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NIÑEZ TRANS 
Experiencia de reconocimiento y derecho a la identidad 
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Colección 
Política, Políticas y Sociedad 
 
 
Compiladora: Valeria Pavan 
Alfredo Grande, Valeria Pavan, Gabriela Mansilla, Edgardo Suntheim, Laura Saldivia Menajovsky, 
Cristina Pasan, Pedro Paradiso Sottile, Cynthia Ottaviano, Ernesto Navarro, Pedro Mouratián, 
Gabriela Gamboa, Andrea Di Miele, Marisol Burgués 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Niñez trans: experiencia de reconocimiento y derecho a la identidad / Valeria Pavan... [et al.] ; 
compilado por Valeria Pavan. - 1a ed . - Los Polvorines: Universidad Nacional de General 
Sarmiento, 2017. 
Libro digital, EPUB - (Política, políticas y sociedad ; 23) 
 
Archivo Digital: descarga y online 
ISBN 978-987-630-289-0 
 
1. Estudios Sociales. 2. Derecho a la Identidad. 
I. Pavan, Valeria II. Pavan, Valeria , comp. CDD 301 
 
© Universidad Nacional de General Sarmiento, 2016 
J. M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX) 
Prov. de Buenos Aires, Argentina 
Tel.: (54 11) 4469-7507 
 
Diseño gráfico de colección: Andrés Espinosa - Ediciones UNGS 
Diagramación y diseño de tapa: Franco Perticaro - Ediciones UNGS 
Imagen de tapa: © Oksun70 | Dreamstime.com 
Corrección: Gustavo Castaño 
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723. 
Prohibida su reproducción total o parcial. 
Derechos reservados. 
 
 
 
 
Índice 
 
 
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A
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d
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P
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P
r
ó
l
o
g
o
 
El valor de 
darse a 
conocer 
Introd
ucció
n 
La decisión de dar a conocer la experiencia: el contexto inicial 
Una experiencia temprana de ciudadanía trans 
El inicio del trámite de cambio registral y una respuesta negativa 
La infancia no esperaría 
El pedido de acompañamiento a organismos del Estado y la maduración de la idea de visibilidad 
El efecto concreto de la divulgación en los medios 
Dificultades discursivas y razones que motivaron el pedido de intervención a la Defensoría del 
Televidente 
Conclusión 
El deseo de existir 
“Soy una nena, mamá, y mi nombre es Luana...” 
El Área de Salud de la cha 
Patologizar. Despatologizar 
El trastorno de la psiquiatría 
Identidades e infancias 
Luana, una niña trans de cinco años 
La angustia de los padres 
Ser para la vida 
La mirada de los otros 
El dni, una necesidad práctica y filosófica 
Nuestra pequeña Lulú: de la identidad por mandato a la identidad por deseo 
Introducción penetrante 
Sexualidad represora 
Cultura represora 
Despatologizar la vida: apuntes para la tregua 
De la pequeña Luana a la princesa Luana 
Transterapia: implicación profesional en el arte de desear 
El reconocimiento del derecho a la identidad de género de Luana 
La Ley sobre el derecho a la identidad de género y los/as niños/as 
Del complejo tutelar restrictivo al paradigma de la protección integral 
La experiencia de Luana y el pedido de reconsideración administrativa 
Conclusiones 
El jardín en desorden 
La llegada de Luana al jardín de infantes público 
La aceptación es el único camino para la inclusión 
El tiempo nos demostró que el trabajo realizado fue el correcto 
El jardín de infantes recibe a Luana 
Identidad de género y derechos humanos. El derecho a ser feliz 
El origen de nuestra lucha 
El derecho a ser 
El derecho a ser feliz 
El mandato constitucional 
Un camino activista: mi nombre, mi identidad, mi derecho 
Hacia un proyecto de ley nacional de identidad de género 
Es ley: Derecho a la Identidad de Género 
El texto de la ley 
La niña que decidió ser Luana y exigió el ejercicio y cumplimiento de una ley 
Cuando la niñez deja de ser promesa de futuro para ser presente 
La Argentina igualitaria que transita Luana 
Sexualidades desde el paradigma de la diversidad 
El estigma sobre la diferencia 
Una ley de vanguardia 
Una democracia igualitaria y diversa 
El nombre de los deseos. Un precedente que arroja luz en el acceso y el respeto 
del derecho a la identidad de género de las niñas, niños y adolescentes 
Introducción 
La regulación de la identidad de género en las situaciones que involucran a niñas, niños y 
adolescentes en el contexto teórico de la doctrina 
La intervención de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia en el caso de la niña L. 
N. E. 
Puntos de vista preliminares 
Procedimiento iniciado y pasos seguidos para su resolución 
Resolución 
Consideraciones finales 
De lo abstracto a lo concreto 
Invisibilizar también es discriminar 
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Dirección de protección de derechos y asuntos jurídicos 
Bibliografía citada 
Notas biográficas de los autores 
Resumen 
 
 
 
Agradecimientos 
 
 
 
 
 
Este es el lugar de los agradecimientos a los/as que colaboraron para que 
Luana pudiera seguir su camino. A los/as compañeros/as de Ático 
Cooperativa de Trabajo en Salud Mental, con quienes trabajamos hombro a 
hombro; a la abogada Laura Saldivia Menajovsky; a la periodista Mariana 
Carbajal; a Página/12; a la Presidencia de la Nación; al Gobierno de la 
Provincia de Buenos Aires; a la Secretaría Nacional de la Niñez, 
Adolescencia y Familia; a la Secretaría de Niñez y Adolescencia de la 
Provincia de Buenos Aires; al Registro Nacional de las Personas; al 
Registro Provincial de las Personas de la Provincia de Buenos Aires; al 
Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo; a la 
Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual; a la Sra. 
Fernanda Aguilar, directora del jardín de infantes privado; y a los 
directivos, docentes y no docentes del jardín de infantes público. Y a los/as 
periodistas, medios de comunicación e instituciones que se expresaron en 
contra o que pusieron en duda el derecho de Luana a su identidad de 
género, les dedicamos, como siempre, nuestro trabajo y tiempo, que es lo 
que necesitan las causas justas. 
 
 
 
Presentación 
 
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En el año 2014, la Universidad Nacional de General Sarmiento decidió 
publicar un libro que desafiaba las reglas que usualmente rigen la 
conformación de un fondo editorial universitario: Yo nena, yo princesa. 
Allí, Gabriela Mansilla relata la historia de Luana, su hija, y el recorrido 
que las llevó a obtener, por primera vez en el mundo, el reconocimiento 
estatal de la identidad de género asumida por la niña sin la mediación de un 
proceso judicial. 
Que aquel relato implacable, escrito en primera persona, e indiferente a 
las reglas y a la estética de la producción académica, fuera publicado con el 
sello de una editorial universitaria, de alguna manera movió (y conmovió) 
la estantería de nuestras bibliotecas. Página tras página las voces de Luana y 
de su mamá interpelan nuestros saberes prolijamente producidos y 
acumulados acerca de la infancia, la identidad, los derechos, la filiación, las 
políticas de inclusión, la producción de desigualdades y diferencias, las 
políticas y las prácticas educativas y terapéuticas sobre la primera infancia. 
Y nos desafían a suspender algunas de nuestras certezas, a ampliar nuestras 
agendas de investigación y a revisar el modo en que formamos a nuestros 
profesionales en distintos campos (la salud, el derecho, la psicología, la 
educación, las políticas sociales). 
Este libro recoge ese desafío. En un registro ya más reflexivo y a cierta 
distancia de la urgencia que requirieron sus intervenciones, los 
profesionales, funcionarios, docentes y activistas, que de un modo u otro 
acompañaron la vida de Luana y de su madre, nos muestran aquí los límites 
que encontraron en su propio saber, en la reproducción de ciertas prácticas 
profesionales e institucionales y, por supuesto, en las políticas. Como 
contracara, cada uno de los artículos que componen este libro muestra el 
esfuerzo que han hecho esos profesionales para correr esoslímites, 
modificar sus prácticas y producir, en el proceso, saberes y categorías más 
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capaces de albergar los siempre complejos procesos de construcción 
identitaria y de proteger los derechos de la infancia. 
El filósofo Jacques Rancière dice que el pensamiento siempre se 
encuentra en la brecha, y que por esa razón la vida intelectual es, de todas, 
la más difícil de interrumpir. Y sigue diciendo: “Por interrupciones entiendo 
esas suspensiones de la ficción colectiva que devuelven a cada uno a su 
propia aventura intelectual, estos cortes que lo obligan a renunciar a escribir 
lo que otros cien escribirían como él o a pensar lo que su tiempo piensa o 
no piensa por sí solo”. Podríamos decir que Luana introdujo en el 
pensamiento y en las prácticas de los psicólogos, abogados, docentes y 
funcionarios que escriben aquí, una interrupción. Por eso el lector no 
encontrará en este libro “lo que otros cien escribirían”, sino el resultado del 
auténtico y valiente trabajo de volver a pensar dentro y sobre sus propias 
prácticas. 
En ese sentido, para la Universidad Nacional de General Sarmiento este 
libro, compilado por Valeria Pavan, no representa solo un aporte para 
repensar los marcos conceptuales, la formación de profesionales o el diseño 
de políticas. También representa un tipo de producción intelectual que nos 
interesa promover y continuar. 
 
