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1 Capítulo 4: FASES EN EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO Y CAMBIOS EN LA CONSIDERACIÓN DEL OCIO J. Rosa Marrero Rodríguez Capitalismo de producción La explosión del consumo y la creciente valoración del ocio: capitalismo de consumo Las transformaciones en el capitalismo de consumo posteriores a la década de los setenta del siglo XX: posmodernidad y capitalismo informacional Clases sociales, estilos de vida y ocio Como ya se ha planteado anteriormente, el desarrollo del capitalismo y de la modernización en las sociedades occidentales han condicionado las concepciones del trabajo, del tiempo libre y del ocio. Pues bien, el propósito de este capítulo es doble. Por un lado, intentar comprender cómo se ha conformado esta oposición trabajo-ocio en las sociedades modernas, al tiempo que se precisan también los cambios que a lo largo del siglo XX van a sufrir ambas realidades, sobre todo de la mano de la importancia creciente del consumo. Así, tendremos que profundizar en la importancia subjetiva y objetiva que tiene hoy el ocio y su cada vez más estrecha vinculación con el consumo. Los cambios económicos, sociales y políticos que se han producido en el último siglo y medio han favorecido que el trabajo pase a tener una menor centralidad social, mientras el ocio y el consumo van a ser más importantes, lo cual afectará a las reflexiones e investigaciones sociológicas. CAPITALISMO DE PRODUCCIÓN Hay un acuerdo entre los historiadores en que el declive del feudalismo comienza en el siglo XII con el renacimiento del comercio a gran escala. A partir del siglo XIII los avances agrícolas y nuevas roturaciones favorecen el incremento poblacional y la aparición y consolidación de las ciudades (Venecia, Génova, Barcelona, Milán, Florencia), al tiempo que las relaciones comerciales con Oriente, producto parcial de las Cruzadas, permitieron introducir en una mayor cantidad productos de gran valor (seda, especias) y desarrollar los sistemas de transporte y sobre todo el comercio. El declive del feudalismo pone fin a la economía cerrada de muchas regiones europeas; el comercio influirá en la creciente importancia de las ferias y en las reuniones periódicas de mercaderes, y surge la burguesía, que tendrá cada vez más protagonismo económico y político (ganando influencia en las ciudades frente a los señores feudales y el clero). 2 Se desarrollan la cultura urbana y nuevas inquietudes religiosas. Influidas también por el Renacimiento, donde el hombre pasa a ser el centro de todo (frente a la centralidad del dios católico del feudalismo), y por tanto, la racionalidad frente a la Biblia, la religión y la costumbre. Este movimiento comenzó en Italia en el siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI, por tanto se originó en la era de los descubrimientos geográficos y las conquistas ultramarinas. En este período, la fragmentaria sociedad feudal de la Edad Media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual dominada por la iglesia, comienza a transformarse en una sociedad gobernada progresivamente por instituciones políticas centralizadas (Estado nacional), con una economía urbana y mercantil, en la que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las artes y de la música. Las bases de la economía y sociedad capitalista minarán así los fundamentos del feudalismo. El capitalismo tiene una primera etapa, donde predomina la manufactura, durante la cual se producirá el desdoblamiento de la habilidad artesanal (hasta ahora integrada en la figura del artesano) en varias tareas especializadas desempeñadas por obreros. Y donde la economía mercantil comienza a desarrollarse e imponerse. Después, en el siglo XIX el capitalismo recibe su impulso definitivo con la revolución industrial. A lo largo de estos siglos, los que van del siglo XVI al XIX, se produjo acumulación del capital, producto del comercio y de la industria, que comienza a ser reinvertido en la misma u otras actividades productivas y que consolida a la burguesía como clase social dinámica y ascendente. El comercio fue quebrando el sistema gremial de producción (reglamentación rígida del trabajo y de los métodos productivos, producción para un mercado estable y limitado), al conectarse cada vez más a la industria. La asalarización avanza y aparece el proletariado como nueva clase social. Los empresarios pasan a tener un control creciente del proceso de trabajo, sobre todo a medida que crece el mercado, lo que afecta al avance progresivo de la tecnologización y la división del trabajo en la fábrica. El objetivo de estas nuevas unidades de producción pasa a ser la obtención de beneficio económico, con lo que ponen las bases para la delimitación del trabajo con las características con las que lo conocemos en la actualidad, es decir, actividad realizada durante un tiempo delimitado, reglamentada, condicionada en sus contenidos y ritmos a su contribución a la rentabilidad económica de la empresa, y separada físicamente de los espacios de consumo y reproducción. Estas características facilitarán que el trabajo pueda ser separado de otras actividad humanas, con lo cual ‘lo económico’ queda diferenciado de ‘lo político’, ‘lo religioso’ o ‘lo recreativo’. 3 Por supuesto, todos estos procesos no se producen en el vacío, sino en un marco político en el que es central el desarrollo del Estado nacional, el cual pasa a convertirse en el órgano político por excelencia, a través del monopolio sobre la violencia y de la creación de un aparato burocrático central; y en una expansión de la economía internacional, basada en mejoras de los medios de transporte, descubrimientos, desarrollo de la ciencia y la tecnología, aplicadas crecientemente a la producción. El siglo XVI protagoniza cambios religiosos debido al cisma luterano, que pone en cuestión la primacía y monopolio de la Roma cristiana en el mundo religioso europeo. El protestantismo además viene a convertir en virtudes religiosas el individualismo, la vida frugal, el ahorro y el trabajo, prácticas que favorecen la acumulación de riqueza. Estas prácticas se atribuyen al acento puesto por los protestantes en la responsabilidad individual más que en los sacramentos de la iglesia. Esta religión interpreta el éxito mundano como signo de favor divino y de la reacción contra los símbolos de riqueza. El calvinismo se termina enfrentando a las ideas de Lutero, y va mucho más allá, con efectos claros a nivel ideológico sobre la supremacía que pasará a tener el trabajo. Esta religión se atiene sólo a la escritura (el magisterio de la iglesia es prescindible pues con buen juicio se pueden aprender directamente las enseñanzas de las escrituras) y también a la idea de la predestinación, gracia y pecado original; el hombre se justifica por la fe, que es obediente a la soberanía absoluta de dios, la cual se ejerce en la predestinación, idea central del calvinismo. Según su lógica hay que elegir entre este dilema: ‘o que los fieles tengan su santidad de una elección, o que por su santidad hayan sido elegidos’. Signos de predestinación son la piedad, la vida austera y el éxito en los negocios. El trabajo es santo, siempre que no se ejerza por placer, sino por el bien que de él pueda obtenerse, con lo que se justifican funciones sociales como el ejercicio del préstamo de dinero y la actividad industriosa. A partir de finales del siglo XVIII comienza el desarrollo de la revolución industrial. La cual, según Toynbee (1966), tendría como rasgos principales el constante y rápido crecimiento de la población a partir de la década de 1750, la disminución de la población agrícola, la destrucción del sistema medieval de cultivo de la tierra, vallado de tierras comunales y sin cultivar para su explotación individual y concentración de las pequeñas explotaciones formando otras mayores,por las exigencias del comercio en expansión y la sustitución del sistema doméstico de producción por la fábrica. Las condiciones que alteraron el sistema de producción de la riqueza propiciaron igualmente una revolución en la distribución de la misma. Hay tres factores que concurren en la aparición del fenómeno de la industrialización y que serán fundamentales para comprender la preeminencia del trabajo: la racionalidad económica, el desarrollo tecnológico y el surgimiento de la empresa moderna. La racionalidad económica implica una 4 concepción del mundo en donde prima la contabilidad racional de todos los elementos implicados en la acción, incluido el trabajo de las personas, lo que supone que la toma de decisiones debe estar al servicio de la obtención de rentabilidad económica, y no de otras consideraciones como valores, costumbres o religiones. Por lo que respecta a la empresa, se produce con su ascenso la separación institucional de la producción y el consumo y el desarrollo de los mercados impersonales. La tecnología fue uno de los elementos distintivos de la industrialización, afectando las innovaciones a tres dimensiones interrelacionadas: la maquinaria, las fuentes de energía y las comunicaciones. La combinación cada vez más eficiente de tecnología, ciencia y trabajo hará más productiva la empresa capitalista. El capitalismo es un sistema que emplea trabajo asalariado para producir mercancías con el fin de obtener un beneficio y tiene dos grandes fuerzas dinámicas, la competencia entre empresarios y el conflicto trabajo-capital (empresarios-trabajadores). Y aunque su desarrollo tiene lugar en un marco más general de cambios sociales, lo cierto es que a su vez contribuye poderosamente a los mismos, dadas las fuerzas dinámicas que lo impulsan permanentemente. El fenómeno de la industrialización es, en gran medida, el hilo conductor de la sociología