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Unidad_2_ONTOLOGIA_DEL_LENGUAJE - ana barrera

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Texto : Ontología del Lenguaje 
Autor: Rafael Echeverría 
Fragmento capítulo 7 
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MÁS ALLÁ DEL «HABLAR COMO ACCIÓN» 
Nos relacionamos con los demás cuando coordinamos acciones con ellos, cuando juzgamos que tenemos un 
espacio abierto y continuo para coordinar acciones con alguien. El lenguaje nos permite coordinar acciones 
con otros para coordinar acciones con ellos. Para tal efecto, hacemos peticiones, ofertas, promesas, 
declaraciones y afirmaciones y, a través de estos diferentes actos lingüísticos, participamos con otros en 
múltiples juegos de lenguaje. 
En algún momento, nuestro interés central fue el de mostrar que las relaciones pertenecen al dominio de la 
coordinación de acciones. El lenguaje, dijimos, nos permite coordinar acciones con otros. La fórmula central 
era «hablar => acción». Sin embargo, desde que planteáramos este postulado, hemos avanzado más allá de 
él. De ninguna manera significa esto que estemos negando la validez de nuestro postulado. Lo sustentamos 
plenamente, pero requiere ser puesto en un contexto más amplio. 
Buscando ampliar nuestra comprensión de la relación entre los fenómenos humanos y el lenguaje, fue 
preciso dar algunos pasos más. Ello nos llevó progresivamente a sobrepasar el planteamiento de que hablar 
es actuar. De allí que señaláramos que si queríamos alcanzar una comprensión más profunda del lenguaje, 
no podíamos limitarnos al hablar. Comprender el hablar no era suficiente. El hablar, dijimos, tiene sentido 
sólo en función del escuchar. Una comprensión del lenguaje que se concentre en el aspecto del hablar es 
sesgada. Esto es particularmente importante en las relaciones interpersonales. En este caso, la preocupación 
por el escuchar es tan importante como la preocupación por el hablar. 
Así como el escuchar nos condujo más allá del hablar, queremos ahora trasladarnos más allá de una 
comprensión estrecha de la acción —por lo menos, más allá de la noción de que el lenguaje es esencial y 
exclusivamente coordinación de acciones. Esto no niega que cada vez que hablamos, actuamos. La noción 
que deseamos sobrepasar es la que plantea que cuando hablamos, lo hacemos; con el fin inmediato de 
coordinar acciones con otros. La coordinación de acciones, siendo una dimensión primaria del lenguaje, es a 
la vez sólo una de las posibilidades que éste nos ofrece. 
Una vez que en la coordinación de acciones generamos el lenguaje, éste, más allá de expandir nuestra 
capacidad de coordinar acciones, nos transforma en seres que usan el lenguaje para construir sentido. El 
lenguaje transforma a los seres humanos en seres que viven en el desgarramiento de la búsqueda de 
sentido. Este es el sello de nuestra condición originaria que se encuentra en la base del fenómeno humano. 
Desde ese momento, una importante inversión tiene lugar. El dominio del sentido que resultara de nuestra 
capacidad de coordinar la coordinación de acción con otros (e.g., nuestra capacidad de lenguaje), ahora se 
transforma en el trasfondo desde el cual actuamos y desde el cual la acción misma es evaluada. 
La importancia de la narración de historias en la existencia humana 
En su afán por la búsqueda de sentido, los seres humanos inventan y narran historias. Tan pronto como los 
niños adquieren competencias mínimas en el lenguaje, comienzan a preguntar «Por qué». Todos sabemos lo 
difícil que resulta a veces saciar su curiosidad. Desde la infancia, todos vivimos esa urgencia básica de darle 
un sentido a lo que ocurre alrededor nuestro. Si examinamos esto con mayor detención, nos daremos 
cuenta de que somos la única especie que inventa historias. 
