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Semana-Tragica-Vasena

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ANA IGARETA es doctora en Ciencias Naturales 
y se desempeña como becaria posdoctoral del 
CONICET, e investigadora del Departamento 
Científico de Arqueología de la Facultad de 
Ciencias Naturales y Museo (FCNyM) de la 
Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y del 
Centro de Arqueología Urbana de la Facultad de 
Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), 
dependiente de la Universidad de Buenos Aires 
(UBA). Se ha especializado en el análisis de 
problemáticas históricas dentro del campo 
arqueológico.
DANIEL SCHÁVELZON es un conocido experto 
en el patrimonio cultural de la Argentina, que se 
especializó en la arqueología urbana. Uno de los 
trabajos que más ha llamado la atención ha sido 
excavar los restos de los Talleres Vasena. Es 
investigador principal del CONICET, ha 
publicado cerca de cincuenta libros y es profesor 
titular de la Universidad de Buenos Aires. 
Asimismo dirige el centro de Arqueología 
Urbana y el área de arqueología del Gobierno de 
la Ciudad de Buenos Aires.
ARQUEOLOGÍA DE UN CONFLICTO SOCIAL:
La Semana Trágica 
y los talleres Vasena
Colección Educar al Soberano
Libro patrocinado por la 
Asociación del Personal de los 
Organismos de Control (APOC)
3
Igareta. Ana
"Arqueología de un conflicto social: la Semana Trágica y los talleres Vasena" I Ana Igareta y Daniel Schávelzon. - 1a. ed. - 
Buenos Aires, Asociación del Personal de los Organismos de Control - A.P.O.C. - 2011.
208 p . ; 20x14 cm. - (Educar al soberano)
ISBN 978-987-23331-8-8
1. Historia Social Argentina. I. Schávelzon, Daniel. II. Titulo.
CDD 982
Fecha de catalogación: 04 de abril de 2011
Ilustración de tapa: Gianluca Manograsso
Diseño y realización de tapa: Fernanda Schweinheim
Diseño de interior y diagramación: Fernanda Schweinheim
Créditos fotográficos: Archivo General de la Nación / Ana Igareta, Daniel Schávelzon, 
Vanina Castillón
Libro de edición Argentina
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723c 
Copyright 2011 Ediciones APOC 
Impreso en la Argentina 
isbn 978-987-23331-8-8
Título: Arqueología de un conflicto social: la Semana Trágica y los talleres Vasena 
Ana Igareta y Daniel Shávelzon
ARQUEOLOGÍA DE UN CONFLICTO SOCIAL:
La Semana Trágica 
y los talleres Vasena
Ana Igareta y Daniel Schávelzon (compiladores)
Colección Educar al Soberano
“Ayer fue el porvenir, y no nos dimos cuenta”
Pedro Orgambide 
H a cer la A m érica (1984)
Indice
[1 5 ] Prólogo
Mario Sabugo
[1 7 ] Introducción 
Ana Igareta
[2 3 ] Arqueología de los talleres Vasena y la Semana Trágica: 
una experiencia en la modernidad periférica 
Daniel Schávelzon
[4 7 ] La Semana Trágica: una historia 
Fernando Gómez
[8 1 ] Los establecimientos Vasena: antecedentes históricos
y descripción arquitectónica
Jorge Pablo Willemsen y Marcelo Weissel
[1 0 5 ] Excavando el pasado: tareas de intervención arqueológica 
Ana Igareta
[1 4 9 ] Artefactos metálicos de los talleres Vasena 
Jésica Frustaci y Horacio de Rosa
[1 6 9 ] Restauración de muros y vanos 
Alberto Campos y Patricia Frazzi
[1 7 3 ] Nota final 
Ana Igareta
[1 8 1 ] Agradecimientos 
[1 8 3 ] Bibliografía
Equipo de trabajo
Dra. Ana Igareta
Centro de Arqueología Urbana, FADU-UBA, Equipo de 
Arqueología Histórica, División Arqueología FCNyM - UNLP, 
aigareta@gmail.com
Dr. Daniel Schávelzon
CONICET, Centro de Arqueología Urbana, Dirección 
General de Patrimonio e Instituto Histórico, 
dschav@fadu.uba.ar
Lie. Fernando Gómez
FFyL, UBA, fedagoge@hotmail.com
Arq. Jorge Pablo Willemsen
Instituto de Arte Americano, FADU, UBA, 
jopawil@yahoo.com
Alberto Campos
Restaurador independiente, albertocampos@arnet.com.ar 
Lie. Patricia Frazzi
Centro de Arquología Urbana, DGPat, UMSA, 
frazzip@fibertel.com.ar
Jésica L. Frustaci
Grupo de Arqueometalurgia, Laboratorio de Materiales, Dpto. 
de Ingeniería Mecánica, FI-UBA. FFyL- UBA. 
jlfrustaci@gmail.com
11
mailto:aigareta@gmail.com
mailto:dschav@fadu.uba.ar
mailto:fedagoge@hotmail.com
mailto:jopawil@yahoo.com
mailto:albertocampos@arnet.com.ar
mailto:frazzip@fibertel.com.ar
mailto:jlfrustaci@gmail.com
Ana Igareta y Daniel Schávelzon (compiladores)
Horacio de Rosa
Grupo de Arqueometalurgia, Laboratorio de Materiales, Dpto. 
de Ingeniería Mecánica, FI-UBA. FFyL- UBA.
Marina Iwanow
Equipo de Arqueología Histórica, División Arqueología FCN- 
yM -U N LP
Nicolás Aguerrebehere
Equipo de Arqueología Histórica, División Arqueología FCN- 
yM -U N LP
Vanina Castiilón
Equipo de Arqueología Histórica, División Arqueología FCN- 
yM - UNLP
Lie. María Guillermina Couso
División Arqueología, FCNyM - UNLP
Romina Giambeluca
División Arqueología, FCNyM - UNLP
Julia Gianelli
División Arqueología, FCNyM - UNLP 
Elisa Micozzi
Facultad de Ciencias Naturales y Museo - UNLP 
Julieta Penesis
Centro de Arqueología Urbana, FADU. IAA, UBA
12
La Semana Trágica y los talleres Vasena
Luis Fabían Pompozzi
Facultad de Ciencias Naturales y Museo. UNLP. 
Luciana Chávez
Centro de Arqueología Urbana, FADU. IAA, UBA 
Fanny Schaefers
Centro de Arqueología Urbana, FADU. IAA, UBA
13
PROLOGO
Mario Sabugo
La historia es todo aquello que nos imaginamos acerca del 
pasado. La historia urbana es todo aquello que nos imagi­
namos acerca del pasado de la ciudad y de sus barrios. Pero 
estas maravillosas creaciones no se tejen, por así decirlo, en 
el aire. La imaginación histórica continuamente se trenza y 
se destrenza con nuestros deseos, y no menos con los objetos 
que el pasado ha tenido a bien no arrebatarnos dejándolos 
a la vista. Y cuando esto no sucede, son los arqueólogos que 
concurren una y otra vez a destapar objetos significativos 
quitándoles de encima la alfombra de los años.
Nuestra historia urbana ha sido, en general, bordada con 
las hebras del recuerdo y del testimonio -que a su manera 
también son productos de la imaginación-, sumadas a las 
lecturas e interpretaciones de los documentos escritos y a la 
observación de los monumentos y de la iconografía.
Mucho menos, nos parece, se ha procedido a la indagación 
de los aspectos propiamente materiales. Es más factible to­
parse con historias sostenidas en un relato o en una pintura 
que basadas en un objeto. La fiebre amarilla, por tomar un 
ejemplo, nos suele llegar mediante el célebre cuadro de Bla- 
nes, o a través de las estadísticas funerarias, más que por 
sus huellas patológicas o ambientales.
San Cristóbal, como Boedo, es uno de esos barrios decimonó­
nicos que, entre otras imprevisiones originales, no tenía una 
plaza. La plaza Martín Fierro, inaugurada hacia 1940, vino 
a llenar esa omisión. Pero no como producto de la ocupación
15
de un vacío, sino como sustitución de otro episodio urbano, la 
legendaria fábrica metalúrgica de Vasena. Esta plaza consti­
tuye así el vestigio o, más metafóricamente, la cicatriz, como 
se dice en el texto que sigue, de una trama histórica crucial. 
Uno de los momentos más intensamente dramáticos de la his­
toria de la ciudad en la primera mitad del siglo XX, que se da 
a partir de las reclamaciones y huelgas obreras en los talleres 
Vasena, la subsiguiente represión, y la extensión del conflicto 
a toda la ciudad durante la llamada Semana Trágica.
Todos sabíamos algo de aquello sucedido en el verano de 
1919, por muy diversas fuentes. Pero ahora la arqueología 
pone algunas evidencias más sobre la mesa de la historia, 
como los calamitosos sitios de trabajo traídos a la luz por las 
excavaciones, revelando una amarga experiencia colectiva 
que desborda las simples explicaciones socio-económicas o 
ideológicas. Detrás del telón que levanta el trabajo arqueoló­
gico, lo que aparece es ya una tragedia humana.
La Plaza Martín Fierro y sus dos muros remanentes eran, 
como tantos otros sitios y objetos, apenas “mudos testigos”. 
Ahora han empezado a hablar, arqueología mediante, según 
las investigaciones aquí compiladas - enhorabuena- por Ana 
Igareta y Daniel Schávelzon.
16
Inauguración de la Plaza 
Martín Fierro en 1940.
Introducción
Ana Igareta
Las guías turísticas que promocionanla visita a ciudades 
históricas suelen destacar, entre las bellezas locales, la ar­
monía del perfil de sus construcciones y el modo sutil como 
el paso del tiempo dejó su impronta en el paisaje urbano del 
lugar. Nadie podría decir eso de Buenos Aires. Por el contra­
rio, esta ciudad -dos veces fundada durante el siglo XVI- es 
un espacio urbano definido por las incongruencias y las cica­
trices arquitectónicas, marcas desprolijas que, en la mayor 
parte de los casos, sólo sirven para dar cuenta de lo que ya no 
está. Y lo cierto es que lo que no está es mucho, muchísimo; 
prácticamente nada queda de sus primeros trescientos años 
de arquitectura y cada vez son menos los edificios del siglo 
XIX que se mantienen en pie. Y con la desaparición de ese 
registro material se pierde la huella de las muchas ciudades 
que siempre ha sido Buenos Aires.
