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El ensayo en Antioquia/Selección 1
El ensayo
en Antioquia
2 El ensayo en Antioquia/Selección
El ensayo
en Antioquia
Selección y prólogo de
Jaime Jaramillo Escobar
4 El ensayo en Antioquia/Selección
C864.08
E59e El Ensayo en Antioquia : Selección y prólogo
 de Jaime Jaramillo Escobar / Antonio Álvarez
 Restrepo � [et al] : Medellín : Alcaldía de
 Medellín, Secretaría de Cultura Ciudadana
 Biblioteca Pública Piloto de Medellín
 2003. Vol. 118 Fondo Editorial BPP
 534 p. : il.--
ISBN: 958 - 9075 - 90 - 8
© 2003
Primera edición
Alcaldía de Medellín
-Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín-
Concejo de Medellín
Biblioteca Pública Piloto
de Medellín para América Latina
Esta publicación obedece al
Acuerdo No. 45 de 2002
del Concejo de Medellín
Asesores del Proyecto:
Concejal: Martha Lucía Castrillón Soto
Jorge Alberto Velásquez Betancur,
Secretario de Cultura Ciudadana
Coordinación del proyecto editorial:
Gloria Inés Palomino Londoño,
Directora General
Biblioteca Pública Piloto de Medellín
Carátula: Guillermo León Gómez Pérez
"Sin título". Óleo sobre lienzo,
de la serie "Verdeazul", 2000.
Diseño de la colección:
José Gabriel Baena
Revisión: Claire Lew
Impreso por:
L. Vieco e Hijas Ltda., Medellín
Por el Ensayo
se hace adulta
una literatura.
Javier Arango Ferrer
La publicación de esta obra ha
sido posible gracias u un
convenio entre el Concejo de
Medellín, la Alcaldía de
Medellín, la Secretaría de
Cultura Ciudadana del
Municipio de Medellín, y la
Biblioteca Pública Piloto de
Medellín para América Latina.
Sus 1.000 ejemplares serán
distribuidos de manera gratuita
a bibliotecas públicas, casas de
la cultura e instituciones
educativas oficiales.
Índice de contenido
Prolegómenos 11
1861 - Baldomero Sanín Cano
Juan de Dios Uribe 23
Cómo la deslealtad puede ser modestia 32
La seriedad 38
1867 � Laureano García Ortiz
La frialdad de Santander 42
1876 � Alejandro López
El juego 53
De la pena del trabajo 58
1884 � Luis López de Mesa
Santa Fe de Antioquia 69
Elogio de Medellín 75
1895 � Fernando González
Segismundo Freud 81
1896 � José Manuel Mora Vásquez
El sentido pesimista en la obra de Rendón 98
1897 � Fernando Gómez Martínez
Peldaño de cuatro siglos 102
1898 � Luis Tejada
Elogio de la guerra 115
El maestro Rendón 118
La lección de los guajiros 120
8 El ensayo en Antioquia/Selección
1904 � Abel García Valencia
Vida, pasión y muerte del Romanticismo
en Colombia 123
1905 � Javier Arango Ferrer
Gregorio Gutiérrez González
y Epifanio Mejía 134
1906 � Antonio Álvarez Restrepo
Santos, hombre de letras 155
1908 � Félix Ángel Vallejo
Borges: su idioma sencillo y sobrio 159
1908 � Luis Guillermo Echeverri Abad
La muerte por burros 165
El éxodo campesino 171
Escuelas para animales 177
El burro laborioso 182
1910 � Cayetano Betancur
La universidad y la responsabilidad intelectual 185
1910 � Abel Naranjo Villegas
Generaciones colombianas 199
País del �no me da la gana� 209
1912 � E. Livardo Ospina
La otra cara del narcotráfico 217
1912 � Joaquín Vallejo Arbeláez
El tiempo esotérico 223
1913 � Arturo Escobar Uribe
Vargas Vila y su obra literaria 238
1913 � Alfonso Jaramillo Velásquez
La continua tragedia colombiana 252
El ensayo en Antioquia/Selección 9
1914 � Roberto Cadavid Misas
Uso de los signos de puntuación 263
1914 � Froilán Montoya Mazo
Gloria, la hija del poeta Julio Flórez 273
La necropsia de Gardel 275
Don Quijote tenía un perro, pero
¿qué se hizo ese perro? 278
1915 � Carlos Eduardo Mesa
El alma de España 283
1917 � Jaime Jaramillo Uribe
Etapas de la filosofía en la
historia intelectual colombiana 304
1918 � Antonio Panesso Robledo
Pornografía: un lío insoluble 325
1918 � Pedro Restrepo Peláez
Autorretrato 339
1918 � René Uribe Ferrer
León de Greiff 346
1920 � José Guerra
Reflexiones sobre la sencillez 363
Elogio del silencio 366
1921 � Héctor Abad Gómez
Hace quince años estoy tratando de enseñar 369
El subdesarrollo mental 377
1923 � Belisario Betancur
Antioquia en busca de sí misma 379
1923 � Alfonso García Isaza
La velocidad, signo del presente 388
10 El ensayo en Antioquia/Selección
1923 � Manuel Mejía Vallejo
María, Novia de América 410
1924 - Samuel Syro Giraldo
La adhesión popular al régimen federal 426
1925 � Uriel Ospina
La novela en Colombia 432
1930 � Carlos Jiménez Gómez
La Antioquia de nuestros amores 441
1931 � Gonzalo Arango Arias
La ciudad y el poeta 451
Elogio de los celos 456
Homenaje al silencio 462
1932 � Jaime Sierra García
Las cinco frustraciones antioqueñas 465
1938 � Darío Ruiz Gómez
El juglar destruido 473
1940 � Jorge Yarce
La sociedad permisiva 481
1942 � Jorge Orlando Melo
Las perspectivas de cambio
futuro en Colombia 492
1943 � Eduardo Escobar.
Bohemia, antibohemia y regresión 503
Los Autores 525
Prolegómenos
En su excelente estudio El Ensayo, entre la aventura y el orden
(Taurus, 2000), el profesor Jaime Alberto Vélez (Medellín,
1950 � 2003), conjetura que el Ensayo en Colombia ha
sido un curioso entretenimiento para tres o cuatro perso-
nas en un siglo. Exigente apreciación, si se tiene en cuenta
que la obra mencionada es, entre muchas, la que mejor fija
un concepto claro del género, exponiéndolo con las preci-
siones pertinentes.
Tercer Mundo Editores (Bogotá), que duró cincuenta años,
fue fundada por Luis Carlos Ibáñez sólo para publicar
Ensayos, aunque años después admitiera otros géneros.
En Antioquia, para una selección como ésta, se pue-
den contar en los dedos de las manos ciento cincuenta en-
sayistas, así se reduzcan finalmente a cuarenta, por distin-
tos motivos.
El volumen que sigue en esta colección, El periodismo en
Antioquia. Siglo XX, incluye algunas de las firmas que tam-
bién hubieran podido figurar en este tomo, lo cual resulta
complementario. Y justo. El periodismo ha sido, en sus
diferentes modalidades, el principal medio para la divulga-
ción del Ensayo.
Lo difícil no fue encontrar, sino omitir, a fin de ajustar-
se a un proyecto con limitación de páginas y tiempo de
estudio. En realidad, una muestra del Ensayo en Antio-
quia requeriría mayor amplitud. Con Viaje a pie, de Fer-
nando González y prólogo de Gonzalo Arango, inició
Tercer Mundo una Antología del pensamiento colombiano (1967),
proyectada para cien volúmenes. No pasó del primero,
como suele ocurrir, pero la lista de los autores constituía
entonces un catálogo de lujo.
12 El ensayo en Antioquia/Selección
Se dice muestra por el criterio adoptado, diferente de la
antología. La antología está compuesta por lo que mejor
le parece al compilador. Una muestra, en cambio, presen-
ta la diversidad temática, los distintos estilos de época, las
tendencias del pensamiento, y lo que conserva interés para
el público al que se dirige la obra, en el caso presente un
nivel medio de estudiantes y aficionados. Todo por fuera
de las especialidades.
Debido a ello resulta procedente adelantar algunas con-
sideraciones sobre el Ensayo como género literario. Si los
tratadistas se confunden, no es de extrañar la duda que
comúnmente se manifiesta.
Gonzalo Cataño concluye así su tratado sobre La arte-
sanía intelectual: �La noción de Ensayo no es clara, y posi-
blemente nunca lo sea. (...) Es muy difícil, tal vez imposi-
ble, presentar una definición satisfactoria del Ensayo como
categoría estética, pues cuando creemos tener en nuestras
manos la totalidad de sus facetas, surgen otras que parecen
contradecir el intento de ordenarlas�.
Javier Arango Ferrer, siempre afirmativo y seguro, es-
cribe en la primera página de su libro Horas de literatura co-
lombiana: �La palabra ha crecido con el género, y ensayos
son ahora obras de largo metraje�. Para Horacio Gómez
Aristizábal, �El Ensayo, por su misma naturaleza, es gene-
ralmente breve, y no tiene el aparato ni la extensión que
requiere el tratado completo sobre la misma materia. (...)
La costumbre ha establecido que puede ser leído de una
sola vez�. El Diccionario de la Real Academia lo define así:
�Escrito,generalmente breve, sin el aparato ni la exten-
sión que requiere un tratado completo sobre la misma
materia�.
Otros expositores dan asimismo contradictorias expli-
caciones, desde diferentes puntos de vista. Pero es Jaime
Alberto Vélez quien desenreda la madeja con experta faci-
lidad, mediante el estudio histórico y el deslinde de géne-
El ensayo en Antioquia/Selección 13
ros y subgéneros cuya vecindad genera confusión. Confu-
sión aumentada por el capricho de muchos autores, que con
falsa modestia llaman Ensayos a sus tratados y estudios, por
no parecer pedantes o presuntuosos. A una obra en dos to-
mos, como La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, de
ninguna manera le acomoda la denominación de Ensayo, y
mucho menos Bosquejo, como quiere el autor. �El Banco de la
República ha llamado Ensayos económicos a sus informes y
balances, tal vez para significar que las finanzas colombianas
obedecen a intentos y a tentativas�. (J.A.V.). Y cita Cataño dos
largos poemas didáctico-filosóficos de Alexander Pope: En-
sayo sobre la crítica y Ensayo sobre el hombre.
Para los pintores un boceto es un estudio, y de ese modo,
en literatura, Estudio se asimila con Ensayo. Muchos es-
critores aspiran a la confusión, como quien pesca en río
revuelto, pero la edad del Ensayo garantiza la experiencia,
que rechaza la imprecisión.
