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1. L a ciencia como objeto. Los estudios sobre la ciencia El conocimiento científico es el resultado de determinada práctica o actividad específica que podemos denominar, en sentido amplio, teorización, y la filosofía de la ciencia consiste en un determinado tipo de saber reIativo a dicha práctica. Para clarificar la naturaleza y función de la filosofía de la ciencia es preciso distinguir dos sentidos en que se puede hablar de "saber" en reIación con una práctica o actividad. En un primer sentido, el saber relativo a una actividad consiste simplemente en realizar dicha actividad satisfactoriamente; en otro sentido, el saber relativo a una activi- dad consiste en conocer y ser capaz de formular explícitamente determinadas propiedades o características de esa actividad. Consideremos, por ejemplo, la actividad de proferir oraciones gramaticales, o la de argurnetztar. Una cosa es saber realizar estas actividades correctamente y otra muy distinta es saber en qué consiste realizar estas actividades correctamente. Debe quedar claro que lo primero no es condición suficiente para lo segundo. Se puede saber hablar correctamente sin saber formular en qué consiste ello exactamente, y se puede argumentar correctamente sin ser capaz de explicar qué es una argumentación correcta. En ambos casos se tiene cierto conocimiento implícito, puesto que la actividad se realiza correctamente, pero hace falta realizar una tarea adicional para ser capaz de hacer explícito dicho conocimiento implícito. Eso es lo que hace la Grarnáti- ca en el caso de las preferencias gramaticales, o la Lógica en el caso de las argumentacio- nes. Y hay por supuesto muchos otros hechos relativos a estas prácticas que, por no consistir en reglas para su correcta realización, ni siquiera se conocen implícitamente; hechos tales como el desarrollo histórico de las prácticas, o sus características o variacio- nes etnosociales. La capacidad de realizar correctamente una actividad, por tanto, no basta por sí sola para poder formular explícitamente en qué consiste la práctica correcta de dicha actividad. Por otro lado, si bien quizás menos manifiesto, es igualmente cierto que lo primero tampoco es condición necesaria para lo s e p d o . Aunque poco probable, es posible que alguien conozca explícitamente las reglas que rigen la argumentación correcta y que, por ejemplo debido a algún tipo de disfunción cognitiva, no sea capaz de aplicarlas y argumente en general incorrectamente. 0, para tomar ouos ejemplos menos controverti- dos, es claro que se puede ser un excelente entrenador de un deporte y ser un pésimo jugador del mismo, o que se puede ser uti comperente crftica de arte y ser un perfecto desastre como artista. Estas consideraciones se aplican también. en principio, a esa actividad que hemos denominado, en sentido amplio, tcori:ar. Teorizar, como hablar o argumentar, también es una actividad que se puede realizar correctamente sin saber formular explícitamente las reglas que la guían, ni por supuesto otros hechos histónco-sociales relativos a ella. Sin embargo, teorizar, a diferencia de proferir oraciones gramaticales o argumentar, es una práctica que genera un cuerpo de saber explícitamente formulado acerca de cierto ámbito. El resultado de realizar correctamente un actividad no consiste en general en la formula- ción explícita de cierto saber sobre determinado ámbito. El resultado de realizar correcta- mente la proferencia de oraciones gramaticales produce proferencias correctas, y éstas no tienen por qué consistir en general en la formulación explícita de saber sobre cierto ámbito; el resultado de argumentar correctamente produce argu1nentacioizes correctas, y éstas no consisten en saber explícito sobre determinado ámbito. Esto es todavía más claro de otras prácticas, como las deportivas o las artísticas; sea lo que sea el resultado que genera practicar correctamente un deporte, es claro que no consiste en la formulación de un cuerpo de conocimiento. Pues bien, en este aspecto la práctica de teorizar es peculiar, pues el resultado que genera es la formulación explícita de cierto conocimiento sobre determinado ámbito. Así, si denominamos "saber" en sentido estricto a la formulación explícita de cierto conocimiento, entonces teorizar produce saber en sentido estricto, mientras que proferir oraciones gramaticales, argumentar o practicar un deporte, no. En este sentido se puede considerar que teorizar es (genera) saber explícito. Ahora bien, el contenido del saber explícitamente formulado en cierta teorización espec9ca no versa (en general) sobre la teorización misma, sino sobre otro objeto o dominio. El conocimiento formulado explícitamente en cierto teorizar no consiste en la explicitación de las prácticas seguidas implícitamente en ese teorizar, ni tampoco en la formulación de sus peculiaridades socio-históri~as. Estas cosas son (o pueden ser) objeto de estudio y de formulación explícita de otro teorizar, que toma así el primero como su objeto. El resulta- do de este nuevo teorizar es también un saber en sentido estricto, pero es un saber de otro orden o nivel. Decimos que es un'saber de segundo orden, un saber que tiene otro saber por objeto, saber-objeto que se considera en ese contexto un saber de primer orden. En general, los saberes de primer y segundo orden son, en cada contexto, diferen- tes; por ejemplo: economía y sociología de la economía, biología y filosofía de la biolo- gía, filosofía de la física e historiografía de la filosofía de la física, etc. Pero hay al menos un tipo de saber que parece reflexivo, en el sentido de que se estudia a s í mismo, y ése es la filosofía. No nos referimos sólo a la iteración de estudios de segundo orden. Se pueden hacer estudios históricos de las teorías biológicas, y tambien estudios históricos de los estudios históricos de las teorías biológicas. Pero la historiografía biológica y la historio- grafía de la historiografía biológica son disciplinas diferentes, el saber-objeto de la prime- ra son teorías biológicas, el de la segunda son teorías históricas. Esta distinción, en cambio, no puede trazarse de manera tan tajante en filosofía, la cual, cuando se itera, parece reflexiva en un sentido específico que la distingue de las demás disciplinas de segundo orden; en filosofía, Ia iteración no parece generar un nuevo nivel de teorización. Así, mientras que la historiografía de la disciplina x y la historiografía de la historiografía de la disciplina x son teorizaciones de segundo orden diferentes, y lo mismo sucede por ejemplo con la sociología, ello no está nada claro en el caso de la filosofía. Por ejemplo, apenas tiene sentido hablar de la filosofía de la filosofía de la biología (o del derecho, o etc.) como algo diferente de la filosofía de la biología (del derecho, etc.) misma. En principio parecería que sí, que el objeto de la primera son las teorías biológicas, mientras que el de la segunda son las teorías filosóficas sobre las teorías biológicas. Pero en este caso el estudio filosófico de las teorías biológicas no se distingue del estudio filosófico de las teorías filosóficas de las teorías biológicas. En esto consiste el carácter reflexivo de la actividad filosófica, carácter que se deriva de la naturaleza de la filosofía como análisis conceptual. La actividad científica es una de las formas de esa práctica que hemos denominado genéricamente teorización. Como toda teorización, la teorización científica sobre los dife- rentes ámbitos de la realidad genera diversos saberes, los cuales pueden a su vez ser objeto de estudio de nuevas teorizaciones (científicas o no). Como se ha sugendo en el párrafo anterior, hay por lo general más de una dimensión desde la que se pueden estudiar las teorizaciones científicas. La investigación metacientífica tiene por objeto determinar cier- tos hechos o propiedades de la investigación científica y no todos esos hechos o propieda- des, aunque indudablementeinterrelacionados, son exactamente del mismo tipo, requieren del mismo tipo de investigación. Así, cada uno de los aspectos de la actividad científica abre una dimensión desde la que se puede estudiar dicha actividad, da lugar a un saber de segundo orden específico. Llamaremos esrudios rnetacientcjkos, o estudios sobre la cien- cia, a las diversas teorizaciones de segundo nivel sobre las teorizaciones científicas de primer nivel, y distinguiremos al menos cuatro aspectos diferentes de la actividad científi- ca susceptibles de investigación metateórica: el psicológico, el