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06 Alguien a quien honrar - Mary Balogh - Avina Silona

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ALGUIEN A QUIEN HONRAR 
Westcott 06 
Mary Balogh 
 
 
 
RESUMEN 
 
El Teniente Coronel Gil Bennington ha acompañado a su amigo, el mayor Harry Westcott, a 
Inglaterra desde París y ha aceptado quedarse con él por un tiempo mientras Harry continúa 
recuperándose de las heridas sufridas durante las guerras napoleónicas. A pesar de su alto rango 
militar, Gil no es un caballero de nacimiento y trata de mantenerse alejado tanto como puede 
cuando la aristocrática familia de Harry desciende sobre él desde Londres y Bath para darle la 
bienvenida a casa. Gil está afuera, junto al establo, cortando leña cuando llega el primer carruaje. 
Abigail, la hermana de Harry, está en ese carruaje con su madre, su padrastro, su 
hermanastra y su hermanastro. Pero cuando ve a Harry en los escalones fuera de la casa, delgado 
y demacrado, se molesta y se apresura a irse sola para recomponerse antes de entrar a la 
casa. Cuando se encuentra con Gil, se sorprende e indigna al ver a un aparente sirviente tan cerca 
de la casa y descaradamente sin camisa. Ella se pone aún más nerviosa cuando su perro parece 
estar a punto de atacarla. Ella regaña a Gil y amenaza con denunciarlo a Harry. 
Su relación comienza de esta manera poco prometedora. A ninguno le gusta el otro, y 
ninguno está dispuesto a intentarlo. Pero llega el momento en que Gil necesita la ayuda de 
Abigail para recuperar a la joven hija que fue sacada de su casa mientras luchaba en la Batalla de 
Waterloo. Si Abigail puede o no superar sus recelos para otorgar esa ayuda, determinará el curso 
futuro de sus vidas. 
 
 
 
 
 
 
 
 
RESUMEN ................................................................................................................................................................. 3 
CAPITULO 01 .......................................................................................................................................................... 7 
CAPITULO 02 ....................................................................................................................................................... 14 
CAPITULO 03 ....................................................................................................................................................... 23 
CAPITULO 04 ....................................................................................................................................................... 33 
CAPITULO 05 ....................................................................................................................................................... 43 
CAPITULO 06 ....................................................................................................................................................... 51 
CAPITULO 07 ....................................................................................................................................................... 61 
CAPITULO 08 ....................................................................................................................................................... 71 
CAPITULO 09 ....................................................................................................................................................... 80 
CAPITULO 10 ....................................................................................................................................................... 89 
CAPITULO 11 ..................................................................................................................................................... 100 
CAPITULO 12 ..................................................................................................................................................... 109 
CAPITULO 13 ..................................................................................................................................................... 118 
CAPITULO 14 ..................................................................................................................................................... 126 
CAPITULO 15 ..................................................................................................................................................... 134 
CAPITULO 16 ..................................................................................................................................................... 142 
CAPITULO 17 ..................................................................................................................................................... 151 
CAPITULO 18 ..................................................................................................................................................... 160 
CAPITULO 19 ..................................................................................................................................................... 168 
CAPITULO 20 ..................................................................................................................................................... 177 
CAPITULO 21 ..................................................................................................................................................... 185 
CAPITULO 22 ..................................................................................................................................................... 194 
CAPITULO 23 ..................................................................................................................................................... 203 
 
 
EPILOGO .............................................................................................................................................................. 211 
 
 
 
 
 
 
Esto es una traducción para fans de Mary 
Balogh sin ánimo de lucro solo por el placer de 
leer. Si algún día las editoriales deciden 
publicar algún libro nuevo de esta autora, 
cómpralo. He disfrutado mucho traduciendo 
este libro porque me gusta la autora y espero 
que lo disfruten también con todos los errores 
que puede que haya cometido 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPITULO 01 
 
 
 ¡Por fin en casa! 
 Bueno, en Inglaterra, al menos. Habían pasado veinte meses desde su última breve y 
desastrosa estancia aquí, después de la batalla de Waterloo, en 1815. Ahora estaba de vuelta. 
Pero cuando el Teniente Coronel Gilbert Bennington, Gil para sus amigos y conocidos, 
desembarcó del barco en Dover después de hacer la travesía nocturna desde Calais, sólo sintió 
cansancio, irritación y un fuerte presentimiento de que volver a casa no iba a traer consigo un 
final feliz. 
Hizo una mueca al ver un elegante carruaje de viaje, con crestas ducales blasonadas en sus 
puertas, parado en el muelle, ya que obviamente lo estaba esperando. O, más específicamente, 
Avery Archer, Duque de Netherby, uno de sus tres compañeros de viaje. Gil hubiera preferido 
contratar un carruaje para el viaje que le esperaba, pero podría haber adivinado que nada más que 
un opulento esplendor serviría a Su Gracia en su propia tierra natal. Y tenía que admitir, a 
regañadientes, que este transporte sería mucho mejor que un carruaje alquilado para uno de sus 
otros compañeros, Harry. Harry se veía gris de cansancio. 
Gil no tenía la intención de tener tres compañeros para el viaje. Recientemente había pasado 
un año en la isla de Santa Elena como parte de la guarnición que custodiaba a Napoleón 
Bonaparte durante su segundo exilio. Cuando regresó, en un barco con destino a Francia en lugar 
de Inglaterra por la sencilla razón de que era el primer barco que salía de la isla después de haber 
terminado su período de servicio, se había ido a París. Allí descubrió, por casualidad, que su 
viejo amigo y camarada el Mayor Harry Westcott, que creía que había muerto en Waterloo, 
estaba convaleciente en un centro para oficiales militares.Gil lo había visto por última vez 
después de la batalla, cuando sus heridas parecían mortales. Pero contra todo pronóstico, Harry 
había sobrevivido, apenas. Y después de más de un año y medio tenía ganas de volver a casa, 
aunque sus médicos le aconsejaron que no hiciera un viaje tan agotador. Todavía no estaba 
totalmente recuperado. 
Gil se había ofrecido a acompañarlo, y Harry había aprovechado la oportunidad. Había 
invitado a Gil a quedarse con él por un tiempo una vez que estuvieran de vuelta en casa, y Gil 
había aceptado. Quería estar en Inglaterra. Necesitaba estar allí. Pero era reacio a ir hasta su 
propia casa. Había cosas que debían hacerse primero. 
 Pero entonces, en el último momento, dos de los parientes de Harry llegaron a París con el 
propósito de llevarlo a casa ellos mismos. Y aunque Harry era un mero miembro ilegítimo de su 
familia, sus parientes eran hombres poderosos. Aristócratas. Eran Avery Archer, que una vez fue 
 
 
el guardián de Harry antes de que se descubriera la ilegitimidad y ahora era su cuñado; y 
Alexander Westcott, Conde de Riverdale, cabeza de familia y poseedor del título que una vez fue 
de Harry, también antes del descubrimiento de la ilegitimidad. 
Gil comprendió que era una familia un poco complicada. Harry nunca había hablado mucho 
de ello. 
Habían viajado juntos, los cuatro, aunque Gil había intentado retirarse. No se sentía cómodo 
en compañía de la aristocracia. A pesar de su alto rango militar, era en realidad un don nadie de 
ninguna parte y tan ilegítimo como Harry. Una rata de alcantarilla, si uno elige llamar a las cosas 
por su nombre. Pero Harry le había rogado que no cambiara de opinión, así que Gil había venido. 
Su amigo lo necesitaría después de que sus parientes lo llevaran a casa y volvieran con sus 
propias familias. 
 —Ah—, dijo ahora el Duque de Netherby, mirando su carruaje a través del monóculo que 
levantó a su ojo. —Una visión para los ojos cansados. ¿Cuánto apostaste, Harry, a que mi 
carruaje no estaría aquí? 
 —Absolutamente nada, si lo recuerdas—, dijo Harry. —Sería más de lo que vale la vida de 
tu cochero, o su sustento de todos modos, llegar tarde. 
 —Así es—, dijo Su Gracia con un suspiro. —Busquemos una posada cercana y disfrutemos 
de un buen desayuno inglés. Me atrevo a decir que también habrá un hueso carnoso en algún 
lugar de las instalaciones. 
 El hueso carnoso sería para el perro de Gil, un gran canino de raza indeterminada que lo 
había seguido desde Waterloo a Inglaterra a Santa Elena, a Francia, y ahora de vuelta a 
Inglaterra. Se quedó jadeando al lado de Gil, feliz, creía él, de tener sus patas en tierra firme otra 
vez. En pocos momentos estaba dentro del carruaje del Duque de Netherby con el resto de ellos, 
enrollada en los pies de Gil como una gran alfombra de piel de oveja y la mitad en las botas de 
Riverdale también. 
 El carruaje los transportó a una corta distancia a lo que Gil no dudó que era la mejor posada 
de Dover, donde tres de ellos tomaron un buen desayuno y Harry mordisqueó sin entusiasmo un 
trozo de tostada. Su Gracia pidió entonces pluma, tinta y papel y escribió una breve nota para 
informar a su duquesa de su seguro regreso a Inglaterra y del cambio de destino previsto. Sus 
parientes tenían la intención de llevar a Harry a Londres, donde le esperaban otros parientes, 
incluyendo su madre, la marquesa de Dorchester, y una de sus hermanas. Pero Harry había 
insistido en ir a Hinsford Manor en Hampshire, donde había crecido. Quería la tranquilidad del 
campo, le había explicado a Gil. Más aún, quería evitar ser molestado, y molestado sería si fuera 
a Londres. 
 Habiendo arreglado el envío de la nota, Su Gracia se unió a los otros tres en su carruaje y 
procedió hacia el norte sin más demora. Ciertamente era un carruaje cómodo, Gil concedió. 
También atraía la atención de todos los que pasaban. 
 
