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BAZAN, Armando El método en la h regional - Valentin Arias

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Revista FUNDACIÓN CULTURAL, Santiago del Estero, 2010.
En línea: http://www.fundacioncultural.org/revista/nota7_40.html
	
		
	Armando Raúl Bazán
	 
	
	El Método en la Historia Regional Argentina
	 
	
	La palabra región tiene distintas connotaciones que se sustentan en la geografía, la economía, la lengua, la cultura y también en el marco político-institucional. Pero sin perjuicio de estas acepciones particulares con que la palabra es usada corrientemente, en el campo de nuestros estudios es propio hablar de región histórica cuyo significado no se agota en aquellos contenidos particulares sino que los comprende a todos cuando adopta como universo de análisis a un ámbito territorial específico para conocer el comportamiento histórico de las comunidades que tienen su hábitat en ese espacio determinado. Para ubicar la cuestión en la jurisdicción de la Argentina, parece propio referirse a las regiones históricas que integran su territorio y participaron en la formación de la historia nacional. Algunas tienen prosapia, caso del Noroeste y Cuyo; otras se fueron configurando más tardíamente como la región pampeana, el Nordeste y la Patagonia. Queda sobreentendido que esa tardía configuración no se refiere a su realidad geográfica sino a su realidad histórica donde la presencia y la acción del hombre son decisivas.
Las noticias más antiguas sobre la historia americana muestran la precedencia cronológica de la región como marco de análisis para la crónica política y etnográfica. Cuando todavía no existían las nacionalidades hispanoame-ricanas, la crónica adopta como unidad de análisis a la región aunque las palabras que utiliza para designarla sean otras como país, reino o provincia. Esta comprobación tiene especial validez para el Tucumán, Río de la Plata y Cuyo. Así, la crónica indiana habla del reino o país de Tucma cuando relata la incorporación de los pueblos aborígenes del Noroeste a la jurisdicción del Tawantinsuyo, e implícitamente considera a ese ámbito geográfico como una unidad por encima de los particularismos étnicos y culturales. Esa conceptuación regional está presente en autores como Garcilaso de la Vega con sus “COMENTARIOS REALES”, en Juan de Matienzo con su libro “GOBIERNO DEL PERÚ” y perdura en los cronistas posteriores de los siglos XVII y XVIII como Nicolás de Techo, Pedro Lozano y Pedro Francisco Charlevoix. El País de Tucma de los aborígenes se convirtió en el Tucumán de la conquista y colonización españolas.
Organización política
La organización político-administrativa adoptada por España se adecuó a esa realidad pre-existente. Así fueron creadas la gobernación del Tucumán, el Corregimiento de Cuyo dependiente de la Capitanía General de Chile y la Gobernación del Rio de la Plata. Durante más de dos siglos, la organización política fue representativa de la realidad geo-histórica de las regiones. En ese tiempo se fundaron las ciudades que hoy integran nuestro mapa político, se formó la sociedad criolla con el mestizaje de los españoles e indígenas, se organizó un sistema económico polarizado en centros de poder como Potosí, Buenos Aires y Chile, y se plasmó una cultura homogénea y mestiza, semejante pero distinta a la que provenía de la Madre Patria y a las supervivencias precolombinas.
Producida la Revolución de Mayo, surge la propuesta del Cabildo jujeño para estructurar de manera diferente el espacio geopolítico rioplatense. La estructura de las gobernaciones-intendencias sustentada en la región quiso ser cambiada por otra que asegurara la autonomía de las ciudades sufragáneas subordinadas por el viejo régimen a la autoridad de las cabeceras de intendencia. Esta debía ser la organización política del nuevo sistema nacido en mayo de 1810 mediante la participación de los Cabildos indianos, sin distinción de jerarquías. La intencionalidad profunda era reclamar “el cumplimiento de las solemnes promesas de establecer la absoluta igualdad de derechos de todos los pueblos” como lo expresó el diputado jujeño canónigo Juan Ignacio de Gorriti. Dicha propuesta que sustituía el eje regional por el eje municipal, si bien no fue acogida por el gobierno central, estaba diseñando teóricamente el esquema de organización política que la dinámica histórica hizo prevalecer a partir de 1820 con el nacimiento de las provincias sobre el cuerpo de los viejos municipios indianos: La Rioja, Santiago del Estero, San Juan, San Luis, Entre Ríos, Catamarca, Corrientes y tardíamente Jujuy. Esa fractura de las gobernaciones regionales respondió a tensiones internas manifestadas en el ámbito de la región, a conflictos de intereses políticos y económicos, algunos de vieja data como el que existía entre Jujuy y Salta, pero también a la vigencia de sentimientos localistas claramente manifestados, que ponían el acento sobre las singularidades terruñeras debilitando el sentido de pertenencia regional. Así se estructuraron las provincias históricas sobre el marco del antiguo municipio indiano. Hasta la organización nacional ellas funcionaron como pequeñas repúblicas, confederadas mediante pactos, que delegaron el manejo de las relaciones exteriores en la persona del gobernador de Buenos Aires.
