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R E A L A C A D E M I A E S P A Ñ O L A V I D A DE D O N FRANCISCO DE M E D R A N O DISCURSO LEÍDO EL DÍA 2 5 DE ENERO DE 1 9 4 8 , EN SU RECEPCIÓN PÚBLICA, POR EL EXCMO. SR. DON DÁMASO ALONSO Y CONTESTACIÓN DEL EXCMO. SR. DON EMILIO GARCÍA GÓMEZ M A D R.J D 1 9 4 8 áá E V - A .Ä'V'I , I»-".'.;'.. . A . . »-. , V . -- ; -rV- - ^ i 'ASH' m i . . . ... , , . - ... j. ,, V I-.' - ¡ f^ / . - ' .. ' .'-'i • . t i- i. '- '•-- V •'':-•-•-—• . ffiSraSS V I D A D E D O N F R A N C I S C O D E M E D R A N O ••V - s .• • r /.••», - • ''•i-', r - ' • • M/;: \ • f f-.-'^t. m - • •• . - ' i t . ? - . ' •• ; ' ' M - •v ' i ' - - - ' ' . Cip - 1 I i « • •v . . , • • . ; , V ' " - I i R E A L A C A D E M I A E S P A Ñ O L A V I D A DE D O N FRANCISCO DE M E D R A N O DISCURSO LEÍDO EL DÍA 2 5 DE ENERO DE 1 9 4 8 , EN SU RECEPCIÓN PÚBLICA, POR EL EXCMO. SR. DON DÁMASO ALONSO Y CONTESTACIÓN DEL EXCMO. SR. DON EMILIO GARCÍA GÓMEZ M A D R I D 1 9 4 8 Blass, S. A. Tipográfica. - NúOez de Balboa, 27. - Madrid. D I S C U R S O D E L E X C M O . S R . D O N D Á M A S O A L O N S O K M feV'i-'" ' ' ' ' Í < ,• ' •- . • i • • • • / •i; - . j V . ; ' "• fi'-'.-. .vjV u^iiV':«-. f tl vil» • IS" ; ; ' . - : . ^ i ' • . - H-. l'i .• • H',-.'' - • / . . • • •• I f' - '-v , - - . I m - , •• , - • - A r . •4 • 4 • « • ' ; < . -•'.'i * • ' , '' ' • - '1 . ' >• 1 ^ ••/•s. - l'i' '."-- l'i' '."- •y-c'^. Vs • s • t v î . i , S A. . . ; ' -'Y • •''^•yt \ ' • •• - ' ' • •'¡.vi .• • « . l'i- • : • ... ' • •. - , • - . •'r '•>1 v,'- • •. • '• f-: ' A,! •-•i. . k.v r Señores Académicos: DIOS lo ha ordenado, pa ra que no pueda sentir van idad por esta confianza que habéis puesto en mí y que p ro fundamen te agra- dezco; para m a t a r todo humillo de vanaglor ia , pa ra que no me olvi- dara de mi insignificancia, ha quer ido que hubiera de ser yo en esta casa el sucesor de don Miguel Asín Palacios. De vez en cuando surge a las le t ras un hombre en cuya vida, por feliz azar , se j u n t a n lo enorme del campo que le correspondió y e! genio in tu i t ivo pa ra abarcar inmensidades con la mirada. De estos hombres era Asín. Seguramente no ha habido en la España contemporánea otro in- vest igador cuyo t e m a propio fuera de t a l ampl i tud . No puede haber especialización fért i l que no suponga poderosa generalización. Visto de este modo el t e m a de Asín, en su pavorosa p ro fund idad y en toda su generosa anchura , ha sido —podría decirse— la his tor ia del pen- samiento humano, cen t rada en su único p u n t o esencial, en el de las relaciones del hombre con Dios; si, la historia del pensamiento reli- gioso desde Grecia has ta el m u n d o moderno, con su bifurcación en dos ingentes planos: teología musu lmana y teología crist iana, mís- t ica y ascética del Islam, míst ica y ascética- del Cristianismo. E n ios cruces, en las relaciones m u t u a s ent re estos dos caudales, es donde la inteligencia que t rasvolaba se caló una y o t r a vez, en busca de las presas. Don Migue! Asín era todo lo contrar io de un generalizador aven- turero . De ese árbol, con grosor de eras y mundos , que se alza en busca de Dios, su invest igación se ahinca en la r a m a musu lmana , ya en la — 9 — E l o g i o de D o n M i g u e l A s { n orientai , como en la obra sobre Algacel, ya en la quima española, que indaga desde Aben Masarra , en el siglo x , ha s t a Aben Abbad de Ronda , en el x iv , pasando por Aben Arabi , en t re los siglos x i i y x i i i . «Yo soy Duero, que t o d a s las aguas bebo», va gr i tando la cul tura árabe . Y ese carácter esencialmente acumula t ivo exige que en sus invest igadores es tén presentes , como en pe rmanen te guardia , cono- cimientos nunca t a n ap remian temen te necesarios (o sólo en par te , y a sus t iempos, necesarios), en otros terrenos. Es pasmoso el mundo de erudición que Asín t iene que disponer al alcance de la mano , en cada momento : lo crist iano y lo judaico, lo platónico, lo aristotélico, y lo neoplatónico, y lo zoroástrico, y lo nestoriano, y lo budis ta , etc. Pero a mí más me asombra cómo Asín, que en todo t uvo señorío, era señor de esa inmensa riqueza: aquella intuición nerviosamente ágil y a la pa r serena con la que los da tos se le o rdenan en clara ga- lería. i'Qué placer, un libro de Asín! La mi r ada del lectpr resbala sin tropiezo, gozosa de la contemplación de lo que en el momen to ve, segura de aquello por lo que acaba de pasar , anhe lan te de lo que espera. E s que t odo inves t igador ve rdade ramen te grande es gran ar t i s ta . Sólo así la intehgencia del lector goza dejándose vencer, con- vencer: el placer in te lectual es inseparable del estético. De ese gran sector del pensamiento teológico musu lmán salen — a n t e nuestros ojos— haces de luz que empiezan a moverse sobre zonas dis- t in tas de la culüira europea; otros, desde el m u n d o cristiano les han precedido: son vínculos, i luminados por Asín, que van del Cristianis- mo al Islam, del Islam al Cristianismo: y si las ideas de Algacel y las teorías y práct icas sufíes t ienen una ascendencia cristiana, Averroes ha ejercido un influjo sobre Santo Tomás, y la noche oscura de San J u a n de la Cruz viene a coincidir con el qabd de Aben Abbad de Ron- da. Esos dos tejidos. Cristianismo e Islamismo, que parecen t a n diferentes y aun opuestos, es tán en r eahdad vinculados como por una voluntad superior que los ligara y religara, una y o t ra vez, con invisibles hilos. E n esa concepción, sin duda autént ica , don Miguel puso su caridad, encendida por un amor a todos los hombres, y un espíritu de tolerancia, que en el mundo ya no se da hoy sino dentro — II — E l o g i o de D o n M i g u e l A s { n del Catolicismo. Quien lee la introducción de El Islam cristianizado lo comprende y y a no lo olvida. Uno de estos vínculos, así i luminados, coronó la f ama mundia l de Asín, an te s mundia l ya , pero sólo en la comunidad de los arabi- zantes . E l es tudio de Aben Arabi le hab ía descubierto ex t raord ina- rias relaciones en t re los novísimos del hombre segün los representa el místico musulmán y según se p in tan en la Divina Comedia. Y fué acumulando datos: l abor inmensa que ha asombrado aun a todos los contradic tores . E l resu l tado fué La Escatologia Musulmana en la Divina Comedia. U n a g ran pa r t e del v ia je u l t ra ter reno de D a n t e resul taba basado en la ascensión de Mahoma, t radic ión musu lmana que llega a t ene r mucho desarrollo y un gran número de versiones dist intas . E n el hbró , las pruebas pululan y llegan has ta lo menudo y part icular , ní t idas, concretas, abrumadoras ; la exposición es im- pecable. F u é su discurso de ingreso en esta Real Academia, año de 1919. Donde no se ha in te rpues to pasión, las pruebas de Asín se han abier to camino. Pero no entre algunos dan t i s tas de Italia, a los que (sin causa) les dolía. Mas no h a y escape; o es tamos an t e un milagro, o ent re la Divina Comedia y la escatologia musu lmana ha existido un vínculo directo. Resu l ta cómico hablar de paralelismo de las mentes h u m a n a s y de la semejanza de los temas , para expücar coincidencias de complicado pormenor y su acumulación ve rdaderamente agobia- dora. Los más razonables de los dan t i s tas recalc i t rantes piensan en una t radic ión común; apelan así a un antecedente común, vago, des- conocido y pu ramen te hipotét ico, en su obst inación de no querer acep ta r lo palpable, lo na tu r a l y sencillo: que un término se parece al otro porque está en relación directa con él. D a pena: h a y quienes an te el hecho b ru t a l de las extraordinar ias y repet idas semejanzas, quisieran poder raerlas o deglutirlas, y en fin, pierden los estribos y acuden a explicarlas por una cadena de coincidencias que j amás se engarzan así en estemundo . E i a rgumento Aquiles es siempre el mismo: ¿Cómo pudo llegar D a n t e a conocer esas tradiciones musulmanas? Asín se hab ía pre- cavido; hab ía mos t rado las innumerables relaciones culturales ent re ambos mundos en el siglo x i i i ; había aducido, en part icular , v ia jes — I I — E l o g i o de D o n M i g u e l A s í n como el de B r u n e t t o Lat ini , semimaestro de Dante , a la Corte de Castilla, 0 el de San Pedro Pascual , p rofundo conocedor de las t r a - diciones musulmanas , a I tal ia. Luego, se han mencionado las repe- t idas vis i tas a ese país de R a i m u n d o Luíio (precisamente conoce- dor e imi tador de Aben Arabi), y la existencia de Ricoldo de Monte Croce, impugnador del Islam, que vive en un convento f lorentino con el que D a n t e tenía relación. Todo mient ras innumerables comer- ciantes i tal ianos v i a j aban por la España cr is t iana y la musulmana , pa ra sus mercaderías. Cien y cien canales, unos conocidos en con- creto, otros en general, hacen per fec tamente posible la trasmisión. ¡Y cómo olvidar que la ascensión de Mahoma es taba ya t raduc ida al castellano en la Pr imera Crónica General! Hace poco, en 1944, y precisamente en el corazón de Roma , en la Ciudad del Vaticano, se ha impreso un t r a b a j o de Monneret de Villard, Lo Studio dell'Islam in Europa nel XII e nel X I I I Secolo, en el cual se exhuma un da to precioso, que se le pasó a don Miguel, y que quiero citar aquí , porque de haberlo conocido, le habr ía l lenado de gozo... El au tor de ese t r a b a j o hace notar cómo en el catálogo de Coxe, de códices de la Bodleyana , se describe un manuscr i to de Les- chiele Mahomet, es decir, de la escala o ascensión de Mahoma, t ra- ducida por orden de Alfonso X , en 1264. El libro fué t raducido primero al español por Abraham, médico judío de Alfonso, y luego vert ido al f rancés por Bonaven tu ra , notar io sienés. Sabido es el influjo f rancés en I ta l ia en esta época en que B r u n e t t o La t in i escribía su Trésor en francés. [Un i tal iano, precisamente un