originaria y de los interrogantes teóricos de la misma. Los primeros trabajos sociológicos versan sobre las consecuencias económicas y sociales de la industrialización. Estos escritos ilustran que la industrialización y las características de la empresa capitalista favorecen una valoración creciente del trabajo y una apreciación negativa del ocio. Por otro lado, para una parte considerable de la población aumentan las horas de trabajo en la fábrica y disminuyen las horas de ocio; cambia la concepción del tiempo y de la organización del mismo, puesto que comienza a estar regulado por el reloj y no por las estaciones. Se observan también diferencias muy profundas entre las clases sociales a que da lugar el desarrollo capitalista, porque las clases altas muestran un consumo ostentoso, mientras la mayor parte de la población, la clase obrera, se ve obligada a trabajar largas jornadas de trabajo, a cambio de las cuales recibe bajos salarios y esto les conduce a una situación cercana a la miserabilidad; por otra parte es reducida la presencia de las clases intermedias (pequeña burguesía, altos funcionarios, etc.). El funcionamiento y contenidos de las pautas de ocio de cada clase social es independiente del de las otras, con una tendencia a la imitación del ocio de las clases altas por parte de las demás clases, pero al mismo tiempo, desconexión física y cultural entre clases altas y bajas. A este contexto debe remitirse el estudiante cuando lea el capítulo cinco. 5 LA EXPLOSIÓN DEL CONSUMO Y LA CRECIENTE VALORACIÓN DEL OCIO: CAPITALISMO DE CONSUMO Con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, tras la cual este paisaje va a cambiar mucho más profundamente, se observa lo siguiente. Desde el siglo XVIII había empresas que fabricaban productos de consumo a pequeña escala, dirigido a las clases altas, y desde mediados de ese siglo comienza la publicidad en periódicos y revistas en Inglaterra encaminada a dar a conocer e incitar a la compra de productos diversos. Luego a lo largo del siglo XIX se incrementa el número de personas al tanto y con capacidad adquisitiva de la creciente variedad de productos para el hogar y arreglo personales. Y a finales de siglo habrá autores, como Veblen, para los cuales el consumo era una forma de distinción social respecto de otros grupos sociales. Desde finales del siglo XIX los pequeños mercados locales comienzan tímidamente a ser sustituidos por los grandes mercados nacionales, gracias al desarrollo de los transportes, que permitió el traslado regular de productos, incluso procedentes de regiones muy distantes. La creciente productividad industrial conduce a costes decrecientes, pero esta producción sólo tendrá salida exitosa en el mercado cuando los empresarios se den cuenta de que la garantía de mantenimiento del beneficio está en vender lo más posible, aunque el beneficio por producto deba reducirse. Poner los productos al alcance de todas las clases sociales abre la era del consumo de masas, aunque será así sólo después de la Segunda Guerra Mundial. También hay que señalar que desde finales del siglo XIX las nuevas industrias pusieron las bases del consumo actual con la introducción de la marca, el envasado y la publicidad puesto que hasta ese momento los productos eran anónimos y se vendían a granel. Así la confianza del consumidor pasa del vendedor tradicional a la marca (Zukin y Maguire, 2004). Por otro lado, los grandes almacenes van a ser también fundamentales por su aportación al consumo y ocio moderno: concentración de productos diversos en un solo establecimiento y rotación periódica de los mismos, precios bajos gracias a los grandes volúmenes de negocio, y además fijos (rompiendo con el regateo tradicional). La publicidad y la decoración de los establecimientos hizo atractivo y placentero ‘ir de compras’, desculpabilizando el consumo y la recreación que el mismo supone (Lipovetsky, 2007). Simmel, uno de los sociólogos clásicos, analizó las ciudades berlinesas de finales del siglo XIX y cómo este nuevo tipo de espacio urbano afectaba significativamente al estilo de vida de las personas. La vida arrolladora de las ciudades, con breves e infrecuentes encuentros, provoca que los individuos desarrollen el individualismo, la indiferencia y el deseo de destacar. Y es que este autor empieza a desarrollar sus estudios sobre los estilos de vida cuando aparecen los grandes almacenes en algunas 6 ciudades y los tranvías y ferrocarriles que transportan a la gente desde los barrios al centro. Ciudades como París, Berlín, Londres o Nueva York extendieron su red de transportes y fundaron grandes almacenes en el centro urbano desde 1890 hasta la Primera Guerra Mundial. En las ciudades creció el número de comercios y de instalaciones relacionadas con el ocio, para satisfacer las necesidades sociales de los habitantes de las ciudades recientemente aburguesadas. Nuevamente según Simmel, los patrones modernos de consumo se derivan en parte de la vida en la metrópolis, la ciudad y sus alrededores, ya que ésta ha dado lugar a un nuevo tipo de individuo ansioso por preservar su autonomía e individualidad frente a las arrolladoras fuerzas sociales. La vida urbana aumenta la conciencia del estilo y la necesidad de consumir dentro de un repertorio que es al mismo tiempo distintivo de un grupo social específico y expresión de preferencias individuales. El habitante de la gran ciudad consume para establecer una identidad propia, es decir, por quien desea que le tomen. Esto produce una lucha por lo distintivo y hace que las clases altas cambien continuamente sus patrones de consumo a medida que las otras clases copian sus hábitos. A medida que avanza el siglo XX las pautas de conducta descritas por Veblen y Simmel en relación a los grupos sociales pudientes se extendieron cada vez más entre otros grupos menos acaudalados. Las transformaciones profundas que se van a dar en el ámbito del ocio y del consumo tienen lugar, sin embargo,después de la Segunda Guerra Mundial. La finalización de la misma deja un mundo reconfigurado política y económicamente, donde Estados Unidos pasa a tener una posición hegemónica, aunque enfrentado hasta finales de la década de los años ochenta del siglo XX a la URSS, la cual dominará todo el denominado bloque socialista. Los países occidentales de economía de mercado inician un largo período de crecimiento económico basado en un proceso de industrialización progresiva, en la mecanización de los procesos de trabajo y en la producción en masa de bienes perecederos como el automóvil y los electrodomésticos. Pero también en los acuerdos entre la patronal y los sindicatos, bajo la mirada atenta o interventora del Estado (y en la ayuda americana, a través del Plan Marshall). Así, el crecimiento económico de estas décadas doradas se fundamentará en factores tanto económicos como tecnológicos, políticos y sociales, que tienen cuatro elementos protagonistas: organización de la producción, norma social de consumo, institucionalización de la negociación colectiva trabajadores-empresas e intervención estatal. La producción industrial y de muchos servicios se basa en la producción en masa de mercancías estandarizadas, con reducciones progresivas del coste de cada una de ellas gracias a procesos organizativos que incorporan tecnología y mano de obra cada vez más eficiente, por la progresiva 7 división del trabajo, la reducción de tiempos muertos y la intensificación de los ritmos de trabajo, y también gracias al acceso a las fuentes energéticas derivadas del crudo30. Por otro lado, se generaliza el que los salarios se asocien a mejoras en la productividad industrial, lo que va a poner las bases para el desarrollo de una pauta social de consumo, pues al mejorar la productividad también lo harán los salarios medios. También ocurre que mejoran las condiciones laborales y todo esto es posible por la conjunción de elementos políticos y administrativos, dado que el Estado desarrolla la reglamentación que ordena las condiciones de trabajo en la fábrica, y regula la presencia del sindicato en la misma. Esto favorece la desradicalización del conflicto entre empresarios y trabajadores, creando una norma de negociación como fórmula para la resolución de los mismos (aceptación de las normas burocráticas y democráticas). Por ello, se entiende que se generalice la interrelación cada vez mayor entre salarios, tecnología y aumento de la productividad. En tercer lugar, los planteamientos keynesianos (mercado como mecanismo imperfecto de redistribución y actuación del Estado para restituir dicho equilibrio e impulsar el crecimiento económico), favorecerán una mayor justicia redistributiva y ocupación de los recursos. Habrá una permanente actuación estatal a través de la combinación ingreso-gasto público, de forma que a través del gasto se activa la producción de consumos colectivos y hay una redistribución a través del ingreso. También el Estado reduce la incertidumbre y desmercantiliza muchos de los componentes de la reproducción, lo cual contribuye a una mayor estabilidad de la población y a una mejora de sus condiciones de vida. Esto significa que una parte del ingreso público se orientará a garantizar componentes básicos en la vida de las personas (educación, sanidad, prestaciones por desempleo, pensiones, ayudas a discapacitados o accidentados), y a servir de impulso a la actividad empresarial (infraestructuras, administración pública, legislación, etc.)31. Todo ello favorece el consumo en masa porque permite estabilidad e ingresos para una gran parte de la población. Por último, también debe señalarse el impulso que alcanza el crédito y el préstamo bancario, que permitirá el acceso a bienes de consumo gracias al pago a plazos. 