�El Tratado persigue como objetivo central agotar un
tema, o por lo menos, presentar sobre él una imagen lo
más completa posible. El Ensayo, en cambio, presenta otra
visión. (...) Un buen ensayo alcanza, por lo general, la ex-
tensión de una carta, o la duración de una conversación
agradable, justo antes de que caiga en lo tedioso�. (Jaime
Alberto Vélez).
Según Horacio Gómez Aristizábal, �El concepto de
Ensayo no hace alusión a su extensión, sino al análisis más
o menos completo que se haga del asunto tratado�. Gon-
zalo Cataño lo presenta de este modo: �Podemos conce-
bir el Ensayo literario como una composición en prosa de
esmerado estilo y extensión moderada, que desarrolla un
tema con entera libertad a partir de la visión personal del
escritor, evitando los tecnicismos profesionales y los peli-
gros de una inmersión en la narrativa�.
No obstante, uno de los ejemplos que ofrece el Estu-
dio de Jaime Alberto Vélez está escrito en forma de cuen-
14 El ensayo en Antioquia/Selección
to, sin dejar por eso de ser un auténtico Ensayo, que apela
a la forma narrativa para añadir interés a un tema científi-
co con propósito de divulgación.
La expresión Ensayo literario lleva a distinguir el Ensayo
académico, que puede ser científico, sociológico, económi-
co, filosófico, documental, etc., y acepta por tanto forma-
lidades profesionales. El primero se define por Cataño
�como forma dominante de nuestro tiempo, el molde más
afín a las publicaciones masivas dirigidas a un público lec-
tor en rápido crecimiento y cada vez más ávido de materia-
les cortos y de aliento festivo�.
El Estudio es más que el Ensayo, pero menos que el
Tratado, pues éste es definitivo. �En un Tratado, el escri-
tor dice todo lo que sabe; en un ensayo, todo dice lo que el
escritor sabe� (J.A.V.).
Otros géneros que limitan con el Ensayo por algún
aspecto, son en realidad distintos y no deben confundirse.
Tal el Artículo, que se confunde porque muchos ensayos
se presentan como artículos, en columnas de prensa. Pero
el Artículo es menos que el Ensayo. Al respecto escribe
Javier Arango Ferrer: �Sin el ensayo moderno corto no
existiría el periodismo en su urgente misión de plantear
sintéticamente los problemas del mundo contemporáneo�.
Otro género que suele confundirse con el Ensayo es la
crónica, por decirse cronista el columnista del periódico.
Crónicas se llaman los textos periodísticos de Luis Tejada.
Y con la crónica se confunde la monografía, que es muy
diferente. Escribe Juan Gustavo Cobo Borda: �La cróni-
ca, que es hasta cierto punto periodismo, pero que es, ante
todo, buena prosa, oscila entre el Ensayo breve y la digre-
sión aguda, y tiene a Luis Tejada como su más destacado
exponente�. Pero otra cosa son las Crónicas de Indias.
Tampoco el Ensayo debe confundirse con la Tesis, ni
con el Estudio o la Ponencia, como sucede. Ni con la Sem-
blanza o el Compendio, o los alegatos de la Polémica. Ni
El ensayo en Antioquia/Selección 15
el Ensayo es el Comentario, ni la Reseña, ni el Discurso,
ni la Conferencia, ni la Descripción, ni el Prólogo. Hay
notorias diferencias entre estos géneros y otros próximos,
y es necesario dar su propio valor a cada uno.
Entre dispares opiniones, Jaime Alberto Vélez traza una
certera ruta al Ensayo, destinada a prevalecer porque con-
serva fidelidad al origen, no incurre en contradicción, no
propicia mezclas deformantes, su razonamiento ilustrado
se afirma en la historicidad y proporciona una demostra-
ción lógica. �Si todo puede ser Ensayo �dice� nada es un
Ensayo�.
Sin desconocer el derecho de cada uno a su parecer, la
identidad de las cosas no puede quedar al capricho indivi-
dual.
�Tenido como género de madurez, el Ensayo consiste
en el arte de exponer las ideas. Si no convence por el tema,
seduce por su forma (ocurre con Descartes). Nada más
contrario a la naturaleza del Ensayo que los manifiestos,
las declaraciones de principios, los textos doctrinarios, los
análisis basados en un método, las normas, los catecismos
y reglamentos�. (Palabras de Jaime Alberto Vélez).
No alcanza el Prólogo para una discusión completa del
tema, porque se convertiría en Estudio, lo que resultaría
excesivo.
El Prólogo acude a las citas porque son los testigos del
expediente. �La palabra Ensayo �escribe Eduardo Esco-
bar� cuando designa el conspicuo género literario cuya
invención se atribuye a don Miguel de Montaigne, ha de-
generado en este tiempo de confusiones y dudas sin alivio,
en un batiburrillo de acepciones contradictorias�.
Se dice Ensayística con imprecisión, acumulando en la
palabra textos inclasificables, que no encajan en ninguno
de los géneros definidos, porque sus autores lo han queri-
do así. Tales textos se clasifican, tanto en las bibliotecas
como en las categorías críticas, en la sección de Miscelánea,
16 El ensayo en Antioquia/Selección
lo que, de hecho, coloca su valor por debajo de todos los
géneros, en la etapa del balbuceo, de la invención no lo-
grada, del experimento fallido, de la rebeldía sin objeto. La
rebeldía juvenil contra los géneros nada de valor ha logra-
do producir nunca en parte alguna. Es la mezcla inconexa
de la miscelánea, que abarata la quincallería.
El Ensayo académico (científico, sociológico, etc.),
como todo, se desactualiza, quedando para los investiga-
dores en bibliotecas especializadas. Es una de las principa-
les razones por las cuales se fue reduciendo el número de
obras a considerar para este volumen. Otra es la delimita-
ción del Ensayo, separándolo del Estudio, el Tratado y
demás formas afines. Otra, que la selección se circunscribe
al actual territorio de Antioquia, puesto que en Caldas,
Quindío y Risaralda querrán hacer, para honra local, sus
propias colecciones.
Se incluyen, a partir de don Baldomero Sanín Cano
(1861), ocho autores nacidos en el siglo XIX, cuya obra,
en realidad, pertenece al XX. El último de ellos, Luis
Tejada, nace en 1898. Y se llega hasta el Nadaísmo, pues
un sólo volumen no da para más.
El XX fue pródigo en estudios de toda clase, no sólo
referentes a Antioquia, sino también a los asuntos nacio-
nales. Predominantes fueron: Historia, Economía, Inge-
niería, Geología, Comercio e Industria, Agricultura, Cien-
cias sociales, Literatura y Filosofía, temas todos de la ma-
yor importancia. Entre las colonizaciones antioqueñas, la
de Bogotá puede no ser la menor.
Algo que sorprende es comprobar los cientos de obras,
muy importantes, realizadas con excepcionales talento y
modestia, grandes en realidad, publicadas en ediciones de ínfi-
ma categoría, pobres y feas, de mínima circulación. Sincera
admiración merecen los muchos que hacen trabajos ingentes
para la actualidad, sin esperar nada del futuro.Y que no sólo
lo hacen, sino que muchas veces por ello se les persigue.
El ensayo en Antioquia/Selección 17
Muchos añejos prestigios se deshacen al releerlos, por-
que su obra ha perdido vigencia. Partieron de premisas fal-
sas, creencias de fe, observaciones no comprobadas, jui-
cios a priori, lo cual invalida sus razonamientos, aunque
se expresen en gruesos volúmenes. Y también se da el caso
de obras admirables, olvidadas por prejuicios injustifica-
dos acerca del autor, en política, religión, procedencia o
estilo de época, circunstancias independientes de su valor
intrínseco. En cambio, por inercia y falta de sentido críti-
co, perduran reputaciones inmerecidas de obras que mu-
rieron sin que nadie se diera cuenta.
Pensadores y escritores no han faltado en Antioquia,
sobre todos los temas de interés, pero sus ideas se pierden
por falta de atención. Se nos enseña con error a olvidar el
pasado. No ocurre así en los pueblos cultos. Antioquia ha
dado magníficos maestros, pero no se ha querido aprender.
Bien se dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
El agotamiento de las fuentes de agua, la erosión, la desapa-
rición de especies vegetales y animales, en síntesis, todas las
calamidades actuales, fueron advertidas a tiempo por nues-
tros sabios, que no encontraron audiencia. De poco sirve la
reflexión de los guías en un país que decidió no pensar; que
se dedica al exterminio de los contrarios, en lo que sea; cu-
yos objetivos no coinciden con ningún plan nacional ni re-
gional. Son patriotas quienes ven los problemas, los estu-
dian y proponen soluciones que deberían ser al menos con-
sideradas con seriedad. Pero a la administración pública la
paraliza su misma complejidad. Su enorme gordura le impi-
de moverse. Se le ha llamado paquidérmica. También se les
dice dinosaurios a los burócratas. Poco a poco se irá encon-
trando su verdadera identidad.
La tendencia a la suspicacia ha hecho del antioqueño
un pueblo amante de la claridad. Todo bien explicado,
�para que no nos digamos mentiras�. Se cree que eso favo-
rece el pensamiento, pero también sirve para identificar al
18 El ensayo en Antioquia/Selección
contrario, a fin de silenciarlo por siempre. �En Colombia
�escribe Jaime Alberto Vélez� donde en ocasiones no re-
sulta posible ni siquiera la más elemental expresión de las
ideas, difícilmente podría crecer con autonomía y feraci-
dad el Ensayo, género que exige un ambiente y una tem-
peratura benévolos, y hasta un aclimatador de novedades�.
El interés por el mundo confiere sentido a la existen-
cia, porque nos hace partícipes. Es una de las funciones de
los medios de comunicación. Y es también uno de los pro-
pósitos de los gobiernos y de las religiones, los partidos
políticos, las organizaciones. Aislarse es perderse en sí mis-
mo: lo más cerca de la Nada.
El contenido de este libro no son simples, efímeros y
desatendidos artículos, sino Ensayos útiles, de autores que
nos llevan a compartir su pasión por la vida y por el pro-
ceso evolutivo de lo que llamamos �espíritu humano�,
expresión eufemística en busca de dignidad, confianza,
autoestima, seguridad, trascendencia en la Tierra.
Hay mucho de provecho para seguir leyendo en la lite-
ratura antioqueña, que no es sólo narrativa y poesía. Se re-
quiere saber encontrar, con un poco de olfato. Entre los
libros más interesantes y mejor escritos del siglo XX en
Colombia están todos los de Arturo Escobar Uribe. Quie-
nes alcanzan a llegar a la clase media no ocultan su indife-
rencia por la suerte del país. Lo popular les huele mal. Olvi-
dan que sus antepasados calzaban alpargatas los domingos.
