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1 LA GEOGRAFÍA HUMANA COMO CIENCIA SOCIAL Y LAS CIENCIAS SOCIALES COMO CIENCIAS “GEOGRAFIABLES”* Gilberto Giménez Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM 1. La geografía humana como ciencia social La primera proposición que me dispongo a sustentar es la siguiente: la geografía humana no se definió como ciencia social de la noche a la mañana y de una vez por todas, por una especie de corte epistemológico repentino, sino que fue afirmándose como tal a través de un largo proceso de absorción progresiva - generalmente en forma parcial y fragmentaria - de la casi totalidad de las disciplinas sociales desde sus propios parámetros disciplinarios. Para verificar este aserto necesitamos echar una rápida ojeada a la historia de esta disciplina. La expresión “geografía humana” aparece por primera vez en la obra póstuma de Vidal de La Blache (1845-1919) titulado Principios de geografía humana y editado por su yerno Emmanuel de Martonne en 1921. Pero esta geografía no se presenta todavía como ciencia social, sino como parte de las ciencias naturales que estudia las relaciones entre el hombre y su medio ambiente en el marco de un determinismo geográfico atenuado llamado “posibilismo”.1 El calificativo “humana” aplicada a la geografía sólo significaba para Vidal de La Blache y sus seguidores que su finalidad es el hombre, en el sentido de que plantea cuestiones como éstas: ¿cuáles son las leyes que rigen la distribución de los hombres sobre la superficie terrestre?; ¿cuáles son las mediaciones entre el medio ambiente natural y la densidad de la población?”. Pero las respuestas remiten siempre a explicaciones de orden natural. Así, nuestro autor encuentra en la litología 2 las razones del “habitat” concentrado y del “habitat” disperso, basándose en ejemplos de China y de los países áridos. Del mismo modo que sus antecesores alemanes (Humboldt, Ritter y Haeckel), de La Blache considera * Conferencia presentada en el Simposio: “La geografía humana y su reencuentro con las ciencias sociales”. El Colegio de Michoacán, La Piedad, Michoacán, 08-07-2006. 1 El “posibilismo” podría describirse así: “la naturaleza impone restricciones, pero el hombre elige” / o también: “la naturaleza propone, pero el hombre dispone”. 2 Parte de la geología que estudia las rocas. 2 las condiciones naturales como condiciones previas que determinan en definitiva las formas de ocupación humana, aún cuando estas formas varíen en el espacio. Se puede decir que la geografía humana comienza a definirse como ciencia francamente social sólo hacia fines de los años 50. El autor más significativo entre los iniciadores de esta nueva perspectiva es el norteamericano Edward Ullman (Boyse,1980), de la Universidad de Seatle, quien define la geografía humana como una ciencia de las interacciones sociales, o más precisamente, como el estudio del efecto de la distancia sobre las interacciones sociales. Esto quiere decir que se deja de privilegiar las relaciones verticales “hombre / medio ambiente natural”, como era lo usual en la tradición vidaliana, para destacar las solidaridades horizontales que los hombres tejen entre sí dentro del espacio geográfico. De este modo Ullman convierte la geografía en ciencia social. Pero esta transformación ocurre en una época en que los criterios de la cientificidad eran los que habían sido fijados en forma aparentemente definitiva por el positivismo lógico surgido de la Escuela de Viena (1920-1930). Por lo tanto, también la geografía tenía que conformarse a estos criterios abandonando el enfoque meramente idiográfico de la geografía regional vidaliana para convertirse en una ciencia nomotética que se propone establecer leyes generales siguiendo el método hipotético-deductivo. Esto explica por qué lo que posteriormente se llamaría “nueva geografía” tiende a reducirse en esta primera etapa a una especie de economía espacial estrechamente vinculada con las teorías macro-económicas modernas. El “aggionamento” de la geografía bajo esta óptica economicista nos llega de los Estados Unidos, impulsado desde fines de los años 50 por geógrafos como Edward Ullman y su grupos de jóvenes colegas de la Universidad de Seatle; W. Isard (1956) y su grupo de “ciencia regional” (Regional Science Association); Brian J.L. Beny y su Escuela de Chicago; William Bunge (1962) y otros muchos que han contribuido a familiarizar a los geógrafos con las teorías que manejan los economistas. De este modo se generaliza y se