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Sobre la imposibilidad de la intervención profesional: reflexiones para “poder” repensar Susana Cazzaniga “… mi intervención no apunta a poner a cada cual –el filósofo, el psicoanalista, el artista y el político- en su propio lugar. En realidad, más bien tiende a mostrar por qué ninguno de ellos puede estar allí: sencillamente porque ese lugar propio no existe” Jacques Ranciére. El inconsciente estético I.- A manera de presentación Si Freud, al escribir el prólogo a la obra pedagógica de su amigo August Aichhorn1, hubiera conocido Trabajo Social -cuestión que no sabemos a ciencia cierta, claro está- creo que no habría dudado en sumarlo como el cuarto oficio “imposible” junto al de “educar, curar y gobernar”. Esta postulación, a todas luces provocativa hacia los modos instituidos de decir/hacer sobre nuestra disciplina, tiene como intención intentar otros caminos de comprensión que contribuyan a pensar y consecuentemente a construir otras prácticas profesionales. Pretensión a “contra pelo” de las visiones hegemónicas que la han colocado entre los dispositivos que sostienen como objetivo la “solución de los problemas sociales” mediante una parafernalia de técnicas, instrumentos y recursos, donde circula, de manera ilusoria, que su “buena” aplicación, o en todo caso una eficiente y eficaz aplicación, tendrá como resultado esa “solución”. Obviamente, como heredero de las tradiciones positivistas, Trabajo Social arrastra –muy a pesar de las posiciones que bregan en otra dirección- aquellas improntas, tanto en lo que refiere a su ubicación en la división socio técnica del trabajo, como a las interpretaciones acerca de la realidad social, la racionalidad instrumental y el “alambrado” de las fronteras disciplinarias, entre otras. Paradójicamente la consolidación de esta “visión” no logró superar ciertas incomodidades que manifiesta reiteradamente el colectivo profesional, entre ellas, las que reseñan una suerte de frustración en tanto las intervenciones no alcanzan, en general, los pretendidos objetivos; y/o las invasiones permanentes de lo que se ha dado en llamar “la especificidad” por parte de otros profesionales, voluntarios y punteros políticos; y/o la relación pendular omnipotencia-impotencia en el ejercicio mismo de la actividad profesional; y/o el sentimiento de subalternidad respecto de Ponencia Jornadas de Investigación en trabajo social Facultad de Trabajo Socia UNER, Paraná, 2009. 1 FREUD, Sigmund “Prólogo a August Airchhorn, Verwahrloste, Jugend” en OC, T. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1979 otras disciplinas. Incomodidades que si bien no son nuevas pareciera que recrudecen en las actuales configuraciones de lo social, donde la institucionalidad construida alrededor de la sociedad salarial, estalla y con ella los soportes materiales desde los que, históricamente, Trabajo Social ponía en acto su intervención. Dicho en otras palabras, si desde siempre la legitimidad de la profesión estuvo en “entre dicho”, incluso habiendo definido su accionar acorde a los cánones hegemónicos como ya planteara, en los últimos años se vive un fuerte malestar que dispara a la vez múltiples estrategias para construir su legitimación. Una especie de búsqueda donde, desde mi perspectiva la “imposibilidad” juega, de alguna manera, como condición a derrotar, invistiendo a esas mismas estrategias de cierta omnipotencia que muy probablemente reediten las frustraciones e incomodidades que se tratan de superar. II.- Acerca de la noción de imposibilidad: La apelación al concepto de “imposibilidad” intenta poner un piso epistémico al tema de la intervención profesional de los trabajadores sociales. La idea es recuperar desde otras claves, una comprensión que se aleje de concepciones rígidas y prescriptivas; un aporte además, que opere de llave para abrir cierta brecha, entre otros aspectos, en el binomio omnipotencia/impotencia que atraviesa persistentemente nuestras prácticas profesionales. Más específicamente, pensar desde la “imposibilidad” invita a recuperar el pensar –valga la redundancia aquí- desde una cierta autonomía y responsabilidad intelectual que nos puede alertar sobre la domesticación de nuestros saberes, los seguidismos “a la moda”; esquemas éstos que nos llevan a las prácticas repetitivas o infortunios profesionales. De esta manera estoy considerando aquí “imposibilidad” en un sentido positivo, en tanto nos enfrenta de lleno a la complejidad, a los múltiples sentidos construidos que entraman la realidad y a ubicarnos