italiano, es t r aduc to r de la Escala de Mahomal (Sabemos que un joven e rudi to español t iene ya a p u n t o de impresión el an t iguo t e x t o f rancés de la ascensión de Mahoma). Y aún el mismo Monnere t de Villard nos da o t ra noticia preciosa: en la BibUoteca Nacional de Par ís existe otro manuscr i to de la Escala o ascensión de Mahoma, esta vez t raduc ida al latín. A la pregunta , pues, de cómo pudo llegar esta tradición musu lmana a Dan te , se puede responder así: Po r esta razón.. . , y por ésta.. . , y por ésta.. . Y después de todo eso, porque de la escala o ascensión de Mahoma había en el siglo x i i i una t raducción en castellano, y otra en francés, y o t ra en lat ín. N a d a menos. -— 12 — E l o g i o de D o n M i g u e l A s í n En nada se escatima así la gloria de Dante . N i el pensamiento del poema ni esa forma de luz cen t rada , cenital , b lanca y pa rpadean te , en que su au to r le envolvió, se a m e n g u a n lo m á s mínimo por esos contactos con la escatologia musu lmana . Como la gloria de Cervan- tes no se empaña po rque —caso mucho peor— en los primeros capí- tulos del «Quijote» haya seguido una obrilla de ínfimo méri to l i tera- rio. ¿O hab rá que c i tar el caso de Shakespeare? Hemos quer ido a t ende r ún icamente al centro de los afanes de Asín. Sólo las b ibhograf ías pueden dar idea de su riqueza y su va- riedad. ¡Cuántos problemas ya resueltosi ¡Cuánta semilla fértil! Ahí queda, por ejemplo, el aún reciente Glosario de voces romances regis- tradas por un botánico anónimo hispano-musulmán (siglos XI y X I I J . Sobre ese t ex to , que ha dado ya origen a un impor t an t e t r aba jo de Amado Alonso, t end rán que inclinarse en largas horas de estudio los lingüistas. Me unió con don Miguel Asín una amis tad poco f recuentada . Nues t r a adolescencia y nues t ra j uven tud nos la a lumbran unos cuan- tos héroes contemporáneos nuestros: los l levamos en el corazón, alen- tadores de nues t ro esfuerzo, porque representan pa ra nosotros el modelo úl t imo: lo perfecto, lo sin t acha . A Asín le l levaba (y le llevo) en mi corazón, a u n q u e le vela pocas veces, y más sabía de él por sus libros y por medio de Emilio García Gómez. Yo, como todos los a lum- nos, había v ibrado de s impat ia por don Miguel desde la pr imera vez que le v i sentarse, nervioso, t r as la mesa de la cá tedra . Sé que me mi raba con afecto, y t u v o conmigo unas cuantas delicadezas inolvi- dables. Y espero que así me mire ahora que v ier to mi corazón hacia él, al comenzar el t e m a de que quiero hablaros . — 13 — POE julio de 1862 había t e rminado de j u n t a r don Cayetano Alber to de la Ba r re ra los mater iales del p r imer t omo de su Cancionero de poetas varios españoles de los siglos XVI y XVII. Allí se encuen- t r a el pr imer conato de biograf ía de don Francisco de Medrano. Pero esos t r aba jo s de La Bar re ra hubieron de quedar inéditos. Otro impor- t a n t e depósito de noticias duerme, a u n q u e impreso, poco utilizado, ent re los Nuevos datos para las biografías de cien escritores de los si- glos XVI y XVII, de mi inolvidable don Francisco Rodríguez Marín: La Bar re ra avanzaba a tentones , guiado apenas por la edición de los Remedios de Amor, de Í617, y por una ca r ta de Medrano: n a d a de ex- t raño que t ropezara aquí y allá en lo que quiso entrever . Rodríguez Marín, en cambio, daba y a unos da tos seguros, aunque pocos, que La Bar re ra ni soñó; noticias curiosas de la famil ia del poeta, una descripción v iva , pormenor izada , de la f inca de Mirarbueno y de sus productos. . . y, en fin, lo inesperado: Medrano había sido jesuíta , se había salido de la Compañía de Jesús, y había v ivido como clérigo secular en Sevilla, donde había muer to en t re los úl t imos días de 1606 y los pr imeros meses de 1607. Las noticias l i terarias, duermen re- mansadas mucho t iempo, has ta que se incorporan a la corriente; pocos se han parado a ensar ta r esos datos; se puede decir que aún no circulan con el caudal de la historia l i teraria española. A las tu r - bias noticias de L a Barrera , a las pocas, pero m u y interesantes , de Rodríguez Marín, vamos a agregar ahora otras, m u y netas, y tales que el personaje sale de bul to , a u n q u e aún con unas pocas par tes de sombra. Impor taba el archivo centra l de los Jesuí tas , de Roma , y gracias a la bondad del P . Fehciano Cereceda, i lustre biógrafo del P . Láinez, he podido ob tener preciosos datos de los Catalogi Trien- — 14 - P r e l i m i n a r nales de la Compañía, y la seguridad casi absoluta de que no existe hoy el expediente de separación de Medrano. También de la misma procedencia y por medio del P , Rafae l M.® de Hornedo , insigne crítico e historiador, he obtenido las dimisorias del poeta . De otro g ran auxilio de este mismo P a d r e hablaré a su t iempo. Los archivos sal- man t inos eran una posible mina . Ningún mejo r conocedor de ellos que mi compañero don Rica rdo Espinosa Maeso. A él le pedí que me buscara en los registros univers i tar ios los nombres de Medrano y de algunos amigos suyos: unas cuan tas impor tan tes noticias han enrique- cido así el acervo. Los archivos de Sevilla deberían de contener, to- davía, la clave de algunos misterios de la biografía de Medrano: pensé, en seguida, que hab iendo sido el he rmano de! poe ta canónigo de la catedral , en el archivo de la misma debía de es tar el expediente de sus pruebas de l impieza. Mis gestiones pa ra encontrar lo resul taron, primero, inútiles. Mi erudito amigo don Santiago Montoto me dijo que él hab ía vis to hacía muchos años ese expediente , y me comu- nicó una breve no ta ; y llevó su amabi l idad has ta buscarlo después, aunque sin éxi to , por el lamentable es tado de aquel depósito. Pero en un reciente v i a j e a Sevilla pude visi tar el archivo de la ca- tedral , en compañía del canónigo Sr.Mañes y del Sr. Montoto , y por feliz casualidad encontré en seguida las pruebas de limpieza t a n bus- cadas. E n nueva visi ta , al día siguiente, di con las de un sobrino de Medrano, t ambién canónigo. De la existencia de ese sobrino y de su cargo, tenía noticia por el mismo Sr. Montoto, quien había copiado y me había comunicado otros documentos de la ca tedra l referentes a este canónigo; pero no había v is to las pruebas de l impieza. Ambas informaciones —la del he rmano y la del sobrino de nuestro poe ta— nos proporcionan curiosos datos. L a Bar re ra había t ambién mencio- nado en sus apuntes dos preciosos manuscri tos: uno, autógrafo t odo él, de Medrano; otro, que contenia un cuadernillo de mano de nuestro poe ta . Ambos se conservan. Si el erudi to del siglo x i x registró con escrupulosidad el contenido de este úl t imo, del primero no vió, o pasó to t a lmen te por alto, lo más notable, que, revelado ahora , nos plantea inquie tantes problemas en torno a la personalidad moral de Medrano. 15 P A T R I A . FAMILIA. HACIENDA N A C I M I E N T O D E L P O E T A . S U F A M I L I A . T os nuevos datos que m a n e j a m o s nos van a permi t i r en t ra r con resuelta seguridad en bas tan tes sectores de la vida mater ia l de Medrano, en algunos de la espiritual. Pero aún lo que ha de quedar en la sombra será mucho, gran pa r t e de sus andanzas y actos físicos; y no digamos nada de los misterios y contradicciones que nos opon- drá la v ida moral . Quisiera en todo caso dist inguir — y así lo procu- raré— lo que es realidad objet iva, de lo que sea conje tura más o menos fundada , Precisamente el hecho pr imero de la v ida de Medrano nos ofrece un ejemplo de cuán peligrosas sean las conje turas , y qué consecuencia pueden tener . Po r indicios llegó La Bar re ra a de te rminar que Medrano había nacido en Sevilla, y es verdad . Pero basado en dos considera- ciones falsas, que alia con la in terpretación l i teral de a lgunas poesías de Medrano, llega a de te rminar que éste nació ent re 1550 y 1556. Don Cayetano Alber to cometía asi un error de ve in te años, si a ten- demos a la p r imera cifra que da; de catorce, si a la segunda . Hoy , con error todo lo m á s de meses, podemos decir que nació en 1570. Medrano era, pues, nueve y ocho años m á s joven que Góngora y Lope, respec- t ivamente , y habr ía que si tuarle en una generación in te rmedia entre la de éstos y la de Quevedo. Que este error de L a Bar re ra nos haga ser m u y cautos cuando — i 6 — I . — P a t r i a . F a m i l i a . H a c i e n d a . de la mate r ia poética de Medrano se nos ofrezca ext raer anécdota biográfica, que ocasión y ten tac ión no ha de fa l ta r . Si, don Francisco de Medrano nació en Sevilla en 1570, ó todo lo más a f ines de 156'9. A esos mismos años había llegado yo, por otras consideraciones. Pero ahora tenemos seguridades: los Catalogi Trien- nales de 1587, 1590, 1593, 1597 y 1600, dan a Medrano edades que exigen que 1570 sea el año del nacimiento; el catálogo de 1585 nos lleva, en cambio, a un año antes . ¿Nacería a fines de 1569? ¿Se t r a t a de un pequeño error del catálogo.de 1585, subsanado por los siguien- tes? Creo casi seguro que la fecha de nacimiento es 1570, y que esa discordancia de los datos de 1585 se debe a que el catálogo se hiciera ya avanzado el año. E r a el mayor de seis hermanos, y sus padres se l lamaban Mi- guel de Medrano y doña María de Villa. Per tenecía doña María a la famil ia de los Herbar , banqueros sevillanos. También el padre debía de tener posición desahogada: a su m u e r t e (entre 1582 y 1583), le correspondieron al poe ta (por lo menos) casi 6.000 ducados de herencia, y acabamos de decir que eran seis hermanos . L a madre , en cambio, había de sobrevivir a nuest ro escri tor. La familia po- seía casas en varios sitios de SevUla: en la calle de Gallegos (colación de San Salvador), donde ya en 1572 nace Miguel de Medrano, el her- mano que sigue a Francisco; t a m b i é n en la colación de Santa Maria, «en la toneler