impone cada vez con más fuerza el paradigma de una geografía que analiza los efectos de la distancia sobre el orden espacial. Dentro de este marco se recupera a precursores como J.H. Von Thünen, Alfredo Weber y, sobre todo W. Christaller (1966), economista y geógrafo alemán, quien había 3 elaborado una teoría de los lugares centrales que parecía verificarse asombrosamente en la parte sur de Alemania.3 El trabajo de este autor, publicado en 1933 e incomprendido en su época, prefiguraba de manera sorprendente la “nueva geografía” que por un lado se basa en la teoría económica espacial, y por otro se empeña en la verificación empírica de sus modelos espaciales. Otro autor alemán, Augusto Lösch, publica en 1940 un libro que tuvo gran influencia entre los geógrafos norteamericanos a raíz de su traducción al inglés bajo el título de The Economics of Location. De modo sorprendente, este autor llega a conclusiones muy semejantes a las de Christaller sin haberlo conocido y sin haberse comunicado con él.4 Las teorías de Christaller y de Lösch han funcionado como paradigmas de la “nueva geografía”, primero en los Estados Unidos, y después en Europa. Así, George K. Zipf publica en 1949 un libro titulado: El comportamiento humano y el principio del menor esfuerzo, donde, siguiendo la lógica de los postulados de Christaller, demuestra la existencia de una relación matemática entre el rango de las ciudades y su tamaño, ya que, según él, la jerarquía urbana se desarrolla de manera geométrica. En Suecia, Torsten Hägerstrand elabora en 1952 un modelo de difusión espacial de las innovaciones.5 3 La tesis básica de Christaller postula que las redes urbanas se jerarquizan en función de los servicios y del comercio. Los “lugares centrales” son centros urbanos que ofrecen a los habitantes de la región circundante determinados bienes y servicios que solamente se encuentran en los centros y que por eso se llaman “centrales”. Entre los habitantes dispersos y el lugar central opera lo que este autor llama “distancia económica”, es decir, la suma de los costos engendrados por la distancia. Si un médico se instala en el centro de una región cuyos habitantes tienen hipotéticamente los mis ingresos y se hallan distribuidos regularmente en el espacio, el costo de la consulta no será el mismo para los que viven cerca y los que viven lejos del centro, ya que estos últimos tendrán que añadir a los honorarios del médico el costo del transporte, la pérdida de tiempo, etc. Por lo tanto, la ley del mercado es el factor primordial en la organización de los lugares centrales. En efecto, en un contexto de libre mercado, el productor tiene interés en colocarse en el centro de un área de mercado para disminuir al máximo la distancia económica de su clientela potencial, mientras que el consumidor tiene interés en dirigirse al lugar central más próximo para adquirir un bien central. Cuanto más alejado esté del lugar central, menos interés tendrá en acudir al mismo, o acudirá a un lugar central alternativo situado a menor distancia. De este modo se abre alrededor de cada lugar central un área circular de mercado que se extiende hasta el área circular del lugar vecino. Si por hipótesis la región considerada es homogénea, surge una configuración espacial constituida por círculos de dimensiónsemejante que, al acoplarse entre sí, se asemejan a un embaldosado formado por baldosas hexagonales. De este modo Christaller estima haber establecido, en conformidad con la ley del mercado, la “ley de la distribución de los lugares centrales” o “ley de locali´zación”. 4 Partiendo de hipótesis y postulados muy semejantes a los de Christaller, también Lösch desemboca en un modelo espacial de tipo “embaldosado hexagonal” y en una jerarquía de lugares centrales. Su argamento es que los hexágonos son las formas espaciales más económicas porque minimizan las distancias y por lo tanto los costos entre el centro y su área de mercado. 