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Jeffrey J. Froh y Giacomo Bono EDUCAR EN LA GRATITUD Cómo enseñar a apreciar lo positivo de la vida PALABRA Título original: Making Grateful Kids. The Science of Building Character © Ediciones Palabra, S.A., 2016 Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España) Telf.: (34) 91 350 77 20 – (34) 91 350 77 39 www.palabra.es epalsa@palabra.es © Traducción: María José López Cebrián Diseño de cubierta: Raúl Ostos Diseño de ePub: Erick Castillo Avila ISBN: 978-84-9061-421-1 Todos los derechos reservados No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. http://www.palabra.es/ mailto:epalsa@palabra.es Para mi esposa, Cara, y mis hijos, James y Julianne, mis grandes fuentes de gratitud. Jeffrey Froh Para las grandes alegrías de mi vida: mi esposa, Kate, y mis hijos, Dario y Alex. Giacomo Bono Introducción ¿QUÉ HACE QUE UN NIÑO PROGRESE? MATTHEW, un chico de doce años, estudiante de secundaria, que vivía en un barrio acomodado, tenía una vida familiar bastante distinta a la de sus compañeros: él y su madre acabaron en una vivienda social a causa de un revés económico. Matthew tenía que desplazarse hasta el colegio en autobús de línea, no como sus amigos, a los que los llevaban sus padres en unos coches impresionantes. Se acercaba el invierno, y Matthew seguía llevando vaqueros y una camiseta, solo tenía una delgada sudadera como prenda de abrigo. Por eso, una profesora, la Sra. Riebe, le dio una chaqueta de lana que había recogido en la parroquia. Fue un gesto amable, pero un chico de secundaria que lleva una chaqueta de lana en un colegio público de una buena zona suele ser víctima del acoso escolar. Sin embargo, a Matthew no le hicieron bullying, ni le daba vergüenza llevar una chaqueta que no era de su talla. Al contrario, sonreía de oreja a oreja mientras decía a sus amigos y a otros profesores: «Mira qué chaqueta tan guay me ha dado la Sra. Riebe, me encanta. Le estoy muy agradecido». Su optimismo era tan contagioso y atractivo que incluso sus compañeros lo admitían y lo respetaban. Las condiciones de vida de Matthew podían haber provocado la envidia en otros chicos, o un sentimiento de fracaso, enfado y resentimiento. Sin embargo, Matthew estaba profundamente agradecido a sus profesores y amigos porque su madre, a pesar de su escasez de tiempo e ingresos, había inculcado en Matthew esta actitud que había configurado su visión de la vida. Hemos recopilado casi dos mil redacciones sobre lo que significa la gratitud para los adolescentes. La de Matthew decía: «Mi vida no sería la misma sin todos los que me han ayudado a conseguir mis objetivos. Estoy agradecido a Dios, a mi familia, a mis amigos, e incluso a mis profesores, por ayudarme a mejorar mi vida». La historia de un adolescente que vive por debajo de las posibilidades materiales de sus compañeros, y que tiene que hacer mucho más esfuerzo por llegar al colegio y participar en las actividades extraescolares, es un pequeño pero edificante ejemplo del poder que puede tener la gratitud en el bienestar emocional de los jóvenes, en sus relaciones, en su espiritualidad y en la consecución de sus objetivos. Nuestra experiencia como investigadores y como asesores de niños y adolescentes en riesgo refuerza esta idea. Pero Matthew no es un chico cualquiera, porque ha aprendido a sacar partido a una virtud que ha sido muy reverenciada pero que se ha despreciado a lo largo de la historia: la gratitud. ¿Qué es la gratitud? La gratitud es el aprecio que sentimos cuando alguien ha hecho algo agradable o útil por nosotros, o cuando reconocemos las buenas cosas y las personas buenas que ha habido en nuestra vida. Robert Emmons la define como «un sentimiento de agradecimiento y alegría por recibir un regalo, ya sea un beneficio tangible de una persona específica o un momento de gozo evocado por algo bello». La gratitud se puede considerar una emoción, un estado de ánimo o un rasgo de la personalidad. Como rasgo de la personalidad, constituye una orientación de la vida que nos lleva a apreciar lo positivo que hay en ella. La gratitud ayuda a forjar caracteres que armonizan las acciones con los sentimientos morales, las creencias a corto y a largo plazo y las relaciones sociales. Cuando las personas son agradecidas, normalmente lo expresan verbal o físicamente (con un abrazo, un beso, estrechando la mano o con lágrimas) a aquellos a los que tienen algo que agradecer. La gratitud hace que apreciemos las relaciones valiosas que hay en nuestra vida, fomenta la amabilidad de nuestros benefactores y nos motiva para ser agradecidos con ellos e incluso con todos los demás. Experimentar la gratitud y llevarla a la práctica promueve relaciones sociales positivas y alimenta el trato confiado con los demás. A la larga, beneficia a la sociedad. A pesar del papel fundamental de la gratitud en el éxito y bienestar de las personas, se ha investigado poco sobre cómo conseguir que se desarrolle y crezca en los niños. Las teorías del psicoanálisis –según las cuales, los individuos deben reprimir sus propios impulsos, ansiedades y conflictos internos para liberar la energía psíquica y poder madurar– fueron las primeras que trataron de explicar el desarrollo de la gratitud en los niños. Melanie Klein, psicóloga británica nacida en Austria, escribió en su memorable libro de 1957 –Envidia y gratitud– que la gratitud surgía en los primeros estadios de la infancia, pero solo si la envidia no impedía su desarrollo. Sin embargo, las últimas investigaciones no han corroborado las afirmaciones de Klein. Los estudios lingüísticos de los años 70 y 80 descubrieron que las expresiones espontáneas de agradecimiento aumentan en los niños a medida que maduran y van cumpliendo años. A pesar de las lagunas, la escasa –aunque pionera– investigación sobre la gratitud ha abierto la brecha para los investigadores contemporáneos como nosotros. Después de leer diversos estudios psicológicos sobre la gratitud en los jóvenes, encontramos algunos huecos que había que rellenar. Uno de ellos era la falta de investigación en los primeros años de vida. Hasta 2005 no tuvimos noticias sobre estudios acerca de la gratitud y el bienestar de los niños pequeños. Entonces, en 2006, algunos profesores de psicología y los investigadores Nansook Park y Christopher Peterson dirigieron un análisis de contenidos sobre cómo describían algunos padres las cualidades más destacadas del carácter de sus hijos. Una de ellas era la gratitud. Vieron que, de los veinticuatro valores examinados, este era el más relacionado con la satisfacción de la vida. Entusiasmado por este hallazgo, Jeff contactó con la mayor autoridad del mundo sobre este tema: Robert Emmons, profesor de psicología de la Universidad de California en Davis, para ver si le podría interesar replicar un experimento que él y su colega Michael McCullough –director del Laboratorio de Evolución y Comportamiento Humano de la Universidad de Miami– habían dirigido en 2003 sobre los efectos beneficiosos de la gratitud en los adultos que escribían un «diario sobre actos de gratitud». Excepto que, en esta ocasión, los participantes de la investigación serían adolescentes. Aunque es verdad que algunas personas son intrínsecamente más agradecidas que otras, estábamos convencidos de que, cualquiera que fuera el punto de gratitud en que nos encontráramos, podíamos mejorar, porque la gratitud se puede aumentar. Emmons accedió, y la réplica se llevó a cabo para demostrar que escribir un «diario de gratitud» y contar los beneficios que se reciben también ayuda a los niños. Poco después, Emmons le presentó a Jeff a Giacomo (que había colaborado con él). Los dos descubrimos nuestra pasión por comprender la ciencia que subyace en la tarea de ayudar a que los niños sean más agradecidos; consideramos que el esfuerzo valía la pena, dadoque la gratitud comporta beneficios psicológicos y sociales de larga duración para las personas, que llegan hasta la madurez. En nuestras primeras conversaciones hablamos precisamente sobre esto. ¿Puede la gratitud, si se inculca desde la infancia, llevar a una felicidad integral, a crear relaciones de apoyo, sentimientos de pertenencia a la comunidad y esperanza en el futuro? Sorprendentemente no había estudios ni investigaciones sobre estos temas. Nos preguntamos si la gratitud proporcionaba ciertos beneficios particulares en el desarrollo de los niños: el creer que tienes algo importante que ofrecer a los demás, una actitud menos materialista, un sentido y un porqué de las cosas. No nos constaba que se hubiera realizado este estudio con niños. Nos sorprendió que, aparte de la investigación con estudiantes antes mencionada, no se hubiera estudiado el desarrollo y la práctica de la gratitud en los niños ni los potenciales resultados de este esfuerzo. Claramente, era un área que necesitaba atención, sobre todo porque había bastantes pruebas de que entre los variados beneficios de llegar a ser un adulto realmente agradecido se incluían una mejoría en la salud física y mental, y un bienestar psicológico y social. Dos estudios longitudinales recientes demuestran por qué la gratitud puede ser particularmente beneficiosa para los más jóvenes. Uno de ellos relaciona la gratitud con una mayor integración social, y demuestra que constituye una protección contra el estrés y la depresión. Un segundo estudio, realizado a raíz de la entrega de regalos entre asociaciones femeninas de estudiantes (sororities), mostró que las beneficiarias (los nuevos miembros) estaban más agradecidas cuando se sintieron comprendidas y valoradas por una benefactora (las veteranas), y que esto llevó a una mayor conexión entre los dos grupos, a la vez que reforzaba el sentido de pertenencia a la asociación por parte de las veteranas. Estos resultados sugieren que la gratitud no solo nos ayuda a crear, mantener y estrechar relaciones de apoyo, sino que también hace que nos sintamos conectados a una comunidad que nos ayuda y valora nuestras aportaciones. Estas