sociológico, el histórico y el filosófico. La distinción entre los correspondientes ámbitos metacientíficos no se pre- tende tajante sino gradual, pero no por ello es menos importante. La filosofía de la ciencia, por tanto, pertenece al campo de los estudios metacientí- ficos, pero es sólo una parte de ellos; no es ni historiografía de la ciencia, ni psicología de la ciencia, ni sociología de la ciencia, aunque está relacionada con todas ellas. Por otro lado, la filosofía de la ciencia pertenece también al campo de los estudios filosóficos, pero es sólo una parte de ellos; no es ni lógica, ni filosofía del lenguaje, ni filosofía de la mente, ni filosofía de la técnica, aunque está relacionada con todas ellas. Estas afirmaciones pueden parecer obvias, y a nuestro juicio lo son, pero conviene recordarlas. Es inadecuado tomar estas distinciones de un modo rígido, pero igualmente, o más, incorrecto es negar- las. La fluidez de estas distinciones sólo supone una mayor dificultad en su fundamenta- ción, no su inexistencia. Es cierto que "todo es cuestión de grado", y que todo tiene que ver con todo, pero no todo es lo mismo. Entre el sueño ilusorio de las distinciones rígidas y el caos paralizante de la indistinción absoluta se encuentra el mundo real de las distin- ciones graduales. Una justificación precisa de la naturaleza y límites de estas distinciones requiere una discusión metafilosófica que excede los límites de esta introducción. Nos limitaremos pues a unas breves consideraciones para motivar nuestra posición. El método correcto en filosofía, en tanto que análisis conceptual, exige fijar la atención en las intuiciones más firmes sobre nuestros conceptos y, "teorizando" sobre ellas, explicarlas, y a la vez. arrojar nueva luz sobre otras "situaciones conceptuales" menos claras, proceso éste que puede exigir, siempre como última instancia, la revisión de algunas de nuestras intuiciones originales. Parte de esta tarea es común a toda disciplina explicativa: a partir de ciertos casos paradigmáticos se desarrolla una "teona" que los explique y, a la vez, pueda dar cuenta de nuevos casos menos claros, siendo posible, aunque inusual, modificar a lo largo de este proceso nuestras ideas originales sobre algu- nos de los casos paradigmáticos. Lo peculiar de la filosofía es, fundamentalmente, que los datos básicos que en ella manejamos son las intuiciones que tenemos sobre nuestros propios conceptos, un temtorio por lo general más movedizo que el del resto de discipli- nas. Estas observaciones muestran que, para ciertos fines, puede ser suficiente ilustrar las diferencias que se quieren destacar mediante la presentación de algunos ejemplos paradig- mático~. Tal es nuestro caso. No vamos a intentar siquiera ofrecer Q esbuar una teoría metafilosófica sobre la natural,%zrt de la filosofía de la ciencia y sii diferencia respecto de otras disciplinas, tanto metacientíficas como filosóficas; nos limitaremos a presentar unos pocos ejemplos que expresan, en nuestra opinión de forma clara, las intuiciones que queremos destacar. Los que siguen son ejemplos claros de cuestiones que corresponden a diferentes disciplinas, y muestran que tenemos conceptos diferentes de cada una, por más que estén estrechamente relacionadas y de que respecto de otros ejemplos nos sería más difícil establecer, fuera de toda duda, la asignación a una disciplina dada. Historiografía de la ciencia: ¿a quién corresponde la prioridad histórica en el establecimiento del principio de conservación de la energía?, jcómo influyó el descubrimiento del telescopio en el debate entre geocentristas y heliocentristas? Sociología de la ciencia: ¿qué papel juegan las instituciones estatales en la constitución de las comunidades científicas?, jcuáles son los criterios de aceptación de un nuevo miembro de una comunidad científica? Psicología de la ciencia: ¿hay algún patrón común de comportamiento individual asociado a la pérdida de confianza en una teoría en los períodos de crisis científica? Filosofía de la ciencia: ¿cuál es la diferencia entre una generalización accidental y una ley?, ¿en qué consiste la distinción entre términos teóricos y términos no teóricos? Filosofía del lenguaje: ¿depende el valor veritativo de una oración sólo de las entidades denotadas por las partes de la oración, o depende también de los modos en que éstas denotan a aquéllas?, jllevan asociados los nombres propios modos de presentación? Filosofía de la mente: jtienen los estados mentales poder causal?, jexpresan los predicados mentalistas conceptos funcio- nales? Podríamos seguir con más ejemplos, pero los mencionados bastan para mostrar que, al menos a veces, las diferencias, aunque graduales, son claras (y ello, por supuesto, independientemente de que incluso para responder "hasta el final" a cuestiones como las planteadas sea preciso muchas veces usar conocimiento de las otras disciplinas). Pues bien, ¿qué muestran, por lo que a la filosofía de la ciencia se refiere, estos ejemplos?, ¿en qué consiste su especificidad?, ¿qué la distingue de las otras disciplinas? La respuesta general más apropiada, aunque parezca tautológica es: del resto de los estudios sobre la ciencia se distingue por su carácter filosófico, y del resto de disciplinas filosóficas se distingue porque su objeto es la ciencie Que su carácter es filosófico significa que se ocupa principalmente de problemas conceptuales, esto es, de arrojar luz sobre los concep- tos relativos al objeto en cuestión. Esto distingue la filosofía de la ciencia de la historio- grafía, la sociología y la psicología de la ciencia; ello, una vez más, no presupone tampoco que haya una distinción rígida entre cuestiones de hecho y cuestiones conceptuales. Que su objeto es la ciencia la distingue de otras disciplinas filosóficas y en especial de la filosofía de la técnica y del lenguaje: ciencia, técnica y lenguaje son todos ellos productos culturales humanos íntimamente relacionados, pero no son el mismo producto. Resumiendo, la filosofía, en tanto que análisis conceptual, es un saber sustantivo de segundo orden, interrelacioptilo tanto con otros saberes de segundo orden como con losb saberes usuales de primer orden. La filosofía de la ciencia tiene por objeto poner de mani- fiesto o hacer explícitos los aspectos filosófico-conceptuales de la actividad científica, esto es, elucidar conceptos fundamentales de la actividad científica, como los de le)?, contrasta- cián, explicacidn o medición, y reordenar conceptu2lhente o reconstruir esos sistemd de" conceptos producidos por la ciencia que son las teorías científicas. En ambas tareas se ve influida por, y debe tomar en cuenta, tanto otros estudios de la ciencia (historiografía, psicología, sociología), como las ciencias mismas, así como otras áreas de la filosofía, pero ello no la vacía de contenido ni la disuelve en otros saberes. Veamos ehora con un poco más de detenimiento en qué consiste la tarea específica de nuestra disciplina. 2. L a ciencia como objeto de estudio filosófico. La filosofía de la ciencia Los científicos, por regla general, suelen mirar con cierta desconfianza a los filóso- fos de la ciencia. ¿Qué más hay que saber de la ciencia que lo que ellos ya saben?; en cualquier caso, ¿quién mejor para saber lo que es la ciencia que el que la practica?, ¿quién que no sea un científico consumado puede deciralgo sensato sobre la ciencia? Esta actitud está en parte justificada y en parte no. Está justificada en la medida en que, ciertamente, no se puede decir nada sensato sobre la ciencia siendo un ignorante en ella; de hecho, muchos de los más importantes filósofos de la ciencia han dispuesto de una formación científica considerable. Pero no está justificada en tanto confunde saber ciencia con saber qué es la ciencia, saberes que corresponden a niveles o ámbitos diferentes. Hay algo más que saber de la ciencia que sus contenidos, como hay algo más que saber de una lengua que el hablarla. Hemos visto que en un sentido importante de 'saber', el saber relativo a una actividad no se agota en practicarla, queda todavía saber en qué consiste practicarla, ser capaz de formular las reglas o principios que se siguen. Lo primero no es condición suficiente de lo segundo, se puede realizar correctamente la práctica sin ser capaz de explicitar las reglas seguidas, si bien, ciertamente, hay que suponer el conocimiento implí- cito o inconsciente de las reglas involucradas; todos hablamos correctamente antes de recibir cursos de gramática, y la mayoría de gente que argumenta bien no ha estudiado 20 