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DISCURSOS A MIS ESTUDIANTES - Hilton Mendoza (1)

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Trabajo: DISCURSOS A MIS ESTUDIANTES 
Curso: PRINCIPIOS
Alumno: Hilton Mendoza
Maestro: Lenin Velarde
Año: 2022
“Yo, Hilton Mendoza declaro haber realizado el presente trabajo de acuerdo a las normas del Seminario Bautista Macedonia”
______________________________
Firma
PLATICA l.
DISCURSOS A MIS ESTUDIANTES 
LA VIGILANCIA QUE DE SI MISMO DEBE TENER EL MINISTRO 
“Ten cuidado de ti mismo y de tu doctrina.” 1 Timoteo 4:16
Cuanto mejor sea nuestra condición espiritual. En otras palabras: generalmente efectuaremos mejor la obra de nuestro Señor, cuando los dones y gracias que hemos recibido se hallen en buen orden; y lo haremos peor, cuando no lo estén. Esta es una verdad práctica para nuestra guía. Cuando el Señor hace excepciones, éstas no hacen más que probar la exactitud cíe la regla que acabamos de sentar. 
Todos vosotros conocéis los perjudiciales efectos que con frecuencia se producen en el agua que corre por cañerías de plomo; pues de igual modo el Evangelio mismo al correr por hombres espiritualmente dañados, puede perder su mérito hasta el grado de hacerse perjudicial a sus oyentes. Es de temerse que la doctrina calvinista se convierta en la enseñanza peor, si se predica por hombres de vida poco edificante, y se presenta como una capa que puede cubrir toda clase de licencias; y el arminianismo, por otra parte, con su amplitud en ofrecer la misericordia, puede causar un serio daño a las almas, si el tono ligero del predicador da lugar a que sus oyentes crean que pueden arrepentirse cuando les plazca, y que de consiguiente no hay urgencia en acatar desde luego las prescripciones del mensaje evangélico.
Uno de Nuestros Principales Cuidados Debe Ser el que Nosotros Mismos Seamos Salvos
Es que un predicador del Evangelio sea ante todo participante de él, es una verdad simple, pero al mismo tiempo una regla de la mayor importancia. No vivimos entre los que aceptan la sucesión apostólica de los jóvenes, tan sólo porque éstos pretenden asumirla. Sí la vida de colegio de los mismos, ha sido vivaz más bien que espiritual; si los honores que allí han adquirido los deben a ejercicios atléticos más bien que a sus trabajos por Cristo, nosotros necesitamos en tal caso, pruebas de otro género de las que ellos pueden presentarnos. Por crecidos que sean los honorarios que hayan pagado a los más sabios doctores, y por grandes que sean los conocimientos que hayan recibido, en cambio, no tendremos por eso una evidencia de que su vocación les ha venido de lo alto Una piedad sincera y verdadera es necesaria como el primer requisito indispensable. Sea cual fuere el “llamamiento” que alguien pretenda haber recibido, si no ha sido llamado a la santidad, puede asegurarse que no lo ha sido al ministerio. Debemos examinarnos a nosotros mismos muy afanosa y profundamente, no sea que por algún motivo después de haber predicado a los demás, resulte que nos hallamos en la línea de los réprobos. Y cuán inservible tiene ese quídam que ser. Está llamado a instruir a otros siendo él mismo un necio. ¿Qué otra cosa puede ser sino una nube sin agua, y un árbol con hojas solamente? Lo que pasa en el desierto a una caravana en que todos los que la forman están sedientos y se sienten morir bajo los rayos de un sol abrasador, y al llegar a un pozo ardientemente deseado, ¡horror de los horrores! Lo encuentran sin una gota de agua, eso mismo pasa a las almas que sedientas de Dios van a dar con un ministro que carece de gracia, pues están en grande riesgo de perecer por no hallar en él el agua de la vida. Mejor es abolir los púlpitos, que ocuparlos con hombres que no tienen un conocimiento experimental de lo que enseñan. Una vez fijado el primer punto de la verdadera religión, sigue en importancia para el ministro el de que su piedad sea vigorosa. El pulso de su piedad vital debe latir de un modo fuerte y regular; el ojo de su fe debe ser perspicaz; el pie de su resolución debe ser firme; la mano de su actividad debe ser pronta: todo su hombre interior, en fin, debe hallarse en el más alto grado de salud. Se dice que los egipcios escogían sus sacerdotes de entre los más instruidos de sus filósofos, y luego estimaban tanto a sus sacerdotes, que de entre éstos escogían sus reyes. Nosotros necesitamos que se tenga por ministro de Dios a la flor y nata de las huestes cristianas, a hombres tales que si la nación necesitara reyes, no pudiera hacer cosa mejor que elevarlos al trono. Nuestros hombres de espíritu más débil, más tímidos, más carnales y peor contrabalanceados, no son candidatos a propósito para el púlpito. A los caídos tiene que recibírseles en la iglesia como penitentes, y en el ministerio pueden serlo si Dios los coloca ahí; no consiste en esto mi duda, sino en si Dios les dio alguna vez lugar en él. En mi concepto, pues, no debemos apresurarnos a ayudar a que suban al púlpito de nuevo, a los que habiéndolo ocupado una vez, han mostrado que carecen de la gracia necesaria para salir airosos en las pruebas a que sujeta la vida ministerial. 
