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2012-07-29-170813-GIMENEZ-GEOGRAFIA-HUMANA

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1
LA GEOGRAFÍA HUMANA COMO CIENCIA SOCIAL 
Y LAS CIENCIAS SOCIALES COMO CIENCIAS “GEOGRAFIABLES”* 
 
Gilberto Giménez 
Instituto de Investigaciones 
Sociales de la UNAM 
 
1. La geografía humana como ciencia social 
La primera proposición que me dispongo a sustentar es la siguiente: la geografía 
humana no se definió como ciencia social de la noche a la mañana y de una vez por todas, 
por una especie de corte epistemológico repentino, sino que fue afirmándose como tal a 
través de un largo proceso de absorción progresiva - generalmente en forma parcial y 
fragmentaria - de la casi totalidad de las disciplinas sociales desde sus propios parámetros 
disciplinarios. Para verificar este aserto necesitamos echar una rápida ojeada a la historia de 
esta disciplina. 
La expresión “geografía humana” aparece por primera vez en la obra póstuma de 
Vidal de La Blache (1845-1919) titulado Principios de geografía humana y editado por su 
yerno Emmanuel de Martonne en 1921. Pero esta geografía no se presenta todavía como 
ciencia social, sino como parte de las ciencias naturales que estudia las relaciones entre el 
hombre y su medio ambiente en el marco de un determinismo geográfico atenuado llamado 
“posibilismo”.1 El calificativo “humana” aplicada a la geografía sólo significaba para Vidal 
de La Blache y sus seguidores que su finalidad es el hombre, en el sentido de que plantea 
cuestiones como éstas: ¿cuáles son las leyes que rigen la distribución de los hombres sobre 
la superficie terrestre?; ¿cuáles son las mediaciones entre el medio ambiente natural y la 
densidad de la población?”. Pero las respuestas remiten siempre a explicaciones de orden 
natural. Así, nuestro autor encuentra en la litología 2 las razones del “habitat” concentrado y 
del “habitat” disperso, basándose en ejemplos de China y de los países áridos. Del mismo 
modo que sus antecesores alemanes (Humboldt, Ritter y Haeckel), de La Blache considera 
 
* Conferencia presentada en el Simposio: “La geografía humana y su reencuentro con las ciencias sociales”. 
El Colegio de Michoacán, La Piedad, Michoacán, 08-07-2006. 
1 El “posibilismo” podría describirse así: “la naturaleza impone restricciones, pero el hombre elige” / o 
también: “la naturaleza propone, pero el hombre dispone”. 
2 Parte de la geología que estudia las rocas. 
 2
las condiciones naturales como condiciones previas que determinan en definitiva las formas 
de ocupación humana, aún cuando estas formas varíen en el espacio. 
Se puede decir que la geografía humana comienza a definirse como ciencia 
francamente social sólo hacia fines de los años 50. El autor más significativo entre los 
iniciadores de esta nueva perspectiva es el norteamericano Edward Ullman (Boyse,1980), 
de la Universidad de Seatle, quien define la geografía humana como una ciencia de las 
interacciones sociales, o más precisamente, como el estudio del efecto de la distancia sobre 
las interacciones sociales. Esto quiere decir que se deja de privilegiar las relaciones 
verticales “hombre / medio ambiente natural”, como era lo usual en la tradición vidaliana, 
para destacar las solidaridades horizontales que los hombres tejen entre sí dentro del 
espacio geográfico. 
De este modo Ullman convierte la geografía en ciencia social. Pero esta 
transformación ocurre en una época en que los criterios de la cientificidad eran los que 
habían sido fijados en forma aparentemente definitiva por el positivismo lógico surgido de 
la Escuela de Viena (1920-1930). Por lo tanto, también la geografía tenía que conformarse 
a estos criterios abandonando el enfoque meramente idiográfico de la geografía regional 
vidaliana para convertirse en una ciencia nomotética que se propone establecer leyes 
generales siguiendo el método hipotético-deductivo. 
Esto explica por qué lo que posteriormente se llamaría “nueva geografía” tiende a 
reducirse en esta primera etapa a una especie de economía espacial estrechamente 
vinculada con las teorías macro-económicas modernas. 