5 Fundado en la observación del progreso de la agronomía en la campaña sueca, este autor formula la hipótesis de que la innovación se difunde en un primer momento de manera aleatoria, empujada por los pioneros. Pero en un segundo momento, la difusión opera como una mancha de aceite, por contagio, alrededor 4 En el curso de los años 50 y 60, la literatura geográfica inspirada en estos modelos se multiplica en los Estados Unidos. Sus temas básicos se reducen a los siguientes: la distribución y la regularidad de las localizaciones, el papel de la distancia, las áreas de influencia de las ciudades y la polarización del espacio regional por las ciudades. Se ha hablado con razón de positivismo para caracterizar a esta “nueva geografía”. En efecto, la idea que ahora prevalece es la de que, perfeccionando el procedimiento hipotético- deductivo, es posible descubrir las leyes matemáticas de la organización del espacio. Las hegemonía de esta “nueva geografía” empeñada en construir modelos espaciales elementales supuestamente universales y transhistóricos, se extiende por un período de 30 años, entre 1950 y 1980. Pero he aquí que la reacción no se deja esperar y la geografía humana abandona los modelos económicos para adoptar modelos sociales inspirados en las más diversas corrientes y disciplinas del ámbito de las ciencias sociales y del humanismo: desde la sociología, la antropología y las ciencias políticas, hasta las ciencias de la cultura, la fenomenología y la literatura. El resultado es la incontenible pluralización de la geografía humana, que parece estallar en fragmentos que se disparan en todas las direcciones. A la “nueva geografía” le sucede ahora una infinidad de “nuevas geografías” que se reafirman de manera cada vez más franca como verdadera ciencia social. El argumento que subyace a este cambio de frente es el de que el universo donde los hombres viven no puede explicarse en su totalidad por valores mercantiles y la lógica del mercado. Dicho de otra manera, el positivismo lógico es demasiado estrecho para dar cuenta de todos los aspectos de la realidad socio-espacial. A esto se añade la problemática y muy cuestionable correspondencia entre los modelos espaciales abstractos elaborados por los geógrafos positivistas, y los espacios geográficos reales y concretos. Y hoy añadiríamos que, debido precisamente al anclaje de los fenómenos sociales en contextos socio- espaciales específicos, no existen ni pueden existir leyes estrictamente universales en el campo de las ciencias sociales. Dentro de este marco surge, en primer lugar, la geografía del comportamiento (BehavioralGeography) que ha marcado a la geografía norteamericana desde los años 60. Esta geografía, inspirada en el behaviourismo, pretende explicar los comportamientos de cada pionero. Este modelo, que podía ser tratado fácilmente por métodos matemáticos, ha sido objeto de múltiples verificaciones en los ámbitos más diversos: difusión de epidemias, difusión del crecimiento urbano, difusión de las culturas, etc. (Según Scheibling, 1994: 49). 5 espaciales de los individuos por la percepción y la memorización visual que tienen de su entorno. Sus referencias son la psicología cognitiva y la etología. De aquí la noción de “mapa mental” o “cognitiva”. Progresivamente esta escuela abandonará la pareja: percepción / comportamiento, para centrarse exclusivamente al estudio de la percepción humana y de la semantización del entorno físico. Surge de este modo la llamada geografía de la percepción, que postula que el espacio geográfico existe dos veces: en la realidad objetiva y en la percepción o representación social; pero el espacio realmente operante es el espacio percibido y representado, porque es el que orienta y guía las prácticas espaciales (Debarbieux, 1998: 200 ss.) En esta misma línea se tiende a recuperar la formulación kantiana según la cual no existe espacio geográfico fuera de las percepciones y de las representaciones humanas. El geógrafo norteamericano D. Meining escribirá en 1978: “Las regiones son abstracciones que sólo existen en nuestras cabezas”. Otros cuestionamientos a la “nueva geografía” se refieren a sus implicaciones políticas. A pesar de sus pretensiones de objetividad, tendía, según sus críticos, a justificar la conservación de las situaciones existentes, aún cuando éstas fueran inicuas. De aquí el surgimiento de una geografía crítica, inspirada en el marxismo, que se interroga sobre las desigualdades espaciales y trata de entender cómo se generaron y cómo se las puede eliminar (Lipietz , 1977; Giraud, 1996; Bruneau y Dory, 1994; Lacoste, 1976). Paralelamente, las corrientes fenomenológicas que comienzan a manifestarse hacia 1972 o 1973, orientan el interés de los geógrafos hacia problemáticas de este tipo: ¿qué es lo que hace diferente a cada lugar, y por qué algunos lugares parecen más cálidos y auténticos que otros en la percepción de la gente? Estas cuestiones dan origen a la llamada geografía humanista (Tuan, 1976; 1977; Adams et al., 2001), y permiten redescubrir ámbitos olvidados o descuidados como la geografía histórica, la