 
Gabriela Diker 
Rectora de la UNGS 
 
 
 
Prólogo 
 
 
 
 
 
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Escribo este prólogo pocos meses antes de que se cumplan los treinta 
años de la creación de la Comunidad Homosexual Argentina, la CHA. Ese 
16 de abril de 1984 nos reunía a nuevos y antiguos activistas, de antes de la 
dictadura cívico-militar, con un motivo preciso, una misión fundante: 
hacerle frente a la represión y a los edictos policiales, todavía vigentes en 
aquel momento. Cualquier otra motivación nos parecía, si no secundaria, 
cuando menos utópica; la consigna que imperaba se resumía en que el libre 
ejercicio de la sexualidad es un derecho humano, pero para poder ejercerlo 
necesitábamos que se nos dejase transitar por la calle sin que por nuestra 
diferencia sufriésemos hostigamiento, y que no clausurasen los locales de 
encuentro. 
Para las nuevas generaciones de LGTBI, este relato suena a veces a 
prehistoria, pero es desde allí, desde aquella fundación, que comenzó a 
alumbrarse una lucha de décadas por la vigencia de derechos civiles que fue 
poniendo a nuestra comunidad y a la Argentina entera a la vanguardia del 
mundo. 
Ahora, treinta y un años más tarde, estamos presentando un nuevo libro. 
Se trata del devenir de Luana, la niña trans que a los seis años obtuvo su 
DNI sin judicializar su trámite, logrando que sea el Estado el que garantiza 
los derechos de su identidad. 
Entre estos dos eventos, la creación de la CHA y el reconocimiento legal 
de la identidad de género de Luana, está contenida una historia que merece 
ser considerada. Son estos contextos los que narran la historia con mayor 
justicia. En una actualidad donde los medios de comunicación y las redes 
sociales están en una relación casi inmediata con la realidad, este libro y 
este prólogo intentan dar cuenta –desde lo histórico y también desde lo 
institucional– de los avances y conquistas de nuestra comunidad y de 
nuestra sociedad. 
Cada uno de los hechos que se convirtieron en noticia fueron posibles por 
el trabajo de las organizaciones, entre ellas, especialmente, las de derechos 
humanos: la personería jurídica de la CHA, la Ley de Unión Civil de la 
Ciudad de Buenos Aires, el Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de 
Género y la Ley de Fertilización Asistida, en una muy estrecha 
enumeración. 
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Este libro nace también cuando Gabriela nos llamó hace ya más de dos 
años buscando asesoramiento para su hija. 
Luana era ya una niña transexual con una clara definición de su identidad 
de género. Desde ese día hasta el 9 de octubre de 2013, fecha en que 
obtiene su documento de identidad con género femenino y su nombre, sin 
que exista un proceso judicial para lograrlo, fueron dos años de sumar 
experiencias, de desarrollo y de crecimiento. Frente a cada uno de los 
desafíos que surgían en cada situación (y hay que decir que hubo épocas en 
que era todos los días) estuvimos –y estamos– con los mejores sentimientos 
y, por supuesto, con la certeza de nuestro lado. Todo fue el resultado de la 
voluntad de Luana, de la protección de su madre, de Gabriela y del trabajo 
de la CHA. Gabriela hizo y hace lo que se espera que hagan nuestros padres 
y madres: escucharnos, protegernos y respetarnos. 
Lo desafiante y novedoso con Luana es una verdad que se presupone más 
de lo que se practica: la afirmación de que los niños y las niñas tienen 
derecho, más allá de la voluntad y del deseo de sus padres. Y deja un 
enunciado a ser escuchado dejando de lado todo autoritarismo: el poder 
vivir de acuerdo con nuestra propia identidad es estar en armonía con el 
mundo, aun cuando el mundo tenga varias voces sobre el tema. 
Desde nuestros orígenes en la CHA, la visibilidad de nuestra orientación 
sexual e identidad de género es una de las expresiones más importantes de 
nuestra política. Este libro es un hermoso legado de ella, que expresa el 
logro más importante de nuestra comunidad: sentir orgullo por nuestra 
identidad. Un testimonio incuestionable es la foto del DNI de Luana: una 
niña feliz. 
 
 
César Cigliutti 
Presidente de la Comunidad Homosexual Argentina 
 
 
 
El valor de darse a conocer 
 
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Edgardo Marcelo Suntheim 
 
 
 
 
 