¡Oh! Qué conquista pensará haber hecho, si puede volver a un ministro perezoso e infiel; si puede inducirlo a la codicia y al escándalo! Se gloriará contra la iglesia y dirá: “Estos son vuestros santos predicadores: ved cuál es su gravedad afectada, y adónde ésta los llevará.” Se gloriará también contra el mismo Jesucristo y dirá: “¡Estos son tus campeones! Puedo hacer que los principales de entre tus siervos se mofen de ti; puedo hacer infieles a los mayordomos de tu casa." Si él así insultó a Dios partiendo de un juicio falso, diciéndole que podría hacer que Job le blasfemara en su rostro, (Job 2:5,) ¿qué no haría si él de hecho prevaleciese contra nosotros? Y por último, le serviríais de irrisión por haber podido arrastraros a ser falsos respecto del gran depósito que se os había confiado, a manchar vuestra santa profesión, y a prestar un positivo servicio a vuestro mayor enemigo. ¡Oh! No complazcáis de ese modo a Satanás; no le prestéis un auxilio tan eficaz; no permitáis que os trate como los filisteos trataron a Sansón, es decir, que primero os prive de vuestra fuerza para haceros después objeto de su triunfo e irrisión."
Una vez más. Debemos cultivar el mayor grado de piedad, porque la naturaleza de nuestro trabajo así lo requiere imperativamente. La obra del ministerio cristiano es bien ejecutada en exacta proporción con el vigor de nuestra naturaleza renovada. Nuestro trabajo está bien hecho solamente cuando así lo está con nosotros mismos. Cual es el obrero, tal será su obra. Es una cosa horrible ser ministro inconsecuente. Se dice que nuestro Señor fue como Moisés, por la razón de haber sido un “profeta poderoso en palabras y en obras.” El hombre de Dios debe imitar a su Señor en esto: es preciso que sea poderoso tanto en la predicación de su doctrina, como en el ejemplo que dé con sus obras, teniendo si es posible, en esto último, mucho mayor cuidado todavía. La vida del predicador debe ser un imán que atraiga los hombres a Cristo, y es cosa triste a la verdad, que los mantenga separados de él. La santidad de los ministros es un llamamiento expresivo al arrepentimiento que se hace a los pecadores, y cuando va acompañada de una jovialidad piadosa, se hace atractiva de un modo irresistible. 
El Señor será santificado en todos aquellos que se le acerquen, (Isa. 52:11) porque los pecados de los sacerdotes hacen al pueblo menospreciar los sacrificios del Señor, (1 Sam. 2:17); sus vidas malvadas hacen que sus doctrinas se avergüencen.
PLATICA ll.