 El “aggionamento” de la geografía bajo esta óptica economicista nos llega de los 
Estados Unidos, impulsado desde fines de los años 50 por geógrafos como Edward Ullman 
y su grupos de jóvenes colegas de la Universidad de Seatle; W. Isard (1956) y su grupo de 
“ciencia regional” (Regional Science Association); Brian J.L. Beny y su Escuela de 
Chicago; William Bunge (1962) y otros muchos que han contribuido a familiarizar a los 
geógrafos con las teorías que manejan los economistas. De este modo se generaliza y se 
impone cada vez con más fuerza el paradigma de una geografía que analiza los efectos de la 
distancia sobre el orden espacial. 
 Dentro de este marco se recupera a precursores como J.H. Von Thünen, Alfredo 
Weber y, sobre todo W. Christaller (1966), economista y geógrafo alemán, quien había 
 3
elaborado una teoría de los lugares centrales que parecía verificarse asombrosamente en la 
parte sur de Alemania.3 El trabajo de este autor, publicado en 1933 e incomprendido en su 
época, prefiguraba de manera sorprendente la “nueva geografía” que por un lado se basa en 
la teoría económica espacial, y por otro se empeña en la verificación empírica de sus 
modelos espaciales. 
Otro autor alemán, Augusto Lösch, publica en 1940 un libro que tuvo gran 
influencia entre los geógrafos norteamericanos a raíz de su traducción al inglés bajo el 
título de The Economics of Location. De modo sorprendente, este autor llega a conclusiones 
muy semejantes a las de Christaller sin haberlo conocido y sin haberse comunicado con él.4 
Las teorías de Christaller y de Lösch han funcionado como paradigmas de la “nueva 
geografía”, primero en los Estados Unidos, y después en Europa. Así, George K. Zipf 
publica en 1949 un libro titulado: El comportamiento humano y el principio del menor 
esfuerzo, donde, siguiendo la lógica de los postulados de Christaller, demuestra la 
existencia de una relación matemática entre el rango de las ciudades y su tamaño, ya que, 
según él, la jerarquía urbana se desarrolla de manera geométrica. En Suecia, Torsten 
Hägerstrand elabora en 1952 un modelo de difusión espacial de las innovaciones.5 
 
3 La tesis básica de Christaller postula que las redes urbanas se jerarquizan en función de los servicios y del 
comercio. Los “lugares centrales” son centros urbanos que ofrecen a los habitantes de la región circundante 
determinados bienes y servicios que solamente se encuentran en los centros y que por eso se llaman 
“centrales”. Entre los habitantes dispersos y el lugar central opera lo que este autor llama “distancia 
económica”, es decir, la suma de los costos engendrados por la distancia. Si un médico se instala en el centro 
de una región cuyos habitantes tienen hipotéticamente los mis ingresos y se hallan distribuidos regularmente 
en el espacio, el costo de la consulta no será el mismo para los que viven cerca y los que viven lejos del 
centro, ya que estos últimos tendrán que añadir a los honorarios del médico el costo del transporte, la pérdida 
de tiempo, etc. Por lo tanto, la ley del mercado es el factor primordial en la organización de los lugares 
centrales. En efecto, en un contexto de libre mercado, el productor tiene interés en colocarse en el centro de 
un área de mercado para disminuir al máximo la distancia económica de su clientela potencial, mientras que 
el consumidor tiene interés en dirigirse al lugar central más próximo para adquirir un bien central. Cuanto más 
alejado esté del lugar central, menos interés tendrá en acudir al mismo, o acudirá a un lugar central alternativo 
situado a menor distancia. De este modo se abre alrededor de cada lugar central un área circular de mercado 
que se extiende hasta el área circular del lugar vecino. Si por hipótesis la región considerada es homogénea, 
surge una configuración espacial constituida por círculos de dimensiónsemejante que, al acoplarse entre sí, se 
asemejan a un embaldosado formado por baldosas hexagonales. De este modo Christaller estima haber 
establecido, en conformidad con la ley del mercado, la “ley de la distribución de los lugares centrales” o “ley 
de locali´zación”. 
4 Partiendo de hipótesis y postulados muy semejantes a los de Christaller, también Lösch desemboca en un 
modelo espacial de tipo “embaldosado hexagonal” y en una jerarquía de lugares centrales. Su argamento es 
que los hexágonos son las formas espaciales más económicas porque minimizan las distancias y por lo tanto 
los costos entre el centro y su área de mercado. 