30 Ya desde finales del siglo XIX el petróleo había pasado a tener cada vez más importancia gracias al desarrollo de los motores de combustión interna. A mitad del siglo XX más, al pasar a ser materia prima en materiales sintéticos y plásticos (Cameron, 1998). 31 En una economía de mercado capitalista se supone que las personas sobreviven gracias a su acceso al mercado, como empresarios o trabajadores (para conseguir recursos económicos), lo que les permitirá convertirse en consumidores. Pues bien, cuando el Estado desmercantiliza la supervivencia esto implica que hay colectivos de personas que acceden a recursos variados porque el Estado les proporciona el derecho a los mismos y no porque lo hayan conseguido a través de su esfuerzo (empresarial o laboral). Muchos discapacitados tienen recursos económicos para consumir y viajar gracias a las pensiones no contributivas; colectivos de jubilados viajan a través del INSERSO en España gracias a inversiones del Estado en estas actividades. 8 Las condiciones de la producción, del reparto de la rentabilidad y del crecimiento económico, las actuaciones del Estado y la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera van a permitir el desarrollo del consumo y el incremento del tiempo libre, así como la vinculación estructural progresiva entre ambas dimensiones. Se va a producir un retroceso relativo de la marginalidad y pobreza, dándose el que con el capitalismo del siglo XX el miserabilismo como forma de reproducción de la fuerza de trabajo desaparezca (Alonso, 2005). Con estos procesos, los productos industriales y gran parte de los servicios se destinan a un mercado en serie y uniforme de consumidores, dado que la producción en masa es de mercancías estandarizadas. Así, a mediados del siglo XX el consumo en serie pasa a adquirir un papel central en el capitalismo moderno europeo (aunque Estados Unidos había iniciado esa senda un poco antes), de tal forma que hacia 1950 el consumo de masas comenzó a desarrollarse entre todas las clases sociales excepto las más pobres. Sin embargo, ya en este período de producción fordista y consumo en serie surgieron nuevos grupos de consumidores que empezaron a ejercer un criterio de selección en lo que compraban, apoyado en gran medida por la publicidad que estableció logotipos de marcas para todo. Por ejemplo, el primer grupo que constituyó un objetivo específico y diferenciado lo formaban jóvenes que aún vivían con sus padres, pero ejercían trabajos razonablemente bien pagados, y a éstos les siguieron mujeres que realizaban un trabajo remunerado, lo que les permitió independencia económica y capacidad para cambiar su estilo de vida. Los publicistas consideraron además que era entre estos grupos de jóvenes, más que entre los hombres casados empleados en fábricas, donde estaba apareciendo un tipo de consumidor más diferenciado (Saviolo y Testa, 2007). Los medios de comunicación se comenzaron a dirigir a un espacio formado por la clase trabajadora, lo que constituía un cambio respecto a los años veinte y treinta, cuando el objetivo eran las clases medias. La idea de “forma de vida” o “estilo de vida” comienza a generalizarse entre los publicistas, como vinculado a las clases laborales. Esto implica la idea de que cada grupo de ocupados (diferenciados por las características del empleo) tiene un estilo de vida diferente que afecta a sus patrones de consumo. Y esto a su vez presupone un vínculo entre la rutina del trabajo diario, las tareas domésticas, las actividades ligadas al ocio, y los valores morales, las creencias y la forma de expresar las emociones de los miembros de una familia. Por ejemplo, y fuera del campo de la publicidad, en el ámbito sociológico de los años sesenta, Goldthorpe (1973) llevó a cabo investigaciones en los núcleos familiares ingleses, estudiando la vida familiar y las actitudes políticas. Y observó que había diferencias entre los estilos de vida de los trabajadores de reciente prosperidad económica y los empleados de industrias pesadas o más 9 tradicionales,pues aquellos estaban más privatizados en sus estilos de vida. Habría al menos dos patrones de consumo y estilo de vida entre los trabajadores industriales, unos más centrados en el hogar (lo que afectaba a la atención sobre la casa, la decoración, el automóvil) y otros menos. Lo que desde luego va a cambiar con la sociedad de consumo es la centralidad de los valores ascéticos anteriores transmitidos al individuo, y la cada vez mayor búsqueda de placeres materiales a través del consumo. En todo ello tienen una importancia central la publicidad y los medios de comunicación. Además, el consumo pasa a jugar un papel fundamental en el proceso de construcción activa de identidades, pues los individuos crean un sentido de lo que son a través de lo que consumen, y la gente intenta convertirse en lo que desea ser consumiendo los artículos que piense que le ayudarían a establecer y preservar la idea que tiene de sí misma. Todo ello implica que a partir de los años cincuenta del siglo XX hasta la actualidad, se puede afirmar que por un lado el trabajo sigue siendo central, pues es central su lugar en la dinámica de desarrollo de la industria y también en la consideración social de los individuos, dado que el prestigio social está vinculado a su ocupación; y sigue siendo importante en las proclamas de los gobiernos. Ahora bien, el desarrollo de la sociedad de consumo tiene una serie de consecuencias en la valorización del ocio. La mejora de las condiciones de vida viene acompañada por una reducción de la jornada laboral y de los días de trabajo anuales, con el consiguiente aumento del tiempo libre, que aunque no se puede traducir sin más en tiempo de ocio, permite más atención al mismo, al consumo a realizar, mayor proyección personal sobre el ocio y las actividades que lo componen, en cuanto mecanismo de adquisición de identidad. Hay una valoración más positiva del ocio y aparecen cualidades provechosas en el mismo (placer, realización personal, educación, diversión). Y las instituciones públicas también favorecen esto. Con todas estas circunstancias se entiende que la sociología, la cual previamente había ignorado los espacios del ocio y del consumo, pase a interesarse cada vez más por los mismos (Ritzer, 2007). No debe olvidarse, no obstante, que hay una racionalización progresiva en la vida de las personas, dado que la eficacia, la cuantificación, la previsibilidad y el control sobre el entorno (y de éste sobre el individuo) pasan a formar parte de todas las actividades, incluidas las ociosas (tenemos el ejemplo claro de la macdonaldización ). Y esto supone que aunque el ocio sea cada vez más importante para las personas, se encuentra en muchas ocasiones organizado y controlado, bien por necesidades de las empresas, bien por propia iniciativa de los individuos. En este período histórico no sólo se desarrolla la producción en masa sino también la gran distribución: grandes superficies con autoservicio que ofertan muchos productos, con alto presupuesto 10 dedicado a publicidad. Ésta se convierte por otro lado, en elemento clave del desarrollo del lanzamiento del consumo y de la recreación, a través de la estimulación de los deseos: “la seducción reemplaza a la coerción, el hedonismo al deber, el gasto al ahorro, el humor a la solemnidad, la liberación a la represión, el presente a las promesas del futuro” (Lipovetsky, 2007: 31). LAS TRANSFORMACIONES EN EL CAPITALISMO DE CONSUMO POSTERIORES A LA DÉCADA DE LOS SETENTA DEL SIGLO XX: POSMODERNIDAD Y CAPITALISMO INFORMACIONAL La crisis de los setenta del siglo XX rompe el sistema de equilibrio inestable entre sociedad del bienestar, producción en masa y mejora permanente de las condiciones de vida de las clases obrera y media que había permitido una mayor importancia creciente del tiempo libre y del ocio. La flexibilidad es una de las notas predominantes del nuevo modelo productivo que se instaura en los setenta, de forma que las grandes producciones de mercancías estandarizadas orientadas a mercados estables y homogéneos deben acortarse y complejizarse. La diversificación de la demanda, la internacionalización de la economía y la llegada de las nuevas tecnologías, además de la reducción progresiva de la productividad asociada al modelo fordista obliga a una reorganización de la empresa y de las fórmulas de incorporación de los trabajadores a la misma (Marrero Rodríguez, 2004_a). Por otra parte, en muchos países el Estado pasa a tener un menor nivel de intervención socioeconómico. La crisis de los setenta trajo el desempleo después de décadas de pleno empleo en todos los países desarrollados, desempleo que se volvió estructural, lo que significa que una parte de la población activa tiene problemas para encontrar un empleo. La flexibilidad creciente en las empresas condujo a la aparición de empleados con contratos temporales, frente a la situación anterior, donde la norma era el empleo para toda la vida. La globalización debilita por su parte al Estado de una manera que formas anteriores de internacionalización de la economía no había visto. Debido a esta nueva situación, la inestabilidad se instala en muchos hogares. Sin embargo, la sociedad de consumo y de ocio no desfallece, sino que se complejiza cada vez más. Los patrones de consumo tienden a ser los de las categorías del grupo social y clase económica ya establecidas, por lo que los publicitarios siguen dividiendo a la población según el nivel de ingresos y de ocupación. Pero en los años ochenta y noventa se observa que el consumo y prácticas de ocio de las personas se basa tanto en dichas categorías tradicionales como en otras adicionales, tales como la edad, sexo, etnia, composición familiar y nuevos agrupamientos que llevan a algunos autores a la