ventajas son fundamentales para la resiliencia y el sano desarrollo de niños y adolescentes. Aparte de varios estudios aislados que precedieron a las actuales teorías sobre la gratitud, la investigación de este hábito en los jóvenes está dando sus primeros pasos. Sin embargo, los resultados que estamos obteniendo refuerzan muchas de las ventajas mencionadas. Hemos llegado a la conclusión de que, si comparamos a los adolescentes más jóvenes (11-13 años) con otros de su misma edad que son menos agradecidos, los primeros son más felices, más optimistas, tienen más apoyo social por parte de su familia y amigos; están más contentos con su colegio, su familia, su comunidad, sus amigos y consigo mismos; y ayudan más a los demás. También se encuentran más sanos físicamente. Tienen menos dolores de cabeza, de estómago y menos secreción nasal. Hemos comprobado que los adolescentes agradecidos (de entre 14 y 19 años), comparados con otros que no lo son tanto, están más contentos con sus vidas, utilizan sus cualidades para mejorar la comunidad, están más comprometidos con sus tareas escolares y con sus aficiones, obtienen mejores calificaciones y son menos envidiosos, depresivos y materialistas. Sin embargo, la visión científica de la gratitud como una fuerza humana continuará estando incompleta si no comprendemos cómo evoluciona en su temprano desarrollo. Después de realizar varios estudios más sobre la gratitud con jóvenes, nos dimos cuenta de que es una cualidad que se puede aprender y reforzar con la práctica. Educar en la gratitud comparte los hallazgos innovadores de nuestra investigación y proporciona una visión integral sobre cómo ayudar a los niños a encontrar mayor satisfacción y plenitud por medio de la gratitud. Este libro explica cómo crear un ambiente que anime a los niños a desarrollar la gratitud y ofrece estrategias concretas y científicas para hacer que aprecien lo que tienen, entre otras: cultivar las relaciones personales, poner límites a las pantallas y los medios de comunicación, tener mayores aspiraciones, etc. Se puede examinar la efectividad de estas estrategias midiendo la gratitud de los niños y adolescentes antes y después de aplicarlas. Como los niños aprenden muchos comportamientos observando e imitando a los adultos, sugerimos que te las apliques también a ti mismo. Puedes medir tu propia gratitud antes de utilizar las estrategias para ver si son efectivas. El material que hay en el apéndice te puede ayudar a medirla formalmente por medio de varios cuestionarios científicamente validados. Pero también puedes medir la gratitud en ti y en tus hijos de manera informal. Puedes hacerlo fijándote en los pensamientos y en los comportamientos típicos de aquellas personas que son agradecidas. Por ejemplo, en vez de pasar por alto que tu cónyuge haya encendido la calefacción del coche antes de irte a trabajar, ahora te sientes agradecido porque ha hecho eso por ti a pesar de que también tiene que irse corriendo. Quizá tu hijo da las gracias con más frecuencia que antes. Puede que tu lista diaria de motivos por los que dar gracias se haya cuadriplicado, porque ahora aprecias muchas cosas pequeñas, como el sol que te calienta mientras esperas que tu hijo baje del autobús. Y quizá él ahora te da las gracias y te abraza por cosas que antes daba por supuestas: porque le haces su cena favorita o le pones algo especial en su bolsa de comida. Los padres, profesores, orientadores y cualquiera que trabaje con gente joven pueden utilizar estas ideas y estrategias, basadas en las últimas investigaciones científicas, para potenciar la gratitud en niños y adolescentes. En este libro, ofrecemos una investigación puntera y compartimos historias reales, tanto de adultos como de jóvenes. Ayudando a los niños a apreciar los pequeños regalos diarios de su vida (amigos que les ofrecen su apoyo emocional, profesores que les ayudan en su tiempo de descanso, padres que se quedan por la noche para ayudarles con un trabajo del colegio), esperamos reforzar sus sentimientos de cercanía y compromiso hacia los demás: profesores, familia, comunidad, sociedad. ¿Es algo tan bueno la gratitud? Scott, de diecisiete años, es un ejemplo de algunas de las conclusiones de nuestros estudios longitudinales realizados durante cuatro años sobre el desarrollo del agradecimiento en los adolescentes, que se describen detalladamente a lo largo de este libro. Scott es muy conocido entre los chicos de su edad y los adultos por su mala conducta. A veces falta a la escuela, y, cuando va, con frecuencia lo mandan al despacho del director por faltas de disciplina. Con frecuencia acosa y manipula a los otros chicos para que hagan lo que él quiere. ¿Te gustaría que Scott viviera en tu barrio o fuese al colegio con tus hijos? Quizá no mucho, aunque, después de todo, solo es uno más. ¿Y si viviera en tu misma calle? ¿Te gustaría que fuera amigo de tus hijos? Seguramente no, y lo comprendemos. ¿Pero es Scott una causa perdida? ¿Debería la sociedad tirar la toalla? Nuestra investigación sugiere que no. Hemos descubierto que chicos como Scott pueden cambiar si se les enseña a ser más agradecidos. Estos jóvenes son socialmente proactivos y se vuelcan en los demás; siempre están deseando estar con otros, echar una mano a alguien y derrochar amabilidad. También tienen muchas otras cualidades especiales –defender a los demás cuando se meten con ellos, disfrutar y participar activamente en la escuela e inspirar confianza– que hacen que otros quieran formar parte de su vida. Por eso, un modo de transformar el carácter de los chicos, y en esto la ciencia nos respalda, es hacerlos más agradecidos. El esfuerzo por desarrollar una personalidad agradecida Hay cuatro cualidades que distinguen a las personas muy agradecidas. Si los comparamos con los que son menos agradecidos, experimentan este sentimiento: 1) de unamanera más intensa, 2) con más frecuencia a lo largo del día, 3) con más densidad (es decir, están más agradecidos a más gente por cada acontecimiento positivo) y 4) el espectro de aspectos por los que se muestran agradecidos es más amplio en cualquier momento de su vida (porque se cuenta con ellos para algo, porque alguien los defiende, por hacer bien un examen o ganar en un juego, etc.). Por eso, una manera de saber si tu hijo o tú estáis siendo más agradecidos después de seguir las estrategias de este libro es comprobar si habéis comenzado a encarnar estas cualidades. Tu gesto de llevar a la amiga de tu hija al partido para que puedan jugar juntas no pasará desapercibido, sino que tu hija te dará las gracias e incluso pondrá la mesa sin que se lo pidas. Tu hijo no te dará las gracias con la escasa frecuencia con que se ofrece a sacar la basura, sino que lo hará con más frecuencia, incluso a diario. Aunque tu hijo adolescente normalmente se olvida de todos los que le han ayudado a llegar donde está, te sorprenderá escuchar una larga lista de nombres de personas a las que les está agradecido porque le han ayudado a conseguir su primer empleo. Y, aunque pensabas que tu hija solo agradecía los videojuegos, las golosinas o el tiempo extra de dibujos animados, te das cuenta de que te agradece pasar un agradable día en la playa o que la animes a continuar cuando las cosas son difíciles. Como ves, la gratitud puede hacer que todos los días sean diferentes. Estas experiencias son realmente gratificantes, y ver a tu hijo convertirse en una persona agradecida será algo así como magia. Poner en primer lugar lo más importante «Dedicamos demasiado tiempo a lo que es urgente y no a lo que es importante». STEPHEN COVEY, autor de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva Es posible educar a los niños como proponemos, pero exige dedicación. Necesitamos darle prioridad a este objetivo. Como nos recuerda Stephen Covey, educador y escritor: «Lo más importante es que lo más importante siga siendo lo más importante». Conseguir educar en la gratitud requiere que: 1) creas que es una meta que vale la pena, 2) aprendas lo que tienes que hacer, 3) pongas un esfuerzo semanal e incluso diario para conseguirlo y 4) te comprometas con este objetivo durante un largo período de tiempo, como con los demás aspectos de la educación de tu hijo. Imagina que tienes enfrente de ti un recipiente grande vacío, un montón de piedras de diferentes tamaños, una bolsa de arena y un cubo de agua. Si pones las piedras medianas en el recipiente, ¿podrás meter más cosas dentro? Claro, podrás meter las piedras pequeñas. Una vez que las has metido, ¿crees que cabrá algo más? Sí. Puedes echar la arena por encima. Ahora que la arena se ha metido entre las piedras, rellenando el hueco que quedaba entre ellas, ¿cabrá algo más dentro del recipiente? Claro que sí. El agua. Te quedan las piedras grandes. La pregunta del millón es: ¿Cómo conseguirás meterlas si el recipiente está lleno hasta los topes? Cierra el libro y piénsalo. Bien, vamos a ver si tienes la solución. La respuesta correcta es: ¡tienes que meter primero las piedras grandes! Esta es la metáfora que utiliza Covey para ilustrar la importancia de priorizar. Las piedras grandes representan tus prioridades en la vida (relaciones personales, salud, crecimiento espiritual). Todo lo demás simboliza los otros aspectos de la vida (responsabilidades, tareas, crisis). Si no identificamos las piedras grandes, por ejemplo, educar en la gratitud, y las encajamos en nuestra vida, nadie lo va a hacer por nosotros, y las ventanas de esas elecciones se irán cerrando poco a poco. La imagen nos recuerda que no debemos posponer lo que más nos importa a lo que menos nos importa. Es decir, nuestro objetivo para educar a nuestro hijo en la gratitud debería ser más importante que adaptarnos a las prioridades o expectativas de otros y a las innecesarias interrupciones de los medios de comunicación y la televisión. * * * El esfuerzo por educar en la gratitud a tus hijos vale la pena. Mejorará tu vida familiar y los prepararás para que se conviertan en adultos que se preocupan por los