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2022 ETICA Y CULTURA Organizacional Organizaciones

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ÉTICA Y CULTURA ORGANIZACIONAL 
UNA MIRADA SOBRE LAS ORGANIZACIONES 
 
Hace unos años, cuando la apertura de la economía argentina era 
imprescindible, una decena de pequeñas industrias de pintura descubrió 
que tenían intereses comunes. Todas ellas compraban en el mercado local 
dióxido de titanio, su principal materia prima, a precios muy superiores a 
los valores internacionales. Los pagaban porque el escaso volumen que 
compraban no les permitía negociar con los importadores que les 
abastecían. Y no podían importarlo por sí mismas porque el costo de abrir 
una carta de crédito era insostenible para cada una de ellas, 
individualmente. 
Por fortuna de estos empresarios, el mercado permitía absorber casi 
cualquier sobrecosto ya que una fuerte protección arancelaria los ponía a 
salvo de la competencia externa. No les preocupaba, por ende, diferenciar 
su producción y establecer una estructura de servicios para poder 
competir. Sencillamente, elaboraban algunas de las pinturas, lacas y 
barnices que producían las grandes empresas respetando una regla 
implícita, pero de hierro: nunca tomar más del diez por ciento del 
mercado. 
A la sazón, estas empresas estaban asociadas a una cámara empresarial y 
habían constituido, casi al margen de ella, un grupo en el que 
intercambiaban experiencias periódicamente. No pasaban de ser una 
organización más o menos informal, pero estaba claro cierto sentido de 
pertenencia y un código del tipo sé uno de los nuestros, los pequeños. 
Un buen día las grandes empresas decidieron jugar algunas de las ventajas 
que les daba dimensión; entre ellas, poder importar directamente a 
precios internacionales. Abruptamente, declararon una guerra de precios 
cuyo propósito era tomar los segmentos de mercado que todavía no eran 
suyos. Ni siquiera hicieron duming, sencillamente fijaron los precios 
valorando el dióxido de titanio, que representaba una proporción 
significativa de la estructura de costos, al valor CIF real. En una palabra, las 
grandes empresas renunciaban temporalmente a la cuasi renta que 
obtenían para eliminar a la enojosa competencia que les planteaban los 
pequeños industriales. Ya tendrían tiempo de recuperar sus márgenes. 
La noticia conmovió a los empresarios afectados. Pronto comprendieron 
que el acceso a su principal materia prima a valores internacionales era la 
única manera de sobrevivir. Pero ninguno tenía una masa crítica suficiente 
como para importar el dióxido de titanio. 
En esa situación de emergencia, de aquel grupo primario surgió un jefe 
natural, un carismático empresario que dio una respuesta personal a la 
crisis. Dispuesto a ir a raíz del asunto, arengó al grupo: si la dificultad era 
cada uno no podía importar por sí, la suma de todos quizá sí podría 
lograrlo. Si adicionaban las demandas individuales tendrían suficiente 
volumen y continuidad como para negociar buenos precios en el exterior. 
Y si sumaban las garantías cada uno, podían suscribir una carta de crédito 
global para importar dióxido de titanio para todos. Se trataba, en fin, de 
armar un consorcio de importancia que operara a mediano plazo. 
La iniciativa parecía viable. El líder empresario venció las últimas 
resistencias a asociarse, tan típicas de las pequeñas empresas. Algunos 
seguidores estaban convencidos de la propuesta, otros sintieron que ésta 
era, al menos, una respuesta a sus propias ansiedades. Al fin aquel grupo 
informal se constituyó en un a organización. 
La dinámica era simple. Cada empresa comunicaba sus necesidades de 
materia prima para el próximo cuatrimestre y comprometía garantías por 
ese valor. El líder empresario, que tenía cierta experiencia importadora, 
determinaba el volumen global y salía a negociar. Las primeras 
operaciones fueron un éxito fulminante: el dióxido de titanio se vendía a 
los socios del consorcio a la mitad del precio que antes se pagaba en la 
plaza local. Esto significaba, a menudo, una mejora en los costos de hasta 
un treinta por ciento; suficiente para resistir el embate de las grandes 
empresas. Todo era miel sobre hojuelas como se suele decir. 