percepción 11 creciente de que el tipo de ocupación va perdiendo la significación que había tenido en el pasado en cuanto a su influencia sobre los patrones de consumo. Así, el marketing reciente ha pasado de delimitar grupos socioeconómicos a explorar nuevas categorías de estilo de vida, etapa vital y denominadores comunes de interés y aspiraciones. Este cambio resulta crucial, ya que persigue describir segmentos del mercado no desde un punto de vista objetivo, sino desde el punto de vista del consumidor. Al consumidor se le reconoce progresivamente el poder de tomar decisiones sustanciales e imprevisibles en la selección y uso de actividades o productos. Algunos sociólogos han concedido una enorme importancia a este cambio en la forma en el que los investigadores de mercado perciben los patrones de consumo, es decir, al avance que supone pasar de considerar que están determinados principalmente por la clase socioeconómica, a pensar que influyen en ellos la etapa alcanzada en el ciclo vital, el sexo o la etnia, o (lo que es más complejo de captar y medir) por aspiraciones subjetivas. La investigación de mercado ha comenzado a darse cuenta de que característi cas sociodemográficas como clase social, ingreso y educación no indican de forma adecuada las diferencias en la conducta de los consumidores. Y tratando de capturar estas diferencias en las preferencias de los consumidores se comienza a crear nuevas tipologías basadas en las preferencias subjetivas, pero también en la imagen que los individuos tienen de sí (o que quieren proyectar), con lo que se obtienen tipologías de consumidores más refinadas que las basadas en categorías socioeconómicas (Zukin y Maguire, 2004). Es más, algunos analistas están comenzando a detectar que no sólo hay una creciente segmentación psicográfica (basada en estilos de vida, actividades desarrolladas, intereses personales, opiniones respecto a diversos aspectos sociales y culturales) sino por imaginarios o estilos de pensamiento donde lo importante no son tanto los individuos como las categorías mentales y el comportamiento derivado delas mismas (Saviolo y Testa, 2007). Es por ello que algunos autores llegan a afirmar que la publicidad y la sociedad de consumo potencian conductas de consumo menos sometidas a los criterios de búsqueda de la distinción social y más en el anhelo de desarrollo individual, al margen de los grupos sociales de referencia. Se defiende que el consumo y el ocio se organizan cada vez más en función de objetivos, gustos y criterios individuales, de forma que las satisfacciones sociales diferenciadoras son ahora sólo una entre las muchas motivaciones posibles en un conjunto dominado por la búsqueda de la felicidad privada. Por ello, ahora los actos de consumo y de ocio expresarían más que antes gustos particulares no vinculados a la pertenencia a grupo social alguno. La búsqueda del placer narcisista de sentir distancia respecto a lo ordinario, de imágenes positivas de uno mismo (a través del cultivo del cuerpo y de los afectos, 12 sensaciones, emociones, intelecto), de satisfacciones diversas, y también de búsqueda de seguridad y referencia grupal (en el caso de las marcas). Ocio y consumo quedan cada vez más unidos a través de la importancia creciente de la búsqueda de experiencias placenteras, auténticas o no, pero casi siempre conectadas al regocijo del placer del ‘ir de compras’ y a la novedad permanente (Lipovetsky, 2007; Kloeze, 1999). Pero esto implica valorar erróneamente que la carrera por la estima social es incompatible con la carrera del placer, cuando esto no es así, puesto que cada grupo o categoría social aprende a expresarse, desarrollarse o divertirse de una forma concreta que nunca será contraria, sino integrada en los gustos y estilos de su propio grupo de referencia (esto se comprenderá mejor con el capítulo seis, dedicado a los sociólogos contemporáneos). Aunque es cierto que las categorías tradicionales de grupos ocupacionales están atravesadas por nuevas categorías, muchas de ellas creadas por la propia publicidad, lo cierto es que la búsqueda de la diferencia y distinción social condiciona tanto el comportamiento de consumo y el ocio, como el deseo de expresión individual porque cada grupo de referencia crea unas formas específicas de expresión. Los cambios no pueden ser desvinculados de la estrategia de la oferta de segmentación de los mercados, diferenciación extrema de los productos y servicios, aceleración del ritmo de lanzamiento de los mismos y preeminencia del marketing. La diversificación de la oferta es paralela a la globalización de las empresas, con un papel cada vez más central de las multinacionales. Todos estos procesos que tienen lugar en el consumo y el ocio implican una mayor consideración social de los mismos. Las personas dedican cada vez más tiempo a estas actividades, las cuales están complejamente interrelacionadas. Para finalizar, hay que subrayar que estos cambios han sido considerados también como elementos de la posmodernidad, un tipo de sociedad que ya no estaría dominada por los grupos estables de ocupados sino emplazada en una situación de continuo cambio. Lo posmoderno también tiene que ver con la centralidad del consumo como proceso social, lo que debilita la idea de que la clase es el fundamento de ubicación social de los individuos. Las fronteras entre grupos serían mucho más fluidas porque los individuos tienen la posibilidad de moverse entre distintos grupos sociales. Y en lugar de seguir las pautas de consumo y de vida de los grupos sociales con prestigio, lo que preside el comportamiento es la diversión, la emoción, la huida del aburrimiento y la búsqueda propia de estilo. Por otro lado, para algunos autores, la posmodernidad está asociada al cambio en la naturaleza del conocimiento. Porque ya no se puede dar por supuesto el progreso, dado que la ciencia pasa a ser considerada como un discurso más y no el discurso más objetivo. La ciencia y la razón ya no 13 garantizan su promesa de liberación y mejora social continua. Por ejemplo, para Vattimo (1994), el final de la modernidad se produce cuando ya no es posible considerar la historia unilineal, sino que es el pasado de una serie de puntos de vista distintos. CLASES SOCIALES, ESTILOS DE VIDA Y OCIO Los cambios sociales y económicos analizados anteriormente implican también que debamos detenernos, aunque brevemente, en la estratificación social, dada su conexión con las prácticas ociosas. Esto significa que aunque se detecte un proceso creciente de individualización en dichas prácticas, ciertos factores objetivos siguen siendo importantes para comprender algunas de las diferencias observables en las mismas. La estructura social de comienzos del siglo XX estaba polarizada, formada por una pequeña clase alta (grandes propietarios y fabricantes, aristocracia), con tiempo y capacidad económica suficiente para poder llevar a cabo actividad de ocio ostentoso (descritos por Veblen), y una gran cantidad de obreros con poca capacidad adquisitiva y tiempo libre (analizado por Marx). En contraste, la estructura social de las sociedades actuales debe su mayor diversidad a una serie de factores que son los que aquí se describirán. Luego nos detendremos a analizar hasta qué punto estas categorías condicionan o no hoy los comportamientos de ocio y qué nuevas categorías deberíamos añadir. Durante mucho tiempo el acceso a tiempo y capacidad para el ocio ha estado restringido a las clases altas, mientras que en la actualidad se encuentra cada vez más democratizado. Algunas de las razones son las siguientes. En primer lugar, pese a la importancia creciente de las grandes empresas, el pequeño negocio no ha desaparecido. El comercio, la restauración o algunos oficios tradicionales siguen en manos de pequeñas empresas, de forma que tenemos un grupo social, la pequeña burguesía, que cuenta con propiedades, aunque quizá con pocos o ningún empleado, quizá incluso con dificultades económicas. En ocasiones se trata de propietarios con bajos niveles educativos. En segundo lugar, se ha consolidado la diferenciación entre propietarios o accionistas y directivos. En las grandes empresas los propietarios o accionistas tienen efectivamente la propiedad de la empresa, pero son realmente los directivos los que toman las decisiones relativas a la marcha de la misma. Estos tienen altos niveles educativos y salariales, así como poder en la toma de decisiones. En tercer lugar, se diversifica la clase obrera siguiendo variadas y complejas líneas de compartimentación. La que diferencia a los obreros manuales de los no manuales. Estos últimos tienden a tener un mayor nivel de estudios que los primeros y además, muestran un comportamiento 14 distinto en el consumo, que está vinculado en ocasiones al tipo de ocupación. Según algunos autores, dichas diferencias tendrían también que ver con la formación de la identidad colectiva, en el sentido de que se trata de un colectivo que rechaza el que se le considere clase obrera, lo que puede afectar a su vez a sus pautas de conducta extra-laboral. Otra línea de diferenciación interna dentro del grupo de asalariados tiene lugar entre ocupados con titulaciones universitarias y aquellos que no la tienen. Aquí destaca la aparición de un eje de desigualdad que será fundamental para comprender las diferencias en el comportamiento ocioso: los niveles educativos. A mayor nivel educativo, mayor salario y comportamiento diferencial en el ocio y consumo. Redunda en esta diferencia el que muchos puestos de trabajo, en la empresa privada y pública, requieren y exigen un título universitario para el acceso a los mismos, puestos que implican casi siempre, altos salarios, estabilidad, posibilidades de promoción y cuotas mayores de