demás. Más aún, si enseñamos a nuestros pequeños ciudadanos a apreciar las cosas de manera espontánea, serán más receptivos hacia lo que el mundo les pueda ofrecer; incluso a lo que puedan aprender de sus padres, de sus profesores, de sus amigos, de la sociedad y de la naturaleza, creando una espiral ascendente de sentimientos positivos que generará más gratitud. Capítulo 1 ORIENTAR A TU FAMILIA HACIA LA GRATITUD LA gratitud debería nacer –hacia sus padres y los que le cuidan y, finalmente, hacia otras personas– la primera vez que el niño experimenta que le están ayudando. Nuestra investigación demuestra que los jóvenes con relaciones familiares satisfactorias son más agradecidos. Incluso en los hogares donde se inculca la gratitud de manera activa, la habilidad de razonar y aceptar los retos varía según el grado de madurez. Un día, Dario, el hijo de Giacomo, de siete años, se dio cuenta de que su hermano pequeño, Alex, tenía un juguete nuevo. Como él no había tenido tanta suerte, fue rápidamente a quejarse a su madre. Lloró, lamentándose de que no era justo, idea que repitió muchas veces. A algunos os puede hacer gracia la escena, porque os resulta bastante familiar. Los niños discuten sobre quién tiene más o mejores juguetes. ¿Por qué? ¿Por qué es tan fácil para los niños y los adultos centrarse en lo que no tienen? Ayuda a tus hijos a conectar con las emociones positivas Las emociones nos transmiten una información importante sobre nuestro entorno. Si sentimos ansiedad, puede ser porque percibimos una amenaza inminente. Si estamos enfadados, quizá alguien nos haya frustrado o herido. Pero, cuando estamos contentos, no siempre pensamos en el porqué. Cuando se trata de emociones positivas, simplemente disfrutamos, porque son una señal de que las cosas van bien. Por eso basta con que sigamos en la misma línea para continuar disfrutando. De manera automática, tendemos a ser menos analíticos durante los estados de ánimo positivos, y cometemos el error de no preguntarnos el porqué. Por el contrario, cuando nuestras emociones son negativas, tendemos a analizar más las causas. Nuestra naturaleza nos empuja a averiguar por qué ocurren los acontecimientos negativos para poderlos evitar o prevenir en el futuro. Esto nos ayuda a sobrevivir, pero no necesariamente a progresar. Teniendo esto en cuenta, volvamos con Dario y Alex. Si le dijéramos a Dario que en casa hay juguetes nuevos para él y su hermano, nos lo podemos imaginar abriendo su regalo a toda velocidad para jugar con ellos, sin preguntarse por qué los han recibido. Esta tendencia natural está especialmente arraigada en los adultos. Como Dario, no tendemos a pensar por qué nos ocurren las cosas buenas. Pero, si su madre hubiese pedido a Dario que explicara por qué Alex y él tenían regalos ese día, él podría haber conectado el premio –los juguetes– y su comportamiento: recoger durante toda la semana. Cuanto mejor comprendemos por qué nos suceden las cosas buenas, más fácil es sintonizar con las posibles fuentes de gratitud (por lo menos cuando hay gente responsable de que sucedan). En este ejemplo, la madre ayuda a los niños a sentirse bien por ser responsables, agradecen que les regale juguetes y todos están contentos. Esto nos lleva a la primera estrategia: centrarnos en las emociones positivas. Se puede aplicar a los niños desde los tres años. ESTRATEGIA 1: Centrar a los niños en por qué les suceden cosas buenas y en las personas que las provocan. Esta estrategia básica ayuda a comenzar con los niños conversaciones que les hacen conscientes de que otros han querido ayudarles y entender por qué han querido hacerlo. Para emplear esta estrategia, un adulto o un niño debe hablar de las cosas buenas que han ocurrido durante el día (o la semana) y por qué cree que han sucedido. Esto hace que el niño se dé cuenta de la amabilidad de un amigo o un profesor.Por ejemplo, una niña puede decir que ha aprendido un nuevo juego muy divertido porque se lo ha enseñado un amigo. Los padres pueden aprovechar para sugerirle que valore a este amigo por haber querido que participara en esa diversión. La gratitud ayuda a la supervivencia, porque lleva a las personas a identificar las relaciones personales más importantes para ellas. Esta estrategia es útil en muchas situaciones. Por ejemplo, en el colegio se puede enseñar a los niños a ser agradecidos y a apreciar a los que les han ayudado y han sido amables con ellos. Esta práctica se puede complementar con otros ejercicios que ayuden a crear un ambiente de colaboración en la clase. En casa, los niños pueden pensar en los beneficios del día o de la semana, para que sus oraciones sean más reflexivas. Se puede hacer a la hora de la comida. En nuestros datos longitudinales se demuestra que los niños que dan gracias durante las comidas desarrollan la gratitud más que sus compañeros. También se les puede sugerir que den las gracias a todos los que han hecho posible que la comida esté en la mesa: los granjeros, pescadores, transportistas, empleados del supermercado y Dios. Durante las oraciones de la noche les puedes animar a que den gracias por los que recientemente les han ayudado o han sido buenos con ellos y por tener personas tan especiales en sus vidas. Para evaluar esta estrategia, Jeff y sus compañeros, Robert Emmons y William Sefick, pidieron a estudiantes de 12 y 13 años que escribieran un diario durante dos semanas. Los dividieron en tres grupos. Los del primer grupo tenían que escribir sobre cinco cosas por las que estaban agradecidos, al segundo se le pidió que se centrara en las contrariedades. El tercer grupo funcionaba como control, y los que estaban en él simplemente completaban el cuestionario que se les había dado a todos los grupos. Los estudiantes que escribieron en los diarios de gratitud frases como: «Mi entrenador me ayudó en clase de béisbol». «Mi abuela está bien de salud, mi familia está unida y nos queremos, mis hermanos tienen buena salud y nos lo pasamos bien todos los días». «Estoy agradecido porque mi madre no se enfureció cuando, sin querer, rompí una mesa del jardín». Los que escribían sobre las contrariedades que habían sufrido decían cosas como: «Odio que la gente haga el idiota y se burle de otros». «Tuve que madrugar para jugar al fútbol y perdimos porque fallé un penalti». «Creo que me estoy esforzando mucho en el colegio para sacar buenas notas, pero no es suficiente». Nuestra investigación concluyó que los estudiantes que cuentan sus beneficios se vuelven más agradecidos, más optimistas, están más satisfechos con sus vidas y experimentan menos emociones negativas. Tres semanas después de haber empezado los diarios, los alumnos que hablaban de las cosas buenas que les pasaban dijeron que estaban agradecidos por su escuela y su educación. También manifestaron que estaban aprendiendo más y estaban deseando ir al colegio. Los beneficios de este cambio de perspectiva son muy reales. Los alumnos que están contentos con la escuela sacan mejores notas y tienen mejores relaciones sociales; animar a los estudiantes a que cuenten todos los beneficios que reciben puede ayudarles a pensar más positivamente sobre su colegio en general y sobre sus profesores en particular. Hemos escuchado numerosos testimonios de docentes que ponen en práctica esta estrategia. A veces ponen «pizarras de gratitud» en sus clases. Los estudiantes escriben frases o hacen dibujos de gente a la que aprecian, de sus logros o de experiencias y lugares significativos. Los buenos entrenadores también aplican esta estrategia usando cuadros de colaboración para mejorar las destrezas de sus jugadores, y animan a los chicos a dar las gracias a los compañeros del equipo que les ayudan a mejorar en alguna de las habilidades. Aprender a valorar los beneficios de los intercambios sociales Vamos a intentar profundizar en la primera estrategia como punto de partida para educar en la gratitud. Cuando dirigimos nuestra gratitud hacia otros, nos hacemos conscientes de las relaciones que constituyen un apoyo en nuestra vida, que estas son satisfactorias y se refuerzan mutuamente –el tipo de relaciones que crean la atmósfera adecuada para que se den las circunstancias beneficiosas–. Este conocimiento nos ayuda a mejorar nuestra capacidad para obtener ayuda y colaboración de los demás. Potenciar la gratitud en los hijos como una habilidad social básica les ayuda a fijarse en los elementos positivos y en la gente que forma parte de su vida, lo que fomenta los buenos sentimientos y aumenta sus experiencias de aprendizaje. Cuanto antes y más a menudo utilicemos esta estrategia con los niños, más abiertos estarán a la gratitud; y, como veremos en los siguientes capítulos, más oportunidades tendrán de alcanzar el éxito y de estar contentos. La historia de su vida y las personas que forman parte de ella tendrán más coherencia. Ayudar a los niños a enfrentarse con las emociones negativas Entre los tres y los doce años, los niños tienden a pensar que las cosas son o blancas o negras, tienen una perspectiva irreal del mundo y los acontecimientos, basada sobre todo en sus propias necesidades. Por ejemplo, Jeff y su mujer tienen establecido un límite de tiempo para que su hijo James juegue con la Wii. Cuando les pide más tiempo, le dicen: «Bueno, te podemos dejar jugar más tiempo hoy, pero entonces mañana no jugarás». Inmediatamente, James contraataca diciendo: «Siempre me quitáis la Wii», y levanta los brazos desesperado. Para James, un sábado sin jugar a la Wii es una clara señal de que sus padres son dictadores sin escrúpulos a los que no les importan sus intereses (ignora el hecho de que le dejaron jugar más tiempo el viernes y que le han prometido un poco más el domingo). Te estarás preguntando qué se puede hacer para cambiar semejantes percepciones sobre la injusticia, que son tan frecuentes en todas las familias. Esto nos lleva a una segunda estrategia, que es la otra cara de la moneda con respecto a la primera: cómo ayudar a los niños a afrontar las emociones negativas. ESTRATEGIA 