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Autor: Rafael Echeverría 
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Esta compulsión por contar historias no es trivial. No es algo que hacemos «además» de muchas otras cosas. 
Es una de las cosas más importantes que hacemos. Si nos preguntan quienes somos, contamos una historia. 
Nuestra identidad se constituye como una historia que contamos acerca de nosotros mismos. Es una historia 
que nos posiciona en un mundo. Y cuando nos preguntan acerca del mundo, contamos otra historia. 
Nuestro mundo es siempre una historia acerca de cómo son las cosas que nos rodean. No nos relacionamos 
con nuestro entorno como si éste fuese una colección de entidades y acontecimientos separados. 
Cualesquiera sean las entidades y acontecimientos que distingamos, los organizamos, les damos un orden 
que podrá ser más o menos acabado, a través de historias que los relacionan unos con otros. Puesto que 
nosotros, como individuos —como identidades personales— somos una historia acerca de quienes somos, y 
puesto que todos vivirnos en un mundo que es también una historia, podríamos decir que los seres 
humanos son historias dentro de historias, todas ellas producidas por nosotros mismos. Hemos sido 
creadores de mitos desde nuestras formas más tempranas de existencia social. Esto es constitutivo del ser 
humano. 
A veces, sin embargo, nos parece que los creadores de mitos eran nuestros antepasados y no nosotros. 
Pensamos que ellos eran los que vivieron en mundos míticos y que nosotros abandonamos esa forma de ser 
hace ya algún tiempo. A diferencia de ellos, sostenemos que nosotros hemos dejado de necesitar mitos pues 
sabemos como las cosas son. Para remarcar el punto, hablamos, por ejemplo, de nuestras explicaciones 
científicas. Pero nuestros antepasados también pensaban que sabían cómo las cosas eran. También 
consideraban sus historias como representaciones verdaderas de la realidad. Si observamos nuestras 
explicaciones científicas, debemos admitir que ellas también son historias. Historias que son más efectivas 
que otras, historias que están fundadas de manera que hemos llegado a aceptar como más poderosas que 
otras, pero, al final, las explicaciones científicas no son sino narrativas que producimos acerca del mundo. 
Generalmente, no vemos nuestros mitos como mitos ni nuestras historias como historias. No nos damos 
cuenta de que incluso lo que decimos acerca de nuestros antepasados es una historia. No hay salida. No 
podemos escapar del tejido que creamos con nuestras historias. Los seres humanos viven «en lenguaje»: 
viven al interior de las historias que construyen para otorgar sentido a sí mismos y al mundo que los rodea. 
Martin Heidegger, que, como lo hemos señalado ya, insistía en que el «lenguaje es la morada del ser», 
observó nuestras historias como «edificios que cobijan al hombre». Reconoció que el hombre no es 
solamente el productor de sus historias, sino, antes que nada, el producto de ellas. «El hombre actúa», 
escribió Heidegger, «como si fuese el artífice y el maestro del lenguaje, en circunstancias que es el lenguaje 
el que ha permanecido como maestro del hombre». 
Las historias funcionan como refugios para los seres humanos. Toda sociedad es albergada dentro de 
algunas estructuras fundamentales compuestas de narrativas. Las llamamos metanarrativas o metahistorias. 
También las llamamos discursos históricos. Son componentes esenciales de una cultura particular. Al mirar 
la historia, la literatura, la religión y la filosofía de una sociedad determinada, lo que estamos haciendo es 
examinar aquellas metanarrativas que constituyen uno de los pilares más importantes de esa sociedad. Ellos 
son las historias básicas a partir de las cuales la gente confiere sentido a su vida. De acuerdo a cómo una 
colectividad humana le da sentido a su vida, aparecen diferentes formas de existencia humana. 