5 Fundado en la observación del progreso de la agronomía en la campaña sueca, este autor formula la 
hipótesis de que la innovación se difunde en un primer momento de manera aleatoria, empujada por los 
pioneros. Pero en un segundo momento, la difusión opera como una mancha de aceite, por contagio, alrededor 
 4
En el curso de los años 50 y 60, la literatura geográfica inspirada en estos modelos 
se multiplica en los Estados Unidos. Sus temas básicos se reducen a los siguientes: la 
distribución y la regularidad de las localizaciones, el papel de la distancia, las áreas de 
influencia de las ciudades y la polarización del espacio regional por las ciudades. Se ha 
hablado con razón de positivismo para caracterizar a esta “nueva geografía”. En efecto, la 
idea que ahora prevalece es la de que, perfeccionando el procedimiento hipotético-
deductivo, es posible descubrir las leyes matemáticas de la organización del espacio. 
Las hegemonía de esta “nueva geografía” empeñada en construir modelos 
espaciales elementales supuestamente universales y transhistóricos, se extiende por un 
período de 30 años, entre 1950 y 1980. Pero he aquí que la reacción no se deja esperar y la 
geografía humana abandona los modelos económicos para adoptar modelos sociales 
inspirados en las más diversas corrientes y disciplinas del ámbito de las ciencias sociales y 
del humanismo: desde la sociología, la antropología y las ciencias políticas, hasta las 
ciencias de la cultura, la fenomenología y la literatura. El resultado es la incontenible 
pluralización de la geografía humana, que parece estallar en fragmentos que se disparan en 
todas las direcciones. A la “nueva geografía” le sucede ahora una infinidad de “nuevas 
geografías” que se reafirman de manera cada vez más franca como verdadera ciencia social. 
El argumento que subyace a este cambio de frente es el de que el universo donde los 
hombres viven no puede explicarse en su totalidad por valores mercantiles y la lógica del 
mercado. Dicho de otra manera, el positivismo lógico es demasiado estrecho para dar 
cuenta de todos los aspectos de la realidad socio-espacial. A esto se añade la problemática y 
muy cuestionable correspondencia entre los modelos espaciales abstractos elaborados por 
los geógrafos positivistas, y los espacios geográficos reales y concretos. Y hoy añadiríamos 
que, debido precisamente al anclaje de los fenómenos sociales en contextos socio-
espaciales específicos, no existen ni pueden existir leyes estrictamente universales en el 
campo de las ciencias sociales. 
Dentro de este marco surge, en primer lugar, la geografía del comportamiento 
(BehavioralGeography) que ha marcado a la geografía norteamericana desde los años 60. 
Esta geografía, inspirada en el behaviourismo, pretende explicar los comportamientos 
 
de cada pionero. Este modelo, que podía ser tratado fácilmente por métodos matemáticos, ha sido objeto de 
múltiples verificaciones en los ámbitos más diversos: difusión de epidemias, difusión del crecimiento urbano, 
difusión de las culturas, etc. (Según Scheibling, 1994: 49). 
 5
espaciales de los individuos por la percepción y la memorización visual que tienen de su 
entorno. Sus referencias son la psicología cognitiva y la etología. De aquí la noción de 
“mapa mental” o “cognitiva”. 
Progresivamente esta escuela abandonará la pareja: percepción / comportamiento, 
para centrarse exclusivamente al estudio de la percepción humana y de la semantización del 
entorno físico. Surge de este modo la llamada geografía de la percepción, que postula que 
el espacio geográfico existe dos veces: en la realidad objetiva y en la percepción o 
representación social; pero el espacio realmente operante es el espacio percibido y 
representado, porque es el que orienta y guía las prácticas espaciales (Debarbieux, 1998: 
200 ss.) En esta misma línea se tiende a recuperar la formulación kantiana según la cual no 
existe espacio geográfico fuera de las percepciones y de las representaciones humanas. El 
geógrafo norteamericano D. Meining escribirá en 1978: “Las regiones son abstracciones 
que sólo existen en nuestras cabezas”. 
Otros cuestionamientos a la “nueva geografía” se refieren a sus implicaciones 
políticas. A pesar de sus pretensiones de objetividad, tendía, según sus críticos, a justificar 
la conservación de las situaciones existentes, aún cuando éstas fueran inicuas. De aquí el 
surgimiento de una geografía crítica, inspirada en el marxismo, que se interroga sobre las 
desigualdades espaciales y trata de entender cómo se generaron y cómo se las puede 
eliminar (Lipietz , 1977; Giraud, 1996; Bruneau y Dory, 1994; Lacoste, 1976). 
