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El ensayo en Antioquia/Selección 1 El ensayo en Antioquia 2 El ensayo en Antioquia/Selección El ensayo en Antioquia Selección y prólogo de Jaime Jaramillo Escobar 4 El ensayo en Antioquia/Selección C864.08 E59e El Ensayo en Antioquia : Selección y prólogo de Jaime Jaramillo Escobar / Antonio Álvarez Restrepo � [et al] : Medellín : Alcaldía de Medellín, Secretaría de Cultura Ciudadana Biblioteca Pública Piloto de Medellín 2003. Vol. 118 Fondo Editorial BPP 534 p. : il.-- ISBN: 958 - 9075 - 90 - 8 © 2003 Primera edición Alcaldía de Medellín -Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín- Concejo de Medellín Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina Esta publicación obedece al Acuerdo No. 45 de 2002 del Concejo de Medellín Asesores del Proyecto: Concejal: Martha Lucía Castrillón Soto Jorge Alberto Velásquez Betancur, Secretario de Cultura Ciudadana Coordinación del proyecto editorial: Gloria Inés Palomino Londoño, Directora General Biblioteca Pública Piloto de Medellín Carátula: Guillermo León Gómez Pérez "Sin título". Óleo sobre lienzo, de la serie "Verdeazul", 2000. Diseño de la colección: José Gabriel Baena Revisión: Claire Lew Impreso por: L. Vieco e Hijas Ltda., Medellín Por el Ensayo se hace adulta una literatura. Javier Arango Ferrer La publicación de esta obra ha sido posible gracias u un convenio entre el Concejo de Medellín, la Alcaldía de Medellín, la Secretaría de Cultura Ciudadana del Municipio de Medellín, y la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina. Sus 1.000 ejemplares serán distribuidos de manera gratuita a bibliotecas públicas, casas de la cultura e instituciones educativas oficiales. Índice de contenido Prolegómenos 11 1861 - Baldomero Sanín Cano Juan de Dios Uribe 23 Cómo la deslealtad puede ser modestia 32 La seriedad 38 1867 � Laureano García Ortiz La frialdad de Santander 42 1876 � Alejandro López El juego 53 De la pena del trabajo 58 1884 � Luis López de Mesa Santa Fe de Antioquia 69 Elogio de Medellín 75 1895 � Fernando González Segismundo Freud 81 1896 � José Manuel Mora Vásquez El sentido pesimista en la obra de Rendón 98 1897 � Fernando Gómez Martínez Peldaño de cuatro siglos 102 1898 � Luis Tejada Elogio de la guerra 115 El maestro Rendón 118 La lección de los guajiros 120 8 El ensayo en Antioquia/Selección 1904 � Abel García Valencia Vida, pasión y muerte del Romanticismo en Colombia 123 1905 � Javier Arango Ferrer Gregorio Gutiérrez González y Epifanio Mejía 134 1906 � Antonio Álvarez Restrepo Santos, hombre de letras 155 1908 � Félix Ángel Vallejo Borges: su idioma sencillo y sobrio 159 1908 � Luis Guillermo Echeverri Abad La muerte por burros 165 El éxodo campesino 171 Escuelas para animales 177 El burro laborioso 182 1910 � Cayetano Betancur La universidad y la responsabilidad intelectual 185 1910 � Abel Naranjo Villegas Generaciones colombianas 199 País del �no me da la gana� 209 1912 � E. Livardo Ospina La otra cara del narcotráfico 217 1912 � Joaquín Vallejo Arbeláez El tiempo esotérico 223 1913 � Arturo Escobar Uribe Vargas Vila y su obra literaria 238 1913 � Alfonso Jaramillo Velásquez La continua tragedia colombiana 252 El ensayo en Antioquia/Selección 9 1914 � Roberto Cadavid Misas Uso de los signos de puntuación 263 1914 � Froilán Montoya Mazo Gloria, la hija del poeta Julio Flórez 273 La necropsia de Gardel 275 Don Quijote tenía un perro, pero ¿qué se hizo ese perro? 278 1915 � Carlos Eduardo Mesa El alma de España 283 1917 � Jaime Jaramillo Uribe Etapas de la filosofía en la historia intelectual colombiana 304 1918 � Antonio Panesso Robledo Pornografía: un lío insoluble 325 1918 � Pedro Restrepo Peláez Autorretrato 339 1918 � René Uribe Ferrer León de Greiff 346 1920 � José Guerra Reflexiones sobre la sencillez 363 Elogio del silencio 366 1921 � Héctor Abad Gómez Hace quince años estoy tratando de enseñar 369 El subdesarrollo mental 377 1923 � Belisario Betancur Antioquia en busca de sí misma 379 1923 � Alfonso García Isaza La velocidad, signo del presente 388 10 El ensayo en Antioquia/Selección 1923 � Manuel Mejía Vallejo María, Novia de América 410 1924 - Samuel Syro Giraldo La adhesión popular al régimen federal 426 1925 � Uriel Ospina La novela en Colombia 432 1930 � Carlos Jiménez Gómez La Antioquia de nuestros amores 441 1931 � Gonzalo Arango Arias La ciudad y el poeta 451 Elogio de los celos 456 Homenaje al silencio 462 1932 � Jaime Sierra García Las cinco frustraciones antioqueñas 465 1938 � Darío Ruiz Gómez El juglar destruido 473 1940 � Jorge Yarce La sociedad permisiva 481 1942 � Jorge Orlando Melo Las perspectivas de cambio futuro en Colombia 492 1943 � Eduardo Escobar. Bohemia, antibohemia y regresión 503 Los Autores 525 Prolegómenos En su excelente estudio El Ensayo, entre la aventura y el orden (Taurus, 2000), el profesor Jaime Alberto Vélez (Medellín, 1950 � 2003), conjetura que el Ensayo en Colombia ha sido un curioso entretenimiento para tres o cuatro perso- nas en un siglo. Exigente apreciación, si se tiene en cuenta que la obra mencionada es, entre muchas, la que mejor fija un concepto claro del género, exponiéndolo con las preci- siones pertinentes. Tercer Mundo Editores (Bogotá), que duró cincuenta años, fue fundada por Luis Carlos Ibáñez sólo para publicar Ensayos, aunque años después admitiera otros géneros. En Antioquia, para una selección como ésta, se pue- den contar en los dedos de las manos ciento cincuenta en- sayistas, así se reduzcan finalmente a cuarenta, por distin- tos motivos. El volumen que sigue en esta colección, El periodismo en Antioquia. Siglo XX, incluye algunas de las firmas que tam- bién hubieran podido figurar en este tomo, lo cual resulta complementario. Y justo. El periodismo ha sido, en sus diferentes modalidades, el principal medio para la divulga- ción del Ensayo. Lo difícil no fue encontrar, sino omitir, a fin de ajustar- se a un proyecto con limitación de páginas y tiempo de estudio. En realidad, una muestra del Ensayo en Antio- quia requeriría mayor amplitud. Con Viaje a pie, de Fer- nando González y prólogo de Gonzalo Arango, inició Tercer Mundo una Antología del pensamiento colombiano (1967), proyectada para cien volúmenes. No pasó del primero, como suele ocurrir, pero la lista de los autores constituía entonces un catálogo de lujo. 12 El ensayo en Antioquia/Selección Se dice muestra por el criterio adoptado, diferente de la antología. La antología está compuesta por lo que mejor le parece al compilador. Una muestra, en cambio, presen- ta la diversidad temática, los distintos estilos de época, las tendencias del pensamiento, y lo que conserva interés para el público al que se dirige la obra, en el caso presente un nivel medio de estudiantes y aficionados. Todo por fuera de las especialidades. Debido a ello resulta procedente adelantar algunas con- sideraciones sobre el Ensayo como género literario. Si los tratadistas se confunden, no es de extrañar la duda que comúnmente se manifiesta. Gonzalo Cataño concluye así su tratado sobre La arte- sanía intelectual: �La noción de Ensayo no es clara, y posi- blemente nunca lo sea. (...) Es muy difícil, tal vez imposi- ble, presentar una definición satisfactoria del Ensayo como categoría estética, pues cuando creemos tener en nuestras manos la totalidad de sus facetas, surgen otras que parecen contradecir el intento de ordenarlas�. Javier Arango Ferrer, siempre afirmativo y seguro, es- cribe en la primera página de su libro Horas de literatura co- lombiana: �La palabra ha crecido con el género, y ensayos son ahora obras de largo metraje�. Para Horacio Gómez Aristizábal, �El Ensayo, por su misma naturaleza, es gene- ralmente breve, y no tiene el aparato ni la extensión que requiere el tratado completo sobre la misma materia. (...) La costumbre ha establecido que puede ser leído de una sola vez�. El Diccionario de la Real Academia lo define así: �Escrito,generalmente breve, sin el aparato ni la exten- sión que requiere un tratado completo sobre la misma materia�. Otros expositores dan asimismo contradictorias expli- caciones, desde diferentes puntos de vista. Pero es Jaime Alberto Vélez quien desenreda la madeja con experta faci- lidad, mediante el estudio histórico y el deslinde de géne- El ensayo en Antioquia/Selección 13 ros y subgéneros cuya vecindad genera confusión. Confu- sión aumentada por el capricho de muchos autores, que con falsa modestia llaman Ensayos a sus tratados y estudios, por no parecer pedantes o presuntuosos. A una obra en dos to- mos, como La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, de ninguna manera le acomoda la denominación de Ensayo, y mucho menos Bosquejo, como quiere el autor. �El Banco de la República ha llamado Ensayos económicos a sus informes y balances, tal vez para significar que las finanzas colombianas obedecen a intentos y a tentativas�. (J.A.V.). Y cita Cataño dos largos poemas didáctico-filosóficos de Alexander Pope: En- sayo sobre la crítica y Ensayo sobre el hombre. Para los pintores un boceto es un estudio, y de ese modo, en literatura, Estudio se asimila con Ensayo. Muchos es- critores aspiran a la confusión, como quien pesca en río revuelto, pero la edad del Ensayo garantiza la experiencia, que rechaza la imprecisión. �El Tratado persigue como objetivo central agotar un tema, o por lo menos, presentar sobre él una imagen lo más completa posible. El Ensayo, en cambio, presenta otra visión. (...) Un buen ensayo alcanza, por lo general, la ex- tensión de una carta, o la duración de una conversación agradable, justo antes de que caiga en lo tedioso�. (Jaime Alberto Vélez). Según Horacio Gómez Aristizábal, �El concepto de Ensayo no hace alusión a su extensión, sino al análisis más o menos completo que se haga del asunto tratado�. Gon- zalo Cataño lo presenta de este modo: �Podemos conce- bir el Ensayo literario como una composición en prosa de esmerado estilo y extensión moderada, que desarrolla un tema con entera libertad a partir de la visión