como sujetos con la suficiente potencia como para realizar modificaciones, en los contextos que constriñen, pero a la vez habilitan. Además, y quizás principalmente, con la capacidad como para reconocer que esas modificaciones se construyen con otros en situaciones concretas que escapan a los “finales” unilateral y previamente definidos. Esos que como un “deber ser” inexorable colocamos en la “planificación”, desde la cual apostamos ilusoriamente al “logro” de los objetivos. Creo que lo que estoy proponiendo puede llegar a orientarnos hacia la incursión por ciertos caminos estimulándonos a repensar claves significativas de nuestro propio repertorio conceptual, un repertorio que tiende a quedar esquematizado y al que apelamos, en más de una ocasión, sin mayores exámenes críticos. i.- “Lo social” Entre las categorías que considero ameritan remirarse se encuentra la noción de “lo social”. En escritos de mi autoría he dedicado algunas reflexiones al respecto2, pero que en esta ocasión y de acuerdo a la perspectiva que estoy argumentando recuperaré desde otro lugar. En efecto, esta categoría –incorporada profusamente en los últimos años reemplazando (y desplazando) de alguna manera el concepto de realidad3- generalmente aparece en nuestros textos en forma enunciativa, con escaso desarrollo conceptual, cuestión que obstaculiza el reconocimiento de la multiplicidad de significados que ella encierra en tanto término polisémico. De allí que esta noción quede corrientemente naturalizada y por lo tanto ingresa de “contrabando” con variadas connotaciones, provocando efectos en la intervención profesional, tanto sobre los “otros” con los que trabajamos como sobre nosotros mismos como profesionales. Naturalización que opera como “sentido práctico” y que tal como dice Alberto Parisí “… es constitutivo de nuestra subjetividad, en la forma de estructuras no conscientes de ponderación de la realidad…”4 . En relación a “lo social” tal condición se expresa habitualmente como idea de completud empírica, una posición –vale decir, siguiendo el razonamiento del profesor Parisí, no necesariamente consciente- que responde a presupuestos de un tiempo homogéneo, lineal y evolutivo, donde la noción de sociedad se supone como cuerpo orgánico. Esta inscripción termina provocando que la intervención profesional aspire a la “resolución” de los problemas sociales como acto de cierre. Si sometemos estas naturalizaciones a la reflexión y crítica quizás lograremos visibilizar lo soterrado5. Pero este ejercicio también es importante para revisar los conceptos que usamos desde el sentido intencional –o razón científica para seguir usando los términos del autor citado-, en tanto creo, como de Sousa Santos, que tendemos a apoyarnos en la razón indolente “… que se considera única, exclusiva, y 2 CAZZANIGA, Susana “Introducción” en CAZZANIGA, Susana (coordinadora) Trabajo Social y las nuevas configuraciones de lo social Buenos Aires, Espacio Editorial (Pág 9 y 10) 3 Esta consideración merece un desarrollo mayor que excede los límites del presente trabajo, por ahora lo tomo como mera enunciación sin desconocer los riesgos que presenta. 4 PARISI, Alberto “Sentido práctico, intervencióny subjetividad: cinco tesis” en PERALTA, María Inés y Gabriela ROTONDI Trabajo Social. Prácticas universitarias y proyecto profesional crítico, Buenos Aires, ETS UNC, Colegio de profesionales de Servicio Social de la Provincia de Córdoba, Espacio Editorial, 2007. (Pág. 94 y ss.) El resaltado es del autor 5 El mismo autor alerta acerca de la importancia de “… tender a articular críticamente sentido práctico y razón científica (considerando que se trata de tender) ya que la tarea crítica no es mecánica ni inmediata (…) la articulación de la que hablamos supone, a su vez, dos tareas: la crítica a la incoherencia de sentidos (entre sentido práctico y sentidos o significaciones intencionales) y la posibilidad de una paulatina y parcial resignificación de nuestro sentido práctico…” PARISI, Alberto Op. Cit. (Pág. 97 y 98) que no se ejercita lo suficiente como para ver la riqueza inagotable del mundo (…) el mundo tiene una diversidad epistemológica inagotable, y nuestras categorías son muy reduccionistas…”6 , una razón indolente que sobrepasa a Trabajo Social, y que se ha venido instalando en las ciencias sociales en general. Volver a “lo social” para revisarlo desde los argumentos que estoy exponiendo desde el principio, equivale a adjudicarle el carácter de totalidad abierta, donde el conflicto es centro y motor de la inestabilidad, que