Pero nos quedan las cicatrices. Esa evidencia palpable de que 
ahí pasó algo y de que ese algo impactó en el lugar y afectó 
a sus habitantes. Edificios cortados al medio por rectificacio­
nes, fachadas que permanecen en pie cuando todo lo demás 
desapareció detrás de ellas, bellísimas esculturas transplan­
tadas a locaciones absurdas, escalones imperiales de mármol 
convertidos en mesa del mate de placeros; rasgos desarticu­
lados y rotos pero aún así -todavía- evidencia.
En el barrio porteño de San Cristóbal, en la intersección de 
las calles La Rioja, Cochabamba, Pasaje Barcala, Diagonal 
Oruro y la autopista 25 de mayo, la Plaza Martín Fierro ex­
hibe sus cicatrices. En esos casi 17.000 m2 de terreno des-
17
A na Ig a re ta y D a n ie l S ch á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
nivelado y unido por escaleras, una calesita de madera, los 
juegos infantiles de cemento y los bustos de proceres civiles 
conviven con una fuente central de presencia intermitente, 
una cancha de bochas techada y los restos ocasionalmente 
enrejados de dos viejas paredes de ladrillos que apenas se 
ven entre los árboles.
▲ Talleres metalúrgicos Vasena en su momento de máxima expansión.
Es difícil establecer con precisión qué parte de la historia del 
barrio representa cada uno de estos elementos, a primera 
vista incongruentes. ¿Tendrán algo que ver las lomadas y 
desniveles con el combate que enfrentó a los vecinos, bajo 
el mando de Santiago de Liniers, con las tropas británicas? 
¿Serán, si no, los restos de las trincheras que mandó cavar 
el Gobernador Carlos Tejedor cuando la provincia le disputó
18
La S e m a n a T rá g ica y lo s ta lle re s V asena
cruentamente al presidente Nicolás Avellaneda la posesión 
de la actual Capital Federal? Sobran las hipótesis que po­
drían explicar la presencia en el lugar de cada uno de los 
rasgos de la plaza y harían falta varios proyectos de investi­
gación para explorar todas las posibilidades.
En el año 1999 y gracias al esfuerzo de la Junta de Estu­
dios Históricos de San Cristóbal, la identidad de un pequeño 
sector de la plaza dejó de ser hipotética: las ruinas de esas 
dos paredes que se intersectan fueron declaradas S itio de 
Interés Cultura l al reconocérselas como uno de los escena­
rios -probable, pero no demostrado- de la llamada Semana 
Trágica de 1919. Es difícil especular acerca de la sucesión de 
eventos que permitió la conservación de esta mínima porción 
de potencial evidencia, pero la ausencia de políticas oficiales 
permite suponer que se trató de una extraña combinación de 
casualidades, azares y voluntades.
Clausurados los talleres Vasena, la gran empresa siderúrgi­
ca surgida en el siglo XIX, el edificio de la calle Cochabam- 
ba fue la primera de sus instalaciones en ser desmantelada 
y luego demolida, y el lote que ocupaba fue destinado a la 
creación de una plaza municipal, inaugurada en 1940. No 
existe una causa aparente o documentada por la cual las dos 
paredes que aún permanecen en pie sobrevivieron a la des­
trucción del resto del conjunto arquitectónico, y es posible 
que su continuidad se deba a razones que eluden la explica­
ción arqueológica. Tal vez esos mínimos tramos de paredes 
quedaron sepultados por el enorme volumen de escombros 
que resultó de la demolición de un edificio de varias plantas, 
y sólo volvieron a ser visibles una vez que los materiales 
fueron retirados. O puede ser que el encargado de la demo-
19
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
lición estuviera interesado en terminar rápido el trabajo y 
simplemente escaparon de su vista, o dejó pasar su presen­
cia asumiendo que en poco tiempo los restos de muros se de­
rrumbarían solos. Incluso es posible que quienes diseñaron 
y ejecutaron el trazado de la plaza Martín Fierro supieran 
que esos muros eran el último eslabón que unía a la ciudad 
con un evento trágico de su historia y decidieran, sin decirlo, 
conservar esa cicatriz como evidencia.
A mediados del año 2009 y ante las nuevas obras de remo­
delación de la Plaza encaradas por el Gobierno de la Ciudad, 
la Secretaría de Planeamiento Urbano del GCBA, a través 
de la Dirección de Patrimonio e Instituto Histórico, solicitó 
nuestra opinión sobre el estado de conservación del sitio y 
nos pidió que evaluáramos la posibilidad de realizar allí una 
mínima intervención arqueológica. Diseñamos entonces un 
operativo básico de trabajo, concretado gracias al auspicio de 
APOC (Asociación de Organizamos de Control), a PALECO 
S. A. (la empresa contratista que puso su equipo a nuestra 
disposición) y a la buena voluntad de un largo número de 
estudiantes y amigos de La Plata y Buenos Aires que nos 
ayudaron a llevar la tarea a buen puerto. A continuación, los 
resultados obtenidos.
20
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
▲ Foto superior: Cartel colocado por las instituciones que rescataron los muros de 
los talleres Vasena.
Foto inferior: Los talleres Vasena en pleno conflicto de la Semana Trágica.
21
Arqueología de los talleres Vasena y la 
Semana Trágica: una experiencia en la 
modernidad periférica
Daniel Schávelzon
Hacer arqueología de la modernidad no es nada sencillo y 
por muchas razones: primero, porque siquiera entender esta 
última es ya complejo -por eso tanta polémica para com­
prender lo que nos sucede cada día-; segundo, porque uno no 
busca la realidad actual sino que se topa con ella. Y tercero, 
porque nos lleva a enfrentarnos con nosotros mismos, lo que 
nunca es fácil.
Toda la arqueología es, obviamente, moderna, una lectura 
del pasado hecha desde el presente, y es ese presente el que 
determina qué y cómo leemos el pasado e incluso por qué lo 
hacemos1. Claro que una cosa es discutir sobre lo que pasó 
en algún sitio lejano como Creta, Eritrea o Roma hace tres 
mil o más años, incluso cien mil, y otra es por qué hay ni­
ños que viven y se drogan en las plazas de Buenos Aires. O 
por qué, como en el caso que nos ocupa, una industria si­
derúrgica argentina que venía creciendo imparablemente y 
sustituyendo importaciones, se quebró ante un movimiento 
obrero sin precedentes y terminó luego siendo parte de un 
país que importa hierro y acero, y los productos terminados, 
casi como ocurría en tiempos coloniales.
Estas preguntas en particular son acerca de nuestro desa­
rrollo como sociedad capitalista, sobre por qué no pudimos 
consolidarnos como tal y por qué creíamos que crecíamos 
cuando estábamos en realidad en el límite del apogeo po­
sible, previo al derrumbe. La Argentina creía que el capi-
1 Julián Thomas, Archaeology and modernity, Routledge, Londres, 2004.
23
A na Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
talismo se podía construir sin límites, que el progreso era 
imparable, pero no lo era -o al menos no ese modelo de pro­
greso, el de los Estados Unidos-. Lo que en realidad ocurrió 
fue que no pudimos detener fue el avance de otro modelo, el 
del subdesarrollo.
Restos de lo excavado entre los muros, antes de proceder a la restauración y a cubrir 
nuevamente los cimientos y pisos encontrados para su protección.
Espor eso que, más allá del trabajo particular de estudio 
de los restos de dos solitarias y olvidadas paredes de una 
plaza, encaramos esta investigación como una aventura ar­
queológica enfocada en una desaparecida industria, soste­
nida por una larga experiencia de trabajos en Buenos Aires
24
La S e m a n a T rá g ica y lo s ta lle re s V a sena
Edificio principal de los talleres durante su construcción
25
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
y en el bagaje teórico y metodológico conseguido, que nos 
ha permitido enmarcar conceptualmente nuestra labor2. Por 
suerte, desde su nacimiento mismo en la década de 1960 
en Inglaterra, la arqueología industrial se ha desarrollado 
como una actividad que implica no sólo excavar y analizar 
edificios o maquinarias, sino también esforzarse por enten­
der la vida, los padecimientos y las alegrías de los trabaja­
dores que sostuvieron el desarrollo de esas industrias. Bus­
camos comprender los procesos implicados en la producción, 
el consumo, la explotación del hombre por el hombre; pero 
también los mecanismos de la solidaridad, en el marco de la 
construcción del capitalismo y de su periferia dependiente. 
Por supuesto no todos aceptan esta perspectiva, y sin dudas 
hay derecho a ver el pasado de muchas maneras y rescatar 
de él lo que creamos adecuado; al final de cuentas y como 
decíamos, analizar los hechos es algo que hacemos desde el 
presente y por lo tanto es una actividad sujeta a múltiples 
interpretaciones. Pero las cosas se complican cuando cree­
mos que nuestras inferencias son la explicación de los he­
chos sociales que ocurrieron en un determinado lugar; es por 
ello que trataremos de presentan un ejemplo de este tipo tra­
bajo, todavía tan poco común en nuestras tierras, esperando 
que sirva para dar cuenta de su potencial.
Hoy en día, en una plaza de Buenos Aires cuyo nombre 
nada tiene que ver con su historia, existen relatos visibles de 
obras precedentes, de lo que sucedió allí hace tiempo. Claro
2 Eleanor Conlin y James Symons (editores), Industrial Archaeology: future directions, 
Springer, Nueva York, 2006.
26
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
que resulta difícil leerlos, entender por qué hay un desnivel, 
una escalera, un jarrón, un viejo árbol, unas paredes aban­
donadas. Elementos que muestran al que sabe mirar que allí 
hay una historia destruida y posiblemente enterrada, que en 
ese lugar pasaron cosas -naturales o históricas- que hicieron 
que esa plaza sea como es. Todo es el resultado del tiempo, 
con o sin cultura. No importa que haya sido remodelada diez 
veces, la evidencia material del pasado permanece porque 
es compleja de borrar y persiste también en la memoria, 
porque queda en los papeles -y en fotos y planos- y porque 
sigue bajo tierra. Incluso si las paredes de las que hablamos 
no fueran las de los talleres Vasena, si fueran posteriores y 
construidas quién sabe por qué, seguirían siendo el símbolo 
que representa lo que une la memoria con el lugar. Y por 
suerte. Porque explican que esa calle oblicua en un extremo 
de la plaza no es un sinsentido, sino lo que queda del trazado 
de las vías de un tren que unía, en una gigantesca trama 
urbana, las zonas industriales y el Riachuelo, en donde esta­
ban las otras fábricas e incluso una de las sedes de Vasena.