personal del escritor, evitando los tecnicismos profesionales y los peli- gros de una inmersión en la narrativa�. No obstante, uno de los ejemplos que ofrece el Estu- dio de Jaime Alberto Vélez está escrito en forma de cuen- 14 El ensayo en Antioquia/Selección to, sin dejar por eso de ser un auténtico Ensayo, que apela a la forma narrativa para añadir interés a un tema científi- co con propósito de divulgación. La expresión Ensayo literario lleva a distinguir el Ensayo académico, que puede ser científico, sociológico, económi- co, filosófico, documental, etc., y acepta por tanto forma- lidades profesionales. El primero se define por Cataño �como forma dominante de nuestro tiempo, el molde más afín a las publicaciones masivas dirigidas a un público lec- tor en rápido crecimiento y cada vez más ávido de materia- les cortos y de aliento festivo�. El Estudio es más que el Ensayo, pero menos que el Tratado, pues éste es definitivo. �En un Tratado, el escri- tor dice todo lo que sabe; en un ensayo, todo dice lo que el escritor sabe� (J.A.V.). Otros géneros que limitan con el Ensayo por algún aspecto, son en realidad distintos y no deben confundirse. Tal el Artículo, que se confunde porque muchos ensayos se presentan como artículos, en columnas de prensa. Pero el Artículo es menos que el Ensayo. Al respecto escribe Javier Arango Ferrer: �Sin el ensayo moderno corto no existiría el periodismo en su urgente misión de plantear sintéticamente los problemas del mundo contemporáneo�. Otro género que suele confundirse con el Ensayo es la crónica, por decirse cronista el columnista del periódico. Crónicas se llaman los textos periodísticos de Luis Tejada. Y con la crónica se confunde la monografía, que es muy diferente. Escribe Juan Gustavo Cobo Borda: �La cróni- ca, que es hasta cierto punto periodismo, pero que es, ante todo, buena prosa, oscila entre el Ensayo breve y la digre- sión aguda, y tiene a Luis Tejada como su más destacado exponente�. Pero otra cosa son las Crónicas de Indias. Tampoco el Ensayo debe confundirse con la Tesis, ni con el Estudio o la Ponencia, como sucede. Ni con la Sem- blanza o el Compendio, o los alegatos de la Polémica. Ni El ensayo en Antioquia/Selección 15 el Ensayo es el Comentario, ni la Reseña, ni el Discurso, ni la Conferencia, ni la Descripción, ni el Prólogo. Hay notorias diferencias entre estos géneros y otros próximos, y es necesario dar su propio valor a cada uno. Entre dispares opiniones, Jaime Alberto Vélez traza una certera ruta al Ensayo, destinada a prevalecer porque con- serva fidelidad al origen, no incurre en contradicción, no propicia mezclas deformantes, su razonamiento ilustrado se afirma en la historicidad y proporciona una demostra- ción lógica. �Si todo puede ser Ensayo �dice� nada es un Ensayo�. Sin desconocer el derecho de cada uno a su parecer, la identidad de las cosas no puede quedar al capricho indivi- dual. �Tenido como género de madurez, el Ensayo consiste en el arte de exponer las ideas. Si no convence por el tema, seduce por su forma (ocurre con Descartes). Nada más contrario a la naturaleza del Ensayo que los manifiestos, las declaraciones de principios, los textos doctrinarios, los análisis basados en un método, las normas, los catecismos y reglamentos�. (Palabras de Jaime Alberto Vélez). No alcanza el Prólogo para una discusión completa del tema, porque se convertiría en Estudio, lo que resultaría excesivo. El Prólogo acude a las citas porque son los testigos del expediente. �La palabra Ensayo �escribe Eduardo Esco- bar� cuando designa el conspicuo género literario cuya invención se atribuye a don Miguel de Montaigne, ha de- generado en este tiempo de confusiones y dudas sin alivio, en un batiburrillo de acepciones contradictorias�. Se dice Ensayística con imprecisión, acumulando en la palabra textos inclasificables, que no encajan en ninguno de los géneros definidos, porque sus autores lo han queri- do así. Tales textos se clasifican, tanto en las bibliotecas como en las categorías críticas, en la sección de Miscelánea, 16 El ensayo en Antioquia/Selección lo que, de hecho, coloca su valor por debajo de todos los géneros, en la etapa del balbuceo, de la invención no lo- grada, del experimento fallido, de la rebeldía sin objeto. La rebeldía juvenil contra los géneros nada de valor ha logra- do producir nunca en parte alguna. Es la mezcla inconexa de la miscelánea, que abarata la quincallería. El Ensayo académico (científico, sociológico, etc.), como todo, se desactualiza, quedando para los investiga- dores en bibliotecas especializadas. Es una de las principa- les razones por las cuales se fue reduciendo el número de obras a considerar para este volumen. Otra es la delimita- ción del Ensayo, separándolo del Estudio, el Tratado y demás formas afines. Otra, que la selección se circunscribe al actual territorio de Antioquia, puesto que en Caldas, Quindío y Risaralda querrán hacer, para honra local, sus propias colecciones. Se incluyen, a partir de don Baldomero Sanín Cano (1861), ocho autores nacidos en el siglo XIX, cuya obra, en realidad, pertenece al XX. El último de ellos, Luis Tejada, nace en 1898. Y se llega hasta el Nadaísmo, pues un sólo volumen no da para más. El XX fue pródigo en estudios de toda clase, no sólo referentes a Antioquia, sino también a los asuntos nacio- nales. Predominantes fueron: Historia, Economía, Inge- niería, Geología, Comercio e Industria, Agricultura, Cien- cias sociales, Literatura y Filosofía, temas todos de la ma- yor importancia. Entre las colonizaciones antioqueñas, la de Bogotá puede no ser la menor. Algo que sorprende es comprobar los cientos de obras, muy importantes, realizadas con excepcionales talento y modestia, grandes en realidad, publicadas en ediciones de ínfi- ma categoría, pobres y feas, de mínima circulación. Sincera admiración merecen los muchos que hacen trabajos ingentes para la actualidad, sin esperar nada del futuro.Y que no sólo lo hacen, sino que muchas veces por ello se les persigue. El ensayo en Antioquia/Selección 17 Muchos añejos prestigios se deshacen al releerlos, por- que su obra ha perdido vigencia. Partieron de premisas fal- sas, creencias de fe, observaciones no comprobadas, jui- cios a priori, lo cual invalida sus razonamientos, aunque se expresen en gruesos volúmenes. Y también se da el caso de obras admirables, olvidadas por prejuicios injustifica- dos acerca del autor, en política, religión, procedencia o estilo de época, circunstancias independientes de su valor intrínseco. En cambio, por inercia y falta de sentido críti- co, perduran reputaciones inmerecidas de obras que mu- rieron sin que nadie se diera cuenta. Pensadores y escritores no han faltado en Antioquia, sobre todos los temas de interés, pero sus ideas se pierden por falta de atención. Se nos enseña con error a olvidar el pasado. No ocurre así en los pueblos cultos. Antioquia ha dado magníficos maestros, pero no se ha querido aprender. Bien se dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver. El agotamiento de las fuentes de agua, la erosión, la desapa- rición de especies vegetales y animales, en síntesis, todas las calamidades actuales, fueron advertidas a tiempo por nues- tros sabios, que no encontraron audiencia. De poco sirve la reflexión de los guías en un país que decidió no pensar; que se dedica al exterminio de los contrarios, en lo que sea; cu- yos objetivos no coinciden con ningún plan nacional ni re- gional. Son patriotas quienes ven los problemas, los estu- dian y proponen soluciones que deberían ser al menos con- sideradas con seriedad. Pero a la administración pública la paraliza su misma complejidad. Su enorme gordura le impi- de moverse. Se le ha llamado paquidérmica. También se les dice dinosaurios a los burócratas. Poco a poco se irá encon- trando su verdadera identidad. La tendencia a la suspicacia ha hecho del antioqueño un pueblo amante de la claridad. Todo bien explicado, �para que no nos digamos mentiras�. Se cree que eso favo- rece el pensamiento, pero también sirve para identificar al 18 El ensayo en Antioquia/Selección contrario, a fin de silenciarlo por siempre. �En Colombia �escribe Jaime Alberto Vélez� donde en ocasiones no re- sulta posible ni siquiera la más elemental expresión de las ideas, difícilmente podría crecer con autonomía y feraci- dad el Ensayo, género que exige un ambiente y una tem- peratura benévolos, y hasta un aclimatador de novedades�. El interés por el mundo confiere sentido a la existen- cia, porque nos hace partícipes. Es una de las funciones de los medios de comunicación. Y es también uno de los pro- pósitos de los gobiernos y de las religiones, los partidos políticos, las organizaciones. Aislarse es perderse en sí mis- mo: lo más cerca de la Nada. El contenido de este libro no son simples, efímeros y desatendidos artículos, sino Ensayos útiles, de autores que nos llevan a compartir su pasión por la vida y por el pro- ceso evolutivo de lo que llamamos �espíritu humano�, expresión eufemística en busca de dignidad, confianza, autoestima, seguridad, trascendencia en la Tierra. Hay mucho de provecho para seguir leyendo en la lite- ratura antioqueña, que no es sólo narrativa y poesía. Se re- quiere saber encontrar, con un poco de olfato. Entre los libros más interesantes y mejor escritos del siglo XX en Colombia están todos los de Arturo Escobar Uribe. Quie- nes alcanzan a llegar a la clase media no ocultan su indife- rencia por la suerte del país. Lo popular les huele mal. Olvi- dan que sus antepasados calzaban alpargatas los domingos. La cátedra de Enrique Pérez Arbeláez no se escuchó en su tiempo, ni se escucha ahora, aunque muchas de sus enseñanzas conservan plena actualidad. Es una obra cien- tífica y tecnológica sobre plantas, animales, geografía, geo- logía, historia, física, y otros temas relacionados con el cam- po. Sólo su tratado sobre plantas medicinales alcanzó no- toriedad, por los beneficios prácticos que de él se deriva- ban. Lo piratearon cínicamente, con la consabida adver- tencia: �Se prohíbe la reproducción total o parcial...