FüND.;\i\lEir;TOS DE F I L O S O F ~ ~ DE LA CIENCIA jamás lógica. Y aunque es obvio que ser un practicante competente de una actividad facilita por lo general la investigación sobre la misma, ya vimos que, estrictamente, lo primero tampoco es condición necesaria de lo segundo. Lo misma se aplica, mutatis mutandis, al caso de la práctica científica y su relaci6n con los principios que la rigen. La tarea del filósofo de la ciencia es investigar los principios que rigen esta actividad, princi- pios que, si suponemos que son seguidos implícitamente por 10s científicos, la hacen comprensible. Vamos a ver a continuación que esta tarea involucra tres dimensiones dife- rentes pero, contra lo que se suele sugerir, complementarias, a saber, las dimensiones descriptisa. prescripriva e interpretativa. A veces se intenta caracterizar la naturaleza de la filosofía de la ciencia en el contexto de la dicotomía "descripción/prescripción" y se discute cuál de las dos funciones ha de desempeñar la disciplina, si la normativa o la descriptiva ,(un caso notorio de discusión en estos términos lo representa la polémica entre Pofiper, fakatos y Kuhn sobre la falsación, cf. cap. 12 $5). Según los partidarios de la perspectiva normativa, la tarea de la filosofía de la ciencia consiste en imponer normas que se supone deben seguir los científicos en su práctica, y ''juzgarles" o evaluarles de acuerdo,,con tales normas. Para los partidarios del descnptivismo, eso no tiene ningún sentido y lo tlIlico que cabe es describir cómo operan de hecho los científicos. En nues& opinión, este modo de plantear la cuestión es completamente confundente. En primer lugar, descripción y prescripción, aplicados al análisis de la actividad científica, no son excluyentes. No se trata de dos cuernos' de un dilema sino de dos caras de una misma moneda. En segundo lugar, estos aspectos no cubren sino parcialmente la función de la filosofía de la ciencia. Junto a ellos, esta disciplina tiene también una dimensión interpretativa fundamental. Por decirlo breve- mente: algunas de las tareas de la filosofía de la ciencia son a la vez descriptivo-normati- vas, y otras son interpretativas. O más exactamente, en casi todas están presentes ambas dimensiones, en unas prima más el aspecto descriptivo-normativo (p.ej. ante el estudio de la contrastación de hipótesis), en otras ambos tienen análoga presencia (p.ej. el análisis de la explicación científica o el de la evaluación teórica), y en otras, por último, domina la dimensi6n interpretativa (p.ej. el análisis y reconstrucción de teorías). Contra lo que muchas veces se ha sugerido, descripción y prescripción no siempre se oponen. En concreto, no se oponen cuando son relativas a las prácticas convencionales: . las prácticas convencionales se atienen a convenciones o reglas, y la descripción de tales convenciones tiene implicaciones normativas. O bien, viéndolo desde el otro lado, 'esta- blecer prescripciones-normas' es una expresión ambigua. En un sentido significa imponer. normas, reglas o mandatos para dirigir una actividad o conducta previamente no regulada; ejemplos paradigmáticos de ello son algunas normas de circulación o, sobre todo, la "invención" de un juego. En otro sentido, significa investigar y hacer explícitas las reglas, normas o .convenciones que rigen ya de hecho cierta actividad o conducta. La primera tarea no es a la vez descriptiva (en el sentido interesante de 'descripción', las reglas de un juego no son descriptivas), la segunda sí. La clave para comprender el segundo tipo de tarea es el concepto de convención (para un análisis exhaustivo de este concepto, cf. Lewis, 1969). Las convenciones, a diferencia de los mandatos explícitos, son normas que han devenido tales sin que medie ningún acto de imposición arbitraria o decisión explícita colectiva (p.ej. la convención de los conductores de avisar mediante ráfagas luminosas la presencia de la policía). Una actividad convencional es pues una actividad que está regida por normas seguidas implíci- ta o inconscientemente por los que llevan a cabo dicha actividad. Pero las convenciones son normas y por tanto las actividades convencionales son susceptibles de llevarse a cabo correcta o incorrectamente, siguiendo las reglas o no. Quizás se diga que en este sentido las leyes naturales que rigen todos los entes sin conciencia son convenciones, que la actividad de estos seres es convencional, pues "si- guen" estas leyes-reglas inconscientemente. Podemos hablar como queramos, pero desde luego no es eso lo interesante. No se suele usar así el término, no sólo para los entes 34 inanimados, sino tampoco para muchos seres animados, incluso aunque se les atribuya ciertas capacidades cognitivas o representacionales. No sólo no decimos que la actividad de un átomo sigue una convención, tampoco lo &cimos de una bacteria o un perro, 2 aunque al menos este último es probablemente un ser con cierta capacidad cognitiva. Es claro que 'convencional' sólo se aplica a actividades de seres susceptibles de desarrollar capacidades representacionales especialmente complejas, en particular capaces de tener determinado tipo de representaciones de segundo orden. Para seguir una convención no basta tener estados representacionales conativos (deseos) y doxásticos (creencias) básicos, hay que tener además representaciones de segundo orden: creencias sobre las creencias y deseos de otros, creencias sobre las creencias de otros acerca de nuestras creencias y deseos, etc. Esto es lo fundamental, y sean lo que sean estos estados, involucren o no la conciencia, y por mucho que, caso de que la involucren, no tengamos mucha idea de qué es la conciencia, el caso es que claramente no todos los seres con capacidades repre- sentacionales disponen de este tipo de representaciones de segundo orden. Por tanto, no todo comportamiento guiado por reglas se puede calificar de convencional, ni siquiera cualquier actividad regulada que requiera alguna capacidad representacional. Sólo son convencionales las conductas reguladas cuya realización supone el uso de repre- sentaciones de segundo orden específicas. Por lo que sabemos, parece que sólo el ser humano dispone de estados representacionales con esas características, y por tanto que sólo él es capaz de desarrollar conductas convencionales (ésta es una cuestión empírica abierta que, en cualquier caso, no afecta lo que sigue). Hay muchas actividades humanas convencionales, por ejemplo, el tipo de saludo específico de cada comunidad, o la mencionada práctica entre los conductores de indicar mediante ráfagas la presencia de la policía. La actividad humana convencional más para- digmática es sin duda el uso del lenguaje, el hablar determinada lengua. El Ienguaje esconvencional y por eso es normativo, porque está sometido a reglas. Hablar un lenguaje es fundamentalmente seguir reglas, las reglas lingüísticas gramaticales, semánticas y prag- máticas, que son convencionales en el sentido apuntado (cf. Lewis, op. cit., cap. 5, y también Grice, 1957). Hablar consiste en (intentar) seguir unas reglas implícitas en la comunidad en la que se desarrolla la actividad y por ello es una actividad que se puede desarrollar correcta o incorrectamente, esto es, una actividad susceptible de evaluación. Hay muchas otras actividades humanas convencionales reIacionadas, en sentido más o menos laxo según el caso, con el lenguaje. Cada una de esas actividades tiene una finali- FUND.4MEh'TOS DE FILOSOF~ DE LA CIENCIA dad y está regida por un sistema implícito de reglas que, de seguirse correctamente, conducen a la consecuci6n de la finalidad en cuesti6n. Actividades de ese 'tipo son, por ejemplo, real~:ar~proferencias gramaficdt?~ (que es parte constituyente de la actividad de hablar un lenguaje), argurnenrar, expli~ar o seoricar. Como ya señalamos más arriba, en relación a estas actividades regidas por reglas hay dos sentidos en que se puede hablar de1 conocimienfo d$ las reglas. El primero es un conocimiento implícito, que consiste en realizar con éxira la actividad, en seguir las reglas; a los que practican correctamente la actividad hay que atribuirles el conocimiento implícito de las reglas. El sesundo es conocimiento exptíciio, saber en qué consiste practi- car correctamente la actividad, y a él se llega mediante una tarea o investigación .de segundo orden. La función de las disciplinas que+IlEviin a cabo esta investigación (p.ej. parte de ia Lógica, parte de Ea Gra*tica) es hacer' explkitas las reglas que rigen las actividades m cuestión, descubrir y d%ribir el conyunto de normas~conv~ncione~en cuy* seguimiento consiste e1 de$'atrolJo e#itosoUde la actividad. PeW entonces es' cl&o qke $ función de tales disciplinas es a la ves descriptiva y no?