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CAPERUCITA ROJA lengua - Natalia González

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Escucha atenta del siguiente cuento 
 
 
“CAPERUCITA ROJA Y EL SEÑOR DE LOS COLMILLOS.” 
 
Érase una vez una niña curiosa y alegre. En la aldea 
donde vivía la llamaban Caperucita Roja, porque siempre 
llevaba puesta una capa con capucha de ese color. 
Un día la abuela de Caperucita enfermó. 
–Ve a llevar esta cesta con galletas y miel a la abuelita 
–le dijo la madre. 
La abuela vivía al otro lado del bosque y Caperucita se 
puso en camino. Su madre le había advertido que no se 
entretuviera, pero ella pronto olvidó esa recomendación. 
Mientras caminaba, saludó cariñosamente a un 
conejo gris, a dos mariposas azules, y a un oso muy 
grande y bueno que siempre andaba por el lugar. 
Tan distraída estaba que no se dio cuenta de que un 
lobo seguía sus pasos, escondido entre arbustos y 
matorrales. Cuando la vio sola, el astuto animal se 
cruzó en su camino como si pasara por casualidad. 
–¡Hola, pequeña! ¿Cómo te llamas? 
–Caperucita Roja –respondió ella. 
–¿Vas de paseo? 
–Voy a visitar a mi abuelita, que vive al otro lado del 
bosque y está enferma. 
El lobo se cansó de buscar a la abuela. 
–Se me ha escapado la vieja –gruñó–, pero 
Caperucita debe estar a punto de llegar. ¡Y no tendrá 
tanta suerte! 
Fastidiado y hambriento, el lobo decidió tender una 
trampa para que Caperucita no se le escapara: se puso un 
camisón y un gorro de dormir que encontró en los 
cajones de la abuela, corrió las cortinas de la ventana 
para oscurecer la habitación, y se fue a acostar. 
–¡Las cosas que debo hacer
 
 
Colmillos, por un poco de comida!– dijo. 
Se le hacía agua la boca, esperando en silencio, 
disfrazado de abuelita, listo para comerse a Caperucita 
Roja en cuanto la tuviera al alcance de sus filosos dientes. 
En ese momento llamó la niña: ¡Toc, toc! 
Esta vez, el lobo, metido en la cama, imitó la voz de la 
abuela: 
–Pasa, querida, la puerta no está cerrada. 
Caperucita entró en la habitación oscura, y fue hacia 
donde la llamaba esa voz. 
–¡Niña, ven a mis brazos! –decía el lobo con voz de 
abuela. 
Caperucita Roja dejó la cesta, se sentó en el borde de 
la cama, y sintió esa mirada brillando en la oscuridad. 
Como había muy poca luz, no se daba cuenta de que allí 
estaba el lobo, tapado hasta el hocico. 
–¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes! 
–Son para verte mejor –sonrió la fiera–. Acércate a 
mí... 
–¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes! -dijo 
Caperucita, acariciando con sus dedos pequeños la 
manta, sin sospechar. 
–Son para oírte mejor –contestó el animal, que seguía 
disimulando, pero ya estaba listo para el ataque–. Ven, 
niña; dale un beso a esta pobre vieja. 
Caperucita se inclinó, acercándose más. 
–Abuelita..., ¡qué dientes tan grandes tienes! 
–¡Son para comerte mejor! –aulló el lobo, y se 
abalanzó de un salto sobre la niña: tenía la enorme 
boca abierta de par en par y los ojos enfurecidos por el 
hambre. 
–¡Socorro! –gritaba Caperucita, perseguida de cerca 
por el lobo. 
La abuela, que se había despertado con el ruido, salió 
de su refugio dispuesta a defender a Caperucita, aunque 
poco iban a poder ellas contra semejante bestia. 
–Parece que hoy tendré doble ración de comida 
- se burlaba el feroz Señor de los Colmillos, que se 
había colocado ante la puerta y tenía a sus dos presas 
arrinconadas–. ¡Comenzaré por ti, Caperucita Roja! 
En ese momento se escucharon dos golpes, aunque 
no eran como los “toc, toc” anteriores: una tremenda 
sacudida hizo ceder la puerta, y la luz del día entró 
iluminando a un animal tan ancho como la puerta, y alto 
hasta rozar el techo. 
El recién llegado era el enorme oso amigo de 
Caperucita, que oyó los gritos en la casa de la abuela y 
entraba para ayudar. El oso miró al lobo y soltó unos 
gruñidos amenazadores. 
El lobo, al ver que la situación se le ponía difícil, dio 
un salto, atravesó la ventana y huyó a esconderse en el 
bosque. 
Esa fue la última vez que alguien supo del lobo feroz. 
Después de convidar al oso a un poco de miel, 
Caperucita Roja y la abuela le dijeron adiós y cerraron 
la puerta con pestillo. Cuando se abrazaron se dieron 
cuenta de que todavía estaban temblando de miedo. 
–¡Niña! ¡Espero que el susto te enseñe a no fiarte de 
nada ni de nadie, y a reconocer los peligros que puedan 
estar ocultos bajo cualquier disfraz! 
–Te lo prometo, abuela. 
–Te daré otro consejo más: que el miedo no te impida 
seguir cruzando el bosque -sonrió la abuela. 
Cuando volvieron a abrazarse ya no temblaban. 
 
 
 
Lee o escucha el cuento de la caperucita roja y marca la opción correcta. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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UENCIAS TEMPORALES 
• ordena la historia colocando el número. 
 
 
 
 Inventa un final diferente para el cuento y dibújalo. 
 
HLIDADES MENTALES 
 
. 
 
 
• Ayuda a Caperucita a llegar antes que el lobo a la casa.

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