre el sofá, 
quitándose las botas para poder acomodarse mientras se hacía 
un ovillo en el sillón grande frente a él. 
Leyó las descripciones e hizo que ella las repitiera, y luego 
le hizo preguntas tipo test. Ella no recordaba haber sido nunca 
tan “machacada” sobre un tema. 
Entonces él tomó su informe de laboratorio y sostuvo su en 
sus manos mirando las pautas de la circulación de la sangre por 
el cuerpo de una rata de laboratorio que la clase había disecado. 
Lo puso sobre el piso y se sentó en el suelo, poniendo el libro 
frente a ellos para que ella pudiera ver el diagrama y señalara 
los distintos órganos, así como las principales arterias y venas. 
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—¿Cómo hacen esto en los exámenes? —le preguntó—. 
¿Pone un diagrama y hay que de rellenar los espacios? 
—No. Por lo general clava un alfiler en el órgano, la vena o la 
arteria que quiere que identifiquemos.
—Bárbaro —farfulló él. 
Ella sonrió.
—En realidad, tenemos el mejor profesor de biología de los 
alrededores, ya que la mayoría de nuestros estudiantes van a la 
Facultad de Medicina o a la Escuela de Enfermeras. La biología es 
peor que un dolor muelas, pero ninguno de nuestros estudiantes 
tienen que recuperar curso. 
—Eso dice mucho sobre la calidad de la enseñanza —dijo.
Ella sonrió.
—Supongo que sí.
Siguieron repasando el esquema de anatomía esquemática 
hasta que ella se supo todas las respuestas. Pero a las diez ella 
comenzó a bostezar. 
—Estás cansada —dijo él—. Necesitas una buena noche de 
sueño para que mañana estés despejada y puedas hacer un 
buen examen.
—Gracias por ayudarme.
Él se encogió de hombros.
—¿Para qué están los vecinos? —preguntó con una risa—. 
¿Qué tal una taza de chocolate caliente antes de que me vaya a 
casa?
—Voy a hacerlo.
Él se estiró perezosamente sobre la alfombra.
—Estaba esperando que me lo ofrecieras. Yo no puedo 
hacerlo a menos que tengas algo con que revolver la leche 
caliente. Según recuerdo, tú puedes hacerlo a partir de cero.
—Claro que puedo —dijo ella, engreídamente—. Vuelvo en 
un abrir y cerrar de ojos.
Ella cogió los ingredientes, los mezcló, calentó la leche en el 
microondas y llevó las dos tazas humeantes a la sala de estar. Se 
sentó junto a él sobre la alfombra, utilizando el sofá de respaldo 
mientras se tomaban el caliente líquido. 
—Es justo lo que necesitaba para dormir —murmuró 
soñolienta—. ¡Como si necesitara ayuda!
—¿Crees que ya te sabes todo bien? —le preguntó.
—Del derecho y del revés —asintió—. Gracias.
—Tú harías lo mismo por mí.
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—Sí, lo haría.
Cuando acabó su bebida, puso la taza sobre la mesa, cogió 
la de ella cuando terminó y la colocó junto a la suya. 
—¿Cómo llevas los otros exámenes? —preguntó. 
—Esas materias ya me las sé —contestó—. Solo tengo que 
repasarlas. Pero la biología es una pesadilla. Nunca creí que 
fuera capaz de aprendérmela. Tienes un don para hacer que 
suene simple. Pero no lo es.
—La uso mucho en mi programa de reproducción —dijo 
perezosamente, flexionando los hombros—. No se puede 
conseguir una buena raza de ganado si no tienen unas 
cualidades específicas.
—Supongo que no —dijo ella mirando, involuntariamente, 
sus pómulos altos, su nariz recta, y luego hacia su boca que era 
muy sensual. Y sintió un hormigueo al hacerlo. 
—Me estás mirando fijamente —murmuró él. 
—Estaba pensando —respondió ella ausente. 
—¿Pensando en qué? 
Ella se removió y bajó los ojos, sonriendo tímidamente.
— Estaba pensando que nunca me besaste.
—Eso es mentira —respondió divertidamente—. La última 
vez que te besé fue en Navidad bajo el muérdago.
—¿Eso fue un beso? —dijo ella, arrastrando las palabras. 
—Era el único tipo del beso con el que me sentía cómodo, 
teniendo en cuenta que mis hermanos nos estaban mirando todo 
el tiempo —dijo con un centelleo en su oscuro ojo. 
—Supongo que te habrían hecho sudar la gota gorda si lo 
hubieras intentado en serio con alguien.
—He hecho varias intentos contigo —respondió, sin sonreír
—. No parece que te dieras cuenta.
Ella se sonrojó y sintió un nudo en la garganta.
—Me he dado cuenta de todos ellos.
—Eso es lo que crees —la corrigió. Su mirada se posó en su 
boca suave y permaneció allí—. Disfrutaría besándote, Nat —
añadió en voz baja—. Pero un beso es un paso que lleva a un 
camino por el que, seguramente, no quieras andar todavía.
Ella frunció el ceño, perpleja.
—¿Qué tipo de camino?
—No quiero casarme —dijo simplemente—. Y tú no quiere 
tener relaciones.
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—¡McKinzey Killain! —exclamó, indignada sentándose 
derecha. 
—Hay otra palabra para ello —dijo él, haciendo una mueca 
maliciosa—. ¿Quieres oírla? 
—¡Dilo y te abro la cabeza! —lo amenazó, intentando 
quitarle de uno de los altamente pulido par pasado, situada a la 
cadera. 
Pero él fue demasiado rápido para ella. La agarró el brazo y 
la sujetó por la cintura contra él, atrapándola entre sus brazos y 
sus piernas con un rapidez felina. 
Se encontró tumbada de espaldas mirando su tensa y 
sombría cara. Había esperado risas, diversión, incluso burlas con 
buen humor. Pero, evidentemente, no había ninguna de esas 
emociones. Estaba muy quieto, y su ojo bueno tenía una 
expresión intimidatoria. 
Podía sentir sus poderosos músculos junto a su cuerpo, 
sintiendo la presión vagamente excitante. Podía sentir el ritmo 
acelerado de su corazón contra sus pechos a través de su 
camisa. Podía saborear su aliento en su boca mientras la miraba 
echando chispas por el ojo. Ella empezó a sentirse acalorada y 
excitada por su proximidad y no sabía si reír o luchar para tratar 
de que la soltara y alejarse de la alfombra. 
Parecía notar su lucha interna, ya que trasladó la pierna lo 
suficientemente cerca de su sitio más íntimo. 
Ella dio un tirón y movió las caderas. Él se las agarró con su 
gran mano y las dirigió hacia su erección. 
—No hagas eso —dijo con brusquedad—, a menos que 
tengas ganas de jugar imprudentemente.
Curiosa, se estuvo quieta.
Él quitó la mano de su cadera y la subió hasta su pelo, 
deshaciendo el lazo con el que lo sujetaba detrás de las orejas. 
Le alisó el suave cabello extendido sobre la alfombra y mirándola 
con una expresión que expresaba una total posesión. 
Sus dedos fueron desde su cuello a la apertura de su blusa y 
permaneció allí acariciando deliberadamente la piel suave 
provocando un escalofrío de respuesta en el cuerpo de Nat. 
Él movió apenas sus largas piernas de sus labios se escapó 
un suspiro mientras ella arqueaba el cuerpo involuntariamente. 
Se colocó encima de ella, inmovilizándola, con la cara con 
de piedra
—¿Sabes

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