-mativa (o evaluativa). Al hacer explícitas, al describir, las reglas que rigen la actividad, permiten evaluar si tales reglas se han seguido o no en un caso concreto, si la actividad se ha llevado a cabo correctamente. O mejor dicho, hacer explícitas las reglas y evaluar la actividad son en este caso dos caras de la misma finalidad. Resumiendo: describir normas o convenciones en cuyo intento de seguimiento consiste una actividad es a la vez dar criterios de evaluación sobre la realiza- ción correcta o incorrecta de dicha actividad (y por tanto tabbién sobre el éxito o fracaso del fin perseguido con ella). Pues bien, sucede que hacer ciencia es parcialmente semejante, en 'el sentido indicado, a -argumentar o hablar una lengua, a saber, una actividad humana regida tam- bién por ciertas reglas-convenCiones'implícitas. En este caso se trata de una maero-activi- dad que consta de un cúmu'lo de otras actividades menores, p.ej., contrastar hipótesis, realizar experimentos, dar explicaciones, formular teonáS, etc. En este sentido, al menos parte de la filosofía de la ciencia tiene por tarea hacer'explícitas las reglas que rigen las diversas partes de esa actividad que es hacer ciencia. Y al igual que los buenos argumenta- dores saben argumentar sin ser por ello capaces de decir en qué cOnsiste argumentar bien' (tarea del 16~ic8), los buenos científicos que, por ejkmplo, saben contrastar (cdkectamen. te) sus hip6tesis no tienen por ello por qué ser capacés de decir en qué consiste realizar una buena contrastación, ésa es la tarea del filósofo de la ciencia (y si algún científico realiza esta tarea, no lo hace qwa 'cfentífico sino qua Pilóso$o ¿Fe la ciencia). En consecuen- cia, también la filosofía de la ciencia (o.al menos parte de ella) es a la vez descriptiva y normativa: describiendo las reglas que rigen, por ejemplo, ja contrastación correcta, evalúa casos concretos de esa actividad. En este sentido e's pre~erfptiva o normativa: dice cómo hay que hacer las cosas. Pero no es normativa en olro sentido más radical; no dlce cómo hay que hacerlas porque ella lo diga, porque ella "lo decida", autónomamente, inde- ' pendientemente 'de Ia actividad científica por así decir. Justamente lo contrario, especifica cómo hay que hacerlas porque ésas son las reglas qrie rigen dehecho la práctica científica, esto es, hace explícitas las cowenciones que siguen implícitamente los cientrficos. Estas consideraciones dan cuenta de la naturaleza de parte de la filosofia de la ciencia y sugieren que la mayoría de las polémicas sobre el presunto dilema descripti- vismo-prescriptivismo son vacuas, pues estos dos conceptos conforman una dualidad pero no un dilema. Algunas disciplinas pueden ser, en alguna de sus partes, a la vez descriptivas y normativas, y la filosofía de la ciencia es una de ellas. Ahora bien, asentado este punto hay que advertir inmediatamente que la dimensión descriptivo-nor- mativa no es la única. Por ejemplo, una de las tareas de la filosofía de la ciencia es el análisis y reconstrucción de las teorías científicas y, como veremos, ese análisis no es una tarea descriptivo-normativa sino inrerpretnriva. Así, además de su dimensión des- criptivo-normativa, la filosofía de la ciencia tiene también una dimensión interpretativa fundamental. La filosofía de la ciencia tiene por objeto la actividad científica. Esta actividad involucra prácticas regidas por normas-convenciones y la explicitación de estas convencio- nes constituye la parte descriptivo-normativa de la filosofía de la ciencia. Pero la actividad científica no sóio involucra prácricas convencionales, también involucra esencialmente entidades, constructos científicos. Contrastación, medición o experimentación son ejem- plos de prácticas científicas; conceptos, leyes y teorías son ejemplos de constructos cientí- ficos. El análisis metacientífico de las prácticas tiene un carácter descriptivo-prescriptivo, el análisis metacientífico de las entidades científicas es esencialmente interpretativo. Ya hemos visto con cierto detalle en qué consiste su carácter descriptivo-normativo, nos detendremos ahora brevemente en la dimensión interpretativa. Como en muchos otros campos, la investigación teórica de cierto ámbito de la realidad y de las entidades presentes en el mismo (investigación que en nuestro caso es metateórica, pues se trata de formular teorías -filosóficas- sobre las teorías científicas y sus diversos componentes) consiste en desarrollar cierta interpretación de dicho ámbito. Las entidades o constructos científicos constituyen un ámbito de la realidad específico, un ámbito que en este caso es parte de la realidad culrural, y su estudio es pues fun- damentalmente interpretativo. Como cualquier otra ciencia de la cultura que haya alcanza- do un mínimo nivel de abstracción y de articulación sistemática, la filosofía de la ciencia se caracteriza por construir modelos interpretativos de las entidades estudiadas, en nuestro caso los constructos científicos. Estos modelos interpretativos no son, por su naturaleza más propia, ni códigos de conducta, ni recuentos de datos; por el contrario, se trata de marcos teóricos, que usan conceptos específicos, generalmente de un considerable nivel de abstracción e "idealización", cuya finalidad es hacer inteligibles las estructuras esenciales de ese vasto edificio que es la ciencia, o al menos partes de él. La forma de discurso que conviene a tales modelos no es ni la forma prescriptiva ni la descriptiva, ni siquiera en su versión sintética descriptivo-prescriptiva que hemos visto para el caso de las prácticas científicas. Por lo que a las entidades o constructos científicos se refiere, no se trata de normar el modo como "deben ser", pero tampoco de establecer una lista de enunciados que reflejen especularmente supuestos "hechos puros" relativos a dichas entidades. De lo que se trata es de modelar, de reconstruir bajo cierta óptica determinados aspectosde los constructos científicos que nos parecen especialmente reveladores para entender lo que es esencial de ellos. Diversas corrientes, escuelas y autores en filosofía de la ciencia han propuesto diltersos modelos de interpretación (divgrsas "metqorías':, pomo pue* decese) de, la ' - ' i " ciencia y, e 9 ganicular, de sur conat~ctTi más iqport&tes,,b las teorias, ciept&-$% %\ot modelos pueden ser más o menos adecuados a su o%etg, más o myos* pipsjbJgs, rn4s.o menos p~s isos , pás o menos g e ~ a ! e s . Pera, cn + .qwJg~kr . . casp su ;tceptc&&ddad no. depende de .que-gstablezcan normas del :lb,ywZ' co@ponapi~nto cie~tífico ,($ye, % , . nqd;~,está a- s 3 dispuesto a seguir-de todos ,mcxbs, y,.@enos que nadielof practirantes,de la ciencia), ni tampoco de que reflejen fielmente ciertos "'hechas puros:' V r c a 4e los coinstmqtqs cientí- ficos (siendo, por. lo de&, muy dudoso que puedan dete~tqse +les hechos con inde- pendenya d e toda teoría, es deck@de todo @arco @e iweqxetaciónh. De JQ cpue .de:i&de ,la aceptabiÍidad de los modelos o metateorías es de su perspicuidad, o sea, de 1 capacidad- que tengan para hacemos comprender Jq esencial de Jos constructos cientíijws al nivel más profwds posible, I ., . . - % , Cualquiq actiqidad t e & i ~ , ~ pqr- medii\o-d~ la cval,~e constwyen y agliqans7$eo.n"aq, tiene unadimensión interpretativa fu:n,daqtp~al. Esto o&dg d<l& ciencias e-~píricas* de "primer ordeny' (sean.naturales a so~igle;s), y valet6;rlii mayor medida, si: cabe, pa~4 las ci~ncias de "segundo cyden':, coalo Ja Qlosof@ de-la cimc~a~~Te@~izar,no,consjstp1, simple- mentaen explio3tar.nmas ni en íegistrqr hecho^ consiste m "Conceptudizar.'