geografía cultural y la geografía regional. Más recientemente, el posmodernismo, el poscolonialismo y los vientos de la ecología repercuten también fuertemente en la geografía humana suscitando en su seno corrientes homólogas o paralelas. Así, entre 1986 y 1990 el debate sobre la posmodernidad se infiltra en la geografía dando origen a las llamadas geografías posmodernas (Soja, 1989). Otros geógrafos descubren que la geografía ha contribuido de hecho, consciente o 6 inconscientemente, al desarrollo del colonialismo y del imperialismo, y se proponen criticar los instrumentos que han servido para tal fin. Surge de aquí lo que algunos llaman geografía poscolonial que se propone liberar a la disciplina del hoyo imperialista en que se hallaba atrapado. ((Bruneau, 1994; Gregory, 1994). En fin, la toma de conciencia de la sobre-explotación del propio medio ambiente por parte de las sociedades que lo habitan suscita una especie de geografía ecológica que cuestiona todos los modos de explotación y rentabilización del territorio en el marco de la modernización neoliberal (Berque, 1996). Esta breve reseña histórica del desarrollo de la geografía humana pone de manifiesto dos hechos: por un lado, su reafirmación progresiva como ciencia social en sentido pleno; y por otro, su incontenible diversificación y pluralización. Hay que concluir entonces que lo que hoy llamamos geografía humana no constituye una sola disciplina, sino más bien una especie de membrete que recubre una gran variedad de disciplinas y subdisciplinas que sólo tienen en común la preocupación por la perspectiva espacial (sea ésta concreta o abstracta) en el abordaje de los fenómenos que estudian. Esta situación plantea graves problemas epistemológicos que hoy preocupan a los geógrafos: ¿cuál es la unidad o la identidad de la geografía humana?; ¿se debe hablar de una sola geografía, como disciplina unitaria, o de muchas geografías?; ¿el archipiélago actual que denominamos “geografíahumana” constituye un solo país?; ¿cómo se puede integrar la geografía física en la geografía humana?; ¿ésta puede ser a la vez una ciencia natural y una ciencia social? Las respuestas han sido muy variadas: unos afirman, siguiendo la tradición vidaliana, que se trata de una “ciencia de síntesis”; 6 otros hablan de “unidad en la pluralidad” (Ph. Pinchemel, Pierre George); otros recurren al “paradigma de la complejidad” y a la “dialogía” de Edgard Morin; y otros, finalmente, buscan la solución en la teorías de los sistemas, como el “geosistema” de George Bertrand. De modo correlativo, las definiciones de la geografía han ido variando: “estudio de las relaciones del hombre con su medio-ambiente natural (tradición vidaliana); “estudio de los efectos de la distancia sobre las interacciones sociales (Ullman); “estudio de la organización del espacio” (una definición que por mucho tiempo ha gozado de gran 6 Así, por ejemplo, siguiendo en parte la tradición vidaliana, la geografía coremática de Roger Brunet ( 1990) en Francia pretende realizar una síntesis general entre la geografía tradicional y las “nuevas geografías”. 7 aceptación entre los geógrafos); y, en fin, “estudio de la organización y del funcionamiento del o de los territorios” (Schibling, 1994; Di Méo, 1998). 2. La geografía humana como conjunto de disciplinas hibridizadas La segunda proposición que me dispongo a sustentar puede formularse de la siguiente manera: en cuanto ciencia social, la geografía humana se manifiesta hoy como un conjunto de disciplinas y de subdisciplinas hibridizadas o amalgamadas. El concepto de hibridazación o amalgama ha sido propuesto por Mattei Dogan y Robert Phare (2000) en el marco de su teoría del “ciclo vital” de las disciplinas sociales. Para estos autores, la última fase de ese ciclo es precisamente la de la pluralización y fragmentación de las ciencias sociales por vía de amalgama. Se entiende por amalgama la fusión, recombinación o cruzamiento de las especialidades o de fragmentos de disciplinas vecinas, que tienen por efecto principal la circulación de conceptos, teorías y métodos de una disciplina a otra, sin importar las fronteras. No es lo mismo que “multidisciplinaridad” o “pluridisciplinaridad”, términos que evocan una mera convergencia o yuxtaposición de monodisciplinas en torno a un objeto de estudio común, pero conservando celosamente cada una de ellas sus presuntas fronteras. La amalgama, en cambio, supone y demuestra precisamente la permeabilidad de las fronteras disciplinarias. Según los autores citados, en las últimas décadas la mayor parte de las innovaciones científicas en el campo de las ciencias sociales ha provenido, no de la “pluridisciplinaridad” – cuyas supuestas virtudes se pone en duda -, sino de la amalgama, esto es, de trabajos realizados por pequeños equipos de investigadores en las fronteras entre disciplinas, en sus intersticios, en los puntos de cruce entre especialidades distintas. El resultado ha sido la formación de una espesa red de campos híbridos, que hacen irreconocibles las viejas compartimentaciones de las ciencias sociales. 