implica, por otra parte, un pensamiento capaz de capturar esas mismas condiciones. Lo social como totalidad abierta habilita a la pregunta, particularmente por lo que aparentemente “no existe”, en tanto “… lo que no existe en nuestra sociedad es producido activamente como no existente…”7 . De allí que volver a los interrogantes abre a la multiplicidad de un campo problemático, situándonos como sujetos involucrados que en tanto profesionales siempre nos responsabiliza en la toma de decisiones. Ahora bien, si nuestro pensamiento amplía el horizonte de “lo pensable” esas mismas alternativas que construiremos con otros, podrán recoger el sentido de la incompletud, y de esta manera se entenderá que las mismas no conseguirán la clausura del conflicto, sólo superaciones parciales y coyunturales, no menores por cierto en tanto en ellas se juega la dignidad y derechos de los sujetos. Es en este plexo que pongo la noción de imposibilidad, y no justamente como sinónimo de un “no se puede” intervenir, sino como principio epistémico –como ya expuse- que otorga las bases de la irreductibilidad de lo social, cuestión que desde mi perspectiva aporta, entre otros aspectos, a modificar estas posiciones que como tendencia asumimos los trabajadores sociales: la omnipotencia que rápidamente puede convertirse en impotencia. La omnipotencia es hija del voluntarismo e incluso tributaria de las vertientes teológicas de la moral sacrificial –moral que circula incluso en los discursos más radicalizados, esos que abogan por la ruptura del orden social hegemónico-. Si esta omnipotencia se funda en la concepción de la “resolución de los problemas sociales”, el no logro de esos “objetivos” lleva a la frustración profesional y al sentimiento de impotencia. Por lo general esto deriva en un traslado de los obstáculos en lo que se denomina “contexto” –lo que tiene su validez en tanto no podemos dejar de poner en el centro de muchas de las dificultades las transformaciones neoliberales acaecidas en las últimas décadas, sin dejar de lado al propio capitalismo- pero también esta es una posición que merece reflexión y crítica teórica ya que puede actuar como cerrojo para la intervención profesional. 6 de SOUSA SANTOS, Boaventura Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social. Encuentros en Buenos Aires. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires. Instituto de Investigaciones Gino Germani, CLACSO, 2006 (Pág. 20) 7 Ibidem (Pág. 23) Si concebimos al “contexto” como producción histórico social, el mismo supera con creces la homologación a “contorno” o a un marco que determine toda práctica social, entre ellas la intervención de los trabajadores sociales. En la dialéctica sujetos productores/sujetos producidos emerge la chispa de la creación, en tanto y en cuanto revisemos nuestras categorías de análisis de la realidad y nos animemos a dibujar otras cartografías. En síntesis, la imposibilidad o poner a trabajo social dentro de las profesiones imposibles a decir de Freud, implica entender que la intervención nunca se podrá completar, y como nunca se puede realizar completamente, una y cada vez, persiste en su intento8. ii.- Tiempo/espacio Me interesa incorporar, siempre en la misma línea de pensamiento, otros dos conceptos que si bien también han sido objeto de discusiones teóricas en el campo científico en otros momentos, hoy manifiestan una metamorfosis necesaria de explorar. Me refiero concretamente a las nociones de tiempo y espacio. La modernidad, o más precisamente la ciencia moderna, concibió al tiempo y al espacio como factores exógenos constantes de la realidad social, conformando parte de nuestro entorno natural.9 De esta manera la delimitación temporal y espacial de, por ejemplo, un objeto de estudio, se efectúa en un contexto espacio-temporal que aparece como telón de fondo, como historia preexistente –concepción compatible con lo que ya expuse acerca de contexto-. Guadalupe Valencia García critica esta posición planteando “… (que) Las consecuencias teóricas y políticas de una concepción del tiempo y del espacio —o mejor aún del complejo tiempo-espacio— como dimensiones constituyentes de la realidad social no deben soslayarse. Dicha concepción se origina en el reconocimiento del carácter inacabado de la realidad social misma que sólo puede analizarse en el marco de la permanente tensión entre la historia acaecida y las historias posibles de ser construidas. Y que supone, también, la incorporación de los sujetos — movimientos, actores, grupos, clases— como los verdaderos protagonistas de