 
 Harry, en el asiento de enfrente, junto a Riverdale, estaba aún más pálido que de costumbre, 
si eso era posible, y delgado casi hasta el punto de la demacración. Su buena apariencia y su 
encanto siempre alegre y enérgico lo habían abandonado. Tenía veintiséis años, ocho menos que 
Gil. Al parecer, durante los seis meses siguientes a Waterloo, los médicos del ejército esperaban 
diariamente su muerte. Lo habían llevado a París después del primer mes, ninguna de las 
autoridades militares parecía conocer por qué no de vuelta a Inglaterra. Incluso después de los 
seis meses fue asaltado por una infección y fiebre tras otra, sólo para tener que enfrentarse a una 
dolorosa y peligrosa cirugía hace cinco meses para extraer una bala incrustada, que sus cirujanos 
juzgaron que se había acercado más a su corazón. Habían advertido que si se la quitaban, muy 
posiblemente lo mataría. No hacerlo ciertamente lo haría. Había sobrevivido a la terriblemente 
dolorosa prueba, pero las nuevas infecciones y fiebres casi lo mataron de todos modos. 
 Gil esperaba que el calvario de su viaje no lograra lo que todas las fiebres e infecciones 
habían sido incapaces de hacer. Esperaba que Harry sobreviviera al viaje, que Gil había alentado 
y organizado. 
 —Debes estar feliz de estar de vuelta en Inglaterra, Harry—, dijo Riverdale. —Aunque es 
una pena que te den la típica bienvenida inglesa—. Hizo un gesto hacia la ventana. Las nubes 
pesadas se cernían sobre un paisaje que estaba siendo azotado por un viento del oeste y asaltado 
por una fuerte lluvia. 
 —Es una buena sensación—, dijo Harry, mirando la escena. —Pero he estado pensando y 
preguntándome. Supongo que es muy posible que me caiga encima no solo la lluvia durante la 
semana que viene. ¿Crees que hay alguna posibilidad de que la familia venga de visita ya que no 
voy a Londres a visitarlos? 
 —Ciertamente no apostaría en contra—, dijo Alexander. —Todos han estado esperando 
ansiosamente tu llegada a Londres. Dudo que tu elección de ir a Hinsford los disuada. Después 
de todo, no está muy lejos de Londres. 
 — ¡Demonios!— Harry murmuró, cerrando los ojos y poniendo su cabeza contra los 
mullidos cojines. 
 —Supongo—, añadió Riverdale, —que has elegido ir directamente a Hinsford, al menos en 
parte, para evitar la conmoción que te esperaba en la ciudad. 
 —Sí, al menos en parte—, admitió Harry, y luego se rió inesperadamente sin abrir los ojos. 
—Debería haberlo sabido. Y si lo hubiera sabido, me habría sentido obligado a advertirte, Gil. 
Posiblemente no haya otra familia en la tierra que se reúna en torno a sus miembros como lo 
hacen los Westcott, y eso incluye a los que están casados con Archer y Cunningham y Handrich 
y Lamarr y... ¿Me he perdido a alguien? Una vez que se es Westcott, siempre se es Westcott, 
parece. Incluso si uno es un bastardo. 
 —Sabes que es una palabra que nunca usamos en la familia, Harry—, dijo Riverdale. —
Piensa en tus hermanas cuando la uses, por favor, aunque no sea por tú mismo. 
 
 
Gil, sin mostrar ningún signo externo, deseaba como el infierno que Harry hubiera pensado 
en advertirle que su querida familia probablemente descendería sobre él en masa aunque 
Hinsford estuviera a cierta distancia de Londres. La mayoría de ellos se reunirían en Londres 
ahora para la sesión de primavera del Parlamento y el torbellino social de la temporada. Podría 
haberlo adivinado, por supuesto, cuando estos dos hombres aparecieron inesperadamente en 
París como emisarios de la familia. Pero ni siquiera se le ocurrió entonces que el resto de ellos 
viajaría al campo para ver a Harry cuando llegara a casa. 
Después de todo, ninguna familia se había unido a él, ni por parte de su madre, -la habían 
rechazado, para nunca ceder, después de que ella lo concibiera-, ni por parte de su padre. Lo 
máximo que su padre había hecho por él fue comprar su comisión de alférez en un regimiento de 
infantería después de que le llegara la noticia de la muerte de la madre de Gil. Gil era en ese 
momento un sargento de un regimiento británicoen la India. Más tarde había comprado un 
puesto de teniente para su hijo también, pero Gil le había escrito en esa ocasión, y no para darle 
las gracias. ¿Por qué iba a agradecer a un padre que había ignorado su propia existencia durante 
más de veinte años, sólo para descender aparentemente de la nada con un regalo que su hijo no 
había querido ni pedido? Gil había escrito para informarle que no necesitaba más patrocinio y 
que lo rechazaría si se le ofrecía. Para entonces, Gil deseaba de todo corazón seguir siendo 
sargento. Era más feliz con los de su propia especie. 
Él y Harry habían luchado juntos en la Península y en Toulouse y Waterloo. Habían sido 
amigos desde el principio, quizás porque tenían una cosa en común aparte de su regimiento y sus 
experiencias militares: ambos eran bastardos, sí, siempre era bueno llamar a las cosas por su 
nombre en un ejército de caballeros. En las filas de oficiales del ejército, eso eran. El trabajo 
duro y la destreza, el talento y la dedicación a los hombres y a la misión, contaban mucho menos 
que el nacimiento y la fortuna en las tiendas y en los comedores de los oficiales. Oh, Gil y Harry 
nunca habían sido condenados al ostracismo, era cierto, pero siempre se les había hecho sentir de 
forma sutil y a veces no tan sutil como para que se sintieran como forasteros. Que no pertenecían 
del todo al grupo. Que eran un poco vergonzosos. Ocasionalmente más que un poco. 
Miró por la ventana de su lado del carruaje hacia el sombrío paisaje, aunque sólo las densas 
nubes y la lluvia causaban la penumbra. Era Inglaterra, y sintió una oleada de afecto por su tierra 
natal, aunque no había muchos recuerdos felices asociados a ella. 
 Tenía una casa propia aquí, Rose Cottage en Gloucestershire, comprada durante los años de 
la India, cuando había adquirido lo que le parecía - todavía le parecía - una fabulosa fortuna en 
premios. Había invertido lo que quedaba de ella después de la compra, contratando los servicios 
de un agente en Londres en el que había sido persuadido a confiar, felizmente como resultó ser. 
Podría haber vivido como un caballero desde ese momento si hubiera elegido dejar el ejército. 
Sin embargo, no lo hizo. Ni tampoco lo ha hecho desde entonces. El ejército era todo lo que 
había conocido desde que dejó su casa a los catorce años, bajo el cuidado indolente de un 
sargento reclutador y, en general, había sido bueno para él. La vida le había sentado bien. 
 Sin embargo, se había ido a casa después de la batalla de Toulouse en 1814, llevándose a su 
esposa embarazada. La había llevado a Rose Cottage, mucho más grande que una casa de campo 
a pesar de su nombre. Y toda suya. Su ancla en este mundo. El lugar donde echaría raíces. El 
lugar donde criaría a su familia. El hogar. El sueño de la felicidad se hizo aún más realidad 
 
 
cuando nació Katy, Catherine Mary Bennington. Ah, ese día dolorosamente feliz después de 
horas de dolor para Caroline y ansiedad para él. Ese bebé de pelo oscuro. Ese pequeño y cálido 
bulto de humanidad que chillaba. 
Su hija. 
 Fue un breve intervalo en su vida casi demasiado doloroso para recordarlo. Por lo tanto, 
rara vez lo hacía. Pero algunos recuerdos eran más profundos que el pensamiento consciente. 
Estaban ahí siempre, como un peso de plomo, o como una herida abierta que no lo mataría del 
todo pero que tampoco se curaría nunca. 
Felices para siempre había comenzado a desaparecer cuando Caroline, una vez terminado su 
confinamiento, se había vuelto más inquieta que de costumbre y se molestaba por el tamaño 
inferior de la casa y la monotonía del pueblo en el que se encontraba, y la naturaleza insípida de 
su vida social allí. Se había deslizado aún poco más después del tres meses del nacimiento de 
Katy cuando Gil fue llamado a su regimiento después de que Napoleón Bonaparte escapara de su 
primer exilio, en la isla de Elba, y regresara a Francia para reunir otro vasto ejército a su 
alrededor. 
 Caroline también quería ir, dejando al bebé con su madre. Se había negado. Seguir al 
ejército no era vida para una dama, aunque Caroline lo había hecho durante unos meses antes de 
casarse con ella cuando su madre la trajo a la Península después de que terminara la escuela de 
dama. Y un bebé necesitaba a su madre y un hogar y el apoyo financiero de su padre y la 
promesa de su regreso tan pronto como pudiera. Un bebé realmente necesitaba ambos padres, 
pero la vida no siempre podía ser ideal. Había intentado que fuera lo más segura y cómoda 
posible dadas las circunstancias. 
Cuando volvió a casa después de Waterloo, alarmado por las cartas cada vez más rebeldes 
de su infeliz esposa, ella se había ido. También su hija. Y su niñera. Pero nadie, ni sus sirvientes 
ni sus vecinos, sabían adónde habían ido ni cuándo volverían. No había visto a ninguno de ellos 
desde entonces, aunque sabía que Katy estaba en Essex, viviendo con sus abuelos, el General Sir 
Edward y Lady Pascoe, quienes, sin que él lo supiera, se la habían llevado antes de Waterloo, 
poco después de su propia partida a Bélgica. Lady Pascoe se negó a dejar que la viera, sin 
embargo, cuando él fue a su casa, frenético por las noticias. Caroline, según descubrió más tarde, 
había ido a una fiesta en una casa por invitación de viejos amigos y de ahí a otra fiesta y otra. Gil 
no pudo continuar su búsqueda para recuperar a su hija ni ir en busca de su esposa descarriada 
antes de ser enviado abruptamente e inesperadamente a Santa Elena. Sin duda gracias al General 
Pascoe. 
 Katy todavía estaba con sus abuelos. Caroline estaba muerta. La noticia de su muerte le 
llegó en Santa Elena. 
 Ahora, más de un año después, la situación se había vuelto más tensa. El General Pascoe 
estaba de vuelta en casa, y él y su esposa estaban decididos a mantener la custodia de Katy. 
Habían contratado a un abogado que quería ver que todo el asunto se resolviera bien y de manera 
legal a su favor. Tenían dos cartas furiosas y amenazantes que él había escrito desde Santa Elena 
para usarlas en su contra, además del relato de Lady Pascoe sobre las frenéticas y exigentes 
 