�, etc. El ensayo en Antioquia/Selección 19 Su interés por los temas de Colombia hace que la obra de Luis Guillermo Echeverri Abad mantenga su vigen- cia, en especial como ejemplo. Muchas de sus páginas podrían repetirse en los diarios de hoy. Pero no se lee- rían, porque no son de farándula ni de entretenimiento ramplón. Ni de humor rústico, ni de chismografía. Y porque hoy no se aprecia la bella escritura. El país mere- cerá lo que le acontezca, a medida que todo se convierta en zona rosa, gracias a la televisión. Los autores en la literatura antioqueña son, en su ma- yor parte, sacerdotes, médicos, abogados y profesores. Y casi todos parecen curas, incluyendo a Gonzalo Arango y a Fernando González. Esto le confiere un alto nivel inte- lectual, moral y cívico, y un valor literario excepcional, admirable. Podría pensarse que un pueblo con semejante literatura no puede perder su rumbo, que tiene en el pasa- do sustentación y norte. Y eso es lo que cabría esperar, si algún suceso impensado no se atraviesa en su destino. Este libro es por eso un acto de fe en Antioquia, por parte del Concejo Municipal de Medellín y de la Biblioteca Pública Piloto, para la educación popular. El Ensayo es género del pensador, más que del filóso- fo. �Hasta Sanín Cano �escribe Jaime Alberto Vélez� la literatura colombiana había carecido propiamente de una autonomía real, por estar al servicio de una causa, cual- quiera que ella fuese�. �El Ensayo consiste �sigue dicien- do� en una visión personal obtenida, tanto a partir de di- versas opiniones consultadas, como de una observación directa de los hechos. (...) Del ensayista se podría afirmar que consiste simplemente en un hombre que sostiene con gracia un punto de vista original�. Ver los lugares de origen de los autores seleccionados proporciona un dato de interés con respecto a los pueblos de Antioquia: 20 El ensayo en Antioquia/Selección Abejorral (2): Abel Naranjo Villegas. Jaime Jaramillo Uribe. Amagá (1): Belisario Betancur. Andes (4): Arturo Escobar Uribe. Pedro Restrepo Peláez. Gonzalo Arango. Roberto Cadavid Misas (Argos). Anorí (1): Darío Ruiz Gómez. Barbosa (1): Luis Tejada. Copacabana (1): Cayetano Betancur. Donmatías (1): Luis López de Mesa. El Carmen de Viboral (1): Carlos Jiménez Gómez. Envigado (3): Fernando González. Jorge Yarce. Eduar- do Escobar. Guadalupe (1): Alfonso Jaramillo Velásquez. Jericó (3): Luis Guillermo Echeverri Abad. Héctor Abad Gómez. Manuel Mejía Vallejo. Marinilla (1): Alfonso García Isaza. Medellín: (7): Alejandro López. José Manuel Mora Vásquez. René Uribe Ferrer. Uriel Ospina. Jaime Sierra García. Jorge Orlando Melo. José Guerra. Pueblorrico (1): Carlos Eduardo Mesa. Rionegro (5): Baldomero Sanín Cano. Laureano García Ortiz. Félix Ángel Vallejo. Joaquín Vallejo Arbeláez. Samuel Syro Giraldo. Santa Bárbara (1): Abel García Valencia. Santa Fe de Antioquia (2): Fernando Gómez Martínez. Javier Arango Ferrer. Sonsón (1): Antonio Álvarez Restrepo. Urrao (1): Froilán Montoya Mazo. La división por siglos es tan arbitraria como cualquie- ra otra, pues cada día empieza un nuevo siglo. Algunos autores nunca permiten que aparezca en sus libros su lugar de origen, ni su fecha de nacimiento, porque pre- tenden ser universales e intemporales, o tal vez divinos. Si acaso, dicen: �En un lugar de Antioquia, en una fecha de la cual no quiero acordarme...�. A ellos les advierte El ensayo en Antioquia/Selección 21 Gonzalo Restrepo Jaramillo: �El tiempo es incompatible con la eternidad�. También hay libros que carecen del pie de imprenta, sin lugar ni fecha, ni índice de contenido, ni datos del au- tor. Son libros fantasmas. En otros, como los de Estanislao Zuleta y Jorge Artel, la advertencia es tajante: �Prohibida su reproducción total o parcial, por cualquier sistema de impresión y con cualquier finalidad, comercial o académica, incluidas laslecturas universitarias�. No deja de ser curioso que en una colección titulada Universidad se prohíban las lectu- ras universitarias. Nadie más apegado al centavito que los generosos revolucionarios. No sin razón, anota Jaime Al- berto Vélez: �En la tradición colombiana suele reducirse al lector a la condición de copartidario, alumno o feligrés, cuando no a la de enemigo, bárbaro e infiel�. Horas de literatura colombiana, de Arango Ferrer, conside- ra los géneros en orden de importancia. Empieza con el Ensayo y concluye con la Poesía. No leyó a José María Vargas Vila: �No existe mejor vehículo para la propagan- da de un ideal que la Poesía. Como inspiradora de heroís- mo nada hay igual a la Poesía, desde los tiempos de Homero. Los poetas crearon a los dioses, y han inspirado todas las artes�. Jaime Jaramillo Escobar BALDOMERO SANÍN CANO Juan de Dios Uribe Todas las circunstancias favorables se unieron para hacer de Juan de Dios Uribe el primer escritor político de Co- lombia, un gran descriptor de la naturaleza y de las cos- tumbres, un crítico de gusto refinado y el más alto repre- sentante de la invectiva justa y resonante. En su familia hubo un escritor político de altas dotes, Juan de Dios Res- trepo, maestro igualmente en la descripción de las costum- bres y en la observación de los móviles humanos. Fue su madre persona de talento perspicuo, de vastas lecturas y de un criterio raro entre mujeres para juzgar fríamente de las acciones ajenas. Su padre amó la ciencia y las letras con desinterés y constancia. Penetró en las interioridades del cuerpo y del alma humanos, y, atento observador de las alternativas sociales, buscó el origen de las costumbres ci- vilizadas estudiando, como los sabios de su tiempo, las costumbres de los salvajes y haciendo vida común con las tribus no sometidas aun a la vida civil. El ambiente en que empezó a crecer Juan de Dios Uribe fue en sus más señala- dos aspectos un ambiente literario y científico. Nació en Andes, población nueva de Antioquia, en las faldas de la cordillera occidental, en las vertientes del Cauca antioque- ño, a la vista de farallones, profundas y estrechas quebra- das y ríos tumultuosos. Estudió en la Escuela Normal de Popayán, y en los aledaños de esa villa, comparándolos inconscientemente con las abruptas apariencias de su ciu- dad natal, donde había observado la obra de las fuerzas indómitas del planeta, aprendió a gustar la gracia, asociada milagrosamente a la fuerza, en las lejanías del paisaje. Dos ambientes disímiles y remotos educaron su capacidad de 24 El ensayo en Antioquia/Selección observación ante los aspectos del paisaje. Más tarde Bogo- tá, suspendida entre cerros y una llanura gris y unánime, vino a enriquecer su sentido moderno de la naturaleza, que poseyó en generosas y hondas proporciones, y supo ver- ter en prosa con una delicadeza y originalidad de visión desconocidas hasta entonces en la literatura de estas par- tes. Vino a la vida de la razón y del combate social en un momento de la historia colombiana especialmente digno de estudio y de memoria por haberse señalado con el cho- que violento de las creencias, exacerbadas por el clero, contra las opiniones de los hombres imbuidos en la nece- sidad de analizarlo todo, que señalaban en otra banda de- rroteros a las inteligencias capaces de entenderlos. Asistió a la lucha tenaz, de cada día y de cada momento, de los dos partidos que defendían sus principios en una prensa de libertad absoluta, cuyas expansiones vinieron a dar por resultado una de las guerras civiles más injustas por parte de quienes la promovieron y más trágicamente fracasada en la historia de nuestras contiendas internas. Presenció la lucha, admiró a los conductores de parte gibelina y luego presenció en Bogotá las amargas e interesantes controver- sias políticas de prensa y parlamento, que sirvieron de pro- legómenos a la guerra de 1885 y a la desventurada evolu- ción política de que fueron resultado la represión violenta de las libertades y el retroceso político de la nación a las horas españolas del régimen de Calomarde. La familia, el ambiente físico, el clima político conver- gieron como en un problema geométrico para la produc- ción de una inteligencia literaria de primer orden y para fa- vorecer su desarrollo en forma original y completa. Sus con- temporáneos le llamaron �el Indio�, sin duda por los estu- dios del padre sobre la raza indígena. Su tipo era blanco. Sus predilecciones naturales movieron hacia la prensa sus actividades. Amó la lucha por temperamento. Eran Baldomero Sanín Cano Caricatura de Elkin Obregón 26 El ensayo en Antioquia/Selección igualmente vivaces, agudas y sinceras sus simpatías que las repugnancias de su temperamento, y el medio en que hubo de desenvolverlas fue especialmente propicio a su desarro- llo, porque el origen de la transformación política que com- batió durante su vida, y de que fue víctima animosa, susci- tó en el país desesperadas resistencias morales y de hecho. Las virtudes más excelsas de su prosa política fueron la fuerza, la claridad y la gracia ondulante escondida entre los pliegues de un idioma sabio e intolerante, con las más le- ves desviaciones contra su puro genio. No era el escritor pacato, lleno de terror ante el uso de vocablos o giros que pugnasen con el código gramatical: era el prosista dueño de su instrumento, capaz de tañerlo en la generosa ampli- tud de sus escalas y recursos. No da la impresión del jardín erudito sino de la fronda natural acomodada al clima y a la bondadosa feracidad del suelo. Al erudito la dicción �in- diana� le da ante todo el gusto de la corrección perfecta: en tal concepto coinciden Unamuno y Gómez Restrepo. Al lector desprevenido y de pocas letras lo avasallan la natu- ralidad, la fuerza, lo original y preciso de los epítetos, la armonía liberal entre el concepto y la frase, la honradez inexpugnable del pensamiento y la helénica y fugitiva gra- cia del conjunto. Como se ha dicho, el ambiente político favoreció en grande escala el desarrollo de sus naturales talentos y de la plenitud de sus aspiraciones. No