ía v ie ja que agora se dice el compás de la man- sebía». Deb ían de poseer asimismo a lgunas fincas rústicas, nin- guna más impor t an t e que el pago de Mirarbueno. Pero de éste t r a t a r e m o s más ta rde . El p ru r i to mercant i l , que les venía de los Herber , acuciaba a var ios miembros de aquel hogar: comerciaban con las Indias: un hermano del poe ta , Alonso, pasó una vez a Nueva España pa ra vender una pa r t i da de vino; años más t a r d e residía en Méjico y recogía allá las mercaderías que su madre le enviaba. Vino expor ta ron var ias veces: lo cosechaban en su heredad de Mirar- bueno. Doña María de Villa debía de desenvolverse m u y bien en estos negocios, con heredado ins t in to , y años más t a rde , ya vieja, los hi jos la ayudaban : ya hemos vis to las empresas de Alonso; otro hermano, Diego, que era canónigo de Sevilla, y que f i rmaba Diego — 17 — t V i d a y o b r a d e M e d r a n o Herber por haber tomado ese apellido de la línea ma te rna , in tervenía en nombre de la mad re pa ra cobrar en la Casa de Contra tación unas par t idas de p l a t a de Nueva España . Y todo se l levaba ent re eUos con seriedad comercial: pa ra nues t ros días, resul ta m á s que curioso, ext raño, ver a la m a d r e c o n t r a t a n d o con sus hi jos, nuest ro poe ta don Francisco y Diego Herber , pa ra cederles en arr iendo la heredad de Mirarbueno, con t a n t a minucia , con condiciones de t a p poca impor tanc ia (por ej . la cláusula que veremos re fe ren te a los sarlnten- tos y a la ceniza), como si más que con hi jos t r a t a r a ' con extraños. Pero en aquel t i empo era cosa corr iente. A B O L O R I O D E L P O E T A . Es tas noticias—las que se refieren a la familia del poeta—salían de los documentos que publicó Rodríguez Marín. La buena fo r tuna que hemos tenido en el Archivo de la Catedral de Sevilla nos pe rmi te hoy conocer la ascendencia de don Francisco de Medrano has ta los bis- abuelos y nos da curiosas noticias de la rama pa te rna . Son los datos contenidos en las informaciones de limpieza de sangre de Diego Herber de Medrano, hermano de nuestro escritor, y de Miguel de Medrano, su sobrino carnal. Ambos fueron canónigos en Sevilla, y las pruebas se hicieron en 1602 y 1634, respect ivamente. Ei expediente de Diego Herber es más interesante; el del sobrino, más gris; el comisario se limitó, en este caso, casi a cumplir una fórmula. Sabíamos ya, como hemos dicho, que don Francisco era el mayor de seis hermanos (le seguían Miguel, Diego, J u a n a , Alonso e Isabel) y que sus padres se l lamaban Miguel de Medrano y doña María de Villa. Se nos revelan ahora los abuelos paternos, Francisco de Medrano e Isa- bel Flores, y se nos completa el nombre de los maternos , Francisco Hernández Herber y doña Mencia de ios Angeles Alaraz. De estos úl t imos no se nos dice más sino que eran vecinos de Sevilla e hijos, respect ivamente , de J u a n Sánchez de Córdoba y de doña María de Villa, vecinos también de Sevilla, y de Diego Sánchez Colchero, piloto mayor , y de Ana Sánchez Alaraz. Notemos que el nombre de doña — l8 — 7 . — P a t r i a . F a m i l i a . H a c i e n d a , María de Villa se repite en la madre y en la bisabuela de nuestro don Francisco. Po r desgracia, las informaciones que se debieron de hacer en Sevilla (para prueba de la limpieza de esta m u y sevillana rama materna) fa l tan , y si juzgáramos por signos exteriores, se diría que nunca han existido en el expediente de Diego Herber . Fracasados ahí, creímos que el del sobrino nos aclararía el problema. AUí sí que está el examen de testigos sevillanos; pero al llegar a la p regun ta relat iva a Franci.sco Hernández Herber y su esposa doña Mencia, nadie puede dar la menor noticia, salvo un declarante que con gran vaguedad dice haber oído hablar de ellos. ¿Qué misterio h a y aquí? Ya hemos dicho que por las noticias que allegó Rodríguez Marínsabemos que estos Herber eran una familia de banqueros sevillanos, y allá hacia 1590 quebraron Jerónimo y J u a n Bau t i s t a Herber, hermanos de doña María de Villa, t íos carnales, por t an to , de nuestro biografiado. N a d a deja más recuerdos en una ciudad ni más duraderos que una quiebra. Pues bien; en 1634 ningún testigo sabe nada de los Herber , y en 1602, o bien por caso excepcional, no se llevaron a cabo informaciones en Sevilla, o hubo alguien que las hizo desaparecer. Las investigaciones de la r a m a pa te rna son minuciosas y t ienen lugar en Torrijos, Maqueda y Santo Domingo, lugares todos próxi- mos ent re sí y de la actual provincia de Toledo. Reservo pa ra otro lugar exponerlas en pormenor; doy aquí sólo un breve resumen. El padre del poeta, Miguel de Medrano, vivió de niño en Torrijos, y cuando su madre enviudó pasó con ella a Maqueda. No cabe duda de que su m u j e r y su hijo Diego le creían de ese úl t imo lugar; pero los testigos vacilan entre Torri jos y Maqueda: de las declaraciones sale una m a y o r probabi l idad a favor de Torrijos. Debió de nacer hacia 1530 y tantos . Hacia 1550 y t an to s se fué de esas t ierras toleda- nas a Sevilla, y de allí pasó a Indias (un testigo puntual iza que al • Perú) , de donde volvió con f a m a de rico unos diez años más t a r d e . Ya en España , visitó los lugares de su infanciaj y luego se volvió a Sevilla o t ra vez, donde casó con doña María de Villa, «señora rica». Son varios los testigos toledanos que declaran haber visitado a este matr imonio en su casa de Sevilla, donde vieron que ten ían varios hijos, pero n inguno nombra especialmente a nuestro Francisco. — 19 — V , i d a y o b r a d e M e d r a n o Los abuelos pa ternos eran Francisco de Medrano (cuyo nombre, pues, se repi te en el poeta) e Isabel Flores. E l abuelo Francisco era de Maqueda, y la abuela Isabel era h i ja de Alonso Flores de León y Francisca Ramírez , vecinos de Torrijos. El pun to más oscuro lo ofrece el bisabuelo pa te rno de esta r a m a pa terna . Se l lamaba Miguel Sáenz (o Sánchez) de Medrano. Digámoslo de una vez; este bisabuelo de nuestro poeta era un clérigo, beneficiado en Maqueda. Malos ratos debió de pasar el comisario del cabildo se- villano encargado de las diligencias; por los testigos, a vuel tas de muchos expresivos silencios, se va descubriendo la condición de clérigo del bisabuelo; algunos le desconocen el apellido Medrano; otros no saben que Francisco fuera hi jo suyo y sí sólo que vivía en su casa; otros ig- noran cómo el clérigo podía tener ese hijo; uno llega a decir que Miguel Sáenz era tío de Isabel Flores, pero no sabe que fuera padre de F r a n - cisco. Las declaraciones de Maqueda, donde dicho clérigo vivió, son, precisamente, las m á s reticentes y sospechosas. A la supuesta bis- abuela de Medrano, Isabel de Pare ja , nadie la ha conocido ni oído nombrar . E n t r e los. declarantes f igura una t ía carnal del poeta; se l lama Isabel de Escobar; es v iuda, na tura l de Maqueda; no f i rma por no saber. Tampoco nos saca de dudas la t ía , y es raro que calle que su abuelo era clérigo, pues le t r a t ó siete u ocho años, y de su abuela, a la que ella l lama Isabel Díaz Pare ja , tampoco sabe más que el nombre . Ra ro todo. Quien lee y coteja esas declaraciones llega a pensar que Isabel de P a r e j a fué un pecadillo de j u v e n t u d de Miguel Sáenz de Medrano, ¿anterior a las órdenes?, ¿posterior a ellas? Todos son oscuridades cuando. Deus ex machina, aparece un tes- tigo m u y viejo (de Santo Domingo) que da una explicación, la cual sería del todo d iáfana si no viniera a chocar con un sistema orgánico de interpretación que ha f raguado ya en el cerebro del lector.. . Yo tengo a cada uno por absoluto hijo de sus obras, y en el fondo no me preocupa cómo o po r qué vínculo el bisabuelo del poeta engendrara a su abuelo. Tengo, además , que reconocer que esa declaración de un anciano de. noventa y cua t ro años, que sirvió al bisabuelo y al abuelo dé nuestro escritor, es muy nítida: Miguel Sáenz de Medrano habr ía casado m u y mozo con Isabel de Pare ja y de eUa t uvo a F r a n - — 20 — /. — P a t r i a . F a m i l i a . H a c i e n d a . cisco; y sería, viudo ya, cuando se hizo clérigo. H a y que adver t i r que este viejísimo y fiel criado no conoció a la t a l Isabel de Pare ja , ni sabe de ella nada más. Confiesa reproducir la interpretación que se daba en la casa acerca del hecho de que el clérigo tuviera un hijo. Admi tamos nosotros también esta «verdad oficial» (que bien puede ser auténtica) . Admitámosla como la admit ió el comisario diligen- ciero: r áp idamente después de esta declaración (y o t ra que —basada en ésa— no añade nada) da remate al examen de testigos. Por otra par te , ninguno de los interrogados puso tacha de judío,, moro, rela- jado, penitenciado o reconciliado a ninguno del l inaje de los Medra- nos. Todos les t ienen por gente l impia. Cierto que sólo algún testigo que otro habla de hidalguía. El más favorable otra vez, el criado viejo, para quien eran gente principal e hidalga y m u y escrupulosa en los enlaces matr imoniales por lo que toca a limpieza de sangre; y el testigo último, que casi repi te la declaración del criado (basán- dose en el test imonio de éste), añade, aquí , que Miguel Sáenz de Me- drano (el bisabuelo) era «onbre noble hijodalgo, y que en sus respetos y obras m u y bien lo daba a entender». Pero, en fin, entre t a n t o testigo, la palabra «noble» sólo sale una vez; la de «hidalguía», un par de veces. Los demás sólo hablan de «cristianos viejosí... Una visión m u y dist inta del estado de la familia nos da el otro expediente de limpieza, el de Miguel de Medrano, sobrino de nuestro escritor, como hijo de su hermano Miguel, que murió, de unos veinti- séis años, en 1598, y había casado con una doña Isabel de Cifontes, de un l inaje astur iano, de Gijón, tenido por noble. Además,, el dinero había dado ya mucho lustre al apellido Medrano, de origen modesto, como hemos