Pero, curiosamente, en el siguiente cuatrimestre las necesidades 
declaradas por los socios disminuyeron, pese a que las perspectivas de 
ventas eran excelentes. En el tercer cuatrimestre, la catástrofe: las 
necesidades cayeron al cuarenta por ciento de las que se habían declarado 
al inicio del proyecto. De más está decir que el consorcio concluyó sus 
operaciones penosamente. 
Quince años después, en un seminario realizado en la Municipalidad de la 
Ciudad de Buenos Aires, propusimos esta experiencia como caso de 
análisis de la organización de las pequeñas y medianas empresas, en 
particular su capacidad de operar en redes. La cuestión clave era por qué 
fracasó una organización que ofrecía a sus miembros la posibilidad de 
reducir sus costos de manera significativa. 
Hubo quien sostuvo que el liderazgo carismático intrínsecamente 
inestable. Tal vez cuando cesó la situación de emergencia- especuló, 
siguiendo la escuela sociológica weberiana-, el jefe natural no pudo 
mantener su dominación porque no supo adecuarse a la nueva situación 
de aparente normalidad. Su carisma, entonces, dejó de ser funcional y 
acaso no hizo más que imprimir una ordenada sucesión. Desde esa 
perspectiva, era previsible que la organización sucumbiera. 
Alguien acordó con esa explicación, pero prefirió un enfoque Ideiniano. El 
proceso de identificación por introyección con el líder se habría debilitado 
al punto que el grupo no actuaría ya como un sistema de contención de 
las ansiedades de sus miembros. En consecuencia, los socios retiraron 
paulatinamente su lealtad hasta entorpecer por completo la operatoria de 
mediano plazo. 
También se dijo que el pasaje de un grupo primario a otro más formal 
implicaba un desafío insuperable, al menos en este caso. En esa transición 
habrían faltado mecanismos que la hicieran posible. ¿Existía suficiente 
conocimiento especializado sobre el negocio de la importación?¿Las 
comunicaciones sobre las necesidades de abastecimiento eran 
suficientemente precisas y periódicas?¿ Hasta sanciones formales para 
obligar a volver al redil a las empresas que fueron defeccionando? Estaba 
claro el fin común, pero ¿cómo se transaban los intereses dispares y acaso 
competitivos entre los socios? 
Un análisis de sistemas se preguntó por los inputs de la organización. 
Estaba convencido que los pequeños empresarios, no estaban en 
condiciones de planear sus existencias en el mediano plazo, de modo que 
las comunicaciones de necesidades de dióxido de titanio debían ser, 
necesariamente, irregulares. Sostenía, además que los demás avatares 
financieros tan propios de aquellas épocas seguramente comprometían 
las garantías de las empresas. En definitiva, la deficiencia estaba 
principalmente en la creciente entropía de la organización. 
Este caso muestra cómo un mismo fenómeno puede ser indagado desde 
miradas sumamente diversas y, a menudo, complementarias. El hecho 
paradojal de que una organización fracasara aun cuando cumplía sus fines 
manifiestos fue observado desde una perspectiva sociológica, otra 
psicológica, una tercera psicosociológica y podría haber sido examinado 
también con una lente antropológica. Cada mirada produjo imágenes 
singulares, todas potencialmente válidas desde una perspectiva científica. 
Ocurre que no hay un hombre abstracto, aislado de las situaciones en las 
que transcurre su vida, se forma su personalidad y se establecen sus 
relaciones. No existe un hombre enfrentado a la sociedad, sino una 
interrelación: el uno se explica por la otra y viceversa. Tampoco hay un 
hombre apartado de la cultura (Bleger). De manera que ¿cómo pensar al 
hombre sin sus múltiples determinaciones? Y, si es efectivamente así, 
¿cómo pretender que los grupos humanos se expliquen desde una 
disciplina ciega a las demás? 