Historias provinciales
Ese modelo de organización político-administrativa tuvo influencia decisiva en la historiografía. Así como en el ámbito continental, la Historia General de América se fracturó en historias nacionales a partir de la emancipación con el surgimiento de las nacionalidades, en el territorio argentino la entidad región se fue desdibujando como universo de análisis para dar lugar al nacimiento de las historias provinciales. La primera versión fue escrita por el jujeño Joaquín Carrillo, en 1877, con su obra: “JUJUY, PROVINCIA FEDERAL ARGENTINA, APUNTES DE SU HISTORIA CIVIL”. A partir de ese momento se fueron consolidando las historias provinciales con el legítimo empeño de reconocer la singularidad local y de puntualizar la contribución de la “patria chica” a la formación nacional aunque sin perder de vista la idea y el sentimiento de unidad con la patria común.
En el estado actual de nuestra historiografía podemos decir que ella se expresa a través de dos vertientes: las historias nacionales, abarcadoras de la totalidad de la realidad histórica pero que ponen el acento sobre los cambios producidos desde Buenos Aires, centro de las decisiones nacionales; y las historias provinciales, que se proponen rescatar la memoria de los hechos y de los hombres que actuando en el ámbito lugareño protagonizaron su historia y dieron presencia a su tierra en el escenario nacional. Estas historias provinciales, algunas excelentes, salvaron omisiones deslizadas en las historias nacionales sobre la verdadera contribución de los pueblos del interior en la gestación del pasado común.  Al respecto Pérez Amuchástegui, puntualizó el prejuicio sostenido por varios autores que subestiman la importancia de las historias provinciales, y sólo consideran historia nacional la que escribe desde Buenos Aires, e historia menor la que se produce en las provincias. En rigor, esto no es así: las historias provinciales han enriquecido notablemente la visión de la historia nacional y han contribuido a rescatar del olvido importantes contribuciones de los hombres del interior en el dominio del pensamiento, de las instituciones políticas, culturales y educativas, de los cambios sociales y económicos, y también de la preservación de nuestra identidad nacional.
Asistimos, ahora, a la manifestación de una nueva perspectiva de análisis para abordar el conocimiento de la historia argentina. Se han escrito numerosas historias nacionales: se han escrito varias historias provinciales, pero importantes cuestiones han quedado sin una explicación satisfactoria. Ambos géneros se apoyan en estructuras político-administrativas de tardía constitución cuyos elementos no agotan el universo de la realidad histórica. La nación contiene en su seno diversidades profundas de tipo étnico, social, cultural y económico, que se hicieron patentes a partir de la formación dela Argentina moderna cuando su clase dirigente adopta el plan del progreso y con la inmigración masiva, el tendido del ferrocarril y el aprovechamiento económico de la pampa húmeda, cambió la fisonomía  del país tradicional. Las provincias no son de suyo realidades históricas diferentes y poseen rasgos comunes sustantivos respecto de sus vecinas de la misma región a la que siempre pertenecieron desde el tiempo pre-colombino. Así, pues, la región histórica, por ser anterior a la nación y a las provincias constituye el universo de análisis más apropiado para el conocimiento histórico, pues ahí se dieron los elementos constitutivos que por agregación de jurisdicciones políticas dieron forma a la nación, y que por parcelamiento también político dieron origen a las provincias.