Introducción 
Este capítulo tiene un doble cometido: en primer lugar, brindar 
testimonio, con una mirada política e institucional –la de la visibilidad, el 
darse a conocer, como instrumento de lucha por los derechos de la 
diversidad sexual–, sobre el inédito caso de acompañamiento de un 
conjunto de organismos del Estado al primer reclamo público que tuvo 
lugar en el país por el reconocimiento legal y la inclusión de una niña trans 
de cinco años de edad llamada Luana. En segundo lugar, ofrecer el ejemplo 
de una potencial experiencia análoga para toda otra familia que, viéndose 
en una situación similar, necesite considerar el valor y los costos de darse a 
conocer para reclamar el cambio registral de su niño o niña. 
En este recorrido reseñaré acciones institucionales y las vincularé con 
algunas anécdotas y vivencias que compartimos acompañando a la familia 
de Luana; vivencias, por otra parte, ya narradas públicamente en distintas 
oportunidades por la madre de la niña. 
El recorrido que compartiré debe entenderse como una experiencia 
colectiva. Estas situaciones fueron compartidas con Valeria Pavan, 
coordinadora del Área de Salud de la CHA. Ambos tuvimos la 
responsabilidad, delegada por la CHA, de coordinar conjuntamente acciones 
institucionales ante distintos organismos del Estado que resolverían la 
petición de Luana y sus padres, organismos que entenderían, 
exclusivamente, en aquello que la niña y su familia expresaran como su 
necesidad acuciante e impostergable. 
La identidad de género de Luana se manifestó, con el correr de los 
primeros años, divergente de su constitución corporal y supuso, para sus 
padres, el desafío de posicionarse respetuosamente ante su perspectiva. 
Situaciones como la presente no resultaban habituales ni había 
antecedentes, pero es de esperarse que, en virtud de la plena vigencia de la 
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Ley Nacional de Identidad de Género,[1] se volvieran más frecuentes, y que 
su emergencia desdijera la extrañeza primera de todo lector de estas 
páginas. 
Pues es necesario que los padres y las madres de niños y niñas 
transgénero, transexuales e intersexuales muy pequeños y pequeñas cuenten 
con mayor información para tomar conciencia de la importancia de 
escuchar,respetar, acompañar y respaldar la necesidad de sus hijos e hijas 
de ser reconocidos con la identidad de género autopercibida, su identidad 
propia, su identidad legítima, desde la infancia más temprana. 
La realidad de Luana debe resaltarse desde el plano emotivo por las 
transformaciones y experiencias que su devenir supuso para el núcleo 
familiar, y también debe resignificarse por la trascendencia de ser el suyo 
un ejemplo inequívoco de trabajo conjunto entre organizaciones de 
derechos humanos –como la CHA y Ático Cooperativa de Trabajo en Salud 
Mental, que brindaron el acompañamiento necesario a la niña y a sus 
progenitores– y distintos organismos del Estado cuyas decisiones 
permitieron que lo perseguido fuese una realidad concreta: el cambio de 
identidad registral y documental de una menor de cinco años de edad. 
Hay que recordar que en estos treinta años de trabajo ininterrumpido 
acudieron a la Comunidad Homosexual Argentina miles de personas –según 
consta en los registros anuales del Área de Salud y del Área Jurídica de la 
organización– en busca de alguna clase de asesoramiento o servicio 
institucional. Y, contrariamente a lo que se podría especular al respecto, una 
alta proporción de las consultas provinieron de familias: parejas del mismo 
sexo, con hijos e hijas o sin ellos, padres solteros y madres solteras, parejas 
heterosexuales con niños intersexuales, transexuales o transgéneros, gays o 
lesbianas. En la mayoría de los casos –resguardados siempre por estricta 
confidencialidad institucional–, la razón de estos contactos fue la búsqueda 
de información, la orientación terapéutica y el apoyo jurídico. En tanto que, 
solo en muy contadas circunstancias, como la presente, se requirió nuestro 
asesoramiento para esclarecer las acciones posibles que permitiesen la 
resolución de una experiencia por medio de un recurso extremo, como sería 
el de la visibilización pública de una circunstancia vital determinada que 
necesitaba reparación institucional. 
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Pues la experiencia de Luana tuvo, en esa diferencia sustantiva, el mayor 
desafío: la búsqueda adecuada y respetuosa del modo de transmitir al 
conjunto de la sociedad una circunstancia íntima, doblemente tutelable por 
su condición de menor de edad, por medio de los inasibles medios de 
difusión masiva. ¿Cómo resultar respetuosos con la singularidad de Luana 
en una acción comunicativa cuyo objetivo primero sería visibilizar el 
interés colectivo de situaciones como la de ella? ¿Cómo preservar el 
derecho a una infancia no vulnerada ni agraviada por la esperable 
intromisión de los medios cuando, precisamente, serían ellos los encargados 
de oficiar la publicidad de la situación que requería una reparación? 
Un primer problema fue la clarificación de que no tenía sentido hablar de 
niñas lesbianas o niños gays de muy temprana edad, pues la orientación 
sexual, es decir, la elección del objeto de deseo en cuanto manifestación de 
nuestra propia identidad sexual, resulta comunicable para el sujeto, recién 
varios años más tarde, probablemente a partir de los primeros años de la 
adolescencia, a partir del despertar sexual. 
La realidad de Luana era distinta. Se necesitaba insistir en el hecho de 
que su identidad de género, como niña trans, no estaba atravesada por un 
deseo erótico de otro u otra, sino por una muy clara necesidad de 
reconocerse a sí misma como una niña. 
Y el desafío, en este punto, era evidente. No hace falta ser muy 
imaginativo para construir potenciales zócalos de tonos amarillistas o 
supuestamente serios que difundirían la noticia de, por ejemplo, un “nene 
que quiere ser nena”. Luana debía ser preservada de este tipo de 
estigmatización que, con seguridad, agravaría sus interacciones con el 
medio circundante. Una niña de cinco años carece de las herramientas 
discursivas y materiales concretas para defender su posicionamiento íntimo, 
pero ello no invalidaba la entidad de su deseo. ¿Cómo y de qué manera 
podrían los medios ayudarla? 
La situación de Luana –según se había acordado con los padres– podía 
verse beneficiada si salía a la luz, pero este mismo pasaje de lo privado a lo 
público tenía una serie de complejidades que no se podían sortear a la ligera 
ni, tampoco, subvaluar. Como niña de cinco años, Luana debía ser 
preservada tanto de situaciones prolongadas de rechazo como, desde otro 
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ángulo, de potenciales reconocimientos bienintencionados que 
distorsionaran su propia autopercepción. Desequilibrios que por vía 
negativa o positiva podían llegar a condicionar a futuro el libre y pleno 
desarrollo de aspectos de su identidad. 
Luana, estaba claro, iba a “salir del clóset”. Pero no lo haría sola. Salir 
del clóset, darse a conocer, visibilizarse, son tres expresiones equivalentes 
utilizadas en la comunidad LGTTTBIQ[2] para definir una misma acción: 
emprender un proceso de reconocimiento interno ante otros y otras como 
una persona con orientación sexual diferente a la de la mayoría. Este 
tránsito no es sencillo en el caso de los jóvenes y mayores de edad y, como 
sostienen algunos teóricos como Didier Eribon, es un sendero de 
autoexposición inacabable y en continuo recomienzo. Pues en ese sendero 
las personas consideran, a diario, los costos y beneficios de su realización 
en sociedades y contextos comunitarios en los cuales subsisten estigmas 
sociales o legales sobre la diversidad sexual. 
No se nos pasa por alto el detalle de que, eventualmente, podría afirmarse 
que el de Luana no sería, en sentido estricto, un coming out individual, más 
si se insiste en la riqueza simbólica de esta expresión consensuada. Ello se 
explica porque la vía de la visibilización que la madre y el padre de Luana 
eligieron para su hija supuso la aceptación de que el camino emprendido los 
llevaría a reconocerse a ellos mismos también como sujetos de pleno 
derecho en el universo de las familias diversas. Oír a Luana, colaborar con 
su deseo y asistirla en sus necesidades fue también reconocer que su 
paternidad y su maternidad resultaban interpeladas por la hija trans. Podrían 
haberla ignorado y con su rechazo sellar el inicio de una más de tantas otras 
historias traumáticas. Pero prefirieron acompañarla. 
Que las circunstancias de Luana estuviesen atravesadas, tan 
notoriamente, por la problemática de la visibilidad resultó desafiante para la 
línea de trabajo ideológico de la CHA, pues desde la pionera autoexposición 
de Carlos Jáuregui como el primer gay que se dio a conocer como tal en los 
medios masivos de comunicación[3] a los renovados y constantes trabajos 
que rodean la celebración anual de la marcha del orgullo, una misma 
constante define a nuestra organización. 
Cabe señalar, además, que si originariamente la visibilidad se había 
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pensado como un ejercicio singular de cada cual, ya desde el año 2000 estas 
políticas se vieron redefinidas, dado que, como ocurrió con muchos 
activistas de la CHA, la exposición de cada uno de ellos tuvo como novedad 
la emergencia de parejas y vínculos familiares. 
Nuestra comunidad comenzaba a visibilizar a sus parejas, y visibilizar 
nuestro amor fue la premisa que dio sustento a la primera campaña por 
derechos de pareja en el país: la reconocida campaña “Somos familia”, que 
resultó impulsada, en paralelo, con la presentación del primer proyecto de 
Ley de Unión Civil en la Ciudad de Buenos Aires.[4] 
El año 2000 fue el inicio de un firme debate social sobre derechos de las 
parejas del mismo sexo, que se extendería por una década y en la cual los 
logros fueron diversos. Un primer proyecto de Ley Nacional de Unión Civil 
fue presentado en el Parlamento nacional,[5] luego sobrevendrían los 
proyectos de reforma del matrimonio civil[6] hasta la culminación exitosa 
de este debate con la aprobación del matrimonio igualitario. 
Este recuento histórico ayudaa comprender que la necesidad de darse a 
conocer como gay, lesbiana o trans, o como padres y madres con hijos e 
hijas con una orientación sexual diferente a la mayoritaria, ante los medios 
de comunicación y a los fines de luchar por derechos legítimos, ha sido, y 
aún hoy lo es, un instrumento de avance en la inclusión jurídica y social de 
la comunidad LGTTTBIQ. 
La decisión de dar a conocer la experiencia: 
el contexto inicial 
Las primeras consultas y encuentros con Luana, su mamá su papá se 
dieron a los cuatro años de edad de la niña. Se acercaron al Área de Salud 
de la CHA para obtener información y asesoramiento especializado por la 
persistencia de Luana en identificarse como niña desde los dos años de 
edad. 
Las dudas de los padres eran múltiples al igual que sus certezas: no 
sabían qué le ocurría a Luana y tampoco cómo ayudarla, pero sí tenían en 
claro que no deseaban provocarle un mayor daño con su desconocimiento 
en la materia y que, por sobre todas las cosas, buscaban erradicar la 
angustia permanente y la tristeza que la niña demostraba estar sufriendo. 
Los padres de Luana mantuvieron consultas a lo largo de los meses 
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subsiguientes con la Lic. Valeria Pavan, de la CHA. En esos primeros meses 
comprendieron lo esencial: las señales del género que manifestaba Luana 
no podían ser consideradas un “capricho” o una rebeldía, no eran 
reductibles a una cuestión de educación o a “dificultades de adquisición de 
enseñanzas sobre el género” y, por lo tanto, cualquier intento correctivo o 
castigo solo causaría más confusión, dolor y mayor pérdida de la estima 
propia. 
Por sobre sus dudas privilegiaron una certeza, la decisión de que, como 
padres, la posición respetuosa ante Luana era la de resignar deseos propios 
y expectativas en beneficio de la felicidad de su hija. Ellos también debían 
cambiar para que Luana dejara de sufrir y pudiera comenzar a sentirse plena 
consigo misma. 
Fue a partir de la clarificación de esta verdad compartida por el grupo 
familiar que la CHA comenzó, en el año 2011, un camino de 
acompañamiento institucional y asistencial de Luana y su familia. Un 
recorrido en el cual, en todo momento, primó la confidencialidad 
consensuada con los responsables de la menor. 
Un detalle inexcusable, a la hora de iniciar este proceso compartido, fue 
el de que en virtud de la extensa experiencia clínica del Área de Salud de la 
CHA, construida por la interacción cotidiana con personas transexuales,[7] 
podía corroborarse en la realidad de Luana y sus padres el antecedente de 
un recuerdo común a la mayoría de las personas trans. 
Pues una constante que hermana las más variadas experiencias es el 
reconocimiento memorioso de que a los cuatro, cinco y seis años tuvieron 
conciencia –como ocurría aquí con Luana–, por vez primera, de la 
inadecuación del propio género.[8] 
Fueron estas experiencias clínicas y las entrevistas puntuales con la niña 
y el grupo familiar las que permitieron, desde un inicio, despejar todas las 
dudas. Luana persistía, desde sus dos años y medio, en designarse a sí 
misma como una 
niña. Se había elegido un nombre y luchaba, a diario, por vestirse como 
ellas. Luana tenía una identidad de género autopercibida femenina, su 
naturaleza resultaba esencial a su persona y era constitutiva de su ser, lo 
que, desde la óptica de la diversidad sexual, solo podía entenderse como 
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expresión de la riqueza de la diversidad humana. Pues la diversidad es un 
rasgo constitutivo de lo humano y no una expresión accidental o irregular. 
La diversidad es la norma y no la excepción. 
¿Cómo fue el proceso de los padres? ¿Cómo impactó, en su cotidianeidad 
familiar, la decisión de aceptar la identidad de Luana, de acompañarla y de 
proteger el libre ejercicio de un derecho que, presumiblemente, se les 
revelaba incierto en la esfera institucional? Comprendieron, en primer lugar, 
la compleja realidad de que la niña enfrentaría problemas de discriminación 
y estigmatización al mostrarse fuera de su casa, y ello los convenció de la 
necesidad de recibir acompañamiento familiar para apoyar ese libre 
ejercicio de identidad tanto en el medio íntimo como en el público. Luana 
debía ir al colegio como cualquier niña de su edad y debía poder realizar 
una vida semejante a la de cualquier otra niña. La familia, progresivamente, 
comprendió que debía asumir que uno de sus integrantes era transexual, y 
que la discriminación y el estigma aún vigentes hacia toda identidad trans 
repercutiría en cada integrante del grupo familiar y de diferente manera. 
Por tal motivo fue que, a fines del año 2011, comprendimos la 
importancia de dialogar con las autoridades de la escuela privada a la que 
Luana concurría para que, al año siguiente, pudiese ingresar a la sala de 
cuatro vestida de niña. Y, posteriormente, se debieron repetir estas 
reuniones en la escuela pública en la que Luana finalizó el cursado de la 
sala de cinco. 
No fueron necesarias innumerables reuniones para que, a fines de 2011, 
tanto la directora como las maestras de la sala de cuatro de la escuela 
privada local comprendieran y aceptaran lo importante que era para la niña 
vestirse como deseaba. Fueron conscientes de esos valores y colaboraron, 
de buen grado, en las gestiones con las autoridades educativas superiores 
que confirieron los permisos necesarios. 
Luana pudo compartir sus primeros años de educación como niña, y estos 
permisos no se limitaron al ámbito del aula o de los espacios de recreo. 
También se admitió que compartiera el baño de las niñas. 
La confidencialidad solicitada a la directora y a las maestras fue 
respetada desde sus inicios. Y no resultó necesario socializar con otros 
actores de la comunidad educativa el cambio de la niña. No se consideró 
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imperioso que otros padres y madres de otros niños y niñas resultaran 
informados, de antemano, sobre la identidad transgénero de la niña, pues se 
había acordado que hasta tanto Luana no creyera conveniente manifestarlo 
no se socializaría esta diferencia. 
De todas formas, y a pesar de los resguardos adoptados, la identidad de 
Luana como niña transgénero no pudo permanecer oculta, ya que algunos 
padres, madres y niños y niñas compañeros de Luana –y de su hermano en 
la sala de tres en esa misma escuela– comenzaron a preguntarse qué había 
sido de los mellizos. 
La familia enfrentó el desafío de reintegrar a Luana al mismo espectro de 
sociabilidades que había cosechado en años previos. Se pensaba que 
despojarla de amistades no sería un buen camino para el afianzamiento de 
su identidad autopercibida. Y ello determinó que, poco a poco, la verdad 
sobre “el hermano mellizo faltante” se fuese transmitiendo de boca en boca 
entre padres y compañeros del colegio. 
Esta fue la primera experiencia de visibilización a la que Luana debió 
enfrentarse. Y si bien se tomaron todos los recaudos para que padres y 
madres comprendiesen aspectos fundamentales de la identidad de la niña, 
los mellizos perdieron amigos y amigas porque esos padres y esas madres – 
temerosamente– suponían que el contacto de sus hijos e hijas con la niña y 
su familia impactaría, nocivamente, en el psiquismo y la evolución personal 
de sus niños y niñas. 
Podría minimizarse este golpe recordando que, en la actualidad, Luana ha 
recuperado muchos más amigos que aquellos que perdió, o que, incluso, la 
misma felicidad actual le ha permitido expandir la propia sociabilidad, pero 
ello no tendría que inducirnos a minimizar el impacto evidente con el 
estigma que padeció, en primer término, la niña, y, en forma derivada, el 
conjunto del grupo familiar. Luana era su hermana, Luana era su hija. Ellos 
eran los padres y el hermano de “la transexual”. 
Este tipo de controversias, no menos complejas por esperables que sean, 
fueron las que persuadieron a la CHA sobre la necesidadde solicitar 
formalmente apoyo y colaboración a otra organización. Es así como, en 
2011, Ático Cooperativa de Trabajo en Salud Mental[9] aceptó compartir la 
tarea de trabajar conjuntamente con la CHA y acompañar integralmente a la 
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familia y a Luana ante los nuevos desafíos que implicaba permitirle a la 
niña de cinco años enfrentar el mundo más allá de los límites de su casa. Un 
camino fuera del hogar en el cual la niña y su familia tenían que aprender a 
hacer respetar su identidad de género manifestada. 
 