2: Ayudar a los niños a controlar las emociones negativas resolviendo los problemas con calma, dando nombre a sus sentimientos y reemplazando sus pensamientos negativos con otros positivos. Como habrás adivinado, esta estrategia es mucho más difícil de realizar que la primera. La vida puede estar llena de decepciones. Si esto es así para los adultos, todavía es más cierto para los niños. Crecer es una tarea difícil. Cada día está lleno de novedades y retos que se mueven con más rapidez que su limitado conocimiento y la capacidad de sus habilidades cognitivas. Ayudar a los niños a controlar sus emociones es difícil, y puede que constituya uno de los mayores retos de los padres. Por eso, aunque Jeff y su mujer sean psicólogos e intenten por todos los medios no fomentar el perfeccionismo, su hijo de seis años, James, es muy duro consigo mismo cuando comete errores. Si Jeff le gana jugando al ajedrez, James se decepciona demasiado, hasta el punto de ponerse a llorar y decir cosas como: «¿En qué estaba pensando? ¡Ni siquiera tenía una estrategia de juego!». Jeff intenta aligerar la frustración con un abrazo y el recordatorio de que nadie es perfecto, y que equivocarse forma parte de la vida. A veces, esto tranquiliza a James, pero en otras ocasiones no. La verdad es que no hay soluciones rápidas ni estandarizadas para controlar las emociones negativas. Se requiere mucha paciencia, creatividad y esfuerzo. Hay que intentarlo varias veces, surgirán dudas e incluso, en ocasiones, sentimientos de culpa y vergüenza. Ser un buen modelo para resolver los problemas Mantener la calma es la primera parte de esta estrategia, ya que la salud emocional de los niños depende en buena medida del ejemplo que les dan los adultos mediante su propio comportamiento. Respirar hondo para intentar encontrar una solución adecuada a los problemas en cada momento esuna herramienta fundamental. Cuando sientes la presión del tiempo, porque tienes que llevar a tu hijo al entrenamiento de fútbol o a la clase de música, su frustración puede ser bastante grande porque no consiguió añadir otra pieza de Lego a su avión o submarino supersónico, o no pudo colorear una jirafa más de la obra maestra de su safari de animales. Una respuesta calmada le indica que le puedes ayudar y que el problema no es tan grave de resolver. Por otra parte, separar a un niño de un proyecto en el último minuto, provocándole el enfadado y el llanto, demuestra poco control por tu parte y que no te interesan sus cosas. Aunque a veces lo hacemos sin darnos cuenta, semejante comportamiento de los adultos puede hacerles daño. Y todos somos culpables de ello. Pongamos como ejemplo a Giacomo, que se comportó así cuando su hijo Dario tenía que irse al entrenamiento de béisbol. Después de recordarle que se pusiera las zapatillas, subiendo cada vez más el tono de voz, Giacomo no se lo podía creer cuando se lo encontró jugando apaciblemente con su Nintendo. Giacomo le dijo: «Apaga eso ahora mismo», y Dario le contestó: «Pero si estoy a punto de vencer al invisible Mario y nunca antes lo había conseguido». Arrancándole la Nintendo de las manos, Giacomo rugió: «¡Me da igual, se suponía que estabas poniéndote las zapatillas!». Si, en vez de recordarle las cosas gritando, Giacomo hubiese llegado antes para ver lo que estaba haciendo su hijo, se habría dado cuenta de que no había escuchado ninguno de los recordatorios, y las cosas podrían haber sido de otra manera. De todas maneras, a veces el caos de la vida se interpone en nuestro camino. Por ejemplo, Jeff estaba una vez solo con sus dos hijos y llegaba tarde para dejar a James en el autobús. Precisamente en ese momento, su hija de tres años, Julianne, insistió en abrocharse la chaqueta ella sola. Ansioso e impaciente porque iban a perder el autobús, abrochó rápidamente la chaqueta de Julianne, mientras ella lloriqueaba: «Quería hacerlo yo». La llevó en brazos hasta que salieron de casa, y la niña le dio varios puntapiés en las costillas mientras le entraba un berrinche. Si hubiese mantenido la calma, podía haberle dicho que se abrocharía la chaqueta al salir de casa. Pero las prisas matutinas le traicionaron en esa ocasión. Incluso con nuestras mejores intenciones, no siempre conseguimos mantener la calma, y no pasa nada. Aunque, si de manera habitual no conseguimos resolver los problemas con tranquilidad, esto puede ser contraproducente y, a la larga, hacer daño a nuestros hijos. Si mantienes una actitud serena, muchas veces conseguirás inculcar la gratitud en tus hijos. Todavía tenemos que confirmar con algunos estudios cómo se relaciona esta herramienta con el fomento de la gratitud, pero sospechamos que es útil, porque demuestra que te preocupas por ellos y las cosas que les importan. Resolver los problemas con calma es señal de constancia, y demuestra que trabajar juntos lleva a mejores soluciones. Saber que otras personas se preocupan de tu bienestar es una importante fuente de gratitud. Esto ayudará mucho a tus hijos cuando creen amistades, vínculos sociales o relaciones laborales en el futuro. Si solucionas los problemas con calma, estarán más en sintonía con las necesidades de los demás y sabrán cómo ayudarles con sus problemas, reforzando los vínculos que les llevarán al éxito en la vida. «Te comprendemos»: Ayudar a los niños a entender las emociones negativas Es fundamental identificar y poner nombre a las emociones de los niños. Cuando están angustiados y experimentan emociones negativas, puede que no entiendan por qué las cosas no funcionan como a ellos les gustaría. Pueden estar demasiado frustrados por algo que ocurre inesperadamente, o quizá estén totalmente ofuscados por la realidad o percepción de que se les ha tratado injustamente. Durante esos momentos, es importante para los padres llegar a los fundamentos de por qué su hijo está triste, frustrado o enfadado; y ayudarle a entender lo que le está pasando, identificando sus emociones negativas. Dicho de otro modo: tratar de enriquecer su vocabulario emocional para que la próxima vez pueda comunicar sus sentimientos. Las emociones negativas pueden ser abrumadoras para los niños, porque la competencia emocional es compleja y solo se desarrolla gradualmente a medida que experimentan los diferentes contextos sociales y se adaptan a ellos. Por tanto, es fundamental que los adultos muestren que comprenden la confusión por la que están pasando sus hijos. Esto les enseña a los niños que las contrariedades forman parte de la vida y que es normal experimentar esos sentimientos. También les hace ver que no están solos en su sufrimiento. Dando a los niños las herramientas lingüísticas para expresar sus emociones negativas, y siendo positivos y comprensivos en sus perplejidades, los adultos les ayudan a desarrollar un sano control de sus sentimientos. Estas dos habilidades transforman los acontecimientos emocionales negativos en valiosas experiencias de aprendizaje. Por ejemplo, una niña puede estar dibujando o coloreando algo y, de pronto, le entra una rabieta porque «está hecho una birria», ya que se ha salido de las líneas o ha utilizado el color equivocado. Es una buena ocasión para que los adultos demuestren que comprenden su frustración y la ayuden a llevar a cabo su objetivo. Para un adulto es fácil zanjar la cuestión rápidamente con un «No te preocupes, cariño, solo es un dibujo. Tenemos más papel, puedes hacer otro». Pero, en este ejemplo, deberías decir algo así como: «Has trabajado mucho en ese dibujo, yo también estaría contrariado. Vamos a ver cómo podemos arreglarlo». Este último enfoque tiene en cuenta la frustración de la niña, pone un nombre a la experiencia emocional y demuestra tu apoyo al corregir el problema. Te muestras empático. Poner nombre y participar en las emociones de los niños les ayuda a comprender la gratitud desde muy pequeños. Ayudar a los niños a hablar sobre sus propias emociones y las de otros –como demuestran recientes investigaciones– es muy importante para promover la gratitud en los primeros estadios de la vida. Si el niño aprende a identificar sus sentimientos desde los tres años, entenderá mejor los pensamientos y creencias a los cuatro, y estos dos factores le harán entender mejor el concepto de gratitud a los cinco. Ayudar a reestructurar los pensamientos negativos de los niños Reemplazar los pensamientos negativos de los niños por otros positivos es la última herramienta de la segunda estrategia. Los psicólogos la llaman «reestructuración cognitiva». La frustración y la ira son incompatibles con la disposición hacia la gratitud, porque las emociones negativas suelen centrar nuestra atención en las causas de esas experiencias, lo que impide los intercambios positivos con otros. Por eso, aprender a enfrentarnos a las emociones negativas es una herramienta necesaria que los niños deben desarrollar lo antes posible. Como ya hemos discutido en este capítulo, deben aprender que sus sentimientos negativos forman parte de la vida, y se pueden ofrecer soluciones positivas aceptables. Una de las claves de la reestructuración positiva es conseguir que tu hijo comprenda y asuma las alternativas como propias. Tendrás que echar mano de tu creatividad. A veces es fácil. Volvamos a los ejemplos anteriores. Cuando a Dario no le regalaron un juguete nuevo, y a su hermano sí, su madre simplemente le recordó las recompensas que obtuvo él en el pasado. Le explicó que no había cumplido con sus obligaciones y su hermano sí, y le desafió a hacerlo mejor la próxima vez: «Dario, comprendo que estés decepcionado porque no has conseguido un juguete nuevo. Pero la semana pasada no recogiste tus cosas, y sé que puedes hacerlo, porque lo hiciste la semana anterior. Así que, a ver si la próxima lo consigues». Fíjate en que esta respuesta dirige la atención del niño, dejando claro que el adulto le apoya en su intento por resolver el problema y que no es una víctima.La atención de Dario debería cambiar de sentir que ha sido tratado injustamente a considerar que creen en él y lo