Esto ya lo vieron algunos lúcidos historiadores y escritores argentinos como Paul Groussac, autor de un “ENSAYO HISTORICO SOBRE EL TUCUMAN” (1882),  Juan B. Terán, que escribió el libro “TUCUMAN Y EL NORTE ARGENTINO” (1910), y Bernardo Canal Feijoó con su obra "DE LA ESTRUCTURA MEDITERRANEA ARGENTINA" (1948). Terán sostiene que “el norte argentino es una unidad histórica” y que su división política es un hecho relativamente moderno. En su sentir, esa unidad reposa en la tradición histórica, el medio geográfico, la semejanza étnica y la evolución moral conjunta. Y su libro tiende a demostrar esa unidad estructural de la región. Su teoría fue enriquecida y profundizada más tarde por el santiagueño Bernardo Canal Feijoó, partiendo del análisis sociológico y de la planificación socio-económica. Él acuñó la premisa de que el Norte Argentino es la región “más histológicamente integrada de la Argentina”, a despecho de los limites interiores convencionales creados por el hombre para estructurar políticamente a las provincias. ¿Cómo entender, pues, esa unidad estructural, partiendo desde formas políticas que se constituyeron más tarde, a despecho de la misma?
Esto nos impone la necesidad de elaborar un método adecuado para investigar esa realidad estructural con rasgos homogéneos que es la región. Puestos en esa tarea, trataremos de definir las categorías de análisis específicas de la historia regional a fin de hacer un abordaje orgánico de la misma. Estas son las siguientes:
 
1º. El factor geográfico
La región histórica tiene una sustentación geográfica que debe ser considerada por el historiador. Ella se expresa por un continuo geográfico cuya unidad no consiste necesariamente en la uniformidad de sus recursos naturales sino que se expresa también en la diversidad de zonas  naturales contiguas y complementarias cuya disposición objetiva favorece la integración social influyendo en la instalación humana, condicionando las formas de aprovechamiento de los recursos naturales y generando fenómenos de complementación e interdependencia de las comunidades regionales.
Esa unidad geográfica existe en el ámbito del Noroeste y también en Cuyo, la Pampa húmeda, el Nordeste y la Patagonia. En cada caso, se trata de distinguir las variables geográficas que componen esa unidad. Esto debe ser materia de un análisis pormenorizado.
 
2°. El factor étnico-social
La homogeneidad de una región histórica depende también del tipo étnico que protagoniza su desarrollo. En el Noroeste ha sido y sigue siendo mayoritario el tipo humano producido por el primer mestizaje. El criollo se plasmó en su ser físico su idiosincrasia como producto del mestizaje del colonizador español –reducida minoría- con el aborigen americano, estrato originariamente mayoritario, y con los grupos africanos incorporados masivamente a partir del siglo XVIII. Esos elementos formaron la sociedad criolla que decantó su perfil en el siglo XIX, borrando los rasgos identificatorios particulares de sus componentes primarios. Así se configuró un tipo étnico común para todas las provincias del Noroeste, que tiene diferencias claramente perceptibles respecto del tipo étnico de la región pampeana. Esta cambió su población con la incorporación masiva del inmigrante europeo desde la segunda mitad del siglo pasado, donde fueron mayoría los contingentes italianos y españoles. De ello resultó una sociedad aluvial cuyos rasgos físicos y comportamientos culturales modificaron profundamente la fisonomía de la sociedad criolla receptora. Esta es la Argentina gringa cuya idiosincrasia no responde al modelo de “crisol de razas” como se creyó durante muchos años sino más propiamente a un pluralismo étnico y cultural. Y esto influye en todas las manifestaciones sociales, incluso en la forma de sentir el país y de conceptualizar sus relaciones con América y el mundo.