responsabilidad. Algunos de los nuevos puestos de trabajo comparten además una característica adicional, que se ha señalado como relevante para el estudio de los comportamientos deconsumo: se trata de los empleos en el sector servicios, que se llevan a cabo de cara al público. Y donde por tanto, son importantes la apariencia física, la compostura, el carácter y las actitudes hacia los otros. Estas características del puesto, de cara al público, pueden afectar a pautas de comportamiento y apariencia —y por tanto, de actitudes extra-laborales— (Crompton, 1993). Lo que es cierto es que aquellos asalariados con niveles medios o altos de cualificación conforman lo que se ha dado en denominar la clase media. Esta clase se ha ampliado, de tal forma que nuestras sociedades podemos decir que tienden a tener una forma romboidal, más que piramidal, como ocurría hace cien años. Y que los niveles de ingreso son hoy día tan importantes como los títulos educativos para comprender el comportamiento de las personas en el ocio y en el consumo, lo que implica que dos ejes condicionan poderosamente el comportamiento en el ocio y el consumo: el capital económico y el capital cultural (Bourdieu, 1998). Hasta hace unas décadas quedaba claro que el tipo de empleo afectaba a los patrones de consumo en dos sentidos fundamentales: en el nivel de ingresos pero también en el prestigio social del empleo, lo que estaba relacionado con el nivel de estudios. Y para los publicitarios, el nivel de educación era importante porque afectaba a los patrones de consumo y de ocio. En la actualidad estos grupos quedan difuminados por la consideración de otros elementos o categorías que generan nuevos subgrupos (género, edad, etnia, proyectos de vida, etc). Y aunque los grupos ocupacionales, dadas sus diferencias en salarios, niveles de autoridad, responsabilidad y estudios siguen influyendo en la existencia de diferentes preferencias en el ocio y el consumo, también las nuevas categorías se han configurado como 15 nuevos factores que influyen en las prácticas del ocio (Bocock, 1993; Critcher, Bramham y Tomlinson, 1995; Veal, 1988; Zukin y Maguire, 2004). REFLEXIONES GENERALES DEL CAPÍTULO 1. A lo largo de la historia del capitalismo se pueden detectar tres grandes períodos en lo que se refiere a la valoración del trabajo y del ocio. El capitalismo de producción (siglo XVIII a comienzos del siglo XX) pone las bases de la valoración y centralidad del trabajo que se mantiene hasta hoy. El capitalismo de consumo, desde la primera mitad del siglo XX hasta los años setenta del mismo, mantiene la importancia social e individual del trabajo pero también la presencia cada vez mayor del tiempo libre, del ocio y del consumo en la vida de las personas. El capitalismo informacional mantiene a su vez esta importancia tanto de trabajo como de ocio. 2. En segundo lugar, las diferencias en el comportamiento ocioso y de consumo estaban más vinculadas hace unas décadas a la pertenencia de las personas a grupos ocupacionales. Mientras que progresivamente las diferencias se deben también a otras variables sociodemográficas (sexo, edad, etnia, lugar de residencia), y a proyectos de vida subjetivamente conformados por los propios individuos. Esto segmenta cada vez más el universo de comportamientos, motivaciones y actitudes de las personas en su tiempo de ocio. PARA SEGUIR APRENDIENDO ‡ Serie de lecturas recomendadas relativas a la historia contemporánea del ocio y del consumo en la revista Historia Social , nº 41 de 2001, titulada “La mercantilización del ocio”. Destacan algunos artículos centrados en actividades de ocio como el teatro, la corrida de toros, el fútbol en España, desde finales del siglo XVIII en adelante, y donde se pone especial énfasis en los vínculos entre ocio y consumo, así como entre actividades recreativas y su mercantilización. Número monográfico de Cuadernos de Realidades Sociales , nº 57— 58 de 2001, dedicado al consumo en España. Este monográfico aborda diversos aspectos del desarrollo de la sociedad de consumo en España, lo cual te resultará útil para complementar tu reflexión sociológica sobre el ocio. Lectura del capítulo “Consumo” en D. Brooks (2001), Bobos en el paraíso, ni hippies ni yuppies: un retrato de la nueva clase triunfadora , Grijalbo. En este relato periodístico, Brooks analiza las prácticas de consumo y ocio de las clases medias profesionales 16 norteamericanas de los años noventa, herederos, en sus prácticas, tanto de los hippies como de los yuppies de generaciones precedentes. Selecciona varios anuncios publicitarios y analiza a qué grupos sociales se dirige. Señala qué aspectos sociales son los más significativos de cada anuncio. ¿Se destaca en ellos la diferenciación de un grupo con respecto a otros, por ejemplo en el sexo, en la edad, en los estilos de vida? A partir de las encuestas relativas a comportamiento turístico que se pueden encontrar en España (Instituto de Estudios Turísticos, Instituto de Estadística de los Gobiernos autonómicos, Instituto Nacional de Estadística, Centro de Investigaciones Sociológicas), analiza qué aspectos utilizan dichos organismos en sus estadísticas para estudiar el comportamiento turístico (y de ocio). Resalta aquellas que parecen influir más poderosamente en el mismo. Posteriormente selecciona dos colectivos sociales en función de algunas de sus características sociodemográficas (ocupación, edad, sexo, residencia) y subraya las semejanzas y diferencias existentes en sus comportamientos y actitudes turísticas. 17 Capítulo 5: PRIMERAS APROXIMACIONES AL ESTUDIO SOCIOLÓGICO DEL OCIO Rosa Marrero Rodríguez Los antecedentes: K. Marx, Saint-Simon y Lafargue El planteamiento pionero de T. Veblen El planteamiento liberal de las décadas de los cincuentas y sesenta Ocio y alienación: la escuela de Frankfurt Este capítulo realiza un recorrido por las primeras formulaciones sociológicas acerca del ocio. Abarca un período de tiempo bastante amplio, aproximadamente desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década de los setenta del siglo XX. Se resume este período de tiempo en un solo capítulo porque lo que interesa es mostrar cómo se inicia la trayectoria seguida por el pensamiento sociológico hasta lo que definitivamente va a ser una especialidad dentro de la disciplina, la sociología del ocio. Deberá tenerse en cuenta que los autores seleccionados se sitúan en momentos históricos diversos, puesto que abarca desde el capitalismo de producción hasta el comienzo de la sociedad de consumo de masas, y en países con problemáticas socioeconómicas y tradiciones académicas distintas. LOS ANTECEDENTES: K. MARX, SAINT-SIMON Y P. LAFARGUE Presentamos aquí las tesis de tres autores que han condicionado los comienzos de la reflexión y discusión sobre el ocio: Saint-Simon, Marx y Lafargue. Veblen también está considerado un antecedente en los estudios sociológicos sobre el ocio, pero será tratado más adelante, por el interés específico de sus planteamientos. En el siglo XIX, el análisis del ocio es marginal en los análisis de los autores clásicos, por razones ya planteadas: la centralidad del desarrollo industrial y del trabajo. También dicho análisis toma la forma de protesta contra las prácticas ‘parasitarias’ de las clases pudientes del Antiguo Régimen. La exaltación del trabajo viene motivada tanto por la importancia del trabajo productivo industrial en la sociedad capitalista como por los valores religiosos de abnegación defendidos por el protestantismo y el calvinismo. 18 SAINT-SIMON (FRANCIA, 1760-1825) Saint-Simon fue un aristócrata que vivió apasionadamente la Revolución Francesa. Su defensa de la sociedad industrial tiene como contraste la crítica al Antiguo Régimen, debido a sus injustas divisiones sociales y al parasitismo de sus enquistados estamentos. Critica al ocioso no en nombre de valores morales, sino en función de una representaciónnueva de las relaciones sociales. Y es que desde su punto de vista, la sociedad está dividida entre productores y ociosos, siendo la ociosidad algo socialmente inútil. Este planteamiento nace de su perspectiva acerca de la sociedad industrial, puesto que todo elemento en la misma ha de tener una función social. Dado que las tareas productivas son el fundamento de crecimiento de esta sociedad industrial, aquellos que no participen de las tareas productivas industriales serán rechazados. La sociedad se concibe como un proceso externo e íntimamente coherente (compuesto de hechos positivos), susceptible de ser conocido empíricamente y controlado en su desarrollo. Además, la sociedad, de manera similar a la naturaleza, puede ser conocida científicamente, de forma que se pueda extraer de ella su aspecto más ventajoso. El crecimiento económico será liderado por un núcleo rector, el de los incipientes industriales o empresarios. Aquí se observa una confianza ilimitada en la clase de los industriales, que revolucionan la sociedad, librándola de incongruencias y despilfarros. En este sentido, llama industriales a las sociedades modernas, acertando a descubrir en ellas el eje central que las vertebra, tanto en lo que se refiere a la estructura y organización como en cuanto a valores, énfasis y objetivos. Concibe la sociedad industrial como armónica, pacificada y racionalizada gracias a la desaparición de los viejos privilegios y la paralela adopción de los principios y pautas de la producción. En la época antigua y feudal, fundamentada en la conquista militar, la prosperidad se obtenía a través de la esclavitud y colonización de nuevos territorios, y las riquezas excedentes eran consumidas por parte de la clase ociosa que no las había producido. Pero en la época industrial, la riqueza se acumula, gracias a la división del trabajo social y el industrialismo, mediante el cual se sustraen al consumo inmediato una parte del trabajo y se invierte en medios de producción. Este autor no ve ninguna divergencia entre los detentadores del capital y los trabajadores, puesto que predice la eliminación de los antagonismos de clases, fundada en la organización racional del desarrollo. Otorga a los industriales un carácter altruista incompatible con los hechos de la sociedad industrial. 