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Texto 1. Intensidad y altura 
 
Quiero escribir, pero me sale espuma, 
quiero decir muchísimo y me atollo; 
no hay cifra hablada que no sea suma, 
no hay pirámide escrita, sin cogollo. 
 
Quiero escribir, pero me siento puma; 
quiero laurearme, pero me encebollo. 
No hay toz hablada, que no llegue a bruma, 
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo. 
 
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, 
carne de llanto, fruta de gemido, 
nuestra alma melancólica en conserva. 
 
¡Vámonos! ¡Vámonos! Estoy herido; 
Vámonos a beber lo ya bebido, 
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva. 
 
Vallejo, César (1939). Poemas en prosa; Poemas humanos; España, aparta de mí este 
cáliz. Buenos Aires, Losada, 2006. 
 
 
 
Texto 2. Las babas del diablo (fragmento) 
Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando 
la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se 
pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo 
así: tú la mujer rubia eran las nubes que sigue corriendo delante de mis tus sus nuestros 
vuestros sus rostros. Qué diablos. 
Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola 
(porque escribo a máquina), sería la perfección. […] 
 
Extraído de Cortázar, Julio (1959). Las armas secretas. Buenos Aires, Sudamericana, 
1993. 
 
 
 Texto 3. ¿Cómo quieren que les escriba? 
 
Estoy intrigado. ¿De qué manera debo escribir para mis lectores? Porque unos opinan 
blanco y otros negro. Así, la nota sobre las filósofas ha provocado una serie de cartas, 
en las que algunos me ponían de oro y azul, y otros, en cambio, me elogiaban hasta el 
cansancio. Aquí a mano tengo dos cartas de lectoras. Las dos perfectamente escritas. 
Una firma Elva y se lamenta de que sea antifeminista. Otra firma “Asidua Lectora” y con 
amables palabras encarece mis virtudes antifeministas. ¡Muchas gracias! Lo curioso es 
que toda la semana han estado llegando cartas con opiniones encontradas, y 
nuevamente me pregunto: ¿de qué modo debo dirigirme a mis lectores? Seriamente, 
no creía que le dieran tanta importancia a estas notas. Yo las escribo así nomás, es decir, 
converso así con ustedes, que es la forma más cómoda de dirigirse a la gente. Y tan 
cómoda que hasta algunos me reprochan, aunque gentilmente, el empleo de ciertas 
palabras. Uno me escribe: “¿Por qué usa la palabra ‘cuete’ que estaría bien colocada si 
la hubiera puesto un carnicero?” Pero yo tomo el volumen 16 de la Enciclopedia 
Universal Ilustrada y encuentro en la página 1042: “Cuete, m. Americanismo. Cohete”. 
 
Del hablar 
Este mismo lector continúa: 
“Por favor, señor Arlt, no rebaje más sus artículos hasta el cieno de la calle...” 
Comencemos por establecer que la frase “al cuete” puede usarla usted, estimado lector, 
delante de cualquier dama, sin que se ruborice ya que ella –la frase, no la dama– deriva 
de cohete, es decir, un mixto pirotécnico, hablando en puro castellano. Y usted sabe que 
la pirotecnia es colores bonitos y nada más. Después de la pirotecnia vienen los 
explosivos, es decir, lo efectivo, aquello que tira abajo cualquier obstáculo. Y yo tengo 
esta debilidad: la de creer que el idioma de nuestras calles, el idioma en que 
conversamos usted y yo en el café, en la oficina, en nuestro trato íntimo, es el verdadero. 
¿Que yo hablando de cosas elevadas no debía emplear estos términos? ¿Y por qué no, 
compañero? Si yo no soy ningún académico. Yo soy un hombre de la calle, de barrio, 
como usted y como tantos que andan por ahí. Usted me escribe: “no rebaje sus artículos 
hasta el cieno de la calle”. ¡Por favor! Yo he andado un poco por la calle, por estas calles 
de Buenos Aires, y las quiero mucho, y le juro que no creo que nadie pueda rebajarse ni 
rebajar al idioma usando el lenguaje de la calle, sino que me dirijo a los que andan por 
esas mismas calles, y lo hago con agrado, con satisfacción. 
Así me escribe gente que, posiblemente, solo escribe una carta cada cinco años y eso 
me enorgullece profundamente. Yo no me podría hacer entender por ellos empleando 
un lenguaje que a mí no me interesa para nada y que tiene el horrible defecto de no ser 
natural. […] 
 
Originalmente fue publicado en el diario El Mundo, Argentina, 3 de septiembre de 1929, 
Luego, incluido en Arlt, Roberto (1929). Aguafuertes porteñas: cultura y política. Buenos 
Aires, Losada, 1994.

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