Publicidad del Gobierno de la 
Ciudad por la restauración de 
la fuente central en 1999 que 
sería destruida en 2009. ¿Ha­
ciendo arqueología para el 
futuro?.
27
A n a Ig a re ta y D an ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Última imagen de la antigua fuente antes de ser destruida.
Cuando entramos hoy a la plaza vemos que hay una zona 
con un fuerte desnivel, una especie de cerrito de un par de 
metros de altura al que se accede por escaleras, que tiene 
unos viejos árboles encima -prueba de que no es moderno- y 
en el que, absurdamente, el visitante desprevenido se en­
cuentra con los restos de dos paredes maltrechas, golpea­
das, casi destruidas. Es más: si se observa con atención, se 
ve también que hay por ahí cerca un viejo pedestal con un 
jarrón de mármol, y que en otros sitios de la plaza donde la 
lluvia todavía erosiona el suelo, asoman los restos de pisos 
de adoquines, de piedra de Hamburgo -levantados en 2009-, 
de baldosas franceses de 1900 y de estructuras de hierros de 
diverso tipo. Algo debía haber habido antes para que todo 
eso quedara allí abajo.
Sin necesidad de recurrir a la documentación a raudales que 
existe sobre los talleres Vasena que funcionaron donde hoy
28
Basura entre los muros históricos: nó­
tense las marcas que el fuego dejó en el 
rincón, el carbón en el piso y la acumu­
lación de casi un metro de sedimento.
Detalle de restos de carbón y hollín, la­
drillos calcinados y restos varios de las 
actividades que, cada noche, afectaban 
el lugar histórico.
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
está la plaza Martín Fierro, y a los muchos libros que rela­
tan los sucesos de la Semana Trágica, esos datos aislados ya 
nos indicaban a los arqueólogos que había un interrogan­
te bajo el piso. Si además cruzamos esa información con la 
historia, las fotos, los planos y con el lugar que la memoria 
señala como sitio en que el movimiento obrero nacional se 
puso los pantalones largos, nos encontramos con un sitio ex­
cepcional para trabajar. Para excavar y hacernos preguntas.
Pero... acercarse al lugar incluso de día representaba un pe­
ligro: abandonado por años, era un oscuro dormitorio de lin­
yeras y de vándalos; lugar de reunión de quienes, para que­
jarse de las intervenciones municipales, destruyeron lo que 
quedaba; territorio de vecinos que, para obligar a mantener 
la memoria de los talleres, quemaron carteles y rompieron
29
A n a Ig a re ta y D a n ie l S ch á ve lzo n (c o m p ila d o re s )
paredes. En los rincones se amontonaban jeringas, basura 
de todo tipo y computadoras desarmadas; más que nada, se 
presentaba como un escondite perfecto para la prostitución 
y las drogas. Un manchón de hollín marcaba el lugar donde 
por años se vendiera choripán y, cerca de allí, un amonto­
namiento de clavos indicaba el punto donde se desarmaban 
los cajones que se tiraban el fuego; las bolsas y plásticos en 
el piso detrás de la pared más larga indicaban los sitios de 
sexo o sueño. Los árboles que actualmente rodean los mu­
ros parecían haber sido cuidados precisamente porque es­
condían aun más el lugar histórico de las miradas ajenas, 
sin reja desde que los mismos que se quejaron porque había 
sido puesta -síndrome de supuesta privatización- dejaron el 
lugar abierto a la destrucción.
Restos de paredes que aún permanecen en la parte antigua de la plaza antes de las 
excavaciones, pasando inadvertidos entre el pasto y el abandono.
30
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
Incluso con semejante dificultad, el sitio tenía un atractivo 
extraordinario para ser estudiado: allí habían estado los fa­
mosos talleres Vasena; ahí comenzó la Semana Trágica en 
que cientos, tal vez miles de obreros, fueron brutalmente 
asesinados o heridos; allí nacieron los grupos parapoliciales 
tan comunes luego en el país; allí el movimiento obrero se 
fogueó en la lucha contra el Estado que, aunque democrá­
tico, los reprimió brutalmente. Y era, además, un excelente 
caso de estudio de una gran empresa siderúrgica que nació 
en el país, creció, sustituyó lo importado y mostró la posi­
bilidad de desarrollo propio -capitalista al fin-, pero cuya 
realidad se vio limitada por la del país. Para continuar fun­
cionando como lo hacía, Vasena tuvo que reprimir las exi­
gencias de sus trabajadores en lugar de contribuir a mejorar 
su condición laboral para aumentar la producción; presionó 
al Gobierno para que desarticulara el conflicto y apoyó la 
actividad de milicias no oficiales que atacaron a los obreros. 
Y terminó desarmándose, demolida tras ser vendida a capi­
tales extranjeros que lentamentela hicieron ineficaz como 
industria, que la descapitalizaron, hasta que sus talleres 
terminaron convertidos con los años en una plaza y luego 
en un rincón de droga y robo. Como historia de un país, o al 
menos como síntesis de su historia, resulta patético.
Aceptar realizar el trabajo arqueológico implicó plantearnos 
qué posibilidades teníamos de recuperar información signi­
ficativa sobre lo allí sucedido. ¿Quedaban huellas en el lugar 
de lo que había pasado?, ¿Era posible que nuestro trabajo 
contribuyera a entender mejor lo sucedido?, ¿Podía nuestra 
interpretación darle fuerza al sitio para que la comunidad 
recordara lo que sucedió y decidiera protegerlo? Si encon­
trábamos evidencias materiales de los eventos en cuestión,
31
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
¿serían significativas para la memoria? Todas estas pregun­
tas y algunas certezas son las que trataremos de desarrollar 
en este libro. Vamos a presentar evidencia de las pésimas 
condiciones en que se trabajaba en la fábrica, datos surgidos 
no del relato de participantes, testigos o detractores, sino 
del análisis de los restos de lo que fue su instalación: de los 
talleres con temperaturas tan agobiantes que convertían los 
ladrillos de las paredes en vidrio, de lo mínimo de los espa­
cios por donde se movían los obreros, de la falta de ventilación.
Ver todo esto no es cosa menor para entender por qué se 
produjo allí un levantamiento social obrero de enorme mag­
nitud. No fue el primero en el país, pero sí fue, tal y como la 
semana que lo contuvo, trágico. Cambió el movimiento obre­
ro para siempre y también la forma en que sería reprimido, 
mediante la organización de bandas como la Liga Patriótica 
-la Triple A sólo fue su sucesora-, para que el Estado queda­
ra, o intentara quedar, con las manos limpias.
La plaza Martín Fierro y los restos de los talleres Vasena de­
ben permanecer como testigos de una historia que nos mues­
tra que el camino al crecimiento pasa por la igualdad, la no 
explotación y el trabajo solidario. Que en algún momento el 
país se equivocó en su recorrido y frustró sus posibilidades 
de ser parte del Primer Mundo, no solamente por mandatos 
externos sino por contradicciones internas. A todos nos es 
más fácil olvidar lo negativo y recordar lo positivo, nuestro 
inconsciente funciona así y sirve para autoprotegernos; por 
eso necesitamos recordar.
El martes 7 de enero de 1919 se inició en Buenos Aires una 
serie de eventos que marcaron que la vida de los porteños
32
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
había cambiado y la del país también. Ese martes comenzó 
la huelga de los obreros de los talleres Vasena, que rápida­
mente desató una fuerte represión policial con disparos y 
muertos. No era, ya dijimos, la primera huelga que se vivía 
en la ciudad, ya que desde hacía unos años los obreros se 
habían organizado y enfrentaban las absurdas condiciones 
laborales a que estaban sometidos. Pero este caso fue dife­
rente, muy diferente: desnudó la realidad de que existía un 
país distinto del pretendido por la Generación oligárquica 
de 1880 y que muchos creían que seguía vigente. En 1916 
había asumido el primer gobierno elegido por voto secreto, 
con el que el Radicalismo había llegado al poder con Hipólito 
Yrigoyen. En ese entonces, los hijos de los inmigrantes -los 
que componían la servidumbre, los operarios, aquellos que 
antes eran mal vistos por las familias tradicionales- se con­
virtieron en quienes definían la política nacional. Es que, si 
bien el poder fomentó la inmigración, jamás sospechó que los 
recién llegados les disputarían el lugar.
Evidencias del pasa­
do a la basura: una 
gran piedra de Ham- 
burgo de las antiguas 
veredas, adoquines 
y pizarras de un te­
cho descartado en el 
escombro de la obra 
moderna (2010).
33
A na Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Evidencias del pasa­
do a la basura: una 
gran piedra de Ham- 
burgo de las antiguas 
veredas, adoquines 
y pizarras de un te­
cho, descartado en el 
escombro de la obra 
moderna (2010).
Sin embargo, y pese a que el gobierno de turno era demo­
crático, o precisamente por eso, el movimiento huelguista de 
enero de 1919 se extendió rápidamente y creció como nunca 
antes nadie lo había visto. La represión se desató también 
como pocos imaginaron, y hubo heridos, muertos, incendios, 
asaltos, barrios tomados y fuerzas de seguridad que actua­
ron con toda violencia porque la situación se les fue de las 
manos. Pero las cosas cambiaron cuando a partir del día 10, 
un grupo de militares reunidos en el Círculo Naval e impul­
sados por el jefe de la Armada, el almirante Bustos Domeq, 
acompañado por el general Dellepiane, empezaron a convo­
car a sus amigos civiles para organizar un grupo paramilitar 
que reprimiera al movimiento obrero3. Consideraban que el 
Gobierno no podía controlar la situación y decidieron hacerlo 
por su propia cuenta; esta primara Guardia Cívica (hoy la 
llamaríamos parapolicial o paramilitar), armada y violenta, 
rápidamente se organizó bajo las consignas de “E v ita r otro 
Petrogrado de 19I T ’ -es decir, la Revolución Rusa de Lenin-
3 Beatriz Seibel, Crónicas de la Semana Trágica, enero de 1919, Ediciones Corregidor, 
Buenos Aires, 1999.