apoyan, una visión más constructiva que le ha dado su madre. Pero, esta vez, Dario no aceptó el reto; en vez de eso, siguió mascullando que «no era justo». Es importante, de todas maneras, intentar reemplazar los sentimientos negativos, independientemente del resultado. A veces, es útil esperar el momento oportuno, cuando las emociones se han calmado. Esto fue lo que funcionó con Dario. Al día siguiente del incidente del juguete, su madre le recogió del colegio, y se encontraron con dos hermanos, amigos suyos. Los niños dijeron que el año próximo no asistirían a aquel colegio porque su padre tenía cáncer y no podría trabajar durante el tratamiento. Por eso tenían que mudarse, porque no podían seguir pagando el alquiler. Cuando llegaron a casa, la madre de Dario aprovechó para preguntarle si pensaba que la situación de los niños era triste. Él dijo que claro. Ella siguió señalando «la suerte que tenemos por vivir en una casa tan bonita y, sobre todo, por tener buena salud. Esto es mucho más importante que los juguetes nuevos». Dario estuvo de acuerdo, y pareció comprender que «debemos estar agradecidos por las cosas importantes que tenemos», incluso mencionó otras cosas por las que estaba agradecido, como que «papá cocine, porque no podríamos vivir sin comer». Compararse con otros que tienen menos suerte (lo que se llama «comparaciones sociales descendentes») es una buena manera de reestructurar positivamente la queja de nuestro hijo, de manera que pongamos el acento sobre la gratitud. Sin embargo, a veces, es posible hacer frente a las percepciones negativas de un niño de manera más rápida y fácil. Un día, se cambiaron las tornas, y fue el hermano pequeño de Dario, Alex, el que estaba contrariado por un trato «injusto». Al volver del colegio, se enteró de que su hermano estaba pasando un día especial con la abuela en Disneyland. Su madre encontró una fácil solución. Dijo que el próximo día sería Alex el que pasaría un día especial con la abuela. Este ejemplo muestra que reemplazar los pensamientos negativos de un niño por una alternativa atractiva puede calmar sus emociones negativas. Desgraciadamente, ayudar a los pequeños a reestructurar situaciones injustas con una perspectiva positiva no siempre es tan sencillo y suele provocar estrés y tensión a los padres. Sin embargo, vale la pena el esfuerzo, porque hacer frente a emociones negativas es especialmente difícil para los niños que todavía están aprendiendo el lenguaje y las estrategias para controlar sus emociones. Controlar las emociones: la gratitud aumenta durante los acontecimientos positivos Ahora, vamos a pararnos a considerar cómo las dos primeras estrategias que hemos mencionado, si se dan juntas, pueden crear las condiciones necesarias para hacer a los niños más agradecidos. Los investigadores han descubierto recientemente que hay una ratio del 3/1, llamada la «línea de Losada», desde las emociones positivas a las negativas que los chicos tienen que desarrollar. Enseñar a los niños a reconocer los beneficios que reciben, ayuda a aumentar el número de emociones positivas que experimentan –esto construye el eje izquierdo de la línea de Losada–. Pero las cosas no siempre salen como queremos, y los niños se dan cuenta enseguida. Incluso entonces, es importante contrarrestar su evaluación negativa lo antes posible para ayudarles a enfrentarse de modo efectivo a los acontecimientos negativos. Los psicólogos están de acuerdo en que tendemos a meternos en una espiral, ya sea hacia una mayor positividad o hacia una mayor negatividad. Ayudar a los niños a reestructurar las experiencias negativas en otras positivas les ayuda a evitar, más adelante, la tendencia negativa. También nos acostumbramos a los acontecimientos y a las experiencias. Eso significa que una circunstancia poco común puede cambiar nuestros pensamientos y nuestros sentimientos de manera momentánea, pero pronto volvemos a nuestros niveles típicos, o punto fijo de positividad y negatividad. Por ejemplo, supongamos que el punto fijo de un adolescente es de siete sobre diez, y acaba de ser admitido en la universidad que quería. Al principio, estará contentísimo, con un nivel de felicidad de nueve sobre diez. Se lo dirá a sus amigos, llamará a su abuela y quizá se lo diga al mundo por medio de las redes sociales. Pero después de algún tiempo, quizá algunos meses, su nivel de felicidad volverá a siete. Según Sonja Lyubomirsky, una prestigiosa investigadora sobre la felicidad y profesora de psicología de la Universidad de California en Riverside, hay dos requisitos para avanzar en la felicidad: ralentizar la vuelta a nuestro punto fijo después de los acontecimientos positivos y acelerar nuestro retorno a ese punto después de los acontecimientos negativos. Por lo tanto, los hábitos básicos de control emocional que hemos estado exponiendo nos ayudan a meditar sobre los acontecimientos positivos de la vida –sobre la propia felicidad– y a enfrentarnos sanamente a los elementos negativos de la vida –los sufrimientos–. También orientan a los adultos a mantener una actitud agradecida, a la que enseguida volveremos. ESTRATEGIA 3: Formar a un niño para que sea agradecido. Aprender primero a controlar tus propias emociones. Pasar rápidamente de los acontecimientos negativos a los positivos. Acometer las cosas antes de que sea demasiado tarde Para implementar de manera efectiva las estrategias 1 y 2 con niños –y todas las de este libro–, primero debes ponerlas en práctica tú mismo. Conservar una reserva de espíritu positivo y mantener las emociones negativas al margen te dará los recursos mentales y emocionales necesarios para aplicar lo que has aprendido en este libro. Empezaremos con el control de las emociones negativas. Lo creas o no, un niño sabe si un adulto aplica un castigo desproporcionado por su mal comportamiento. Si se le grita a una niña: «Deja de alborotar», ella parará en ese momento por miedo, pero aprenderá más por tu comportamiento que por tus palabras. Pensará que por gritar o discutir se saldrá con la suya, y que así es como se consiguen las cosas. Como puedes imaginar, a la larga, resulta contraproducente, y contradice lo que este libro trata de fomentar: lo que se necesita si queremos que un niño sea agradecido. Los niños saben perfectamente cuándo los adultos pierden el control. Por eso es absolutamente necesario aprender a controlar las emociones negativas y asegurarte de que tus hijos no están presentes antes de desahogarte. Es bueno que los niños vean cómo afrontas las frustraciones y los conflictos de manera constructiva. Por eso, cuando tu cónyuge y tú queréis tener una conversación seria sobre alguna situación que altere seriamente vuestra vida, no penséis que vuestros hijos no tienen que escucharlo. Habladlo. Defended vuestra posición apasionadamente, pero no dejéis que los niños os vean perder los papeles, pues entonces estaréis dando un ejemplo que no queréis que ellos imiten. Los niños siempre están mirando –e imitando–, así que dad al «pause» antes de perder el control. Cuando se trata de controlar las emociones negativas, es bueno tener habilidades de resolución de conflictos y técnicas de reducción del estrés. Es importante conseguir controlar las emociones negativas, no solo porque los niños estén delante, sino por tu propia salud y bienestar. Las emociones negativas –especialmente la ira, el resentimiento y la hostilidad– perjudican tu salud y te pueden provocar una cardiopatía. También son tóxicas, y se expanden hacia otros, dificultando tu propia experiencia de la gratitud, te impiden ser modelo de estos comportamientos y poner en práctica las estrategias propuestas en este libro. Recuerda que aprender a controlar las emociones y acontecimientos negativos de manera más rápida y eficaz es importante para vivir bien, lo que te llevará al estado mental y emocional que necesitas para hacer a tus hijos agradecidos. Transmitirlos acontecimientos positivos y progresar La ratio positividad/negatividad que hemos expuesto antes también se puede aplicar en otros campos de la vida. Afecta al bienestar y al modo de funcionar de los equipos de trabajo y los deportivos, la familia y el matrimonio. Piensa cuántas personas comienzan a venirse abajo si no hay una cantidad suficiente de interacciones positivas por parte de los que trabajan con ellas o hay demasiadas interacciones negativas. John Gottman, profesor emérito de la Universidad de Washington, encontró la «ratio mágica» de 5/1 en el caso de los matrimonios. Observando a setecientas parejas de recién casados durante quince minutos, él y sus colegas pudieron predecir con un éxito del 94% quiénes iban a continuar juntos y quiénes iban a divorciarse, basándose en cómo se enredaban en las críticas, si había desprecio, si se defendían y si se abstenían de hablar de asuntos importantes. Resulta muy efectivo monitorizar la calidad de tus interacciones. Uno de los enemigos silenciosos de la felicidad en la vida moderna es el exceso de ocupaciones. Con el ajetreo de la vida olvidamos escuchar, ayudar o dar las gracias a otros. Es bueno que te recuerdes a ti mismo que tienes que hacerlo. Vale la pena, y estarías contento de reaccionar así, porque verías que tus relaciones se fortalecen y prosperan. Podrías proponerte realizar a diario un sencillo acto de amabilidad, como hacer el café para tu cónyuge por la mañana, dar las gracias a tus amigos, familiares o compañeros de trabajo. Es importante ser realista respecto a tus posibilidades. Empieza dando pequeños pasos. Poner el listón muy alto te llevará a la frustración o al abandono de tus propósitos: siempre puedes añadir otros objetivos más tarde. También te sugerimos que escribas un diario sobre tu experiencia con estos nuevos comportamientos para valorar cómo mejoran tus relaciones. Esto puede dar pie a escribir y pensar sobre la gratitud. Pero, además de hacer una lista de las cosas por las que estás agradecido, y por qué, también podrías escribir sobre cómo serían las cosas sin las personas que tienes a