Paralelamente, las corrientes fenomenológicas que comienzan a manifestarse hacia 
1972 o 1973, orientan el interés de los geógrafos hacia problemáticas de este tipo: ¿qué es 
lo que hace diferente a cada lugar, y por qué algunos lugares parecen más cálidos y 
auténticos que otros en la percepción de la gente? Estas cuestiones dan origen a la llamada 
geografía humanista (Tuan, 1976; 1977; Adams et al., 2001), y permiten redescubrir 
ámbitos olvidados o descuidados como la geografía histórica, la geografía cultural y la 
geografía regional. 
Más recientemente, el posmodernismo, el poscolonialismo y los vientos de la 
ecología repercuten también fuertemente en la geografía humana suscitando en su seno 
corrientes homólogas o paralelas. Así, entre 1986 y 1990 el debate sobre la posmodernidad 
se infiltra en la geografía dando origen a las llamadas geografías posmodernas (Soja, 
1989). Otros geógrafos descubren que la geografía ha contribuido de hecho, consciente o 
 6
inconscientemente, al desarrollo del colonialismo y del imperialismo, y se proponen criticar 
los instrumentos que han servido para tal fin. Surge de aquí lo que algunos llaman 
geografía poscolonial que se propone liberar a la disciplina del hoyo imperialista en que se 
hallaba atrapado. ((Bruneau, 1994; Gregory, 1994). En fin, la toma de conciencia de la 
sobre-explotación del propio medio ambiente por parte de las sociedades que lo habitan 
suscita una especie de geografía ecológica que cuestiona todos los modos de explotación y 
rentabilización del territorio en el marco de la modernización neoliberal (Berque, 1996). 
Esta breve reseña histórica del desarrollo de la geografía humana pone de 
manifiesto dos hechos: por un lado, su reafirmación progresiva como ciencia social en 
sentido pleno; y por otro, su incontenible diversificación y pluralización. Hay que concluir 
entonces que lo que hoy llamamos geografía humana no constituye una sola disciplina, 
sino más bien una especie de membrete que recubre una gran variedad de disciplinas y 
subdisciplinas que sólo tienen en común la preocupación por la perspectiva espacial (sea 
ésta concreta o abstracta) en el abordaje de los fenómenos que estudian. 
Esta situación plantea graves problemas epistemológicos que hoy preocupan a los 
geógrafos: ¿cuál es la unidad o la identidad de la geografía humana?; ¿se debe hablar de 
una sola geografía, como disciplina unitaria, o de muchas geografías?; ¿el archipiélago 
actual que denominamos “geografíahumana” constituye un solo país?; ¿cómo se puede 
integrar la geografía física en la geografía humana?; ¿ésta puede ser a la vez una ciencia 
natural y una ciencia social? 
Las respuestas han sido muy variadas: unos afirman, siguiendo la tradición 
vidaliana, que se trata de una “ciencia de síntesis”; 6 otros hablan de “unidad en la 
pluralidad” (Ph. Pinchemel, Pierre George); otros recurren al “paradigma de la 
complejidad” y a la “dialogía” de Edgard Morin; y otros, finalmente, buscan la solución en 
la teorías de los sistemas, como el “geosistema” de George Bertrand. 
De modo correlativo, las definiciones de la geografía han ido variando: “estudio de 
las relaciones del hombre con su medio-ambiente natural (tradición vidaliana); “estudio de 
los efectos de la distancia sobre las interacciones sociales (Ullman); “estudio de la 
organización del espacio” (una definición que por mucho tiempo ha gozado de gran 
 
6 Así, por ejemplo, siguiendo en parte la tradición vidaliana, la geografía coremática de Roger Brunet ( 1990) 
en Francia pretende realizar una síntesis general entre la geografía tradicional y las “nuevas geografías”. 
 7
aceptación entre los geógrafos); y, en fin, “estudio de la organización y del funcionamiento 
del o de los territorios” (Schibling, 1994; Di Méo, 1998). 
 
2. La geografía humana como conjunto de disciplinas hibridizadas 
La segunda proposición que me dispongo a sustentar puede formularse de la 
siguiente manera: en cuanto ciencia social, la geografía humana se manifiesta hoy como un 
conjunto de disciplinas y de subdisciplinas hibridizadas o amalgamadas. 
El concepto de hibridazación o amalgama ha sido propuesto por Mattei Dogan y 
Robert Phare (2000) en el marco de su teoría del “ciclo vital” de las disciplinas sociales. 