7 Considero que la geografía humana, en sus diversas ramificaciones y manifestaciones, es el campo privilegiado de la hibridación o amalgama, y que eso explica precisamente su enorme vitalidad, su capacidad de innovación y su desarrollo plural. En 7 Mattei Dogan (2000) afirma que, si consideramos 12 de las disciplinas sociales más consolidadas, y las cruzamos entre sí, obtendríamos 144 celdas. Pues bien, hoy en día las ¾ partes de esas celdas ya están ocupadas por disciplinas hibridizadas que gozan de cierta estabilidad y autonomía: por ejemplo, psicología social, sociología política, ecología humana, economía política, antropología política, sociología histórica, etc. 8 efecto, como hemos visto, la geografía humana se ha ido apropiando progresivamente, desde su propia perspectiva, no sólo de los conceptos, sino también de las teorías y métodos de prácticamente todas las disciplinas sociales, incluyendo sus diferentes corrientes y hasta las modas intelectuales que la agitan de tanto en tanto. Algunos geógrafos las llaman paradójicamente “ciencias conexas” o “paralelas” (Baud, 1977: 157), cuando en realidad constituyen la substancia misma de su identidad como disciplina y, por lo mismo, referentes obligados de su propia denominación. Veamos algunos ejemplos: geografía económica, geografía social, geografía histórica, geografía urbana, geografía del poder, geopolítica, demogeografía o geografía demográfica, geografía rural (o agrícola), geografía crítica (o marxista), geografía del comportamiento (behavioural geography), geografía de la percepción, etnogeografía, geografía humanista, geografía existencialista, cronogeografía o geografía del tiempo, geografía de los transportes, geografía regional, geografía de la salud, geografía de los riesgos (risk geography), geografía posmoderna, etc., etc. Basta este listado incompleto para demostrar que los grandes temas de la geografía humana son en su totalidad temas arrancados de las entrañas de las ciencias sociales. Hemos dicho que la amalgama comporta la fusión de disciplinas vecinas de tal modo que se produzca una circulación de conceptos, teorías y métodos entre las mismas. Es esto precisamente lo que ocurre en cada una de las especialidades amalgamadas que hemos enumerado. Tomaremos solamente dos ejemplos: la geografía económica de los años 60 y 70 y la geografía cultural. Como hemos visto, la geografía económica asume inicialmente la figura de una economía espacial que utiliza los mismos conceptos y las mismas teorías de la macroeconomía moderna: rational choice, principio de la maximización de beneficios al menor costo, ley de la oferta y la demanda del mercado, ley del menor esfuerzo, etc. Y a imagen y semejanza de la ciencia económica, se define como ciencia nomotética que busca leyes universales de la localización en el espacio recurriendo al método hipotético- deductivo. Más aún, al igual que la economía, sus instrumentos de análisis son las matemáticas y la estadística. Incluso hubo una época en que geógrafos y economistas trabajaban juntos, abordando los mismos problemas y publicando en las mismas revistas. Esta estrecha colaboración acabó por ser institucionalizado bajo el nombre de “ciencia regional”, entendida como “disciplina de contacto” que se propone sintetizar los aportes de 9 la geografía y de la economía en vista de la explicación de los aspectos espaciales de la actividad económica (Isard, 1975). ¿Puede encontrarse un ejemplo más claro de lo que hemos llamado hibridación o amalgama? Veamos ahora el caso de la geografía cultural. Cuando se revisa la excelente antología de Kenneth E. Foote (1994), que recoge una amplia selección de monografías (papers) elaboradas en el marco de la escuela de Berkeley de geografía cultural (cuyo fundador fue, como sabemos, el geógrafo Karl Sauer), se ve desfilar por sus páginas prácticamente todas las definiciones que se fueron elaborando sucesivamente en el proceso de formación