Historias y acción 
En algunas secciones anteriores pudimos observar de qué manera las historias a menudo nos distraen de 
ejecutar acciones. Escribimos que, al permanecer en las historias que resultan de las «conversaciones de 
juicios personales» (en las que desarrollamos interpretaciones del por qué las cosas están como están), a 
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menudo nos distraemos de emprender las acciones que nos ayudan a superar nuestros quiebres. Caemosen 
una actitud pasiva de la cual no surgen compromisos para cambiar las cosas. Hemos señalado el papel 
negativo que pueden desempeñar las historias con respecto a la acción. 
Sin embargo, ahora querernos enfatizar que algunas actividades que tienen que ver con la creación de 
historias también pueden desempeñar un papel positivo con respecto a nuestra capacidad de acción. De 
hecho, éste es el papel que desempeñan las historias para definir diferentes formas de vida humana y para 
otorgar sentido a la existencia. Es desde la actividad de inventar historias que desarrollamos una visión de 
futuro y, por lo tanto, abrimos un horizonte que nos va a impulsar a emprender acciones. También es a 
través de la invención de historias que desarrollarnos el trasfondo que dará sentido a desafiar el presente y 
a realizar acciones. Muchas veces actuamos a partir del hecho de que tiene sentido hacerlo así. 
Generalmente, son aquellas historias que tenernos acerca de nosotros y del mundo las que proveen el 
sentido desde el cual la acción surge. La acción jamás ocurre en un vacío. Ocurre desde el entramado de 
historias que le confieren a tal acción su sentido. 
Los movimientos sociales, esas fuerzas colectivas que tantas veces han cambiado el curso de la historia, son 
productos de narrativas convocantes que han tenido el poder de unir a la gente en torno a una causa 
común. Esas historias operan, en el decir de Antonio Gramsci, como el «cemento» que mantiene unidos a 
los individuos que integran el movimiento social. Los movimientos sociales son sólo un ejemplo, entre 
muchos otros, del poder de las historias, o del poder de los mitos. 
El poder de la invención de historias en las relaciones 
Postulamos que para generar relaciones estrechas necesitamos más que tan solo encontrar formas mutuas 
de coordinar acciones. Ciertamente, una efectiva coordinación de acciones es importante, pero no siempre 
es suficiente. Las relaciones estrechas, y en especial las relaciones íntimas estrechas, generalmente se basan 
en un trasfondo básico compartido que les confiere sentido. Estas relaciones —además de las acciones 
conjuntas— son capaces de generar su propia significación. Generan el sentido del estar junto a aquellos 
que participan en la relación. 
Nuevamente, esto ocurre de manera decisiva en las conversaciones que constituyen esa relación. AI estar en 
conversación, la pareja se involucra en el proceso de construir historias compartidas que le darán sentido al 
estar juntos. Sus conversaciones se asemejan al proceso de hilado, en que se va produciendo el tejido que 
sostiene la relación. Al estar en conversación, ambos integrantes de la pareja entran en un proceso de 
transformación mutua. Sus historias se entremezclan. Luego, según la calidad de esta fusión de historias, se 
desarrollará un trasfondo compartido, un espacio de consenso, se producirá un mundo compartido, y 
aparecerá una sensibilidad compartida por quienes integran la relación. Todo esto genera lo que el biólogo 
Humberto Maturana ha denominado un proceso de transformación mutua congruente entre las partes 
involucradas. Con el tiempo, ellas observarán lo bien que se complementan, lo bien que pueden, incluso, 
anticipar las acciones y reacciones de cada uno. Todos hemos sido testigos de este fenómeno en parejas, 
amigos, equipos y empresas. Normalmente, le llamamos a esto una buena relación. Lo que se ha producido 
es lo que nosotros llamamos una cultura sana para la relación. 