~ o "qecons- truir", es decir, intexpretar el ,gna~erial de s s t u d i ~ d@rg.,de cierto:,marc¿p .corzcept.ual, previamente dada, 'que es ,preciral;ne%k lo que ll@~namog ':una teoría.". Toda mor@ res interpretación, y e110 vale naturalmente. tambitn, y +wsyz,especiaImente, para las teorías que produce la fil.osofia de la gknci;i. , , f _ > , , e , Lo dicho hasta aqui puede 8ugerir que a&& djrnensione~, desla filo*;ofí~'~de la ciencia, la. descriptivo-nomUiva y intete~pretativa, sois: eomp?ement@rias peFo .oxcluyem- tes. Algum de las tareas deswqlb5idagj p o ~ ia,fiEw.afh de la ciencia, se~ían defi~r.jpti~o-nox- mativas y no .interggt&ativas, las restantes sexían .int~rpret&v# pero ,-,O d & ~ c r i ~ t i v ~ ~ ~ q p a ~ tivas. Las @meras tendríanique ver,<-on e;l wálisis de b,psác$c.as cientxcq, das segun- das con el-de los cons&pctos cjentíficps;.Bues bien, centra lo que la exposición si~plifjqa; da que hemos afrecido parece sugerir, m es éste ,ek,eaa Es sierto que: .en algunas de las tareas. el componente desajpbiuo-normativo ,es-el fundamqptal, y, que, en otra+ ,lo, es ,el interpretativs; un ejemplo de I,o primer^-lo con~t~itpye e4 +tudio deda eontrasta~ió,n.cieqtí- fica y un ejemplo de .lp segundores el+nális&s y recenstw$in de.tqo;ía.s, Peso hay casos, como el análisis de la explicaciba cjentíiica, enel que -a&s funciones+stán práctiqamen- te a la gag, Y lo que es rnás*importa~&e, incluso $n p5;;"@lps case& 6 que uno de .)os campeneptee,,pqece el f~ndarneqta4~%1 otlo nunca-e$S jt~~.alrnes;l-trs. ausente. El motivo e s que 1.a prdaicas científicas siernpxe iny~luqan ~gu~os~oonstru~tos~~teOri~~,~y viceversa, los4 C O ~ S E ~ ~ C ~ O S científicos ~a el .resulta&+de+i~rtas, práS;tia~as. PQZ ejempl-o9 la contmsta- . cidn de hi@tesis suponei entre otra$ co~as,.e(- u s ~ de &ns&tos con~epruales y d,eleyes, y una difaente interpretación de. la natpmlwa de l~s,~kyes.gitede.tener consecuencias, a- la hma de egiplicitar las eonveqcigpes qu$ rigen la a&ivhM contrastacional. En Ja otra.. dicección, la constnicción dq teoías :ii~mlucr+ ~Ie;~fas ~ ~ á c t i ~ a s , Guya,s regla8 ~se.dq?xn seguia,p penñde quqdctt dedegigqadp eI-constm~$o r~s&@nte ea taotp que teoria cientí- fica. Si un científico construye una supuesta teoría que resuita ser directamep. autojustifi- cativa, esto es, una teoría tal que su cmlrastacjón pre+uRone inmediatamqnte su ya&i#ez, la IYT'ROD~~CCIÓ'I. NATURALEZA Y mxcrbn DE LA RLOSOF~A DE LA CIENCIA 25 comunidad no aceptará esa entidad como una genuina teoría empírica. Así pues, la deter- minación dz ciertas condiciones en las prácticas de contrastación de las teorías tiene consecuencias para la tarea reconstructiva, puede determinar ciertas constricciones a las que toda reconstrucción se debe atener. Resumiendo: adecuadamente consideradas, Ias dimensiones descriptiva y prescrip- tiva no se oponen sino que son dos aspectos de la misma función; esta función descriptivo- normativa, además, no es exclusiva sino que se combina con otra interpretativa. Aunque en algunos ámbitos metacientíficos es más explícito el componente descriptivo-normativo y en otros el interpretativo, ambos están siempre presentes, quizás en diverso grado. Así pues, estos dos aspectos de la actividad metacientífica no son excluyentes, la filosofía de la ciencia es una actividad a la vez interpretativa y descriptivo-normativa. Es cierto que, como apuntaremos en la breve revisión histórica, a veces algunos filósofos de la ciencia han defendido la prioridad, o incluso la exclusividad, de alguna de estas funciones, ya sea de la descriptiva, ya de la prescriptiva, ya de la interpretativa; por ejemplo, los partidarios del descriptivismo exclusivista reducen la tarea de la filosofía de la ciencia a la simple descripción de los avatares científicos sin prestar especial atención a las normas que rigen implícitamente la práctica científica. Debe quedar claro que tal actitud es un error, deriva- do de una inadecuada concepción, por lo que a la actividad metacientífica se refiere, de la naturaleza de cada una de estas funciones y de sus relaciones mutuas. 3. Nuestro tema: Filosofía general de la ciencia empírica Hemos visto que la filosofía de la ciencia tiene por objeto poner de manifiesto o hacer explícitos los aspectos filosófico-conceptuales de la actividad científica, esto es, elucidar conceptos fundamentales de la actividad científica, determinar las normas que rigen esa actividad y reordenar conceptualmente o reconstruir esos sistemas de concep- tos producidos por la ciencia que son las teorías. La filosofía de la ciencia, tal como la hemos caracterizado, es extremadamente amplia y diversificada. Puesto que las mani- festaciones de la actividad científica son múltiples y variadas, también lo serán sus análisis filosóficos si no hacemos abstracción de algunas diferencias entre las diversas manifestaciones científicas. Si no abstraemos nada en absoluto nos encontramos con la total diversidad de sistemas conceptuales y teorías. En un primer nivel de abstracción tendríamos las teorías agrupadas por disciplinas: física, química, biología, psicología, economía, lingüística, matemática, lógica, etc. En otro nivel se agruparían las diversas disciplinas en diversos grupos, los correspondientes a la ciencia natural, la ciencia social y la ciencia formal. Y todavía en otro grado de abstracción podríamos reunir las dos primeras, ciencia empírica, frente a la última, formal. Por supuesto, esto es sólo indicativo, son posibles grados intermedios de abstracción y las diferencias en cada grado son muchas veces fluidas. El nivel de abstracción que va a guiar en general nuestro estudio de la materia es el que corresponde a lafilosofín general de la ciencia empírica. En primer lugar, no se van a tratar problemas especrjTcos de las ciencias formales, aunque eso no significa que no sea aplicable a ellas nada de lo que aquí se estudie (como se verá, por ejemplo, cuando se analice la estructura axiomática de las teorías). En segundo lugar, se hará abstracción de las diferencias entre las diversas ciencias empíricas, las naturales y las sociales, de modo que el estudio se aplique por igual a ambos tipos. Esto es, el estudio lo será de sus aspectos comunes; en la medida en quelas ciencias sociales requiriesen un análisis adicional por disponer de características específi- cas, ello no se hará aquí. En tercer lugar, el análisis filosófico de la ciencia empínca se va a desarrollar a nivel general, va a versar sobre los aspectos comunes a (la mayor parte de) la ciencia empínca. No se van a tratar problemas específicos de ciencias o teorías empíricas particulares, como el espacio-tiempo en la teoría de la relatividad, la medición en mecánica cuántica, la informa- ción en biología o el probletna de la predictibilidad en economía. Ante esta alternativa se puede objetar que no hay tal cosa, que la filosofía general de la ciencia es un mito, que los únicos problemas interesantes tienen que ver con las ciencias especiales y que, incluso. cuando pretendemos lo contraio nos vemos forzados, si se nos obliga a precisar, a descender a ciencias específicas. ¿Qué es eso de "el problema de la justificación", o "el problema de la explicación"? Una cosa es en física, otra en biología, otra en economía, y si nos apuran, una cosa es en mecánica, otra en termodinámica, otra en cosmología, etc. Bien, ello es parcialmente cierto, y parcialmente falso. Es parcialmente cierto, pues no sólo hay problemas específicos de cada ciencia sino que los problemas coinunes a las diversas ciencias presentan algunos elementos específicos en cada una de ellas. Pero es parcialmente falso, pues lo anterior no excluye que, como es el caso, algunos otros ele- mentos de esos problemas sí sean comunes a toda manifestación científica. Quien abunda en esta línea de crítica olvida que lo mismo podría decirse respecto de las ciencias mismas. ¿Qué es eso de la energía? Una cosa es la energía mecánica, otra la calórica, otra la radiante, etc. ¿Qué eso de la herencia genética? Una cosa es en los mamíferos, otra en las aves, otra en las legumbres, etc. Es obvio que en este ámbito la crítica es claramente infundada. Pues bien, a menos que se aduzcan motivos adicionales relativos a la especifi- cidad de la investigación metacientífica, no tiene por qué ser diferente en nuestro ámbito. En nuestra opinión, la especificidad de la investigación metateórica no proporciona tales motivos. La crítica es infundada en ambos casos, el científico y el metacientífico. Y lo es por el mismo motivo; en ambos casos se comete el mismo error, a saber, pensar que porque algo es diferente, todo (lo interesante) es diferente. Nadie duda de que, aunque la herencia genética presente aspectos específicos en los animales y en las plantas, hay algo común que es merecedor de estudio (científico). Pues bien, lo mismo es cierto de la explicación, o de las leyes. Aunque las leyes científicas presenten aspectos específicos en las teorías mecánicas y en las económicas, hay algo común que es merecedor de estudio (metacientífico). Como estableció Aristóteles, la ciencia, toda theoria, busca lo general en lo particular, lo similar en lo diferente. Pero para ello es necesario abstraer las diferencias, pues sin abstracción no hay, no ya ciencia alguna, sino ni siqaieka l&tgaaje. Y, por lo que a la abstracción de las diferencias se refiere, es claro que no hay un único modo de hacerlo, un único grado de abstracción. En eso, como en muchas otras cosas, la filosofía no difiere apenas de otras disciplinas. 