 
visitas que había hecho a la casa del general y las mentiras que Caroline había dicho cuando 
llevó a su hija a su madre. Se le haría parecer un hombre violento y descontrolado y un padre no 
apto. 
 El primer instinto de Gil al dejar Santa Elena había sido regresar tan pronto como pudiera a 
Inglaterra, donde se enfurecería con sus suegros hasta que entregaran a su hija a su cuidado y 
pudiera llevarla de vuelta a casa, donde pertenecía. Sin embargo, una fría sabiduría había 
prevalecido, y había contratado su propio abogado, un hombre recomendado por su agente como 
el mejor de su clase en Londres. Y Grimes, de la firma de abogados Grimes, Hanson y Digby, 
había insistido en un carta su abogado que había escrito después de la firma del contrato, que el 
Teniente Coronel Bennington dejara el asunto de la custodia de su hija completamente en sus 
manos y que él mismo no hiciera absolutamente nada. 
No hacer nada era lo más difícil que Gil había tenido que hacer en su vida. Para un abogado, 
incluso este, el mejor de su clase en Londres, podría no ser suficiente. El general tenía un poder 
y una influencia considerables. También lo tenía Lady Pascoe. Era la hermana de un barón que 
ocupaba una posición prominente en el gobierno. Ambos se oponían vehementemente a que su 
hija se casara con el hijo bastardo de la hija de un herrero, aunque fuera un oficial de alto rango. 
Sin duda habrían retenido su consentimiento si Caroline no hubiera estado embarazada ya. Ese 
hecho había provocado su consentimiento con los labios apretados, pero no habían hecho nada 
para ganarse su simpatía. También era un hecho que lo había avergonzado profundamente. 
Después de convertirse en oficial, se había esforzado por comportarse como un caballero aunque 
nunca pudiera serlo. 
 La oferta de Gil de acompañar a Harry a su casay su acuerdo de permanecer con él por un 
tiempo se había hecho, al menos en parte, por razones egoístas, entonces. Lo llevaría de vuelta a 
Inglaterra, no muy lejos de Londres, donde podría consultar más fácilmente a su agente y al 
abogado que no quería ser consultado o presionado. Estar de vuelta en Inglaterra le daría un 
sentido de propósito, de no hacer simplemente nada. Pero la oferta también se había hecho por 
una genuina amistad y preocupación, ya que su amigo no podía viajar solo o estar solo a pesar de 
lo que pudiera pensar. Sin embargo, no iría a Londres, donde su madre vivía durante los meses 
de primavera. 
 La llegada de Netherby y Riverdale a París había parecido una molestia relativamente 
menor en ese momento. Ambos habían tratado a Gil con discreto respeto, pero él había asumido 
que volverían con sus familias y sus deberes parlamentarios en Londres tan pronto como 
pudieran después de llevar a Harry a casa. Ahora parecía que había asumido erróneamente. 
Parecía muy probable que toda la familia Westcott llegara a Hinsford a los pocos días de su 
llegada y se quedaran por quién sabe cuánto tiempo. ¿Cuántos de ellos estaban allí, por el amor 
de Dios? 
Era una perspectiva desalentadora y una que bien podría obligarlo a cambiar de planes. De 
hecho, seguramente los habría cambiado en Dover si esta conversación se hubiera se hubiera 
mantenido durante el desayuno. Pero ahora estaba atascado, al menos temporalmente. No tenía 
un carruaje propio ni un caballo con el que salir de Hinsford. 
 
 
 —Está dormido—, dijo el Conde de Riverdale desde el asiento de enfrente, su voz poco 
más que un murmullo. —Está mucho más débil de lo que esperaba que estuviera después de casi 
dos años. 
 —Se recuperará—, dijo Netherby, con la misma tranquilidad. —Si ha sido demasiado terco 
para morir hasta ahora, no lo hará ahora. 
 — ¿Cuál es su opinión, Teniente Coronel?— Riverdale preguntó. 
 —Creo—, dijo Gil, mirando a su amigo, cuya barbilla se había hundido en su pecho, —que 
si Bonaparte escapara de nuevo hoy y reuniera otro ejército para liderar contra los aliados, el 
mayor Harry Westcott se ofrecería voluntario para liderar la primera carga. 
 — ¿Tú no?—, preguntó el Duque de Netherby. —Se ha susurrado, Bennington, que una 
vez dirigiste una misión suicida y fuiste ascendido de capitán a mayor como resultado. 
 Gil frunció el ceño. Nunca se sintió cómodo discutiendo sus hazañas de guerra. Había miles 
de hombres, muchos de ellos muertos, tan valientes como él. —Tenía hombres a mis espaldas 
que no me habrían permitido retirarme aunque lo hubiera deseado—, dijo. —No fue el logro de 
un solo individuo, sino de un gran grupo. La mayoría de las acciones militares son así, incluso si 
sólo un hombre es elegido después para recibir elogios y honores. Harry fue uno de los mejores. 
Si alguna vez había peligro para sus hombres, él estaba allí para guiarlos. Parece débil ahora, 
pero tiene un espíritu feroz. Puede que esté dormido, pero no está muerto, se lo aseguro. Se 
recuperará completamente. 
 —O morirá en el intento—, dijo el duque. 
 Gil le miró a los ojos, agudo bajo los párpados entrecerrados, y se sorprendió por el destello 
de humor de un hombre que era un aristócrata aparentemente aburrido, desde su pelo rubio y 
bien peinado hasta su ropa a la moda e inmaculada, desde sus manos bien cuidadas y curtidas 
hasta las puntas de sus flexibles y muy pulidas botas. Un hombre un poco peligroso también, 
sospechaba Gil. 
 
 
 
 
CAPITULO 02 
 
 
 Anna, Duquesa de Netherby, recibió la nota de su marido, Avery, el mismo día que fue 
enviada desde Dover. Fue inmediatamente con Jessica, la hermanastra de Avery, para compartir 
la noticia con la familia inmediata de Harry. Uno de ellos era Viola, la madre de Harry, cuyo 
matrimonio con su padre, el difunto Conde de Riverdale, había sido declarado inválido cuando se 
descubrió después de su muerte que había tenido una primera esposa secreta que aún vivía 
cuando se casó con ella. Viola estaba ahora casada con el Marqués de Dorchester. Su hija menor, 
Abigail, la hermana de Harry, vivía con ellos. Como Harry, Abigail era ahora oficialmente 
ilegítima. Anna pudo informar a ambas damas que los viajeros estaban de vuelta en Inglaterra 
pero de camino a Hinsford en lugar de Londres. Estaba encantada de poder asegurarles también 
que Harry estaba aguantando bien la prueba. 
Jessica bailó Abigail en un círculo completo, observando mientras lo hacía que 
probablemente estaba muy por debajo de su dignidad de veintitrés años reaccionar así ante la 
noticia de que Harry estaba en casa, y era bueno que su madre no estuviera allí para verla. O 
Avery con su monóculo, añadió con un escalofrío teatral y una risa. Anna y Jessica salieron 
media hora después para llevar la noticia a Wren, condesa de Riverdale, la esposa de Alexander. 
La madre de Jessica, mientras tanto -Luisa, Duquesa Viuda de Netherby, ex Westcott, 
hermana de Humphrey, el difunto conde -le dio la noticia primero a su madre, Eugenia, y a su 
hermana mayor, Matilda, y luego a su hermana menor, casada, Mildred, y a su marido, Thomas. 
 Abigail escribió a su hermana, Camille Cunningham, que vivía con su marido e hijos en 
Bath, y la esposa de Alexander, Wren, escribió a su suegra, Althea, y a su cuñada Elizabeth. 
Ambas estaban en el campo en Roxingley Park, donde Elizabeth, Lady Hodges, se estaba 
recuperando de un reciente alumbramiento de su segundo hijo, una hija esta vez. 
 Antes de que anocheciera, todos en la familia sabían, o estaban a punto de saber, la buena 
nueva de que Harry estaba por fin en casa en Inglaterra. 
 Ahora, sólo veinticuatro horas más tarde, Abigail estaba sentada en el carruaje de viaje del 
Marqués de Dorchester junto a su hermanastra, Estelle. Su madre se había casado con el 
marqués, Marcel Lamarr, hace casi cuatro años, y sus hijos, los gemelos Estelle y Bertrand, se 
habían convertido rápidamente en amigos de Abigail. Marcel, así llamaba al marido de su madre 
por su nombre de pila, a petición suya, estaba ahora sentado junto a su madre y frente a la propia 
Abigail en el carruaje. Bertrand cabalgaba un poco más adelante. La conversación no era muy 
intensa dentro del carruaje. El alegre alivio de ayer había dado paso inevitablemente a la 
ansiedad de hoy. ¿Había sido Harry lo suficientemente fuerte para el viaje a pesar de lo que 
 