 
Una experiencia temprana de ciudadanía trans 
Los importantes avances en las experiencias de Luana desde su género 
autopercibido en el ámbito escolar se fueron complementando, con el correr 
del tiempo, en otros ámbitos. Y esta paulatina expansión de su identidad 
trans fue cautelosamente apuntalada de modo tal que ningún paso en falso 
pusiese en riesgo lo alcanzado ni la meta a alcanzar: el derecho a ser niña en 
todo ámbito, el anhelo de que la libertad de Luana, como niña trans, no se 
viese restringido a ámbitos tutelados o cuidados de antemano. Luana tenía 
que poder ser feliz en libertad. 
La madre siempre recuerda que uno de los puntos de inflexión en este 
camino fue la necesidad de llevar a su hija a la sala de atención en salud 
pública de su zona vestida de niña, pues la simpatía que le había suscitado 
la niña a la agente de salud que la había atendido se transformó, 
drásticamente, en incomprensión y rechazo cuando esta pudo comprobar 
que la identidad registral del DNI no se ajustaba a la experiencia de esa niña 
que previamente la había cautivado. 
“El documento es de un niño, no es de la niña”, fue la frase que debió 
enfrentar la madre cada vez que el derecho a la salud de la niña estaba en 
riesgo. Y si bien, como adulta, podía apelar a la comprensión y humanidad 
de sus interlocutores, ello no impidió que Luana percibiese y resultara 
impactada por la angustia y el malestar de su madre, que, rutinariamente, 
comenzaba a padecer la interpelación de desconocidos. Pues, si para 
vacunarse o curarse un resfrío debían acudir al hospital, la madre entendía 
que en cada ocasión resultaría cuestionada. 
La madre se esforzó, con éxito, por hacerle comprender a Luana que ella 
no tenía la culpa del malestar de nadie. Transcribimos a continuación, de 
manera casi literal, las explicaciones que le escuchamos a la madre dar a 
Luana en nuestra presencia: “Cada persona tiene un DNI: mamá, tu 
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hermano, vos y todos, y hay que mostrarlo para que nos atiendan en el 
hospital. Cada DNI tiene la foto y el nombre de uno para que se sepa que el 
DNI es de cada uno de nosotros, pero el tuyo tiene tu foto de cuando eras 
muy pequeña, de cuando nosotros nos equivocamos sin querer y pensamos 
que eras un nene”. 
Ante tan clara idea sobre lo que representa el DNI y la función que 
cumple, la pequeña ciudadana elaboró la solución más elemental de todas, y 
solicitó el cambio de datos en su documento en el lenguaje propio de una 
persona de su edad: “Entonces sacá esa foto y pegá acá mi foto y ponele 
también brillitos para que sepan que yo soy Luana”. La niña, además, 
reparaba en los sellos holográficos de seguridad, en los “brillitos” que tiene 
la nueva versión del DNI. De este modo, las experiencias de visibilidad en el 
hospital zonal, como niña con un DNI que no reflejaba su aspecto de niña ni 
su nombre, transformaron las ideas de Luana y su madre. 
Pues si la niña de cinco años podía apelar a soluciones prácticas y 
evidentes, la madre se iniciaba en las dificultades de hacer respetar la 
ciudadanía trans de su hija. 
 
 
El inicio del trámite de cambio registral y una respuesta 
negativa 
Cuando en mayo de 2012 se aprobó la Ley de Identidad de Género, que, 
entre otros derechos, reconoce a niños y niñas la posibilidad de solicitar 
administrativamente el cambio de datos registrales en su partida de 
nacimiento (nombre y sexo), y, a partir de ello, solicitar un nuevo DNI 
acorde a su identidad, Luana, sus padres y la abogada de la menor, 
acompañados por Valeria Pavan y yo, acudimos al registro zonal a iniciar el 
trámite. 
Meses después el Registro Civil de la Provincia de Buenos Aires expidió 
una resolución denegatoria del pedido de cambio registral. El argumento 
fue, básicamente, que “el menor de catorce años es considerado incapaz 
absoluto” desde una perspectiva legal. Y sugería, además, tramitar la 
petición de cambio registral por vía judicial. 
La negativa fue comunicada, parcialmente, a la madre. La omisión de la 
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notificación al padre permitió ampliar los plazos legales para apelar la 
resolución denegatoria y habilitó, subsidiariamente, una profundización de 
la consideración institucional en la que la CHA, conjuntamente con Ático y 
la familia de Luana, analizaron las opciones que se presentaban y 
maduraron la idea y la decisión de continuar el reclamo dándose a conocer. 
La identidad trans de Luana necesitaba un proceso de visibilización 
familiar conjunta. Una estrategia para preservar la intimidad de la menor en 
los medios de comunicación. El coming out de Luana y su familia se 
gestaría a propósito del recurso de apelación jerárquico contra esta 
resolución. 
La infancia no esperaría 
La instancia de apelación se perfiló, para Luana, su familia y los 
organismos que las asistíamos, como la vía idónea y más segura para 
obtener el DNI sin tener que recurrir a un juez. No se deseaba obligar a la 
niña a atravesar un proceso que podría durar muchos años y que, por lo 
demás, podría tener un resultado incierto. 
Esta etapa administrativa funcionó, asimismo, como una clarificación 
impensada de la coyuntura litigiosa en la que se estaba. Se había vuelto 
evidente, para la familia, que la opción de que la niña dejara de vestirse 
como tal y claudicara de la cotidianeidad femenina vivida el último año y 
medio había dejado de ser tal. Luana y su infancia no aguardarían 
pasivamente los lentos tiempos de un proceso ni se expondrían a los 
avatares de su resolución. Pues, desde otro ángulo, desde su identidad ya 
había comenzado a enfrentar las dificultades de ser trans. 
Fue por tal razón que, en forma paralela, la instancia de apelación se 
complementó con la alternativa de sensibilizar a las autoridades respecto de 
las necesidades de la niña. Y así fue como la madre redactó dos cartas en 
las cuales compartía sus experiencias maternales trans con la Presidenta de 
la Nación y con el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. 
Si nos preguntaran los motivos por los cuales se optó por la no 
judicialización de la identidad de la niña para obtener su cambio registral, 
resulta evidente que la primera respuesta sería, con claridad, que este ya 
estaba contemplado en la Ley de Identidad de Género. 
Un proceso judicial –como ya adelantamos– no solamente no sería de 
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resultado inmediato sino que, tampoco, garantizaría su resolución. La 
recursividad ante una posible negativa podía ser infinita –instancias 
superiores–, y lo único cierto sería que el tiempo de espera conspiraría 
contra la plena evolución psíquica de Luana. 
Por otra parte, la CHA aspiraba a que el reclamo de Luana resultara 
también un reclamo de interés colectivo, de interés social. Hoy era la 
problemática de Luana, pero mañana sería el de muchas otras y muchos 
otros. 
El impacto de la resolución de este primer antecedente no podía 
soslayarse para nuestra organización, dado que toda respuesta negativa 
inicial orientaría, a futuro, todo otro caso idéntico sobre niños y niñas trans 
que solicitaran el cambio registral y el nuevo DNI. Niñas con cinco años – 
como Luana– o aun mayores podían ver cercenadas las mismas potestades y 
derechos que la ley consagraba bajo pretexto de que la baja edad de la niña 
así lo autorizaba. 
Lo que se resolviera en este primer casode tan temprana edad sería 
emblemático, y condicionaría futuras interpretaciones de la Ley de 
Identidad de Género en sede administrativa, y con ello se sellaría el destino 
de los siguientes pedidos de menores de catorce años que, como Luana, 
asumiesen una identidad trans. 
 