19 KARL MARX (ALEMANIA, 1818-1883) Pese a que este clásico de la Sociología no haya escrito nada sobre ocio, en su obra se encuentran los fundamentos de una cadena de conceptos que autores marxistas posteriores utilizarán32. Se defiende la idea de ocio como consumo improductivo pero también como mecanismo de reposición de la fuerza de trabajo. Las relaciones sociales de producción en el capitalismo están fundamentadas en la explotación del proletariado por la burguesía. A partir de la distinción entre trabajo necesario y sobre-trabajo, tenemos que el tiempo necesario es el tiempo que el individuo debe consagrar al trabajo para asegurar la subsistencia. La esfera del trabajo necesita de un tiempo de reposo y reparación, por lo que el tiempo libre se convierte en un tiempo necesario para la restitución de la fuerza de trabajo. En los tiempos en que Marx escribe, este tiempo de reposo es insuficiente debido a las largas jornadas laborales que los obreros realizan en la fábrica. Así, una parte del tiempo no laborable puede considerarse como necesario para la restitución de la fuerza de trabajo. Por otro lado, el sobre-trabajo es el trabajo suplementario que el obrero da a quien lo emplea sin contrapartida de salario. El sobre-trabajo produce plusvalía, que es el fundamento de la explotación y la base del enriquecimiento de la burguesía. Precisamente una parte del sobre-trabajo es transformada en ocios bajo la forma de consumo improductivo por parte de la burguesía (que permitirá además el consumo ostentoso), y otra, en reinversión para la actividad capitalista. La disponibilidad, cantidad y caracterización del tiempo libre se encuentran diferenciadas por clases sociales, de tal forma que para los obreros el escaso tiempo libre sirve para restituirles de su esfuerzo en la fábrica y la burguesía lo emplea en forma de ocio improductivo. Hay una dependencia mutua entre ambos, conectados por la lógica de la explotación y la búsqueda de la plusvalía. A medida que el capitalismo se desarrolla, puede preverse una reducción del tiempo de trabajo para los obreros, debido al crecimiento de la productividad; pero no por ello descenderá la explotación capitalista, que adoptará progresivamente un carácter intensivo, más que extensivo. Vemos que el ocio tiene dos funciones en el capitalismo: prolonga el trabajo en tanto que reconstitución de la fuerza de trabajo, aquí el ocio tiene valor de uso; y el ocio es valor mercante, en tanto va ligado a la sobreproducción, al permitir la ampliación de la producción a unos bienes que 32 Conviene señalar que la obra de Marx ha influido poderosamente en el desarrollo de la Sociología. Muchos conceptos y teorías que se verán después tienen como referente la obra de Marx. Por tanto, no está de más que el alumno consulte algunas de las referencias bibliográficas que incluyen capítulos dedicados a este autor, tales como Baert (2001), Giddens (1988), Ritzer (1993) o Rodríguez Ibáñez (1989), entre otros. 20 permiten la recuperación por el capital de una parte de la plusvalía distribuida bajo la forma de rentas y que debe circular por el mercado para asegurar el equilibrio entre oferta y demanda. Para Marx, en la sociedad capitalista la ociosidad de unos —burguesía— supone la explotación de otros —proletariado—. Con lo que está traduciendo dicho fenómeno en términos antagónicos y de relaciones de clases. A partir de la idea de que las necesidades humanas nacen condicionadas socialmente, y de que el trabajo ocupa un lugar central en la historia, tenemos que la ociosidad es una categoría histórica que se materializa en formaciones sociales, definidas por las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. En esta perspectiva, el ocio, como plantearán algunos herederos posteriores del marxismo, no puede ser separado de las relaciones de explotación y desigualdad que el capitalismo ha conformado, lo que obliga a situarlo en un contexto socio-económico y político más amplio. PAUL LAFARGUE (CUBA, 1842-FRANCIA, 1911) En un primer momento estuvo influido por Proudhon y luego, definitivamente, por Marx, de quien acabó siendo su yerno. En 1868, fue elegido miembro del Consejo General y secretario corresponsal de la AIT (Asociación Internacional del Trabajo) para España, comenzando así una labor de divulgación periodística y política que caracterizaría buena parte de su trayectoria. Tuvo una gran importancia para el movimiento obrero español su estancia en el país, dado que durante la misma se produce la escisión y enfrentamiento abierto entre marxistas y bakuninistas, con claro predominio de los segundos. También desarrolló una intensa actividad política en Francia, llegando a ser miembro del Parlamento francés. En 1880 publica en Francia El derecho a la pereza . En él manifiesta uno de los rasgos más característicos de toda su obra posterior: la utilización de la paradoja como instrumento de difusión de la doctrina marxista y de sus aportaciones propias. El tono irónico y el carácter polémico del texto hicieron de esta obra una de las más populares e influyentes de la tradición socialista del siglo XIX. Las razones del éxito inicial y quizá de su posterior olvido se encuentran en el planteamiento original de un problema clave en la sociedad decimonónica: el problema de la centralidad del trabajo industrial, ante el que adoptó posturas discrepantes de las habituales en el movimiento obrero y del pensamiento socialista de la época. Con el desarrollo industrial,la concentración del proletariado en las fábricas y la ruina progresiva del artesanado provoca cambios radicales en la estructura social y una alteración en los ritmos de vida tradicionales, pues los campesinos y artesanos del siglo XVIII trabajaban menos días al año que los 21 obreros del siglo de la Revolución Industrial. Las costumbres artesanales habían estado caracterizadas tradicionalmente por una relativa autonomía en la producción, reflejada en los ritmos irregulares de trabajo, en los que alternaban momentos de fuerte actividad con jornadas de ociosidad. En cambio, tras la industrialización, la presión de los fabricantes y el desarrollo de la ética puritana condujeron a la creación progresiva de nuevos hábitos productivos y a una nueva disciplina del tiempo. En el terreno ideológico, estos cambios se reflejaron en una exaltación del trabajo, convertido en primer valor social, e incluso en el fundamento de la misma sociedad. Las actividades productivas eran creadoras de riqueza, fuente de satisfacción y de virtud, moralizadoras de las clases populares, factor de estabilidad social e instrumento del progreso histórico. La glorificación del trabajo tuvo como consecuencia la transformación de la sociedad en una sociedad del trabajo, de la que quedan excluidos como contraproducentes los deseos, sentimientos y actividades no productivas. La cuestión es que los mismos socialistas se vieron sometidos a la influencia de esta glorificación. Pese a la lucha contra las jornadas largas de trabajo en la fábrica, consideraban al trabajo como un valor social supremo; era considerado factor esencial en la realización del hombre y la manifestación misma de su esencia. Pues bien, esta glorificación general de las actividades productivas es el blanco de los ataques de Lafargue, dado que la actividad productiva le producía desprecio. No había, como decía Marx, trabajo enajenado y trabajo liberado. La auténtica oposición enfrentaba al trabajo embrutecedor con el ocio placentero. Por otro lado, las crisis de superproducción serían un fenómeno inevitable en el sistema capitalista, dados los bajos niveles de consumo de la clase obrera, en contraste con el rápido crecimiento de la producción, gracias a la maquinaria industrial y a las largas y agotadoras jornadas laborales. Mientras, los mecanismos ideados por el sistema para evitar la aparición de la crisis resultaban ineficaces: el sobre— consumo de la burguesía, la búsqueda de mercados coloniales, o la adulteración de productos para facilitar su salida y abreviar su duración. La conclusión inevitable de esta argumentación era la necesidad de reducir la jornada de trabajo, elevar la capacidad de consumo de la clase obrera y aumentar los días de fiesta no laborables. Estos planteamientos influyeron a lo largo del siglo XIX en los círculos socialistas y anarquistas a favor de la implantación de las ocho horas33. Pero ello no obvia la tensión inevitable dentro del propio movimiento obrero con respecto a la centralidad otorgada al trabajo y por tanto, respecto de la consideración ideológicomoral del ocio. 33 No hay que olvidar que esta lucha por las ocho horas convive en muchas ocasiones con otras propuestas donde el sindicalismo defenderá incrementos salariales a través de las horas extraordinarias, lo que redunda en incrementos de las jornadas de trabajo. 