La cátedra de Enrique Pérez Arbeláez no se escuchó en
su tiempo, ni se escucha ahora, aunque muchas de sus
enseñanzas conservan plena actualidad. Es una obra cien-
tífica y tecnológica sobre plantas, animales, geografía, geo-
logía, historia, física, y otros temas relacionados con el cam-
po. Sólo su tratado sobre plantas medicinales alcanzó no-
toriedad, por los beneficios prácticos que de él se deriva-
ban. Lo piratearon cínicamente, con la consabida adver-
tencia: �Se prohíbe la reproducción total o parcial...�, etc.
El ensayo en Antioquia/Selección 19
Su interés por los temas de Colombia hace que la obra
de Luis Guillermo Echeverri Abad mantenga su vigen-
cia, en especial como ejemplo. Muchas de sus páginas
podrían repetirse en los diarios de hoy. Pero no se lee-
rían, porque no son de farándula ni de entretenimiento
ramplón. Ni de humor rústico, ni de chismografía. Y
porque hoy no se aprecia la bella escritura. El país mere-
cerá lo que le acontezca, a medida que todo se convierta
en zona rosa, gracias a la televisión.
Los autores en la literatura antioqueña son, en su ma-
yor parte, sacerdotes, médicos, abogados y profesores. Y
casi todos parecen curas, incluyendo a Gonzalo Arango y
a Fernando González. Esto le confiere un alto nivel inte-
lectual, moral y cívico, y un valor literario excepcional,
admirable. Podría pensarse que un pueblo con semejante
literatura no puede perder su rumbo, que tiene en el pasa-
do sustentación y norte. Y eso es lo que cabría esperar, si
algún suceso impensado no se atraviesa en su destino. Este
libro es por eso un acto de fe en Antioquia, por parte del
Concejo Municipal de Medellín y de la Biblioteca Pública
Piloto, para la educación popular.
El Ensayo es género del pensador, más que del filóso-
fo. �Hasta Sanín Cano �escribe Jaime Alberto Vélez� la
literatura colombiana había carecido propiamente de una
autonomía real, por estar al servicio de una causa, cual-
quiera que ella fuese�. �El Ensayo consiste �sigue dicien-
do� en una visión personal obtenida, tanto a partir de di-
versas opiniones consultadas, como de una observación
directa de los hechos. (...) Del ensayista se podría afirmar
que consiste simplemente en un hombre que sostiene con
gracia un punto de vista original�.
Ver los lugares de origen de los autores seleccionados
proporciona un dato de interés con respecto a los pueblos
de Antioquia:
20 El ensayo en Antioquia/Selección
Abejorral (2): Abel Naranjo Villegas. Jaime Jaramillo
Uribe.
Amagá (1): Belisario Betancur.
Andes (4): Arturo Escobar Uribe. Pedro Restrepo
Peláez. Gonzalo Arango. Roberto Cadavid Misas (Argos).
Anorí (1): Darío Ruiz Gómez.
Barbosa (1): Luis Tejada.
Copacabana (1): Cayetano Betancur.
Donmatías (1): Luis López de Mesa.
El Carmen de Viboral (1): Carlos Jiménez Gómez.
Envigado (3): Fernando González. Jorge Yarce. Eduar-
do Escobar.
Guadalupe (1): Alfonso Jaramillo Velásquez.
Jericó (3): Luis Guillermo Echeverri Abad. Héctor
Abad Gómez. Manuel Mejía Vallejo.
Marinilla (1): Alfonso García Isaza.
Medellín: (7): Alejandro López. José Manuel Mora
Vásquez. René Uribe Ferrer. Uriel Ospina. Jaime Sierra
García. Jorge Orlando Melo. José Guerra.
Pueblorrico (1): Carlos Eduardo Mesa.
Rionegro (5): Baldomero Sanín Cano. Laureano García
Ortiz. Félix Ángel Vallejo. Joaquín Vallejo Arbeláez.
Samuel Syro Giraldo.
Santa Bárbara (1): Abel García Valencia.
Santa Fe de Antioquia (2): Fernando Gómez Martínez.
Javier Arango Ferrer.
Sonsón (1): Antonio Álvarez Restrepo.
Urrao (1): Froilán Montoya Mazo.
La división por siglos es tan arbitraria como cualquie-
ra otra, pues cada día empieza un nuevo siglo. Algunos
autores nunca permiten que aparezca en sus libros su
lugar de origen, ni su fecha de nacimiento, porque pre-
tenden ser universales e intemporales, o tal vez divinos.
Si acaso, dicen: �En un lugar de Antioquia, en una fecha
de la cual no quiero acordarme...�. A ellos les advierte
El ensayo en Antioquia/Selección 21
Gonzalo Restrepo Jaramillo: �El tiempo es incompatible
con la eternidad�.
También hay libros que carecen del pie de imprenta,
sin lugar ni fecha, ni índice de contenido, ni datos del au-
tor. Son libros fantasmas. En otros, como los de Estanislao
Zuleta y Jorge Artel, la advertencia es tajante: �Prohibida
su reproducción total o parcial, por cualquier sistema de
impresión y con cualquier finalidad, comercial o académica,
incluidas laslecturas universitarias�. No deja de ser curioso que
en una colección titulada Universidad se prohíban las lectu-
ras universitarias. Nadie más apegado al centavito que los
generosos revolucionarios. No sin razón, anota Jaime Al-
berto Vélez: �En la tradición colombiana suele reducirse
al lector a la condición de copartidario, alumno o feligrés,
cuando no a la de enemigo, bárbaro e infiel�.
Horas de literatura colombiana, de Arango Ferrer, conside-
ra los géneros en orden de importancia. Empieza con el
Ensayo y concluye con la Poesía. No leyó a José María
Vargas Vila: �No existe mejor vehículo para la propagan-
da de un ideal que la Poesía. Como inspiradora de heroís-
mo nada hay igual a la Poesía, desde los tiempos de
Homero. Los poetas crearon a los dioses, y han inspirado
todas las artes�.
Jaime Jaramillo Escobar
BALDOMERO SANÍN CANO
Juan de Dios Uribe
Todas las circunstancias favorables se unieron para hacer
de Juan de Dios Uribe el primer escritor político de Co-
lombia, un gran descriptor de la naturaleza y de las cos-
tumbres, un crítico de gusto refinado y el más alto repre-
sentante de la invectiva justa y resonante. En su familia
hubo un escritor político de altas dotes, Juan de Dios Res-
trepo, maestro igualmente en la descripción de las costum-
bres y en la observación de los móviles humanos. Fue su
madre persona de talento perspicuo, de vastas lecturas y
de un criterio raro entre mujeres para juzgar fríamente de
las acciones ajenas. Su padre amó la ciencia y las letras con
desinterés y constancia. Penetró en las interioridades del
cuerpo y del alma humanos, y, atento observador de las
alternativas sociales, buscó el origen de las costumbres ci-
vilizadas estudiando, como los sabios de su tiempo, las
costumbres de los salvajes y haciendo vida común con las
tribus no sometidas aun a la vida civil. El ambiente en que
empezó a crecer Juan de Dios Uribe fue en sus más señala-
dos aspectos un ambiente literario y científico. Nació en
Andes, población nueva de Antioquia, en las faldas de la
cordillera occidental, en las vertientes del Cauca antioque-
ño, a la vista de farallones, profundas y estrechas quebra-
das y ríos tumultuosos. Estudió en la Escuela Normal de
Popayán, y en los aledaños de esa villa, comparándolos
inconscientemente con las abruptas apariencias de su ciu-
dad natal, donde había observado la obra de las fuerzas
indómitas del planeta, aprendió a gustar la gracia, asociada
milagrosamente a la fuerza, en las lejanías del paisaje. Dos
ambientes disímiles y remotos educaron su capacidad de
24 El ensayo en Antioquia/Selección
observación ante los aspectos del paisaje. Más tarde Bogo-
tá, suspendida entre cerros y una llanura gris y unánime,
vino a enriquecer su sentido moderno de la naturaleza, que
poseyó en generosas y hondas proporciones, y supo ver-
ter en prosa con una delicadeza y originalidad de visión
desconocidas hasta entonces en la literatura de estas par-
tes.
Vino a la vida de la razón y del combate social en un
momento de la historia colombiana especialmente digno
de estudio y de memoria por haberse señalado con el cho-
que violento de las creencias, exacerbadas por el clero,
contra las opiniones de los hombres imbuidos en la nece-
sidad de analizarlo todo, que señalaban en otra banda de-
rroteros a las inteligencias capaces de entenderlos. Asistió
a la lucha tenaz, de cada día y de cada momento, de los dos
partidos que defendían sus principios en una prensa de
libertad absoluta, cuyas expansiones vinieron a dar por
resultado una de las guerras civiles más injustas por parte
de quienes la promovieron y más trágicamente fracasada
en la historia de nuestras contiendas internas. Presenció la
lucha, admiró a los conductores de parte gibelina y luego
presenció en Bogotá las amargas e interesantes controver-
sias políticas de prensa y parlamento, que sirvieron de pro-
legómenos a la guerra de 1885 y a la desventurada evolu-
ción política de que fueron resultado la represión violenta
de las libertades y el retroceso político de la nación a las
horas españolas del régimen de Calomarde.
La familia, el ambiente físico, el clima político conver-
gieron como en un problema geométrico para la produc-
ción de una inteligencia literaria de primer orden y para fa-
vorecer su desarrollo en forma original y completa. Sus con-
temporáneos le llamaron �el Indio�, sin duda por los estu-
dios del padre sobre la raza indígena. Su tipo era blanco.
Sus predilecciones naturales movieron hacia la prensa
sus actividades. Amó la lucha por temperamento. Eran
Baldomero Sanín Cano
Caricatura de Elkin Obregón
26 El ensayo en Antioquia/Selección
igualmente vivaces, agudas y sinceras sus simpatías que las
repugnancias de su temperamento, y el medio en que hubo
de desenvolverlas fue especialmente propicio a su desarro-
llo, porque el origen de la transformación política que com-
batió durante su vida, y de que fue víctima animosa, susci-
tó en el país desesperadas resistencias morales y de hecho.