 
El pedido de acompañamiento a organismos del Estado 
y la maduración de la idea de visibilidad 
La posibilidad administrativa que se abría con el recurso de 
reconsideración jerárquico en subsidio significaba que la resolución 
denegatoria podía, potencialmente, ser revisada por la máxima autoridad del 
registro provincial y también por sus superiores jerárquicos. Y entre estos, 
claro está, la máxima autoridad provincial: el Gobernador de la Provincia 
de Buenos Aires. 
La importancia del recurso trascendía, para la CHA, el interés concreto del 
caso puntual, puesto que nada impedía plantear que la revisión del caso 
administrativo de Luana adquiriera otra dimensión judicial si se lo 
conceptualizaba como un ejemplo procesal de un eventual reclamo de 
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interés colectivo. Esta resignificación aspiraba, también, a potenciar la 
respuesta, pues si las autoridades intervinientes se avenían al encuadre, la 
dimensión de la decisión sería otra al incluir, por ejemplo, actores 
gubernamentales de nivel provincial o, incluso, del Poder Ejecutivo 
nacional. 
Esta perspectiva amplia motivó que la CHA solicitara al Instituto Nacional 
contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) el seguimiento 
institucional de este proceso de reclamo. El respaldo del instituto al pleno 
ejercicio de los derechos de la niña trans no se hizo esperar y fue 
comunicado públicamente por su interventor, Pedro Mouratián, después de 
la reunión formal con la madre, la niña y sus representantes. 
La CHA patrocinaría a la madre en la presentación del recurso ante el 
registro provincial. El coordinador del Área Jurídica y secretario de la 
organización, Dr. Pedro Paradiso Sottile, convocó formalmente a una 
experta en derechos humanos para coordinar la redacción y el 
asesoramiento necesario para la apelación. 
Entretanto, y en forma interna, la CHA se dedicó, por medio de un trabajo 
conjunto de sus áreas Jurídica, de Salud y de Cultura, a la organización y 
previsión mediática de las potenciales dificultades argumentales que 
surgirían, presumiblemente, cuando se mediatizara la noticia de la 
presentación del recurso. Resultaba necesario que la publicidad del caso no 
tomara desprevenidos a ninguno de los actores intervinientes. 
Dado que si bien era evidente que la interpelación al público procuraba 
instalar, con la seriedad deseable, un postergado y no conceptualizado 
debate social de consideración –la maduración psicoafectiva de la niña no 
se detendría por el desinterés o descuido social del tema–, era una condición 
excluyente de esta difusión de la noticia el hecho de que el debate social no 
deviniera en una carnicería simbólica del ejemplo. 
Si la experiencia de Luana y su familia trans llevaba al escándalo, muy 
difícil resultaría que la presión de la opinión pública orientara la 
sensibilidad y el consenso para que la aprobación de los representantes del 
Estado se diera favorablemente. 
El tema de niños y niñas trans que reclaman su DNI debía ser apuntalado 
argumentalmente. Había que exponer el derecho que asistía a Luana y 
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también era necesario exhibir las razones capaces de poner en crisis la idea 
y el prejuicio social generalizado de que un menor o una menor de cierta 
edad debe ser definido como “incapaz absoluto”. Era necesario que quedara 
en claro que Luana podía observarse y reconocerse, y era central que se 
reconociera que incluso a su edad ya tenía, fácticamente, la capacidad para 
comprender lo que solicitaba. 
La misma perspectiva de interés colectivo motivó que la mamá de Luana, 
acompañada por la CHA, se presentara a la Secretaría Nacional de Niñez, 
Adolescencia y Familia (SENNAF) a solicitar su intervención en el caso. Su 
reclamo insistió en el potencial daño que representaría para la niña, y para 
otras niñas y niños trans, que el Estado no la reconociera con un documento 
que reflejara su identidad. 
Resultó muy alentador –y resulta muy justo reconocerlo– el hecho de 
que, por vez primera hasta ese momento, en una oficina de Estado, cuya 
función no está destinada específicamente a la protección de derechos de la 
diversidad sexual, no hicieran falta las explicaciones técnicas sobre 
identidad en niños y niñas trans. Las expertas y expertos de la SENNAF 
conocían el tema y tenían experiencia en la observación de la capacidad 
progresiva de niñas y niños para resolver y comunicar aspectos de su 
identidad. 
Y también resulta justo reconocer que cuando la SENNAF tomó el caso y 
reconoció explícitamente su incumbencia al avalar el reconocimiento de la 
capacidad de la niña de cinco años, esta aprobación no sería un sí dado “a 
medias”, ni pudo argüirse, tampoco, ambigüedad en la respuesta. 
Directivos y abogadas del área legal de la SENNAF produjeron un 
extensísimo informe que dio sustento legal a la visión del organismo sobre 
la cuestión. Esta elaboración fue la clave de la trascendente decisión 
institucional de acompañar formalmente el recurso de reconsideración que 
se interpondría ante el Registro Civil de la Provincia de Buenos Aires. Y 
resultó suscripta por el titular de la SENNAF. 
Además, la SENNAF tomó contacto con el organismo provincial de 
análogas incumbencias en la materia, la Secretaría Provincial de Niñas, 
Niños y Adolescentes de la Provincia de Buenos Aires, para dialogar y 
unificar miradas institucionales. Y se gestó, de ese modo, un seguimiento 
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conjunto entre organismos que incluiría al RENAPER y, en el momento del 
debate público social, a la Defensoría del Público de Servicios de 
Comunicación Audiovisual. 
El recurso fue presentado formalmente al Registro Civil de la Ciudad de 
La Plata en los primeros días de septiembre de 2013, aunque, para ese 
entonces, ya se había consolidado la estrategia de difusión en la prensa. 
La noticia de la presentación había sido adelantada en la víspera, como 
primicia, en una sección del diario Página/12 por la periodista Mariana 
Carbajal. En tanto que el comunicado de la CHA, que indicaba que la 
mediatización continuaría, fue dado a conocer el mediodía, después de 
ingresado el recurso de apelación. 
Enunciamos las acciones realizadas para administrar el tratamiento 
mediático del caso de Luana y su familia: guiada por diversos profesionales 
de distintas disciplinas de la temática de niñez y adolescencia, y con los 
asesoramientos brindados por exfuncionarios de fiscalías de menores, la 
CHA diseñó un esquema de previsiones, situaciones posibles, argumentos y 
acciones tendientes en su conjunto a salvaguardar la exposición directa de 
Luana, su hermano y su familia, ya que se seguía comprendiendo que era 
una prerrogativa individual de cada uno de ellos elegir el momento en que 
se darían a conocer o, incluso, rechazar, en parte o en un todo, el esperable 
reconocimiento público de los integrantes de la familia. 
Toda exposición a los medios de la familia que se evaluara necesaria se 
haría de forma indirecta, a través de una periodista especializada en 
cuestiones de género y elegida con el acuerdo de la madre. Ella sería la 
encargada de brindar el testimonio de la existencia real de Luana y su 
familia y habría de ser la responsable directa de registrar, inicialmente, la 
opinión de la madre de manera directa. Las fotografías serían 
cuidadosamente seleccionadas por la periodista y se procuraría evitar la 
exposición plena y directa del rostro de la niña y de su madre. Esta primera 
entrevista exclusiva se complementaría luego con otras dos notas radiales 
por internet que se brindarían al programa de la organización Ático.[10] Asíse escucharía la voz de la madre de Luana, y la realidad de su hija no podría 
ser puesta en duda. 
El siguiente plan dependía de la decisión del Registro Civil sobre el 
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recurso de apelación. De ser negativa, se contemplaba una serie de 
conferencias de prensa públicas con la mamá de Luana. De ser afirmativa, 
este encuentro con los medios sería único y se reservaría para la entrega del 
DNI. No se contemplaban otras exposiciones. 
Las apariciones mediáticas fueron previamente comunicadas a las 
maestras de Luana y a la directora de la sala de cinco de la escuela pública a 
la que estaba concurriendo la niña, con la finalidad de atender, rápidamente, 
cualquier situación que se pudiera generar en el aula a raíz de la posible 
vinculación del reclamo público con la alumna. 
La silenciosa tarea de las docentes, que redoblaron sus esfuerzos de 
observación para prevenir e informar cualquier situación derivada de los 
reportajes públicos, significó un resguardo importante que aportó la escuela. 
 
 
El efecto concreto de la divulgación en los medios 
La mediatización inicial de la respuesta positiva al recurso disminuyó al 
cuarto día en que se dio a conocer el comunicado de prensa de la CHA. Pero 
la aparición en los medios de algunos profesionales de la salud construyó 
un escenario diverso. Algunos no solo vertían opiniones impropias y muy 
subjetivas sobre la madre, alegando para ello la formación disciplinar de un 
supuesto saber, sino que, además, se referían a ella y a su hija, de un modo 
insistente, con maneras incorrectas e irrespetuosas. Esta vulneración de la 
dignidad de ambas originó una denuncia de la CHA y de la madre de Luana 
ante la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual. 
La denuncia fue recogida también por la SENNAF. La respuesta oficial del 
organismo se encaminó a alertar a los medios sobre la ley vigente y el 
debido trato respetuoso que se le tenía que dar a la niña trans y a su familia. 
 