LA VOCACIÓN DEL MINISTERIO
No todos son llamados al trabajo de predicar o de enseñar, a ser ancianos, o a desempeñar algún otro cargo de importancia; ni todos deben aspirar a trabajos de esa naturaleza, puesto que las dotes necesarias para ello no se han prometido en ninguna parte a todos; pero sí, deben entregarse a tan Importantes tareas, los que como el apóstol, conozcan haber “recibido este ministerio” (2 Cor.4:1). Ninguno debe meterse en el aprisco de las ovejas como pastor intruso, pues es preciso que no pierda de vista al Pastor.principal para estar pendiente de sus indicaciones y mandatos. Es decir, para que un hombre salga a la palestra como embajador de Dios, necesita recibir de lo alto su llamamiento para ello, pues si no lo hace así y se entra de rondón al sagrado ministerio, el Señor dirá de él y de otros que se hallen en su caso: “Yo no los envié, ni les mandé: y ningún provecho hicieron a este pueblo “ (Jer. 23:32). 
Mal haría el que imaginara que tales llamamientos son meramente ilusorios, y que no hay nadie en estos tiempos excluido de la obra especial de enseñar a la Iglesia y de cuidarla, porque los nombres mismos dados a los ministros en el Nuevo Testamento, implican un previo llamamiento a su trabajo. 
Hermanos, confío en que algún día podréis hablar del rebaño sobre el cual “el Espíritu Santo os ha puesto como obispos,” (Hechos 20:28), y deseo ardientemente que cada uno de vosotros pueda decir con el apóstol de los gentiles, ni por hombre, sino que lo ha recibido del Señor. (Gal.1:1). Ojalá sea cumplida en vosotros la antigua promesa de “Yo os daré pastores, según mi corazón,” (Jar. 3:15); “pondré sobre las ovejas pastores que las apacienten,” (Jer. 23:4). Ojalá que el Señor realice en vuestras varias personas esta su propia declaración: “He puesto vigilantes sobre tus murallas, oh Jerusalén, que nunca descansarán ni de día ni de noche.” Ojalá que saquéis lo precioso de lo vil para que así seáis como la boca de Dios. (Jer. 15:9). Ojalá que el Señor haga manifiesto por medio de vosotros, el sabor del conocimiento de Jesús en todas partes. 
¿Cómo puede saber un joven si es llamado?
La fascinación que ejerce el cargo de predicador en los espíritus débiles, es muy grande, y por lo mismo exhorto encarecidamente a todos los jóvenes a que no confundan un capricho con la inspiración, y un antojo pueril con el llamamiento del Espíritu Santo. Fijaos bien en que el deseo de que he hablado, debe ser profundamente desinteresado. Si un hombre después de un cuidadoso examen de sí mismo, puede descubrir que tiene un motivo diferente del de la gloria de Dios y el bien de las almas, para optar por el pastoreado haría bien en volverse de él inmediatamente; porque el Señor llevará a mal el ingreso de compradores y vendedores en su templo: la introducción de cualquiera cosa mercenaria, aun en el menor grado, será como la mosca en el bote de ungüento, y todo lo echará a perder. Este deseo debe ser tal que persista en nosotros, una pasión que resista toda clase de pruebas; un anhelo del cual nos sea imposible escapar, aunque hayamos procurado hacerlo; un deseo, en suma, que crezca más intensamente con el transcurso de los años, hasta que llegue a convertirse en ahínco, en vehemencia, en hambre de proclamar la Palabra. 
Un paso más allá de todo esto, es, sin embargo, preciso en nuestra investigación. La voluntad del Señor relativa a los pastores, se da a conocer por el juicio suplicatorio de su iglesia. Es indispensable como una prueba de vuestra vocación que vuestra predicación sea aceptable al pueblo de Dios. Dios comúnmente abre las puertas de una buena expresión, a aquellos a quienes llama a que hablen en su nombre. La impaciencia querría abrir la puerta empujándola, o derribándola, pero la fe está a las órdenes del Señor, y a su debido tiempo se le da su oportunidad. 
Se presentan algunos jóvenes que ardientemente desean entrar al ministerio, pero con pena se ve transparentárseles el motivo principal que a ello los impele, que no es otro que el deseo de brillar entre los hombres. A hombres de esta clase, considerados desde un punto común de vista, hay que recomendárseles por su aspiración; pero es de tenerse en cuenta que el pulpito no debe ser la escalera por la cual tenga que encaramarse la ambición. 