Las virtudes más excelsas de su prosa política fueron la
fuerza, la claridad y la gracia ondulante escondida entre los
pliegues de un idioma sabio e intolerante, con las más le-
ves desviaciones contra su puro genio. No era el escritor
pacato, lleno de terror ante el uso de vocablos o giros que
pugnasen con el código gramatical: era el prosista dueño
de su instrumento, capaz de tañerlo en la generosa ampli-
tud de sus escalas y recursos. No da la impresión del jardín
erudito sino de la fronda natural acomodada al clima y a la
bondadosa feracidad del suelo. Al erudito la dicción �in-
diana� le da ante todo el gusto de la corrección perfecta: en
tal concepto coinciden Unamuno y Gómez Restrepo. Al
lector desprevenido y de pocas letras lo avasallan la natu-
ralidad, la fuerza, lo original y preciso de los epítetos, la
armonía liberal entre el concepto y la frase, la honradez
inexpugnable del pensamiento y la helénica y fugitiva gra-
cia del conjunto.
Como se ha dicho, el ambiente político favoreció en
grande escala el desarrollo de sus naturales talentos y de la
plenitud de sus aspiraciones. No se crea, sin embargo, que
la invectiva, en que fue maestro insuperado en su tiempo,
era la sola forma literaria en que su pluma se elevaba al
ápice de la expresión escrita: en los retratos instantáneos
hace justicia a las cualidades de algunos personajes con
cuyas ideas no podía tener contactos de simpatía. En otros
casos la alabanza justa, dignamente y con adecuada belleza
expresada, con aplicación a personaje por él admirado, se
limita con criterio desapasionado y justo. De Montalvo,
por ejemplo, dice: �El rollo de la palabra de Montalvo
El ensayo en Antioquia/Selección 27
abruma: ha plantado una nueva floresta del idioma y se va
por ella como un salvaje grandioso a caza de fieras y repti-
les. Se requiere iniciación para comprenderlo y gusto lite-
rario para admirarlo en sus pormenores artísticos; diré tam-
bién que hay que prevenirse para no caer en sus extremos,
porque se deja ir en el aerostático de su fantasía y sin ser
un ortodoxo es en ocasiones místico... Ningún escritor
hizo, por otra parte, mejor uso de su talento. Azotó a los
pícaros en la plaza pública, colgó a los tiranos en una hor-
ca que puso sobre los Andes y sacó a la vergüenza los vi-
cios del clero, con un buen humor que da escalofrío�. Se-
ría de observar que la mística tiene en literatura el mismo
derecho a expresarse que el seco materialismo. Quevedo
es escritor de alta jerarquía lo mismo en sus obras jocosas
que en sus trabajos de interpretación de las verdades
teológicas. La mística de buena fe, no enseñada por encar-
go, ni practicada para ganar distinciones o gajes, tiene su
puesto en las letras de todo el mundo, como la novela o el
drama.
La mitad de la obra pensante de Uribe, y casi todas sus
actividades y peregrinaciones, está dedicada a defender la li-
bertad y a difundir las ideas liberales. Estaba en su tempera-
mento el dedicarse a esa propagación. La suerte le favoreció
haciéndole llegar a la plenituddel conocimiento en una época
en que las libertades yacían por el suelo en Colombia y esta-
ban amenazadas o ferozmente limitadas en otros lugares del
trópico. Luchando contra esa calamidad de los tiempos su
pluma, su conciencia, sus nociones de ciencia y arte se ali-
mentaban a sí mismas. Coincidió de tal manera su tempera-
mento de luchador con las necesidades de los tiempos en
que le tocara vivir, que la notoriedad tristemente conmove-
dora de las administraciones colombianas de la época y al-
gunas de sus pobres celebridades momentáneas yacerían hoy
en el olvido de no haber recibido los merecidos azotes de
ese vengador de la patria. Las inmortalizó en su daño.
28 El ensayo en Antioquia/Selección
Tuvo, como ya se dijo, en sublimada calidad el senti-
miento moderno de la naturaleza. Echemos la vista sobre
este diálogo con uno de sus grandes amigos, cuya muerte,
en defensa de la libertad y de los desvalidos, proyecta aún
sombras de vergüenza sobre el continente:
�El último día del año de 1893, me sorprendió a
orillas del mar Pacífico, por primera vez visto por mis
ojos. Tenía el honor de acompañar a Eloy Alfaro a una
de sus empresas libertadoras.
��¡Oh, me dijo el viejo proscrito, señalándome el
océano: amémosle mucho, que sus ondas bañan las ri-
beras de la patria!
�Los amos nos vedaban el sol nativo y el pan de
nuestras cosechas; estábamos fuera de la ley que am-
para y de la tierra que sustenta, y se atropellaban en
mis labios las sílabas indómitas del odio, en aquella
mañana de diciembre. La naturaleza sólo es bella en la
libertad de pensamiento. Buscaba hacia el sur, en vano,
mi radiante Colombia de otros tiempos, la macabea,
la madre de vientre fecundo, bendito tres veces por la
libertad, por la república y por la ciencia. El sol na-
ciente abría grandes y nuevos espacios sobre las aguas;
las olas contra la playa aligeraban su fatiga en un gran
sollozo; la brisa traía las frescuras y los olores mari-
nos; los alcatraces desarrollaban sus escuadrones en el
espacio... Buscaba en vano la patria: allá abajo el mo-
nótono océano resonante y las estériles costas. Luego
aparece Colombia en mi mente, como una llama, que
ya es una antorcha, que ya es una sombra, que ya es
una mancha... ¡nada!�
Fue también narrador de altas dotes, y en su descrip-
ción del campo de batalla de Los Chancos dejó muestras de
esta milagrosa capacidad y de sus dones excelsos como poeta
descriptivo. Es de retener en la literatura española esta
El ensayo en Antioquia/Selección 29
visión del campamento y de los hombres que tomaron par-
te en la batalla del día anterior:
�Al otro día de la batalla de Los Chancos (31 de agos-
to de 1876) vi a Jorge Isaacs, de pie, a la entrada de una
barraca de campaña. Pasaban las camillas de los heri-
dos, las barbacoas de guadua con los muertos, grupos
de mujeres en busca de sus deudos, jinetes a escape,
compañías de batallón a los relevos, un ayudante, un
general, los médicos con el cuchillo en la mano y los
practicantes con la jofaina y las vendas, Trujillo que
marcha al sur, Conto que regresa a Buga, David Peña a
caballo con su blusa colorada, como un jeque árabe
que ha perdido el jaique y el turbante... el mundo de
gente, ansiosa, fatigada, febril, que se agolpa, se baraja
y se confunde después de un triunfo. El sol hacía tremer
las colinas, la yerba estaba arada por el rayo, el cielo
incendiado por ese mediodía de septiembre, y por so-
bre el olor de la pólvora y los cartuchos quemados,
llegaba un gran sollozo, una larguísima queja de los
mil heridos que se desangraban en aquella zona abrasa-
da, bajo aquel sol que desollaba la tierra. Isaacs reem-
plazó el día antes a Vinagre Neira a la cabeza del Zapadores
y, como su primo hermano César Conto, estuvo don-
de la muerte daba sus mejores golpes. Yo le vi al otro
día en la puerta de la barraca, silencioso en ese ruido de
la guerra, los labios apretados, el bigote espeso, la fren-
te alta, la melena entrecana, como el rescoldo de la ho-
guera; y con su rostro bronceado por el sol de agosto y
por la refriega, me parecieron sus ojos negros y chis-
peantes como las bocas de dos fusiles�.
Beyle y Tolstoi dieron idea de las batallas de Waterloo
y Borodino siguiendo las impresiones y las observaciones
que desde varios puntos de mira hacía un participante en
la batalla. La humana visión en el relato de Stendhal arre-
bata la curiosidad del lector y difunde su atención por
30 El ensayo en Antioquia/Selección
todos los rincones, adonde lo lleva la capacidad descripti-
va del autor. La milagrosa capacidad del genio tolstoiano
parece que reflejara sobre las concavidades del firmamen-
to la visión de la gran batalla de la Moskwa para que pudie-
ra observarla un moribundo que empezaba a desinteresar-
se de las cosas humanas. Las páginas de Uribe, en la des-
cripción de la mañana siguiente a la batalla de Los Chancos,
tienen la originalidad de sugerir, en un panorama de ale-
gría y de felicitaciones, el ambiente caldeado de la batalla
ocurrida en el día anterior y la magnitud de las ideas que
allí se dieron a tremenda prueba.
Aunque gran narrador, como se ha dicho, no es ésta
la calidad fundamental de Uribe en sus hazañas de escri-
tor; �hazañas� está bien dicho, porque cada una de sus
obras minúsculas deja la impresión de una estupenda
aventura. Pone en cuanto escribe toda su alma, y ape-
nas por excepción hace un esfuerzo para explicarse la
situación de sus contendores. En el diálogo su pluma
vacila y en ocasiones decae. Era Uribe un temperamen-
to de escritor que anda siempre revolviendo las ideas.
Tuvo muchas, las acariciaba con deleite, retozaba con
ellas, pero les negaba carta de naturaleza a las opuestas.
Su pensamiento estaba tan lleno a todas horas, que el
diálogo le resultaba una forma de abdicación. Llevaba
consigo mismo un eterno monólogo de la razón contra
sus enemigos, a quienes apenas les concedía el derecho
de contradecirle. Fue un perpetuo contradictor de las
ideas contrarias a los principios de libertad por él acep-
tados como intangibles, pero careció de la estupenda
mala fe de los polemistas. Jamás entabló con nadie lides
contradictorias de pensamiento. Lanzaba sus ideas a la
plaza pública con el fervor de la convicción y en arran-
que de entusiasmo, pero no tuvo la paciencia necesaria
para escuchar a los disidentes ni la ingenuidad requerida
para contradecirles.
El ensayo en Antioquia/Selección 31
Por eso en sus narraciones el diálogo flaquea forzosa-
mente. El monólogo era la forma natural de expresión para
un talento que se contemplaba a sí mismo.
Fue de una facilidad incomparable frente a las hojas de
papel que reclamaban el talismán de su elocuencia. Me di-
jeron alguna vez sus amigos que con frecuencia cuando
hacía prosa para La Siesta eliminaba el intermedio de la
maduración sobre el manuscrito. Llegaba de la calle a las
dos de la mañana, iluminado artificialmente, y para aten-
der a la premura de las circunstancias, colocaba delante de
sí al cajista, con la galera en la mano, y le iba dictando fe-
brilmente las frases que al día siguiente escandalizaban cier-
tos ambientes, mientras otros abrigaban el regocijo de las
mentes caldeadas por la pasión de ser libres.
Tuvo para ejercer la crítica literaria vocación manifies-
ta: gusto firme, vastas y bien digeridas lecturas, juicio inde-
pendiente, admiración documentada de lo bello dondequie-
ra que lo encontrase. Sin embargo, su temperamento de
luchador se sobrepone a menudo, en sus trabajos de críti-
ca, a la fría percepción del analista. De esto hay ejemplos
en el estudio sobre La tierra de Córdoba, de Isaacs, y en sus
apasionadas y melancólicas excursiones por la poesía, la
vida y la locura de Epifanio.