 
Dificultades discursivas y razones que motivaron el pedido 
de intervención a la Defensoría del Televidente 
Nos enfrentamos a las dificultades discursivas que se plantearon en torno 
a la necesidad de desvincular la identidad trans de cualquier tipo de 
enfermedad o patología. El reclamo de Luana no podía encausarse 
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insistiendo en una patologización de su identidad de género, pues, en la 
Argentina, la homosexualidad y cualquier orientación sexual diferente a la 
heterosexual dominante ya había sido despatologizada décadas atrás. Toda 
noticia que se diera de Luana y su entorno íntimo debía respetar la Ley de 
Identidad de Género aprobada en Argentina, pues al colocar a la 
autopercepción de la identidad de género en el plano del derecho que le 
asiste a cualquier ser humano desde muy temprana edad a alejarlo de 
cualquier vinculación con las patologías –en las que la psiquiatría ha 
encasillado esta expresión de la diversidad sexual y de género desde hace 
décadas–, se homologaba esta coyuntura existencial en el mismo 
tratamiento que el que debe conferirse a, por ejemplo, la homosexualidad. 
Por ello se insistió en que la prensa debía referirse de manera respetuosa 
al mencionar a las personas que generaron la noticia; debían comprender las 
razones por las cuales optaban por no mostrarse en público. 
Todo comunicador debía aceptar que Luana tenía que ser tratada en 
femenino, respetando su identidad de género, pues ese tratamiento era el 
único respetuoso de la misma ley. 
 
 
Conclusión 
La entrega del DNI por el que tanto se había luchado fue el acto de 
culminación del esfuerzo materno, pero también de la niña, del resto de la 
familia y de todas las personas intervinientes en el proceso de 
acompañamiento institucional. 
La mamá de Luana se presentó ante todos los medios presentes, junto al 
presidente de la CHA, Prof. César Cigliutti, a la Lic. Valeria Pavan, al 
presidente de Ático, Dr. Alfredo Grande, al jefe de Gabinete de Ministros 
de la Provincia de Buenos Aires, Lic. Alberto Pérez, y al subsecretario de 
Gabinete, Dr. Juan Pablo Álvarez Echagüe, para recibir el documento de 
Luana. Explicó los motivos de su lucha en público y anunció que no daría 
entrevistas individuales después de obtener lo que su hija necesitaba: la 
rectificación registral y el DNI. 
Fueron la mamá y la misma Luana las primeras en llevar adelante un 
reclamo público con el cual, quizás inconscientemente, torcieron el rumbo 
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de una historia personal que parecía sellada de antemano. 
La legalización de su identidad no será el gran derrotero de toda su 
adolescencia. Hoy Luana continúa la escuela como niña legalmente 
reconocida, como siente que es. Dedica casi todo su esfuerzo a jugar con 
sus muñecas, amigas y amigos de la escuela, y a estudiar junto a su 
hermano mellizo. Y ambos reciben iguales cuidados, afectos y amor de su 
familia. 
Esta historia es muy diferente de las de decenas de miles de mujeres y 
varones transexuales que resultaron expulsados de sus familias luego de 
muchos intentos correctivos de su identidad de género. La de Luana no es la 
historia de esa infancia disciplinada, de niños y niñas castigados y 
castigadas, repudiados y repudiadas. Luana, a diferencia de los demás, 
gozará del afecto paterno y materno. 
El desarraigo del propio hogar y del núcleo familiar no será, en su caso, 
la única alternativa de realización personal. Pues lo que diferencia y 
resignifica esta experiencia es que la posición de escucha familiar y el 
acompañamiento institucional pueden enfrentar los estigmas. Pues lo que 
muchos podrían calificar como un sendero riesgoso –el potencial trauma de 
la exhibición íntima de una menor– debe valorarse en su justo punto. Luana 
puede ser quien es, puede ser nombrada con el nombre de niña con el que se 
percibe y se identifica a sí misma, porque afrontó el proceso dignificante de 
la visibilización. 
Porque por sobre el temor y el estigma asumió el riesgo de interpelar a 
las leyes del Estado en búsqueda de reconocimiento. Y es en esa posición 
inclusiva del Estado que su historia adquiere un final feliz. Luana es hoy 
Luana, de pleno derecho, porque hay un DNI que así lo reconoce. Y una 
sociedad que lo está haciendo. 
 
 
Notas 
1. La Ley 26.743 de Identidad de Género fue sancionada el 9 de mayo de 2012. 
2. Sigla que designa el colectivo de lesbianas, gays, transexuales, transgéneros, travestis, 
bisexuales, intersexuales y queers. 
 
3. El rostro de Carlos Jáuregui, primer presidente de la CHA, en la revista Siete Días, en el 
mes de abril de 1984, spanuso un punto de inflexión decisivo que marcó el inicio de un 
sendero definido constantemente por la búsqueda de iguales derechos. 
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4. Presentación por parte de la CHA en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires del primer 
proyecto para reconocer, dentro del ámbito de la ciudad autónoma, la existencia de las 
parejas del mismo sexo y de todos los derechos que podía reconocer una ley local a los 
contrayentes. Regula derechos para parejas independientemente de su orientación sexual. 
El proyecto fue aprobado como la Ley N.o 1.004 de Uniones Civiles, CABA, en diciembre 
de 2002, y se constituyó en la primera ley de parejas que incluye al coletivo LGTTTBIQ 
en toda América Latina y el Caribe. 
 
5. El proyecto de ley de unión civil nacional presentado por la CHA en el Senado nacional en 
2005 proponía legislar derechos para todas las parejas, con independencia de la orientación 
sexual y de la identidad de género de los contrayentes. Incluía todos los derechos dados por 
la vigente ley de matrimonio, además del derecho de adopción en pareja, y proponía 
derechos adicionales, como un sistema optativo de herencia. Además del vigente sistema de 
herederos forzosos, proponía poder elegir testar hasta el 50% de los bienes ganancialesy no 
gananciales. 
6. Entre 2008 y 2010 se presentaron en ambas cámaras diferentes proyectos para reformar la 
ley de matrimonio civil. En 2010, la CHA presentó una propuesta de reforma que afectaba 
a más de treinta artículos de la entonces vigente ley de matrimonio. 
7. Muchas de estas consultas se suscitaron, originariamente, por la necesidad de judicializar el 
cambio de datos registrales y la cirugía de adecuación genital. Antes de la aprobación de la 
Ley de Identidad de Género en 2012, ley que surgió de la fusión de diversos proyectos 
debatidos en el Congreso nacional, uno de ellos presentado por el Frente Nacional por la 
Ley de Identidad de Género, que integró la CHA junto con más de veinte organizaciones 
trans y casi doscientos activistas independientes de todo el país, los cambios de datos 
registrales y el cambio de DNI por otro que reflejara la identidad autopercibida se 
tramitaban por vía judicial. El cambio registral tenía como requisito previo la realización de 
una cirugía de adecuación genital. Es decir, los jueces reconocían el derecho de cambio 
registral solamente a quienes se realizaban una cirugía para modificar su sexo genital. 
Además de restrictivos, eran procesos legales de resultado incierto que demandaban de dos 
a cuatro años de espera, y, hasta 2008, todos estos procesos requerían la opinión técnica de 
psicólogos o psiquiatras, que debían elaborar un informe en el que “certificaban” la 
identidad transexual a través de un psicodiagnóstico. Recién en 2008, en el juzgado del 
juez Hoof, de Mar del Plata, Tania Luna, una mujer transexual, patrocinada por el Área 
Jurídica de la CHA, obtuvo la primera sentencia judicial que ordenaba el cambio de 
nombre y de sexo en la partida de nacimiento sin imponer como condición necesaria para 
ello la realización de una cirugía de adecuación genital. Este fallo sentó jurisprudencia al 
señalar que la realidad del sexo psicológico del individuo determina la identidad sexual 
registral por encima del sexo biológico. En fallos jurídicos posteriores a este se reconocería 
además el derecho al cambio registral como derecho no sujeto a opinión médica. Quedaría 
así despatologizada la identidad transexual en el ámbito de la justicia. 
8. Muchos de estos testimonios se obtuvieron de transexuales adultas que se acercaron a 
nuestros consultorios para obtener asesoramientos varios en terapias de hormonación o de 
adecuación genital. En muchos otros, la cronología de estos recuerdos fue corroborada por 
familiares, que refrendaron estos orígenes muy tempranos del género autopercibido ante las 
y los profesionales del Área de Salud. 
9. www.aticocooperativa.com.ar. 
10. Programa radial Sueños posibles, AM 690 (www.laretaguardia.com.ar). 
https://bit.ly/2RkUOLi
http://www.aticocooperativa.com.ar/
 
 
 
 
 
El deseo de existir 
 
Mónica Gabriela Mansilla 
 
 
 
 
 