 
Avery había escrito en su nota a Anna? ¿Por qué seguía tan débil incluso después de todo este 
tiempo? ¿Su llegada para verlo ayudaría o dificultaría su recuperación? ¿Pero cómo podían 
mantenerse alejados? ¿Y cómo se esperaba que Avery y Alexander lo dejaran solo, con sólo 
sirvientes para cuidarlo? 
 Abigail era consciente de que Marcel apretaba la mano de su madre de vez en cuando. 
Estelle parecía sentir que la charla no sería bienvenida y miraba tranquilamente el paisaje pasar 
por la ventana. Abigail, agradecida por el tacto de su hermanastra, hizo lo mismo. Al menos 
Harry estaba en casa y a salvo de tener que enfrentarse de nuevo a los peligros de la guerra. 
 Habían pasado casi dos años desde Waterloo. Dos años. Pero seguía vivo, incluso después 
de esa espantosa cirugía. Y de vuelta a casa. Era preocupante que hubiera elegido volver a 
Hinsford Manor en lugar de a Londres, donde habría tenido acceso a cualquier número de 
médicos. Pero Abigail podía entender por qué iba a Hinsford. Era su hogar. Era donde habían 
crecido. Habían sido felices allí, sin nubes en el cielo, sin tormentas en el horizonte. No había 
premonición de la catástrofe que les esperaba: el descubrimiento de que eran ilegítimos porque 
su padre ya estaba casado con otra persona cuando se casó con su madre. 
Todavía seguía siendo su hogar, incluso en estos años posteriores a la catástrofe. Y Harry 
había elegido ir allí. Probablemente, pensó Abigail, haciendo una pequeña mueca, porque quería 
paz y tranquilidad mientras cada parte de él se curaba, cuerpo,mente y espíritu. Pobre Harry. 
Probablemente no sospechaba lo que estaba a punto de caer sobre él. O tal vez lo hacía. Porque 
los Westcott no hacían nada tan bien como reunirse. Si había un susurro de problemas para 
alguno de ellos o alguna anticipación de algo que celebrar, la familia se reunía para apoyar y 
planear. 
Si Harry había olvidado ese hecho, aunque ¿cómo podría?, entonces se encontraría con una 
fuerte conmoción. Por supuesto, la familia había llegado en masa anoche a la casa de Marcel en 
Londres. Pero no había sido suficiente simplemente regocijarse por el regreso de Harry y la 
inminente llegada a Londres de Avery y Alexander. Oh no, por cierto. Deberían ver a Harry en 
persona y darle la bienvenido a casa, y debía ser cuidado, velado y mimado. 
 Las tías habían pasado media hora meditando juntas, tratando de pensar en una enfermera 
adecuada para contratar, preferiblemente un hombre, o tal vez un hombre y una mujer, pero en 
cualquier caso alguien que estuviera dispuesto a vivir por un tiempo indefinido en Hinsford, 
preocupándose por Harry para que volviera a tener una salud plena y robusta. No habían usado la 
palabra “preocuparse”, por supuesto. 
 Si hubiera habido una pizca de sentido común entre todos ellos, pensó Abigail, seguramente 
se le habría ocurrido a alguien que la mejor manera de recibir a Harry en casa y asegurarse de 
que se recuperara completamente era escribirle cartas y mantenerse alejado de él, al menos hasta 
que indicara que estaba listo para recibir visitas. Su madre y Abigail y Camille eran quizás 
excepciones, aunque quizá ni siquiera ellas. Tal vez Harry quería estar completamente solo. 
 —Ya no falta mucho—, dijo su madre desde el asiento de enfrente, sonriéndole. —A veces 
un viaje parece interminable, ¿no es así? Espero que la Sra. Sullivan haya contratado ayuda 
extra, como le dije que hiciera. 
 
 
 La Sra. Sullivan había sido el ama de llaves en Hinsford desde que Abigail podía recordar. 
 —Estoy seguro de que lo ha hecho, Viola—, dijo Marcel, apretando su mano de nuevo. —
Me atrevo a decir que está tan ansiosa por recibir a Harry en casa y asfixiarlo con cuidados 
amorosos como tú. 
—Asfixiar—, dijo con el ceño fruncido. —Espero que ninguno de nosotros lo haga. Aunque 
será difícil no hacerlo, supongo. Al menos no está completamente solo. Avery le dijo a Anna en 
su carta que él y Alexander se quedarían en Hinsford hasta que Harry se instale adecuadamente. 
Y no puedo imaginarme a ninguno de los dos asfixiando a nadie con amor. 
 Toda la familia, excepto Elizabeth y su marido, Colin, y la madre de Elizabeth, Althea, iban 
de camino a Hinsford o se preparaban para ir, y mamá había enviado una carta urgente para 
avisar a la Sra. Sullivan. 
 Pobre Harry. 
Pero Abigail anhelaba verlo. Y ella anhelaba... oh, también anhelaba volver a casa. En 
Hinsford. Ella y su madre habían vivido allí por un tiempo después del matrimonio de Camille y 
antes de que mamá se casara con Marcel y las dos se habían mudado a Redcliffe. Abigail no 
había sido infeliz durante los últimos tres años y medio en Redcliffe. Pero... bueno, nunca se 
había sentido como en casa, por lo que ella tenía toda la culpa. Ciertamente se había sentido 
bienvenida allí. 
 Y de repente estaba en casa. El carruaje estaba girando en el camino que lleva a Hinsford 
Manor. 
 —Aquí estamos—, dijo su madre, inclinada hacia adelante en su asiento y mirando con 
entusiasmo por la ventana, como si esperara ver a Harry bajando por el camino para encontrarse 
con ellos. —Oh, espero que el viaje desde París no haya sido demasiado para él. Debería haber 
ido yo misma. No debería haber escuchado a todos. Debería haber tenido a su madre con él 
durante tal calvario. 
 —Lo habría odiado—, dijo Marcel con firmeza. — Habría sido humillante para él tener a 
su madre rondando sobre él cada metro del viaje. 
 Ella lo miró con exasperada. —A veces, Marcel—, dijo bruscamente, —Te odio. 
Especialmente cuando tienes razón y yo estoy equivocada. 
 Le sonrió. 
Abigail, viajando de espaldas a los caballos, se volvió para mirar detrás de ella hacia la casa. 
Los habían visto. Podía ver a Alexander y Avery en la terraza, y a un hombre alto, delgado y de 
aspecto frágil en lo alto de la escalera justo fuera de la puerta principal, con la mano en la 
barandilla. 
 —Oh, Dios mío—, dijo su madre. —Harry. 
 
 
 Y luego hubo todo el ajetreo de su llegada y descenso del carruaje. Hubo abrazos y 
apretones de manos y preguntas y el ladrido de un perro desde la dirección de los establos y el 
sonido de un hacha cortando leña y Harry permaneciendo en lo alto de los escalones, mirándolos, 
sin sonreír ni fruncir el ceño. Abigail se preguntó tontamente si lo habría reconocido si hubiera 
pasado junto a él en una calle concurrida de Londres. 
 Fue la primera en subir los escalones para tocarle el brazo -tenía miedo de abrazarlo-y 
mirarle fijamente a la cara. 
 —Harry—, dijo. —Bienvenido a casa. 
—Abby—, dijo, una sonrisa flotando en sus labios antes de que ella cediera el paso a su 
madre, quien no mostró ninguna de las dudas de Abigail en tomarlo en sus brazos y estallar en 
lágrimas. 
 De repente Abigail se dio cuenta de que no podía quedarse a mirar. Tampoco podía pasar al 
lado de su hermano para entrar en la casa, donde todos la seguirían en minutos, continuando la 
agitación y la brillante alegría de su llegada. Necesitaba un poco de aire antes de desmayarse. 
Bajó de la terraza, despidió a Marcel, que la miraba con preocupación, y se volvió hacia los 
establos. 
 Sólo necesitaba caminar un minuto o dos para despejar su cabeza, se dijo a sí misma 
mientras se apresuraba y se daba el valor de mirar a Harry de nuevo sin disolverse en lágrimas 
como su madre acababa de hacer, o, peor, desmayarse. El carruaje se había alejado a la cochera 
al otro lado de los establos. El perro que había oído antes estaba allí también, objetando en voz 
alta su llegada o quizás dándole la bienvenida. El sonido del hacha se hizo más fuerte. 
Y luego vio al hombre, mozo o jardinero que la estaba usando. Estaba al lado del bloque del 
establo, encaraba una gran pila de troncos, que estaba reduciendo a trozos de leña en un bloque 
de cortar. Había una gran pila de madera, bien apilada, a su lado. Pero no fue la madera lo que 
llamó su atención y la detuvo en su camino. 
 Era el hombre. 
Estaba desnudo por encima de la cintura. Por debajo de la cintura, sus pantalones, más como 
una segunda piel que una prenda, abrazaban caderas estrechas y piernas largas y poderosamente 
musculosas. Las botas de cuero, viejas y rayadas, parecían estar moldeadas a sus pantorrillas. 
Los músculos se ondulaban en sus brazos y hombros y a lo largo de su espalda mientras 
empuñaba el hacha. Su pelo oscuro se rizaba húmedo en la nuca. 
Abigail tragó y habría seguido adelante, sin ser vista pero horriblemente avergonzada, si un 
enorme monstruo peludo, que no identificó inmediatamente como un perro, no hubiera surgido 
de repente de detrás de los establos y hubiera corrido directamente hacia ella, ladrando 
ferozmente. No gritó. Pero permaneció anclada en el lugar mientras levantaba los brazos 
protectoramente ante su rostro y gimoteo o se lamentó o suplico misericordia, la verdad es que 
cuando miró hacia atrás más tarde, no pudo recordar exactamente qué sonidos había hecho, si es 
 
 
que los había hecho. Algo humillantemente abyecto, sin duda. Pero justo cuando esperaba que el 
animal saltara a su garganta, una voz profunda emitió una orden. 
 — ¡Bella, siéntate! 
Bella se sentó tan abruptamente que Abigail dejó caer sus brazos sorprendida. Ahora podía 
ver que el animal era en realidad un perro, un enorme bulto de criatura con un pelaje blanco 
grisáceo peludo que colgaba sobre sus ojos y boca, casi ocultándolos. Sus patas delanteras eran 
largas, su grupa ancha y algo torcida. Se sentó con las orejas mayormente erguidas, una de las 
cuales se caía en lapunta; una lengua rosa jadeante y una cola que golpeaba el suelo. Abigail no 
se atrevió a moverse, para que no se olvidara la orden de sentarse en el afán del perro por atacar. 
 —No te hará daño—, dijo el hombre, leyendo sus pensamientos o quizás la rigidez de su 
cuerpo. — Considera a cada extraño como un posible nuevo amigo. 
Abigail cambió su atención del perro al hombre sin mover la cabeza. Él se había enderezado 
y girado para mirarla, revelándose alto y de complexión fuerte, los músculos de su pecho y 
abdomen, que podía ver casi hasta su ombligo, bien definidos. Sus ojos eran tan oscuros como su 
pelo, un mechón del cual colgaba sobre su frente. Sus rasgos eran angulosos y ásperos, su 
expresión imponente. Tanto su cara como su cuerpo estaban muy marcados. De hecho, una 
cicatriz recorría una mejilla, el mentón y parte del cuello antes de atravesar todo el ancho del 
hombro. Se comportó de una manera muy recta. Sus grandes manos se agarraban al mango del 
hacha, que sostenía en un ángulo a lo largo de su cuerpo. Estaba reluciente de sudor. 
 Parecía un hombre terriblemente peligroso. Primitivo. Magnífico. Era todo masculinidad 
brutal. Abigail sintió que se estremecía por dentro. 
 Él la miró audazmente, sus ojos se movieron sobre ella francamente, como supuso que los 
suyos se habían movido sobre él. Y el terror dio lugar a la vergüenza, ¿realmente había llorado o 
gimoteado y levantado los brazos para proteger su cara? ¿Y se había dado cuenta? ¿Pero cómo 
no lo había notado? ¿Se estaba riendo interiormente de ella? O peor aún, ¿sentía un desprecio 
burlón por su terror a un perro aparentemente amistoso? La vergüenza se convirtió en 
indignación, por su casi desnudez y su audacia. 
 — ¿Le dieron permiso para quitarse el abrigo y la camisa?— le preguntó. Demasiado tarde 
escuchó el fastidio en su voz. 
Arqueó una ceja. 
 —Estás a la vista de cualquiera que camine incluso a unos pasos de la casa—, dijo. —Es 
bastante indecoroso. Quizá no le hayan informado de que el mayor Westcott tiene visitas y 
espera más. Incluyendo a damas. Informaré y me ocuparé de que tenga unas palabras con su 
supervisor. 
Tarde se le ocurrió que debería haber tenido esa palabra con Harry sin regañar al hombre 
mismo. Ella no solía encargarse de regañar a los sirvientes. Pero se sentía irritada y con las 
mejillas calientes, y él seguía ahí mirándola fijamente. 
 