Para estos autores, la última fase de ese ciclo es precisamente la de la pluralización y 
fragmentación de las ciencias sociales por vía de amalgama. Se entiende por amalgama la 
fusión, recombinación o cruzamiento de las especialidades o de fragmentos de disciplinas 
vecinas, que tienen por efecto principal la circulación de conceptos, teorías y métodos de 
una disciplina a otra, sin importar las fronteras. No es lo mismo que “multidisciplinaridad” 
o “pluridisciplinaridad”, términos que evocan una mera convergencia o yuxtaposición de 
monodisciplinas en torno a un objeto de estudio común, pero conservando celosamente 
cada una de ellas sus presuntas fronteras. La amalgama, en cambio, supone y demuestra 
precisamente la permeabilidad de las fronteras disciplinarias. 
Según los autores citados, en las últimas décadas la mayor parte de las innovaciones 
científicas en el campo de las ciencias sociales ha provenido, no de la “pluridisciplinaridad” 
– cuyas supuestas virtudes se pone en duda -, sino de la amalgama, esto es, de trabajos 
realizados por pequeños equipos de investigadores en las fronteras entre disciplinas, en sus 
intersticios, en los puntos de cruce entre especialidades distintas. El resultado ha sido la 
formación de una espesa red de campos híbridos, que hacen irreconocibles las viejas 
compartimentaciones de las ciencias sociales. 7 
Considero que la geografía humana, en sus diversas ramificaciones y 
manifestaciones, es el campo privilegiado de la hibridación o amalgama, y que eso explica 
precisamente su enorme vitalidad, su capacidad de innovación y su desarrollo plural. En 
 
7 Mattei Dogan (2000) afirma que, si consideramos 12 de las disciplinas sociales más consolidadas, y las 
cruzamos entre sí, obtendríamos 144 celdas. Pues bien, hoy en día las ¾ partes de esas celdas ya están 
ocupadas por disciplinas hibridizadas que gozan de cierta estabilidad y autonomía: por ejemplo, psicología 
social, sociología política, ecología humana, economía política, antropología política, sociología histórica, etc. 
 8
efecto, como hemos visto, la geografía humana se ha ido apropiando progresivamente, 
desde su propia perspectiva, no sólo de los conceptos, sino también de las teorías y métodos 
de prácticamente todas las disciplinas sociales, incluyendo sus diferentes corrientes y hasta 
las modas intelectuales que la agitan de tanto en tanto. Algunos geógrafos las llaman 
paradójicamente “ciencias conexas” o “paralelas” (Baud, 1977: 157), cuando en realidad 
constituyen la substancia misma de su identidad como disciplina y, por lo mismo, 
referentes obligados de su propia denominación. Veamos algunos ejemplos: geografía 
económica, geografía social, geografía histórica, geografía urbana, geografía del poder, 
geopolítica, demogeografía o geografía demográfica, geografía rural (o agrícola), geografía 
crítica (o marxista), geografía del comportamiento (behavioural geography), geografía de 
la percepción, etnogeografía, geografía humanista, geografía existencialista, cronogeografía 
o geografía del tiempo, geografía de los transportes, geografía regional, geografía de la 
salud, geografía de los riesgos (risk geography), geografía posmoderna, etc., etc. Basta este 
listado incompleto para demostrar que los grandes temas de la geografía humana son en su 
totalidad temas arrancados de las entrañas de las ciencias sociales. 
Hemos dicho que la amalgama comporta la fusión de disciplinas vecinas de tal 
modo que se produzca una circulación de conceptos, teorías y métodos entre las mismas. Es 
esto precisamente lo que ocurre en cada una de las especialidades amalgamadas que hemos 
enumerado. Tomaremos solamente dos ejemplos: la geografía económica de los años 60 y 
70 y la geografía cultural. 
Como hemos visto, la geografía económica asume inicialmente la figura de una 
economía espacial que utiliza los mismos conceptos y las mismas teorías de la 
macroeconomía moderna: rational choice, principio de la maximización de beneficios al 
menor costo, ley de la oferta y la demanda del mercado, ley del menor esfuerzo, etc. Y a 
imagen y semejanza de la ciencia económica, se define como ciencia nomotética que busca 
leyes universales de la localización en el espacio recurriendo al método hipotético-
deductivo. Más aún, al igual que la economía, sus instrumentos de análisis son las 
matemáticas y la estadística. Incluso hubo una época en que geógrafos y economistas 
trabajaban juntos, abordando los mismos problemas y publicando en las mismas revistas. 