4. Panorama sucinto d e la historia de la filosofía de la ciencia En sentido estricto, la filosofía de la ciencia, como disciplina filosófica específica y sociológicamente identificable, es relativamente joven, se origina en el cambio de siglo y se asienta definitivamente en el período de entreguerras. Sin embargo, en un sentido más amplio, la filosofía de la ciencia es tan antigua como la filosofía misma. Uno de los principales fenómenos objeto de la reflexión filosófica casi desde los inicios de la filosofía es el conocimiento humano. Ahora bien, parece hoy día generalmente admitido que el conocimiento humano encuentra su máxima expresión en el conocimiento científico, el cual, aunque especialmente importante a partir de la Revolución Científica del siglo xvrr, ya estaba presente en algunas de sus formas en la Antigüedad (especialmente geometría, astronomía y estática). Este conocimiento científico fue objeto de especial atención en una reflexión de "segundo orden" ya en algunos pensadores griegos, principalmente en Aristó- teles. A él se debe la primera concepción del método axiomático en general, como modo de sistematizar el conocimiento científico, concepción que luego fue aplicada (con ligeras variantes) por Euclides a la geometría y por Arquímedes a la estática. No podemos exponer aquí la historia de la filosofía de la ciencia con mínimo detenimiento, tarea que exigiría por sí misma un tratado de la misma extensión, si no más, que el presente. Aquí sólo podemos señalar muy someramente los hitos más sobresalientes en el desarrollo de nuestra disciplina (para un estudio más detenido, aunque todavía abreviado, de toda su historia, cf. Losee, 1972; para la historia reciente, cf. p.ej. Brown, 1977 y Echeverría, 1989). Por lo demás, una porción considerable de la evolución de tzmas, corrientes y autores a partir de la Segunda Guerra Mundial se tratará con detalle, aunque sin pretensiones historiográficas, en diversas partes de esta obra (cf. especialmente caps. 7 a 10 y 12). El advenimiento de la llamada "Revolución Científica" (no discutiremos aquí la I pertinencia o no de esta denominación), fenómeno cultural cuyos inicios pueden fecharse con los trabajos de Simon Stevin en mecánica y Johannes Kepler en astronomía, a princi- I ! pios del siglo xvri, y cuya conclusión puede verse en la síntesis newtoniana al final del i I mismo siglo, proporcionó pronto material científico suficiente como para que algunos 1 pensadores, ya fueran ellos mismos científicos practicantes o no, se pusieran a reflexionar sobre lo que ellos u otros hacían al hacer ciencia empírica. Las cuestiones de método pasaron al primer plano de esta reflexión, siendo la pregunta fundamental: jcuáles son las reglas que determinan el buen método de investigación científica? Por eso podemos carac- terizar estos primeros conatos de una reflexión de segundo orden sobre la ciencia como una filosofía principalmente normativista. El tratado más sistemático, divulgado e influ- yente de metodología científica en esta época fue el Novum Organon de Francis Bacon, cuya concepción puede considerarse precursora de una curiosa combinación de la metodo- logía inductivista con la hipotético-deductivista en el sentido actual. Bacon no fue en rigor un científico profesional, sino precisamente alguien que hoy día consideran'amos como un especialista en filosofía de la ciencia. Pero también algunos de los grandes campeones de la ciencia del momento dedicaron una porción considerable de su esfuerzo intelectual a la reflexión de segundo orden sobre lo que ellos mismos estaban haciendo. Los dos casos más notables son René Descartes e Isaac Newron, ambos impulsores del método axiomáti- co en física. De manera explícita y sistemática formuló Newton su metodología genera] bajo el título Regitlae Philosopllandi (o sea "Reglas para filosofar", donde 'filosofar' significa aquí "hacer investigación empírica"), al principio de la Tercera Parte de su obra cumbre, los Philosophiae Narurafis Principia hfatheinatica. Estas Regulae pueden enten- derse como un "mini-tratado" de filosofía de la ciencia. Si la actitud normativista es lo que caracteriza estos primeros conatos de la filoso- fía de ]a ciencia en el siglo xvi~, en cambio, en el siglo siguiente, cuando la idea general de una ciencia matemático-experimental ya estaba bien establecida, es más bien el punto de vista descriptivista el que predomina en los estudios sobre la ciencia. Ello es particular- mente manifiesto en los enciclopedistas, especialmente D'Alembert y Diderot. Se intenta dar aquí una visión sistemática y de conjunto de las diversas disciplinas científicasy sus interrelaciones. En contra de lo que a veces se supone, no hay una filosofía de la ciencia verdaderamente tal en los empiristas británicos del siglo XVIII. Lo que hay en ellos es una teoría crítica del conocimiento humano en general, la cual tiene implicaciones para la filosofía de la ciencia sólo en la medida en que ciertos temas muy generales de la filosofía de la ciencia son también temas de la teoría del conocimiento (por ejemplo, percepción, causalidad, inducción) y en el sentido de que si se cuestiona toda forma de conocimiento humano, ello obviamente también tiene consecuencias para la forma es- pecífícamente científica del mismo. De hecho, las filosofías de Berkeley y Hume no planteaban tesis precisamente constructivas con respecto a la ciencia establecida de su tiempo: Berkeley no creía en la relevancia de la matemática para el conocimiento empírico, y Hume no creía ni en la causalidad ni en la inducción; pero precisamente estos tres elementos, matematización, causalidad e inducción, constituían los pivotes de la síntesis newtoniana (y no sólo de ella). La filosofía de la ciencia no recibe un nuevo impulso hasta finales del siglo XVIII con la obra de Immanuel Kant. La filosofía trascendental kantiana (especialmente en sus planteamientos de la Crítica de la Razón Pura y los Fu?tdarnenros Meraflsicos de la Ciencia Natural) representa un hito importante en la "protohistoria" de nuestra disciplina y ello no sólo por su influencia en las discusiones posteriores hasta bien entrado el siglo xx, sino también porque es el primer ejemplo histórico de lo que hemos denominado antes un modelo i11terpretatir.o de la ciencia, una metateoría sistemática de las teorías científi- cas. En efecto, Kant se encuentra ya con dos teorías bien establecidas, la geometría euclídea como teoría del espacio físico y la mecánica newtoniana como teoría del movi- miento, y se pregunta por la estructura esencial que "se esconde" detrás de estas teorías; quiere establecer lo que hace comprensible por qué ellas proporcionan conocimiento genuino de la realidad empírica, aun siendo tan altamente abstractas o "ideales". La teoría kantiana de los juicios sintéricos a priori, de las categorías del enterzdimienro y de las formas pul-as de la intuición (espacio y tiempo) puede verse como una propuesta de interpretación general de aquello que es esencial en el conocimiento científico, y que está paradigmáticamente contenido en la geometría y la mecánica. La respuesta kantiana en sus rasgos específicos probablemente ya no sea aceptada hoy día por ningún filósofo de la ciencia. Sin embargo, ella marcó la pauta de la discusión de una serie de temas y concep- tos que han jugado un papel central en la filosofía de la ciencia de la época contemporánea (relación teoría-experiencia; función de las matemáticas en la ciencia empírica; carácter de las regularidades nómicas; naturaleza de la causalidad, del espacio y del tiempo; ...). De los filósofos del idealismo alemán posteriores a Kant no puede decirse propia- mente que hicieran contribuciones significativas a la filosofía de la ciencia, al menos tal como entendemos ésta hoy en día. Más bien se trató en ellos, sobre todo en Hegel y Schelling, de una filosofía de la naturaleza, es decir, una especulación filosófica directa (de "primer orden") sobre la realidad empírica, basada en sus propios sistemas metafísi- cos. En realidad, estos filósofos se mostraron muy escépticos, cuando no abiertamente opuestos, al espíritu de la ciencia empírico-matemática moderna, tal como ella se desarro- lló a partir del siglo xvrr. Con cierta benevolencia, podría verse en sus especulaciones el intento de formular un programa alternativo al de la ciencia moderna, proyecto