También hemos sido testigos de lo contrario. Hemos visto cómo algunas relaciones se han roto y cómo los 
compañeros involucrados parecen distanciarse cada vez más a medida que, transcurre el tiempo. Cuando 
esto ocurre, bien podríamos hablar de «incompatibilidad de caracteres», de distintas personalidades. Pero 
con ello estamos utilizando el resultado de lo que sucedió (el que mostraran no compatibilizar), como 
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explicación de que ello sucediera. Estamos usando el resultado como causa. La «incompatibilidad» no es un 
factor dado en una relación. Quien la produce es la relación misma y, por tanto, las conversaciones que 
configuran esa relación. Deseamos, por lo tanto, enfatizar este aspecto de nuestras conversaciones: su 
capacidad de crear un mundo compartido en que cada parte vea a la otra como copartícipe en la invención 
de un futuro común. Las conversaciones pueden crear esto. También pueden destruir la posibilidad de 
lograrlo. 
Cuando producen una cultura sana, juzgamos nuestras relaciones como «cálidas» y observamos nuestras 
casas como «hogares». Se convierten en mejores refugios, mejores edificios en los que morar. Estas nuevas 
estructuras han sido producidas por el lenguaje, en conversaciones. No es frecuente darnos cuenta de que 
nuestras conversaciones producen culturas positivas y negativas. Encontrarnos a algunas personas a quienes 
les va bien y a otras mal en sus relaciones. Algunos de nosotros parecemos competentes para construirlas y 
otros parecen no saber hacerlo. Todo esto ocurre como si fuese decidido por la existencia de talentos 
personales ocultos. Postulamos que, mediante las distinciones que hemos presentado, podemos observar el 
fenómeno de la construcción de un mundo compartido a través de las conversaciones. Este nuevo 
observador nos puede permitir diseñar nuestras conversaciones en forma tal de hacernos responsables por 
el tipo de relaciones que estamos generando. 
CONVERSACIONES EN LAS ORGANIZACIONES EMPRESARIALES 
Las organizaciones como unidades lingüísticas 
El reconocimiento del papel generativo del lenguaje permite un nuevo enfoque para la comprensión de las 
organizaciones en general, como asimismo de las empresas y las actividades gerenciales o de management. 
Este enfoque nos muestra que las organizaciones son fenómenos lingüísticos: unidades construidas a partir 
de conversaciones específicas, que están basadas en la capacidad de los seres humanos para efectuar 
compromisos mutuos cuando se comunican entre sí. Si examinamos una empresa, por ejemplo, nos 
daremos cuenta de que lo que la constituye no es su nombre, ni el edificio donde está ubicada, ni un 
producto específico o un conjunto de productos. 
Todos ellos pueden cambiar y la empresa puede seguir existiendo. Una empresa es una red estable de 
conversaciones. Como tal, genera una identidad en el mundo que trasciende a sus miembros individuales. 
Hay muchas formas en que las empresas van más allá de los individuos que la integran. Las empresas son 
agentes de acción yen cuanto tales, se vuelven socialmente responsables de sus acciones. 
Independientemente de las responsabilidades individuales que puedan estar involucradas, hacemos 
responsable a Exxon por el derramamiento de petróleo en Alaska de Exxon Valdés, y damos crédito a Sony 
por el invento del «Walkman». 
Las empresas pueden existir cincuenta, cien o más años. Todos sus miembros individuales pueden cambiar, 
pero la empresa puede seguir siendo la misma entidad. Ciertamente las empresas cambian con el correr del 
tiempo, pero los cambios se producen dentro de una identidad continua. Por muy importante que sea el 
papel qué desempeñe un individuo en la empresa, su identidad es siempre diferente de la identidad de la 
empresa. Bien sabemos, por ejemplo, que Apple trasciende a Steve Jobs; que Ford trasciende a Henry Ford; 
y que IBM trasciende a Thomas J. Watson Jr, independientemente de cuán importante para la compañía 
pueda hacer sido cada uno de ellos. 
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Las empresas constituyen un claro ejemplo del poder del lenguaje, del poder de las conversaciones. Sin 
lenguaje no podríamos construir organizaciones. Es en las conversaciones que las empresas se constituyen 
como unidades particulares, circunscribiendo a sus miembros en una entidad. También es en las 
conversaciones que las empresas aseguran su existencia en el entorno,principalmente haciendo ofertas y 
aceptando peticiones en el mercado. 