visto. Es interesante que notemos, por lo que nos puede a lumbrar cuál pudo ser el verdadero estado social de nuestro poeta , que en estas pruebas 3e su sobrino, en 1634, los declarantes son todos de lo más florido de Sevilla. Y muchos de ellos en sus test imonios consideran al pretendiente Miguel y a su padre como «gente noble y principal». Don Antonio de Pineda y Ponce de León declara respecto a los padres del pretendiente (no olvidemos que se t r a t a del h e r m a n a y de la cuñada del poeta) que eran «de la gente más principal y más lucida de la ciudad». Y poco más abajo , insiste aún: «que en t a l opi- — 21 — V i d a y o b r a d e M e d r a n o nión y professión les vió es tar y tener este testigo, en especial a Miguel de Medrano, padre del dicho pretendiente , a quien este testigo vió t r a t a r y fr isar COH lo más i lustre desta ciudad, est imándolo y tenién- dolo en mucho». Otro testigo, don Pablo Espinosa de los Monteros, dice que no conoció a Miguel de Medrano y doña María de Villa, abuelos del pre tendiente (se t r a t a de los padres de nuestro poeta), «pero que t iene mucha noticia de ellos, por haberlo oído a sus mayores y más ancianos, y aslmesmo por ins t rumentos y papeles que a vis to de la nobleça deste lugar, pa ra componer la tercera pa r t e de su his- tor ia , que ac tua lmente está es tampando, y por ellos le consta ser no- bles los dichos abuelos paternos». Y este diligente historiador, ¿no sabía nada de los t r ^ o s mercant i les de la familia, ni de la banca y la quiebra de los Herber? Con esa rapidez se hacen los l inajes. (Poderoso caballero es don dinero.) L a imagen de abundancia que vamos a contemplar nos lo explica. Ante todo, la f inca de Mirarbueno. E L PAGO D E M I R A R B U E N O . ¡Ah, el pago de Mirarbueno era espléndido! Cuando —como ve- remos— el poe ta , joven aún , pero con su espír i tu cuar teado ya por horribles huracanes , vuelve a Sevilla,su consuelo mayor , su alegría, su refugio es la heredad de Mirarbueno. E r a una f inca de unas «57 a ran - zadas, poco más o menos», toda ella «debajo de un cercado», «de v iña e olivar», «con sus casas prinsipales e bodegas e lagar e basija». Miguel de Medrano, el hijo segundo, va,, en nombre de su madre , al Ayun tamien to sevillano, en 1598, a agraviarse porque les han cderribado los vallados de su heredad que t iene en el pago de Mi- ralbueno». E s t a b a Mirarbueno «en té rmino de la villa de Salteras, j u n t o a San Ysidro del Campo»; así se dice en el con t ra to de a r rendamiento de que luego hablaremos . Y todav ía , pa ra que no podamos d u d a r de la situación, póseemos el epígrafe del soneto X X V I de Medrano: oA las ru inas de Itálica, que ahora l laman Sevilla la Vieja, j u n t o de las cuales es tá su heredamiento de Mirarbueno». E l t é rmino de Sal- — 22 — / . — P a t r i a . F a m i l i a . H a c i e n d a . t e ras l indaba el E . con el de Santiponce, donde está San Isidoro del Campo. Cerca de esa linde or ientai de Salteras, f rontero a Itálica y a San Isidoro, al oeste o sudoeste de ellos, y a poco más de una legua de Sevilla, es taba, pues, la f inca de Medrano, sobre la ladera que forma el reborde occidental de la vega del Guadalquivir . Desde allí, mi rando a Oriente, la v i s ta descubre un panorama de maravi - llosa extensión y p rofundidad : ¡bien just i f icado el nombre de Mirar- buenol E l Diccionario de Madoz encarece la fer t i l idad de Salteras: «el te - r reno —nos dice— es de buena calidad de labor en campiña y ve- gas, con arbolado de olivos, escelentes viñas...» Y aún, al hablar de las producciones, alaba las uvas, que se cogen «en cant idad m u y con- siderable y de calidad m u y superior, así como sus vinos». T a n bueno y f i rme era el vino, que la familia lo expor t aba a América. E n el año 1605, la madre , doña M a r í a ' d e Villa, regis tra para cargar en la nao "Santa Ana» «diez pipas de v ino de Axara fe de su cosecha de la heredad de Mirarbueno, té rmino de Salteras»; y acabamos de decir que antes, Alonso, el hi jo penúl t imo, había ya pasado a Nueva Es- paña pa ra vender el mismo producto. Ta l fert i l idad puede también deducirse de lo que don Francisco de Medrano y su hermano Diego He rbe r de Medrano se comprometen a pagar a su madre como adehalas del a r rendamiento que pac tan : a saber, cuarenta arrobas de vino, y t r e in ta a r robas de vinagre, y seis usestos» (así, con sevillano seseo) de acei tuna gordal y «mansaniUa», por mi t ad , y seis seras de pasa redonda , de a cuat ro arrobas cada una , y seis cántaros de arrope, de ar roba cada uno, y veinte cargas de uva para colgar y para comer, «todo ello de lo que se cogiere en la dicha heredad», m!ás todos los sarmientos y «seniza» que doña María pidiere y hubiere menester pa ra el gasto de su casa, y la mi t ad de toda la f r u t a que se cogiere de la huer t a y jardín que en ella hay . Y además de toda esta abundancia de f ru tos , que se v ie r te como de barroca cornucopia, el precio, porque ésas eran, s implemente, las adehalas. Y el precio o ren ta anual est ipulado era la boni ta cant idad de 2.100 du- cados. «La qual dicha ren ta y adehalas —agrega doña María— vos los dichos mis hijos aveys de ser obligados de me pagar. . . l ibre e horro — 23 — V i d a y o b r a d e M e d r a n o de diezmo y acar re to e o t ra cualquier costa. . . , los 2.100 ducados por los tercios de cada un año, y las f ru tas , a sus sazones». iQué días otoñales y pr imaverales , sí, y aun del abrasado verano, cuando a la t a r d e se l evan ta la marea, la brisa del oeste que alivia el agobio y hace que la p a j a empiece a danzar en las parvasl "Se- ñoril reposo», l l ama con verdad a aquella v ida el poeta, que se siente salvado del "desierto»: ... r indo a l cíelo gracias veces sin pa r porque piadoso a mi na t ivo suelo, y del desierto al señoril reposo hoy me ha rest i tuido. . . El poeta lo dice, indudab lemente , por Sevilla y por Mirarbueno a la par . Pero todav ía la ciudad, aun t a n serena, t a n luminosa, ofrecía t ráfagos . Allí, en Mirarbueno, todo lo que ennoblece la v ida lo tenía al alcance de la mano: pa isa je pa ra explayar el alma, la emoción de las m á s venerables ru inas en la inmed ia t a cercanía, y con ella, t a n t a ocasión de discusiones amistosas (nos imaginamos): porque toda esa serie de sonetos sevillanos a I t áüca , en cuyo centro se s i túan el mismo de Medrano y , con huella evidente de éste, la Canción de Ro- drigo Caro, ¿dónde m e j o r pudieron cua ja r que en amistosas vela- das, en Mirarbueno? P a r a pensar así, a f lo jamos la r ienda a la imagi- nación, pero sólo un poqui to . E n verso de Medrano ha quedado constancia de una invi tac ión suya a un amigo pa ra que se acoja al reposo de Mirarbueno. ¿Qué d u d a cabe de que los mejores poetas se- villanos serian a lguna vez sus huéspedes? Sí, allí e s taban las ruinas, al lado, para mover y fomen ta r aficiones arqueológicas y dar curso a pensamientos estoicos; dos venas, o separadas , o jun tas , ¡ tan sevi- llanas!, de la Epístola Moral a Fabio, a la Canciórt a las Ruinas de Itálica, con muchos mat ices intermedios: es decir, el mismo ambien te q u e encont raremos en la obra de Medrano. — 24 — I . •— P a t r i a . F a m i l i a . H a c i e n d a . M E D R A N O . H O R A C I O . Medrano, su Mirarbueno; Horacio, su f inca de la Sabina. Uno y o t ro , el placer de comer «los f ru to s no comprados». Y le era dulce al poeta establecer men ta lmen te este paralelo, porque, lo vamos a ver una y o t ra vez (y macbaconamen te vamos a insist ir en ello): lo más y me jo r del a r te de Medrano es imitación del poeta lat ino, pero no es imitación arqueológica, en que la poesía del modelo, pasando a t r avés del imi tador , permanece ex te rna a éste, a le jada de éste. Es una imitación que a t r ae el a r t e y la v ida de Horac io a la vida propia del discípulo. P a r a ello h a y que moldear a veces la ma te r i a poética que se imita, de modo que pueda en t ra r en las nuevas hormas; pero, ¡cuánto de la v ida del poe ta del siglo x v n se s iente a t ra ído también hacia la de su dechadol Y se me ha de pe rdonar que insista en este t e m a cuando se ofrezcan ejemplos: porque es esencial pa ra la com- prensión del a r te y la v ida de nuestro don Francisco. Medrano, su Mirarbueno; Horacio, su f inca sabina. . . Y como Horacio describe (varias veces) su f inca, Medrano ha sentido necesi- dad de evocamos, l igeramente, la suya (ode X X X l ) . E n esta corre- lación té rmino a té rmino, parecía forzoso que los versos de t a l evo- cación fue ran imi tados de los que en Horacio sirven al mismo fin. Pero, por una vez, en lugar de remedar alguno de los pasa jes en que el poe ta lat ino habla de su f inca sabina, lo imi tado -han sido las par - tes de la oda VI del libro I I , donde Horacio piensa en Tibur (Tivoli) o en la región de Taren to como gratos ret i ros pa ra su f u t u r a vejez; Medrano ha j un t ado lo que se dice de las dos regiones i ta l ianas pa ra componer su poético Mirarbueno. Invi ta a su amigo Santi l lán (Santiso) a que v a y a a Mirarbueno; allí le espera el poeta: ¡Oh fuese a mi vejez f i rme reposo este lugari ¡de mis navegaciones y peregrinaciones, oh, t é r m i n o dichoso fuese, y de mis pasionesl — 25 — V i d a y o b r a d e M e d r a n. o Es te r incón, de todos los del suelo me place más, do b ro t a la pr imera y la rosa post rera ; do siempre es uno el cielo, do siempre es p r imavera . Es t e a la mesa espléndida co migo y al br indis t e convida. ¡Oh cuerdo ecceso! E l pa isa je sigue hoy riente; los campos r inden, feraces; sigue la- b rando sus lentas curvas el ancho Guadalquivir . Pero ¿dónde la amis- t a d y la alegría y la cuerda necedad (dulce esldesipere in loco), los br indis y la espléndida mesa? P o r todas pa r tes surgen indiciosdel acomodo de la familia: para ga ran t i za r a su madre