los aletargados o vertiginosos tiempos de la historia10. Desde estas consideraciones me interesa mirar las coordenadas espacio/tiempo, entendiendo que ellas han sido categorías poco incorporadas en el 8 CERLETTI, Alejandro Repetición, novedad y sujeto en la educación. Un enfoque filosófico y político. Buenos Aires, Del estante editorial, 2008 (Pág. 98-99) 9 Cfr. Wallerstein, Immanuel, "El espacio-tiempo como base del conocimiento", en: Análisis político, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales Universidad Nacional de Colombia, No. 32, sep/dic 1997, p.p. 3-15, p.4 citado en VALENCIA GARCIA, Guadalupe “El tiempo social: una dimensión fundante” Ponencia XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) Concepción, Chile, 1999 (mimeo). 10 Ibidem. repertorio conceptual o quizás también naturalizadas. No obstante si nos detenemos a revisar la intervención profesional siempre se encuentran presentes como soportes, y que quedan más explícitas al momento de preguntarnos por el cuando (tiempo) y el donde (espacio) de nuestras prácticas, o al hablar de los “diferentes tiempos” –los institucionales, los de los sujetos, los de los profesionales- aunque en general lo hacemos con el sentido al que aludimos en párrafos anteriores. Es probable que las fuertes mutaciones que hemos venido sufriendo como sociedad y las interpelaciones que éstas nos plantean, pongan las condiciones para recuperar conceptualmente estas nociones y así proponer otra corporeidad teórica a la propia intervención. Las instituciones de la modernidad y en particular las constituidas en la sociedad salarial estuvieron estructuradas a partir de una identificación bastante precisa (más allá de las críticas que podemos realizar al respecto) en relación a una necesidad-demanda social, con una clara definiciónde espacios: instituciones que atendían la salud, la asistencia, la vivienda, las cuestiones de niñez, adolescencia, vejez, etc., en una temporalidad que expresaba cierta homogeneidad. Un momento histórico que se corresponde con el lugar del Estado como instancia articuladora de la totalidad social. Las nuevas configuraciones sociales rompen justamente con esto haciendo tambalear aquella institucionalidad, redefiniendo los procesos temporales y reconfigurando los espacios desde donde se dan las respuestas a las problemáticas y conflictividad social. En este sentido podemos identificar algunos signos que nos ofrece la cotidianeidad de nuestras intervenciones profesionales. Con relación al tiempo, es destacable la aceleración que se manifiesta en múltiples situaciones y que nos empujan a un “respuestismo” que nos agota subjetivamente, pero que también agota (en el sentido que empobrece) la propia práctica. Tomaré algunas de estas situaciones para problematizarlas: - El aumento de las urgencias: esta caracterización mantiene íntima relación con el estallido de la demanda y lo que he considerado más arriba acerca de las transformaciones sociales. Creo que en primer lugar necesitamos debatir conceptualmente que entendemos por urgencias, en particular en Trabajo Social. Sostengo que lo urgente es lo imprevisto e inesperado, y para Trabajo Social las situaciones que atendemos no son inesperadas, excepto algunas cuestiones particulares. Más esta premisa es sostenible en tanto y en cuanto “tengamos el pulso” de lo que está pasando en la realidad, en otras palabras contar con las herramientas conceptuales que nos permitan comprender la realidad para dar cuenta de los conflictos, las desubjtivaciones y resubjetivaciones. Ya no tenemos frente a nosotros “sujetos homogéneos”, más aún, es probable que nunca lo hayan sido y que fueron nuestras anteojeras teóricas, en un contexto más previsible –vale la pena acotar- las que moldearon las categorías en que incluíamos a la población que demandaba nuestra intervención. Sólo un “arsenal” teórico complejo nos puede reconfigurar como sujetos profesionales y permitirá proponer los dispositivos necesarios para atender las reales “urgencias” ahora sí entendidas como lo que no sabemos cuando va a aparecer. - trabajo por programas o proyectos sociales, que impone un “tiempo” para las presentaciones frente a los organismos de financiamiento, un tiempo para su implementación, un tiempo para la rendición presupuestaria. En pocas palabras el tiempo de la intervención termina no pocas veces absorbido por las actividades administrativas. - el cumplimiento de metas (eficacia y eficiencia) donde aparece en algunas instituciones la exigencia de indicadores desde donde se mide el “rendimiento” o