que al final condujo a un callejón sin salida. La filosofía de la ciencia cpmo explícita reflexión de segundo orden sobre la ciencia retorna vuelo en la primera mitad del siglo xrx con la obra de Auguste Comte, el fundador del positivismo. Dentro de la clasificación general de enfoques que hemos pre- sentado más arriba cabría considerar el enfoque comtiano como primordialmente descrip- tivista: se trata de presentar la totalidad de las disciplinas establecidas de su tiempo dentro de un esquema jerárquico general, tanto en perspectiva sincrónica como diacrónica. Ahora bien, de su descripción general de lo que considera el estado de la ciencia de su época, Comte saca también algunas consecuencias normativas acerca de cómo hacer "buena ciencia", que posteriormente iban a tener bastante influencia en los practicantes mismos de algunas disciplinas, como la medicina y las ciencias sociales. Un enfoque parecido puede verse en otro autor de mediados del siglo xrx, John Stuart Mill, en quien, sin embargo, la problemática metodológico-normativa iba a jugar un mayor papel, y a tener una influencia posterior más profunda, que en el caso de Comte. Los planteaniientos kantianos, que habían quedado eclipsados por largo tiempo, retornan con vigor a finales del siglo xut y principios del xx, con una serie de corrientes, escuelas y autores que, aunque muy distintos entre sí, toman su fuente de inspiración más de Kant que del positivismo inmediatamente anterior, y con ello elaboran enfoques más bien interpretativos (metateóricos) en el sentido apuntado más arriba. Los filósofos de la ciencia más obviamente influidos por Kant fueron, por supuesto, los neokantianos, con Ernst Cassirer a la cabeza, quienes trataron de compaginar del mejor modo posible los principios de la teoría kantiana original con los nuevos desarrollos de las ciencias, espe- cialmente de la física. Pero, además de los neokantianos, a esta época pertenecen una serie de autores que, aun siendo más o menos críticos (a veces radicalmente críticos) de Kant, retornaron las preocupaciones y el modo de encarar los problemas de éste y elaboraron sus propias metateorías en el sentido de modelos acerca de la estructura esencial del cono- cimiento científico, sobre todo de la física. De esta plétora de enfoques aquí sólo pode- mos mencionar unos pocos, aquellos que mayor influencia tuvieron en la filosofía de la ciencia posterior: el ')sercdo-kantismo" empirista de Hermann von Helmholtz, el conven- cionalismo de Henri Poincaré, el instrrcmentalismo de Pierre Duhem, el pragrnatisrno de 30 F U N D . A ~ I E ~ ~ S DE FILOSOF~A DE ~.+i CIENCIA Charles S. Peirce y el emnpirio-criticismo (quizás sería más adecuado calificarlo de "opera- cionalismo radical") de Ernst hlach. Aunque existen profundas discrepancias entre estos pensadores, tienen, no obstante, un indudable "aire de familia". Por las preocupaciones, intereses y objetivos que comparten, puede considerarse a estos autores uno de los punta- les para la formación, en la ~eneración inmediatamente posterior, de la filosofía de la ciencia tal como la entendemos hoy día como disciplina relativamente autónoma. (Otros pensadores importantes en este proceso de zestación de la disciplina, a los que sólo podemos aludir aquí, son Herschel, Whewell, Jevons, Hertz y Campbell). El otro gran puntal para la constitución de nuestra disciplina fue la Iógica moderna, establecida de nuevo cuño por Gottlob Frege en el último cuarto del siglo XIX, y que iba a ser consolidada y propagada por los Principia Mathematica de Bertrand Russell y Alfred N. Whitehead a principios del siglo xx. Como parte de este otro puntal habría que incluir, en realidad, no sólo la lógica en sentido estricto, sino la filosofía de la Iógica y las investigaciones sobre fundamentos de las matemáticas iniciadas en esa época por los propios Frege y Russell, pero no sólo por ellos, sino por muchos otros autores, entre los que cabe mencionar a David Hilbert y Ludwig Wittgenstein. Sobre estos dos puntales - e l del contenido de los temas y planteamientos, debido a los físicos-filósofos de fines del XIX y principios del xx, y el del método, debido a los lógicos y fundamentadores de las matemáticas-se constituye, inmediatamente después de la Primer Guerra Mundial, la nueva disciplina de la filosofía de la ciencia. Ello es obra principalmente (aunque no exclusivamente) de dos grupos de investigadores que iban a causar un impacto duradero y profundo no sólo en el desarrollo de la filosofía de la ciencia, sino en el de la fiIosofía en general para el resto del siglo: el Círculo de Viena, con Moritz Schlick, Rudolf Carnap y Otto Neurath como figuras señeras, y el Grupo de Berlín, con Hans Reichenbach a la cabeza. En este período, que duró aproximadamente hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial y al que, de manera bastante laxa, suele subsumirse bajo el epíteto de "positivismo lógico" o "empirismo lógico", se establecieron los temas principales de la filosofía de la ciencia y sobre todo el modo de abordarlos. Por ello puede considerarse esta fase como el período constituyente o "germinal" de la actual filosofía de la ciencia, a pesar de las innumerables y a veces agrias controversias que tuvieron lugar (tanto con los adversarios de la filosofía de la ciencia así entendida como entre los propios representantes de la misma) y de que la casi totalidad de las tesis sustantivas sostenidas entonces (como el verificacionismo, el fenomenalismo, el fisicalismo y el sintactismo) han sido rechazadas posteriormente, A este período constituyente siguió, después de la Segunda Guerra Mundial y hasta mediados de los años sesenta, lo que suele calificarse como per;odo clásicc~~.de nuestra disciplina, en el que se acuña y desarrolla lo que se conocefá && P- ción Heredada ('Received I;"ied)). En él se articularon de manera definitiva muchos de los conceptos, problemas y análisis que siguen presuponiéndose hoy día. Además de los ya citados Carnap y Reichenbach, que siguen haciendo aportaciones importantes e influyentes (sobre todo el primero, pues el segundo morirá apenas iniciado este perío- do), los autores más destacados son Karl R. Popper, Carl G. Hempel, Herbert Feigl, Nelson Goodman y Emest Nagel. El extenso tratado de este último, La Estructura de la Ciencia, d e principios de los sesenta, representa la síntesis más completa de la filosofía "clásica" de la ciencia. Por supuesto que, en muchos aspectos, tanto de contenido como de forma, esta filosofía de la ciencia puede considerarse hoy en día como "superada"; no obstante, su trasfondo conceptual y temático está presupuesto, de manera implícita o explícita, en los enfoques posteriores y resulta imprescindible para comprender y valo- rar cabalmente estos últimos. Ninguna persona seriamente interesada en la filosofía de la ciencia actualmente puede permitirse desconocer los elementos esenciales de las aportaciones de dicho periodo, aunque sólo sea para "refutarlos". Por lo demás, a pesar de todas las "superaciones" y "refutaciones" posteriores, hay una serie de resultados y conceptos característicos de esta época que pueden considerarse sólidamente estableci- dos y que no pueden pasarse por alto en un estudio mínimamente completo de la disciplina. Tanto los elementos controvertidos o superados de la filosofía clásica de la ciencia, como los resultados firmemente asentados de la misma, constituyen buena parte dzI contenido de este libro, especialmente los caps. 3.7, 8 y 12. Sobre las contribuciones de los enfoques posteriores a la filosofía clásica de la ciencia nos extenderemos en los capítulos 7,9, 10, 12 y 13. Aquí indicaremos sucintamen- te sus rasgos más sobresalientes. Aparte de ciertos desarrollos colaterales, en la filosofía "posclásica" de la ciencia pueden identificarse dos líneas claramente distinguibles: por un lado, la corriente historicista, y por otro, las concepciones llamadas frecuentemente se- mdnticas, aunque quizás sería más propio calificarlas de modeloteóricas o repre- sentacionalistns (ninguna de estas denominaciones es completamente apropiada, pero de momento no disponemos de otras mejores; quizás algún futuro historiador de las ideas logre forjar una clasificación más adecuada). Estas dos líneas tienen orígenes y motivacio- nes muy diferentes, pero no por ello son necesariamente incompatibles; como veremos en diversas partes de esta obra, en el caso de algunos enfoques particulares de una y otra línea (como el kuhniano y el estructuralista) puede hablarse de un acercamiento o principio de