Esta estrecha colaboración acabó por ser institucionalizado bajo el nombre de “ciencia 
regional”, entendida como “disciplina de contacto” que se propone sintetizar los aportes de 
 9
la geografía y de la economía en vista de la explicación de los aspectos espaciales de la 
actividad económica (Isard, 1975). ¿Puede encontrarse un ejemplo más claro de lo que 
hemos llamado hibridación o amalgama? 
Veamos ahora el caso de la geografía cultural. Cuando se revisa la excelente 
antología de Kenneth E. Foote (1994), que recoge una amplia selección de monografías 
(papers) elaboradas en el marco de la escuela de Berkeley de geografía cultural (cuyo 
fundador fue, como sabemos, el geógrafo Karl Sauer), se ve desfilar por sus páginas 
prácticamente todas las definiciones que se fueron elaborando sucesivamente en el proceso 
de formación histórica del concepto de cultura en la antropología cultural: conjunto de 
artefactos y de técnicas materiales (cultura material), modos de vida (gendre de vie), 
modelos de comportamiento, sistema de valores compartidos y de creencias, etc. De modo 
general, esta geografía adopta el enfoque antropológico frente a su objeto de estudio, que 
por mucho tiempo se identificó con el paisaje culturalmente modelado (“áreas culturales”), 
y consecuentemente asume como método la observación etnográfica, la descripción y la 
interpretación de los paisajes culturales. En sus versiones más modernas, la geografía 
cultural amplía su dominio abarcando fenómenos tan diversos como las iconografías delos 
lugares (los “geosímbolos” de Bonnemaison), los “paisajes literarios” y hasta los efectos 
espaciales de las industrias culturales (Crang, 2000; Mitchell, 2000). En todos estos casos, 
la geografía cultural tiende a fundirse de modo parcial con las disciplinas sociales 
correspondientes, como la antropología simbólica, las ciencias de la literatura y las ciencias 
de la comunicación, apropiándose sin escrúpulos de sus métodos y de sus herramientas de 
análisis.8 Nuevamente no puede ser más claro el fenómeno de la amalgama, por lo menos a 
nivel de las disciplinas en juego, aunque ya no al de las prácticas conjuntas de la 
investigación como en el caso precedente. 
 
 
 
 
 
8 De modo general se puede observar que en materia metodológica, la geografía humana ha transitado – en 
estrecho paralelismo con el resto de las ciencias sociales - , de la metodología objetivista, cuantitativista y 
abstracta de los años 60 y 70, a la revolución cualitativa contemporánea que tiende a ser predominantemente 
constructivista, subjetivista e interpretativa. Con otras palabras, ha pasado de los modelos de explicación 
causalista a la comprehensión, en el sentido de Max Weber. 
 10
3. Las ciencias sociales y la necesidad de su reencuentro con la geografía. 
La última proposición que me propongo sustentar se enuncia así: son las ciencias 
sociales las que necesitan reencontrarse con la geografía tanto por razones epistemológicas 
como por necesidad de actualización disciplinaria. 
En efecto, contrariamente a la voluntad de hibridación que hemos observado del 
lado de los geógrafos, las ciencias sociales tienden a ignorar a la geografía y abordan sus 
respectivos objetos de estudio como si estuvieran flotando en un espacio sin dimensiones. 
De hecho, la mayor parte de los sociólogos y de los antropólogos manifiestan poco interés 
por los trabajos de sus colegas geógrafos y atribuyen un papel modesto al concepto de 
“espacio social” en sus explicaciones de los fenómenos sociales. Esto explica la 
marginación institucional de la geografía por parte de los departamentos de ciencias 
sociales y el desconocimiento recíproco entre geógrafos y científicos sociales que hace 
inviable toda pretensión de establecer programas conjuntos de investigación. 
Sin embargo, hay que notar que en los inicios del siglo XX, Emilio Durkheim y 
Marcel Mauss reservaron un lugar al espacio geográfico bajo el membrete de “morfología 
social”, que ellos consideraban como parte o aspecto relevante de la sociología general. Y 
en nuestros días no son pocos los sociólogos y los antropólogos que comparten una 
concepción más exigente del espacio social. Para Pierre Bourdieu, por ejemplo, la 
comprensión de todo fenómeno social implica que se conozca lo más exactamente posible 
las circunstancias de tiempo y lugar en que se produce; y uno de los conceptos centrales de 
su sociología es precisamente el de “espacio social” concebido como un conjunto 
organizado, esto es, como un sistema de posiciones sociales que se definen las unas por 
referencia a las otras. 