 
3º. El factor cultural
Muy importante como parámetro para medir la identidad de una sociedad regional. Comprende a la lengua; la religión, los usos y costumbres, las expresiones literarias y artísticas, el folklore y la cosmovisión frente al pasado histórico y al medio geográfico. En el Noroeste, así como hubo un mestizaje de la sangre se operó también un mestizaje cultural. Para entender ese fenómeno conviene señalar que los pueblos aborígenes del Tucumán habían alcanzado un desarrollo cultural importante. A diferencia de los grupos cazadores y recolectores del Litoral fluvial cuyo estadio cultural era abismalmente inferior al de los colonizadores españoles, en el Noroeste florecieron desde comienzos de la era cristiana distintas culturas sedentarias agro-alfareras que trabajaban los metales, especialmente el cobre y el oro. Antes que ocurriera la conquista española, la nación diaguita estaba recibiendo la influencia del imperio incaico, penetración que tomó la forma de una verdadera conquista hacia 1480 bajo el reinado de Tupac Yupanqui. Los invasores construyeron un camino, llamado del Inca, que se internaba en el corazón del territorio diaguita por la quebrada de Humahuaca y seguía por los valles occidentales de Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja y terminaba en Puente del Inca; Mendoza. Ese camino fue un instrumento de civilización, de igual modo que la lengua quechua que se difundió en el Tucumán y comenzó a ser hablada junto a las lenguas autóctonas como el cacán de los diaguitas. Ese desarrollo cultural facilitó el mestizaje con el sistema español. No hubo pugna generalizada entre los dos mundos. En muchos lugares, la ocupación del territorio por los españoles fue pacífica y si bien hubo casos de choque y alzamientos masivos, como sucedió con las Guerras Calchaquíes, ellos se produjeron por la excesiva codicia de las autoridades y encomenderos que infringieron las normas del derecho natural y la propia legislación dictada por la Corona para proteger al indígena.
En el ámbito lingüístico y lexicográfico hay evidencias de que el hombre del Noroeste posee formas expresivas que le dan identidad. Su habla corriente posee arcaísmos castellanos a indigenismos que han sido estudiados por autores como Samuel Lafone Quevedo, Dardo de la Vega Díaz, Federico E. Pais y Elena M. Rojas. También la toponimia y la onomástica regionales están plagadas de voces de origen quechua y cacán, y en Santiago del Estero se dá un fenómeno de bilingüismo indo-hispánico. Parte de su población habla el quechua corrientemente, sin perjuicio del uso del español, tema examinado por Domingo Bravo y Elvio Aroldo Ávila.
En el mundo de las creencias religiosas, las fiestas tradicionales con vigorosa vigencia, demuestran que bajo el ropaje del catolicismo hay manifestaciones de genuina religiosidad popular de filiación indígena que la Iglesia Católica ha terminado por aceptar. Es lo que sucede con las fiestas de San Nicolás de Bari y del Señor de la Peña, en La Rioja, estudiadas por Julián Cáceres Freyre. En la primera participan los descendientes de una antigua cofradía de naturales, los "aillis" y de los “alféreces”, vestidos con un ropaje típico pleno de colorido, quienes durante los días del novenario rinden su homenaje al Santo entonando un canto de alabanza acompañado por el ritmo de una caja india. Ese cántico religioso se ha trasmitido por vía oral en lengua quechua,forma dialectal usada en la zona de Chichas, sud de Bolivia. En la ceremonia del Tinkunako o "Encuentro", que se celebra todos los años el 31 de diciembre, a mediodía, participan las cofradías de los "aillis" y de los "alféreces" acompañando las imágenes del Niño Alcalde y de San Nicolás, respectivamente. Esta ceremonia, donde se conjugan elementos hispánicos e indígenas, fue oficializada recién por la Iglesia a comienzos del presente siglo.
En orden a la expresi6n literaria, esta revela de manera significativa la impronta telúrica regional. El paisaje, la fauna autóctona, los usos y costumbres; la tradición histórica, la problemática espiritual del hombre lugareño constituyen la temática inspirativa de los autores más representativos en los géneros de la poesía, la narrativa y el teatro, Joaquín V. González, César Carrizo y Ángel María Vargas (La Rioja); Carlos B. Quiroga, Luis Franco y Juan Oscar Ponferrada (Catamarca); Ricardo Rojas, Bernardo Canal Feijóo y Clementina Rosa Quenel (Santiago del Estero); Pablo Rojas Paz y Fausto Burgos (Tucumán); Juan Carlos Dávalos y Manuel J. Castilla (Salta); Domingo Zerpa y Jorge Calvetti (Jujuy).
La identidad del noroeste se expresa también en la música y las artesanías. Así como el tango es la música representativa del país aluvial, la zamba y la chacarera definen musicalmente al país tradicional. La región ha dado a nuestro país formas musicales que se han difundido por el mundo a través del disco y de la actuación viva de consagrados intérpretes. Ese lenguaje musical ha inspirado también construcciones más ambiciosas en el género sinfónico, caso de la "Rapsodia Santiagueña" de Manuel Gómez Carrillo, estrenada en Paris en 1926 e incluida en el repertorio de nuestra Sinfónica Nacional.