tu lado. Por ejemplo, puedes escribir acerca de cómo sería la vida si nunca hubieras conocido a tu marido o a tu mujer. Quizá no tendrías hijos, quizá vivirías en otro lugar o tendrías un trabajo diferente. Reconocer el tremendo impacto que ha tenido en ti te hará sentirte más agradecido por su presencia en tu vida. Para comprometerte a escribir tu diario, debes fijar la mejor hora del día. Apuntar esas cosas te ayudará a centrar el objetivo en las fuentes de felicidad que hay en tu vida, lo que te dará la energía para implementar las estrategias de este libro para ayudar a tus hijos a ser agradecidos. ESTRATEGIA 4: Cuídate. Tú también importas. Muchos padres luchan por armonizar sus necesidades con las de sus hijos. Piensan, de manera errónea, que, si nos volcamos totalmente en la actividad de ser padres –sacrificando nuestro tiempo para hacer ejercicio, dormir, practicar nuestras aficiones, planificarnos, cultivar nuestras relaciones, esclarecer nuestros valores y desarrollarnos espiritualmente–, nuestros hijos prosperarán. ¡Están completamente equivocados! Si nos descuidamos, no solo nos debilitamos nosotros mismos, sino que, irónicamente, estamos llevando a nuestros hijos por el mismo camino. La explicación es simple. Nuestros cuerpos son como ecosistemas que tienen cuatro dimensiones: física, mental, social/emocional y espiritual. Cada dimensión afecta a las otras, por lo que descuidar una influye negativamente en el resto. Si queremos tener la energía y la perspectiva necesarias para educar niños agradecidos, tenemos que habituarnos a cuidar todos los aspectos de nuestro desarrollo personal. Alimentarnos Tony Schwartz, director general del Energy Project y autor de Be Excellent at Anything, transmite algunas ideas útiles sobre el cuidado de uno mismo. Ha creado un negocio sobre la gestión de la energía personal, y está ayudando a empresas como Google, Coca-Cola, el Departamento de Policía de Los Ángeles, Sony y Genentech a aplicar sus ideas para mejorar sus resultados empresariales y la calidad de vida de sus empleados. Se basa en una sencilla idea: no podemos reponer el tiempo que dedicamos a lo que hacemos, pero podemos reponer nuestra energía. Un gran estudio multidisciplinar que crece cada vez más, apoya la idea de que las pausas, las siestas, dormir más y tener más vacaciones ayudan a mejorar la productividad. ¿Pero cómo podemos aplicar esto a la vida ordinaria fuera del trabajo? Mientras tus hijos juegan fuera y estás preparando la cena, llama a un amigo o pon tu música favorita; mientras estás esperando que arranque tu ordenador, medita o lee la Biblia. Cuando tus hijos se han dormido, disfruta de tu tiempo, haciendo ejercicio, escribiendo o conversando con amigos de tu edad o con tu cónyuge. Hagas lo que hagas, asegúrate de renovar tu energía. Evidentemente, esto es difícil, especialmente para los padres con niños pequeños. Pero es importante que encuentres algo que te reponga y que lo encajes en tu horario y estilo de vida. Recuerda que reponerse no es egoísta. En todo caso, es por el bien de los demás, porque el cuidado propio nos da la vitalidad y determinación que necesitamos para comprometernos con el objetivo de hacer a nuestros hijos agradecidos. Valorar las relaciones sociales importantes Un tema que veremos a lo largo de este libro es la importancia de ayudar a los niños y adolescentes a crear y mantener relaciones sociales positivas como medio para hacerse más agradecidos. De manera similar, si los adultos tienen la misión de educar niños agradecidos, también deben crear y mantener relaciones sociales saludables, porque nos dan energía y son las fuentes más seguras de gratitud. Y, si tenemos que transmitir aprecio a nuestros hijos, también debemos hacerlo en nuestra vida social. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste en un espacio público y no viste a varias personas con la cara pegada al smartphone o a alguna otra pantalla digital? Sin duda, el acceso electrónico instantáneo tiene muchas ventajas en el mundo actual. Pero la ciencia está empezando a advertir que un estilo de vida sin conexiones sociales significativas hacia otros no es sano, e incluso puede hacer que vivamos menos tiempo. Barbara Fredrickson, profesora de Psicología de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, ha demostrado recientemente, junto a sus colegas, que mantener conexiones sociales significativas agudiza nuestra habilidad para crear relaciones personales profundas, de la misma manera que hacer un ejercicio físico nos fortalece. Dicho de otro modo: «La capacidad de tu corazón para la amistad también obedece a la ley biológica de “lo que no se usa se atrofia”. Si no ejercitas con regularidad tu habilidad de hablar cara a cara, te darás cuenta de que pierdes esa capacidad». La investigación de Fredrickson y sus compañeros también descubrió que pasar tiempo relacionándonos con otros mejora la arritmia respiratoria –la conexión entre el corazón y el cerebro que permite el funcionamiento del sistema orgánico interno–. En resumen, las relaciones sociales positivas mejoran nuestra salud. Respecto al tema que nos ocupa, esto sugiere que los padres y los adultos deberían prestar más atención a la calidad de las conexiones sociales que mantienen con los niños y con otros adultos porque, con el tiempo, mejora nuestra calidad de vida y el bienestar emocional de todos. Por eso, en el mundo electrónico en que vivimos, es más importante que nunca que nos desenchufemos, tanto nosotros como nuestros hijos, y tengamos experiencias sociales cara a cara. Esperamos que este libro te ayude a conseguirlo. Capítulo 2 ENSEÑAR EL AGRADECIMIENTO DESDE EL PRINCIPIO LA auténtica gratitud sabe apreciar un regalo –ya sea de una persona física o de alguien o algo más espiritual (Dios, el universo)– y devolver un favor o un detalle de amabilidad. Aunque los niños no comienzan a entender la gratitud en estos términoshasta que tiene entre siete y diez años, diferentes investigaciones sugieren que sus primeros intentos comienzan en la primera infancia, cuando empiezan a desarrollar muchas otras características positivas. Las siguientes estrategias empiezan también ahí: al comienzo de la vida de tu hijo o tu hija. ESTRATEGIA 5: Ser un educador sensible y receptivo; estar atento a las necesidades del niño, poner atención a lo que quiere y le interesa, y proporcionar respuestas rápidas y afectuosas que satisfagan sus necesidades. Fomentar el apego seguro El amor es lo más importante en la relación entre hijos y padres, que tienen muchas oportunidades de demostrar el amor a sus bebés en su primer año de vida. Los niños reclaman el amor de sus padres mediante dos tipos de señales: la «búsqueda de nuevas experiencias» y la «búsqueda de la proximidad». Ambos sistemas de comportamiento ayudan a la supervivencia de los niños. Cuando los pequeños se sienten seguros en su ambiente, gatean para explorar los alrededores y juegan con objetos nuevos, aunque la búsqueda de la novedad puede resultar peligrosa por el daño potencial que representa. Por eso, cuando ocurre lo inevitable, y los niños se frustran, porque se han herido o asustado, salta su mecanismo de autoprotección de búsqueda de proximidad, y rápidamente tienden al apego, para sentirse seguros. El apego es un vínculo afectivo duradero y profundo que une a dos personas: las interacciones afectuosas y positivas entre hijo y padres proporcionan un apego seguro a los niños. Por eso, es importante que los adultos respondan rápidamente a los niños permaneciendo accesibles, aprendiendo las señales del bebé, haciéndose expertos en sus objetos, actividades y juegos favoritos. Involucrarse en respuestas sensibles –la esencia de la estrategia 5– mantiene a los padres en sintonía con las necesidades del niño, de manera que, si es necesario, puedan adaptar su respuesta, o continuar con las interacciones que comenzó el niño. Si atiendes las necesidades de tu hijo de esta manera, ayudas a tu bebé a desarrollar un apego seguro y confiado hacia ti, y le das la posibilidad de establecer otros apegos seguros al final de su primer año. Crear un apego claro o inseguro Educar a los niños puede ser difícil incluso en los mejores tiempos, pero puede resultar especialmente difícil cuando tenemos una vida estresante. Por eso, es útil considerar qué tipo de comportamientos adultos pueden consolidar, a la larga, niños con apego inseguro, que pueden convertirse en adultos inseguros e infelices. Los padres deprimidos, abierta o inconscientemente resentidos hacia la responsabilidad que reclama ser padre, a menudo no están emocionalmente disponibles para sus hijos. Algunos tienen la creencia errónea de que una capacidad de respuesta accesible hace a los hijos consentidos. Quizá esos padres esperan que sus hijos sean independientes, y controlan las interacciones rígidamente, en un esfuerzo por conseguirlo. Cualquiera que sea la razón, los padres que normalmente son indiferentes hacia las señales de sus hijos ignoran sus necesidades, rechazan sus llamadas de atención o responden con dureza a la tendencia de la «búsqueda de proximidad», inculcan un apego inseguro en el niño, conocido como «apego elusivo». El niño aprende que no puede contar con su padre o su madre; y, por eso, no se molesta en acudir a ellos cuando tiene una necesidad o está afligido. Quizá otros padres malinterpretan las señales y no responden con rapidez, o son inconsistentes respecto a las necesidades del niño. Por ejemplo, una madre puede no atender el llanto o la angustia de su hija si está preocupada por asuntos laborales. Puede que no responda hasta que la niña llore más fuerte para que le presten atención. A la larga, semejante respuesta, si es habitual, enseña a la niña que sus padres no están disponibles cuando los necesita y que es necesaria una búsqueda de proximidad más intensa. Este comportamiento por parte de los padres lleva muchas veces a un tipo de apego conocido como «ansioso-resistente». Saberlo significa haber ganado la mitad de la