se crea, sin embargo, que la invectiva, en que fue maestro insuperado en su tiempo, era la sola forma literaria en que su pluma se elevaba al ápice de la expresión escrita: en los retratos instantáneos hace justicia a las cualidades de algunos personajes con cuyas ideas no podía tener contactos de simpatía. En otros casos la alabanza justa, dignamente y con adecuada belleza expresada, con aplicación a personaje por él admirado, se limita con criterio desapasionado y justo. De Montalvo, por ejemplo, dice: �El rollo de la palabra de Montalvo El ensayo en Antioquia/Selección 27 abruma: ha plantado una nueva floresta del idioma y se va por ella como un salvaje grandioso a caza de fieras y repti- les. Se requiere iniciación para comprenderlo y gusto lite- rario para admirarlo en sus pormenores artísticos; diré tam- bién que hay que prevenirse para no caer en sus extremos, porque se deja ir en el aerostático de su fantasía y sin ser un ortodoxo es en ocasiones místico... Ningún escritor hizo, por otra parte, mejor uso de su talento. Azotó a los pícaros en la plaza pública, colgó a los tiranos en una hor- ca que puso sobre los Andes y sacó a la vergüenza los vi- cios del clero, con un buen humor que da escalofrío�. Se- ría de observar que la mística tiene en literatura el mismo derecho a expresarse que el seco materialismo. Quevedo es escritor de alta jerarquía lo mismo en sus obras jocosas que en sus trabajos de interpretación de las verdades teológicas. La mística de buena fe, no enseñada por encar- go, ni practicada para ganar distinciones o gajes, tiene su puesto en las letras de todo el mundo, como la novela o el drama. La mitad de la obra pensante de Uribe, y casi todas sus actividades y peregrinaciones, está dedicada a defender la li- bertad y a difundir las ideas liberales. Estaba en su tempera- mento el dedicarse a esa propagación. La suerte le favoreció haciéndole llegar a la plenituddel conocimiento en una época en que las libertades yacían por el suelo en Colombia y esta- ban amenazadas o ferozmente limitadas en otros lugares del trópico. Luchando contra esa calamidad de los tiempos su pluma, su conciencia, sus nociones de ciencia y arte se ali- mentaban a sí mismas. Coincidió de tal manera su tempera- mento de luchador con las necesidades de los tiempos en que le tocara vivir, que la notoriedad tristemente conmove- dora de las administraciones colombianas de la época y al- gunas de sus pobres celebridades momentáneas yacerían hoy en el olvido de no haber recibido los merecidos azotes de ese vengador de la patria. Las inmortalizó en su daño. 28 El ensayo en Antioquia/Selección Tuvo, como ya se dijo, en sublimada calidad el senti- miento moderno de la naturaleza. Echemos la vista sobre este diálogo con uno de sus grandes amigos, cuya muerte, en defensa de la libertad y de los desvalidos, proyecta aún sombras de vergüenza sobre el continente: �El último día del año de 1893, me sorprendió a orillas del mar Pacífico, por primera vez visto por mis ojos. Tenía el honor de acompañar a Eloy Alfaro a una de sus empresas libertadoras. ��¡Oh, me dijo el viejo proscrito, señalándome el océano: amémosle mucho, que sus ondas bañan las ri- beras de la patria! �Los amos nos vedaban el sol nativo y el pan de nuestras cosechas; estábamos fuera de la ley que am- para y de la tierra que sustenta, y se atropellaban en mis labios las sílabas indómitas del odio, en aquella mañana de diciembre. La naturaleza sólo es bella en la libertad de pensamiento. Buscaba hacia el sur, en vano, mi radiante Colombia de otros tiempos, la macabea, la madre de vientre fecundo, bendito tres veces por la libertad, por la república y por la ciencia. El sol na- ciente abría grandes y nuevos espacios sobre las aguas; las olas contra la playa aligeraban su fatiga en un gran sollozo; la brisa traía las frescuras y los olores mari- nos; los alcatraces desarrollaban sus escuadrones en el espacio... Buscaba en vano la patria: allá abajo el mo- nótono océano resonante y las estériles costas. Luego aparece Colombia en mi mente, como una llama, que ya es una antorcha, que ya es una sombra, que ya es una mancha... ¡nada!� Fue también narrador de altas dotes, y en su descrip- ción del campo de batalla de Los Chancos dejó muestras de esta milagrosa capacidad y de sus dones excelsos como poeta descriptivo. Es de retener en la literatura española esta El ensayo en Antioquia/Selección 29 visión del campamento y de los hombres que tomaron par- te en la batalla del día anterior: �Al otro día de la batalla de Los Chancos (31 de agos- to de 1876) vi a Jorge Isaacs, de pie, a la entrada de una barraca de campaña. Pasaban las camillas de los heri- dos, las barbacoas de guadua con los muertos, grupos de mujeres en busca de sus deudos, jinetes a escape, compañías de batallón a los relevos, un ayudante, un general, los médicos con el cuchillo en la mano y los practicantes con la jofaina y las vendas, Trujillo que marcha al sur, Conto que regresa a Buga, David Peña a caballo con su blusa colorada, como un jeque árabe que ha perdido el jaique y el turbante... el mundo de gente, ansiosa, fatigada, febril, que se agolpa, se baraja y se confunde después de un triunfo. El sol hacía tremer las colinas, la yerba estaba arada por el rayo, el cielo incendiado por ese mediodía de septiembre, y por so- bre el olor de la pólvora y los cartuchos quemados, llegaba un gran sollozo, una larguísima queja de los mil heridos que se desangraban en aquella zona abrasa- da, bajo aquel sol que desollaba la tierra. Isaacs reem- plazó el día antes a Vinagre Neira a la cabeza del Zapadores y, como su primo hermano César Conto, estuvo don- de la muerte daba sus mejores golpes. Yo le vi al otro día en la puerta de la barraca, silencioso en ese ruido de la guerra, los labios apretados, el bigote espeso, la fren- te alta, la melena entrecana, como el rescoldo de la ho- guera; y con su rostro bronceado por el sol de agosto y por la refriega, me parecieron sus ojos negros y chis- peantes como las bocas de dos fusiles�. Beyle y Tolstoi dieron idea de las batallas de Waterloo y Borodino siguiendo las impresiones y las observaciones que desde varios puntos de mira hacía un participante en la batalla. La humana visión en el relato de Stendhal arre- bata la curiosidad del lector y difunde su atención por 30 El ensayo en Antioquia/Selección todos los rincones, adonde lo lleva la capacidad descripti- va del autor. La milagrosa capacidad del genio tolstoiano parece que reflejara sobre las concavidades del firmamen- to la visión de la gran batalla de la Moskwa para que pudie- ra observarla un moribundo que empezaba a desinteresar- se de las cosas humanas. Las páginas de Uribe, en la des- cripción de la mañana siguiente a la batalla de Los Chancos, tienen la originalidad de sugerir, en un panorama de ale- gría y de felicitaciones, el ambiente caldeado de la batalla ocurrida en el día anterior y la magnitud de las ideas que allí se dieron a tremenda prueba. Aunque gran narrador, como se ha dicho, no es ésta la calidad fundamental de Uribe en sus hazañas de escri- tor; �hazañas� está bien dicho, porque cada una de sus obras minúsculas deja la impresión de una estupenda aventura. Pone en cuanto escribe toda su alma, y ape- nas por excepción hace un esfuerzo para explicarse la situación de sus contendores. En el diálogo su pluma vacila y en ocasiones decae. Era Uribe un temperamen- to de escritor que anda siempre revolviendo las ideas. Tuvo muchas, las acariciaba con deleite, retozaba con ellas, pero les negaba carta de naturaleza a las opuestas. Su pensamiento estaba tan lleno a todas horas, que el diálogo le resultaba una forma de abdicación. Llevaba consigo mismo un eterno monólogo de la razón contra sus enemigos, a quienes apenas les concedía el derecho de contradecirle. Fue un perpetuo contradictor de las ideas contrarias a los principios de libertad por él acep- tados como intangibles, pero careció de la estupenda mala fe de los polemistas. Jamás entabló con nadie lides contradictorias de pensamiento. Lanzaba sus ideas a la plaza pública con el fervor de la convicción y en arran- que de entusiasmo, pero no tuvo la paciencia necesaria para escuchar a los disidentes ni la ingenuidad requerida para contradecirles. El ensayo en Antioquia/Selección 31 Por eso en sus narraciones el diálogo flaquea forzosa- mente. El monólogo era la forma natural de expresión para un talento que se contemplaba a sí mismo. Fue de una facilidad incomparable frente a las hojas de papel que reclamaban el talismán de su elocuencia. Me di- jeron alguna vez sus amigos que con frecuencia cuando hacía prosa para La Siesta eliminaba el intermedio de la maduración sobre el manuscrito. Llegaba de la calle a las dos de la mañana, iluminado artificialmente, y para aten- der a la premura de las circunstancias, colocaba delante de sí al cajista, con la galera en la mano, y le iba dictando fe- brilmente las frases que al día siguiente escandalizaban cier- tos ambientes, mientras otros abrigaban el regocijo de las mentes caldeadas por la pasión de ser libres. Tuvo para ejercer la crítica literaria vocación manifies- ta: gusto firme, vastas y bien digeridas lecturas, juicio inde- pendiente, admiración documentada de lo bello dondequie- ra que lo encontrase. Sin embargo, su temperamento de luchador se sobrepone a menudo, en sus trabajos de críti- ca, a la fría percepción del analista. De esto hay ejemplos en el estudio sobre La tierra de Córdoba, de Isaacs, y en sus apasionadas y melancólicas excursiones por la poesía, la vida y la locura de Epifanio. Al pie del monumento que se le ha erigido podría po- nerse: El genio literario de la invectiva política: la frase más natural, más pura y más graciosa entre los escritores de su tiempo. 