el cumpl imiento del anter ior con t ra to de ar ren- damiento , hipoteca don Francisco «dos mi l ove jas y borregos que pas tan en la dehesa de Almuédano». Ya veremos la historia de este rebaño. Sin embargo, no todo era prosperidad: primero, los negocios de J u a n Bau t i s t a Herber , he rmano de la madre , debieron de ir mal; en concurso de los bienes de este tío suyo, adquir ió don Francisco de Medrano pa r t e de unas casas. Y luego, l lama la atención que el poeta , pocos días o semanas an tes de su muer te , de consuno con su madre , t o m a r a a p rés tamo 7.700 reales de p la ta . Y no deja de producir ex t rañeza que la madre, superviviente, acep te la herencia del poe ta sólo con beneficio de inventario. ^ 26 Il F R A N C I S C O D E M E D R A N O E N L A C O M P A Ñ I A D E J E S U S " ^ O D O S estos pormenores sobre la finca de Mirarbueno, sobre la abundancia , sobre la dulzura de la v ida del poeta, proceden de la época en que Medrano vivía ya en Sevilla como sacerdote secular. Pero este don Francisco de Medrano habla sido duran te mucho t iem- po el P . Francisco de Medrano, de la Compañía de Jesús . E l hecho sólo nos era conocido por un documento (publicado por Rodríguez Marín) por el cual sabíamos que se hab ía sahdo de la Compañía. N a d a más. Ahora , los da tos de los Catalogi Triennales, nos permiten seguir las andanzas y las ocupaciones, y aun la salud del poeta , paso a paso. E N EL N O V I C I A D O D E M O N T I L L A . E N E L COLEGIO D E C Ó R D O B A . ¿Qué sombra o qué luz pasó por el ahna de aquel niño de catorce años, y de mediana salud, que en 1584, recibido en la Compañía de Jesús en Sevilla, fué enviado al noviciado de Montilla? ¿De dónde le vino la vocación, o aquello que en edad t a n t emprana , su madre , v iuda desde hacía poco, o sus directores espirituales, in te rpre ta ron como vocación? ¿Qué sabía él del mundo? Notemos que en 1585 se le a t r ibuyen ya al recién venido H e r m a n o Francisco Medrano, ocho años de estudios de la t ín . O t r a j e ra los ocho, o haya que descontar uno cursado quizá ya dentro de la Com- pañía, resul ta que Francisqui to Medrano estaba '—pobrecito— estu- diando lat ín desde los seis o los siete años. «Nadie bebe lat ín a los 27 - V i d a y o b 'r a d e M e d r a n o diez años», ha dicho un poe ta de hoy; y los diez años es esa edad fa ta l en que empezamos a maldecir el musa musae. Francisco de Medrano, no cabe duda, bebió mucho lat in, y m u y buen latín, desde mucho antes . ¿Dónde? H a y que con je tu ra r que en el colegio sevillano de los jesuítas. Es tar ía , probablemente , en t re los 900 alumnos que ya en 1579 f recuen taban sus aulas, en t re los que gozosamente el 10 de setiembre de 1580 se t ras ladaron al nuevo edificio del barr io de Medina Sidonia donde comenzaba vida nueva el que ahora se lla- mar ía colegio de San Hermenegildo. Lo cierto es que en 1585 ya tenemos al niño convert ido en el H e r m a n o Francisco Medrano. Montilla es una casa de noviciado. He- aquí el espíri tu que poco después, en 1587, encuent ra en ella el Padre Provincial de Andalucía , Gil González Dávila, en informe a su ge- neral; iiMontílla es casa de san t idad y de todo buen ejemplo, llena de consuelo y alegría y de verdadera inst i tución de la Compañía y t r a t o en los novicios. R e d u n d a de ella grande edificación a t o d a la pro- vincia y grande ut i l idad, porque los que salen de ella se ve que proce- den con espíri tu de religión, de obediencia y abnegación, señalándose en esto». E n 1587 i luminaba de san t idad la casa de Montilla, con su ní t ido ascetismo, el P . Alonso Rodríguez. ¿Le t r a t ó allí el her- ma n ito Medrano? No lo sabemos. Lo cierto es que no estaba de Dios que de t an t a san t idad como en aquella casa resplandecía se le pe- gara ni miga ja . Dios le había des t inado pa ra hombre de bien; no para santo. Allí, en aquella casa, sin duda como fin de su noviciado, hizo los votos del bienio, los pr imeros votos de los jesuítas, que se hacen a los dos años de ingresar, y que son perpetuos por la pa r t e del su- je to , pero no por p a r t e de la Orden. Sabemos que los hizo en 1586; tenía dieciséis años. E l H e r m a n o Francisco Medrano se hab ía ligado para t o d a la vida. Su Ins t i tu to , no: la Compañía podía prescindir de él si se presen taba causa. Francisco de Medrano nunca har ía más vo- tos que esos del bienio. Y ahora , que debe ser ya H e r m a n o escolar aprobado, nos lo en- contramos en 1587 en el colegio de Córdoba. Tiene diecisiete años; sus fuerzas son mediocres, l leva ya t res años de Compañía, y uno de Artes, que indudab lemente es tudia en el colegio. La Compañía debió — 28 — 7 7 . — Francisco de Medrano en la Compañía de Jesús de disponer, en seguida, de él, haciéndole in te r rumpir los estudios, porque en el Catálogo de 1590, donde, por cierto no se indica su resi- dencia (aunque cont inúa en Andalucía), sigue f igurando con un solo año «de artes». E n cambio se nos dice que ha sido «dos años maestro de latinidad». Le han in te r rumpido los estudios, pues, pa ra ponerle a enseñar la t ín en un colegio. Su salud parece haber mejorado: ahora sus vires son buerias. T R A S P L A N T A D O A C A S T I I . L A : S A L A M A N C A , V I L I A G A R C Í A . E n el Catálogo de 1593 nos encontramos con un hecho que va a tener enorme inf lujo sobre la poesía de Medrano: ha sido t rasplan- t ado de la provincia jesuítica de Andalucía a la de Castilla, y precisa- m e n te a Salamanca. Es t e t r a sp lan te de una provincia a o t ra es suma- mente raro, y no se hace en la Compañía sin una causa m u y espe- cial. Un interesante test imonio contemporáneo del poeta, del que he- mos de hablar la rgamente después, nos explica por qué le desarrai- gan de Andalucía: «estudió el curso de ar tes en Córdova —nos dice ese precioso t ex to—, y por fa l tar le salud fué a Castilla». El es tudiante t iene ahora veint i t rés años, va por nueve de Compañía, uno de semi- nario, t res de artes, cuat ro de Teología. Es evidente que en el mismo año de 1590 ha debido abandonar la enseñanza del la t ín y r eanuda r los estudios. Sólo así, y apu radamen te , caben t an to s estudios reali- zados en t a n poco t iempo. Sus fuerzas son calificadas de nuevo de medianas . Los archivos salmant inos vienen per fec tamente a comprobar esta estancia; fa l tan los l ibros de Matriculas de la Universidad correspon- dientes a los cursos de 1590 a 1591 y de 1591 a 1592; pero en el de 1592 a 1593 aparece matr iculado a 15 de diciembre de 1592 el H e r m a n o Francisco Medrano del «Collegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad de Salamanca». H a y que suponer, pues, que en esos libros de Matrículas perdidos, a par t i r de 1590, f iguraría t ambién su nombre; así se podrían completar los cuat ro años de Teología que le a t r ibuye el Catálogo t r ienal de 1593. — 29 — V i d a y o b r a de M e d r a n o Por una escri tura del 20 de julio de 1594 sabemos que en esa fecha es t aba en Salamanca, y que ent re el año 92 y ese día del 94, había ocurrido un hecho impor tan t í s imo en su vida: se hab ía orde- nado de sacerdote. E n efecto, en el l ibro de mat r ícu las de 1592 f iguraba aun como Hermano; en ese documento de 1594 f igu ra y a como P a d r e Francisco de Medrano, y va c i tado ent re un grupo de Padres , ne t amen te separado de los Hermanos , que se mencionan a cont inua- ción. Hab ía dicho Misa,' había adqui r ido el t r e m e n d o poder de la Con- sagración; hab ía alzado el blanco P a n ent re sus manos. Sin embargo esas dos estancias en Salamanca, la de 1593 y la de 1594 es tán sepa- radas por unos meses pasados jun to a Val ladohd. Porque en el Catá- logo de 1593, además de la en t r ada mencionada an tes , donde se le da como residencia Salamanca , aparece a t r i b u i d a t ambién a Francisco Medrano o t r a dondese le da como domicilio a Viliagarcía; los demás da tos coinciden bien e indican que se sigue t r a t a n d o de nues t ro poeta , pero se a ñ a d e «tercera probación, votos de dos años». Quiere esto decir que seguía sin m á s votos que los del bienio, pero que habién- dose ordenado de sacerdote y t e rminados los estudios, comenzaba su tercer período de prueba . Ese doble registro en el mismo Catálogo probablemente se corresponde, pues, con la ordenación: por eso apa- rece pr imero como es tudiante ; en seguida, con dis t in ta residencia, como de tercera probación: ent re ambos estaría la ordenación, que parece debió de t ene r lugar en el mismo 1593. E n Viliagarcía de Campos, a seis leguas de Valladolid, tenía la Compañía noviciado, escuela de niños, estudio y casa de tercera probación, t odo basado en una fundac ión de doña Magdalena de Ulloa, la v iuda del famoso don Luis Qui jada . H a y un tes t imonio más que comprueba la residencia de Medrano j u n t o a Valladolid. E s una ca r t a del mismo poeta , sin fecha, pero ev iden temente de los úl t imos años de Sevilla, dir ígida a Francisco Pacheco , y en la qüe se habla de los años que leyó «philosophía y theología en las Universi- dades de Sa lamanca y Valladolid». N o h a y el menor ras t ro de que en real idad enseñara propiamente en esas universidades, pero en los colegios de la Compafiía t ambién se leía, y por es ta causa en ambas ciudades no dejó de haber piques , y aun más que p iques , — 30 — II . •—• Francisco de Medrano en la Compañía de Jesús ent re los claustros universi tarios y los jesuí tas y sus alumnos. H a de interpretarse , pues, que Medrano «leyó» o sea, enseñó, en los Colegios de la Compañía de Valladolid y Salamanca, y pudo decir, l a tamente , sin fa l ta r a la ve rdad , que había enseñado en ambas Uni - versidades. Y que enseñó lo confirma, por lado m u y diverso, el manus- crito Algunos casos desastrados...: «fué a Castilla donde las leyó [Artes], después de auer oydo Theología y ordenádose