Un ministro realmente estimable, habría podido distinguirse en todo. Apenas habrá cosa imposible para un hombre que puede conservar una congregación unida por años enteros, y ser instrumento de su edificación durante centenares consecutivos de días consagrados al Señor; debe ser poseedor de algunas habilidades, y de ninguna manera un necio o bueno para nada. Jesucristo merece que los mejores hombres prediquen su cruz, y no los casquivanos o descamisados.” 
Sobre todo, señores, tendremos que probar nuestro llamamiento por la prueba práctica de nuestro ministerio en el transcurso de nuestra vida, y será para nosotros una cosa lamentable emprender la carrera sin el examen debido, pues que haciéndolo así, nos exponemos a tener que dejarlo con ignominia. Por último, la experiencia será nuestra prueba más segura, y si Dios nos sostiene de año en año, y nos da su bendición, no necesitamos otra señal de nuestro llamamiento. Nuestra aptitud moral y espiritual será patentizada por la obra de nuestro ministerio, y esta es la prueba más fidedigna de todas. 
Debemos probar si podemos soportar el ser mirados con desdén, el cansancio, la denigración, el escarnio, los trabajos molestos; y si podemos consentir en ser hechos la basura de cuanto hay, y en ser tratados como estropajo, todo por el amor de Jesucristo. 
PLATICA lll.
LA PRIVADA DEL PREDICADOR
El predicador se distingue por supuesto sobre todos los demás como hombre de oración. Ora como un cristiano común, de lo contrario sería un hipócrita. Ora más que los cristianos comunes, de lo contrario estarían incapacitados para el desempeño de la tarea que ha emprendido. “Sería enteramente monstruoso,” dice Bernard, “que un hombre fuese superior en cargo, e inferior en alma; el primero en posición y el último en su manera de vivir.” 
Doy por sentado que como ministro siempre está orando. Cada vez que su ánimo vuelva al trabajo que le incumbe, ya sea que esté en él o fuera de él, eleva una petición, enviando sus santos deseos, como saetas bien dirigidas a los cielos. No está siempre en el acto de la oración, pero sí vive en el espíritu de ella. Si su corazón está en el trabajo que le incumbe, no puede el pastor comer o beber, tener asueto, acostarse o levantarse por la mañana, sin sentir constantemente un fervor de deseo, un peso de ansiedad, y una simplicidad de su dependencia de Dios; y de esta manera, en una forma u otra continúa su oración. Si tiene que haber algún hombre bajo el cielo, obligado a cumplir con el precepto de “Orad sin cesar,” lo es sin duda el ministro cristiano. 
Si como ministros no sois muy dados a la oración, merecéis que mucho se os compadezca. Si en lo futuro, sois llamados a ocupar pasturados, grandes o pequeños, si os mostráis remisos en la oración secreta, no sólo vosotros necesitaréis que se os compadezca, sino vuestras respectivas congregaciones también; y en adición a eso, seréis vituperados, llegando el día en que os veáis avergonzados y confundidos. Apenas me parece necesario encareceros los gratos usos de la devoción privada, y sin embargo, no puedo abstenerme de hacerlo. Para vosotros, como embajadores de Dios, el propiciatorio tiene una virtud inestimable; mientras más familiarizados estéis con el atrio del cielo, desempeñaréis mejor vuestra misión celestial. Entre todas las influencias formativas que tienden a hacer a un hombre favorecido de Dios en el ministerio, no conozco ninguna más eficaz que su familiaridad con el propiciatorio.
Cuando hayamos concluido de predicar, si somos verdaderos ministros de Dios, no concluiremos de orar, porque la Iglesia entera, con multitud de lenguas, estará clamando en oración, en el lenguaje del macedonio: "Ven a prestarnos auxilio." Si estáis en aptitud de prevalecer en la oración, tendréis muchas súplicas que presentar en nombre de otros que en tropel se os dirigirán pidiéndoos los tengáis presentes en vuestras intercesiones, y de ese modo os hallaréis comisionados con mensajes para el propiciatorio, por amigos y oyentes en general. Tal es siempre la suerte que me cabe, y me siento gozoso al tener que presentar semejantes súplicas a mi Señor. Nunca os mostréis parcos en asuntos para la oración aun cuando no os los sugiriera nadie.

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