La estructura lingüística de las organizaciones 
Examinemos brevemente de qué manera las conversaciones integran a los miembros individuales de una 
organización en una unidad particular. Existen al menos cuatro aspectos que conviene explorar en relación a 
esto. En primer lugar, debemos aceptar que cada unidad está especificada por sus límites. Lo que nos 
permite distinguir una unidad es el hecho de que podernos separarla de su entorno. Si no podernos delinear 
los límites de la unidad, simplemente no podremos distinguirla. Ahora, si observamos los límites de una 
organización, nos daremos cuenta de que ellos son lingüísticos. 
Quien pertenece a la organización y quien no se decide mediante una declaración. Alguien investido de 
autoridad para hacerla, formula la declaración. Los límites de una empresa corresponden a una línea trazada 
por el lenguaje a través del poder de alguien para hacer una declaración. Esta no es una cuestión que quede 
establecida de una vez y para siempre. Los individuos se unen a una organización y la dejan. Cuando se unen 
a ella lo hacen porque han sido contratados, y esto ocurre por declaración. Cuando la dejan, es porque 
renuncian o son despedidos, lo que también ocurre por declaración. 
En segundo lugar, la estructura de una organización está construida como una red de promesas mutuas. 
Cada persona está ligada a la organización por compromisos específicos y es responsable de cumplir con 
algunas condiciones de satisfacción determinadas. Como sabemos, las promesas resultan de 
conversaciones. Para tener una promesa, alguien debe hacer una petición o una oferta y alguien debe 
declarar su aceptación a lo pedido u ofrecido. En las organizaciones empresariales, la gente hace promesas 
en variados dominios. Hay promesas en el dominio de la producción, ventas, marketing, servicio al 
consumidor, administración, gerencia general y así sucesivamente. Esta red interna de promesas es lo que le 
permite a una empresa cumplir sus propias promesas como entidad en el mercado. 
Y una organización es más que una red de individuos autónomos, ligados por una declaración de 
pertenencia a la misma entidad social y por sus promesas individuales mutuas. Una tercera dimensión que 
considerar tiene que ver con el hecho de que los miembros de una organización desempeñan sus acciones 
sobre la base de un trasfondo compartido. Esta constituye una importante ventaja económica de las 
organizaciones. No es necesario decirle a la gente en una organización, cada vez que realiza una acción, qué 
es exactamente lo que debe hacer y cómo hacerlo. Al producir un trasfondo compartido, los miembros de 
una organización generan condiciones sinérgicas que ahorran tiempo y recursos a la empresa. Este 
trasfondo compartido es producido por un permanente hilado de conversaciones. Desde este trasfondo, la 
identidad personal de la gente se entremezcla con la identidad de la empresa. 
Esto es lo que se conoce como la «cultura» de una empresa. Esta «cultura» permite el desarrollo de 
prácticas sociales propias de la organización, de estándares sociales comunes desde los cuales cada 
miembro individual emite juicios, de formas compartidas de actuar y de hacer frente a las circunstancias 
para producir resultados. Estas prácticas sociales llegan incluso a ser ejecutadas en forma transparente, 
como un conjunto de hábitos, por quienes están inmersos en ellas. 
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Existe una cuarta dimensión en la cual el lenguaje une a los miembros individuales de una organización. Este 
aspecto pertenece también a la «cultura» de la organización y constituye una parte del trasfondo 
compartido desde el cual actúan las personas que pertenecen a una organización. No obstante, se diferencia 
de lo que hemos señalado anteriormente en que su énfasis no está puesto en un pasado compartido sino, 
por el contrario, en compartir un futuro común. Las organizaciones también desarrollan condiciones 
sinérgicas al circunscribir las acciones de sus miembros en una visión compartida, una historia común acerca 
de lo que es posible y un compromiso compartido de realizar esa visión en conjunto. 