 
—Bella—, dijo, —talón. 
El perro, sin haberse movido del lugar donde se había sentado cuando se le ordenó, había 
comenzado sin embargo a intentar, sin éxito, estirar su cuello lo suficiente como para lamer su 
mano. Se levantó de inmediato, trotó con paso desgarbado hacia el hombre, con la cola 
moviéndose, las orejas caídas, y se paró junto a él, contra el costado de su pierna. Quitó una 
mano del mango del hacha para acariciar su cabeza y rascarla detrás de una oreja mientras el 
perro lo miraba con una mirada tonta de adoración en su cara. Mientras tanto el hombre no le 
quitó los ojos a Abigail. 
 Hombre insolente, pensó, y se detuvo de decirlo en voz alta. Debía ser una nueva 
incorporación al personal. No había sido empleado allí cuando ella se fue con su madre. Tal vez 
era un soldado que fue dado de baja después de que las guerras terminaran hace dos años. Sus 
cicatrices ciertamente confirmarían esa teoría. Y parecía salvaje. Casi podía imaginarlo cortando 
y abriéndose camino a través de las líneas enemigas con ese hacha, la sed de sangre que había en 
él. Era un pensamiento que no deseaba seguir. 
 — ¿Bella?— dijo, mirando al perro. 
 —Ironía—, dijo el hombre. 
 Se sorprendió de que él supiera el significado de la palabra. Pero era el perro más feo, con 
un nombre menos adecuado, que nunca había visto. 
Se dio la vuelta sin decir una palabra y volvió a la casa. Al menos el incidente le había 
hecho olvidar la conmoción que había sentido al ver a Harry por primera vez. Por un breve 
momento en el carruaje se preguntó quién era ese frágil anciano en lo alto de las escaleras. 
 Desde la dirección de los establos se reanudó el sonido del hacha que empuñaba. 
 
****** 
 
Gil siempre había encontrado que cortar leña era una forma agradable de ejercicio. Nunca lo 
había considerado una tarea. También era una forma productiva de eliminar las frustraciones, las 
irritaciones y la ira. La pila de madera cortada y la pila de leña crecieron en proporción directa a 
la disminución de la pila de troncos. El hacha se sentía bien equilibrada en sus manos, y tenía un 
buen y fino filo, uno que él mismo había hecho ante las protestas horrorizadas del mozo de 
cuadra de Harry. El hombre se había puesto aún más nervioso cuando se dio cuenta de que el 
Teniente Coronel Bennington tenía la intención de cortar la madera apilada a un lado del bloque 
del establo. 
 Así que la predicción de Harry de que su familia descendería sobre él aquí había resultado 
ser acertada. Gil había oído y visto el elegante carruaje de viaje que había llegado hacía unos 
diez minutos. Asumió que esa mujer era un miembro de la familia. También asumió que no había 
 
 
venido sola. Y había dicho que más parientes estaban en camino. No era una perspectiva 
cómoda. Ya había sido bastante malo descubrir ayer que Hinsford Manor era un lugar más 
grande de lo que él esperaba. Había sido peor darse cuenta esta mañana de que Netherby y 
Riverdale no tenían prisa por volver con sus propias familias en Londres. Pero ahora esto. 
Esa mujer. 
 Tenía toda una delicada belleza femenina y un terror sutil ante un perro desgarbado como 
Bella. Ninguna criatura del mundo canino había estado nunca más lejos de la ferocidad que la 
que ahora se extendía a su lado a una distancia segura de la hoja centelleante, durmiendo porque 
por el momento no había ningún juego en marcha y ninguna posibilidad de que le despeinaran o 
le rascaran la oreja. 
Ella, es decir, la mujer, había sido la personificación del terror durante unos segundos, 
encogiéndose, gimiendo y suplicando piedad. Y luego lo miró como si nunca antes hubiera visto 
a un hombre semidesnudo, como tal vez no lo había hecho, y se había convertido en una 
aristócrata de alto nivel. Lo había confundido con un sirviente. Le preguntó si le habían dado 
permiso para quitarse la camisa y le advirtió que lo denunciaría a Harry. Pero si ella pensaba que 
era un sirviente, ¿qué demonios había estado haciendo mirándolo bien antes de informarle que 
era indecoroso que apareciera así ante ella? 
 Probablemente se habría desmayado si él hubiera dado un solo paso hacia ella. 
¿Qué miembro de la familia de Harry era ella? No sabía mucho sobre ellos, excepto que 
Harry había sido brevemente el Conde de Riverdale, cabeza de la familia Westcott, y que todos 
se habían quedado con él, su madre y sus hermanas después de que se descubriera que el 
matrimonio del viejo conde con la madre era bígamo. La historia había hecho a Gil bastante feliz 
de que nunca había tenido familia. 
¿Era la altiva y marchita belleza una de las hermanas? Gil no sentía nada más que irritación 
y desprecio por ella, quienquiera que fuera. Aunque quizás estaba siendo un poco injusto. En 
realidad, no había ningún “quizás”. Después de todo, no había tenido forma de saber lo blanda 
que era Bella y el tamaño del perro podía ser intimidante para los extraños. Y tal vez ella no 
había visto a un hombre sin su camisa antes. Muchas damas, como sabía por experiencia, eran 
criadas casi en aislamiento, con muy poca exposición a las realidades del mundo. No podía, por 
su vida, entender el razonamiento detrás de esto, pero ahí estaba. 
 Quizás debería haber desengañado a la mujer de su suposición de que era un sirviente. Al 
menos debería haber dejado el hacha y haberse puesto la camisa y hacerse ver mínimamente 
decente. ¿Fue pura perversidad que no hiciera ninguna de las dos cosas? 
 No le gustaban las mujeres. 
 El hecho no le excusaba de la grosería. 
También lo hizo parecer malhumorado.Lo que le gustaría hacer ahora, pensó Gil, bajando el hacha y apoyándose en el mango, era 
tomar prestado uno de los caballos de los establos y cabalgar a algún lugar, para no volver nunca. 
Pero no podía hacer eso, ¿verdad? ¿Adónde iría? De todos modos, acababa de enviar una carta a 
su abogado para informarle dónde podría encontrarle durante en los próximos días. Además, 
Harry lo necesitaba aquí. Su familia presumiblemente no se quedaría mucho tiempo, y él había 
sido muy firme en su resolución de no ir con su madre en Londres, donde pronto se encontraría 
asfixiado por el amor, según las propias palabras de Harry, y bajo el cuidado de más médicos. 
Gil echaba la culpa de la deplorable condición de su amigo a los médicos y cirujanos de 
París. Su idea de tratar a un hombre que había yacido en coma durante seis meses, horriblemente 
herido, y que había necesitado cirugía no mucho tiempo después era alimentarlo con alimentos 
suaves e insípidos para siempre y mantenerlo en la cama o confinado a un sillón en una 
habitación sin aire con cortinas cerradas a las ventanas. Su idea de luchar contra las fiebres que 
aún sufría era desangrarlo. Y su plan para reconstruir su fuerza era limitar su ejercicio a la 
caminata diaria al comedor para comer sus gelatinas y puré de papas y sopas tan finas que bien 
podrían haber sido agua de fregar. Su teoría parecía ser que cualquier esfuerzo de su parte 
utilizaría la energía que necesitaba ser almacenada hasta que estuviera lo suficientemente lleno 
de nuevo para reanudar la vida normal. La mayoría de ellos hablaban de ese día de la misma 
forma en que podrían haber hablado de la olla de oro al final del arco iris. Como algo que era 
imposible, en otras palabras. 
Los doctores eran idiotas, la mayoría. Gil reanudó su tarea autoimpuesta y cortó un tronco 
particularmente duro y grueso como si fuera mantequilla. Volteó una porción de él en el borde 
para reducirlo a pedazos más pequeños. Había rescatado a Harry de todo eso cuando accedió a 
traer a su amigo a casa. Aquí en Hinsford, no en Londres. Ahora, habiendo hecho esto, Gil debía 
quedarse, supervisando la recuperación de su amigo hasta que Harry no lo necesite más. Podría 
esperar a que pasara la familia que lo visitaba. Después de unos días, o una semana como mucho, 
seguramente se aburrirían de arrullar y alabar a su inválido y volverían a sus fiestas y rutas en 
Londres antes de que la temporada terminara. 
 Y esa mujer iría con ellos. No podía ser lo suficientemente pronto para él. 
 Su hacha hizo un trabajo rápido en el segmento de tronco y levantó otro para tomar su lugar 
en el bloque. 
 Varios minutos después se enderezó para estirar la espalda y girar los hombros. Se 
preguntaba si Harry insistiría en presentarle a sus familiares recién llegados y esperaría que 
cenara con ellos. Pero por supuesto que lo haría. Gil era, después de todo, Teniente Coronel 
Bennington, un título de caballero aunque no fuera un caballero. 
 Era hora, decidió, de entrar en casa, preferiblemente por una puerta lateral, y lavarse. 
Limpió el hacha y la colgó en su lugar habitual en la sala de aparejos antes de recoger su camisa 
y abrigo mientras que Belleza movía su cola y parecía esperanzada. 
 Bella se salió con la suya. 
 