histórica del concepto de cultura en la antropología cultural: conjunto de artefactos y de técnicas materiales (cultura material), modos de vida (gendre de vie), modelos de comportamiento, sistema de valores compartidos y de creencias, etc. De modo general, esta geografía adopta el enfoque antropológico frente a su objeto de estudio, que por mucho tiempo se identificó con el paisaje culturalmente modelado (“áreas culturales”), y consecuentemente asume como método la observación etnográfica, la descripción y la interpretación de los paisajes culturales. En sus versiones más modernas, la geografía cultural amplía su dominio abarcando fenómenos tan diversos como las iconografías delos lugares (los “geosímbolos” de Bonnemaison), los “paisajes literarios” y hasta los efectos espaciales de las industrias culturales (Crang, 2000; Mitchell, 2000). En todos estos casos, la geografía cultural tiende a fundirse de modo parcial con las disciplinas sociales correspondientes, como la antropología simbólica, las ciencias de la literatura y las ciencias de la comunicación, apropiándose sin escrúpulos de sus métodos y de sus herramientas de análisis.8 Nuevamente no puede ser más claro el fenómeno de la amalgama, por lo menos a nivel de las disciplinas en juego, aunque ya no al de las prácticas conjuntas de la investigación como en el caso precedente. 8 De modo general se puede observar que en materia metodológica, la geografía humana ha transitado – en estrecho paralelismo con el resto de las ciencias sociales - , de la metodología objetivista, cuantitativista y abstracta de los años 60 y 70, a la revolución cualitativa contemporánea que tiende a ser predominantemente constructivista, subjetivista e interpretativa. Con otras palabras, ha pasado de los modelos de explicación causalista a la comprehensión, en el sentido de Max Weber. 10 3. Las ciencias sociales y la necesidad de su reencuentro con la geografía. La última proposición que me propongo sustentar se enuncia así: son las ciencias sociales las que necesitan reencontrarse con la geografía tanto por razones epistemológicas como por necesidad de actualización disciplinaria. En efecto, contrariamente a la voluntad de hibridación que hemos observado del lado de los geógrafos, las ciencias sociales tienden a ignorar a la geografía y abordan sus respectivos objetos de estudio como si estuvieran flotando en un espacio sin dimensiones. De hecho, la mayor parte de los sociólogos y de los antropólogos manifiestan poco interés por los trabajos de sus colegas geógrafos y atribuyen un papel modesto al concepto de “espacio social” en sus explicaciones de los fenómenos sociales. Esto explica la marginación institucional de la geografía por parte de los departamentos de ciencias sociales y el desconocimiento recíproco entre geógrafos y científicos sociales que hace inviable toda pretensión de establecer programas conjuntos de investigación. Sin embargo, hay que notar que en los inicios del siglo XX, Emilio Durkheim y Marcel Mauss reservaron un lugar al espacio geográfico bajo el membrete de “morfología social”, que ellos consideraban como parte o aspecto relevante de la sociología general. Y en nuestros días no son pocos los sociólogos y los antropólogos que comparten una concepción más exigente del espacio social. Para Pierre Bourdieu, por ejemplo, la comprensión de todo fenómeno social implica que se conozca lo más exactamente posible las circunstancias de tiempo y lugar en que se produce; y uno de los conceptos centrales de su sociología es precisamente el de “espacio social” concebido como un conjunto organizado, esto es, como un sistema de posiciones sociales que se definen las unas por referencia a las otras. En consecuencia, las ciencias sociales no pueden menos que beneficiarse y enriquecerse con un acercamiento más decidido a la geografía. “Si la geografía tiene hoy una carga crítica – dice Paul Claval (1998: 47) -, es porque ha demostrado que eliminar el espacio equivale a la vez a ignorar los determinismos materiales, las dificultades de la comunicación, y el peso de los sueños que esperan o imaginan la existencia de algún “otro lugar”, sueños que el hombre ha acarreado siempre consigo como remedio a sus angustias y a sus limitaciones”. 