síntesis. Por otro lado, e independientemente de su diferente origen e intereses, ambas líneas se caracterizan en buena medida por su vocación de ruptura, por su oposición a una serie de elementos, diferentes en cada caso, considerados esenciales de la concepción clásica. En la corriente historicista, la oposición es mucho más manifiesta y genera abierta polémica; en los enfoques semánticos la oposición es más sutil, pero en algunos de sus aspectos igual de radical, si no mis. Sin embargo, y sin negar los elementos reales de crítica profunda presentes en estas nuevas orientaciones, la ruptura es menos drástica de lo que a veces se pretende; los elementos de estas nuevas concepciones que provienen de la etapa clásica son, incluso en el caso de los historicistas, más numerosos y significativos de lo que con frecuencia se piensa, principalmente respecto del ámbito de problemas aborda- dos y de algunos de los conceptos más básicos utilizados para el análisis. Por lo que a la revuelta historicista se refiere, aunque en las décadas anteriores hay al;ur?os precursores de la crítica historicista a la filosofía clásica de corte "positivista" (principalmente Ludwik Fleck y Michael Polányi), la corriente historicista se hace fuerte como nueva alternativa a partir de los años sesenta, principalmente con los trabajos de Thomas S. Kuhn, Paul K. Feyerabend e Imre Lakatos, entre los que destaca de modo particular La estrrtctura de Las revollrciones ciet1tr;ticcrs de Kuhn, aparecido en 1962. Estos trabajos se autoconeibe.n (y así,s,on. también interp~etadas por el pqbIjco interssado) como una "rebelión" contra la filosofia de,kicj~ncia e ~ a M ~ $ i & + + ~ a n ~ en su ~q@iei$e.~ca$~@a- na" como en la Ypapperjana". id 1>11ngipal y ,mApt eqJlcito repmh&g6e estos autoles. hace& a la filmofia cl6sica de la cienciq estrib? en q& es& no se tqrnara-~a historia de la ciencia en serio .y que, en consecuancia, prqanian yna imagcq muy pobre, ,tot&nente inadecuada, de la dinámica del ~xao&nienso c i ~ i f i m . - I r El 6nfasis puesto en k relevancia2 de los e s t u d i o s h i s t a r i ~ r á f i e ~ ~ ~ ~ ~ a la filosofía de la ciemaia parece ir atinad&, en IQS, autores hismic%ista&, con< up desprec@ total por el uso de métados farmaks e8 mesira discipkina. Pox-ello ,seha ,&lifica$p a veces &q l+ fi- losofía historicista' de lasi&cia como una filcwofia "a~ti-formalistp',' por oposici6n a la .filosofía -"formalista" cltlsica. Sin embargo, gsta di.ihq8tpcia es Fenos~significativa_de lo que pue&.parece~;a pñmkra vista. P O P ~ ladg no:@do&-los autqes o cnijquqs importan- tes dentro de lo que hemos dado ea HamwJ;Jos~~í~cl6sicn de la ciencia bic&r>& uso sistemático de métodos formales; par.@j~er~lpIo; dqa &LQS más cgrackrí6tiqos tratados,de dicha filosofía, La ló$rca de !a i t s cie@t&&q1& P@pp@.x La-estfwcrura de la ciencia de Na-1 (qw ,suelen consideqame corno 9bjeFito.s de *ataque +pm,pqe ,de los hlst&~cistas), apenas uzf1i.m alguna fumalizaci.óa. Por-otra;,@o, t o d ~ s los whres,histori- cista se temicman t&UItem@Q@ adYwd;a dos n-k$FSJdm fomaEes. 9 -@e$$ F ~ v g e w & s e i.i;5, ..- . declara expEcíta y &&*me d@@miallaEa. K&k y L&stos,pos su j&q$3nq vhazan $ 0 ~ principio. la oportunitE~d. de la fmmalizscióo en ci- b ~ @ ' & x t - o ~ .úno,:s8& fi modo específico en que sus adversarios "elásiws" 10 hiqjexw.:. - ; .. . r *s,. . u,*. ,/ Más dgnificativa esLotre, divwgeocia coa la? &los~fia~dásfka da la'cíe~)cikgue, aunque planteada de manera ings implícita qas eXpliQjtta, ibg a -wul twa -La Jqga más profunda: los histoficiistas proponen una mción ~ ktuitivaadeteo& ciephf£ica* mucha' más compleja, que pone de mqifies$o>ei carkter ex@$~1i!r7'mesik~simp~sta del coq6epto- de teorfa comdn .t,tanto a carna@ano~coa@: a gioppe$an@s>~&f Gap. 9); esta im~vación es la que se encuentra d a s veces &as polémicas ap&~t;6~1pte-~eatradas en oqas cueptio- nes (efi,cap. 12 35). ;I . Esta úIri:males también la hjeción más fum$e,.yae~jíuita que hace la otra,Jínea de la nfieva fiIosofía de la ciencia; lal.& -las c o n @ q c ~ w s semántigw >o. ,modelok6ric~q: la .idea clásica de: tomar las (teorías cientifica6 s i m p l e ~ t e ~ m o sistemas axio&~co&.de enunciado$'es demasibdo. primitiva e inadecuadb a lai&m@ejidad est@c%u$ak dc"las 60- rías. Coh esta crítica ]general está empar&ad~ a&a d ~ . ~ ~ ~ á c t e r d-p@igr&r, Eero no menos importante: la~:eseasa~imp~ancclja qve rBvistsnrea:fb fi$osofía ~lásjca Qa Ja ciencia los estudios de cases, es decir, -el anAlisisypla recons~ciión~detallados Qe ejeslpl~s reQles de teorías cientificas..Pw5ello; es ~ax$cIen'ostic~ de 1.wcomeepciones &ernán&i~at+,Csi jio de todas, al menos si de unLr7grt-q parte:* de ellas)-eI'hgheq$qibado una.:grar+@gr~i6n de sus esfuerzos at análisis muy. dep&Ea$o;de teorías concaeras, aitxnenos mucho q6s que la cadente clásica, y también que 3a hist,&i,eista, , ' . , , - ( - Esta línea es en parte anterior y en psne po$~.e~~a.~&~inaahistoriciqta. IjR rekidad, aún menos que Ja filasoEa.c~sica de5l&~ien~ia,y que-19 hjggicista, puede habjage -uí'de un% concepción unitaria. Se f rata más,bien de .nna fanU.1~i.aggg difusa de enfoquq?. Sus, .taíces coaunes es th en los trabaj.bs detecofisrncción de tegriaide Patriqk S q e s y sus colhora- dores (especialmente Ernest N'. Adams) en los años cincuenta y sesenta. Éstos inspiraron la emergencia del estr~~ctcirnlisino metateórico de Joseph D. Sneed y Wolfgang Stegmülier en los años setenta y del etnpirisnzo constntctivo de Bas van Fraassen en los años ochenta. A esta familia pueden asignarse también los trabajos de Frederick Suppe y Ronald Giere en EE.UU., del gmpo polaco alrededor de hlarian Przelecki y Ryszard Wójcicki, y los de la Escuela Italiana de Toraldo di Francia y Mana Luisa Dalla Chiara, todos emergentes más o menos por las mismas fechas. A pesar de las considerables diferencias que existen entre estos enfoques en cuanto a intereses, métodos y tesis sustantivas, su "aire de familia" les proviene de que en ellos juega un papel central la idea de que las teorías científicas, más que sistemas de enunciados, consisten en sistemas de niodelos, en cuanto que estos últimos son representaciones conceptuales (más o menos idealizadas) de "pedazos" de la realidad empí- rica (de ahí la denominación sernbrlticas o nlodeloteóric~~s o representclcionnles para estas concepciones). Y, a diferencia de los historicistas, estos enfoques no ven ninguna dificultad en el uso de instrumentos formales en el análisis de las teorías científicas: al contrario, su reproche a la filosofía clásica de la ciencia no es que ésta haya usado (a veces) métodos formales, sino que los utilizados (en lo esencial, la lógica de primer orden) eran demasiado primitivos y por ello inapropiados a la tarea; conviene utilizar porciones "más fuertes" de las ciencias formales: teoría de modelos, teoría de conjuntos, topología, análisis no-estándar, teoría de categorías, etc. Carecemos todavía de la suficiente perspectiva histórica para presentar una evalua- ción mínimamente ajustada de los desarrollos en la filosofía general de la ciencia de los últimos años. Concluiremos este breve recuento histórico señalando solamente lo que, al menos a primera vista, parecen ser rasgos notorios de la situación actual. Por un lado, la filosofía historicista de la ciencia parece haber dado todo lo que podía dar de sí, al menos como propuesta de metateorías generales. Ella parece haber desembocado, o bien en una pura historiografía de la ciencia, o bien en un sociologismo radical de corte relativista y frontalmente adverso a cualquier teorización sistemática (que no sea sociológica). En cambio, los enfoques de la familia semanticista han seguido desarrollándose y articulán- dose como metateorías generales de la ciencia; una tendencia que parece cada vez más fuerte dentro de al menos parte de esa familia estriba en combinar la línea modeloteórica general con conceptos y métodos de las ciencias cognitivas y de programas computaciona- les de simulación. Asimismo es notoria la proliferación cada vez mayor de estudios de casos, es decir, de interpretaciones y reconstrucciones de teorías particulares de las diver- sas disciplinas, inspiradas de modo implícito o explícito en las metateorías generales, pero que también pueden llevar a una revisión de estas últimas. Se trata en lo esencial, pues, de un desarrollo acelerado de lo que más arriba hemos caracterizado como filosofía especial de la ciencias, la cual, coino hemos advertido, no es tema de este libro.
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