Las artesanías populares constituyen otro parámetro para medir la unidad cultural de una región. Esto es válido para el noroeste y también las otras regiones argentinas. Si ellos tienen vigencia pese a la presión disolvente de las manufacturas industriales, eso indica que los oficios manuales tradicionales siguen expresando la persistencia de un estilo de vida que se resiste a sucumbir frente al avance tecnológico. Las artesanías del tejido y de la cerámica especialmente, dan ocupación a mucha gente y logran buena colocación en el mercado nacional e incluso mundial. Verbigracia, alfombras, tapices y ponchos catamarqueños logran niveles de excelencia y no podrían ser reemplazados por las manufacturas industriales destinadas a servir los mismos o parecidos requerimientos del mercado consumidor.
 
4°. El factor económico
Los géneros de producción y las formas de comercialización, los sistemas de aprovechamiento de los recursos naturales, el grado de incorporación de tecnología a la producción agropecuaria e industrial, los sistemas de financiamiento para la producción y comercialización y su adecuación a la dimensión de los mercados, son variables que sirven para medir el estadio económico de una sociedad. En la etapa histórica, esos estadios evolucionaron desde formas primarias de producción destinada al autoabastecimiento y a la demanda de un mercado regional restringido, al nivel más complejo impuesto por la formación de un mercado nacional y a la inserción de éste en el mercado europeo y mundial. El primitivo comercio de trueque y la moneda de la tierra fueron suplantados progresivamente por la economía monetaria y precapitalista. La producción agropecuaria se complementa con las manufacturas artesanales hasta la irrupción de la revolución industrial, con la máquina y la producción en serie que rebajó costos y mejoró la calidad. Esta competencia creó un grave problema al país tradicional por el ingreso de la manufactura europea, mayormente inglesa, entrada por el puerto de Buenos Aires a partir del reglamento de libre comercio de 1809. Por necesidad de subsistencia, el país interior se amparó en el proteccionismo de las aduanas interiores frente al sistema de libre cambio sostenido por los ganaderos y comerciantes importadores de Buenos Aires. Esta pugna de intereses económicos contribuye a explicar el proceso político de nuestras guerras civiles, entre la ciudad-puerto cada vez más próspera por el comercio de cueros y el control de la aduana, con un interior empobrecido. El primer intérprete de este proceso histórico donde se conjugaban factores políticos y económicos fue el historiador Juan Álvarez, en 1916, con su estudio sobre las Guerras Civiles Argentinas. Cuando se desencadenó la guerra de la emancipación, el Noroeste vió arruinarse el próspero negocio de la internación de mulas al alto y bajo Perú. Entonces el polo comercial pasó a ser el puerto de Buenos Aires donde no había demanda para esa producción
La sociedad del Noroeste fué durante la época colonial y hasta promediar el siglo XIX agropecuaria y artesanal. Y lo mismo sucedió en Cuyo, nudo de un comercio interregional con Chile, Buenos Aires y el Noroeste. A partir de ese momento, se desarrolla también la explotación minera en Catamarca, La Rioja, San Juan y Jujuy, con buen nivel tecnológico, especialmente en la primera. Pero el sistema de transporte era rudimentario: arreas de mulas que llevaban el cobre en barras hasta el puerto de Rosario, primero, y después hasta la punta de riel del Central Argentino en Córdoba. El arribo del ferrocarril Central Norte a Tucumán, en 1876, y del Ferrocarril Andino a Mendoza y San Juan, en 1885, cambió profundamente los ejes de la circulación económica. Los pueblos que quedaron marginados por el riel empezaron a languidecer. Esto sucedió en Cuyo con la zona de Jachal, en Catamarca, La Rioja y todos los pueblos ubicados sobre el antiguo camino real del Perú donde hasta la ciudad de Santiago del Estero quedó marginada por el trazado ferroviario. Tucumán y Cuyo iniciaron su despegue agro-industrial. En la primera, con la instalación de modernos ingenios azucareros que incrementaron notablemente la producción, estimularon la expansión de la superficie sembrada con caña y la demanda de mano de obra permanente y transitoria Esto generó una importante migración interna de trabajadores provenientes de Santiago del Estero y Catamarca, principalmente. Pasaron muchos años hasta que otras provincias del Noroeste pudieran iniciar su despegue agro-industrial, caso de Salta, con el ingenio San Martin de Tabacal fundado en 1918. La Rioja se vio afectada en su producción artesanal de vinos con la radicación en Mendoza de modernas bodegas de avanzada tecnología, que hicieron dañosa competencia en precio, variedad y calidad del producto. En Cuyo, los cambios reportados por esa transformación industrial fueron notables en la faz económica y social. No es éste el momento de analizarlos.