 
Antes de que Gil diera un paso en dirección a la casa, sus oídos captaron el sonido de otro 
carruaje que se acercaba por el camino. Maldijo en voz alta, se puso la camisa y el abrigo de una 
manera que habría provocado un ataque de nervios a cualquier ayuda de cámara que se preciara y 
sacó a su perro a pasear. 
 
 
 
 
CAPITULO 03 
 
 
Abigail estaba sentada en el salón, su hermanastra Estelle a un lado, su prima Jessica al otro. 
Abigail y Jessica habían crecido como amigas íntimas. Aunque siempre había sido probable que 
Abigail fuera presentada primero, ya que era un año mayor que su prima, sin embargo habían 
soñado con hacerlo juntas y tomar la Sociedad por asalto. Habían soñado con hacer brillantes 
matrimonios y criar a sus hijos muy cerca la una de la otra y vivir felices para siempre, siempre 
enamoradas de sus cónyuges y siempre más cerca que las hermanas. Esos sueños de niña habían 
llegado a su fin prematuramente, por supuesto, cuando se hizo obvio que Abigail no podía 
esperar una temporada de presentación en absoluto. Nunca. Porque la Alta Sociedad no admitía 
en sus filas a los hijos bastardos de sus miembros de más alto rango. 
Jessica, hermosa, encantadora y brillantemente elegible, seguía soltera a la edad de 
veintitrés años a pesar de ser hija y hermana de los duques de Netherby. Iba obedientemente a 
Londres cada primavera con su madre, Louise, la tía de Abigail, pero decía que no sentía 
ninguna alegría real de todos los brillantes eventos sociales de la temporada. Tenía una gran 
corte de fieles admiradores mucho después de que la mayoría de las jóvenes se consideraran 
firmemente solteronas. Pero los trataba a todos con indiferencia. 
Abigail a veces pensaba que era como si se sintiera culpable de que las puertas de la 
Sociedad estuvieran abiertas de par en par para ella mientras estaban cerradas para su prima. Y 
eso a su vez hacía que Abigail se sintiera culpable, ya que no quería que nadie cargara con sus 
cargas. Cualquier sufrimiento que surgiera del cambio repentino de su estatus hace seis años era 
solo suyo para soportarlo y sólo suyo para afrontarlo a su manera y a su tiempo. Nunca había 
buscado en los demás compasión o consuelo, ni siquiera de su madre o su hermana o hermano. 
Había cultivado una dignidad exterior de modales con la vana esperanza de que la dejaran 
encontrar su propio camino. 
 Esta primavera había sido especialmente difícil. Porque su madre y Marcel finalmente 
habían persuadido a su hija, Estelle, a la edad de 21 años, para hacerla venir a Londres durante la 
temporada. El hecho de que Bertrand, el gemelo de Estelle, se acababa de mudar allí después de 
completar sus estudios en Oxford, sin duda había afectado su decisión. Abigail no se resistió a 
seguirles la corriente. Hubiera sido mezquino insistir en quedarse sola en Redcliffe. 
 La familia Westcott, por supuesto, la había recibido con renovadas esperanzas y todo tipo 
de planes para conseguir que entrara en un número de respetables fiestas y rondas e incluso 
bailes. Apenas había uno de ellos sin título. Todos tenían una influencia considerable. También 
Marcel, Marqués de Dorchester, que fue inflexible en su disposición a usarla en nombre de su 
hijastra. 
 
 
Había sido entrañable y horrible y agotador. Porque Abigail no tenía ni el deseo ni la 
intención de colarse por la puerta trasera donde no era bienvenida en el frente. No quería ser 
devuelta, ligeramente empañada, al mundo de la alta sociedad. No quería un marido respetable 
que estuviera dispuesto a pasar por alto la mancha a cambio de una fuerte dote y una conexión 
con los influyentes Westcott. 
 Sería encantador, pensó Abigail mientras miraba por el salón, en el que los que ya habían 
llegado se reunían antes de la cena, poder escapar. No tener que volver a Londres para resistir 
otra vez todos los esfuerzos de la familia para obligarla a divertirse. También parecía un 
pensamiento desleal. Porque era muy amada, y el amor no debía ser despreciado. No lo 
despreciaba. Pero deseaba que lo entendieran. O que alguien lo hiciera. 
Mientras Jessica y Estelle charlaban y se reían de un escándalo menor que había estallado 
durante un baile al que ambas habían asistido la semana pasada, Abigail pensó de nuevo en el 
plan de fuga que se le había ocurrido ayer. Parecía incluso más realista hoy, ya que Harry no 
estaba en condiciones de estar aquí solo, ni siquiera con una casa llena de sirvientes para atender 
sus necesidades. Cuando todos regresaran a Londres, como todos debían hacerlo, incluida su 
madre, que necesitaría estar allí por el bien de Estelle, Harry necesitaría compañía y cuidados. 
No necesariamente cuidadoprofesional, como sus tías habían defendido anoche. Ya que sus 
heridas habían sido curadas, y no sufría ninguna enfermedad definitiva. Sólo necesitaba espacio, 
tiempo, paz y... compañía. 
Estaba sentado junto al fuego, con una manta sobre sus rodillas, aunque no la había puesto 
él mismo. Mamá lo había hecho. Abigail esperaba que él la apartara con impaciencia. No lo 
había hecho, aunque parecía un poco irritado y había hecho una mueca leve cuando sus ojos se 
encontraron con los de Abigail al otro lado de la habitación. Era una expresión que reconoció del 
viejo Harry. Mamá está de nuevo preocupándose, parecía decirle, pero no puedo herir sus 
sentimientos quejándome. 
No, no necesitaba médicos y enfermeras. Tampoco necesitaba ser mimado. Necesitaba a 
alguien que siempre estuviera aquí con él sin ser molesto. Necesitaba a alguien que le animara a 
caminar y hablar y a tomar aire y hacer ejercicio aunque sólo fuera un paseo por el parque en la 
calesa, pero alguien que también le dejara en paz a veces. Necesitaba alguien con quien recordar 
y reírse, e incluso alguien que se riera de él cuando fuera necesario. Necesitaba a alguien que le 
diera la oportunidad de restaurar su alma. 
 Y oh, Dios mío, ella también necesitaba todas esas cosas. 
Necesitaba estar con alguien que no la mirara siempre con amorosa preocupación. Alguien 
que no estuviera constantemente tratando de planear una vida mejor para ella sin saber lo que 
ella consideraría mejor. Alguien que no se sintiera herida porque no parecía responder a sus 
esfuerzos bien intencionados. Alguien que se riera de ella ocasionalmente. Alguien que hablara y 
recordara con ella y no se preocupara por ella. Alguien que respetara sus silencios y su gravedad. 
Alguien que la hiciera reír. 
Alguien que la entienda. 
 
 
Pero todo esto no era principalmente sobre ella. De hecho, estaba en peligro de caer en la 
autocompasión. Se trataba de Harry, a quien incluso ahora apenas podía soportar mirar. Había 
algo casi... gris a su alrededor, como si la muerte, engañada durante casi dos años desde 
Waterloo, todavía se cernía esperanzada sobre él. Pero no estaba enfermo, sólo no estaba bien. 
Había una diferencia. 
Se quedaría con él cuando todos los demás regresaran a Londres. Eso era lo que se le 
ocurrió ayer. Lo persuadiría de que realmente quería quedarse, que no había ningún elemento de 
martirio en su decisión. Este era su hogar, después de todo, el lugar que había anhelado estar 
desde el matrimonio de su madre, aunque Marcel siempre había sido tan cariñoso con ella como 
con Estelle y Bertrand desde el principio. Hinsford era comodidad y seguridad. 
 Era donde necesitaba estar, al menos por el momento, de todos modos. Y el regreso de 
Harry aquí lo había hecho posible. 
 —La cena está servida, milord—, anunció el mayordomo desde la puerta. 
 —Oh, bien—, dijo Bertrand, poniéndose inmediatamente de pie y frotándose las manos. —
Estoy hambriento—. Luego sonrió con tristeza a Anna y Alexander, con quienes había estado 
conversando, y le hizo una mueca a su padre al otro lado de la habitación. —Les pido perdón. 
Esa no fue la respuesta más educada, ¿verdad? 
 —Me gusta el entusiasmo de la juventud—, dijo la tía Louise, la madre de Jessica, con una 
risa. —Puedes llevarme al comedor, joven, y decirme qué planeas hacer con tu vida ahora que 
has terminado tus estudios. 
 — ¿Quieres que te traiga una bandeja, Harry?— Mamá sugirió. —Haré que me traigan una 
para mí también si lo desea. 
 — Realmente no lo quiero —, dijo Harry con un destello de su viejo espíritu. —Comeré en 
el comedor con todos los demás. Pero, ¿dónde está Gil? 
¿Gil? Abigail lo miró fijamente mientras se ponía de pie con su prima y su hermanastra. 
—Hace una hora, un par de fuertes sirvientes llevaban cubos de agua humeante a su 
habitación—, dijo Alexander, ofreciendo su brazo a Wren, su condesa. 
 — ¿Quién es Gil?— Estelle preguntó. 
 Harry no respondió directamente. —Bueno, ahí estás—, dijo, dirigiéndose a un hombre que 
estaba rondando la puerta que el mayordomo había dejado abierta. —Justo a tiempo para la cena. 
Entra y te presentare. 
 Era un hombre grande, alto, de espalda recta, de hombros anchos, pelo oscuro, vestido 
elegantemente aunque sin ostentación en ropa de noche en blanco y negro. Por unos momentos 
permaneció en la sombra, pero luego entró en la habitación. Tenía un rostro delgado y serio, ojos 
oscuros y una cicatriz en la mejilla y la barbilla. 
 