Al pie del monumento que se le ha erigido podría po-
nerse:
El genio literario de la invectiva política: la frase más
natural, más pura y más graciosa entre los escritores de su
tiempo.
32 El ensayo en Antioquia/Selección
De cómo la deslealtad
puede ser modestia
Un joven amigo mío, de vastos recursos pecuniarios e in-
telectuales, abandonóhace unos años sus negocios y sus
excursiones por las ciencias naturales y las matemáticas,
para entregarse en cuerpo y alma, y con una tenacidad de
neófito, al estudio de los evangelios. Ha sido esta transfor-
mación uno de los pocos buenos resultados de la agita-
ción modernista: gentes que apenas habían oído hablar por
referencias de San Lucas y San Mateo, han empezado a
quebrarse la cabeza pensando en las sutiles razones y fun-
damentos que pueden existir para afirmar que unos evan-
gelios son auténticos y otro u otros son tenidos por mate-
ria apócrifa. Bernard Shaw, que no pierde ripio cuando se
trata de cuestiones palpitantes, leyó los evangelios con el
objeto de enterarse y renovar en su clara mente la idea que
se había formado del Cristo. En el prólogo de un volu-
men, aparecido durante la guerra, expuso con su habitual
humorismo lo que le había sugerido acerca del Salvador
del mundo la lectura cuidadosa y desprevenida de los evan-
gelistas. Sólo que los espíritus maleantes, en vez de leer en
esas páginas la vida de Cristo, leyeron con una leve sonri-
sa entre benévola y picante la �biografía de Bernard Shaw,
sacada de los evangelios�. Mi amigo sabe de estos asuntos
lo que se puede saber. Lo que él ignora en punto a la au-
tenticidad de los textos sagrados no vale la pena de ser es-
tudiado.
Días pasados, en un sabroso coloquio de hispanoame-
ricanos, surgió de repente el tema de la deslealtad de San
Pedro con motivo de algún chiste salaz que dejó escapar
inopinadamente uno de los de la reunión. Mi amigo, que
El ensayo en Antioquia/Selección 33
probablemente buscaba ocasión para hacernos conocer
uno de los resultados de su continuo trato con la obra de
los evangelistas, dijo: �San Pedro -en mi sentir- ha sido víc-
tima de una injusticia, a causa de la interpretación dada al
incidente relativo a su deslealtad con el Maestro, ante la
pregunta de una simple fámula de la casa de Caifás�. Mi
amigo tiró el cigarrillo que estaba fumando, se caló las ga-
fas y sacó de entre las profundidades de uno de los bolsi-
llos insondables de su gabán un pequeño volumen negro,
encuadernado muy fuertemente en marroquí. Lo acarició,
antes de abrirlo, como suelen los bibliómanos, y conti-
nuó diciendo: �Este incidente, cosa curiosa, es uno de los
pocos que aparece narrado menudamente en San Mateo y
confirmado, casi con unas mismas palabras, en los otros
tres evangelistas. Voy a leerles la versión de San Lucas, y
la escojo porque Lucas fue el más letrado de los evangelis-
tas. Es, de los cuatro, el que se expresa con más elegancia y
el que, en ocasiones, se pone a tocar estilo, como dice Zola,
si mal no recuerdo, refiriéndose a Paul de Saint Victor.
Voy a traducir directamente del griego y ustedes excusa-
rán las vacilaciones que haya en la lectura, porque hay di-
ferencia de esa lengua a la nuestra�. Mi amigo se puso a
leer: �Y habiéndole prendido se lo llevaron y lo introduje-
ron en casa del príncipe de los sacerdotes. Pedro le seguía
de lejos, y cuando hubieron prendido fuego en medio de
la sala, alrededor del cual se sentaron todos, Pedro tomó
puesto entre ellos. Y una criada, que le vio sentado al fue-
go, dijo mirándole detenidamente: �Este es de los que esta-
ban con él�. Entonces él lo negó, respondiendo: �Mujer,
no lo conozco�.
Terminada la lectura, agregó mi amigo: �De este senci-
llo incidente, tan natural y tan humano, los lectores de los
evangelios han saltado a la conclusión de que San Pedro
negó ese día a su Maestro, por deslealtad y por miedo. Lo
creen así porque los evangelios añaden que, al cantar el
34 El ensayo en Antioquia/Selección
gallo, San Pedro rompió en sincero y amargo llanto. El
cargo de miedo es el menos justificado de cuantos pueden
hacérsele a San Pedro. Los evangelios dan testimonio de
que el cimiento de la Iglesia obró siempre con mucho va-
lor. Después de haber andado sobre las aguas Jesús invitó
a sus discípulos a que lo imitasen, y sólo Pedro tuvo el
valor de hacer la tentativa. Fue su valor tan grande que,
según San Mateo, �descendiendo Pedro del barco andaba
sobre las aguas para ir a Jesús�. Cuando las turbas vinie-
ron con Judas a prender al Maestro, los otros discípulos se
pusieron a prudente distancia y dejaron a los revoltosos
que hicieran su gusto. Pedro estaba cerca, y al ver que po-
nían las manos sobre su amigo, tiró de la espada y a sabla-
zo limpio dejó sin una oreja a uno de los guardias.
�Cuando, apoderados de la persona de Cristo, los de la
multitud tomaron la vía a casa de Caifás, Pedro fue el úni-
co de los discípulos que se atrevió a seguirlos. Es verdad
que los seguía de lejos, �e longinquo�, dice la Vulgata; pero
es preciso recordar que esto suponía gran valor; pues los
amotinados debían tener todavía muy presente la refriega
en que uno de ellos había acabado por perder una oreja. Si
Pedro hubiera dejado que el miedo interviniese en la direc-
ción de su conducta, no habría ido en seguimiento de su
Maestro, en pos de la ofendida turba. Pero hizo más aún;
penetró en la casa de Caifás y con la mayor serenidad se
sentó alrededor del fuego a esperar, según parece, el resul-
tado de la investigación que estaba llevando a término el
gran saduceo, y resuelto, sin duda, a defender al Maestro.
No es, pues, aceptable explicar la respuesta negativa a las
preguntas indiscretas de la criada y de otros circunstantes,
por medio del temor. Importa recordar que, inmediatamen-
te antes de que la criada se hubiera dirigido a Pedro, el sumo
sacerdote le había preguntado a Cristo si él era hijo de Dios.
Pedro había sin duda escuchado la respuesta �tú lo dices�.
�Mi deducción es, aseguró mi amigo, restituyendo el
El ensayo en Antioquia/Selección 35
pequeño volumen a los recodos inescrutables de su bolsi-
llo, que San Pedro no negó a Cristo por temor, ni por
deslealtad, sino por modestia. Creía que era demasiado
presumir en un pobre pescador, rudo y de pocas palabras,
decirse amigo de un hombre que acababa de designarse a sí
mismo, delante de los circunstantes, hijo de Dios�.
�Para llegar a esa conclusión -repuso un sudamericano
de la concurrencia,- no es necesario haber leído en varios
idiomas antiguos y modernos los cuatro evangelios, ni
comparar unas con otras, de modo irreverente, las diver-
sas narraciones de los evangelistas. El comercio diario de
unos hombres con otros está evidenciando que fue la
modestia el móvil de San Pedro. Voy a contar a usted el
resultado de una triste y no muy remota experiencia per-
sonal.
�Yo soy de San Juan Nepomuceno, en una provincia
casi ignota de una República latinoamericana que no hay
para qué nombrar. A los nacidos en ese pueblo nos lla-
man los que nos quieren bien �nepomucenos�, los otros
nos dicen �pomucenitas� y, para mayor escarnio,
�pabucenitas�. Tal cual mojicón solía cambiarse entre los
estudiantes de la Universidad en la capital de mi país, cuan-
do sonaba esta palabra en las conversaciones.
�Hace cuatro años que vivo en Londres. Vine a estu-
diar por estudiar y me he encariñado de ese período de la
historia que se llama la época bizantina. Atendiendo a las
aulas y buscando libros sobre esa época, trabé relaciones
con el catedrático de lengua griega en una de las viejas uni-
versidades de Inglaterra, poseedor de una clarísima reputa-
ción por su saber vasto y documentado y por su bondad
inagotable y experta. Se le debe un precioso volumen so-
bre ciertos aspectos del arte bizantino mal comprendidos,
según él dice, por los modernos. Se ha negado a escribir
más libros, diciendo que, en verdad, todo cuanto puede
saberse acerca de aquella época está ya puesto en sabios
36 El ensayo en Antioquia/Selección
volúmenes, bien escritos unos, incompletos los de acá,
demasiado recargados de detalles insignificantes los de más
allá. Quien desee saber algo a fondo, afirma modestamen-
te, debe leerse todos esos testimonios y no contentarse
con un deshilvanado compendio. Este hombre adorable
acostumbraba venir a Londres periódicamente y posaba
en un hotel del barrio de Bloomsbury, adonde solía yo ir a
verle paraolvidar, en largos coloquios sobre cosas pasa-
das, las miserias de la vida contemporánea y las exigencias
del oficio a que cada cual estaba dedicado. Una noche mien-
tras conversábamos y bebíamos vino de Oporto en un
rincón del salón de fumar, en aquel silencioso hotel de la
metrópoli, entraron hablando recio y en español dos jó-
venes que por el acento y por la manera de gesticular reve-
laban que venían de San Juan Nepomuceno o de un lugar
vecino a los ejidos de mi antigua ciudad natal. En efecto,
de allí venían y eran conocidos míos. Me reconocieron y,
a la usanza del terruño, y como si estuvieran en un patio
del cortijo, me saludaron desde lejos y en voz alta. Me in-
corporé para darles la bienvenida, y, en pos de los abrazos
y del usual cuestionario sobre la salud y la vida pasada,
quisieron saber de mi boca quién era ese caballero con
quien conversaba cuando ellos entraron. Vacilé un mo-
mento, y acabé por decirles que no le conocía. En ese ins-
tante dio la hora un reloj suizo de cuclillo que había en el
salón. El pajarraco de madera se asomó a un ventanillo y
cantó las nueve de la noche con rápida y penetrante mo-
notonía. No lloré como San Pedro, porque, más consciente
que el pescador, yo había mentido, como él, por modes-
tia, para evitar el ridículo. Los dos �nepomucenos� que
acababan de entrar eran aficionados a las letras y se sabían
de memoria la lista de los grandes cerebros europeos. En
América parece que no se ocupan los intelectuales más
que en eso: en aumentar diariamente el acervo de nom-
bres de autores extranjeros y de obras que tienen en la
El ensayo en Antioquia/Selección 37
cabeza. Los recién venidos habrían atinado inmediatamente
con la vida y hechos de mi amigo el profesor y se habrían
reído de mí donosamente en el interior de sus almas. ¡Que
un �pabucenita� cualquiera se dijese amigo del profesor X
y estuviera conversando con él en una fonda de Londres!