34
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
y “atacar a rusos y catalanes”, sindicados como los enemigos 
anarquistas y comunistas, y salieron a la calle con el visto 
bueno policial. El mismo general Dellepiane había creado 
poco antes algo parecido para proteger las fiestas del Cente­
nario, la Policía Civil Auxiliar, que después fue desarmada4; 
recordemos que las grandes fiestas del Centenario se hicie­
ron en una ciudad militarizada y en estado de sitio.
Uno de los líderes de la represión de la Semana Trágica, 
Juan Carulla, contó en sus memorias cómo la organización 
paramilitar que nació para detener el movimiento obrero 
rápidamente se transformó en anti-extranjera, y luego en 
racista y antisemita; los barrios judíos fueron atacados e in­
cendiados, se asesinó, violó y robó con impunidad y a límites 
no imaginados en un país donde la presencia de inmigrantes 
siempre fue enorme. El escritor Arturo Cancela, tras ver por 
primera vez en su vida uno de esos asesinatos, escribió:
“Hasta el momento yo no había visto m orir a nadie (...) sin 
embargo es el incidente más triv ia l que se pueda im aginar: 
usted se pone en torno del brazo izquierdo la cinta del gato 
de su casa o la liga de la mucama, coge un revólver, sale a la 
calle y le pega un tiro en el corazón al p rim er hombre h um il­
de que le parezca sospechoso. Con eso ha dejado usted en la 
orfandad a media docena de chiquilines, pero en cambio ha 
Consolidado las Instituciones”5.
4 José R. Romariz, La semana Trágica: relato sangriento del año 1919, Ediciones Hemis­
ferio, Buenos Aires, 1952.
5 Arturo Cancela, Una semana de jolgorio: tres relatos porteños, Edición del autor, Buenos 
Aires, 1922.
35
Posible sitio de im­
pacto de un proyectil 
de grueso calibre 
que quebró el piso 
de cemento y el con­
trapiso inferior en 
ondas concéntricas.
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Y a tal grado fue tremendo que el propio Juan Camila, uno 
de los ideólogos de la ultra derecha nacionalista, no pudo 
creer que se produjera esa confusión entre judíos y comu­
nismo, y que por su propia culpa se desatara “el primer pro- 
grom argentino”6. El general Dellepiane lo definió bien ante 
la evidencia de que eran ellos los que habían perdido el con­
trol, al decir que: “Son menester las medidas adoptadas para 
buscar y aislar a los elementos perturbadores exóticos que 
han provocado el actual estado de cosas”; ante la respuesta 
de sus allegados, de que entre los agitadores habían muchos 
argentinos y no sólo extranjeros, concluyó: “Indudablemente, 
pero la mayoría está formada por extranjeros que han traído 
a este ambiente sus odios, sus pasionesy sus extravíos”. Que­
daba claro que para los represores, ser extranjero, “maxima- 
lista”, comunista, anarquista, judío, ruso, catalán, socialista 
o sindicalista era lo mismo, y que por ende debía ser comba­
tido y extirpado. La identidad del enemigo era obvia: todos
6 Los “progrom” eran matanzas de pobladores judíos que hacían en forma regular los 
cosacos -soldados del zar- en el sur de Rusia en los finales del siglo XIX; Juan E. Carulla, 
Al filo de medio siglo, Editorial Huemul, Buenos Aires, 1951.
36
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V a sena
los que no fueran ellos mismos, la prosapia venerable; los de 
enfrente eran los nuevos otros porque el indio, el gaucho y el 
negro ya no existían, habían sido exterminados de una for­
ma u otra. No importó que entre los mismos judíos hubiera 
quienes se oponían al internacionalismo, incluso quienes ha­
bían pertenecido a grupos “minimalistas” anti-comunistas y 
anti-socialistas; desde afuera todo era lo mismo.
 Las paredes tal 
como fueron encon­
tradas, incluyendo 
maderas para hacer 
fuego y para acos­
tarse en las noches.
37
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Por otra parte, la Guardia Cívica se había transformado en 
pocos meses en una agrupación de asociaciones: Federico 
Leloir representaba al Yacht Club, Jorge Astaeta al Círculo 
de Armas, el capitán Aldao al Club del Progreso, Raúl Sán­
chez Elía al Jockey Club y, por supuesto, el Círculo Naval 
tenía una lista encabezada por los Unzué, Estanislao Zeva- 
llos (quien después renunció con fuertes críticas), el Perito 
Moreno, Ibarguren, Biedma, Santamaría, Sáenz Valiente, 
Anchorena, Peña Unzué, la familia Mitre, Paz, Uriburu, Do- 
dero, Rocha, Tornquist, Roca, Alzaga, Aldao y Martínez de 
Hoz por si faltara algún apellido. El día 17 se anunció la 
creación de la Liga Patriótica Argentina como “organización 
permanente (para) evitar el contagio entre los débiles” de las 
nuevas ideas políticas; a su frente estaba el nuevo ideólogo 
de la ultraderecha, Manuel Carlés, profesor de historia del 
Colegio Militar y de la Escuela de Guerra y también de mo­
ral cívica en el Nacional Buenos Aires7. ¿Les enseñaría a sus 
alumnos del colegio a matar y a torturar?
 Detalle de un muro; en 
toda su superficie se 
empotraron estantes 
que limitaban el paso 
de las personas dentro 
de las estrechas habi­
taciones.
7 Luis María Caterina, La Liga Patriótica Argentina: un grupo de presión frente a las con­
vulsiones sociales de la década del 20, Corregidor, Buenos Aires, 1995.
38
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
▲ El piletón central, posiblemente usado para enfriar fundiciones, anulado con un relleno 
de chapas de techo dobladas; la destrucción quebró los bloques de hormigón con su 
violencia.
▲ Bloques de cemento empotrados en el piso para sostener un posible puesto de venta 
de choripán, y que destruyeron los restos de construcciones anteriores.
39
A na Ig a re ta y D a n ie l S ch á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Todo era tan absurdo -además de trágico- que, cuando el 18 
de enero el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos A i­
res aceptó un aumento de sueldos que establecía un ingreso 
mínimo de $ 100, hubo una oposición que consideró que “ese 
aumento es inm oral y disolvente, porque de golpe y porrazo 
lleva a la abundancia y a la concupiscencia del excesivo bien­
estar a hombres acostumbrados a la sobriedad y estrechez”. 
Se expuso que los aprendices no debían ganar sino pagar 
y que si los recolectores y carreros ganaban $ 60 “y no han 
muerto de hambre, ergo pueden v iv ir (...) ¿Por qué no ha de 
ser feliz el obrero m unicipal con su vida de $ 48 mensuales? 
A l fin y al cabo es vida8 . El 22 de enero la Cámara de Dipu­
tados trató el tema de la jornada de ocho horas por primera 
vez; Leopoldo Lugones escribió luego, en el marcado giro que 
lo acercó hacia la derecha extrema, que “La fijación de un 
salario m ínim o y la lim itación de la jornada de trabajo, su­
prim en la libertad prim ord ia l del hombre” 9.
¿Cuántas víctimas hubo en aquellos enfrentamientos? Im­
posible saberlo, secreto oficial. Los datos oscilan entre 60 
y 1356 muertos y hasta 5000 heridos graves; para los dia­
rios como La Vanguardia hubo 700 muertos, 2000 heridos y 
3000 detenidos; para algunos historiadores, en todo el país 
se encarceló a 55 mil obreros. Pero los números sólo son 
imprecisos en el lado de los trabajadores; todas las fuentes 
coinciden, en cambio, en que entre las fuerzas armadas sólo 
hubo cuatro muertos y nueve heridos. Para las familias de 
los huelguistas y quienes los apoyaron fue un mundo; para 
las familias de los barrios catalanes y judíos fue el regreso
8 Beatriz Seibel, Crónicas... (1999), pág. 207.
9 Leopoldo Lugones, La grande argentina, Buenos Aires, 1930.
40
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
a lo peor de su historia, la que jamás olvidarían - "vuelven, 
siempre v u e l v e n "-; para las grandes familias apenas fue un 
incidente más. Como dijo Canilla, sólo se arrepintió cuando 
vio, después de 1930, a dónde había ido a parar el país con 
sus ideas. Al menos algunos entendieron algo e hicieron su 
mea culpa.
 Sector excavado para­
lelo a uno de los muros 
en el que se observa 
que toda evidencia de 
una estructura anterior, 
incluso los pisos, había 
sido destruida, que­
dando sólo restos de 
demolición moderna.
Poco más tarde, muy poco, explotaría la Patagonia con los 
levantamientos de obreros de 1921 y 1922, con las masivas 
matanzas de peones rurales que para algunos llegaron a 
mil personas y que sólo terminaron cuando fue asesinado 
su principal ejecutor, el tristemente célebre coronel Benigno
41
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Varela, en 1923. Idéntica suerte corrió su agresor, detenido 
en la Penitenciaría Nacional, en una Argentina ensangren­
tada y llena de violencia. ¿Alguno de aquellos represores ju­
veniles imaginaría que hoy los sitios de las matanzas serían 
lugares históricos y que una escuela patagónica llevaría el 
nombre de Facón Grande, un líder de la peonada? La clase 
social que tanto lloró al coronel Varela y que censuró con 
saña los libros que contaron la verdad10, ¿habrá alcanzado a 
imaginar hoy que su apellido es un insulto en el país y que 
por algo no hay un monumento a su memoria?
Pero el genocidio más horrendo de esos años fue la Masacre 
de Napalpí, olvidada por muchos dado que ocurrió en 1924 
en un lejano Chaco pero en la que casi se exterminó a lo que 
quedaba de la población aborigen. El conflicto surgió en ese 
territorio que aún no era provincia pero que había vivido 
un rápido crecimiento de las plantaciones de algodón y de 
la apetencia por las tierras de cultivo, pagando sueldos de 
hambre. Ello desató una primera huelga indígena organiza­
da por los caciques y cuyos participantes se reunieron en la 
localidad de Napalpí, donde comenzaron las negociaciones. 