32 El ensayo en Antioquia/Selección De cómo la deslealtad puede ser modestia Un joven amigo mío, de vastos recursos pecuniarios e in- telectuales, abandonóhace unos años sus negocios y sus excursiones por las ciencias naturales y las matemáticas, para entregarse en cuerpo y alma, y con una tenacidad de neófito, al estudio de los evangelios. Ha sido esta transfor- mación uno de los pocos buenos resultados de la agita- ción modernista: gentes que apenas habían oído hablar por referencias de San Lucas y San Mateo, han empezado a quebrarse la cabeza pensando en las sutiles razones y fun- damentos que pueden existir para afirmar que unos evan- gelios son auténticos y otro u otros son tenidos por mate- ria apócrifa. Bernard Shaw, que no pierde ripio cuando se trata de cuestiones palpitantes, leyó los evangelios con el objeto de enterarse y renovar en su clara mente la idea que se había formado del Cristo. En el prólogo de un volu- men, aparecido durante la guerra, expuso con su habitual humorismo lo que le había sugerido acerca del Salvador del mundo la lectura cuidadosa y desprevenida de los evan- gelistas. Sólo que los espíritus maleantes, en vez de leer en esas páginas la vida de Cristo, leyeron con una leve sonri- sa entre benévola y picante la �biografía de Bernard Shaw, sacada de los evangelios�. Mi amigo sabe de estos asuntos lo que se puede saber. Lo que él ignora en punto a la au- tenticidad de los textos sagrados no vale la pena de ser es- tudiado. Días pasados, en un sabroso coloquio de hispanoame- ricanos, surgió de repente el tema de la deslealtad de San Pedro con motivo de algún chiste salaz que dejó escapar inopinadamente uno de los de la reunión. Mi amigo, que El ensayo en Antioquia/Selección 33 probablemente buscaba ocasión para hacernos conocer uno de los resultados de su continuo trato con la obra de los evangelistas, dijo: �San Pedro -en mi sentir- ha sido víc- tima de una injusticia, a causa de la interpretación dada al incidente relativo a su deslealtad con el Maestro, ante la pregunta de una simple fámula de la casa de Caifás�. Mi amigo tiró el cigarrillo que estaba fumando, se caló las ga- fas y sacó de entre las profundidades de uno de los bolsi- llos insondables de su gabán un pequeño volumen negro, encuadernado muy fuertemente en marroquí. Lo acarició, antes de abrirlo, como suelen los bibliómanos, y conti- nuó diciendo: �Este incidente, cosa curiosa, es uno de los pocos que aparece narrado menudamente en San Mateo y confirmado, casi con unas mismas palabras, en los otros tres evangelistas. Voy a leerles la versión de San Lucas, y la escojo porque Lucas fue el más letrado de los evangelis- tas. Es, de los cuatro, el que se expresa con más elegancia y el que, en ocasiones, se pone a tocar estilo, como dice Zola, si mal no recuerdo, refiriéndose a Paul de Saint Victor. Voy a traducir directamente del griego y ustedes excusa- rán las vacilaciones que haya en la lectura, porque hay di- ferencia de esa lengua a la nuestra�. Mi amigo se puso a leer: �Y habiéndole prendido se lo llevaron y lo introduje- ron en casa del príncipe de los sacerdotes. Pedro le seguía de lejos, y cuando hubieron prendido fuego en medio de la sala, alrededor del cual se sentaron todos, Pedro tomó puesto entre ellos. Y una criada, que le vio sentado al fue- go, dijo mirándole detenidamente: �Este es de los que esta- ban con él�. Entonces él lo negó, respondiendo: �Mujer, no lo conozco�. Terminada la lectura, agregó mi amigo: �De este senci- llo incidente, tan natural y tan humano, los lectores de los evangelios han saltado a la conclusión de que San Pedro negó ese día a su Maestro, por deslealtad y por miedo. Lo creen así porque los evangelios añaden que, al cantar el 34 El ensayo en Antioquia/Selección gallo, San Pedro rompió en sincero y amargo llanto. El cargo de miedo es el menos justificado de cuantos pueden hacérsele a San Pedro. Los evangelios dan testimonio de que el cimiento de la Iglesia obró siempre con mucho va- lor. Después de haber andado sobre las aguas Jesús invitó a sus discípulos a que lo imitasen, y sólo Pedro tuvo el valor de hacer la tentativa. Fue su valor tan grande que, según San Mateo, �descendiendo Pedro del barco andaba sobre las aguas para ir a Jesús�. Cuando las turbas vinie- ron con Judas a prender al Maestro, los otros discípulos se pusieron a prudente distancia y dejaron a los revoltosos que hicieran su gusto. Pedro estaba cerca, y al ver que po- nían las manos sobre su amigo, tiró de la espada y a sabla- zo limpio dejó sin una oreja a uno de los guardias. �Cuando, apoderados de la persona de Cristo, los de la multitud tomaron la vía a casa de Caifás, Pedro fue el úni- co de los discípulos que se atrevió a seguirlos. Es verdad que los seguía de lejos, �e longinquo�, dice la Vulgata; pero es preciso recordar que esto suponía gran valor; pues los amotinados debían tener todavía muy presente la refriega en que uno de ellos había acabado por perder una oreja. Si Pedro hubiera dejado que el miedo interviniese en la direc- ción de su conducta, no habría ido en seguimiento de su Maestro, en pos de la ofendida turba. Pero hizo más aún; penetró en la casa de Caifás y con la mayor serenidad se sentó alrededor del fuego a esperar, según parece, el resul- tado de la investigación que estaba llevando a término el gran saduceo, y resuelto, sin duda, a defender al Maestro. No es, pues, aceptable explicar la respuesta negativa a las preguntas indiscretas de la criada y de otros circunstantes, por medio del temor. Importa recordar que, inmediatamen- te antes de que la criada se hubiera dirigido a Pedro, el sumo sacerdote le había preguntado a Cristo si él era hijo de Dios. Pedro había sin duda escuchado la respuesta �tú lo dices�. �Mi deducción es, aseguró mi amigo, restituyendo el El ensayo en Antioquia/Selección 35 pequeño volumen a los recodos inescrutables de su bolsi- llo, que San Pedro no negó a Cristo por temor, ni por deslealtad, sino por modestia. Creía que era demasiado presumir en un pobre pescador, rudo y de pocas palabras, decirse amigo de un hombre que acababa de designarse a sí mismo, delante de los circunstantes, hijo de Dios�. �Para llegar a esa conclusión -repuso un sudamericano de la concurrencia,- no es necesario haber leído en varios idiomas antiguos y modernos los cuatro evangelios, ni comparar unas con otras, de modo irreverente, las diver- sas narraciones de los evangelistas. El comercio diario de unos hombres con otros está evidenciando que fue la modestia el móvil de San Pedro. Voy a contar a usted el resultado de una triste y no muy remota experiencia per- sonal. �Yo soy de San Juan Nepomuceno, en una provincia casi ignota de una República latinoamericana que no hay para qué nombrar. A los nacidos en ese pueblo nos lla- man los que nos quieren bien �nepomucenos�, los otros nos dicen �pomucenitas� y, para mayor escarnio, �pabucenitas�. Tal cual mojicón solía cambiarse entre los estudiantes de la Universidad en la capital de mi país, cuan- do sonaba esta palabra en las conversaciones. �Hace cuatro años que vivo en Londres. Vine a estu- diar por estudiar y me he encariñado de ese período de la historia que se llama la época bizantina. Atendiendo a las aulas y buscando libros sobre esa época, trabé relaciones con el catedrático de lengua griega en una de las viejas uni- versidades de Inglaterra, poseedor de una clarísima reputa- ción por su saber vasto y documentado y por su bondad inagotable y experta. Se le debe un precioso volumen so- bre ciertos aspectos del arte bizantino mal comprendidos, según él dice, por los modernos. Se ha negado a escribir más libros, diciendo que, en verdad, todo cuanto puede saberse acerca de aquella época está ya puesto en sabios 36 El ensayo en Antioquia/Selección volúmenes, bien escritos unos, incompletos los de acá, demasiado recargados de detalles insignificantes los de más allá. Quien desee saber algo a fondo, afirma modestamen- te, debe leerse todos esos testimonios y no contentarse con un deshilvanado compendio. Este hombre adorable acostumbraba venir a Londres periódicamente y posaba en un hotel del barrio de Bloomsbury, adonde solía yo ir a verle paraolvidar, en largos coloquios sobre cosas pasa- das, las miserias de la vida contemporánea y las exigencias del oficio a que cada cual estaba dedicado. Una noche mien- tras conversábamos y bebíamos vino de Oporto en un rincón del salón de fumar, en aquel silencioso hotel de la metrópoli, entraron hablando recio y en español dos jó- venes que por el acento y por la manera de gesticular reve- laban que venían de San Juan Nepomuceno o de un lugar vecino a los ejidos de mi antigua ciudad natal. En efecto, de allí venían y eran conocidos míos. Me reconocieron y, a la usanza del terruño, y como si estuvieran en un patio del cortijo, me saludaron desde lejos y en voz alta. Me in- corporé para darles la bienvenida, y, en pos de los abrazos y del usual cuestionario sobre la salud y la vida pasada, quisieron saber de mi boca quién era ese caballero con quien conversaba cuando ellos entraron. Vacilé un mo- mento, y acabé por decirles que no le conocía. En ese ins- tante dio la hora un reloj suizo de cuclillo que había en el salón. El pajarraco de madera se asomó a un ventanillo y cantó las nueve de la noche con rápida y penetrante mo- notonía. No lloré como San Pedro, porque, más consciente que el pescador, yo había mentido, como él, por modes- tia, para evitar el ridículo. Los dos �nepomucenos� que acababan de entrar eran aficionados a las letras y se sabían de memoria la lista de los grandes cerebros europeos. En América parece que no se ocupan los intelectuales más que en eso: en aumentar diariamente el acervo de nom- bres de autores extranjeros y de obras que tienen en la El ensayo en Antioquia/Selección 37 cabeza. Los recién venidos habrían atinado inmediatamente con la vida y hechos de mi amigo el profesor y se habrían reído de mí donosamente en el interior de sus almas. ¡Que un �pabucenita� cualquiera se dijese amigo del profesor X y estuviera conversando con él en una fonda de Londres! ¡Qué manjar espiritual tan suculento para saborearlo con deleite y muy poco a poco en la esquina de la plaza princi- pal, en San Juan Nepomuceno, a la luz de un crepúsculo tibio, mientras la brisa cargada del penetrante aroma de las selvas vecinas agita en blandos vaivenes las hojas deshe- chas de las palmeras que resaltan vivamente, como som- bras chinescas, sobre el ópalo y el púrpura desvanecido de un cielo que parece el escenario de un misterio de la Edad Media! �Dice Fulano, exclamarían los dos viajeros al resti- tuirse a sus lares, que es amigo del profesor X... Fulano, a quien ustedes conocen. El que nació allí cerca, frente a la casa cural, y vive en Europa, va ya para cuatro años, ha- ciendo que estudia�. El rumor de la carcajada llegó por anticipación a mis oídos y negué a mi maestro. Si hubiera podido reducir a cenizas el cuclillo de madera que cantaba las nueve, habría sentido que ejercía él la venganza que no podía saciar en mis burladores�. �En efecto -concluyó el teólogo modernizante- la des- lealtad en San Pedro, y, guardando las proporciones, en el bizantino de San Juan Nepomuceno, fue una de las for- mas que suele tener la modestia. Acaso por esto Zaratustra, que desconoció siempre las excelencias de esta virtud in- comparable, dijo una vez: �Mis discípulos son los que me niegan�. 