En consecuencia, las ciencias sociales no pueden menos que beneficiarse y 
enriquecerse con un acercamiento más decidido a la geografía. “Si la geografía tiene hoy 
una carga crítica – dice Paul Claval (1998: 47) -, es porque ha demostrado que eliminar el 
espacio equivale a la vez a ignorar los determinismos materiales, las dificultades de la 
comunicación, y el peso de los sueños que esperan o imaginan la existencia de algún “otro 
lugar”, sueños que el hombre ha acarreado siempre consigo como remedio a sus angustias y 
a sus limitaciones”. 
 11
Pero hay que añadir todavía que el reencuentro con la geografía es también un 
requerimiento epistemológico, al menos si tomamos en cuenta los más recientes desarrollos 
de la epistemología de las ciencias sociales. 
En una obra reciente, Jean-Claude Passeron (1991) interviene en el debate acerca de 
la irrefrenable pluralización de las ciencias sociales y afirma que el principio de unidad de 
las mismas debe buscarse en la naturaleza peculiar de su objeto de estudio. Su tesis central 
puede resumirse así: a pesar de su diversidad, los hechos sociales que constituyen el objeto 
propio de las ciencias sociales comparten una característica común que los distingue 
radicalmente de los fenómenos empíricos estudiados por las ciencias naturales: no pueden 
disociarse nunca de un determinado contexto espacio-temporal. Es lo que el propio autor 
denomina “propiedad deíctica” de los fenómenos sociales, es decir, su referencia obligada a 
circunstancias de tiempo y de lugar. Ese contexto puede ser de mayor o menor amplitud 
(micro-contextos, áreas de civilización, períodos históricos), pero siempre estará presente 
implícita o explícitamente en cualquier teorización o descripción de los fenómenos 
histórico-sociales. 
Tomemos en cuenta por el momento sólo el aspecto espacial de ese contexto. 
Entonces hay que decir que todo hecho social se inscribe necesariamente en una 
determinada área espacial que puede considerarse en diferentes escalas. No existe sociedad 
sin espacio ni espacio sin sociedad. Por eso decimos que los hechos sociales son siempre 
“geografiables”. 
Los autores posmodernos suelen oponer a esta afirmación el discurso de la 
desterritorialización. Nos dicen, por ejemplo, que esta época de globalización y de 
movilidad generalizada se caracteriza más bien por la desterritorialización y deslocalización 
creciente de los procesos económicos, de los grupos humanos y de la cultura. Estaríamos 
viviendo, en expresión de B. Badie (1999), “el fin de los territorios”. 
En un libro reciente titulado significativamente O mito da desterritorialização, el 
geógrafo brasileño Rogelio Haesbaert (2004) somete a una crítica demoledora estas ideas 
posmodernas, y les contrapone exactamente lo contrario: la multiterritorialidad como 
característica central del mundo globalizado. Para Haesbaert, la multiterritorialidad implica, 
por un lado, la posibilidad de múltiples pertenencias para un mismo sujeto; y por otro la 
posibilidad de acceso a (y de acción sobre) múltiples territorios diferentes, discontinuos y 
 12
fragmentados, gracias a los modernos medios de transporte y a las nuevas tecnologías de 
comunicación. “El mito de la desterritorialización – dice este autor – es el mito de los que 
imaginan que el hombre puede vivir sin territorio, que sociedad y espacio pueden ser 
disociados, como si el movimiento de destrucción de territorios no fuera siempre también, 
de algún modo, su reconstrucción sobre bases nuevas…El gran dilema de este inicio de 
milenio no es el fenómeno de la desterritorialización, como sugieren autores como Paul 
Virilio, sino el de la multiterritorialidad, es decir, la exacerbación de la posibilidad – que 
siempre ha existido, pero no en los niveles contemporáneos – de experimentar diferentes 
territorios al mismo tiempo, reconstruyendo constantemente el nuestro” (p. 16-17). Y sigue 
diciendo nuestro autor que se podría llamar desterritorialización, en todo caso, a la 
territorialización extremadamente precaria de los sin techo, de los sin tierra y de tantos 
grupos minoritarios que luchan por un “territorio mínimo” para su sobrevivencia cotidiana. 
Queda pendiente una última cuestión. Hemos visto que la idea de contexto implica 
no sólo la espacialidad geográfica, sino también la historia. Ahora bien, ¿se puede disociar 
el espacio geográfico de la historia? 