El interventor que representaba al Gobierno, Fernando Cen­
teno, se negó a cualquier acuerdo, pidió refuerzos policiales 
y, con la excusa “de un malón”, usó un avión para incendiar 
la zona, cubierta de vegetación seca; al salir, los indígenas 
fueron ametrallados indiscriminadamente. Los sobrevivien­
tes fueron buscados para ser degollados algunos, empalados 
otros y hasta mutilados muchos, para exhibir sus orejas y
10 José María Borrero, La Patagonia Trágica (1928),Editorial Americana, Buenos Aires, 
1957 y Osvaldo Bayer, Los vengadores de la Patagonia Trágica, 3 vols, Editorial galerna, 
Buenos Aires, 1973-74.
42
La S e m a n a T rá g ica y ios ta lle re s V asena
genitales en la cercana ciudad de Quitilipí. Los muertos se 
calculan en casi ochocientos entre los indígenas y ni un solo 
herido entre los militares. El escándalo fue rápidamente si­
lenciado bajo la excusa de que se trató de una “sublevación 
indígena”.
 Sector excavado en el 
interior del ángulo de 
las paredes históricas,con restos de pisos y 
cimientos de la fábrica, 
aún visibles.
Vasena en Buenos Aires, Santa Cruz en el sur, Napalpí en 
el noreste, todos sangrientos símbolos de su tiempo. En la 
Patagonia, sólo desde hace unos pocos años se investiga y se
43
A na Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
ha tratado de entender con datos concretos la historia de lo 
que sucedido realmente; en el Chaco, hasta el 2008, los he­
chos de la matanza no podían ser enseñados en las escuelas 
porque el tema no estaba en los programas nacionales de 
educación". Y, sin embargo, quizás sean esos eventos los que 
nos permitan entender el quiebre de una nación que crecía 
pero que transformó su incipiente desarrollo en una secuen­
cia no interrumpida de barbarie en el poder.
Esa era la nueva Argentina del siglo XX, en la que la rectora 
influencia de la Generación de 1880 se había acabado -sus 
protagonistas ya estaban casi todos muertos o eran venera­
bles ancianos- y donde la inmigración había transformado la 
realidad nacional golpeada por la Primera Guerra Mundial 
que cerraba el comercio e impedía el viaje a Europa de los 
jóvenes adinerados. También en el exterior, la Revolución 
Rusa mostraba que el mundo se hacía cada día más complejo 
y sus ideas democráticas y participativas se difundían rápi­
damente por Europa y llegaban a América; mientras tanto, 
Alemania estaba en llamas con Rosa Luxemburgo. En ese 
contexto, nuestros ideólogos locales confundieron las cosas: 
creyeron que los enemigos eran los pobres inmigrantes tra­
bajadores que traían nuevas ideas, que se creían con derecho 
a pensar que era posible un mundo mejor. Así se fue estruc­
turando un nacionalismo que tomó variadas formas -desde
11 80 años de la masacre de Napalpí, Agencia Walsh, 20 de julio 2004; Mario Vidal, Na- 
palpí, la herida abierta, Librería de la Paz, Resistencia, 1998; Darío Aranda, Una masacre 
que lleva 80 años de memoria prohibida, Página 12, 18 de enero 2008; Carlos Martínez 
Sarasola, Nuestros paisanos los indios, Emecé Editores, Buenos Aires, 1992; Expediente 
1.630/04 caratulado “Asociación Comunitaria La Matanza c/Estado Nacional s/lndemniza- 
ción por Daños y Perjuicios” en el Juzgado Federal de Resistencia; el juicio fue rechazo 
por el Estado en 2006, un año antes se hallaron y estudiaron más de cien tumbas en el 
lugar; Pedro Solans, Crímenes en sangre, Ediciones del Boulevard, Córdoba, 2008.
44
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
las más democráticas hasta las muy violentas, desde las oli­
gárquicas hasta las populares- las que caracterizaron al país 
por el resto del siglo XX. Y las palabras con que comenzamos 
este libro se hicieron, tristemente, verdad: “Ayer fue el porve­
nir, y no nos dimos cuenta”12.
12 Pedro Orgambide, Hacer la América, Bruguera, Buenos Aires, 1984.
45
La Semana Trágica: una historia
Fernando Gómez
En la segunda semana de enero de 1919 el calor que ca­
racteriza el primer mes del año en Buenos Aires se hizo sen­
tir sin reparos. Por la tarde, la temperatura no bajaba de 
los treinta grados y sólo a la noche una brisa reparadora 
aliviaba un poco la pesadez que se vivía. Desde el 10 de ene­
ro no se podía salir a la calle; realizar siquiera las tareas 
cotidianas era peligroso, porque el Ejército, la Policía y gru­
pos de civiles armados perseguían a quienes se les cruzaban. 
Paulina Viviani, una nena de trece años que vivía con su 
familia de origen italiano en la calle Cabrera esquina Busta- 
mante, tampoco había salido de su casa. Sin embargo no fue 
suficiente: soldados del Ejército entraron en la humilde vi­
vienda y realizaron disparos a mansalva con armas de gue­
rra. Paulina huyó despavorida por un pasillo pero las balas 
la alcanzaron; una vez caída, un soldado la apuñaló por la 
espalda ante la mirada atónita de su madre. Su hermano de 
veintiún años corrió igual suerte.
Por esos mismos días, el Goyo Larsen y Camilo Pizarro, dos 
muchachos veinteañeros con aspiraciones de alta sociedad, 
se alistaron en el Círculo Naval para formar parte de los 
grupos de civiles que rondaban las calles buscando hombres, 
mujeres y niños a quienes amedrentar o agredir. En su pri­
mer día de actividad, en el Círculo les habían proporcionado 
un auto para que se movieran con facilidad por la convulsio­
nada ciudad; luego de interceptar a un muchacho que porta­
ba una bandera roja, se la robaron para llevarla como trofeo. 
Lamentablemente no sería esa la peor de sus acciones; días 
más tarde y estando ofuscado, Pizarro, fuera de control, in-
47
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
gresó con Larsen a un billar donde dispararon indiscrimina­
damente a la concurrencia.
Tanto los hechos descriptos como sus protagonistas son acon­
tecimientos y personajes de ficción, creados por David Viñas 
en su relato En la semana trágica 13. Si los tenemos en cuenta 
es porque la creación de Viñas surge de la recopilación de 
relatos orales que dan cuenta de la inédita situación que se 
vivió en Buenos Aires en los primeros días de 1919. De he­
cho, el asesinato de Paulina y su hermano fueron reales y 
de los más discutidos por ese entonces. El embajador italia­
no pidió explicaciones por lo sucedido al presidente Hipólito 
Yrigoyen, y los diarios conservadores intentaron justificar 
la masacre repitiendo la versión oficial que indicaba que la 
niña tenía en sus manos una pistola; pocos lo creyeron.
▲ Escena de las manifestaciones ocurridas durante el traslado de los muertos hasta el 
sitio en el que se realizó el velorio.
13 David Viñas, En la semana trágica, Jorge Álvarez Editor, Buenos Aires, 1966.
48
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
▲ Carros quemados y barricadas en la ciudad: los bomberos en acción.
Comenzamos mencionando estos acontecimientos como un 
punto de partida que nos permita profundizar y contextua- 
lizar los eventos entonces ocurridos. Para hacerlo, es nece­
sario preguntarse ¿qué había pasado en el país para llegar a 
semejante nivel de barbarie?, ¿por qué motivo los enfrenta­
mientos entre grupos obreros y las fuerzas del orden gene­
raron un caos pocas veces visto y desembocaron en un nivel 
de represión sin igual? Todo comenzó como una escaramuza 
entre obreros en huelga de la empresa metalúrgica Vasena 
y rompehuelgas que trabajaban custodiados por la Policía, 
y culminó como un proceso represivo en el que participaron 
civiles, policías e incluso el Ejército, en el que se utilizaron 
armas pesadas como ametralladoras y cañones. Se estima 
que la cantidad de víctimas fatales registradas hasta el res­
tablecimiento del orden fue significativa, pero dado que el
49
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
gobierno de Yrigoyen no brindó un número oficial de muer­
tos, las diferencias son inmensas según qué testimonio se 
siga. Para un comisario que cumplía actividades en los suce­
sos hubo entre 60 y 65 muertos; para diplomáticos de los Es­
tados Unidos los caídos fueron 1356. Los diarios socialistas 
y anarquistas de la época hablaron de más de 700 personas 
fallecidas, 4000 heridas y 45.000 prontuariadas como resul­
tado de los enfrentamientos.
Más allá de los números y su significado en aquel tiempo, 
intentaremos entender cómo se inició y desarrolló esta con­
frontación, y qué sucedió durante esa segunda semana de 
enero que quedó grabada en la memoria popular argentina y 
pasó a la historia como la Semana Trágica.
El camino preliminar y el estallido
En 1919 Argentina se contaba entre los países más conso­
lidados económica y comercialmente del continente; incluso 
se perfilaba como una potencia pujante en el campo interna­
cional, a medida que sus exportaciones encontraban ávidos 
mercados en diversos países de una Europa golpeada por la 
guerra. Este perfil prometedor tenía, sin embargo, una oscu­
ra contracara, la de una gran parte de la población que no 
se veía beneficiada con las ganancias obtenidas por el paísy 
que luchaba infructuosamente contra la pobreza.
El modelo económico predominante, denominado agroexpor- 
tador, se caracterizó por estar enfocado en la producción de 
materias primas para los mercados internacionales y por un 
pobre desarrollo de la industria nacional. A ello se sumó una
50
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
importante presencia de capitales extranjeros, sobre todo 
ingleses, en el control de sectores clave de la economía tales 
como el ferroviario. El diseño y la ejecución del modelo han 
sido atribuidos a la denominada Generación del 80, siendo 
1880 la década en que comenzaron a delinearse las propues­
tas políticas que condujeron a la implantación del menciona­
do esquema agroexportador. La victoria de Julio Argentino 
Roca en las elecciones presidenciales de ese mismo año inau­
guró una etapa marcada por el control -que algunos llaman 
manipulación- de las elecciones por parte de los grupos polí­
ticos dominantes, en aras de una pretendida modernización 
del país. Roca fue, sin duda, una de las figuras de más peso 
de la Generación del 80, dos veces presidente y persona muy 
influyente incluso después de culminados su mandatos.