de sacerdote». Pero ¿cuándo fué esa enseñanza? Son varias las es tadas en Salamanca, y luego t ra ta remos de elegir en t re ellas. Po r lo que respecta a Vallado- lid, los Catalogi Triennales sólo nos descubren este período de Villa- garcía de Campos. La te rcera probación era encierro de pocos meses. Sin duda, t e rminada ésta, pasar ía al vecino Colegio de Valladolid, donde dleería» algún t iempo,-desde luego, poco. Y este período parece indicar el ci tado manuscr i to al señalar que «leyó» después de haberse ordenado. E N G A L I C I A . E N S A L A M A N C A . E n 1597, el Catálogo de ese año nos le mues t ra en el Colegio de Monterrey, en Galicia. Tiene Medrano veintisiete años; sus fuerzas, se nos dice, son «buenas, aunque enfermas». Se agrega que «oyó su curso de ar tes y teologia en la Compañía». Lleva trece años en la misma, y ahora su oficio es confesar, predicar y leer ar tes . E l Colegio de Monterrey, el pr imero que los jesuí tas habían poseído en Galicia, había sido fundado en 1566. Ya unos años antes de llegar a él Me- drano, tenia cuatrocientos «alumnos gramáticos, doscientos de leer y escribir». N o dicen las anuas cuántos eran los a lumnos de fa - cul tades mayores , que ya es taban establecidas en este Colegio. ¿En qué grado enseñaría nuestro poeta? Probab lemente en el superior. Pero lo verde y t ierno de la t ierra no le compensaría lo gris del cielo, los lentos inviernos de lluvia, las nieblas, pobre hi jo de la clara Se- villa, que vería con horror, y aun exageraría, como Góngora vió y exageró por aquellos años, la rus t iquez y barbar ie de la medieval Galicia de entonces. Esa estancia en el Colegio de Monterrey, más t iene aire de castigo... Pero, pudo serlo, pudo no serlo. — 31 — V i d ,a y o b r a de M e d r a n o E n el Catálogo de 1600 nos lo encont ramos de nuevo en Sala- manca . Tiene t r e in ta años; t res de a r tes y teología; ha leído curso de ar tes , y predicado y confesado. Es, por t an to , a este período al que hay que a t r ibu i r la af irmación de Medrano de haber leído en la Uni- versidad de Salamanca (ent iéndase en el Colegio de la Compañía, de dicha ciudad). H a y ot ra razón más que p rueba las relaciones que por estas fechas tenía Medrano con los elementos intelectuales de Salamanca: cuando en junio de 1600 llegan los reyes don Felipe I I I y doña Margar i ta a la ciudad, Medrano los saluda con dos sonetos y una larga oda, ésta indudablemente escrita pa ra ser leída en una sesión poética solemne, ent re otras poesías. No cabe duda de que es- t a b a en Salamanca y de que par t ic ipaba en el movimiento, l i terario. U n da to nos agrega el Catálogo, m u y interesante: gradus in liíteris no posee «ninguno». H a te rminado , pues, sus estudios; enseña, pero no se le ha graduado . Y aun más interesante, la afirmación final: «catorce años ha que hizo los votos de escolar». Quiere decir que es- t a b a en esas especiales circunstancias en que se encont raban por aquel entonces muchos sacerdotes de la Compañía: no había hecho más votos que los del bienio, a los dos años de novicio; no se le había admit ido a la profesión solemne; no era, por t an to , todavía un miem- bro completo y perfecto de la Compañía. Situación molesta, prolon- gada pa ra muchos sin explicación y —según las p ro tes tas— sin causa, que fué uno de los principales motivos de la al teración in terna de la Compañía por estos años. Tenía que haber causa en el sentir de la Orden: es evidente que los superiores de Medrano encont raban defec- tos en su conducta , o en su carácter , o en su t emperamen to , o en su formación científica, algo, en f i n , ' q u e no hacía p ruden te el conce- derle la profesión solemne. Y ahora , de repente , el Catálogo t r ienal del año 1602. Y en él una sola pa labra : egressus. Medrano había salido de la Compañía de Jesús . — 32 — ILL J E S U I T A S R E B E L D E S O D E S A S O S E G A D O S A L T E R A C I O N E S INTERNAS D E L A COMPAÑÍA. QUIEN, sin saber más , lea esas noticias de los Catálogos trienales, se quedará asombrado de ver que una vida religiosa que al pa- recer se desliza monótona (en fin, el retraso de la profesión solemne era lo normal , entonces, pa ra un gran número de jesuítas), una vida ref lejada cada t res años en los Catalogi con los reflejos que se podrían esperar, se quiebre como una r a m a que desgaja el huracán, súbita- mente . Pero ¿dónde el huracán? Tenemos ahora que volver los ojos a toda la v ida regular de Me- drano, desde otro p u n t o de vis ta . Observemos las fechas: el niño Francisco Medrano entra en el Noviciado en 1584. Hacia ya mucho que lat ía un fe rmento d e desazón en lá Compañía de Jesús. Lo que ya había bullido buscando cauces legales en el seno de una Congrega- ción, buscaba ahora salida violenta por medio de la protes ta . Cabe- cillas de los rebeldes son pron to hombres como los P P . Dionisio Váz- quez, Francisco Abreo, En r ique Enr iquez y Gonzalo González, pero hubo muchos otros que se dist inguieron t ambién , y no cabe duda de que estas l lamaradas es taban a l imentadas por una combust ión in- terna , una opinión, un modo de pensar sobre el estado de la Compa- ñía y sobre sus directores, que era evidentemente común a un buen sector de los jesuí tas de España . Esos cuat ro Pad res que hemos mencionado redac tan todos ellos varios memoriales; pero hay mu- chos más memorial istas. Todos vienen a pedir lo mismo: visi ta o ins- 33 - V i d a y o b r a d e M e d r a n o pección de la Compañía española por inquis idor o ext ranjero ; pro- fesión a plazo fijo; comisario pa ra España ; regulación y menos faci- l idad pa ra las expulsiones de la Compañía, etc. Todo esto, por 1586, cuando el Herman i to Francisco Medrano pronunciaba con voz de adolescente los votos del bienio. Si en. su imaginación infant i l pensó en t ra r en un reino de paz, bien pronto debió de ver que ba'bía pene t rado en un torbell ino. Noh a y que pen- sar que, como niño, no se en te raba . [Ah! ¿Qué poder maligno fi jó fa- ta lmente la hora de la en t r ada de Medrano en la Compañía? ¿Tenía vocación? ¿No la tenía? Si la t en ía , aunque aián no fortalecida, ima- ginad qué hachazo sobre el arboli to reciente. ¿Podemos ex t rañarnos de que a la pos t re se secara? Y asi se llega a fines de 1593 y a la reunión de la Quinta Con- gregación, contra t o d a la voluntad del General, Padre Acquaviva. Pero, ¡oh milagro!: las aguas se amansan alh; alh se salva la Compañía. Medrano, en estos f ines de 1593, debía de es tar en Villagarcía. Había can tado Misa, tenía ve in t i t rés años, se hal laba en tercera pro- bación. Se puede decir que un enorme azar hizo que, precisamente los nueve años de formación religiosa de Medrano, fue ran los de estos espantosos tumul tos internos de la Compañía, t ras tornos de una gravedad t a l como nunca los había tenido la insigne Orden de San Ignacio y nunca los volvería a tener; t ras tornos que estuvieron a p u n t o de provocar un verdadero cisma. ¿Qué milagro que la vocación de Medrano se helara? Esto , aun antes de plantearnos el problema de escudriñar hacía qué lado caían sus simpatías. Ahora bien: h a y ve- hementes indicios de que es taban del lado de los rebeldes. ¿Qué pen- saría Medrano, quien en 159;^, ya sacerdote, p robablemente esperaba su profesión para m u y pronto, al ver pasar los años sin que ésta lle- gara?; ¿por quién podría es tar su corazón al recordar que uno de los principales anhelos de los sediciosos era abolir la que ellos conside- raban in iquidad, de que todos los cargos y dirección de la Orden es- tuviesen en manos de unos pocos profesos, mien t ras que el resto de los sacerdotes jesuítas veía di latarse sin t é rmino la l legada de la solemne profesión? — 34 — I 11.— J e s u í t a s rebeldes o desasosegados H a y ent re las composiciones de Medrano dos odas (la I I y la X I X ) que nos ponen en una pis ta interesante. La X I X está escrita en 1600, con motivo de la muer t e del P . José de Acosta, es decir, del más famoso de los jesuí tas rebeldes del siglo xvi , y , por un instante , casi cabecilla de ellos. Respira esa composición la mayor tristeza, la mayor admira- ción por el muer to . La otra oda, de hacia 1604, consuela a un perso- n a j e mucho más oscuro: a F r a y Pedro Maldonado, agustino. Pero este agustino había sido jesuíta antes, y, a t ravés de muchas tormentas , había salido de la Compañía y buscado refugio en esa otra congrega- ción religiosa. Resul ta , pues, que Medrano, que dos años antes de salir de su Orden llora la muer t e del jesuíta rebelde| unos dos años después de desgajarse de la Compañía consuela a otro religioso que se ha desga- r rado también , v iolentamente , del mismo Ins t i tu to . Vamos compren- d iendo . L .VS POESÍAS A S A N T I L L Á N . E n t r e las poesías de Medrano resalta en seguida un grupo de ellas dirigidas a su amigo don Alonso de Santil lán. Son cuat ro odas (1, X , X X V i n y X X X I ) y un soneto ( X X I I l ) . Todas estas odas son imitación cercana de Horacio, y nuevo y evidente ejemplo de esa ovitalización» del modelo, de que hab laba antes; los t emas de Ho- racio se aplican a casos reales en el ambiente de Medrano. E n todas estas poesías se t r a t a de viajes mar í t imos de don Alonso, que era «alférez real de los galeones»; po r dos de ellas (I y X) se ve bien que se t r a t a de viajes al Nuevo Mundo, y pa ra t rae r riquezas (plata); en el soneto se nos dice que se embarcaba en los galeones de la Armada de Indias; en dos odas resalta t ambién el aspecto guerrero: en la I, se habla de luchar contra el f lamenco e inglés pira ta ; o t ra ( X X V I I I ) , es t o d a una excitación al combate contra las escuadras holandesas. E n fin, en una ( X X X I ) , se considera que don Alonso ha llegado feliz- me n te a su pa t r ia : su amigo —Medrano— le invi ta a fes te jar la vuel ta en la f inca de Mirarbueno. E n seguida