38 El ensayo en Antioquia/Selección La seriedad Se reprocha en las esferas diplomáticas europeas y otros medios políticos menos descabalados, la falta de seriedad a las gentes de la América Española. A creer en la seriedad de nuestros censores y en sus compasivas admoniciones, bastaría cubrir nuestras actitudes y nuestros hechos con los atavíos de aquella virtud, para que el porvenir fuese nuestro. Parece, además, que teniendo el porvenir en nues- tras manos, haríamos de él un uso muy discreto. La serie- dad construye caminos de hierro, abre canales, deseca pan- tanos, establece cultivos en escala grandiosa, funda ciuda- des y las administra en pro de las caras austeras y para la mayor ventura de sus habitantes. Empiezan ya los hispano-americanos que viven en Europa a hacer en todos los tonos y en todos los lugares donde se acogen, la apología de la seriedad. �Necesitamos ante todo hombres serios�, dicen con aire de haber descubierto un nuevo continente en los ma- res solitarios del pensamiento. Don Fulgencio Tabares ha venido a España con el objeto de educar a su hijo en todas las formas de la seriedad. �Este chico �me decía don Fulgencio hablando de su hijo� es persona muy seria. Tiene diez y siete años y no conoce lo que son los juegos de niños. Desde que aprendió a leer, y ello fue a los seis años, no tiene más diversión ni entretenimiento que la lectura. Se ha dedi- cado al estudio de las letras clásicas, y según me dicen sus maestros, la filología romántica no tiene ya secretos para él. Aprendió el griego y el latín como jugando. Las len- guas modernas se las ha asimilado en un abrir y cerrar de ojos. Para él lo mismo es leer un libro escrito en alemán que en francés, que en italiano, español o inglés. Se ha absorbido con una asiduidad y orden admirable las lite- El ensayo en Antioquia/Selección 39 raturas de todas estas lenguas. No crea usted que devora libros por el sólo placer de leerlos. Nunca se ha acercado a un autor sino por consejo de sus maestros. Todas sus lecturas forman parte de un plan concebido anticipada- mente por las inteligencias primordiales a las cuáles he confiado la formación de la suya. No soy yo juez en estas materias -añadía humildemente don Fulgencio,- y he tenido, por tanto, que someterme en un todo a la discreción de sus maestros, gente seria, bien informada, envejecida en la dirección de la niñez. Lee mi hijo al regocijado Aristófanes en griego, a Plauto, el áspero cen- sor de las costumbres romanas, al acerbo Marcial y a Apuleyo en latín; le son tan familiares en italiano la vena inagotable de Ariosto, el humor licencioso del Berni, la prosa ondulada y abundante de Boccaccio, como entre los modernos la sátira política de Giusti y las narracio- nes desfachatadas de Guadagnoli. Trae muy a menudo a colación un poema de Leopardi en que se describe la lucha de los sapos contra las ratas. No le arredran ni los dialectos; conoce el Descubrimiento de América por Pascarela, y su primer ensayo literario es un análisis de la conjuga- ción en el dialecto que usan éste y otros poetas romañolos. En español lee con tenacidad de benedictino las livianas filosofías rimadas de Juan Ruiz; las obras de Cervantes, de Quevedo, de Moreto y de todos los grandes ingenios hasta Larra y Mesonero Romanos. A los modernos les dedica apenas una mirada de curiosidad porque en su concepto les falta la virtud de ser serios, exceptuando desde luego a los académicos que sólo dejan de serlo en raros momentos de olvido. De la literatura francesa trae siempre entre manos a Rabelais y a Voltaire, no sin com- placerse en el análisis de algunas obras de Moliére, como las Marisabidillas y El médico sin quererlo. Pero lo que más le fascina y lo que sin duda conoce mejor es el teatro de Shakespeare, Las comadres de Windsor, que ha traducido, por encargo de un librero de Barcelona, la Comedia de las 40 El ensayo en Antioquia/Selección equivocaciones y La domesticación de las ariscas que a él le parece el mejor estudio del alma femenina. Me ha hablado algu- na vez de autores ingleses del siglo XVIII que es preciso leer para enterarse pero que a él le resultan extraordina- riamente libres de lenguaje, o demasiado amargos en sus críticas de la sociedad a que pertenecieron o no pudie- ron pertenecer�. Al acabar este resumen inmetódico de las literaturas, don Fulgencio fijó la mirada en el espacio como buscando nuevas constelaciones en el firmamento de la poesía y puso la mano abierta ante los ojos de su oyente para que no le quitase la palabra. Su interlocutor no tenía semejante propósito. Ha- bía notado que se le había olvidado la literatura alemana en esa excursión aeronáutica, pero no estaba en su ánimo re- frescarle la memoria. Acaso don Fulgencio y su oyente no conocían esa comarca de las letras modernasy el discurso se quedó manco por culpa de ese ligero vacío en la educación literaria de las personas que intervenían en el diálogo. Sin embargo, don Fulgencio parecía recordar someramente que un hombre llamado Jean Paul, un tal Wieland, y, desde luego Heine, confortaban la inteligencia de su hijo y afirmaban en él donosamente sus propensiones a la seriedad. �Es un hombre que no se ha reído nunca,� acabó diciendo don Fulgencio. �Me parece un caso de extraordinario dominio de sí mismo, � me atreví a observar con la mayor circunspec- ción. � Creo, además� le dije a don Fulgencio � que esa incapacidad de reír es una limitación de las funciones ele- mentales de nuestra inteligencia. Para leer a Rabelais o a Heine sin que se agiten convulsivamente de vez en cuando los ór- ganos de la risa, se necesita que el lector ande desprovisto del órgano con que se ejercita esa función. Los progresos del espíritu humano, sea dicho con la venia del Condorcet, están graduados por tres grandes sucesos: el día en que el hombre libertó sus manos y aprendió a andar en dos pies; El ensayo en Antioquia/Selección 41 el día en que, en presencia de un contraste inesperado, sin- tió que se le contraían los músculos de la risa; y el año o el siglo en que Cervantes o Shakespeare, casi a un mismo tiem- po, formularon su concepto irónico y bondadoso de la vida y descubrieron ese nuevo modo de observar al hombre y a la naturaleza que ha pasado a la historia de las literaturas como con el nombre de sentido del humor. Nada es más humano que reír. Cualquier animal, los cuadrúpedos me- nos inteligentes, el hombre primitivo, se contagian de triste- za fácilmente y sufren con el dolor de sus semejantes. Es privilegio exclusivo de la inteligencia humana, del entendi- miento que ha pasado los límites de lo rudimental, apreciar el fundamento de la alegría en sus semejantes, reír con ellos, y participar de su regocijo. Es muy fácil ser serio: lo es la roca inmóvil y el académico hirsuto. No ríe el asno, no sabe el salvaje qué cosa es la sonrisa. Para sonreír como Renan, la humanidad ha tenido que sutilizar y embellecer el concepto de la existencia al través de siglos de amargura y de observa- ción desinteresada del alma de las cosas. En la risa de Nietzsche florece la sabiduría de innúmeras generaciones; en la carcajada histérica de Heine resuena comprimido el dolor de los vates que colgaron sus arpas de los llorosos sauces en tiempo de la Caldea imperialista y seudocientífica. La risa es benigna, el humor es suave como el concep- to cristiano de la vida, cuya más digna florescencia ha sido. Los grandes destructores de civilizaciones, los capitanes inmisericordes apenas conocieron la sonrisa, creyéndose acaso superiores a ella y al sentido del humor. Los grandes capitanes de Mahoma y su profeta no sabían reír; Napoleón era adusto; en la obra literaria de Bolívar predo- mina el pathos romántico, pero falta la gracia gentil, la sua- vidad armoniosa. Más han hecho quizás en beneficio de la cultura humana los creadores de la obra literaria ingrávida, que representa la vida en su aspecto doble de seriedad irónica y de triste frivolidad. LAUREANO GARCÍA ORTIZ La frialdad de Santander Al iniciar, no sin justificada aprensión, mis ensayos santanderistas, no me propuse nunca probar una tesis, sino descubrir una realidad. No pretendía encontrar en el gene- ral Santander las cualidades o los defectos que yo le supo- nía, los servicios o los perjuicios a Colombia que mi con- cepto político quería o necesitaba asignarle. Tan sólo que- ría descifrarme a mí mismo un problema de psicología y de historia: qué acciones significativas o trascendentes cons- tituyeron su obra personal en relación con el país; por qué tantos granadinos en especial y venezolanos también lo admiraron y respetaron con firmeza, y por qué nume- rosos venezolanos y granadinos lo detestaron con pasión. Tal enigma ocupaba el escenario nacional. Ahí se en- contraba formulado y no resuelto. Talvez cada uno de sus contemporáneos lo resolvió a su manera; pero quienes se encargaron de