▲ Velorio de los asesinados por la represión, traslado de los féretros por la calle en medio 
de los ataques y la violencia.
51
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
▲ Velorio de los asesinados por la represión, llevando los féretros por la calle en medio 
de los ataques y la violencia.
Los cambios que vivió el país entre las últimas décadas del 
siglo XIX y las primeras del XX fueron vastos. En lo que res­
pecta a la producción agrícola la superficie cultivada aumen­
tó de manera exponencial, de 580.000 hectáreas en 1872 a 
24.000.000 en 1915. La producción se centraría a partir de 
entonces en maíz y trigo para exportación, convirtiendo a la 
Argentina en uno de los máximos exportadores mundiales en 
la materia. El despegue comercial de los cultivos del litoral y 
la pampa húmeda aumentó la brecha económica que separa­
ba dichas regiones de las demás áreas productivas del país.
El crecimiento poblacional fue otro de los factores que se de­
sarrolló significativamente; la ciudad de Buenos Aires pasó 
de tener 187.100 habitantes en 1869 a 1.575.000 en 1914, y 
la población económicamente activa (PEA) de todo el país 
se incrementó de 923.000 personas en 1869 a 3.360.000 en 
191414. Este aumento se debió fundamentalmente a la gran
14 Datos extraídos de los resultados del primer y el tercer censo nacional. Citado por Mirta
52
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
cantidad de inmigrantes que ingresaron entonces a la Argen­
tina, y que se ubicaron en las regiones de mayor actividad 
económica. Resulta interesante mencionar que, de los ocho 
millones de inmigrantes llegados en el periodo comprendi­
do entre 1870 yl914, aproximadamente cuatro millones y 
medio retornaron a sus países de origen, en su mayoría des­
ilusionados con la realidad económica del país que distaba 
bastante de la soñada por quienes arribaban por primera 
vez al Río de la Plata.
El proyecto agroexportador no se desarrolló sin conflictos 
políticos. La principal oposición provino de la Unión Cívica 
Radical, con Leandro Alem15 como primera gran figura. Su 
suicidio, ocurrido en 1896, derivó en el ascenso político de 
su sobrino, Hipólito Yrigoyen. La actividad política de este 
último había comenzado al ser electo diputado provincial, 
y continuado luego con su nombramiento como diputado 
nacional. La proscripción sufrida por la UCR llevará a que, 
hacia fines del siglo XIX, el partido desarrolle una línea polí­
tica intransigente, caracterizada por la abstención electoral 
permanente, la denuncia de fraudulento al sistema de vo­
tación y la utilización de la protesta armada como recurso 
válido de oposición.
Para la misma época, la clase trabajadora comenzó a explo­
tar espacios de reunión y expresión política, en los que se 
inició la lucha por distintas reivindicaciones obreras. En un 
principio se trató de asociaciones que buscaban resolver pro-
Zaida Lobato, Los trabajadores en la era del progreso, en: El progreso la modernización y 
sus límites (1880-1916) Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
15 Su apellido originalmente era Alen pero lo había modificado para diferenciarse de su 
padre, Leandro Alen quien había sido ahorcado por pertenecer a la mazorca rosista.
53
A na Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
blemas puntuales de los agrupados, tales como la Sociedad 
de Ayuda Mutua creada por los tipógrafos en 1854. Con el 
correr de los años estas instituciones y las que reunían a 
los inmigrantes por sus países de procedencia, se volvieron 
fundamentales como herramienta social de los reclamos la­
borales de los trabajadores. Cabe recordar que, por enton­
ces, las condiciones de trabajo eran infrahumanas y que la 
jornada laboral se extendía de sol a sol. La Ley de descanso 
dom in ica l, por ejemplo, fue recién sancionada en 1905 y era 
sólo efectiva en la Capital Federal, siendo además constan­
temente violada por los empresarios sin perjuicio alguno.
▲ Los talleres de Vasena y las chatas incendiadas en su puerta, inicio de los eventos 
más violentos.
54
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
En 1890 se realizó en nuestro país el primer acto conmemo­
rativo de la matanza de obreros ocurrida en Chicago el 1º de 
mayo de 1886, un recordatorio que núcleo a distintos grupos 
y organizaciones de obreros. El germen de ese encuentro se 
consolidó en 1894, cuando nació el Partido Socialista y co­
menzó a editarse el periódico La Vanguardia con el objeto de 
expresar sus ideas políticas. El nuevo siglo trajo la creación, 
en 1901, de la primera organización nacional de trabajado­
res, denominada Federación Obrera Argentina, que en 1905 
se trasformó en Federación Obrera Regional Argentina bajo 
la bandera anarco-comunista. El control que los anarquistas 
ejercían sobre la FORA llevó al Partido Socialista a impulsar 
la creación de una nueva entidad de agrupación obrera; na­
ció entonces la Unión General de los Trabajadores en 1903.
En el curso de los siguientes años, se produjo el surgimiento 
de diversas agrupaciones sindicales, de corte socialista algu­
nas y anarquistas otras, que nuclearon a los obreros en fun­
ción de la industria en la que se desempeñaban y cuyos diri­
gentes compitieron con frecuencia por el control político de las 
mismas, pero que en su conjunto conformaron el inicio de las 
instituciones sindicales del país. Con sus distintas variantes, 
este conjunto de organizaciones canalizó la expresión política 
de sectores que no podían manifestarse dentro del régimen 
establecido, ya que los momentos de votación no eran los in­
dicados para revelar su descontento debido al férreo control 
ejercido por los conservadores que dirigían el país. Votar no 
era cosa sencilla antes de 1916, sólo lo hacían los propietarios 
establecidos y que supieran leer y escribir, además de que no 
era secreto ni en privado, por lo que quien tenía más matones 
a sueldo garantizaba la elección. Eso al margen de que el pue­
blo no tenía, ni podía tener, representantes a quienes votar.
55
A n a Ig a re ta y D a n ie l S ch á ve lzo n (c o m p ila d o re s )
Para la élite gobernante, los conflictos planteados por los 
grupos obreros eran producto de extravíos o de la influen­
cia de extranjeros que llegaban imbuidos de las ideas de los 
movimientos revolucionarios europeos y que buscaban la 
disgregación social. Tal vez por ello la represión de los tra­
bajadores fue habitual desde las primeras manifestaciones e 
incluso en 1902 se sancionó la Ley de Residencia, que posi­
bilitaba a las autoridades deportar al país de origen a los ex­
tranjeros detenidos en disturbios o manifestaciones obreras.
Vale la pena mencionar que un pequeño grupo moderniza- 
dor intentó, sin demasiado éxito, modificar las opiniones de 
la línea másconservadora, admitiendo para ello algunas 
reivindicaciones para los trabajadores y buscando organizar 
la relación entre el trabajo y el capital. Encabezado por Joa­
quín V. González, este grupo redactó en 1904 un Código de 
Trabajo en el que se proponía la implementación de algunas 
de sus propuestas; sin embargo, en 1910, los actos de con­
memoración del Centenario trajeron una oleada de protes­
tas que fueron nuevamente contestadas con una fuerte re­
presión dirigida sobre todo a las filas anarquistas. Luego del 
Centenario se promulgó la Ley de Defensa Social (Ley 7.029) 
que continuaba con la política represiva y prohibía las ma­
nifestaciones obreras bajo amenaza de distintas sanciones.
El constante incremento de la población y el creciente des­
contento de las clases populares llevaron al Gobierno nacio­
nal a intentar un acercamiento mediante la promulgación 
de la Ley de Reforma Electoral. Esta, en 1912, bajo la presi­
dencia de Roque Sáenz Peña tenía como objetivo principal la 
inclusión en la arena política del más fuerte enemigo político 
del oficialismo: la UCR.
56
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
▲ Militares en posición para detener las manifestaciones, armados con ametralladoras 
de grueso calibre.
▲ Automóvil con un grupo paramilitar armado, que recorre la ciudad para reprimir a los 
huelguistas.
57
A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Hasta entonces, la UCR no había participado en las eleccio­
nes por considerarlas fraudulentas, a la vez que intervenía 
en algunas acciones armadas contra el Gobierno. La suma- 
toria opositora de la UCR y la clase trabajadora, con sus or­
ganizaciones políticas, fue demasiado para el gobierno, que 
tuvo que ceder a la presión reformista. Sin embargo, esta 
ley electoral conocida como Ley Sáenz Peña estaba lejos de 
satisfacer las necesidades de los trabajadores; de hecho, ni 
siquiera era un canal legítimo de su expresión política, dado 
que solamente habilitaba a votar a los varones nativos ma­
yores de edad, dejando nuevamente afuera a los trabajado­
res inmigrantes. Teniendo en cuenta que hacia 1915 casi un 
tercio de los obreros lo eran, resulta entendible por qué los 
resultados de las elecciones no representarían para ellos un 
cambio significativo. Pero sí lo sería para Partido Radical. 
El bloque conservador, ante el temor de las manifestaciones 
obreras, brindó a la UCR una inédita posibilidad electoral 
que tornó inocua su posición política antiparticipativa y la 
distanció de las masas que seguirían en lucha por sus rei­
vindicaciones.
Los conservadores perdieron las elecciones provinciales de 
1912 en Santa Fe, de 1914 en Entre Ríos y de 1915 en Cór­
doba. En 1916 y luego de una campaña sin muchas aparicio­
nes públicas, el candidato radical Hipólito Yrigoyen obtuvo 
cerca del 46% de los votos; su llegada al poder se resolvió, 
sin embargo, por el sistema de elección indirecta a través de 
electores16. Yrigoyen asumió el 12 de octubre de 1916. El en­
tusiasmo popular por la llegada al poder del radicalismo fue
16 Este sistema fue modificado por la reforma electoral de 1994, que impuso además el 
ballotage como método de definición.
58
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
enorme17, y condensó las esperanzas de cambio de un vasto 
sector de la población que se ilusionaba ante el quiebre de la 
política de los conservadores. Sin embargo, las cosas se com­
plicaron más temprano que tarde para el nuevo presidente 
al no poder satisfacer las exigencias de los diferentes grupos 
sociales.