en todo caso la productividad de nuestra labor. Estas dos últimas situaciones son tributarias de la impronta neoliberal que si bien sienta sus bases en nuestro país durante la dictadura militar, se mantiene en la democracia y se manifiesta con total crudeza durante los noventa, momento que a decir de Eduardo Rinesi una nueva “D” aparece en escena: la D de desregulación11, y el pensamiento se satura de categorías economicistas. En los últimos años irrumpe, quizás simbólicamente, el tiempo de la política, pero pareciera que en general resulta dificultoso para el colectivo aprehender esta dimensión como un tiempo necesario de recuperar, más allá de las profusas enunciaciones al respecto. En relación con el espacio observamos: - Instituciones estalladas (o defondadas) que no logran receptar una demanda específica en tanto la demanda también ha estallado. Lo paradojal aquí es que se mantiene en los profesionales y actores institucionales en general, el imaginario del espacio institucional de otrora. Una especie de ficción entonces se vive en ellas. - la aparición de los espacios de las organizaciones no gubernamentales que han adquirido centralidad a partir de las instrucciones que sobre la materia (políticas sociales) han impartido los organismos internacionales en la era neoliberal. 11 RINESI, Eduardo “Los dilemas de lo social en la Argentina” en ROZAS PAGAZA, Margarita (coordinadora) La formación y la intervención profesional: hacia la construcción de proyectos ético políticos en trabajo social. Buenos Aires, Espacio Editorial, 2006. (Pág. 28). El autor hace referencia al modo nemotécnico en que por la década del 80 se recuperaba en las ciencias sociales los núcleos conceptuales de reflexión teórica política de la Argentina durante los 60 (Desarrollo), 70 (Dependencia) y 80 (Democracia).. - la participación del mercado y su consecuente estructuración de las organizaciones comerciales12. Se trata de la prestación de servicios sociales que mantienen fines de lucro: Medicina Pre paga, hasta hace poco tiempo las AFJP, entre otras. Las trasformaciones producen mutaciones en el orden del espacio y plantea entonces al Trabajo Social un desagregado en lugares con lógicas diferentes. Si bien considero que la ruptura del modo en que se estructuraban los espacios produce desconcierto, creo que puede resultar beneficioso intentar la construcción de espacios desde donde desplegar la intervención profesional, volviendo la mirada hacia las múltiples formas en que los propios sujetos lo construyen. Los espacios no son sólo entidades materiales, sino que también se articulan simbólicamente desde las prácticas sociales. Si retomamos lo expresado hasta acá sobre lo social, y lo anudamos al “complejo” tiempo/espacio, es probable que podemos abrir otro tipo de pensamiento que permita capturar la imposibilidad y como planteara en párrafos anteriores, desde ese horizonte persistir en el intento de la transformación. Para dar más argumento a esta postura, traigo a Norbert Lechner y sus reflexiones acerca de la política, particularmente cuando plantea que “La política implica la utopía, justamente por excluirla como objeto posible. Sólo por referencia a un ideal imposible podemos delimitar lo posible. Es decir, no podemos pensar lo que es posible, sino dentro de una reflexión sobre lo imposible. No hay ´realismo político´ sin utopía”.13 Nuestro campo de intervención se ubica estructuralmente en el espacio contradictorio que se construye entre las instituciones “dadoras de servicios” y las “necesidades, demandas, y reclamos sociales”, por lo tanto entre los dispositivos que intentan el orden y el embate del conflicto, una tensión entre lo instituido y lo instituyente. Lugar en el que aparece nuevamente lo inacabado –en el sentido de incompletud e imposibilidad tal como vimos antes- de toda intervención profesional. Un espacio que si bien se asienta, para decirlo de algún modo en cierta materialidad, se expresa en particular simbólicamente, donde los tiempos se yuxtaponen en ritmos diferentes y más de las veces, las situaciones que abordamos se tornan resistentes a ser incorporadas a la “normalidad”. 12 Utilizo aquí la tipología que expone Nora Britos basada en Claus Offe en BRITOS, Nora Ambito profesional y mundo del trabajo. Políticas sociales y Trabajo Social en los noventa. Buenos Aires, Espacio Editorial, 2006 (Pág. 50 y ss) 13 LECHNER, Norbert La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado. FLACSO, 1984 Es evidente que incorporar estas claves precisa de la ruptura con el pensamiento heredado, y si bien la dialéctica se convierte en un camino fructífero para esto, me parece interesante convocar otras fuentes para ayudarnos a pensar, entre las que se encuentran los géneros literarios. Quiero acá hacer un agradecimiento a quien me introdujo en esta perspectiva: Eduardo Rinesi. III.