¡Qué manjar espiritual tan suculento para saborearlo con
deleite y muy poco a poco en la esquina de la plaza princi-
pal, en San Juan Nepomuceno, a la luz de un crepúsculo
tibio, mientras la brisa cargada del penetrante aroma de las
selvas vecinas agita en blandos vaivenes las hojas deshe-
chas de las palmeras que resaltan vivamente, como som-
bras chinescas, sobre el ópalo y el púrpura desvanecido de
un cielo que parece el escenario de un misterio de la Edad
Media! �Dice Fulano, exclamarían los dos viajeros al resti-
tuirse a sus lares, que es amigo del profesor X... Fulano, a
quien ustedes conocen. El que nació allí cerca, frente a la
casa cural, y vive en Europa, va ya para cuatro años, ha-
ciendo que estudia�. El rumor de la carcajada llegó por
anticipación a mis oídos y negué a mi maestro. Si hubiera
podido reducir a cenizas el cuclillo de madera que cantaba
las nueve, habría sentido que ejercía él la venganza que no
podía saciar en mis burladores�.
�En efecto -concluyó el teólogo modernizante- la des-
lealtad en San Pedro, y, guardando las proporciones, en el
bizantino de San Juan Nepomuceno, fue una de las for-
mas que suele tener la modestia. Acaso por esto Zaratustra,
que desconoció siempre las excelencias de esta virtud in-
comparable, dijo una vez: �Mis discípulos son los que me
niegan�.
38 El ensayo en Antioquia/Selección
La seriedad
Se reprocha en las esferas diplomáticas europeas y otros
medios políticos menos descabalados, la falta de seriedad a
las gentes de la América Española. A creer en la seriedad
de nuestros censores y en sus compasivas admoniciones,
bastaría cubrir nuestras actitudes y nuestros hechos con
los atavíos de aquella virtud, para que el porvenir fuese
nuestro. Parece, además, que teniendo el porvenir en nues-
tras manos, haríamos de él un uso muy discreto. La serie-
dad construye caminos de hierro, abre canales, deseca pan-
tanos, establece cultivos en escala grandiosa, funda ciuda-
des y las administra en pro de las caras austeras y para la
mayor ventura de sus habitantes.
Empiezan ya los hispano-americanos que viven en
Europa a hacer en todos los tonos y en todos los lugares
donde se acogen, la apología de la seriedad.
�Necesitamos ante todo hombres serios�, dicen con
aire de haber descubierto un nuevo continente en los ma-
res solitarios del pensamiento. Don Fulgencio Tabares ha
venido a España con el objeto de educar a su hijo en todas
las formas de la seriedad.
�Este chico �me decía don Fulgencio hablando de
su hijo� es persona muy seria. Tiene diez y siete años y
no conoce lo que son los juegos de niños. Desde que
aprendió a leer, y ello fue a los seis años, no tiene más
diversión ni entretenimiento que la lectura. Se ha dedi-
cado al estudio de las letras clásicas, y según me dicen sus
maestros, la filología romántica no tiene ya secretos para
él. Aprendió el griego y el latín como jugando. Las len-
guas modernas se las ha asimilado en un abrir y cerrar de
ojos. Para él lo mismo es leer un libro escrito en alemán
que en francés, que en italiano, español o inglés. Se ha
absorbido con una asiduidad y orden admirable las lite-
El ensayo en Antioquia/Selección 39
raturas de todas estas lenguas. No crea usted que devora
libros por el sólo placer de leerlos. Nunca se ha acercado
a un autor sino por consejo de sus maestros. Todas sus
lecturas forman parte de un plan concebido anticipada-
mente por las inteligencias primordiales a las cuáles he
confiado la formación de la suya. No soy yo juez en
estas materias -añadía humildemente don Fulgencio,- y
he tenido, por tanto, que someterme en un todo a la
discreción de sus maestros, gente seria, bien informada,
envejecida en la dirección de la niñez. Lee mi hijo al
regocijado Aristófanes en griego, a Plauto, el áspero cen-
sor de las costumbres romanas, al acerbo Marcial y a
Apuleyo en latín; le son tan familiares en italiano la vena
inagotable de Ariosto, el humor licencioso del Berni, la
prosa ondulada y abundante de Boccaccio, como entre
los modernos la sátira política de Giusti y las narracio-
nes desfachatadas de Guadagnoli. Trae muy a menudo a
colación un poema de Leopardi en que se describe la
lucha de los sapos contra las ratas. No le arredran ni los
dialectos; conoce el Descubrimiento de América por Pascarela,
y su primer ensayo literario es un análisis de la conjuga-
ción en el dialecto que usan éste y otros poetas romañolos.
En español lee con tenacidad de benedictino las livianas
filosofías rimadas de Juan Ruiz; las obras de Cervantes,
de Quevedo, de Moreto y de todos los grandes ingenios
hasta Larra y Mesonero Romanos. A los modernos les
dedica apenas una mirada de curiosidad porque en su
concepto les falta la virtud de ser serios, exceptuando
desde luego a los académicos que sólo dejan de serlo en
raros momentos de olvido. De la literatura francesa trae
siempre entre manos a Rabelais y a Voltaire, no sin com-
placerse en el análisis de algunas obras de Moliére, como
las Marisabidillas y El médico sin quererlo. Pero lo que más le
fascina y lo que sin duda conoce mejor es el teatro de
Shakespeare, Las comadres de Windsor, que ha traducido,
por encargo de un librero de Barcelona, la Comedia de las
40 El ensayo en Antioquia/Selección
equivocaciones y La domesticación de las ariscas que a él le parece
el mejor estudio del alma femenina. Me ha hablado algu-
na vez de autores ingleses del siglo XVIII que es preciso
leer para enterarse pero que a él le resultan extraordina-
riamente libres de lenguaje, o demasiado amargos en sus
críticas de la sociedad a que pertenecieron o no pudie-
ron pertenecer�.
Al acabar este resumen inmetódico de las literaturas, don
Fulgencio fijó la mirada en el espacio como buscando nuevas
constelaciones en el firmamento de la poesía y puso la mano
abierta ante los ojos de su oyente para que no le quitase la
palabra. Su interlocutor no tenía semejante propósito. Ha-
bía notado que se le había olvidado la literatura alemana en
esa excursión aeronáutica, pero no estaba en su ánimo re-
frescarle la memoria. Acaso don Fulgencio y su oyente no
conocían esa comarca de las letras modernasy el discurso se
quedó manco por culpa de ese ligero vacío en la educación
literaria de las personas que intervenían en el diálogo. Sin
embargo, don Fulgencio parecía recordar someramente que
un hombre llamado Jean Paul, un tal Wieland, y, desde luego
Heine, confortaban la inteligencia de su hijo y afirmaban en
él donosamente sus propensiones a la seriedad.
�Es un hombre que no se ha reído nunca,� acabó
diciendo don Fulgencio.
�Me parece un caso de extraordinario dominio de sí
mismo, � me atreví a observar con la mayor circunspec-
ción. � Creo, además� le dije a don Fulgencio � que esa
incapacidad de reír es una limitación de las funciones ele-
mentales de nuestra inteligencia. Para leer a Rabelais o a Heine
sin que se agiten convulsivamente de vez en cuando los ór-
ganos de la risa, se necesita que el lector ande desprovisto
del órgano con que se ejercita esa función. Los progresos
del espíritu humano, sea dicho con la venia del Condorcet,
están graduados por tres grandes sucesos: el día en que el
hombre libertó sus manos y aprendió a andar en dos pies;
El ensayo en Antioquia/Selección 41
el día en que, en presencia de un contraste inesperado, sin-
tió que se le contraían los músculos de la risa; y el año o el
siglo en que Cervantes o Shakespeare, casi a un mismo tiem-
po, formularon su concepto irónico y bondadoso de la vida
y descubrieron ese nuevo modo de observar al hombre y a
la naturaleza que ha pasado a la historia de las literaturas
como con el nombre de sentido del humor. Nada es más
humano que reír. Cualquier animal, los cuadrúpedos me-
nos inteligentes, el hombre primitivo, se contagian de triste-
za fácilmente y sufren con el dolor de sus semejantes. Es
privilegio exclusivo de la inteligencia humana, del entendi-
miento que ha pasado los límites de lo rudimental, apreciar
el fundamento de la alegría en sus semejantes, reír con ellos,
y participar de su regocijo. Es muy fácil ser serio: lo es la
roca inmóvil y el académico hirsuto. No ríe el asno, no sabe
el salvaje qué cosa es la sonrisa. Para sonreír como Renan, la
humanidad ha tenido que sutilizar y embellecer el concepto
de la existencia al través de siglos de amargura y de observa-
ción desinteresada del alma de las cosas. En la risa de
Nietzsche florece la sabiduría de innúmeras generaciones;
en la carcajada histérica de Heine resuena comprimido el
dolor de los vates que colgaron sus arpas de los llorosos
sauces en tiempo de la Caldea imperialista y seudocientífica.
La risa es benigna, el humor es suave como el concep-
to cristiano de la vida, cuya más digna florescencia ha sido.
Los grandes destructores de civilizaciones, los capitanes
inmisericordes apenas conocieron la sonrisa, creyéndose
acaso superiores a ella y al sentido del humor. Los grandes
capitanes de Mahoma y su profeta no sabían reír;
Napoleón era adusto; en la obra literaria de Bolívar predo-
mina el pathos romántico, pero falta la gracia gentil, la sua-
vidad armoniosa. Más han hecho quizás en beneficio de la
cultura humana los creadores de la obra literaria ingrávida,
que representa la vida en su aspecto doble de seriedad
irónica y de triste frivolidad.
LAUREANO GARCÍA ORTIZ
La frialdad de Santander
Al iniciar, no sin justificada aprensión, mis ensayos
santanderistas, no me propuse nunca probar una tesis, sino
descubrir una realidad. No pretendía encontrar en el gene-
ral Santander las cualidades o los defectos que yo le supo-
nía, los servicios o los perjuicios a Colombia que mi con-
cepto político quería o necesitaba asignarle. Tan sólo que-
ría descifrarme a mí mismo un problema de psicología y
de historia: qué acciones significativas o trascendentes cons-
tituyeron su obra personal en relación con el país; por
qué tantos granadinos en especial y venezolanos también
lo admiraron y respetaron con firmeza, y por qué nume-
rosos venezolanos y granadinos lo detestaron con pasión.