La primera traba que tuvo el nuevo mandatario fue la opo­
sición conservadora que había mantenido el control en el 
Congreso y que dificultó las iniciativas surgidas del Poder 
Ejecutivo. Cuando los radicales lograron reunir la mayoría 
en diputados fue la Cámara de Senadores el nuevo bastión 
conservador.
La segunda dificultad vino de la mano del contexto interna­
cional. La posición neutral que había adoptado oficialmente 
el Poder Ejecutivo fue percibida como políticamente inade­
cuada desde distintos sectores, tentados a ceder ante la pre­
sión para alinearse con los Aliados -bando que finalmente 
triunfó con la ayuda de los Estados Unidos-. Dado que la 
economía argentina estaba íntimamente relacionada con la 
de los imperios de la época, sobre todo la de Gran Bretaña, 
el retraimiento de las operaciones comerciales y la merma 
en el ingreso de capitales debidos a la guerra se plasmaron 
en una importante caída de la actividad económica que per­
judicó duramente a los trabajadores y que marcó el inicio de 
grandes movimientos de protesta.
17 Las crónicas del día 12 resaltan que una multitud acompañó a Yrigoyen desde el 
Congreso a la Casa de Gobierno e incluso desengancharon los caballos que llevaban 
al flamante presidente haciéndose cargo los propios seguidores del traslado del coche 
presidencial.
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A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
El malestar en los grupos populares comenzó a sentirse ha­
cia 1914, pero se agudizó a fines de 1917, cuando la lenta 
suba de los precios internacionales empezó a beneficiar a los 
productos exportados desde la Argentina pero sin que ello 
se reflejara en los salarios de la clase obrera, que por esos 
tiempos vivía días aciagos. Los indicadores son claros en tal 
sentido: un salario que en 1914 era de 100 había decaído en 
1917 a 72 y en 1918 a 61.718. El costo de vida, si se establece 
un costo de 100 para 1910, en 1917 había ascendido a 146 y 
en 1918 a 17319. La desocupación había ascendido en la Ca­
pital Federal a 10.8 %.
Los trabajadores recibieron los cambios con reclamos, apo­
yándose en años de experiencia para realizar sus acciones; 
para ese entonces, se había organizado ya en 1902 la prime­
ra huelga general del país. Para el fin de la Primera Guerra 
Mundial, la cantidad de afiliados a las organizaciones gre­
miales se había incrementado y continuó por años, revir­
tiéndose así los efectos de la fuerte represión sufrida en las 
celebraciones del Centenario20.
Sin embargo, para 1919 y en relación con la cantidad total 
de obreros inmigrantes que trabajaban en la ciudad, el nú­
mero de afiliados a organizaciones sindicales en la Capital
18 Edgardo Bilsky, La semana trágica, Buenos Aires, CEAL, 1984. p. 40.
19 Julio Godio, La semana trágica de enero de 1919, Buenos Aires, Hyspamérica, 
1985. p. 16.
20 El 1o de Mayo de 1909, una multitudinaria marcha organizada por los anarquistas su­
frió una brutal represión. La manifestación en Plaza Lorea fue atacada por la policía que 
en pos de dispersarla disparó a mansalva dejando ocho muertos y más de 100 heridos. 
En noviembre Simón Radowitzki, un joven anarquista de diecinueve años mató al jefe 
de la policía, el Coronel Falcón con una bomba casera, porque había estado a cargo de 
la represión de mayo. La libertad de Radowitzki se convertiría en bandera de lucha del 
anarquismo por los años siguientes.
60
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V a sena
Federal continuaba siendo escaso, y era incluso inferior en 
el interior del país, donde el nivel de organización de la clase 
trabajadora era aún menor y había muy pocos grupos sindi- 
calizados.
▲ Herido al momento de ser trasladado por los servicios de emergencia.
El eje agroexportador había llevado a constituir al transporte 
como la principal actividad laboral. En 1914 la actividad em­
pleaba a unas 45.000 personas nucleadas en torno a los ferro­
carriles, los tranvías y las actividades portuarias. La impor­
tancia de las grandes empresas transportistas en el esquema 
económico era enorme, sólo comparable con la de la industria 
frigorífica o la de las centrales eléctricas. La adhesión de los 
afiliados de la Federación Obrero Ferroviaria y la Federación
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A na Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
Obrera Marítima a la FORA hicieron de esta última la insti­
tución sindical de mayor peso, máxime si se tieneen cuenta 
que una huelga del transporte podía paralizar al país entero.
El cambio de autoridades nacionales del año 1916 se realizó 
en medio de una oleada de huelgas que se llevaron adelante 
con firmeza pero con resultados dispares. El nuevo gobierno 
marcó un cambio fundamental en lo que respectaba a las 
políticas de manejo de los conflictos laborales, pretendiendo 
distanciarse de la mera represión que había sido la norma 
hasta el momento. A poco de haber asumido, el propio Yri- 
goyen medió en un conflicto que involucró a la Federación 
Obrera Marítima, arbitrando a favor de los reclamos obre­
ros e inaugurando de este modo una nueva vía posible de 
solución de conflictos. Sin embargo, no iba a ser ésa la po­
sición habitual del Gobierno: en marzo de 1917, una huel­
ga de empleados municipales fue reprimida de igual forma 
como se había hecho durante los años anteriores. El arbitrio 
de Yrigoyen se reveló entonces como poco uniforme, varian­
do de acuerdo con el conflicto en que intervenía. Ante esta 
estrategia oficial, los grupos sindicalistas buscaron obtener 
los mayores réditos posibles, mientras que aquellos grupos 
obreros dirigidos por anarquistas se opusieron al Gobierno 
y a cualquier tipo de negociación.
El ciclo de conflictos abierto en 1916 con la mencionada huel­
ga continuó con otras menores en 1917, hasta que el 24 de 
septiembre se convocó a una huelga general que afectó fuer­
temente a los ferrocarriles y puso en conflicto prácticamente 
a todo el sector: Otras agrupaciones sindicales importantes 
se solidarizaron con el reclamo y paralizaron también sus 
actividades.
62
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
La coyuntura desencadenante de 1918
Durante el año 1918 desarrollaron eventos clave que sir­
vieron como preludio a los hechos de la Semana Trágica. En 
ese año se produjo la Reforma Universitaria, llegaron a es­
tas tierras las noticias sobre la Revolución Rusa y se inició el 
conflicto en los talleres de Pedro Vasena e Hijos que culmi­
naría en los terribles sucesos de enero de 1919.
La Reforma Universitaria tuvo su epicentro en la Universi­
dad de Córdoba y marcó un antes y un después tanto en los 
claustros académicos argentinos como latinoamericanos, dado 
que su propuesta se expandió a otras regiones. Hasta ese en­
tonces las universidades eran un reducto de los sectores más 
encumbrados de la sociedad, funcional a sus intereses de cla­
se y, sobre todo, cerrado y corporativista al extremo. Grupos 
de universitarios que no acordaban con esa tradición llevaron 
adelante un movimiento de protesta frente a innumerables 
arbitrariedades que sufrían día a día a manos de las autorida­
des universitarias y tuvieron eco en la Universidad de Buenos 
Aires y en la de La Plata. Impulsaron luego una serie de re­
formas de los estatutos y de la vida cotidiana en los claustros, 
logrando resultados positivos de la mano de un gobierno que, 
si bien no participó activamente en la transformación, vio con 
buenos ojos los cambios ocurridos y colaboró indirectamente 
con ellos. Cabe resaltar que si bien los beneficiarios inmedia­
tos de esta reforma fueron los sectores medios de la sociedad, 
desde los espacios de los trabajadores se apoyó el movimiento 
y se vivió con entusiasmo la resolución del conflicto.
La sociedad argentina de 1918, con la importante cantidad 
de inmigrantes que la componía, consumía y esperaba con
63
A n a Ig a re ta y D a n ie l S ch á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
ansiedad las noticias que le llegaban desde el extranjero, 
principalmente desde Europa, que por entonces sufría los 
efectos de la culminación de la Primera Guerra Mundial. 
Entre las novedades arribaron los primeros comentarios so­
bre la Revolución Rusa, producto de una población exhausta 
ante las guerras y hambrunas, que derrocó al zar Nicolás II 
y comenzó una transición que finalizaría con la toma del po­
der por parte de los bolcheviques dirigidos por Lenin y Trots- 
ky. La Revolución se hizo eco de las solicitudes del pueblo 
ruso que por entonces reclamaba, como decían las pancar­
tas, “Paz, pan y tierra”. De este modo el nuevo gobierno tomó 
la decisión de retirarse del conflicto bélico y concentrarse en 
realizar los necesarios cambios políticos y económicos inter­
nos. Las noticias de estos sucesos llegaban a la Argentina 
con poca claridad, tanto por las comunicaciones dificultosas 
como por la falta de precisiones sobre el rumbo que tomaría 
el nuevo grupo en el poder.
▲ La ciudad vacía y los militares y policías armados en las esquinas.
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La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
Los sectores de izquierda en nuestro país se mantuvieron 
expectantes y sólo dos grupos levantaron abiertamente la 
bandera reivindicatoría de la nueva Revolución Rusa. Es­
tos fueron el grupo anarquista que publicaba el periódico 
Bandera Roja, y el Partido Socialista Intemacionalista (que 
posteriormente se convertiría en el Partido Comunista Ar­
gentino). El buen recibimiento dado a la Revolución por los 
anarquistas se explica por su glorificación del maximalismo 
del grupo de Lenin antes que por su adhesión al marxismo. 
De este modo, los anarquistas, que habían sido histórica­
mente opositores al marxismo dentro de las filas de izquier­
da, veían en el maximalismo ruso un camino viable de trans­
formación social.
Otro grupo que recibió con entusiasmo la Revolución Rusa 
fue el de los intelectuales que habían apoyado la Reforma 
Universitaria y que veían en ésta una usina de transforma­
ciones sociales posibles. Entre ellos, José Ingenieros, quien 
brindó una conferencia en un teatro de la Capital Federal en 
noviembre de 1918 titulada “La significación histórica del 
movim iento maximalista”, explicando las novedades de los 
eventos ocurridos en Rusia. Días más tarde, en una mani­
festación anarquista que reclamó por la liberación de Apo- 
linario Barrera y Simón Radowitski, se explicó a los 30.000 
participantes agolpados en cinco tribunas lo que significaba 
el maximalismo en Rusia; la reunión terminó con disturbios 
callejeros y el mismo jefe de Policía de Buenos Aires resultó 
herido.