 
Al parecer, no era un sirviente. 
 —Mi viejo camarada y amigo, el Teniente Coronel Gil Bennington—, dijo Harry a modo 
de introducción. —Mi madre, la marquesa de Dorchester, y su marido. Mi tía, la Duquesa Viuda 
de Netherby. Mi medio hermana, Anna, Duquesa de Netherby. Ya conoces a Avery. Wren, 
Condesa de Riverdale. Ya conoces a Alexander. Mi prima Lady Jessica Archer, la hija de la tía 
Louise. Mi hermanastro y hermanastra, Bertrand y Estelle Lamarr. Y mi hermana Abigail. 
Los ojos del Teniente Coronel Bennington se posaron sobre cada uno de ellos al reconocer 
la introducción con un ligero movimiento de cabeza. Finalmente se posaron sobre Abigail, sin 
que pareciera sorprenderse. Él le dio el mismo asentimiento. Nada más. No levantó la ceja. Sin 
sonreír. Sin miradas hostiles. 
Abigail se habría hundido a través de la alfombra y el suelo y se habría quedado allí si 
hubiera podido. Era un teniente coronel. Superaba en rango a Harry. Era un camarada y amigo 
desde hace mucho tiempo. Y... ¿qué le había dicho ella? 
¿Le dieron permiso para quitarse el abrigo y la camisa? 
Podría morir de mortificación. 
 —Habrá un examen escrito más tarde esta noche después de la cena—, dijo Anna, 
sonriendo mientras caminaba hacia él y lo tomaba del brazo. —Para entonces habremos podido 
contarle también sobre los niños de la guardería, los míos y los de Wren, y sobre los miembros 
de la familia que vendrán mañana o al día siguiente. 
 Miró severamente a Anna mientras los demás se reían y se dirigían hacia la puerta. — 
¿Cuenta la ortografía?— preguntó. 
 —Se ve deliciosamente feroz—, murmuró Jessica tan pronto como salió de la habitación. 
 —Lo hace—, Estelle estuvo de acuerdo, riéndose suavemente. 
No, Abigail se dijo a sí misma que no se hundiría en el suelo aunque se abriera un agujero a 
sus pies en este momento. O moriría de mortificación. No tenía por qué cortar leña junto a los 
establos si era un invitado de Harry. Un teniente coronel, nada menos. No tenía porque 
desnudarse hasta la cintura para que cualquiera lo pudiera ver aunque estuviera lejos incluso a 
una corta distancia de la casa. Y debía saber perfectamente sobre la llegada de los invitados de 
Harry y que algunos de ellos ya habían llegado. La había mirado deliberadamente de pies a 
cabeza, como ningún verdadero caballero debería hacer. Cualquier otro caballero se habría 
lanzado de inmediato a buscar su camisa y se habría disculpado excesivamente y explicado quién 
era. Habría intentado salvarla de una mayor vergüenza. 
 Había sido bastante deliberado, ese comportamiento insolente suyo. Había querido 
avergonzarla y causarle una humillación cuando se dio cuenta de su error. 
 Bueno, no iba a sentir avergonzada. O humillada. 
 
 
 —No hay nada en absoluto atractivo en él—, dijo, aunque tuvo cuidado de mantener la voz 
baja. —Parece un bárbaro. Y es feo. 
 Estaba siendo mezquina. Y falsa. 
 Jessica se rió. —Pero deliciosamente bárbaro, debes confesar, Abby—, dijo. 
 —Y deliciosamente feo—, añadió Estelle. 
 —Tengo hambre—, les informó Abigail mientras se reían con deleite de su propio ingenio. 
 
****** 
 
Por supuesto, había sido ridículamente injusto antes, admitió Gil para sí mismo más tarde en 
la noche. Nunca fue sensato hacer una declaración radical sobre la mitad de la población 
mundial, tal vez más de la mitad, ya que la porción masculina de la misma estaba más a menudo 
decidida a matarse durante las guerras interminables. 
No le disgustabantodas las mujeres. 
 Nunca lo había hecho. En general le gustaban las seguidoras del campamento, la multitud 
de mujeres - esposas, viudas, cocineras, lavanderas, prostitutas y otras - que seguían a los 
ejércitos a todas partes donde iban, muchas de ellas ruidosas, groseras, desaliñadas, alegres, 
criticando, generosas con sus favores, valientes, lujuriosas, poco exigentes y duras. Eran las 
damas las que no le agradaban, las esposas e hijas de los oficiales, que insistieron en llevar a sus 
familias a la guerra. Casi siempre eran altivas y exigentes. A menudo estaban indefensas y 
aferradas e histéricas y esperaban que cada hombre corriera en su ayuda, inclinándose y 
arrastrándose y, en general, degradándose a sí mismo mientras lo hacía. Casi todas de esas 
mujeres despreciaban a los colegas de sus maridos y padres que eran de menor rango o, lo que es 
peor, no eran verdaderos caballeros. 
 Él había despreciado a todos ellas de corazón a cambio. 
 Excepto una... 
Excepto Caroline, que Dios le ayude. 
 Sin embargo, incluso con las damas, era injusto generalizar. Había habido algunas entre 
ellas a las que había respetado, incluso querido. 
Le gustaban la mayoría de las damas en Hinsford, a regañadientes, es cierto, ya que su 
presencia lo consternaba por sí misma y le preocupaba por Harry. Una multitud de visitantes era 
exactamente lo que Harry no necesitaba. Por eso había decidido volver al campo en lugar de ir a 
Londres. Pero estas personas eran al menos amables. 
 
 
Se sentó entre la Duquesa de Netherby y Lady Jessica Archer en la cena, y ambas 
conversaron inteligentemente con él. La duquesa era la hermanastra de Harry. Le explicó a Gil 
cómo había crecido en un orfanato en Bath, sin saber su verdadera identidad. Tenía veinticinco 
años y enseñaba en la escuela del orfanato cuando la llamaron a Londres para enterarse de que, 
de hecho, era la hija legítima del recientemente fallecido Conde de Riverdale. 
—Un cuento de Cenicienta—, dijo Gil. 
—En muchos sentidos sí—, estuvo de acuerdo. —Pero Cenicienta no estaba contenta con su 
vida antes de conocer al Príncipe Azul. Vivía con una madrastra malvada y hermanastras 
malvadas y le daban tareas agotadoras que no disfrutaba. Me cuidaron bien en el orfanato y tenía 
buenos amigos allí, incluyendo el que más tarde se casó con mi medio hermana Camille. 
Disfrutaba enseñando. Me gustaba mi pequeña habitación espartana y mis pocas posesiones, que 
eran muy valiosas para mí. No me alegró del todo saber la verdad sobre mí misma. 
 — ¿Regresarías, entonces, si pudieras?— preguntó. 
 —Oh, de ninguna manera. Me casé con el Príncipe Azul, después de todo. — Se rió y le 
brillaron los ojos, y a Gil le gustó. 
 — ¿Pasó un tiempo con la guarnición de Santa Elena, Teniente Coronel?— Lady Jessica 
Archer le preguntó. — ¿Cómo es Napoleón Bonaparte? Tendemos a pensar en él como un 
malvado villano de corazón negro, pero supongo que la verdad tiene muchos más matices. 
Supongo que es un hombre fascinante aunque peligroso. 
 Era una belleza de pelo oscuro y ojos brillantes, la cuñada de la duquesa, y Gil se 
preguntaba por qué no se había casado todavía. ¿No era el matrimonio el objetivo de todas las 
jóvenes tan pronto como salían de la escuela a los diecisiete años más o menos? Ella debía tener 
varios años más que esa edad. 
—Lo vi varias veces, por supuesto—, le dijo. —Pero no lo conocía ni le hablé nunca. De 
hecho, me daba pena. Si le hubieran hecho enfrentarse a un pelotón de fusilamiento, lo habría 
aprobado. Si lo hubieran encerrado de por vida en una fortaleza, lo habría considerado un destino 
justo. Tal como estaba, fue exiliado a esa isla y alojado en lo que mucha gente parece creer que 
es un lujo que no se merece. Pero en realidad es una casa en mal estado. Es húmeda e insalubre, 
y no se ha hecho nada para hacerla más habitable. Me parece que no se le trata con justicia sino 
con un deliberado desprecio. 
— ¿Y el desprecio por un hombre así no es justicia?—, preguntó. Parecía ser una pregunta 
genuina, no un comentario sarcástico. Su cuchillo y su tenedor estaban suspendidos sobre su 
plato mientras le prestaba toda su atención. 
 —No—, dijo. —Creo que el desprecio dice más de la persona que lo da que de la que lo 
recibe. Degrada lo que debería ser un castigo justo. 
Se le ocurrió que probablemente no era el tipo de cosa de la que debería hablar con una 
joven dama de la alta sociedad: la hermana de un duque. Y se le ocurrió que era muy probable 
 
 
que lo trataran con una cortesía tan cálida sólo porque se asumía que como oficial también debía 
ser un caballero. Pero no se podía esperar que se levantara y se anunciara como el hijo bastardo 
de la hija de un herrero y un hombre al que nunca había conocido o del que nunca había oído 
hablar hasta que creció y fue sargento en la India. 
 Después de que se hubieran trasladado al salón, la marquesa de Dorchester, la madre de 
Harry, se sentó en el brazo de la silla de su hijo y le puso una mano en el hombro cuando él se 
habría levantado para dejarle su lugar. 
 —Teniente Coronel Bennington—, dijo, haciéndole señas para que se acercara. —Tengo 
entendido por Harry que usted pasó un tiempo considerable con él en París todos los días 
después de su regreso de Santa Helena. Fue muy amable de su parte. Y me dice que ya había 
hecho los arreglos necesarios para su viaje a casa antes de que llegaran Avery y Alexander. 
 —Deseaba venir, milady—, explicó, —en contra del consejo de sus médicos. 
 — ¿Era un mal consejo, entonces?— le preguntó, mirando a su hijo con evidente 
preocupación y frotando su mano tranquilizándolo sobre su hombro. 
 —Creí que lo era—, le dijo. —Con las mejores intenciones del mundo, sin embargo lo 
mimaron en dirección a la tumba. Podría haber llegado allí antes de que yo volviera a Francia si 
no hubiera sido demasiado terco para morir. 
 —Oh—. Parecía un poco conmocionada. 
 —Uno se sabe inválido—, dijo Harry, —cuando la gente habla de uno como si no estuviera 
presente para hablar por sí mismo. No creo que mi caso fuera tan grave como Gil lo describe, 
mamá, pero le estaré eternamente agradecido por mi parte por hacer los arreglos y venir a casa 
conmigo, incluso después de que Avery y Alexander llegaran y él fácilmente podría haber 
renunciado al compromiso que había hecho. 
 —Yo también le estaré eternamente agradecida, Teniente Coronel—, dijo la marquesa, 
sonriéndole. —Gracias. 
Inclinó su cabeza con rigidez, incómodo con su gratitud. Su razón para venir aquí había 
sido, al menos en parte, egoísta. 
—Todos lo estaremos —, añadió la Condesa de Riverdale. Estaba al lado de Gil, una mujer 
alta y hermosa, si se ignoraban las lamentablemente grandes marcas moradas en un lado de su 
rostro. Al principio pensó que eran quemaduras, pero sus rasgos no estaban distorsionados. 
Debían ser una marca de nacimiento, entonces, y sin duda le habían causado una angustia 
interminable a través de los años. Sin embargo, parecía inconsciente de su apariencia. El lado 
desfigurado de su rostro estaba más cerca de él que el lado sin manchas. 
 —Harry, todos hemos tenido que venir aquí, ya sabes, sólo para asegurarnos con nuestros 
propios ojos que estás en casa a salvo por fin y en vías de recuperación. Tu abuela y la tía 
Matilda estarán aquí mañana, así como tu tía Mildred y el tío Thomas. Pero no debes temer que 
 