- Los aportes de los géneros literarios para “pensar sobre el pensamiento”No es nuevo que diferentes disciplinas recurran al género literario para abonar sus producciones teóricas logrando una importante fecundidad interpretativa. Sin embargo los arraigos positivistas que se mantienen en lo que se da en llamar “el campo científico” obstaculizan este ejercicio así como la ruptura de las fronteras disciplinares. Lo hasta acá desarrollado en esa línea en torno a Trabajo Social da cuenta de ello por lo que considero interesante “repensar” acerca del carácter del pensamiento, que recuperando algunos tópicos vertidos en este ensayo, aporte a “desarraigar” las concepciones hegemónicas al interior de nuestro campo. Así como un texto literario es un texto político y cualquier texto filosófico es literario y tal como considera Rinesi los géneros literarios son adecuados para la teoría política14, creo que es posible extender esta consideración hacia Trabajo Social. En efecto, las situaciones que se nos presentan se configuran como conflictos en los que juegan, generalmente, sistemas de valores inconmensurables casi homologables a la trama de Antígona así como los relativos al lenguaje, donde la polisemia de las palabras nos acerca a Hamlet y su expresión “el mundo está fuera de quicio”, tal el pensamiento de la tragedia. En ocasiones, pareciera que la fortuna se hace presente y las alternativas que se van construyendo dan lugar a que todos, de alguna manera quedemos “más tranquilos y alegres” por los desenlaces, casi se podría decir, a la manera de una comedia15; y no son menos los acontecimientos que adquieren verdadero carácter de drama, con escenas trágicas que van organizando salidas 14 RINESI, Eduardo Apuntes de clase. Seminario “Política, ciudadanía y ética pública” Doctorado en Ciencias Sociales UNER. Paraná, Noviembre de 2008. 15 Al examinar mi propia experiencia como trabajadora social para dar cuerpo a estas reflexiones recordé una situación que bien puede inscribirse en la comedia: una vecina se había atrasado en el pago del nicho de sus padres, muertos aproximadamente tres décadas atrás y según disposiciones del cementerio municipal los “restos” fueron trasladados al osario. La señora hizo su reclamo por lo que ella consideraba un atropello a la tradición ya que los “muertos deben tener cristiana sepultura” y había manifestado su voluntad de pago (casi a la manera de Antígona en su lucha contra Creonte) y recurrió a nuestra oficina. Nuestra respuesta fue exigir al director del cementerio que busque esos restos, no importaba de quién podrían ser los huesos, y los restituya al nicho correspondiente. La secuencia, de acuerdo a las reacciones de los diferentes protagonistas por el modo, los lugares en que se iban sucediendo, y los enredos respecto de “las responsabilidades” de cada uno, adquirieron verdaderos ribetes de comedia, con un desenlace feliz. inusitadas donde pareciera que los dioses por momentos vencen a los hombres aunque la persistencia de éstos logra su revancha. El punto es que en general estas problemáticas se tratan de conjurar desde la “racionalidad” científica positivizada, que tal como expresara en las páginas previas sólo llevan a la frustración. Si nuestras intervenciones profesionales constituyen con las situaciones que se nos presentan escenarios acordes a diferentes géneros literarios, también se hace necesario un pensamiento acorde para “pensarlas”. En este sentido creo que el pensamiento trágico es el que más nos permite “pensar” en lo frágil y precario de la vida cuestión que constituye el núcleo duro de los malestares con los que tratamos; más aún, es el que más nos acerca a la noción de imposibilidad que he venido planteando. Una vez más, imposibilidad no tiene que ser entendido como justificación de un “no intentar o un no hacer”, sino como referencia epistémica, ética y política que nos impulsa a la construcción siempre inacabada, siempre incompleta de una sociedad diferente, tan precaria y frágil como la vida misma. Así intentar una y otra vez las suturas de los desgarros sociales bien podría configurarse como una ficción necesaria para seguir, sabiendo que “los dioses” siempre estarán acosando.
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