Uno de los mejores representantes de la geografía histórica inglesa, H.C.Darby 
(según Scheibling, 1994: 120), analiza a partir de cuatro abordajes las relaciones entre 
historia y geografía: 
1) la geografía al servicio de la historia, como mero marco decorativo de la misma 
(v.g. los atlas históricos); 
2) la geografía como estudio de un espacio del pasado (v.g., la geografía de 
Inglaterra en 1086); 
3) la historiade las adaptaciones del hombre a su medio ambiente (por ejemplo, los 
“modos de vida” en diferentes épocas de la humanidad); 
4) la historia como factor explicativo de la geografía del presente (v.g., la historia 
como explicación de la diferenciación de los paisajes). 
Pero se puede ir más lejos todavía planteando que existe una relación orgánica 
entre geografía e historia. Es precisamente esto lo que hace la geohistoria de Braudel y de 
la escuela de Los Anales, que ha fascinado a muchos sociólogos. En convergencia con la 
concepción de la historia de Lucien Febvre y de Marc Bloch, F. Braudel enlaza 
orgánicamente el “tiempo de larga duración” de la “historia casi inmóvil” con la geografía. 
 13
El tiempo de larga duración es el tiempo de las civilizaciones, y una civilización sólo se 
comprende dentro de su marco geográfico; ella es la expresión misma de una cultura y de 
un patrimonio que expresan la fusión entre un espacio histórico y el tiempo de larga 
duración. Por consiguiente, la geografía no es sólo el análisis de las condiciones naturales, 
sino, por ser también histórica, la base activa de la civilización. En su tesis: El 
mediterráneo en tiempos de Felipe II, publicado en 1949, Braudel concretiza 
admirablemente esta visión de las relaciones entre geografía e historia. 
En consecuencia, puede darse que en la problemática de los “reencuentros” que 
estamos planteando en este simposio esté en juego no sólo la geografía, sino también la 
historia, de la que es indisociable. La geografía es “la historia en tiempo presente” – dice 
Pierre George -, ya que ella examina “un espacio horizontal producido por una historia 
vertical”. 
 
4. Conclusiones 
El tema que ha sido propuesto en este simposio es “el reencuentro de la geografía 
humana con las ciencias sociales”. Pero de nuestras reflexiones se desprende que la 
geografía humana nunca ha estado en posición excéntrica con respecto a las ciencias 
sociales y, por ende, no puede hablarse de “reencuentro” propiamente dicho. En efecto, 
sería como reencontrarse consigo mismo, si es verdad que la geografía humana se define 
precisamente por su entrecruzamiento con las ciencias sociales. 
Más bien habría que invertir la problemática afirmando que son las ciencias sociales 
las que necesitan acercarse a la geografía para renovarse y actualizarse como disciplinas y 
por las razones epistemológicas ya invocadas. En efecto, tenemos la sensación de que el 
desencuentro ha sido propiciado principalmente, aunque no únicamente, por el desinterés 
de los sociólogos y de los antropólogos por los trabajos y las investigaciones de los 
geógrafos, a quienes consideran como habitantes de un planeta lejano, sin relación alguna 
con sus propios intereses disciplinarios. 
Quizás este desencuentro se explique por el “chauvinismo” disciplinario derivado 
de una concepción errada de lo que son las disciplinas en el campo de las ciencias sociales. 
En efecto, muchos científicos sociales siguen creyendo que sus respectivas disciplinas son 
campos autónomos dotados de teoría y metodología propias y circunscriptos por fronteras 
 14
rígidas. Pero la epistemología contemporánea nos cuenta otra historia: contrariamente a lo 
que ocurre en las ciencias naturales, las disciplinas sociales son simples recortes analíticos 
de una misma totalidad social, y se caracterizan por la permeabilidad de sus fronteras y por 
la incesante circulación de los mismos paradigmas y esquemas explicativos a través de 
todas ellas. 
Las divisiones disciplinarias son necesarias desde el punto de vista de la 
administración institucional de la docencia y de las carreras universitarias, (a condición de 
que no se conviertan en compartimentos estancos). Pero en la práctica de la investigación lo 
deseable sería trascenderlas para adoptar la lógica de la amalgama y establecer “programas 
de investigación” (en el sentido de Lakatos) compartidos entre geógrafos, sociólogos, 
historiadores y otros científicos sociales, en los que lo prioritario sea la definición de un 
problema común, y no la preocupación por los límites de las disciplinas. Ésta sería una de 
las maneras de acortar y, con un poco de suerte, de suprimir la distancia actual que todos 
lamentamos entre la geografía y las ciencias sociales. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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