11 Pero hay que añadir todavía que el reencuentro con la geografía es también un requerimiento epistemológico, al menos si tomamos en cuenta los más recientes desarrollos de la epistemología de las ciencias sociales. En una obra reciente, Jean-Claude Passeron (1991) interviene en el debate acerca de la irrefrenable pluralización de las ciencias sociales y afirma que el principio de unidad de las mismas debe buscarse en la naturaleza peculiar de su objeto de estudio. Su tesis central puede resumirse así: a pesar de su diversidad, los hechos sociales que constituyen el objeto propio de las ciencias sociales comparten una característica común que los distingue radicalmente de los fenómenos empíricos estudiados por las ciencias naturales: no pueden disociarse nunca de un determinado contexto espacio-temporal. Es lo que el propio autor denomina “propiedad deíctica” de los fenómenos sociales, es decir, su referencia obligada a circunstancias de tiempo y de lugar. Ese contexto puede ser de mayor o menor amplitud (micro-contextos, áreas de civilización, períodos históricos), pero siempre estará presente implícita o explícitamente en cualquier teorización o descripción de los fenómenos histórico-sociales. Tomemos en cuenta por el momento sólo el aspecto espacial de ese contexto. Entonces hay que decir que todo hecho social se inscribe necesariamente en una determinada área espacial que puede considerarse en diferentes escalas. No existe sociedad sin espacio ni espacio sin sociedad. Por eso decimos que los hechos sociales son siempre “geografiables”. Los autores posmodernos suelen oponer a esta afirmación el discurso de la desterritorialización. Nos dicen, por ejemplo, que esta época de globalización y de movilidad generalizada se caracteriza más bien por la desterritorialización y deslocalización creciente de los procesos económicos, de los grupos humanos y de la cultura. Estaríamos viviendo, en expresión de B. Badie (1999), “el fin de los territorios”. En un libro reciente titulado significativamente O mito da desterritorialização, el geógrafo brasileño Rogelio Haesbaert (2004) somete a una crítica demoledora estas ideas posmodernas, y les contrapone exactamente lo contrario: la multiterritorialidad como característica central del mundo globalizado. Para Haesbaert, la multiterritorialidad implica, por un lado, la posibilidad de múltiples pertenencias para un mismo sujeto; y por otro la posibilidad de acceso a (y de acción sobre) múltiples territorios diferentes, discontinuos y 12 fragmentados, gracias a los modernos medios de transporte y a las nuevas tecnologías de comunicación. “El mito de la desterritorialización – dice este autor – es el mito de los que imaginan que el hombre puede vivir sin territorio, que sociedad y espacio pueden ser disociados, como si el movimiento de destrucción de territorios no fuera siempre también, de algún modo, su reconstrucción sobre bases nuevas…El gran dilema de este inicio de milenio no es el fenómeno de la desterritorialización, como sugieren autores como Paul Virilio, sino el de la multiterritorialidad, es decir, la exacerbación de la posibilidad – que siempre ha existido, pero no en los niveles contemporáneos – de experimentar diferentes territorios al mismo tiempo, reconstruyendo constantemente el nuestro” (p. 16-17). Y sigue diciendo nuestro autor que se podría llamar desterritorialización, en todo caso, a la territorialización extremadamente precaria de los sin techo, de los sin tierra y de tantos grupos minoritarios que luchan por un “territorio mínimo” para su sobrevivencia cotidiana. Queda pendiente una última cuestión. Hemos visto que la idea de contexto implica no sólo la espacialidad geográfica, sino también la historia. Ahora bien, ¿se puede disociar el espacio geográfico de la historia? Uno de los mejores representantes de la geografía histórica inglesa, H.C.Darby (según Scheibling, 1994: 120), analiza a partir de cuatro abordajes las relaciones entre historia y geografía: 1) la geografía al servicio de la historia, como mero marco decorativo de la misma (v.g. los atlas históricos); 2) la geografía como estudio de un espacio del pasado (v.g., la geografía de Inglaterra en 1086); 3) la historiade las adaptaciones del hombre a su medio ambiente (por ejemplo, los “modos de vida” en diferentes épocas de la humanidad); 4) la historia como factor explicativo de la geografía del presente (v.g., la historia como explicación de la diferenciación de los paisajes). Pero se puede ir más lejos todavía planteando que existe una relación orgánica entre geografía e historia. Es precisamente esto lo que hace la geohistoria de Braudel y de la escuela de Los Anales, que ha fascinado a muchos sociólogos. En convergencia con la concepción de la historia de Lucien Febvre y de Marc Bloch, F. Braudel enlaza orgánicamente el “tiempo de larga duración” de la “historia casi inmóvil” con la geografía. 