Todos estos fenómenos económicos con impacto social y demográfico deben ser visualizados para comprender históricamente el avance de Tucumán y Mendoza, polos de desarrollo no competitivos de la producción de la Pampa Húmeda, y la decadencia de la región Noroeste y zonas tradicionales de la región cuyana.
5°. El factor político
Lo político expresa también una forma de identidad, de sentido de pertenencia terruñera. Lo regional y lo nacional no son términos antitéticos. Lo regional denota una pluralidad estructural que se resuelve sin violencia en la unidad nacional cuando ésta toma forma institucional. Existió antes de la organización constitucional de la nación con nombres propios como Tucumán, Cuyo, Buenos Aires, Litoral. Esa estructura se fragmentó políticamente en la época independiente cuando los municipios sufragáneos de las gobernaciones-intendencias adquieren rango provincial por virtud de procesos autonómicos que diseñan el mapa político de la Argentina histórica. Pero esta nueva realidad no hizo desaparecer la conciencia de unidad regional sustentada en comunes tradiciones, problemas y necesidades. Ella fué el soporte de emprendimientos regionales como la Liga del Norte contra el poder portuario y centralista del gobernador de Buenos Aires don Juan Manuel de Rosas, y de otras iniciativas que llegaron despuéscaso de la Conferencia de Gobernadores del Noroeste, (Salta, 1926) y del Congreso del P.I.N.O.A. (Santiago del Estero, 1946).
Sin perjuicio de reconocer la existencia de actitudes de suficiencia localista que privilegian a la provincia sobre la región, los hombres más lúcidos saben que la verdadera satisfacción de las necesidades políticas y económicas en el marco del sistema federal sólo podrá lograrse mediante la concertación regional. Es más, por la unidad regional pasa el camino para recuperar la vigencia auténtica del sistema federal adoptado normativamente por la Constitución Nacional pero desvirtuado en los hechos por un comportamiento político unitario, contradicción que ha consolidado una verdadera distorsión centralista manifestada en los avances del gobierno nacional sobre las autonomías sin hallar adecuada resistencia por parte de las provincias, como lo ha puntualizado con acierto Pedro J. Frías: (“EL COMPOR-TAMIENTO FEDERAL EN LA ARGENTINA”, Eudeba, Buenos Aires).
Estas categorías de análisis para el estudio de la historia regional han sido formuladas a partir de una teoría de la región histórica cuyos principales expositores han sido Juan B. Terán y Bernardo Canal Feijóo, y de los problemas concretos que nos planteó el estudio sobre el desarrollo histórico de la región Noroeste, sin duda la de perfil más homogéneo entre las regiones constitutivas de la nación argentina. Estimo, sin embargo, que el método tiene validéz para abordar el estudio de las otras regiones; Cuyo, Pampa Húmeda, Nordeste, Patagonia. En cada caso, seguramente, el análisis histórico según dichos parámetros conducirá a conclusiones distintas que son propias del pluralismo regional argentino. Algunas de esas diferencias han sido señaladas de paso en este trabajo, pero está haciendo falta la iniciativa de nuestros historiadores para el abordaje especifico de cada región como universo de análisis. Este género historiográfico tiene en algunos países europeos importante desarrollo, caso de España, nación donde perdura un vigoroso regionalismo. El País Vasco, Galicia, Castilla, Cataluña, Andalucía, son regiones con personalidad histórica propia que no ha sido alterada por la estructura político-adminis-trativa de las provincias organizadas en sus respectivos espacios geográficos. Y en una dimensión más amplia, la de la macro-región, que desborda incluso los limites nacionales, sigue siendo modelo en el género la clásica obra de Fernand Braudel, “EL MEDITERRANEO Y EL MUNDO MEDITERRANEO EN LA ÉPOCA DE FELIPE II” cuya edición definitiva fue hecha en París en 1966 y reeditada por el Fondo de Cultura Económica, México, 1981.

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