veremos cómo don Alonso ha- b ía de mor i r ahogado en el m a r . Po r t an to , si la mencionada poesia del — 35 — V i d a y d e M d r a n 0 feliz arr ibo correspondiera a la real idad, habria que suponer dos viajes: uno, del que don Alonso volvió, con regocijo de Medrano; otro, que fué via je definitivo, sin torna . Difícil sería determinar ahora (con excep- ción de la ode X X X I ) cuáles de estas poesías corresponderían a un viaje y cuáles al ot ro . Pe ro prefiero, por una vez, oponer una hipótesis mía. Creo más probable que Santi l lán no hiciera más que un viaje : aquel del que no volvió. E s m u y posible que esa oda X X X I la tuviera el poe ta escrita de an temano , p repa rada ya pa ra cuando volviera el amigo (que no había de volver...). L a narración del P . Figueroa (de que hablaremos luego) no señala m á s que un viaje. Lo que si resul ta de dichas odas es que don Alonso de Santi l lán se había dedicado primero a los estudios, t rocando luego las letras por .las a rmas y las empresas mercantiles: ... aquellas con razón divinas letras del Aristóti l , que est imaste ya, y , sédulo, aquis tas te , ¡en cuáles discipünas, malconstante , trocaste!: la ciencia noble en mercant i l cuidado, y la que sobra todas alabanzas toga modesta , en lanzas, habiendo de t i dado t a n o t ras esperanzas. Luego veremos cómo estas alusiones se hacen ní t idas. Po r o t ra poesía sabemos que don Alonso y Medrano habían corrido j un tos grandes peligros. E s en la oda ( X X X I ) en la que el poe ta celebra la feliz llegada de su amigo: ¡Oh mil veces comigo reducido al postrer pun to de la vida odiosol ¿Cuál astro poderoso hoy te ha res t i tuido a tu suelo dichoso, 36 - 7 I !.•—J e s u i í a s rebeldes o desasosegados Santiso, la mi t ad del a lma mía? Contigo alegremente los ardores de los soles mayores, contigo no sentía del cierzo los rigores. Ambos del mar huímos proceloso la saña: a mí, por medio del cerrado peligro, mi buen hado, alegre y victorioso, a puer to me ha sacado. A t i segunda vez, maladver t ido, la resaca sorbió del mar hambriento , y al arbi t r io del v iento y al caso, permit ido t e vis te y sin aliento. Gran camaradería . . . peligros en común.. . los dos huyeron la saña del mar . . . Medrano, con buena fo r tuna había salido a puerto. . . a San- t i l lán le habia sorbido de nuevo el mar . Pero, todo esto, ¿dónde?, ¿cuándo? La Barrera , entre nieblas, no hacía sino lo más razonable, al deducir que evidentemente Medrano había' acompañado a su amigo SahtiUán en algunas de sus navegaciones, y jun tos hablan corrido los riesgos del m a r . Otros avanzaron más por este camino, y así Mén- dez Beja rano af i rma ya que t a l vez aventuras mili tares o juveniles ansias, lo encaminaron a las nuevas regiones de Améríca. Ahora bien; nada de esto es verdad . Los poetas t ienen una facul tad: la de unir lo real y lo irreal fundidos en metáfora : y en esa poesía la pa labra mar t iene dos valores: cuando se refiere a los t r aba jo s comunes de Santi l lán y Medrano no es m á s que una metáfora ; cuando habla de que el mar ha vuel to a sorber a Santi l lán es verdad (y había de ser más verdad todavía) . — 37 — . d a o b r a M e d r a n o S A N T I L I - A N , J E S U Í T A . Y, sin embargo, Santi l lán y Medrano habían sido compañeros en una milicia, en una milicia espiritual: en la Compañía de Jesús; E n Salamanca, en el libro II de Recibidos de la Compañía de Jesús, • h a y constancia de habe r sido admi t ido en el Colegio de dicha Compa- ñía, a 10 de abri l de 1593, don Alonso Fernández de Santi l lán, na tura l de Sevilla, el cual satisfizo a las p reguntas del examen y se ofreció a vivir conforme a las inst i tuciones y reglas de la Compañía, las cuales se le explicaron, como lo f i rmó de su puño y letra el 19 de dicho mes. El año 1593, es taba Medrano en Salamanca; es el año en que iba a pasar a Villagarcía de Campos. E n Salamanca encontramosde nuevo, años más adelante , al H e r m a n o Alonso de Santi l lán matr iculado en pr imero de Teología en el curso 1598-1599 y en segundo en el 1599- 1600. (Fa l tan los libros de matr ículas de los años siguientes has ta el curso 1603-1604). Y , de repente , he te aquí al Hermano Alonso de, Santi l lán convert ido en don Alonso de Santil lán, alférez real de los galeones que van la carrera de la plata. . . Y ahora sí que comprendemos los versos de Medrano: ... t rocas te la ciencia noble en mercant i l cuidado, y la que sobra todas alabanzas toga modesta , en lanzas, ¡habiendo de t i dado t a n otras esperanzas! Había llegado yo aquí, y comprendía que si el sitio de camara- dería hab ía sido la Compañía de Jesús, allí habían debido de ser los peligros, seguramente espirituales, y allí el metafór ico mar de que habían huido. Llegué, pues, a comprender que se simbolizaban así las luchas, la indecisión entre la vocación y la no vocación, el torcedor y el deseo de escapar, y la vergüenza de la salida. Cuando una gran casuaüdad y la generosidad del P . Rafael Maria de Hornedo descorrie- ron de un golpe la cort ina: lo conje turado adquir ía bul to y realidad portentosos. - 38 - I I I . — J e s u í t a s rebeldes o desasosegados L A AMISTAD DE S A N T I L L Á N Y M E D B A N O , Con intención de ayuda rme —Dios se lo pague— buscaba el P . Hor- nedo en la biblioteca de su Orden, en Chamart ín , algunos datos en his- toriadores de la provincia de Andalucía. No encont raba nada, y creía ya perdida la tarde , cuando cayó en sus manos un cuadernillo manus- crito del siglo XVII, cuyo t í tu lo era "Algunos casos desastrados sucedi- dos a personas que an salido de la Compañía en esta provincia de Andalucía». E n él se Indica que su au tor fué el P . Rodrigo de Figueroa, y en el pr imer párrafo se a f i rma que los da tos proceden de otro cua- derno del P . Francisco de Peral ta . E l P . Rodrigo de Figueroa vivía por 1627, y en cuanto al P . Francisco de Pera l t a fué nombrado rector del Colegio de los Ingleses, de Sevilla, a fines del siglo xv i , y todavía seguía en esa ciudad después de 1610. Ahora bien; los sucesos que se cuentan en el cuadernillo caen comple tamente dentro de" esta época; son cosas desde luego conocidas y habladas en toda Sevilla; en algu- nos casos, vivían aún las personas al redac tar el P . Figueroa, y éste ' ha tenido que omitir los nombres. E n una palabra, el test imonio de este cuadernillo es fehaciente en un grado t a l como dif icümente se encuentra en historia l i teraria. Y ocurre que este cuadernillo nos da noticias de apasionante interés sobre Santillán y Medrano. En t re estas noticias se contienen también datos que nos son conocidos por otras procedencias y que vienen a a ju s t a r y casar ahora con estas nuevas revelaciones con matemát ica limpidez. Adelantemos que lo mismo Santillán que Medrano sirven a los benditos P P . Pera l ta y Fi- gueroa como ejemplo de los males que sobrevienen a los que aban- donan la Compañía de Jesús. Digamos ahora las noticias que en es- pecial se refieren a Santillán y a las relaciones de éste con Medrano. Helas aquí: Don Alonso de Santillán es tudiaba Derechos en Salamanca, y eft esa ciudad fué recibido en la Compañía (concuerda con nuestro docu- m e n t o salmantino). Después de su noviciado oyó el curso de las Artes del P . Francisco de Medrano. He aquí per fec tamente comprobada la declaración de la car ta de Medrano a Pacheco; había "leído»... por lo menos en Salamanca. Hemos visto que Santi l lán está matr iculado — 39 — V i d a y o b r a d e M e d r a n o de 1598 a 1600. Pero el Catálogo tr ienal de 1600 nos dice que Me- drano está entonces en Salamanca y que «ha leído curso de Artes»: son indudablemente estos años de 1600 y los (quizá dos) inmedia ta - me n te anteriores, aquellos en los que Medrano es el maes t ro de San- tillán. Y sigue el cuadernillo del P . Figueroa: «... y luego [Santi l lán] salió de la Compañía con gusto suyo, porque no le tenía ya en la dis- ciplina religiosa, como tampoco su maestro, y asi los dos a un t iempo [nótese bien; a un t iempo] la dejaron y se vinieron a Sevilla. Don Alonso, fa l tándole las fuerzas o el gusto p" seguir el camino de las le- t ras que avía comentado en la religión, entró por el de las arnias hecho soldado en el tercio de don Luis de Cordova, y se envarcó en uno de los siete galeones que fueron aquel año por plata...» Y he aquí cómo maravi l losamente casan los versos de Medrano a Santiso, nom- bre poético de Santillán (ode I): Santiso, ahora ahora la r iqueza de los Ingas envidias, y guerrero ya oprimes con acero la frente. . . ... y amenaza tu es tandar te aquella oculta pa r t e do, sediento de plata, osó pene t ra r Marte. ... Ardes por oro; bebe, bebe.. . ... t rocaste la ciencia noble en mercant i l cuidado, y la que sobra todas alabanzas toga modesta , en lanzas, ¡habiendo de t i dado tan o t ras esperanzas! E n fin, ¿qué más? A la vuel ta de la Armada , le avisaron que no se fuese, que la estación era contraria; otros le dijeron que cambiara de galeón. Pero a nada hizo caso. U n a t o r m e n t a «la m á s furiosa, re- — 40 — 111.