transmitir su solución a las generaciones subsiguientes, quizá por la misma proximidad, carecieron de la necesaria perspectiva, o no habían reunido todavía todos los indispensables elementos de juicio, o las pasio- nes y los intereses oscurecían el espectáculo y enturbia- ban la visión; pero es lo cierto que las soluciones propues- tas o las apreciaciones transmitidas, las más son notoria- mente incompletas, las otras claramente inexactas, cuan- do no visiblemente falsas. Esos modestos pero madurados ensayos míos, habrían podido ser hechos uno tras otro, en muy corto tiempo. Y en realidad, cada uno de ellos fue escrito en horas; pero el acopio de sus materiales y su interna elaboración, han sido cosa de años, como se echa de ver por sus fechas. Las muy El ensayo en Antioquia/Selección 43 diversas actividades y experiencias de mi vida sólo me han permitido consagrar tan caros estudios de sosiego y des- canso, que no han sido muchos en mis días, pero a ellos vuelvo siempre que puedo con religiosa delicia. Los que hoy escojo para formar este volumen, pen- sando darle a éste alguna variedad, me resultan pocos y delgados en cuerpo y en espíritu; pero al ver un tan poco resultado para tanta meditación y diligencia, me viene al recuerdo que uno de los más grandes internacionalistas y diplomáticos de la América latina, al obsequiarme con un libro no muy voluminoso, me dijo: �Para escribir este li- bro, que encierra en 500 páginas toda la defensa de las fron- teras de mi país, he llenado varias, largas y delicadas misio- nes en el Extranjero; he recogido en todo el mundo docu- mentos manuscritos e impresos, libros y mapas, hasta lle- nar la vasta biblioteca de un palacio oficial; he clasificado, compulsado y catalogado ese enorme material, y he estu- diado y meditado durante veinticinco años�. Y parece que en tal litigio territorial entre dos nacio- nes, la que presentó tan breve, concentrado y sustancioso alegato, obtuvo el triunfo sobre la que rindió toneladas de volúmenes y papeles. El Jefe de Estado árbitro en el con- flicto, presintió aquello: la una de las partes, dijo, parece que tiene millares de pruebas y alegaciones, quizá dudosas cuando tantas se necesitan; la otra parece que confía en una sola prueba, en un solo documento, quizá porque le encuentra concluyente y definitivo. Asimismo, en la historia humana, sacar tres o cuatro verdades sobre sucesos y personas significativas, del inex- tricable depósito de los archivos y tradiciones, exhibién- dolas limpias, puras y netas, reducidas a su más simple ex- presión, es labor que atrae y que el vulgo no concibe en vista de su aparente brevísimo resultado. Nunca me ha seducido el propósito de lo que se llama una biografía completa del general Santander, con las 44 El ensayo en Antioquia/Selección fechas precisas de su nacimiento, bautismo, ingreso a la escuela, examen final de estudios, primer empleo, primer combate, prolija enumeración de sus escritos, esmerada apreciación de sus decretos, nombramientos, credenciales y cartas de gabinete, nombres de sus secretarios, etc., etc. Todo eso, bien arreglado y cosido, debe quedarse en los anaqueles de los archivos para cuando sea menester o im- preso en registros especiales para las bibliotecas públicas; pero no veo la necesidad, ni la conveniencia, de sacarlo de allí para hacérselo leer a todos nuestros compatriotas, que quizá sean solicitados por curiosidades más vivas o por intereses más apremiantes. Pero peor que eso sería, por huirles a esas minucias sin trascendencia, ir a dar a la charlatanería vacua, a las peroratas insustanciales, a la acumulación de adjetivos gas- tados y de exageraciones líricas. Me halagaría intentar el estudio de las figuras colom- bianas sustantivas, en la modalidad de su espíritu, en sus características de pensamiento y de acción, verlas moverse en sucesos significativos y bien averiguados, con datos precisos y seguros, con rasgos evocadores y pintorescos,con anécdotas auténticas próximas a ser olvidadas, y con el principio cardinal de que la verdad, y sólo la verdad, es interesante y nutritiva. Con ese ánimo y con ese propósito me he ocupado del general Santander cuantas veces he sido solicitado para ello, y sólo en tales ocasiones; pero mis capacidades no han alcanzado nunca a mi aspiración. Me he equivocado en dos o tres pasos por falta de juicio, pero no a favor, nótese bien, sino en contra del general Santander. He reconocido mi falta y la he reparado, dejando constancia clara y fiel de ello. Ciertamente que la historia es preciso estudiarla y re- novarla siempre. Empero, en alguno de los reparos que hice al carácter del Santander y que fue negado por don Ernesto Restrepo El ensayo en Antioquia/Selección 45 Tirado y observado por la ágil y honrada pluma de Luis Eduardo Nieto Caballero, debo insistir en mi concepto primitivo, en su verdadero alcance, que bien veo es preci- so explicar. Dije en el ensayo �Carácter del general Santander�: �Para mí debo decir que la tacha verdadera y grave que puede hacerse a Santander como hombre, es la atrofia del corazón. En vano se buscará en su obra o en sus escritos, en la tradición de sus amigos o de sus subordinados, huella alguna de verdadera sensibilidad cordial. Fue frío y seco de sentimiento, incapaz de la conmoción interior de ternura. Fue tan sólo hombre de Estado, de vieja escuela española, quizá como Fernando V de Aragón�. Bien se ve que esa deficiencia que le apunto al prócer, es relativa a su carácter personal, en manera alguna al hombre de Estado. Al con- trario, lo que en una persona puede ser un defecto, en un gobernante puede ser condición muy necesaria y conve- niente. Una grande y generosa sensibilidad, de ordinario causa o efecto de excesiva imaginación, a la cabeza de una nación, puede ser y ha sido origen de calamidades para ésta. La reflexión sesuda y fría, ha sido considerada siem- pre como elemento indispensable del buen gobierno. Yo puedo, pues, estimar que una de las numerosas condicio- nes que hicieron de Santander un verdadero conductor de hombres, fue el freno de su sensibilidad. Pero esa limitación le quitó a su trato personal el calor, el entusiasmo, la amena cordialidad, alimento y estímulo de grandes afectos. El general Santander, y no podía ser de otro modo, sien- do hombre de tal importancia y de tanta enjundia, tuvo un círculo de amigo leales y decididos, que comulgaban con él en sus principios políticos y en sus ambiciones pa- trióticas, y tuvo innumerables y lejanos copartidarios, pero el hombre de las leyes no arrastraba multitudes fanatizadas como Bolívar o como Obando. 46 El ensayo en Antioquia/Selección La frialdad del juicio de Santander, establecía en torno suyo una zona de seguridad o de precaución, una zona aisladora que no permitía la íntima compenetración de los espíritus, fuente del ardoroso entusiasmo, del arrebato místico. Colombia, sin duda, salió ganando con ello. Se ha repetido que ella le debe su fisonomía política característi- ca entre las naciones latinas de la América, a la influencia de Santander. Venturosa influencia que la libró de ser arras- trada por un Mahoma o por un Tamerlán de los trópicos, o por algo peor. Santander conquistaba la estimación de las gentes, ins- piraba aprecio, imponía respeto, pero no abría los corazo- nes. Algo parecido ocurría con Napoleón en proporciones mucho mayores y en campo mucho más extenso. El pres- tigio de Napoleón electrizaba las masas, obsesionaba a dis- tancia los soldados a través de la leyenda imperial; pero no pudo nunca adueñarse de los corazones. No fue amado, ni por sus esposas, ambas infieles, ni por sus hermanos, ni por sus mariscales, ni por sus ministros. Era un solitario, una humanidad monstruosamente extensa pero aislada. Tal vez el único pecho absolutamente suyo fue el de su ma- dre; pero ella misma era tratada con ceremonia, a ella mis- ma le impuso formas protocolarias. Los buenos amigos de Santander: don Francisco Montoya, don Juan Manuel Arrubla, los doctores Fran- cisco Soto, Vicente Azuero, Ezequiel Rojas y Florentino González, el obispo Gómez Plata, el poeta Luis Vargas Tejada, los generales López y Obando, etc., le fueron fie- les y leales; pero no se ve en sus relaciones hasta dónde iba el amigo personal y dónde empezaba el cooperador políti- co. En las cartas de Santander para ellos, fuera de algunas, no muchas, amenidades cordiales, no se encuentran esas efusiones, por el momento sinceras, que se hallan en cartas de Bolívar para Santander. El ensayo en Antioquia/Selección 47 Santander se casó tarde, de 44 años, y murió apenas 4 años después, dejando dos hijas. Su matrimonio fue de es- tricta corrección y de alta conveniencia social. Pero no fue una unión idílica. Su esposa, doña Sixta Pontón, fue honorabilísima dama, que supo guardar su puesto de espo- sa y de viuda con riguroso decoro. Había en ella algo de Abadesa. En esa unión conyugal hubo mucho honor y res- peto, quizá no excesiva ternura. Dada la vigorosa naturale- za de Santander, fue exigente en su sexualidad, pero no has- ta alcanzar la del Libertador. Cuatro o cinco relaciones ga- lantes transitorias, con uno o dos frutos, se le supieron; pero una sola persistente, desde 1815 hasta poco antes de su ma- trimonio (1836). Su amada, bellísima e inteligente dama de alta alcurnia, esposa de hombre honorable y notorio, fue quizá el más grande afecto que Santander inspiró y al cual ella sacrificó todos sus deberes. Hay pruebas del inmenso amor de ella; pero, en realidad, no existen innegables y ar- dorosas de él, sólo que durante más de quince años se sintió ligado a ella, lo que pudo ser efecto tan sólo de un dulce hábito de unión con una naturaleza encantadora. Ella, ade- más, por su carácter, le alegraba la existencia. El contraste de esos dos caracteres al propio tiempo que su acomodo o su armonía íntima, evocan un busto broncíneo de un va- rón romano enlazado por una flexible y fresca madreselva. De una hermana menor y soltera de la amada de Santander, y bellísima también, se prendó