 
ninguno de nosotros se quede mucho tiempo. Viniste a casa por la paz y la tranquilidad, ¿no es 
así? 
 —Bueno…—Harry empezó. 
 —Ningún caballero podría responder a esa pregunta sin cometer perjurio, Wren—, dijo su 
marido, el conde, y ella se rió. 
 —Y no me sorprendería—, dijo la madre de Harry, —si Camille viene de Bath en uno o 
dos días. Abby le escribió. No ha visto a Harry desde la Navidad en que Marcel y yo nos 
casamos. Hace más de tres años. 
 —Lo siento, Gil—, dijo Harry, riéndose. 
No se había reído mucho, ni bromeado, ni siquiera sonreír en los últimos meses.Aunque 
todavía se veía pálido y exhausto, tal vez esta invasión de su familia no iba a ser tan mala para él 
después de todo. Al menos le aseguraba que lo amaban mucho. 
La crudeza asaltó a Gil por un momento, pero se sacudió. No podía perder lo que nunca 
había tenido. Nunca. No durante sus años de crecimiento. Su madre probablemente había estado 
demasiado abrumada por la necesidad de alimentarlos y vestirlos para tener energía para 
cualquier afecto abierto. Y no durante su breve matrimonio. Lo que Caroline había sentido por él 
nunca fue amor. Él fue tonto por creer que lo era, por aferrarse a la idea de que lo era. Además, 
nada de esto se trataba de él. 
Sí, le gustaban estas damas. La Duquesa Viuda de Netherby mantuvo una conversación con 
él durante un rato después de que él se sentara y ella le trajera una taza de té. Más tarde Bertrand, 
el vizconde Watley, el joven hijo del marqués de Dorchester, le hizo algunas preguntas sobre las 
guerras de la India, y la hermana del joven, Lady Estelle Lamarr, vino a sentarse con ellos y 
escuchó con aparente interés. No pudo decidir cuál era el mayor de los hermanos hasta que el 
hermano hizo referencia de pasada a su gemela y la pregunta fue respondida. 
 Sólo la Srta. Abigail Westcott mantuvo su distancia durante toda la noche. Por lo que él 
sabía, ella no le miró ni una sola vez. Probablemente lo habría sabido si lo hubiera hecho, ya que 
la miró varias veces. Parecía de mal humor. No la vio sonreír ni una sola vez. No, malhumorada 
era una descripción maliciosa de su expresión, que era... inexpresiva. Cuidadosamente, tal vez, 
como si cultivara una privacidad interior. Ella centró su atención principalmente en su hermano, 
aunque se mantuvo a distancia de él y no hizo ningún intento de hablar con él. Quizás estaba 
resentida con él por volver a casa y alejarla de la alegría de la temporada londinense durante una 
semana o dos. O tal vez él, Gil, estaba siendo rencoroso otra vez. Era imposible interpretar una 
expresión que no estaba ahí o los pensamientos y sentimientos detrás de ella. Parecía que 
deseaba justificar el desagrado que había sentido por ella. 
 No es que tuviera alguna razón para no gustarle. Él fue quien eligió no corregir su 
malentendido de la situación de afuera antes. Había disfrutado de su desconcierto y la 
anticipación de su vergüenza cuando se diera cuenta de su error. Tal vez le debía una disculpa. 
Pero no quería disculparse. Porque ella representaba lo que más le había irritado de las mujeres 
 
 
que se habían cruzado en su camino a lo largo de los años. Tener derecho. La asunción de la 
superioridad y el poder... Le informaré y me aseguraré de que hable con su supervisor. Y la 
prudencia... Está a la vista de cualquiera que camine aunque sea a unos pasos de la casa. Es 
bastante indecoroso. Y lo dijo después de que ella misma le echara un buen vistazo... 
 Sin embargo, era la hermana de Harry. Eso significaba que era tan bastarda como él, un 
pensamiento muy rencoroso. 
Era innegablemente encantadora. No era una niña, un hecho que quizás realzaba su belleza, 
porque la suya era la belleza de una mujer. Tenía una figura delgada pero curvilínea, rasgos 
finamente esculpidos con una complexión perfecta, grandes ojos azules, y pelo rubio claro, no 
muy rubio, bonito, aunque no alborotado, con rizos en la parte posterior de su cabeza y zarcillos 
ondulados sobre sus orejas. El pelo recogido enfatizaba el elegante arco de su cuello. Estaba 
vestida sencilla pero elegantemente de azul, un color que le quedaba bien. 
 Era hermosa, sí. Pero se veía fría y poco atractiva. De alguna manera desconocida detrás de 
esa expresión inexpresiva. Tal vez eso, más que la mancha de su nacimiento, era la razón por la 
que seguía soltera. Quizás otros hombres se sentían tan poco atraídos por ella como él. 
 Sin embargo, para alguien que no se sentía atraído, no podía dejar de mirarla repetidamente 
y notar cada pequeño movimiento y gesto que hacía. Tenía manos elegantes, que descansaban 
tranquilamente en su regazo, con los dedos entrelazados. 
Creció en él la sensación de que podría deberle una disculpa. Los hombres semidesnudos, 
especialmente los calientes, sudorosos, con cicatrices graves y hachas, no eran una vista decente 
para los ojos de una dama. Era lo suficientemente caballero para saberlo. Y Bella, aunque era 
muy blanda, había venido galopando desde detrás de los establos, ladrando como una loca. Se 
podría perdonar a la señorita Westcott por no haber reconocido sus intenciones amistosas. O 
quizás sólo le disgustaban los perros. 
Su propio sentimiento de culpa lo irritó y hacía que le agradara menos, y sentirse aún más 
irritado y culpable. E incluso mientras lo pensaba, ella le miró por fin mientras Lady Jessica le 
decía algo, y se dio cuenta de que probablemente estaba frunciendo el ceño o incluso poniendo 
mala cara. A veces se le acusaba de hacer ambas cosas cuando sólo pensaba profundamente. Ella 
continuó mirándolo, con los ojos fijos, incluso después de darse cuenta de que él la miraba a 
ella. Él fue el primero en apartar la mirada. 
Todos se irían pronto, la Condesa de Riverdale había asegurado a Harry antes, aunque aún 
quedaban más por venir, algunos de Londres, y posiblemente uno, la otra hermana de Harry, de 
Bath. La condesa era consciente de que Harry prefería estar solo y quizás necesitaba estarlo. 
Probablemente todos eran conscientes de ello. Podría esperarlos, pensó Gil. Dejaría a Harry a su 
merced mientras estuvieran aquí y encontraría alguna ocupación privada para él, especialmente 
si el buen tiempo de hoy se mantenía. A Bella le encantaría la oportunidad de dar más paseos. No 
había tenido mucha libertad en París, y había tenido aún menos durante el viaje hasta aquí. Ahora 
estaba confinada a su habitación mientras los visitantes se quedaran. 
 
 
 Después, cuando todos se hubieran ido, se encargaría de Harry. No con mantas y pociones 
y palabras suaves y comprensivas, sino con ventanas abiertas y paseos al aire libre, incluso 
ejercicios más tarde, y comidas abundantes. No es que tuviera la intención de exagerar el 
estímulo hasta el punto de intimidar. Harry necesitaba paz, tranquilidad e independencia tanto 
como ejercicio y alimentación. Pero Gil no se quedaría de brazos cruzados viendo a Harry 
languidecer y esperando que la buena salud y la fuerza volvieran como por arte de magia. 
Así como no podía esperar que su propia vida se resolviera por sí sola a menos, o hasta que, 
hiciera algo al respecto en lugar de esconderse aquí en el campo, usando a Harry como excusa 
mientras las ruedas de la ley crujían en una rotación casi imperceptible. Tal vez necesitaba 
cambiar de abogado. El hombre no había logrado persuadir a sus suegros para que aceptaran 
dinero de manutención para Katy, y mucho menos considerar los derechos de visita. Sin 
embargo, quería mucho más que esas dos cosas. Quería recuperar a su hija. Quería llevarla a casa 
de Rose Cottage. Quería amarla, maldita sea. 
Y malditos sean los ojos de su abogado por ordenarle que no hiciera nada, justo lo que a Gil 
le parecía casi imposible de hacer. Siempre había sido un hombre de acción. Quizás necesitaba ir 
a Londres para confrontar a Grimes en persona. ¿Y hacer qué? ¿Agarrar al hombre por el cuello, 
levantar el puño, y blasfemar? 
 No. Permanecer aquí, donde al menos sería bienvenido y necesitado por un tiempo, seguía 
siendo su mejor opción. No era una excusa, aunque se sentía como tal. Era una razón. No 
decepcionaría a Harry. Ni tampoco defraudaría a su hija yendo de un lado a otro como un tonto, 
haciendo que fuera más seguro que no la volviera a ver nunca más. 
 Tal vez una tranquila estancia en el campo le tranquilizaría de alguna manera y le haría un 
mejor padre cuando llegara el momento. 
 Cuando. No sí. Cuándo. 
¿Pero cuándo seria cuándo, por el amor de Dios? 
 Una estancia en el campo también podría volverlo tranquilamente

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