-—J 6 s u i t a s rebeldes o desasosegados pent ina y breve» que se ha visto (contaron los que lograron escapar), dió al t r a s te con cuat ro de los siete navios, entre ellos el de don Alonso. Acordándose, como siempre, de Horacio, Medrano había expresado así su voto por el v ia je de Santillán: ¡Oh nave a quien Santiso va fiado que lo vuelvas te ruego cuanto lo espera salvo su llorosa patr ia y de bien cumplido, y mi media a lma guardes, cuidadosa, del mar enfurecidol Y la nave estaba en el fondo del mar , del frío y oscuro cemente- rio de las naves desmanteladas. . . Pero el amigo, acaso, no supo nunca la muer te de Santillán, porque aunque ésta ocurrió en el año 1605, cuando la noticia llegó a Sevilla, Medrano era ya también, probablemen- te , sólo una sombra pálida de la oscura región de los muertos . Es lást ima que el cuadernillo no se mues t re más explícito sobre las causas de haber abandonado la Compañía ambos amigos. Dice y re- pite' que fueron asociados en la salida: «gran amigo suyo [de Santi l lán] y (a lo que pareció) compañero en la salida» l lama a Medrano, y más adelante «y así los dos a un t iempo la dejaron [la Compañía] y se vi- nieron a Sevilla». Todavía más adelante habla de la separación de Medrano en estos términos: «cansóse de la v ida religiosa y despidié- ronle de eUa con gusto suyo». Ahora bien; si contras tamos estas va - gas indicaciones con las que nos da la o de X X X I , Ambos del mar huímos proceloso la saña, parece que va bas t an te diferencia de la vulgar salida por cansancio que nos comunica el cuadernillo del P . Figueroa, a, esta escapada fre- nética huyendo de espantosos peligros, que señala la oda. Concédase todo lo que se quiera a la fantasía poética; piénsese también , si se desea, que la to rmenta y la mare j ada más bien pudieron ser espiri- tuales que físicas: angustias, sobresaltos, esperanzas, remordimien- tos. Piénsese en el estado de quien, ligado por votos, se encuentra — 41 — V i d a y o b r a d e M e d r a n o su je to a la obediencia, a !a disciplina, a la renuncia de todo... y no t iene vocación; no, no hay condenación mayor en este mundo. ¡Ahí, las to rmentas interiores son las más horribles; los precipicios de los paisajes del a lma son los más vertiginosos. Y h a y que recordar los versos terribles de otro gran jesuíta , Gerard Manley Hopkins: O, the mind , mind, has mounta ins ; cliffs of fall f r ightful , sheer, no-man-fa thomed. Hold t h e m cheap m a y who ne 'e r h u n g there. . . [Oh, la mente , si, la mente t iene montes, precipicios a pico, de horror, por nadie sondadosi ¡Créalos fáciles quien nunca colgó en su cresta!... Pero así y todo, tenemos que pensar que hubo algo más. No: la t o rmen ta meramente interior ruge en lasoledad del hombre con su conciencia. Observemos cómo insiste el P . Figueroa en que Santillán y Medrano obraron de común acuerdo, fueron compañeros en la sa- lida, se fueron jun tos a Sevilla. Hubo , pues, una especie de confabu- lación, con actos exteriores, y t uvo que existir t ambién una explo- sión exterior. Tuvo que pasar algo, callado, has ta cierto' punto , por el P . Figueroa. Qué fué, no lo sabemos en concreto. Conviene volver ahora los ojos a t rás : Medrano, dos años antes de su salida de la Compañía, mues t ra su entusiasmo por un gran rebelde, el P . Acosta; unos dos años después de ella, canta a otro perseguido de la Compañía, esta vez un vulgar in t r igante (o una vic t ima de horribles intrigas), el P . Maldonado. E n su salida misma no ac túa solo; tenemos que pen- sar que siendo él el mayor , el maes t ro , el de más personahdad, arras- t r a a Santi l lán, y los dos con jun tamente (en cierto modo, pues, con- fabulados) se desgajan con gusto del seno de su Orden. Y esta ad - miración y amis tad por rebeldes de la Compañía, Acosta, Maldo- nado, Santil lán, no es exterior; le llega al alma, pues en lo mejor de su a lma, en su poesía, ha de quedar g rabada . Una oda can ta a Acosta, o t ra a Maldonado; nada menos que cuat ro y un soneto a la «mitad de su alma», a Santi l lán. — 42 — I I I . —J e s u í t a s r e b e l d e s o d e s a s o s e g a d o s C O N C L U S I Ó N . Acosta, Maldonado, Santi l lán forman un sistema t r iangular cuyo centro es pa ra nosotros el mismo Medrano. Los da tos que tenemos de él se refuerzan por los que nos proporciona su relación con estos hombres . Y creo que ent re todos estos elementos nos permiten son- dear algo del proceso psicológico operado en Medrano y de su act i - t u d con relación a la Compañía. F u é f a t a l la fecha de su ent rada: 1584; fué fa ta l que los años de su formación como religioso fue ran los de las terribles convulsiones de su Ins t i tu to . P a r a una vocación religiosa segura hubieran sido marti l lazos al hierro sobre el yunque . Pero la suya era quizá inexistente, quizá espejismo, quizá superficial sólo y se quebrantó y desbara tó en el huracán . Ta l vez un momento de ilu- sión pareció restablecerla allá por 1593, al decir Misa. (En este ins- t a n t e en t ra Santi l lán en la Compañía). Pero había oído Medrano de- masiadas protes tas de todos los rebeldes de estos años contra la de- mora de la profesión, para que no le amargara la dilación de la suya propia. No, no digo que par t ic ipara en los actos de los rebeldes: nada lo prueba. Además, los más genuinos rebeldes lo fueron quizá por gran vocación, por in te rpre ta r a su modo su vocación. Medrano no era de ese t ipo. Las discordias exteriores se aplacaron con la Congre- gación General de 1593. Pero las almas no pudieron aquietarse de re- pente; lo ha dicho el m i smo Medrano en un soneto: • Así por dicha viste, enfurecidos los mares ya del ábrego violento, estremecer la t ierra con bramidos; y en las olas, después que cahnó el viento, bat iendo unas con otras, los quejidos luengo espacio durar y el movimiento. Fué quizá-un agi tado tardío , y a disipada la gran tempes tad . ¡Ah, si hubiera tenido vocación! ~ 43 — I V D E L A O R D E N A L A L I B E R T A D L A S L E T R A S DIMISORIAS. ^ o, no sabemos, en concreto, qué de te rminó su salida (y la de ^ Santillán), aunque muchos motivos adivinamos, y no lo sabre- mos nunca si algún nuevo documento no lo revela en los archivos de la Compañía. Las investigaciones real izadas por dos veces en el Archivo Central de los Jesu í tas en Roma , las dos por personas distin- tas , competentes y conocedoras de ese depósito, no han revelado ex- pediente alguno de separación: lo más probable es que no existiera nunca . Pero en el t omo de Dimissi (1573-1640), en el que se ano ta - ban los nombres de los despedidos (y si las le tras dimisorias conte- nían alguna cláusula especial, t ambién .dicha cláusula), f igura un ex t rac to de las dimisorias de Medrano, copiado, evidentemente , de las que se enviaron a éste. De él resul ta que se le concedía la salida a petición del propio Medrano ( t raducimos) «para que en el espacio de cuat ro meses a contar de la fecha de las presentes pueda en t ra r en la religión de San Bernardo o de San Beni to o en cualquier o t ra Orden religiosa de las, mendicantes , en que esté en vigor la observancia, y para que, hecha profesión, pueda permanecer en ella». La fecha, de Roma , 5 de enero de 1602. E n u n documento notar ia l del que ha- blaremos en seguida, Medrano dice que el convenio de su salida lo «tenía t ra tado» «con el P a d r e general de la dicha Compañía». Tra - tado, ¿cómo? ¿Por car ta? ¿De palabra? Ya veremos que Medrano 44 - I V . — De la Orden a la l i b e r t a d hizo un v ia je —en fecha no bien de te rminada— a R o m a . Y aun- que no haya garant ía n inguna, es posible que ese v ia je tuviera lugar en 1601, inmedia tamente antes de la salida, y que en él expusiera de palabra sus razones al P . Acquaviva , y éste las acep- t a r a . Muchas otras veces el P . General llamó a R o m a a otros súb- ditos más o menos rebeldes o indisciplinados; y no era infrecuente que de esas entrevis tas resultase la sahda de la Orden del miembro descontento. Las le tras dimisorias t a rda r ían bas t an te en llegar a poder del poeta . Si hemos de creerle, como veremos (y es, además, del todo natural) , el 5 de febrero de 1602 no las conocía aún. Pero semanas más t a rde las debió ya de recibir... Y pasan los meses de I602 y aun comienza 1603. ¿En qué Orden en t ra rá Medrano? ¿Se hará Bernardo? ¿Benedictino? ¿Franciscano quizá.. .? Pasan los meses... ¡Dios mío, Medrano no entra en nin- guna Orden 1 ¿Qué pensaban los Jesuítas? ¿Qué pensaría el P . General? Sin duda (nos imaginamos) llegaban avisos a Roma: «¡Que Medrano se está en Sevilla, que no se le ven ba r run tos de frailar...!» Lo cierto es que en el mismo tomo de Dimissi, donde está el extracto de las dimisorias de Medrano, unos cuantos folios después aparecen copiadas unas pa labras que el P . General m a n d a se remitan como respuesta al Pro- vincial de la Bética. Dicen así: "Sobre el asunto del P . Medrano no deben preocuparse; el t iempo se encargará de decir lo que más con- venga». E l P . Aquaviva , m u y sabiamente, lo abandonaba—parece— en las manos de Dios... E l - ARHEGLO ECONÓMICO Y SU REVOCACIÓN. La salida de la Compañía no dejaba tampoco de ofrecer ciertos problemas desde el pun to de vis ta económico. E n t r e las quejas de los rebeldes se encuentra , a veces, la de la carencia de bienes en que quedaban algunos de los expulsados. Tenemos un precioso documento publicado por Rodríguez Marín, que nos prueba que no fué así — 45 — V i d a -y o b r a d e M e d r a n o en el caso de Medrano. Y era lo único que se conocía sobre la v ida jesuítica del poeta, an tes de las noticias que ahora es tamos apor tando. E n este documento, otorgado en Sevilla, a 27 de enero de 1603, de- I clara Medrano los pormenores siguientes: Que desde el año 1588 poseía el Colegio de la Compañía de Jesús de Córdoba la cant idad de cinco rail seiscientos ducados que le ha - bían pertenecido al poeta por herencia de su padre . (Recordemos que Medrano había ingresado en la Orden en 1584 y que en 1587 estaba precisamente en el Colegio de Córdoba; fué, sin duda, por seguir allí en 1588 por lo que a esta Casa, y no a otra , correspondía ese capital), Pero que más tarde, el 5 de febrero de 1602, siendo él religioso de la Compañía de Jesús. . . Al llegar aquí , h a y un pormenor mínimo, pero para nosotros, después de lo que hemos hablado, m u y significativo: el amanuense ha escrito «Religioso profeso», pero la palabra profeso ha sido tachada , y la t achadura salvada, según norma, al f in del do- cumento, an tes de las f irmas. Nos imaginamos la escena. Antes de f i rmar, el escribano procede a la lectura del documento,
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