batalla, por eso, si te reconoces en estas descripciones, haz el esfuerzo de replantearte tu comportamiento y reconducirlo hacia un estilo sensible y atento. Este es el primer paso para enseñar a los niños a ser agradecidos. Un vínculo de seguridad proporciona beneficios para toda la vida La gratitud está muy relacionada con la confianza hacia otras personas. Cuando los niños desarrollan un apego seguro hacia sus padres, es más probable que confíen en ellos y hagan lo mismo con otras personas. A su vez, este apego se convierte en un «modelo de trabajo» para sus relaciones en el futuro. Estas pautas permanecen relativamente estables desde la infancia hasta la madurez; por eso, fomentar en tu hijo desde el principio un apego seguro le ayuda a desarrollar emociones saludables y habilidades sociales. Por ejemplo, si siempre cumples tus promesas, tu hijo se fía de ti. Cuando sea adolescente, mantendrá sus promesas, se comprometerá y disfrutará de amistades leales y relaciones amorosas, y establecerá vínculos productivos con sus profesores y tutores, y con la comunidad. El innovador «Estudio Longitudinal de Minnesota sobre Padres e Hijos», que comenzó en 1975, concluyó que los niños que antes de escolarizarse respondían a la definición de «niños con apego seguro» eran, según los maestros, más dóciles a lo que se les pedía, más competentes en la resolución de problemas y tenían más habilidades sociales que los definidos como «niños con apego inseguro». A los diez años, este comportamiento continuó: se vio que tenían más autoestima, confianza y resiliencia, eran más seguros y tenían mejores amistades. Después, durante la adolescencia, sus compañeros los consideraban más agradables, tenían más cualidades de liderazgo, y sus relaciones eran más duraderas. Los niños que en su primera infancia establecieron un apego seguro tuvieron relaciones amorosas más satisfactorias de adultos. Todos estos resultados no dependen necesariamente de los primeros años de vida. También se puede deber a la continua cercanía de los padres, a medida que los niños van creciendo. Sin embargo, estos hallazgos hacen que uno de los objetivos más importantes de los padres sea ayudar a que sus hijos tengan un apego seguro respecto a ellos y a otras personas a las que quieren. Cuando las primeras relaciones en la vida de un niño son de cuidado y cariño, y cuando los padres y los que los cuidan continúan dando respuestas sensibles al niño, este establece otras relaciones positivas –con profesores, compañeros, amigos o pareja–. Las relaciones positivas son necesarias para hacer niños agradecidos. ESTRATEGIA 6: Apoyar la autonomía de los niños por medio de la empatía, con un estilo educativo «autorizado», y dejándoles influir en las interacciones. Tener en cuenta el punto de vista del niño Entender el punto de vista del niño, y considerar cómo experimentan los acontecimientos los más pequeños, es una parte importante de ejercer la paternidad de modo positivo. Los padres pueden conectar empáticamente con los hijos considerando sus necesidades físicas (hambre, cansancio, sobreestimulación), sus necesidades emocionales (afrontar de manera adecuada su frustración o su ira) y sus deseos personales (¿qué están intentando lograr?). Esto fue lo que Ted Dix, profesor asociado de la Escuela de Ecología Humana de la Universidad de Texas, en Austin, descubrió que ayudaba a los padres a empatizar con sus hijos. Los que tienen mayor empatía hacia sus niños están más implicados y son más cercanos. Un estilo educativo que baila: exígeles y enséñales Además de la sintonía de los adultos con los niños, también es importante la calidad de las interacciones. A veces, los investigadores lo comparan a un baile en el que el niño es quien dirige, porque se trata de poner atención a sus señales sobre sus necesidades y deseos, y, después, es necesario ayudarles a satisfacer esas necesidades y deseos; pero no hasta el puntode dominar la interacción. El mejor modo de aprender a hacer esto es fijarse en el trabajo de Diana Baumrind, una destacada psicóloga evolutiva de la Universidad de California, en Berkeley. Baumrind se dio cuenta de que los estilos de ejercer la paternidad dependen de los diferentes grados de exigencia y afecto. Los padres autoritarios exigen mucho, pero no son cariñosos. Transmiten expectativas de un comportamiento maduro y reclaman obediencia por parte de los niños. Proporcionan unas pautas de obediencia y las consecuencias que se derivan de no obedecer. Esperan que los niños respeten su autoridad, que hagan lo que les dicen sin discutir, y tomen decisiones maduras por sí solos. Los padres permisivos/indulgentes exigen poco pero son muy afectivos. Dan a los niños el amor que necesitan para su desarrollo físico y emocional. Pero ponen pocos límites, transmiten pocas expectativas de comportarse con madurez, y no obedecer no tiene ninguna consecuencia. Estos padres se empeñan en ser amigos de sus hijos y son bastante descuidados a la hora de dar pautas y proporcionar una estructura. Los padres autoritativos exigen y son cariñosos. Proporcionan expectativas para el comportamiento maduro y dan razones y directrices para obedecer. Las consecuencias de no obedecer son lógicas. Permiten la discusión con la esperanza de que sirva para que los niños tomen decisiones maduras por sí mismos, y acepten las consecuencias de sus actos. De estos tres estilos, el autoritativo parece el mejor. Forma niños competentes y responsables, con sanas relaciones sociales. El estilo autoritario se considera el peor, el resultado suele ser niños sumisos y dependientes, o rebeldes y hostiles. El permisivo/indulgente está en medio de estos dos: los niños son menos competentes y asertivos que los que han sido educados en un estilo autoritativo; necesitan la aprobación social e incumplen las reglas. Hay un cuarto estilo: los padres negligentes. Estos rechazan o disminuyen las necesidades de los niños y no consiguen proporcionar reglas de comportamiento (bajo nivel tanto de cariño como de exigencia). Este estilo es incluso peor que el autoritario. Tiene como resultado niños con muchos problemas. Nuestra investigación sugiere que la gratitud ayuda a los niños a desarrollarse como individuos autónomos, socialmente competentes y decididos, que están satisfechos con su vida. Gracias al énfasis en las auténticas necesidades e intereses de los niños y el respeto por su autonomía, el estilo autoritativo proporciona una estructura flexible y un apoyo que potencia la capacidad de gratitud del niño. También muestra a los niños que su padre, madre (o la persona que lo cuide) se interesan realmente por ellos, invierten en su bienestar y les cuidan de manera incondicional, lo que les dan más motivos para el agradecimiento. Deja que tu hijo dirija el camino hacia la gratitud El equilibrio entre las interacciones que dirige el niño y las que dirige el adulto facilita el proceso de enseñar la gratitud. Los padres a veces gastan mucha energía intentando que los niños jueguen a algo que no quieren jugar o que lo hagan de un modo determinado. Aunque se hace con buena intención, esto no es sensato ni positivo para el niño. Por otra parte, dejarle que influya en las interacciones puede resultar beneficioso. Por ejemplo, cuando la hija de Jeff, Julianne, tenía trece meses, se divertía entrando en su casa de juguete; cerraba la puerta y esperaba a que Jeff tocara el timbre. Entonces ella respondía: «¿Sí?», acercándose a la oreja el teléfono de juguete. Aunque, después de varios minutos haciendo esto, a Jeff la cabeza le daba vueltas y quería dejarlo, sabía que era importante mostrar a Julianne que le interesaba el juego que había inventado, porque así demostraba aprecio y respeto por su creatividad y autenticidad. Con el apego seguro, las relaciones entre los adultos y los niños comienzan a ser recíprocas, y ambas partes empiezan a comprender la perspectiva de los objetivos y necesidades del otro. Por lo tanto, la última parte de esta sexta estrategia ayuda a dirigir los esfuerzos de los padres hacia el apoyo de la autonomía de los niños. Las primeras estrategias de este capítulo proporcionan pautas para respetar todo lo posible el carácter único de los niños, sus intereses y potencialidades, durante las primeras y más importantes relaciones en la vida de un niño –los vínculos con sus padres y otros que los tienen a su cargo–. A través de estas primeras interacciones se desarrollan pautas importantes a través de las cuales el niño aprende a confiar en otros y a crear vínculos sociales fuertes con los que se siente apoyado. A partir de estos comportamientos nace la gratitud. ESTRATEGIA 7: Ayudar a los niños a comprender sus emociones, sus estados mentales y los de los demás, mediante conversaciones en las interacciones familiares cotidianas. Es bueno mantener conversaciones con los niños acerca de sus emociones, pensamientos y creencias, para promover su desarrollo cognitivo y emocional. La capacidad de gratitud de los niños de cinco años aumenta si entienden, a su nivel, las emociones y estados mentales. Por lo tanto, otra estrategia consiste en mantener conversaciones apropiadas a su capacidad con los niños de tres o cuatro años. Esas conversaciones refuerzan la competencia emocional del niño y su teoría de la mente: su capacidad de entender a las personas como seres que piensan y tienen motivaciones propias. La teoría de la mente se usa para explicar a otros lo que uno piensa o siente y poder interpretar los pensamientos y sentimientos de los demás. Comienza a desarrollarse a los cuatro años y está presente en muchos niños de cinco. Ayuda a comprender el punto de vista de otras personas, a ser empático y a tener interacciones sociales; permite a los niños apreciar la amabilidad de los demás hacia ellos y, a la vez, aprender a ser amables con ellos. Respecto al desarrollo, es una parte muy importante de la gratitud y generosidad. Ver las motivaciones de los demás La teoría de la mente es un importante precursor de la gratitud porque