el Libertador y la hizo suya en los días que estuvo en Santafé después de Boyacá, y luego en vísperas de su largo viaje para el Sur. En cartas privadas de ambos héroes, que pasaron por mis manos, se hablaban mutuamente de las dos hermanas que, por fortuna social, no les dieron descendencia. La última fue más tarde la brillante esposa de un notable granadino. En realidad, Santander, por lo inteligente, por lo vale- roso, por lo elegante, por lo bien portado, por su sangre hidalga, puede ser considerado como un verdadero cachaco 48 El ensayo en Antioquia/Selección bogotano; pero sin aquella sensibilidad creadora de deli- cias y desgracias. Creo haber explicado que el defecto que me atreví a apun- tarle al general Santander como persona humana, puede ser, y es en efecto, una cualidad de hombre de Estado. Pero don Ernesto Restrepo Tirado, que fue, y lo ha sido siempre, un buen conservador, y como tal (no discuto aquí la lógica, el acierto y el colombianismo de ello) adversario de las ideas y métodos políticos del general Santander, tan sólo por ser es- poso de una nieta de ese prócer y por ciertas empresas edito- riales relacionadas con el Archivo Santander (que explicaré alguna vez) y que no debe de ser persona muy sensible, pues en nuestra guerra de tres años lo llamaron general (creo que en la región de Caparrapí o de Paime, pero ignoro si así figuró en el escalafón) saltó a la defensa de la sensibilidad del general Santander, atacada por mi. Para ello ha querido probar que el general Santander tenía sentimentalidad cariñosa, que era un buen miembro de familia, lo que yo jamás puse en duda. Al contrario, podría añadir más significativas pruebas de ello a las apuntadas por el señor Restrepo Tirado. Mas cualquiera puede cumplir con sus obligaciones domésticas y sociales, de hombre normal, sin distinguirse por una honda y trascen- dente sensibilidad, como la que hizo de Córdoba, en ocasión que yo señalé, una almashakesperiana. El simple citar frases comunes de afecto y de amable atención del general Santander como prueba de que en él existía lo que yo apunto como ausente de su carácter, que tal es la manera como me comba- te el señor Restrepo Tiraldo, me hace recordar al bueno y pintoresco general Mestre, nuestro compatriota, muy dado a demostrar con testimonios ajenos su propia y grande impor- tancia personal y para ello publicaba esquelitas y tarjetas de atención de hombres notables, en las cuales, aunque decli- nando éstos de ordinario cortésmente alguna solicitud del general Mestre, lo trataban de respetado general y se suscri- bían a él como obedientes servidores. El candor reconocido El ensayo en Antioquia/Selección 49 del general Mestre y su inocente vanidad, le hacían tomar al pie de la letra las expresiones triviales de cortesía. Temo que las expresiones citadas por el señor Restrepo Tirado tuvieran en el general Santander el mismo valor entendido. Sentimientos familiares o asimilados a ellos, como los que muestra y alega el señor Restrepo Tirado, no alcanzan a cambiar ni siquiera a inquietar mi concepto, no gratuito ni temerario, sino surgido contra mi deseo, del largo e ínti- mo contacto que he querido establecer con las manifesta- ciones de la poderosa psicología de Santander, ávido yo de penetrarle y de comprenderle. Empero, no puedo menos que volver intranquilo sobre mis pasos, a verificar de nue- vo mis fundamentos o más bien mis impresiones sobre la sensibilidad peculiar de ese prócer, cuando veo que un cri- terio tan libre, ilustrado y equitativo como el de Luis Eduar- do Nieto Caballero (Libros colombianos en 1924, páginas 222 a 224) se pronuncia categóricamente contrario a ese mi concepto, y no sobre consideraciones domésticas, sino sobre raciocinios muy dignos de tomarse en cuenta, por sí mismos y por quien los hace. Principia por declarar que el afán de imparcialidad me llevó demasiado lejos, declara- ción que recibo agradeciéndola como un elogio. Cierta- mente, no me he propuesto ensalzar ni deprimir a Santander, y no encuentro justificado que en estudios his- tóricos deba uno, por juicio preconcebido o interesado, dejarse arrastrar al panegírico o al vituperio. Colombia especialmente exige ya una historia diferente de la que se le ha hecho en panfletos políticos, en debates parlamenta- rios, en editoriales de periódicos o por académicos de con- signa. Pero mi eminente comentador está en lo cierto al apuntar el peligro de que un empeño exagerado de mos- trarse imparcial lleve a uno hasta la injusticia y agrega: �no sólo no es difícil sino perfectamente fácil hallar la huella� profunda y eterna de sentimientos delicadísimos en la vida y en la obra de quien si tuvo frialdades ante el dolor que 50 El ensayo en Antioquia/Selección desconciertan, tuvo altas temperaturas en la gratitud y en la amistad que subyugan�. Tales huellas auténticas e indudables son las que yo no he podido encontrar. �Sentimientos delicadísimos� de dig- nidad y decoro del general Santander los he apuntado con nitidez y los he hecho resaltar en varios de mis ensayos. Frases expresivas en lo hablado o en lo escrito, no corres- ponden siempre a lo verdaderamente sentido, por ello el humano instinto no cree en zalamerías. Existen hondas sensibilidades sin expresión y muchas ternuras de dientes para afuera. Santander no fue hipócrita, lejos de ello: su frialdad se toca, se palpa y no la esconde. Yo no niego que fuera humano, en el sentido de que tenía los sentimientos de los hombres normales, menos cuando la razón de Esta- do imponía otra cosa. Pudo ser buen padre y buen amigo, y fue una y otra cosa. Pero no es ésa la sensibilidad que yo echo de menos en su carácter. La que le faltó y no fingió fue esa sensibilidad receptiva, vibrátil, exquisita, siempre pronta y lista a entrar en comunicación con las sensibilidades ajenas, para atraer- las si son afines o para repelerlas si son antagónicas, fiel re- flejo del mundo ambiente, de los cuerpos y de los espíritus, con tentáculos que todo lo presienten y todo lo anuncian. Sensibilidad que fue la fuerza y la debilidad de tantos hom- bres superiores, y que sin ella no habrían sido lo que fue- ron, y que por ella se les perdonan defectos y faltas. Esa sensibilidad creadora de los poetas y de los artistas, de los héroes-mártires, de los santos-augustos, de los caudillos-ca- lamitosos, de los taumaturgos-fascinadores. Esa sensibilidad no es lo que se llama bondad de corazón; puede existir con lo bueno y puede existir con lo malo. No se hecha de me- nos en Santander por el fusilamiento de Barreiro y sus 37 compañeros, y que sin duda es una de esas frialdades ante el dolor que el mismo doctor Nieto Caballero con- fiesa que lo desconciertan. Ya dije que esa crueldad, si así El ensayo en Antioquia/Selección 51 puede llamarse, fue fría, política, legalista. Nerón o los que se le asemejan, no fue tigre insensible, fue un artista decadente de sensibilidad extremada, extraviada, volup- tuosa, anhelosa de sensaciones nuevas y extrañas. A Lord Byron, en el drama íntimo, secreto, de su vida, comprobado sólo ahora, esa sensibilidad le hizo saltar por encima de las leyes divinas y humanas. Un hombre co- mún comete tan horrenda falta y sigue viviendo como cualquier hijo de vecino, mas esa misma sensibilidad de Byron, origen de la falta, fue causa de que ella le marcara con fuego el espíritu para siempre, pues la abismosa poe- sía de don Juan y de Astarté, fue el resultado de esa sensi- bilidad que se faltó y se hirió así misma. Pero ésa es la misma sensibilidad que por otras vías le dio al Dante su concepto entero del mundo medieval y le hizo encontrar el acento propio y la expresión única para fijar y perpetuar esa tremenda visión. Es la misma que le permitió a Shakespeare hallar la clave de los corazones, el gesto y la voz de cada pasión y de cada sentimiento. La misma que a Cervantes le hizo echar a andar por los cami- nos terrenales, juntos en comunidad de vida, en carne y hueso, al candoroso y valeroso emblema del honor y la justicia, y a la ruda y maliciosa personificación de la pro- saica realidad, en disonancia aparente y en armonía verda- dera, en escenas repetidas de melancólica decepción y de cómico regocijo, en lengua maravillosa no oída antes y para siempre perdurable. Esa sensibilidad fue la que inspiró a Vicente de Paul sus obras de alivio, de consuelo y de ayuda, y para perpetuarlas y que no murieran con él, cubrió la tierra de alas blancas que se renuevan y se multiplican en el espacio y en el tiempo. Viniendo a los nuestros: Córdoba la tuvo hasta el pa- roxismo, y ella les da a sus acciones y a su coraje un sello inconfundible. Su valor no se parece al de Maza, ni al del negro Infante, que se arrojaban al enemigo como gallo 52 El ensayo en Antioquia/Selección contra gallo, como el mastín sobre el jabalí, por impulso inconsciente e incontenible del instinto. El valor de Cór- doba es la exasperación de un espíritu contra un obstácu- lo, la angustia de que se le escape la gloria. Bolívar la tuvo, y por ella, a pesar de graves defectos de carácter y a pesar de faltas políticas trascendentales, todo se le perdona, y es adorado. Santander no la tuvo, y a pe- sar de sus fundamentales servicios, de la unidad y conse- cuencia de su vida, de la fidelidad a sus principios, de la lealtad a sus amigos, nada se le perdona, todavía se le ca- lumnia, y apenas es estimado y respetado por quienes a fondo lo conocen. Nadie se acuerda, o para ello se encuen- tra, ya explicación satisfactoria, ya excusa benévola, o to- dos le perdonamos de corazón al Libertador la entrega de Miranda, la muerte de Piar, la matanza con lanza, machete o sable de 800 españoles y canarios, prisioneros e indefen- sos, entre ellos ancianos y niños, del 8 al 16 de febrero de 1814 en la plaza de Caracas y en sus alrededores. Pero to- davía no le perdonamos a Santander el fusilamiento de 38 oficiales españoles, hombres de guerra, prisioneros cons- piradores, a tiempo de ejecutar un golpe
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