22 EL PLANTEAMIENTO PIONERO DE THORSTEIN VEBLEN (ESTADOS UNIDOS, 1857- 1929) Veblen está considerado una de las principales figuras del Institucionalismo americano. Este movimiento fue pionero al destacar la dimensión económica de los hábitos de conducta y de pensamiento de los grupos humanos, y en la importancia de las instituciones sociales en la conducta económica. Estaban influidos por los historicistas alemanes y utilizaron conceptos procedentes de la psicología y del evolucionismo darwinista. Además fueron críticos con la teoría económica dominante en su época, denunciando que las denominadas ‘leyes económicas’ son fenómenos contingentes que dependen de factores históricos, sociales e institucionales. Su planteamiento es interdisciplinar, no utilizan el modelo de agente económico racional y maximizador de utilidades y beneficios; y su visión de la realidad económica es dinámica34. La obra más importante de Veblen es Teoría de la clase ociosa (1899). En ella se procede a describir y analizar el ocio de las clases industriales y pudientes estadounidenses de finales del siglo XIX. La clase ociosa aparece mucho antes que la sociedad industrial, en un momento histórico — feudalismo— en que se dan las siguientes condiciones históricas: hábitos de vida depredadores, medios de subsistencia suficientes para que algunos individuos no trabajen y surgimiento de una jerarquía social de tareas, diferenciadas entre dignas (hazañas, proezas) e indignas. Por tanto, la clase ociosa coincide con el comienzo de la propiedad. Veblen describe el cambio del mundo medieval al moderno como el paso del predominio del ocio ostensible al consumo ostensible. Y para ello procede desde el evolucionismo y desde una postura teórica que podemos considerar hoy sociológica. El ocio no es un estado de reposo, sino es, ante todo, un consumo improductivo de tiempo, un tiempo sin valor económico respecto al trabajo productivo. En este sentido económico, los ociosos forman una clase improductiva y consumidora de bienes superfluos. El desarrollo de la sociedad capitalista en Estados Unidos favorece la aparición, en el seno de la sociedad de emprendedores con dominante puritana, de una clase de gente ociosa que se confunde con la clase poseedora. Pero su comportamiento de ocio tiene una clara función social, el anuncio ostentoso de la pertenencia a la clase social con posiciones más elevadas. El ocio se convierte en la expresión del prestigio social y de la superioridad. Si ocio y acumulación son antagónicos, ¿cómo explicar que sean simultáneamente buscados? El ocio es la condición social de la clase dominante y como tal, símbolo de un estatuto social elevado, por lo que demostrar comportamiento de ocio en la sociedad industrial denota integración en la clase 34 Véase http://www.eumed.net/ 23 dominante. Por ello, adquirir bienes de ocio es destruir capital desde el punto de vista económico, pero desde el punto de vista social demuestra una posición de prestigio. El hombre ocioso debe gastar y ostentar lo más posible, dado que con ello mejorará su posición en la clase ociosa. Veblen propone una explicación de tipo psicológico al comportamiento del hombre de ocio. La lucha por el prestigio se traduce en la sociedad evolucionada en regla de emulación pecuniaria. La lucha por el prestigio tiene un fundamento instintual y el deseo de superar a su semejante es una ley natural y universal que gobierna los comportamientos de todos los individuos, sea cual sea su pertenencia social. Ahora la lucha por el prestigio reemplaza a la lucha por la vida. De una sociedad que requería del trabajo para asegurar la subsistencia, se pasa a otra donde la lucha por el prestigio reemplaza a la lucha por la vida. En la sociedad descrita por Veblen, las fronteras entre las clases sociales están muy marcadas, por lo que el reflejo de la emulación pecuniaria se juega en el interior de la clase pudiente; pero también apunta que a medida que la sociedad esté fundamentada más en el trabajo que en la herencia, mayor será la movilidad social, y más rápido el proceso de imitación, no pudiendo escapar ninguna clase a la regla de la ostentación. Cuanto más se debilitan las distancias materiales entre las clases, más rápido es el proceso de imitación entre ellas. El consumo ostentoso tiende progresivamente a sustituir al ocio ostentoso, debido a factores de tipo sociodemográficos(urbanización, decadencia de las comunidades pequeñas, incremento de las relaciones impersonales), y también a la propia dinámica de la sociedad industrial, que favorece la activación del ‘instinto de trabajo eficaz’. Salvo por la utilización de algunos argumentos biologicistas e instintuales (como el instinto de trabajo eficaz), Veblen tuvo el mérito de ser el primero en estudiar desde una perspectiva sociológica las prácticas de ocio y consumo (las clases altas norteamericanas de finales del siglo XIX), atendiendo a las conductas concretas, a las variables sociodemográficas que afectaban a las mismas y a los vínculos entre dichas prácticas y el entorno social de referencia de los individuos. EL PLANTEAMIENTO LIBERAL DE LA DÉCADA DE LOS CINCUENTA Y SESENTA Es común a los dos grandes planteamientos que se realizarán a continuación —liberales y marxistas— las ideas de que la sociología del ocio trata del estudio de la organización social del tiempo en que no se trabaja, el cual se cree que aumenta en función de la automatización de la producción. Por ello, es central la oposición trabajo-tiempo libre, o más matizadamente, tiempo de trabajo-tiempo libre- ocio. Además, uno de los méritos de ambas corrientes es su autonomía teórica progresiva de la tutela de la sociología del trabajo, que había ocupado más el interés de los sociólogos clásicos. 24 La sociología del ocio nació en Estados Unidos, para lo que hay que considerar tanto la influencia de autores europeos exiliados desde Europa en los años cuarenta —Adorno, Marcuse y Fromm, de clara inspiración marxista—, como el desarrollo de la investigación empírica relativa a los estilos de vida y al tiempo libre, parte de la cual deriva directamente de cuestiones teórico-empíricas surgidas en el marco de la sociología del trabajo. En el período que va de 1925 a 1940, a partir de la influencia etnográfica y de su concepto central de cultura —conjunto de conductas, modelos, creencias, valores de los individuos de una colectividad—, y también como derivación de los análisis sociológicos relativos a las consecuencias de la vida en la fábrica, tenemos que algunos autores analizarán las prácticas de ocio. Por otro lado, para comprender estos primeros acercamientos al ocio, hay que entender los Estados Unidos de los años treinta: a partir de mediados de los años veinte se observa un crecimiento de la clase media y un acceso a comportamientos de ocio urbano35, dado que el período previo a la Segunda Guerra Mundial está marcado por un crecimiento urbano muy rápido, por una inmigración elevada, mejora de los niveles de vida, y también un fuerte sentimiento de inseguridad en la clase obrera. Se comenzará a trabajar con la idea de que hay un incremento del tiempo de no trabajo y de que cada estrato social tiene una subcultura, por lo que los ocios y los estilos de vida son diversos. Y aunque en un principio la noción cultural de género de vida es estudiada en sus relaciones con el nivel de vida (como noción económica), poco a poco estas dos nociones se irán disociando. Se subraya en estos estudios las diferentes maneras de vivir los ocios según grupos sociales y el papel del ocio como elemento de integración de la clase media. Los cambios se ponen en relación a elementos demográficos y urbanísticos. Aquí se inaugura lo que será una constante en los estudios sociológicos sobre el ocio y el consumo: su relación más o menos dependiente de las condiciones socio-económicas. Por ejemplo, en 1925 Robert y Helen Lynd emprenden el estudio de la cultura americana con el método etnográfico en una ciudad de tamaño medio a la que llamó Middletown. Todo ello a partir de la financiación recibida de la Fundación Rockefeller, interesada en promover la integración social a través de la religión. Pero deciden estudiar no únicamente la religión de la ciudad elegida, sino a la comunidad en su conjunto, atendiendo a distintos asuntos como costumbres, prácticas comunitarias, ocio, religión o la educación de los jóvenes. Los resultados se publicaron en 1929 con el título Middletown: A study in American culture. En ellos se podía constatar los efectos de la rápida industrialización y urbanización. De formas de vida agraria se había pasado a costumbres y modos de vida urbanos. Pese a la existencia de dos grandes grupos sociales (business class y working class ) se 35 Este apartado está en deuda con el clásico libro de Lanfant (1978). 25 observaba que la modernización iba erosionando las diferencias de clases que había creado. En parte gracias a la extensión de la producción en masa. Este matrimonio volvió en 1935 para analizar los efectos de la Depresión sobre Middletown, cuyos resultados se publicaron en 1937 como Middletown in transition —conocido también como Middletown II—. Estuvieron en esta ocasión más atentos a las diferencias sociales y a problemas como la pobreza, que no habían considerado en el primer estudio. Aún así, no concluyeron que las diferencias sociales llevaran a la ‘lucha de clases’36. Por su parte, Elton Mayo emprende la encuesta sobre las relaciones humanas en la empresa, insistiendo en la importancia de los ocios en los lugares de trabajo por ser un elemento equilibrador de la personalidad del obrero. Esto es una derivación del famoso estudio sobre la conducta humana en situaciones de trabajo efectuado en la compañía Western Electric, entre 1924 y 1933. Con el tiempo llegaron a ser conocidos con el nombre de estudios de Hawthorne, porque muchos de ellos tuvieron lugar en la planta Hawthorne de la Western Electric, cerca de Chicago. Su objetivo era investigar la relación entre el nivel de iluminación en el lugar de trabajo y la productividad de los empleados, problemática típicamente taylorista. Otros de los colaboradores de Hawthorne, W.L. Warner, en Yankee City (1941-1959)37, concede importancia al ocio, proponiendo una clasificación de las clases sociales no dependiente del lugar en las relaciones de producción sino de las diferencias en los comportamientos de consumo, considerando el ocio como factor de distinción social. Veamos a continuación los planteamientos de tres conocidos sociólogos liberales. DAVID RIESMAN (ESTADOS UNIDOS, 1909-2002) A lo largo de los años cincuenta, la sociología del ocio se va a desarrollar en Estados Unidos en gran medida gracias a David Riesman. Bajo su égida se crea en 1955 en Chicago un centro de investigación sobre el ocio. Previamente, en 1948 había escrito La muchedumbre solitaria, donde insistirá en la pérdida de los valores del trabajo y en la desaparición de los antagonismos de clase. Y es que plantea que la sociedad industrial tiene en su germen la posibilidad de superar sus problemas, precisamente a través del ocio. La historia occidental ha pasado por tres etapas, y en cada una de ellas ha predominado un tipo de personalidad. La primera etapa se caracterizaba por el modo de vida tradicional, fundado en las relaciones familiares y de clan. La segunda por el industrialismo y la tercera, la sociedad moderna más avanzada, mantiene unos patrones de consumo consolidados. Cada uno de estos períodos habría 36 Véase también http://www.pbs.org/fmc/timeline/plynds.htm. 37 De este ambicioso estudio salieron seis volúmenes, con distintos años de publicación. 