Cuando una persona tiene la oportunidad de pedir un deseo, ¡por su 
mente pasan tantas cosas! Hay quienes desean amor, quienes desean salud y 
no falta el que pide dinero y felicidad eterna. Creo que son pocos los que 
desean poder existir sin dañar a nadie, son pocos los que desean ser iguales 
a los demás, o por lo menos parecerse o que la diferencia no se note tanto. 
Están contados con los dedos de una mano los que desean que su cuerpo 
cambie, o los que fantasean con que algún día todo estará en su sitio al 
despertar. Hay quienes nunca ven realizado su sueño y hay quienes exponen 
su propia vida con tal de cumplirlo sin pensar en lo que sucederá. Hay 
quienes lo pierden todo por correr tras sus sentimientos e intentan ser 
felices con lo poquito que tienen. Muchos hacen cambios radicales en su 
aspecto físico para que concuerde un poco con la percepción que tienen de 
sí mismos. Hay quienes desean ser uno más. 
Es duro convivir con un cuerpo que te marca como diferente y deseando 
lo imposible, esperando un cambio, un milagro a veces. Se necesita valor, 
agallas y un sentimiento firme para hacer valer lo que uno desea. Necesidad 
de ocupar un lugar, de ser alguien, de vivir en libertad; deseo de poder 
elegir sin que te castiguen por ello, sin sentir culpa por querer algo distinto, 
viendo cómo a los demás se les hace tan fácil vivir. Nadie los mira raro ni 
los señala porque cumplen con las características de lo que llaman una 
persona “normal”. A quien desea algo distinto lo excluyen 
instantáneamente, y pasan a ser invisibles porque es más fácil no ver que 
involucrarse y reconocer al otro tal cual es. ¿Acaso una persona que 
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discrimina no es diferente a la que acepta? ¿Qué le hace creer que tiene 
razón? 
Entre esos pocos que desean algo diferente se encuentra mi hija Luana. 
Su deseo fue ser niña habiendo nacido varón, y aunque parecía que jamás 
iba a poder escapar de su destino biológico, todo comenzó a cambiar. Su 
deseo transformó todo y a todos. Sus ganas y su voluntad inquebrantables 
hicieron tantas cosas posibles. Ella cambió su destino, cambió su nombre y 
su pantalón por un simple vestido que la llenó de felicidad. Se impuso de tal 
manera que pudimos ver lo que nadie podía ni siquiera imaginar…, ¡una 
nena con pene! Increíble, ni la imaginación alcanza para ello. Qué 
cachetazo a la ignorancia y qué golpe bajo a la razón, a lo común y a lo que 
estamos acostumbrados culturalmente. Una nena transexual de seis años, 
algo jamás pensado. 
El deseo inmenso de un nene de cuatro años que se transformó delante de 
mis ojos en una nena hermosa por su propia voluntad y decisión. Ella pudo 
cumplir con su deseo, el de ser una nena a pesar de todo. 
Luana es una niña trans que con apenas seis años de edad sabe quién es y 
qué quiere ser desde que tiene uso de razón. Sintió el deseo de ser una niña 
y nadie pudo contradecirla. Su lucha comenzó a los dos años, cuando 
empezó a hablar, y hasta el día de hoy continúa. Lo asombroso de este 
deseo es que fue constante, sin vueltas ni retrocesos, fue intenso y enfrentó 
situaciones que para un adulto habrían sido difíciles de soportar. 
El deseo de existir tal cual uno se siente es simple, se siente y nada más. 
Se vive y no se entiende cómo los demás pueden tener tanto miedo y 
rechazo a lo diferente. Uno es, más allá de los genitales y mucho más allá 
de lo que opinen los demás, y eso se va manifestando desde muy temprana 
edad. Uno es más allá del cuerpo que nos tocó al nacer. La falta de 
información hace que cometamos errores, que pensemos equivocadamente 
y que hablemos sin detenernos a escuchar lo que dijimos y a pensar en 
cuánto daño le causamos al otro que está escuchando y que muchas veces 
está esperando, aunque sea, una palabra de apoyo que nunca llega o la 
simple aceptación, ya que no le está haciendo daño a nadie. 
El egoísmo nos juega en contra muchas veces, y nuestro deseo prevalece 
al de los demás. El miedo de no saber cómo proceder ante lo que sucede 
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inevitablemente nos paraliza y nos hace pensar que está todo mal; el miedo 
es el peor enemigo del ser humano, y es un sentimiento que transmitimos a 
los demás. Lo único que puede hacer que veamos más allá de todo es el 
amor. Amor por el otro, amor puro y desinteresado, el mismo que le tengo a 
mi hija Luana, el que me ayudó a escucharla y a comprenderla, el mismo 
amor que me hizo cada vez más fuerte para protegerla y que me armó de 
paciencia frente a la incomprensión y la falta de respeto de los demás. 
El amor que le tengo a mi niña “diferente” hizo que la viera tal cual ella 
quería mostrarse. Que me olvidara por un instante de su nombre de varón y 
de sus genitales masculinos, que la mirara a los ojos, que siempre estaban 
tristes y llenos de lágrimas, y que viera en ella la necesidad de que la dejara 
ser la niña que deseaba ser sin pensar en nada más. Su mirada de angustia 
me lo dijo todo, y cuando la duda y el no saber qué hacer cesó, llegó la pazque necesitábamos. Dejé de secarle las lágrimas de esos ojos maravillosos 
para empezar a maquillarlos jugando. Le regalamos todos sus autos a su 
hermano y compramos las muñecas que siempre había querido y que 
estaban en la misma vidriera que habíamos visto tantas veces y de la cual 
nos retirábamos a los gritos sin comprar nada. 
Dejé de llamarla por el nombre que le había elegido estando aún en la 
panza y empecé a balbucear el que se había elegido ella, cada vez más 
seguido, hasta que me salió sin dudarlo. La escuché, la entendí, la miré a los 
ojos y vi su alma, y desde ahí comenzamos a luchar juntas, sabiendo qué 
quería cada una, respetándonos y agarrándonos fuerte de la mano para 
caminar por esta vida en la que cuesta tanto ser feliz si no entrás en los 
parámetros que la sociedad te impone como “normales”. 
Ella sabía bien qué quería ser y yo sabía que quería ayudarla, que nada 
iba a hacer que la dejara sola. Cuesta mucho remar contra la corriente, ir al 
revés de todos, o hacer algo que nadie se anima, salir al mundo convencido 
de lo que uno quiere sin tenerle miedo al qué dirán, con todas las miradas 
puestas en cada cosa que hacemos, y siendo nosotras solas, sin que haya 
otra niña como ella en el país. Sentirse constantemente observado y juzgado 
te cansa, y la pena se instala de inmediato, pena por todo, por la 
incomprensión y la injusticia; estar en nuestros zapatos no es nada fácil. Ser 
los primeros en hacer un gran cambio que incluye a la sociedad. Un cambio 
totalmente diferente que llega a asustar y a que cada uno se cuestione si está 
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bien o mal dejar que un niño/a decida por sí solo. 
Cuesta estar en la vidriera y que todos opinen qué es lo correcto y qué no, 
pero lo bueno es que los demás vean que no es imposible vivir como uno 
desea, no importa la edad ni las diferencias. Dejar algo que le sirva a otros 
es lo importante, el ejemplo de que el amor lo puede todo, que se debe 
escuchar a los niños y que hay que dejarlos ser. Darles libertad y la 
oportunidad de elegir es lo más valioso que un adulto puede dar, ayudarlos 
a ser felices como ellos quieren y ponerle el pecho a lo que vendrá. 
Es muy difícil. No todos pueden hacerlo. No todos están preparados para 
eso y creo que no todos lo pueden lograr y salir ilesos, sin ser dañados y sin 
dolor, sin heridas que duelan, sin marcas que te recuerden que no sos como 
los demás. Pero estoy convencida de que la felicidad de una niña de seis 
añitos vale la pena. Nosotras aún curamos heridas que quedaron después de 
tanta ignorancia desparramada sin piedad y sin pensar que se hablaba de 
una criatura inocente. Esas heridas nos las curan el amor de los que nos 
quieren bien, nos sanan con el apoyo y la aceptación que cada vez es mayor, 
y ya no sorprende la noticia del niño que quiere ser niña. Dolió en ese 
momento la mirada que juzgó sin siquiera dar lugar a la explicación, ni a la 
posibilidad de ver que todos somos diferentes pero que tenemos los mismos 
derechos. Hoy nos levantan los brazos de quienes nos siguen acompañando 
y creen en ella, en su palabra y en su deseo de existir. Nos llenan de fuerza 
los que la ven a diario y le dicen “qué hermosa que estás”, y los que me 
dicen “¡cuánto valor, las felicito!”. 
Luana peleó contra sí misma en primer lugar, y con apenas dos añitos se 
paró delante de quien quisiera escucharla para gritar “yo soy una nena”, sin 
entender por qué nadie la comprendía. Y con solo cuatro años se eligió su 
propio nombre. Ella nos dio la seguridad de que no nos estábamos 
equivocando y que íbamos por buen camino, ella fue nuestra guía, nuestro 
lucero, y lo sigue siendo. Peleó con su cuerpo por no ser como el de las 
otras niñas. Sufrió el desprecio y la indiferencia de los demás y sintió a su 
espalda el dedo acusador que nadie disimuló. Luchó contra los demás para 
mostrarles la diferencia que había y que eso no era lo más importante. Qué 
importa el cuerpo cuando hay un alma que sufre, que pide a gritos ser 
escuchada. 
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Mientras estemos dispuestos a oír sin juzgar, a respetar y a dejar que cada 
uno ocupe el lugar que quiera, creceremos como personas y nos llenaremos 
de bondad. Uno no puede existir solo en este mundo, siempre se necesita 
del otro, del apoyo, de un abrazo o una mirada de comprensión. Gracias a 
Dios mi hija tuvo en su camino muchos ángeles que aparecieron para 
acompañarla, protegerla y escucharla. Si pensamos por un instante, es solo 
una niña, y si un adulto no puede ayudar a ser feliz a un niño/a no sé qué 
hacemos en este mundo. 
Luana nos enseñó a abrir los ojos, a ver con el corazón, nos mostró que 
uno existe y que no se puede ir contra lo que se siente desde lo más 
profundo del ser. Que se puede llegar al corazón de los demás con tan solo 
la verdad y el amor. Que uno puede caer cien veces y hay que levantarse 
unas mil, no importa lo que cueste, si el deseo lo vale, si te llena el alma y 
te hace al fin ser feliz. El deseo nos lleva a lo que uno es, mucho más aún si 
el deseo es simplemente existir, nada más ni nada menos. 
Y así comenzamos una lucha que ya lleva dos años y medio, en la que 
pasamos por muchas situaciones dolorosas y de desesperación, pero donde 
también tuvimos momentos inmensamente felices: la entrada de Luana al 
jardín de infantes como la nena que siente que es y el obtener el documento 
nacional de identidad en el que figura el nombre que ella se eligió a los 
cuatro años de edad y que sostiene hasta el día de hoy, además de su foto, 
con su cabello largo y con las colitas que tanto le gustan. 
Luana pudo soñar y desear una vida distinta a la que le esperaba por 
“naturaleza”, deseó muy fuerte y su deseo se cumplió. Tuvo el apoyo y el 
amor de su madre y su familia, pero hay niños que no los tienen, hay gente 
que no llega a comprender. Una lástima, se pierden de amar a seres tan 
maravillosos y especiales, que tienen tantas ganas de cambiarlo todo y 
buscan la felicidad por sobre todas las cosas. Yo habría perdido la 
oportunidad de ver la mirada que mi hija tiene hoy, tan llena de vida y de 
luz, si me hubiera quedado escondida, llena de miedos y siendo egoísta. La 
habría obligado a ser un ser desgraciado y triste, sin ganas de vivir, y jamás 
me lo habría perdonado. 
Deseen, sueñen. Inténtenlo. Que nada los detenga, estén dispuestos a 
luchar. La lucha es buena y nada tiene valor si no cuesta aunque sea un 
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poquito. El deseo de ser prevalece ante todo. Uno puede ser lo que quiere y 
puede lograr lo que desee con la fuerza que le da su corazón. No hay error, 
no hay equivocación si el sentimiento es puro y verdadero, si de ello 
depende que la cara se nos ilumine y que nuestra vida sea común a la de los 
demás. Siempre va a haber un alma que nos entienda, que nos acompañe y 
nos seque las lágrimas cuando todo se torne gris. Lo importante sería que 
fuera nuestra propia sangre la que nos abrace, pero si no es así, si perdemos 
familia y amigos en el camino, no miremos atrás, los ángeles que pueden 
aparecer suelen valorar aún más nuestro deseo de existir. 
 