Este es un aspecto importante para el funcionamiento de una empresa. El futuro compartido permite que 
aquellos que laboran en la empresa ejecuten acciones desde una base consensual, compartiendo 
inquietudes comunes y aspirando a metas comunes. A esto se le suele llamar «acuerdo sobre dirección». La 
dirección compartida hace innecesario el explicitar constantemente las inquietudes y metas de la empresa. 
Nuevamente, ahorra tiempo y recursos y aumenta la productividad de la empresa. 
Nuestro planteamiento principal es que todo esto ocurre en conversaciones. Si queremos comprender una 
empresa debernos examinar las conversaciones que la constituyeron en el pasado y las que la constituyen 
en la actualidad. La fortaleza de una empresa nos conducirá siempre a la fortaleza de sus conversaciones. 
Sus debilidades se relacionan con las debilidades de sus conversaciones o con el hecho de que podrían faltar 
algunas conversaciones decisivas. En realidad, esto apunta a uno de los aspectos más importantes de la 
consultoría de empresas. Lo que un consultor hace es aportar un observador más competente de las 
prácticas de negocios, un observador distinto del que genera la cultura de la empresa. Este observador 
diferente puede revelar aquellos puntos ciegos que no son observados desde el interior de la empresa y 
puede intervenir en las conversaciones que constituyen a la empresa y cambiarlas. 
 
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Las conversaciones como fundamento de las organizaciones empresariales 
Postulamos que, cualquiera sea el problema que una empresa esté enfrentando, éste puede ser examinado 
por medio de la observación de su estructura conversacional. Todos estaríamos de acuerdo en que 
«algunos» problemas en la empresa surgen de fallas en la comunicación (como, por ejemplo, cuando las 
condiciones de satisfacción han sido escuchadas en formas diferentes por las personas involucradas en 
hacer una promesa). Todos conocemos los resultados negativos que surgen de estas fallas. También 
estamos familiarizados con los problemas que se derivan de la falta de persuasión al hacer una venta, o 
cuando el lograr acuerdos loma demasiado tiempo, o cuando la gente no cumple sus promesas o las cumple 
en forma sistem6ticamente deficiente o inoportuna. Todos admitimos que esos problemas surgen de fallas 
en nuestras conversaciones y podernos reconocer de qué manera se perjudica la productividad de la 
empresa. 
No obstante, nosotros planteamos que cualquier problema, sea o no estrictamente comunicativo, puede ser 
examinado desde la perspectiva de sus conversaciones subyacentes. Cuando hacemos esta proposición no 
nos estamos olvidando de que algunos problemas tienen dimensiones noconversacionales significativas. 
Sabemos, por ejemplo, que si la producción se detiene debido a una falla de equipos, hay allí algo más que 
tan sólo una falla conversacional. Sin embargo, también es importante observas que aún estos problemas 
pueden ser evitados, anticipados o mejor tratados si existiesen algunas conversaciones que no se llevaron a 
cabo. Nos referimos, por ejemplo, a conversaciones en el momento de la adquisición de los equipos, o 
conversaciones sobre el uso adecuado y la mantención de ellos, o acerca de diseñar alternativas para el caso 
de fallas. Estas conversaciones podrían haber evitado el problema o podrían haber modificado sus 
consecuencias. Por otra parte, también debeos reconocer que la forma en que normalmente manejamos un 
problema es a través de conversaciones (pidiendo a alguien que repare el equipo, dando aviso a nuestros 
clientes, etcétera) Postulamos, en consecuencia, que las competencias comunicativas de una empresadeterminan, en un alto grado, su éxito o su fracaso. Postulamos que una empresa es un sistema lingüístico y 
que todo lo que ocurre al interior de ella puede ser examinado desde la perspectiva de sus conversaciones.

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