permite apreciar las intenciones positivas y las de los benefactores. Sin la teoría de la mente, un niño no sería capaz de comprender el significado de los gestos amables de otras personas. Usaremos un ejemplo para ilustrarlo. La suegra de Jeff, a la que sus hijos llaman «Mema», le regaló a su hija de dos años, Julianne, unos bonitos calcetines marrones con corazones el día de San Valentín. Como Julianne era demasiado pequeña para haber desarrollado la teoría de la mente, se fijó en lo que le gustaba de los calcetines (el color, los detalles) y automáticamente dijo: «Gracias, Mema, me encantan», porque tenía que decir algo amable. Pero, si Julianne hubiese desarrollado la teoría de la mente, no habría pensado que Mema le hizo ese regalo porque sabía cuál era su color favorito. Julianne habría dicho algo más cariñoso, como, por ejemplo: «¡Gracias, Mema, son preciosos y me los has comprado de mi color favorito!», porque habría apreciado el amor que había movido a su abuela a regalárselos. La diversión es un lenguaje efectivo La investigación demuestra que el lenguaje juega un papel importante a la hora de desarrollar la teoría de la mente; y el simple hecho de hablar con los niños sobre estados mentales y emocionales a edades tempranas parece ayudar a ese desarrollo. Hablar durante actividades familiares o a la hora de relacionarse con otras personas es fundamental, porque el lenguaje evoluciona sobre todo en la medida en que el niño interioriza experiencias de la vida ordinaria. Los seres humanos somos intrínsecamente sociales, y las interacciones familiares proporcionan una estructura y muchas pistas que ayudan a los niños a procesar y entender de modo natural las experiencias sociales. Las estrategias que hemos descrito defienden la sana práctica de las discusiones e interacciones maduras, que a su vez fortalecen los vínculos entre los adultos y los niños. Cuando mantenemos muchas conversacionescon los niños sobre los acontecimientos de su vida y secundamos sus iniciativas, escuchando con interés y participando en las conversaciones que les interesan, llegamos a saber cuáles son los temas importantes para ellos. Más adelante ilustraremos el modo en que esto ayuda a los más jóvenes a descubrir habilidades, a desarrollar un sentido adecuado del yo y, poco a poco, a descubrir el sentido de las cosas. Llévame al zoo Un día, James, el hijo de Jeff, que tenía entonces cuatro años, dijo a su padre: «Papá, me gustaría ir al zoo». Aunque Jeff podía haber respondido: «Qué bien, hijo» y continuar con lo que estaba haciendo, decidió preguntarle sobre sus intereses particulares. «¿Qué animales te gustaría ver?», le preguntó Jeff. «Los leones y los elefantes», dijo James radiante. Si Jeff hubiese seguido la rutina habitual, habría planeado una excursión familiar al zoo de siempre, y James habría visto los osos polares, los monos y los osos hormigueros por enésima vez, pero no los grandes felinos o paquidermos. En vez de eso, por interesarse en lo que le gustaba a James –y por lo que estaría realmente agradecido– Jeff decidió llevar a su familia a otro zoo, donde pueden contemplarse leones y elefantes. Mientras estaban allí, Jeff contempló el entusiasmo de James por aprender experimentando. En cada expositor, quería que Jeff leyera toda la información disponible. Juntos aprendieron que los leones tienen crines gruesas que los protegen durante las peleas; que los elefantes asiáticos viven en manadas de un promedio de veinte animales; y que a los lémures ¡les gusta colgarse de las ramas en compañía de las cucarachas gigantes! (reconoce que no lo sabías). Con cada nuevo detalle fascinante, James descubrió lo que le gustaba, lo que era desagradable o daba miedo, lo que era entretenido o entrañable. En un momento dado, James se volvió a Jeff y le dijo: «Gracias por traernos al zoo. Estoy deseando contárselo a mi profesora». Aquí se ve el grado de madurez que pueden alcanzar las conversaciones entre adultos y niños que tienen lugar junto con las interacciones sociales, las respuestas sensibles que se generan y el apoyo de la autonomía que se genera en la familia. El amor nos vincula para siempre Las conversaciones cotidianas sobre las emociones y estados mentales de otras personas son importantes para ayudar a los niños a desarrollar la competencia emocional y la teoría de la mente. Cuando tienen lugar acontecimientos significativos en la vida de un miembro de la familia o de un amigo, los padres pueden preguntar a su hijo cómo piensan que se siente esa persona y cómo se sentiría si le ocurriese lo mismo. Esa interacción social es fundamental, porque introduce emociones en las conversaciones, a veces para compartir la alegría y el amor, como muestra el siguiente ejemplo. Alex, el hijo de Giacomo, recordó a su familia que debían agradecerse el amor que se tenían unos a otros. Desde que nació, Alex estaba más contento cuando la gente interactuaba con él. Nunca dejó de sorprender a todos por su memoria y por cómo repetía las cosas a su manera. Esto ocurría especialmente con su Nonno y su Nonna (los padres de Giacomo, que lo cuidaron mucho cuando era pequeño). Alex los sorprendía a menudo, como, por ejemplo, cuando decía frases mezclando el inglés y el italiano. Fue una enorme fuente de alegría para sus abuelos durante una época decisiva. El padre de Giacomo estaba muy enfermo, y Alex –con sus largos mechones ondulados, con su modo de actuar tan maduro y con sus conversaciones peculiares– era un regalo del Cielo. Les alegraba la vida, era todo amor, ternura y alegría; un profundo consuelo para el Nonno y la Nonna, por lo que lo colmaron de amor. Durante al menos los dos últimos años de vida del Nonno, Alex proporcionó más gratitud a todos los miembros de la familia. ¿Por qué más gratitud? Porque ese fue el sentimiento al que todos se aferraron durante ese tiempo para conectar, dar sentido a las cosas, compartir el amor y mantenerse firmes hasta el final. Con todo esto –los retos de la vida, las conversaciones, las relaciones sociales, etc.– se consigue algo más que enseñar a los niños a poner nombre a las emociones. Les ayudamos a dar sentido a la vida de las personas, tanto jóvenes como mayores, y a construir vínculos de amor entre los miembros de la familia. Los adultos se llenan de gratitud en los momentos más significativos; y, cuando el apoyo emocional y los vínculos se encuentran en su lugar, la gratitud comienza también a crecer en la cabeza y el corazón de los más jóvenes. Las familias que juegan juntas descubren juntas la gratitud Las conversaciones y la interacción social van de la mano durante el juego, y jugar ofrece muchas oportunidades para hacer a los niños agradecidos. Las familias que juegan juntas construyen fuertes vínculos y recuerdos. Los padres no solo aprenden a apreciar la singularidad de un hijo, sino que también descansan del estrés de la vida y aumentan su bienestar. Esconderse, pasear en bicicleta, los juegos de mesa o leer juntos edifica la autoestima de los niños y les ayuda a desarrollar una visión propia del mundo y del lugar que ocupan en él. Este tipo de experiencias lúdicas son más importantes que nunca. Las escuelas reducen la interacción lúdica y social para dejar espacio al «aprendizaje», y las vidas de los niños se ven bombardeadas por imágenes durante períodos de tiempo nada saludables, aislados delante de sus pantallas en actitud pasiva. La importancia de la interacción social durante el juego no se debe menospreciar, pues así descubrimos los intereses de los niños y conocemos su carácter. Las cualidades del carácter nos llenan de plenitud, son rasgos intrínsecamente valiosos alimentados por la sociedad y las instituciones. Una vez que los adultos conocen las cualidades e intereses de los niños, pueden compartir con ellos actividades mutuamente gratificantes en las que se muestren receptivos y compartan sus emociones. Semejante sincronía mejora la habilidad de los niños para regular su propio comportamiento y la calidad de las relaciones con sus padres. Cuidar las interacciones y los vínculos proporciona un terreno fértil para que arraigue la gratitud. Es importante interactuar durante el juego y la lectura A veces puede resultar verdaderamente útil participar en los juegos de los niños. Nos da la oportunidad de desempeñar un papel «sociodramático». Una vez, Alex, el hijo de Giacomo, estaba jugando en su habitación y gritó pidiendo ayuda. Cuando Giacomo acudió, le explicó que tenía dificultades para colgar una manta de la litera, de modo que estuviera oscuro y su muñeco se pudiera dormir. Giacomo estaba a punto de sujetar la manta con almohadas y volver al trabajo. Pero siguió a Alex a la cocina y vio que buscaba un armario. Perplejo, le preguntó a su hijo qué estaba buscando. En ese momento, Alex encontró una pinza que estaba puesta en una bolsa de patatas, y Giacomo se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Alex tenía una solución mejor que la suya. Había aprendido ese truco cuando jugaba con su Nonna. Experiencias como esta permitieron a sus padres descubrir los rasgos de amabilidad e inteligencia social de su carácter incipiente; cualidades fortalecidas por el amor que recibió constantemente durante sus primeros años, cuando cuidaba de su muñeco. Cuando se dio cuenta del ingenio de Alex, Giacomo lo siguió a su habitación y participó en su diversión, diciendo que él sería el de «mantenimiento». A Alex le entusiasmó la idea, y hablaron de los detalles sobre cómo quería colocar la manta. El encargado de mantenimiento le explicó la mejor forma de poner la pinza. Pero había otro problema: necesitaban por lo menos otras dos pinzas más. Entonces, Giacomo fue a buscar otras dos pinzas y volvió para acabar el trabajo. Mientras ponía la tercera pinza, Alex abrazó la pierna de su padre y dijo con cariño: «Gracias, papi». Giacomo ayudó a Alex a conseguir el objetivo de cuidar de su «bebé», y, para su sorpresa, Alex, a la tierna edad de cuatro años y medio,
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