 
 
“Soy una nena, mamá, y mi nombre es Luana...” 
 
Valeria Pavan 
 
 
 
 
Toda identidad asumida en el marco que fuera, y bajo las formas que cobre, es 
garantía de estabilidad y ningún ser humano acepta su desmantelamiento […] 
y en aquellos casos de “des-identificación voluntaria, cuando alguien es 
obligado a ello, sabemos que implica altos costos, llegando a fracturas 
irreversibles… 
 
Silvia Bleichmar, Paradojas de la sexualidad masculin 
 
 
El Área de Salud de la CHA 
El Área de Salud de la CHA contribuyó, desde su inicio, a estructurar 
metodologías de intervención innovadoras en psicoterapias relacionadas con la 
atención de las personas LGTBIQ.[1] Nuestro objetivo de trabajo se dirige a 
proteger tanto la salud como la dignidad en las consultas. El equipo central,conformado por profesionales de la salud mental, cuenta con una red externa de 
referentes de disciplinas concurrentes de la salud pública que, en calidad de 
asesores, colaboradores y prestadores, trabajan de manera coordinada con el 
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Área. 
Nuestra experiencia no solo se desprende del trabajo cotidiano, sino que a 
ello se le suma la interacción permanente con otras instituciones de la salud 
pública: hogares de custodia de niños/as y jóvenes, juzgados de familia, jardines 
de infantes, escuelas primarias, colegios secundarios y otras de orientación 
específicamente psicológica, psicoanalítica y del ámbito de la salud mental en 
términos más generales. Esta forma de estructurar el trabajo y los modos de 
abordaje e intervención se cuentan entre los motivos por los que el Área de 
Salud de la CHA fue y es convocada a participar en los más diversos foros de 
debate y discusión académicos, así como también de formación no académica. 
Es mucho, sin embargo, el trabajo que queda por hacer, aun cuando los 
avances fueron significativos, puesto que la perspectiva diversa en sexualidad o 
identidad y expresión de género, es decir, aquello diferente a lo 
“heteronormado”, se ha asimilado solo de forma parcial en las políticas públicas 
sanitarias, de educación y laborales, solo por mencionar algunas de las áreas 
más vulnerables.[2] Por eso, uno de nuestros objetivos es seguir el debate para 
romper con el paradigma aún persistente desde la constitución de la Nación, y 
vigente en muchos ámbitos públicos y privados, de la expectativa del paciente 
“blanco, occidental, heterosexual, argentino y de élite”.[3] 
Por lo general, estos sistemas han introducido una mirada de género pensada 
para personas heterosexuales, dejando pendientes otras perspectivas, como 
aquella que propone desarrollar una mirada binaria para lograr una verdadera 
inclusión que amplíe y permita asumir derechos que contemplen la salud, la 
educación, el trabajo, la vivienda, etc., de manera integral y considerando 
ciertas necesidades específicas. Vale decir que la inclusión a la que se aspira no 
puede quedar acotada únicamente a la problemática del VIH/SIDA. 
Es posible observar que en muchas ocasiones no se considera a la 
“discriminación” como un factor de riesgo para enfermar, y no faltan 
profesionales que interpretan este tipo de violencia como parte de la “realidad 
psíquica” de la persona que consulta. Es innegable que aún existe una marcada 
tendencia a considerar como un problema psiquiátrico o psicológico, e incluso 
orgánico, a aquello que en realidad sería un problema ontológico del que, tal 
vez, deberían ocuparse la filosofía y otras disciplinas. Ciertamente, la deficitaria 
formación de los profesionales de todas las áreas repercute, directa e 
indirectamente, en el bienestar psicológico de las personas LGTBIQ, lo que pone 
en peligro su dignidad en la atención o son directamente expulsados/as del 
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sistema médico, educativo, laboral y social en general. 
El “Programa de atención integral para las identidades trans” inicia su trabajo 
hace quince años promovido por la CHA, y es llevado a cabo por los 
profesionales de las Áreas de Salud y Jurídica. Desde el inicio se comprometió 
la escucha para poder establecer qué tipo de necesidades manifestaban las 
personas cuando se acercaban a la organización para realizar las demandas y, de 
esa manera, facilitar el acceso a los diferentes ámbitos institucionales. En ese 
momento, la dependencia de la “buena voluntad” de algunos médicos, con 
nombre y apellido, era fundamental. 
Los reclamos de estas personas no se dirigían solo al ámbito de la salud 
pública y a su imposibilidad de acceso, sin mencionar una atención digna y en 
el marco del respeto, sino a cuestiones que abarcaban prácticamente a todas las 
instituciones de la vida social. 
Si bien el hospital público tiene las puertas abiertas a todos/as, resulta de fácil 
comprobación, salvo contadas excepciones, que las personas con identidades 
trans, en especial las travestis, se encuentran excluidas del sistema sanitario. Un 
dato que permite determinar hasta qué punto están siendo excluidas por el 
sistema se sintetiza en su corta expectativa de vida.[4] De igual manera, la 
escuela pública, que también está a disposición de todos/as, es un ámbito 
institucional muy complejo de organizar para que la inclusión tenga lugar y se 
convierta en un espacio de aceptación, de dignidad y de respeto, libre de 
bullying. 
Los puntos de vulnerabilidad más importantes son los siguientes: violencia y 
exclusión familiar y social, exclusión del sistema educativo, imposibilidad de 
acceder a un trabajo formal y a condiciones habitacionales dignas, prostitución 
y situación de calle, HIV, ITS (enfermedades de transmisión 
sexual), intervenciones caseras (silicona industrial), uso de hormonas sin 
prescripción médica, uso problemático de alcohol y drogas, violencia 
institucional. 
Estas variables impulsaron la idea de la creación de un espacio en el que 
fuera posible concentrar la atención y las especialidades médico/psicológicas 
como experiencia piloto de acceso a la salud de las personas trans que así lo 
solicitaran. 
Las particularidades investigadas y actualizadas sobre las personas LGTBIQ y 
las consecuentes pericias profesionales aplicadas a los abordajes en salud, dejan 
al descubierto la necesidad de transversalizar las prácticas profesionales y los 
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modos de intervención clásicos a efectos de optimizar recursos y resultados en 
las acciones. A la hora de atender la salud no es posible dejar de lado cuestiones 
vinculadas a la identidad y a la expresión de género, la discriminación familiar 
y social, las vías de acceso a la salud, la educación, el trabajo, la vivienda o los 
factores geográficos para el desarrollo de una tarea estrechamente vinculada con 
los derechos básicos de las personas. 
Es evidente que el incremento en los requerimientos espontáneos presentados 
al Área de Salud de la CHA por personas trans manifiestan la necesidad de 
mediaciones con especificidad de conocimientos ineludibles en las políticas 
públicas que se implementen, para brindar soluciones adecuadas a dichos 
requerimientos. 
Estas demandas deben ser leídas con optimismo, ya que significan un avance 
en las exigencias respecto de la inclusión democrática en el ámbito de las 
instituciones sociales por parte de esta población y sus particularidades; puesto 
en el cuerpo social significa una evolución en el desarrollo del ejercicio de la 
ciudadanía. 
El Área de Salud ofrece acompañamientos terapéuticos a quienes lo solicitan 
y desarrolla, siempre dentro del marco del Programa, diferentes actividades con 
las instituciones y una vinculación inmediata de las personas que consultan. Se 
destacan las importantes experiencias obtenidas en el trabajo con las 
familias, jardines de infantes, escuelas primarias y colegios secundarios, 
hogares para menores, lugares de trabajo, gestión ante las obras sociales y 
prepagas, etc. 
Intervenimos el impacto sufrido por las instituciones frente a realidades de 
muy alta complejidad cultural y a la creciente necesidad de interiorizarse 
de las implicancias y modos de abordaje, para una aceptación e inclusión libre 
de 
prejuicios, dado que la transición no solo impacta en la persona que la está 
llevando a cabo sino también en su entorno social. 
 
Patologizar. Despatologizar 
En 1954, el médico endocrinólogo alemán Harry Benjamin (1885-1986) 
introdujo en la medicina el término transexual para nombrar a aquellas personas 
que reclamaban la modificación de su cuerpo con el fin de adaptar su apariencia 
a la del sexo opuesto. Considerando la convicción manifestada por estas 
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personas y la certeza, presente en sus discursos, de que su verdadera

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