13 El tiempo de larga duración es el tiempo de las civilizaciones, y una civilización sólo se comprende dentro de su marco geográfico; ella es la expresión misma de una cultura y de un patrimonio que expresan la fusión entre un espacio histórico y el tiempo de larga duración. Por consiguiente, la geografía no es sólo el análisis de las condiciones naturales, sino, por ser también histórica, la base activa de la civilización. En su tesis: El mediterráneo en tiempos de Felipe II, publicado en 1949, Braudel concretiza admirablemente esta visión de las relaciones entre geografía e historia. En consecuencia, puede darse que en la problemática de los “reencuentros” que estamos planteando en este simposio esté en juego no sólo la geografía, sino también la historia, de la que es indisociable. La geografía es “la historia en tiempo presente” – dice Pierre George -, ya que ella examina “un espacio horizontal producido por una historia vertical”. 4. Conclusiones El tema que ha sido propuesto en este simposio es “el reencuentro de la geografía humana con las ciencias sociales”. Pero de nuestras reflexiones se desprende que la geografía humana nunca ha estado en posición excéntrica con respecto a las ciencias sociales y, por ende, no puede hablarse de “reencuentro” propiamente dicho. En efecto, sería como reencontrarse consigo mismo, si es verdad que la geografía humana se define precisamente por su entrecruzamiento con las ciencias sociales. Más bien habría que invertir la problemática afirmando que son las ciencias sociales las que necesitan acercarse a la geografía para renovarse y actualizarse como disciplinas y por las razones epistemológicas ya invocadas. En efecto, tenemos la sensación de que el desencuentro ha sido propiciado principalmente, aunque no únicamente, por el desinterés de los sociólogos y de los antropólogos por los trabajos y las investigaciones de los geógrafos, a quienes consideran como habitantes de un planeta lejano, sin relación alguna con sus propios intereses disciplinarios. Quizás este desencuentro se explique por el “chauvinismo” disciplinario derivado de una concepción errada de lo que son las disciplinas en el campo de las ciencias sociales. En efecto, muchos científicos sociales siguen creyendo que sus respectivas disciplinas son campos autónomos dotados de teoría y metodología propias y circunscriptos por fronteras 14 rígidas. Pero la epistemología contemporánea nos cuenta otra historia: contrariamente a lo que ocurre en las ciencias naturales, las disciplinas sociales son simples recortes analíticos de una misma totalidad social, y se caracterizan por la permeabilidad de sus fronteras y por la incesante circulación de los mismos paradigmas y esquemas explicativos a través de todas ellas. Las divisiones disciplinarias son necesarias desde el punto de vista de la administración institucional de la docencia y de las carreras universitarias, (a condición de que no se conviertan en compartimentos estancos). Pero en la práctica de la investigación lo deseable sería trascenderlas para adoptar la lógica de la amalgama y establecer “programas de investigación” (en el sentido de Lakatos) compartidos entre geógrafos, sociólogos, historiadores y otros científicos sociales, en los que lo prioritario sea la definición de un problema común, y no la preocupación por los límites de las disciplinas. Ésta sería una de las maneras de acortar y, con un poco de suerte, de suprimir la distancia actual que todos lamentamos entre la geografía y las ciencias sociales. 15 Autores citados ADAMS, Paul C., Hoelscher, Steven y Till, Karen E. (eds.), 2001. Textures of place. Exploring humanist geographies. BADIE, B., 1995. La fin des territoires. París : Fayard. BAUD, Pascal, Bourgeat, Serge y Bras, Catherine, 1997. Dictionnaire de géographie. París: Hatier. BERQUE, A., 1996. Être humains sur la terre. París : Gallimard. BOYSE, R.E., 1980. Edward Ullman. Geography as spatial interaction. Seattle: University of Washington Press. BRUNEAUD, M. y Dory D. (eds.), 1994. Géographie des colonisations. París : L’Armattan. BRUNET, Roger, y Dollfus, O., 1999. Géographie universelle, tomo I. París: Hachette. BUNGE, W., 1962. Theoretical geography. Lund: Gleerup. CHRISTALLER, W., 1966. Central places in Southern Germany (traducción inglesa de C. Baskin). Nueva York: Prentice Hall. 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