Tal enigma ocupaba el escenario nacional. Ahí se en-
contraba formulado y no resuelto. Talvez cada uno de sus
contemporáneos lo resolvió a su manera; pero quienes se
encargaron de transmitir su solución a las generaciones
subsiguientes, quizá por la misma proximidad, carecieron
de la necesaria perspectiva, o no habían reunido todavía
todos los indispensables elementos de juicio, o las pasio-
nes y los intereses oscurecían el espectáculo y enturbia-
ban la visión; pero es lo cierto que las soluciones propues-
tas o las apreciaciones transmitidas, las más son notoria-
mente incompletas, las otras claramente inexactas, cuan-
do no visiblemente falsas.
Esos modestos pero madurados ensayos míos, habrían
podido ser hechos uno tras otro, en muy corto tiempo. Y
en realidad, cada uno de ellos fue escrito en horas; pero el
acopio de sus materiales y su interna elaboración, han sido
cosa de años, como se echa de ver por sus fechas. Las muy
El ensayo en Antioquia/Selección 43
diversas actividades y experiencias de mi vida sólo me han
permitido consagrar tan caros estudios de sosiego y des-
canso, que no han sido muchos en mis días, pero a ellos
vuelvo siempre que puedo con religiosa delicia.
Los que hoy escojo para formar este volumen, pen-
sando darle a éste alguna variedad, me resultan pocos y
delgados en cuerpo y en espíritu; pero al ver un tan poco
resultado para tanta meditación y diligencia, me viene al
recuerdo que uno de los más grandes internacionalistas y
diplomáticos de la América latina, al obsequiarme con un
libro no muy voluminoso, me dijo: �Para escribir este li-
bro, que encierra en 500 páginas toda la defensa de las fron-
teras de mi país, he llenado varias, largas y delicadas misio-
nes en el Extranjero; he recogido en todo el mundo docu-
mentos manuscritos e impresos, libros y mapas, hasta lle-
nar la vasta biblioteca de un palacio oficial; he clasificado,
compulsado y catalogado ese enorme material, y he estu-
diado y meditado durante veinticinco años�.
Y parece que en tal litigio territorial entre dos nacio-
nes, la que presentó tan breve, concentrado y sustancioso
alegato, obtuvo el triunfo sobre la que rindió toneladas de
volúmenes y papeles. El Jefe de Estado árbitro en el con-
flicto, presintió aquello: la una de las partes, dijo, parece
que tiene millares de pruebas y alegaciones, quizá dudosas
cuando tantas se necesitan; la otra parece que confía en
una sola prueba, en un solo documento, quizá porque le
encuentra concluyente y definitivo.
Asimismo, en la historia humana, sacar tres o cuatro
verdades sobre sucesos y personas significativas, del inex-
tricable depósito de los archivos y tradiciones, exhibién-
dolas limpias, puras y netas, reducidas a su más simple ex-
presión, es labor que atrae y que el vulgo no concibe en
vista de su aparente brevísimo resultado.
Nunca me ha seducido el propósito de lo que se llama
una biografía completa del general Santander, con las
44 El ensayo en Antioquia/Selección
fechas precisas de su nacimiento, bautismo, ingreso a la
escuela, examen final de estudios, primer empleo, primer
combate, prolija enumeración de sus escritos, esmerada
apreciación de sus decretos, nombramientos, credenciales
y cartas de gabinete, nombres de sus secretarios, etc., etc.
Todo eso, bien arreglado y cosido, debe quedarse en los
anaqueles de los archivos para cuando sea menester o im-
preso en registros especiales para las bibliotecas públicas;
pero no veo la necesidad, ni la conveniencia, de sacarlo de
allí para hacérselo leer a todos nuestros compatriotas, que
quizá sean solicitados por curiosidades más vivas o por
intereses más apremiantes.
Pero peor que eso sería, por huirles a esas minucias sin
trascendencia, ir a dar a la charlatanería vacua, a las
peroratas insustanciales, a la acumulación de adjetivos gas-
tados y de exageraciones líricas.
Me halagaría intentar el estudio de las figuras colom-
bianas sustantivas, en la modalidad de su espíritu, en sus
características de pensamiento y de acción, verlas moverse
en sucesos significativos y bien averiguados, con datos
precisos y seguros, con rasgos evocadores y pintorescos,con anécdotas auténticas próximas a ser olvidadas, y con
el principio cardinal de que la verdad, y sólo la verdad, es
interesante y nutritiva.
Con ese ánimo y con ese propósito me he ocupado del
general Santander cuantas veces he sido solicitado para ello,
y sólo en tales ocasiones; pero mis capacidades no han
alcanzado nunca a mi aspiración. Me he equivocado en
dos o tres pasos por falta de juicio, pero no a favor, nótese
bien, sino en contra del general Santander. He reconocido
mi falta y la he reparado, dejando constancia clara y fiel de
ello. Ciertamente que la historia es preciso estudiarla y re-
novarla siempre.
Empero, en alguno de los reparos que hice al carácter
del Santander y que fue negado por don Ernesto Restrepo
El ensayo en Antioquia/Selección 45
Tirado y observado por la ágil y honrada pluma de Luis
Eduardo Nieto Caballero, debo insistir en mi concepto
primitivo, en su verdadero alcance, que bien veo es preci-
so explicar.
Dije en el ensayo �Carácter del general Santander�:
�Para mí debo decir que la tacha verdadera y grave que
puede hacerse a Santander como hombre, es la atrofia del
corazón. En vano se buscará en su obra o en sus escritos,
en la tradición de sus amigos o de sus subordinados, huella
alguna de verdadera sensibilidad cordial. Fue frío y seco de
sentimiento, incapaz de la conmoción interior de ternura.
Fue tan sólo hombre de Estado, de vieja escuela española,
quizá como Fernando V de Aragón�. Bien se ve que esa
deficiencia que le apunto al prócer, es relativa a su carácter
personal, en manera alguna al hombre de Estado. Al con-
trario, lo que en una persona puede ser un defecto, en un
gobernante puede ser condición muy necesaria y conve-
niente. Una grande y generosa sensibilidad, de ordinario
causa o efecto de excesiva imaginación, a la cabeza de una
nación, puede ser y ha sido origen de calamidades para
ésta. La reflexión sesuda y fría, ha sido considerada siem-
pre como elemento indispensable del buen gobierno. Yo
puedo, pues, estimar que una de las numerosas condicio-
nes que hicieron de Santander un verdadero conductor de
hombres, fue el freno de su sensibilidad.
Pero esa limitación le quitó a su trato personal el calor,
el entusiasmo, la amena cordialidad, alimento y estímulo
de grandes afectos.
El general Santander, y no podía ser de otro modo, sien-
do hombre de tal importancia y de tanta enjundia, tuvo
un círculo de amigo leales y decididos, que comulgaban
con él en sus principios políticos y en sus ambiciones pa-
trióticas, y tuvo innumerables y lejanos copartidarios, pero
el hombre de las leyes no arrastraba multitudes fanatizadas
como Bolívar o como Obando.
46 El ensayo en Antioquia/Selección
La frialdad del juicio de Santander, establecía en torno
suyo una zona de seguridad o de precaución, una zona
aisladora que no permitía la íntima compenetración de los
espíritus, fuente del ardoroso entusiasmo, del arrebato
místico. Colombia, sin duda, salió ganando con ello. Se ha
repetido que ella le debe su fisonomía política característi-
ca entre las naciones latinas de la América, a la influencia
de Santander. Venturosa influencia que la libró de ser arras-
trada por un Mahoma o por un Tamerlán de los trópicos,
o por algo peor.
Santander conquistaba la estimación de las gentes, ins-
piraba aprecio, imponía respeto, pero no abría los corazo-
nes.
Algo parecido ocurría con Napoleón en proporciones
mucho mayores y en campo mucho más extenso. El pres-
tigio de Napoleón electrizaba las masas, obsesionaba a dis-
tancia los soldados a través de la leyenda imperial; pero no
pudo nunca adueñarse de los corazones. No fue amado,
ni por sus esposas, ambas infieles, ni por sus hermanos, ni
por sus mariscales, ni por sus ministros. Era un solitario,
una humanidad monstruosamente extensa pero aislada. Tal
vez el único pecho absolutamente suyo fue el de su ma-
dre; pero ella misma era tratada con ceremonia, a ella mis-
ma le impuso formas protocolarias.
Los buenos amigos de Santander: don Francisco
Montoya, don Juan Manuel Arrubla, los doctores Fran-
cisco Soto, Vicente Azuero, Ezequiel Rojas y Florentino
González, el obispo Gómez Plata, el poeta Luis Vargas
Tejada, los generales López y Obando, etc., le fueron fie-
les y leales; pero no se ve en sus relaciones hasta dónde iba
el amigo personal y dónde empezaba el cooperador políti-
co. En las cartas de Santander para ellos, fuera de algunas,
no muchas, amenidades cordiales, no se encuentran esas
efusiones, por el momento sinceras, que se hallan en
cartas de Bolívar para Santander.
El ensayo en Antioquia/Selección 47
Santander se casó tarde, de 44 años, y murió apenas 4
años después, dejando dos hijas. Su matrimonio fue de es-
tricta corrección y de alta conveniencia social. Pero no fue
una unión idílica. Su esposa, doña Sixta Pontón, fue
honorabilísima dama, que supo guardar su puesto de espo-
sa y de viuda con riguroso decoro. Había en ella algo de
Abadesa. En esa unión conyugal hubo mucho honor y res-
peto, quizá no excesiva ternura. Dada la vigorosa naturale-
za de Santander, fue exigente en su sexualidad, pero no has-
ta alcanzar la del Libertador. Cuatro o cinco relaciones ga-
lantes transitorias, con uno o dos frutos, se le supieron; pero
una sola persistente, desde 1815 hasta poco antes de su ma-
trimonio (1836). Su amada, bellísima e inteligente dama de
alta alcurnia, esposa de hombre honorable y notorio, fue
quizá el más grande afecto que Santander inspiró y al cual
ella sacrificó todos sus deberes. Hay pruebas del inmenso
amor de ella; pero, en realidad, no existen innegables y ar-
dorosas de él, sólo que durante más de quince años se sintió
ligado a ella, lo que pudo ser efecto tan sólo de un dulce
hábito de unión con una naturaleza encantadora. Ella, ade-
más, por su carácter, le alegraba la existencia. El contraste
de esos dos caracteres al propio tiempo que su acomodo o
su armonía íntima, evocan un busto broncíneo de un va-
rón romano enlazado por una flexible y fresca madreselva.