Pero tal vez el sector más profundamente alterado por la 
llegada de las noticias de los cambios que se producían en 
Europa fue el conservador, aquél que había perdido terreno
65
A n a Ig a re ta y D a n ie l S ch á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
en las elecciones de 1916 pero que aún contaba con un po­
der político significativo, y uno económico aún mayor. Ello 
se vislumbraba luego de cada huelga o mínimo conflicto, 
cuando se extendían los rumores de que existía un complot 
-unas veces organizado por el Partido Socialista, otras por 
enviados extranjeros- que amenazaba con atacar la ciudad 
y los privilegios de la élite. Esta paranoia se vio alimentada 
por los recurrentes reclamos que los trabajadores realiza­
ron durante ese año, ante el incumplimiento en los pagos de 
sueldos, jornales o despidos. Sin embargo, las huelgas que 
habían tenido auge en 1917, con 136.000 trabajadores adhe- 
rentes, habían bajado su intensidad en 1918 y para media­
dos de año se vivía un clima de aparente calma.
▲ Manifestación en apoyo a la huelga que incluye gran cantidad de niños.
Más allá de los supuestos, la vieja élite conservadora y los 
representantes del capital extranjero parecían haber asumi-
66
La S e m a n a T rá g ica y lo s ta lle re s V asena
do por entonces que el gobierno del momento no representa­
ba directamente a sus intereses, por lo que organizaron la 
creación de la Asociación Nacional del Trabajo, una entidad 
que tomaría como lemas la libertad de trabajo y la defen­
sa de los derechos e intereses de la industria. En términos 
prácticos, esta asociación se ocupó de reclutar trabajadores 
para que actuaran como rompehuelgas en los conflictos gre­
miales, proporcionando a las empresas una mano de obra de 
recambio ante la ausencia potencial de obreros declarados 
en paro. La ANT no tardó mucho tiempo en comenzar a ac­tuar, ya que a principios de septiembre de 1918 volvieron a 
surgir conflictos y en octubre la FOM se declaró en huelga, 
recibiendo numerosas adhesiones, lo que llevó a una caída 
de cerca del 30 % en la actividad económica del sector. La 
huelga se extendió hasta fin de año e incluyó diversos en­
frentamientos entre trabajadores y grupos de rompehuelgas.
Para fines de ese año, en todo el país se vivía un momento 
agitado; el presidente Yrigoyen intervino aquellas provincias 
que generaban conflictos a su gobierno y en su propio partido, 
la UCR, se abrió un sector opositor, el llamado Grupo Azul 
que cuestionaba la política del mandatario. El 8 de diciembre 
de 1918 la Policía de la ciudad de Rosario se declaró en huel­
ga, sembrando el pánico en el Gobierno provincial y en sec­
tores de derecha que entendían esa huelga como el principio 
de un gran complot revolucionario, exagerando la proporción 
del reclamo, que sólo exigía el pago de los ocho meses de suel­
do adeudados. Otros sectores de trabajadores fueron involu­
crándose en conflictos de distinta intensidad, entre ellos los 
trabajadores de la construcción, quienes fueron objeto de una 
violenta represión policial y el 1Q de Enero de 1919 enterra­
ban, asesinado por la Policía, al pintor Alfredo Castro.
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A n a Ig a re ta y D a n ie l S ch á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
El conflicto en los talleres Vasena y la Semana Trágica
La empresa metalúrgica Pedro Vasena e Hijos empleaba 
en 1919 a alrededor de 2500 operarios que se distribuían 
entre la planta industrial ubicada en Cochabamba y La Rio- 
ja, en San Cristóbal, y los depósitos que se encontraban en 
Pepirí y Santo Domingo, en Parque Patricios. Para ese en­
tonces la familia Vasena había perdido la mayor parte del 
paquete accionario a manos de capitales británicos, cuyos 
representantes integraban el directorio junto con uno de los 
hijos del fundador.
Al igual que sus pares, la empresa se vio severamente afec­
tada por los eventos de la Primera Guerra Mundial, habi­
da cuenta de que muchos de sus insumos eran importados 
-como el carbón que daba energía a los talleres-, y que las 
importaciones habían mermado o se habían suspendido du­
rante la conflagración. La empresa no absorbió entonces las 
pérdidas sufridas, sino que las trasladó hacia sus obreros 
quienes vieron reducirse sus jornales estrepitosamente o 
fueron directamente despedidos. Con el fin de la guerra la 
actividad comercial mostró un principio de recuperación y 
los trabajadores comenzaron a sindicalizarse para efecti- 
vizar los reclamos mantenidos desde hacia tiempo. Así, el 
2 de diciembre de 1918 se inició una huelga solicitando la 
reducción de la jornada de trabajo de 11 a 8 horas, la im- 
plementación del descanso dominical (ya estipulado por la 
Ley pero aún no efectivo en Vasena), el pago de las horas 
suplementarias, la reposición de los delegados despedidos o 
suspendidos por sus actividades gremiales y la mejora en las 
condiciones de salubridad laboral.
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La S e m a n a T rá g ic a y los ta lle re s V asena
Los reclamos no fueron escuchados por los directivos de Va- 
sena, quienes se sentían seguros debido a sus contactos polí­
ticos y al respaldo de la ANT. La empresa tenía como asesor 
legal a Leopoldo Melo, un influyente dirigente radical que, 
pese a estar distanciado de Yrigoyen resultaba una figura de 
peso al momento de solicitar ayudas oficiales. Por su parte, 
durante los primeros días de la huelga, la ANT había envia­
do a sus partidarios a suplir la falta de mano de obra en la 
fábrica. Ante la intransigencia de la empresa, el conflicto 
se agudizó y los obreros en huelga comenzaron a ser hosti­
lizados por la Policía, lo que generó una serie de disturbios 
en los primeros días de 1919. De los enfrentamientos salió 
herido un cabo de policía, que falleció en el hospital el 5 
de enero. Para algunos autores, esa muerte es clave para 
entender el agresivo comportamiento de la policía en las jor­
nadas siguientes.
Durante esa primera semana del año Vasena había logra­
do continuar con su producción diaria pese a la huelga de 
su personal, contando -como ya mencionamos- con el apoyo 
de trabajadores rompehuelgas que ocupaban los lugares de 
quienes no concurrían. Sin embargo, el 6 de enero se ple­
garon a la huelga los capataces que hasta el momento no 
lo habían hecho y los obreros metalúrgicos, que ya llevaban 
más de un mes en conflicto, sintieron que finalmente po­
dían frenar las actividades de la empresa. El día 7 de enero 
se reunieron en los alrededores del taller para presionar a 
quienes concurrían a trabajar exigiéndoles que se sumaran 
a la huelga.
La empresa Vasena disponía de una serie de chatas que dia­
riamente recorrían el camino entre sus depósitos y los talle-
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A n a Ig a re ta y D a n ie l S c h á v e lz o n (c o m p ila d o re s )
res, transportando las materias primas necesarias para la 
manufactura de sus productos. Ese 7 de enero por la tarde, 
los huelguistas intentaron convencer a los conductores de 
las chatas de que desistieran de lo que la mayoría percibía 
como una actitud contraria a sus intereses. A las 15:30, y a 
pesar de que la presión de los huelguistas no pasaba de vi­
vaces improperios, los conductores de las chatas comenzaron 
a disparar con armas de fuego sobre la multitud de obreros 
que se encontraban con sus mujeres y niños. Este primer 
tiroteo sobre los trabajadores en paro fue seguido por la Po­
licía, que sin dudarlo comenzó a disparar sobre la aglomera­
ción de personas que se encontraba en la zona, sembrando 
el terror entre los huelguistas y también entre los vecinos y 
transeúntes.
El tiroteo duró cerca de dos horas e involucró a 110 policías 
y bomberos armados con fusiles Mauser. En una extensión 
de 600 metros se dispararon más de dos mil tiros, cuyo saldo, 
entre los manifestantes y vecinos, fue de cuatro personas 
muertas y más de treinta heridos. En las fuerzas policiales 
el saldo fue de tres heridos leves.
La noticia de lo ocurrido sobrevoló la ciudad, que se asom­
bró ante la feroz represión. Por la noche se hizo presente en 
la zona del tiroteo una comisión del Partido Socialista, que 
incluyó desde funcionarios del Estado a dirigentes obreros. 
El grupo emitió una declaración en la que manifestó que el 
accionar de la Policía los hacía pensar que seguía un plan 
previamente trazado para intimidar a los vecinos del barrio 
que se habían solidarizado con los huelguistas. Esta declara­
ción aumentó la incertidumbre del público, que no alcanzaba 
a dilucidar si la Policía había actuado por orden del Gobierno
70
La S e m a n a T rá g ica y los ta lle re s V asena
o si simplemente buscaba venganza por el cabo muerto días 
antes.
La misma noche del 7 de enero la dirección de Vasena recibió 
el respaldo de grupos conservadores y de la ANT. Desde el 
Gobierno y a través del Departamento Nacional del Traba­
jo, se le solicitó, entre otras cosas, que aceptara recibir una 
comisión de huelguistas y que concediera 12 % de aumento 
y una reducción de las horas de trabajo como manera de me­
diar en la situación. El Directorio de Vasena se comprometió 
a dar un aumento, pero inferior al solicitado; y ordenó el 
cambio del recorrido de las chatas que iban desde los depósi­
tos en Nueva Pompeya a los talleres situados en Cochabam- 
ba, para engañar a los huelguistas y que la fábrica siguiera 
operando de alguna forma.
El 8 de enero fue un día de manifestaciones pero sin enfren­
tamientos y los trabajadores acordaron realizar un cortejo fú­
nebre al día siguiente, juntamente con el velatorio y traslado 
de los restos de los obreros asesinados el día anterior. Desde 
la agrupación de obreros metalúrgicos se convocó a una huel­
ga de 24 horas para acompañar el cortejo al día siguiente. 
La FOM, también en huelga, se había reunido en asamblea 
general y se declaró solidaria con los obreros de Vasena, de­
cidiendo además movilizarse para el entierro de las víctimas. 
Diversas organizaciones obreras expresaron

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