26 engendrado un tipo de individuo caracterizado por un esquema de adaptación conductual a la sociedad. Así, la revolución industrial ha creado un hombre de tipo ‘introdeterminado’, el cual se centra y refugia en sí mismo a diferencia del precedente, como reacción a los cambios rápidos de la sociedad industrial. Ya en la época moderna asistimos a una segunda revolución, el paso de la sociedad de producción a la de consumo. Y un nuevo tipo de hombre, el ‘extrodeterminado’.Éste orienta su conducta a la apreciación y aprobación de sus contemporáneos, aceptando su dependencia respecto a los demás. La educación, los padres, los compañeros forman parte de los elementos que condicionan este carácter. Y cada vez más el ocio, un marco privilegiado de consumo forzado o elegido y fuente de individualización y de autonomía. Riesman apunta una serie de peligros en la sociedad de consumo, pero también aspectos positivos como que los mass media pueden ayudar a la liberación de los individuos puesto que difunde modelos con los que pueden llegar a triunfar sobre el poder de sus iguales, llegando a la autonomía (Riesman, 1965). Diez años más tarde publica Abundance for what? , donde vuelve sobre el tema. En este libro revisa posiciones anteriores puesto que insiste ahora en la importancia del trabajo en el desarrollo del individuo e introduce la noción de clase, proponiendo diferenciar las actitudes en el ocio en función de las relaciones profesionales y de los estatutos económicos. Además, la consideración acerca del ocio se vuelve más pesimista, pues puede ser más embrutecedor que agradable, de manera que los individuos puedan no beneficiarse de estos incrementos de tiempo libre. En sus comienzos, el industrialismo obligó a entrar en el taller a personas procedentes del ámbito rural, adoptando el ritmo de la fábrica. Los trabajadores intentaron contrarrestar esta vida de fábrica con una contra-vida fuera, por ejemplo, mediante asociaciones. Muchos se concentraron en su vida familiar y en la vivienda. El trabajo era central para la auto-imagen del individuo, mientras que su pasado y la vida extra-laboral lo eran menos. Pero ahora el ocio, que fue antes un beneficio marginal, amenaza con empujar al trabajo fuera de los bordes de lo significativo. El trabajo y el ocio se hacen cada vez menos diferenciables al aumentar la importancia de las relaciones interpersonales en ambos, y los individuos pertenecientes a diferentes clases sociales se parecen cada vez más entre sí. Sin embargo, y esta obra lo desarrolla, no podemos pensar en el ocio, sin tener en cuenta el trabajo. Por un lado se observa una igualación de los ocios entre grupos sociales. Dado el incremento del nivel de vida de los obreros, con un mayor consumo y nivel de vida, la práctica de su ocio se asemeja cada vez más al de otros grupos sociales. El consumo de bienes en masa y los medios de 27 comunicación tienden a borrar las fronteras de clase, fomentando la filtración descendente de los tipos de ocio de las clases altas y uniformando desde abajo. Así, se uniformizan los estilos de ocio en una doble dirección: las maneras de las clases bajas se van suavizando, en tanto que los estratos superiores se quejan de la pérdida de refinamiento. En la fábrica, por su parte, se ha producido una mejora paulatina de las condiciones laborales, entre otros a través de la burocratización de los salarios y del escalonamiento más detallado de los organigramas, que dan lugar a jerarquías más sutiles. Pero no se puede obviar el mantenimiento de las diferencias entre obreros, empleados y profesionales. Los consumos parecen los mismos, pero no los significados asociados; por ejemplo, los obreros tienen una relación más material con los bienes de consumo que los profesionales, así como una diferente orientación laboral. Los segundos consideran su trabajo como una carrera, dedican mucho tiempo al mismo, con actitud planificadora de cara a la promoción, educación y preparación, y con un mayor nivel de satisfacción laboral. Además, tienen más recursos dedicados al ocio y planteamientos distintos de cara al mismo. Por ejemplo, están menos predispuestos a que otros planifiquen su tiempo libre. Por todo lo anterior, es posible que el ocio esté cambiando su significación. Antes era una compensación residual del trabajo y en las culturas tradicionales apenas era un problema porque estaba organizado sobre cimientos rituales. La cultura de masas favorece una desorganización de las viejas costumbres y la atracción de un hedonismo nuevo. Pero esta sociedad ofrece pocos recursos para la adaptación y re-educación de aquellos procedentes de la cultura tradicional. Y el trabajo puede parecer un último gesto de asentamiento en un mundo donde las metas se redefinen constantemente, generando muchas experiencias ajenas al trabajo. Así, la creación de necesidades nuevas avanza con más rapidez que la capacidad de las personas para ordenar y asimilar esas necesidades. Pues ninguna otra sociedad ha estado nunca en la misma situación que la actual, en lo que se refiere a realizar el viejo sueño de la libertad de necesidades y de la abundancia. La autodefinición nace del sentido que proporciona el trabajo regular. Así, puede ser más significativo el ocio, si al mismo tiempo se puede hacer más exigente el trabajo. Lo que viene a plantear Riesman es una reorganización del trabajo, de suerte que el hombre pueda vivir humanamente tanto en el trabajo como fuera de él. Cuando uno tiene trabajo, éste llena el requisito más importante para el obrero industrial, pero cuando el tiempo libre es tiempo vacío las personas se inquietan. Se ha conseguido un tiempo libre mayor de aquel que uno sabe emplear y se requiere una nueva actitud tanto en el trabajo como en el tiempo de ocio (Riesman, 1981). 28 SEBASTIAN DE GRAZIA (ESTADOS UNIDOS, 1917-2001) Critica algunos de los planteamientos optimistas que sobre el ocio imperaban en Estados Unidos en los años sesenta, a través de un análisis detallado de los procesos de determinación del tiempo de trabajo y teniendo en cuenta aspectos desdeñados en la evaluación optimista de los incrementos de tiempo libre a lo que supuestamente abocaba la sociedad industrial (Grazia, 1966). Estudia el tiempo que las personas dedican a la jornada de trabajo, los descansos y las fiestas, tiene en cuenta el descenso de la edad de retiro, el incremento de la esperanza de vida, el tiempo dedicado al estudio y la incorporación al empleo, los tipos de jornada laboral —parcial y completa, el pluriempleo— y el tiempo dedicado al desplazamiento al trabajo. Finalmente concluye que la ganancia real de tiempo libre es un mito, dado que es muy reducida. En segundo lugar, parte del tiempo de ocio es utilizado para lo que denomina actividades pasivas y consumidoras, teniendo un gran protagonismo la televisión y la atención al automóvil. En tercer lugar, se interroga sobre las preferencias reales de los individuos acerca de empleos que permitan más tiempo libre, puesto que resulta difícil separar los mecanismos de búsqueda de prestigio profesional, dinero y tiempo. El aumento del tiempo de ocio sería una falsedad relativa, dado que la sociedad americana tiene entre sus más altos valores la consecución de prestigio, dinero y confort. Lo que supone un descenso muy relativo de la jornada laboral. Detrás del planteamiento de S. de Grazia, pese a esta aproximación más realista a la organización de los tiempos en la sociedad moderna, subyace un concepto de ocio que condiciona en gran medida su análisis. Para este autor el tiempo de ocio debe estar contenido por actividades artísticas y científicas, lo que nos lleva a un ideal aristocrático del ocio, incompatible con los ideales y realidades de las sociedades modernas e industriales. JOFFRE DUMAZEDIER (FRANCIA, 1915-2002) Para muchos autores, el desarrollo de la Sociología del Ocio debe mucho a este sociólogo francés, del que ya se ha hablado en los primeros capítulos. Una de sus principales preocupaciones fue la de unir los estudios de ocio a la acción y a la posible dimensión educativa del mismo. En primer lugar, plantea que el tiempo liberado del trabajo puede asumir una función educativa que permitirá al individuo adaptarse a los cambios de la civilización industrial, porque la sociedad industrial y técnica genera nuevas
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