“nuestrapropuesta es rever la cuestión de la organización como grupo 
humano. La sola enunciación de este propósito implica que estamos 
abiertos a todas las miradas posibles” 
 
ALGUNAS CONSIDERACIONES EPISTEMOLÓGICAS 
Hemos oído expresar más de una vez la opinión de que una ciencia debe 
hallarse edificada sobre conceptos fundamentales, claros y precisamente 
definidos. En realidad ninguna ciencia, ni aun la más exacta, comienza con 
tales definiciones. El verdadero principio de la actividad científica consiste 
más bien en la descripción de fenómenos, que luego son agrupados, 
ordenados y relacionados entre sí. Ya en esta descripción se hace 
inevitable aplicar al material determinadas ideas abstractas, extraídas de 
diversos sectores y, desde luego, no únicamente de la observación del 
conjunto de fenómenos descriptos. 
Sigmun Freud escribió este párrafo entre 1913 y 1917. Cincuenta años 
más tarde, los epistemólogos, que se ocupan de los fundamentos y 
métodos de la producción del conocimiento científico, descubrirían que 
los hombres de ciencia escudriñan un fenómeno no emplean el método 
del ensayo y el error, sino que tienen ciertas expectativas, con frecuencia 
difusas, serían hipótesis primarias. 
Ninguna ciencia comienza por una definición clara y precisa de su objeto 
de estudio. De lo contrario sería una disciplina dogmática más que una 
científica. Todo empieza por presunciones previas, que naturalmente no 
son arbitrarias, sino que dependen del fenómeno mismo y del estado del 
arte o, si se quiere, del estado de la disciplina. Pero sólo se construyen 
hipótesis después del sudor de la investigación de campo. Más tarde 
habrá que someter las hipótesis a la prueba del temple de su refutación y, 
si todavía se sostienen, quedarán en los anaqueles de la ciencia como un 
conocimiento precario, a la espera de nuevos avances que las refuten. Por 
lo menos desde Karl Popper, sabemos que ninguna ley científica es una 
verdad establecida definitivamente. 
Teniendo en cuenta estos principios de la producción del conocimiento 
científico, en las próximas páginas pasaremos revista a algunas de las 
principales contribuciones al conocimiento disponible sobre la estructura 
y la dinámica grupales. 
Ahora bien, es cierto que nuestro objeto empírico se recorta nítido y claro, 
pero también lo es que aún no cuenta con un cuerpo conceptual 
suficientemente coherente como para constituir una teoría de los grupos 
como organización. Esto es tan así, que se cuestiona, incluso, si existe el 
objeto teórico de la disciplina que se ocupa de los fenómenos grupales del 
mismo modo en que se puntualiza el inconsciente como objeto del 
psicoanálisis. 
J .P. Pontalis advierte reiteradamente sobre lo difícil que suele ser limitar 
en la producción del saber donde termina la ideología y donde comienza 
la experiencia. Un rasgo común de las distintas técnicas y experiencias 
grupales es la confusión entre los hechos observados y la ideología, en 
tanto conjunto socialmente determinado de valores y representaciones. 
Esta impregnación produce una distorsión tan marcada en la apreciación 
de los hechos que es dificultoso discriminar que queda de los hechos al 
separar la ideología. 
Con frecuencia, los fenómenos observados son relativos a la situación en 
la que aparecen. Así cualquier interpretación de una cierta secuencia de 
actitudes, de determinado proceso o alguna relación intragrupal puede 
ser errónea porque está inexorablemente vinculada al cuadro de 
referencia que la hizo posible. 
¿Cómo prevenir esta confusión? Pontalis nos da una serie de sugerencias. 