De una hermana menor y soltera de la amada de
Santander, y bellísima también, se prendó el Libertador y
la hizo suya en los días que estuvo en Santafé después de
Boyacá, y luego en vísperas de su largo viaje para el Sur.
En cartas privadas de ambos héroes, que pasaron por mis
manos, se hablaban mutuamente de las dos hermanas que,
por fortuna social, no les dieron descendencia. La última
fue más tarde la brillante esposa de un notable granadino.
En realidad, Santander, por lo inteligente, por lo vale-
roso, por lo elegante, por lo bien portado, por su sangre
hidalga, puede ser considerado como un verdadero cachaco
48 El ensayo en Antioquia/Selección
bogotano; pero sin aquella sensibilidad creadora de deli-
cias y desgracias.
Creo haber explicado que el defecto que me atreví a apun-
tarle al general Santander como persona humana, puede ser,
y es en efecto, una cualidad de hombre de Estado. Pero don
Ernesto Restrepo Tirado, que fue, y lo ha sido siempre, un
buen conservador, y como tal (no discuto aquí la lógica, el
acierto y el colombianismo de ello) adversario de las ideas y
métodos políticos del general Santander, tan sólo por ser es-
poso de una nieta de ese prócer y por ciertas empresas edito-
riales relacionadas con el Archivo Santander (que explicaré
alguna vez) y que no debe de ser persona muy sensible, pues
en nuestra guerra de tres años lo llamaron general (creo que
en la región de Caparrapí o de Paime, pero ignoro si así figuró
en el escalafón) saltó a la defensa de la sensibilidad del general
Santander, atacada por mi. Para ello ha querido probar que el
general Santander tenía sentimentalidad cariñosa, que era un
buen miembro de familia, lo que yo jamás puse en duda. Al
contrario, podría añadir más significativas pruebas de ello a
las apuntadas por el señor Restrepo Tirado. Mas cualquiera
puede cumplir con sus obligaciones domésticas y sociales, de
hombre normal, sin distinguirse por una honda y trascen-
dente sensibilidad, como la que hizo de Córdoba, en ocasión
que yo señalé, una almashakesperiana. El simple citar frases
comunes de afecto y de amable atención del general Santander
como prueba de que en él existía lo que yo apunto como
ausente de su carácter, que tal es la manera como me comba-
te el señor Restrepo Tiraldo, me hace recordar al bueno y
pintoresco general Mestre, nuestro compatriota, muy dado a
demostrar con testimonios ajenos su propia y grande impor-
tancia personal y para ello publicaba esquelitas y tarjetas de
atención de hombres notables, en las cuales, aunque decli-
nando éstos de ordinario cortésmente alguna solicitud del
general Mestre, lo trataban de respetado general y se suscri-
bían a él como obedientes servidores. El candor reconocido
El ensayo en Antioquia/Selección 49
del general Mestre y su inocente vanidad, le hacían tomar al
pie de la letra las expresiones triviales de cortesía. Temo que
las expresiones citadas por el señor Restrepo Tirado tuvieran
en el general Santander el mismo valor entendido.
Sentimientos familiares o asimilados a ellos, como los
que muestra y alega el señor Restrepo Tirado, no alcanzan
a cambiar ni siquiera a inquietar mi concepto, no gratuito
ni temerario, sino surgido contra mi deseo, del largo e ínti-
mo contacto que he querido establecer con las manifesta-
ciones de la poderosa psicología de Santander, ávido yo de
penetrarle y de comprenderle. Empero, no puedo menos
que volver intranquilo sobre mis pasos, a verificar de nue-
vo mis fundamentos o más bien mis impresiones sobre la
sensibilidad peculiar de ese prócer, cuando veo que un cri-
terio tan libre, ilustrado y equitativo como el de Luis Eduar-
do Nieto Caballero (Libros colombianos en 1924, páginas
222 a 224) se pronuncia categóricamente contrario a ese
mi concepto, y no sobre consideraciones domésticas, sino
sobre raciocinios muy dignos de tomarse en cuenta, por sí
mismos y por quien los hace. Principia por declarar que el
afán de imparcialidad me llevó demasiado lejos, declara-
ción que recibo agradeciéndola como un elogio. Cierta-
mente, no me he propuesto ensalzar ni deprimir a
Santander, y no encuentro justificado que en estudios his-
tóricos deba uno, por juicio preconcebido o interesado,
dejarse arrastrar al panegírico o al vituperio. Colombia
especialmente exige ya una historia diferente de la que se
le ha hecho en panfletos políticos, en debates parlamenta-
rios, en editoriales de periódicos o por académicos de con-
signa. Pero mi eminente comentador está en lo cierto al
apuntar el peligro de que un empeño exagerado de mos-
trarse imparcial lleve a uno hasta la injusticia y agrega: �no
sólo no es difícil sino perfectamente fácil hallar la huella�
profunda y eterna de sentimientos delicadísimos en la vida
y en la obra de quien si tuvo frialdades ante el dolor que
50 El ensayo en Antioquia/Selección
desconciertan, tuvo altas temperaturas en la gratitud y en
la amistad que subyugan�.
Tales huellas auténticas e indudables son las que yo no
he podido encontrar. �Sentimientos delicadísimos� de dig-
nidad y decoro del general Santander los he apuntado con
nitidez y los he hecho resaltar en varios de mis ensayos.
Frases expresivas en lo hablado o en lo escrito, no corres-
ponden siempre a lo verdaderamente sentido, por ello el
humano instinto no cree en zalamerías. Existen hondas
sensibilidades sin expresión y muchas ternuras de dientes
para afuera. Santander no fue hipócrita, lejos de ello: su
frialdad se toca, se palpa y no la esconde. Yo no niego que
fuera humano, en el sentido de que tenía los sentimientos
de los hombres normales, menos cuando la razón de Esta-
do imponía otra cosa. Pudo ser buen padre y buen amigo,
y fue una y otra cosa.
Pero no es ésa la sensibilidad que yo echo de menos en
su carácter. La que le faltó y no fingió fue esa sensibilidad
receptiva, vibrátil, exquisita, siempre pronta y lista a entrar
en comunicación con las sensibilidades ajenas, para atraer-
las si son afines o para repelerlas si son antagónicas, fiel re-
flejo del mundo ambiente, de los cuerpos y de los espíritus,
con tentáculos que todo lo presienten y todo lo anuncian.
Sensibilidad que fue la fuerza y la debilidad de tantos hom-
bres superiores, y que sin ella no habrían sido lo que fue-
ron, y que por ella se les perdonan defectos y faltas. Esa
sensibilidad creadora de los poetas y de los artistas, de los
héroes-mártires, de los santos-augustos, de los caudillos-ca-
lamitosos, de los taumaturgos-fascinadores. Esa sensibilidad
no es lo que se llama bondad de corazón; puede existir con
lo bueno y puede existir con lo malo. No se hecha de me-
nos en Santander por el fusilamiento de Barreiro y sus
37 compañeros, y que sin duda es una de esas frialdades
ante el dolor que el mismo doctor Nieto Caballero con-
fiesa que lo desconciertan. Ya dije que esa crueldad, si así
El ensayo en Antioquia/Selección 51
puede llamarse, fue fría, política, legalista. Nerón o los
que se le asemejan, no fue tigre insensible, fue un artista
decadente de sensibilidad extremada, extraviada, volup-
tuosa, anhelosa de sensaciones nuevas y extrañas.
A Lord Byron, en el drama íntimo, secreto, de su vida,
comprobado sólo ahora, esa sensibilidad le hizo saltar por
encima de las leyes divinas y humanas. Un hombre co-
mún comete tan horrenda falta y sigue viviendo como
cualquier hijo de vecino, mas esa misma sensibilidad de
Byron, origen de la falta, fue causa de que ella le marcara
con fuego el espíritu para siempre, pues la abismosa poe-
sía de don Juan y de Astarté, fue el resultado de esa sensi-
bilidad que se faltó y se hirió así misma.
Pero ésa es la misma sensibilidad que por otras vías le
dio al Dante su concepto entero del mundo medieval y le
hizo encontrar el acento propio y la expresión única para
fijar y perpetuar esa tremenda visión. Es la misma que le
permitió a Shakespeare hallar la clave de los corazones, el
gesto y la voz de cada pasión y de cada sentimiento. La
misma que a Cervantes le hizo echar a andar por los cami-
nos terrenales, juntos en comunidad de vida, en carne y
hueso, al candoroso y valeroso emblema del honor y la
justicia, y a la ruda y maliciosa personificación de la pro-
saica realidad, en disonancia aparente y en armonía verda-
dera, en escenas repetidas de melancólica decepción y de
cómico regocijo, en lengua maravillosa no oída antes y para
siempre perdurable.
Esa sensibilidad fue la que inspiró a Vicente de Paul sus
obras de alivio, de consuelo y de ayuda, y para perpetuarlas y
que no murieran con él, cubrió la tierra de alas blancas que se
renuevan y se multiplican en el espacio y en el tiempo.
Viniendo a los nuestros: Córdoba la tuvo hasta el pa-
roxismo, y ella les da a sus acciones y a su coraje un sello
inconfundible. Su valor no se parece al de Maza, ni al del
negro Infante, que se arrojaban al enemigo como gallo
52 El ensayo en Antioquia/Selección
contra gallo, como el mastín sobre el jabalí, por impulso
inconsciente e incontenible del instinto. El valor de Cór-
doba es la exasperación de un espíritu contra un obstácu-
lo, la angustia de que se le escape la gloria.
Bolívar la tuvo, y por ella, a pesar de graves defectos de
carácter y a pesar de faltas políticas trascendentales, todo
se le perdona, y es adorado. Santander no la tuvo, y a pe-
sar de sus fundamentales servicios, de la unidad y conse-
cuencia de su vida, de la fidelidad a sus principios, de la
lealtad a sus amigos, nada se le perdona, todavía se le ca-
lumnia, y apenas es estimado y respetado por quienes a
fondo lo conocen. Nadie se acuerda, o para ello se encuen-
tra, ya explicación satisfactoria, ya excusa benévola, o to-
dos le perdonamos de corazón al Libertador la entrega de
Miranda, la muerte de Piar, la matanza con lanza, machete
o sable de 800 españoles y canarios, prisioneros e indefen-
sos, entre ellos ancianos y niños, del 8 al 16 de febrero de
1814 en la plaza de Caracas y en sus alrededores. Pero to-
davía no le perdonamos a Santander el fusilamiento de 38
oficiales españoles, hombres de guerra, prisioneros cons-
piradores, a tiempo de ejecutar un golpe

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