En primer lugar “una vuelta a los hechos”, como pide un autor tan poco 
sospechoso de empirismo como Leví- Strauss. Su principal regla 
metodológica, casi la única, es que los hechos deben ser exactamente 
observados y descriptos, sin permitir que los prejuicios teóricos alteren su 
naturaleza y su importancia. Los modelos concientes, que comúnmente 
llamaos normas, figurarían para él entre los modelos más pobres que 
puede haber ya que su función consiste en perpetuar las creencias y los 
usos más que en exponer su desorden. De modo que en las páginas que 
recorreremos juntos intentaremos despojarnos de los prejuicios, aunque 
no ciertamente de los valores. 
Al mismo tiempo, Pontalis recomienda otro paso: habría que establecer 
francamente lo que ha orientado el saber, en este caso concerniente a los 
fenómenos grupales. Si tuviéramos que justificar nuestra inclinación por el 
estudio de los fenómenos grupales, diríamos algunas de estas cosas: 
- Desde la teoría sociológica, el pequeño grupo ofrece un ejemplo –
por contraste con una organización social impersonal e imprecisa- 
de una unidad plástica, con un índice de participación elevado; 
habría en nosotros la expectativa de ver diluirse los conflictos 
sociales en los ajustes de las personas en los pequeños grupos. 
- Desde la teoría psicológica, la consideración de los fenómenos 
interpersonales nos conduce a presentar al individuo, no como 
monarca absoluto, sino como el término de una relación, el lugar, el 
momento de un proceso. 
- Desde la teoría económica, los pequeños grupos son, a la vez, 
material experimental y referencia normativa ante las complejas 
burocracias posmodernas. 
Pontalis advierte que, antes de emprender una discusión general sobre 
los pequeños grupos, conviene cuestionar las nociones que se 
utilizarán. 
Aceptando esa recomendación, en primer lugar cabe preguntarnos 
sobre la idea de que el grupo es una individualidad o bien sobre qué es 
lo que asegura, de hecho, el ser de un grupo humano. Sino podríamos 
estar admitiendo implícitamente que el grupo funciona como una idea, 
con reminiscencias platónicas o hegelianas, que se realizan 
progresivamente. En esa línea, las experiencias de grupo suelen 
considerarse desde un sociotecnicismo consagrado por completo al 
ajuste y un biologismo edificante, que no buscan en su historia sino 
una finalidad inmanente, el desarrollo de un plan preestablecido. 
En este sentido, una de las cuestiones esenciales es la función del 
grupo en la psiquis. Aquí nos referimos a los planteos de W.R.Bion, que 
para nosotros hace una traslación inadecuada del aparato psíquico 
individual y del psicoanálisis a los fenómenos grupales. Pontalis, sin 
embargo, rescata precisamente la necesidad de no perder de vista los 
dos extremos de la cadena: el grupo como entidad y agregado de 
individuos, el grupo interno, y el grupo real factual. Si en el campo 
sociológico el grupo es una realidad específica cuando funciona como 
tal-sostiene Enrique Pichon Riviere-, en el campo de la psiquis 
individual (modalidad y creencia que toda psicosociología tiende a 
fortificar) operaría efectivamente como una fantasía. 
En definitiva, la cuestión de la legalidad científica de los fenómenos 
grupales se adscribe, estilizadamente, a dos alternativas polares. 
Quienes piensan que la dinámica de los pequeños grupos constituye un 
campo de investigación para conocer su naturaleza, su dinámica, sus 
interrelaciones con el individuo y otros grupos. No se trataría de una 
ciencia, sino de una zona intermedia de la ciencia social, deudora de los 
aportes de la sociología, la psicología y la antropología. 
En el polo opuesto están quienes afirman que la dinámica grupal 
constituye un objeto de estudio propio. Se trata de un campo de la 
psicología social dedicado al análisis del individuo en relación vincular. 
Desde este ángulo, el grupo es un ámbito privilegiado para el estudio y 
la comprensión de los vínculos. 
 
LA CRISIS DEL CONOCIMIENTO 
… Nuestra teoría moderna del hombre pierde su centro intelectual; en 
su lugar nos encontramos con una completa anarquía de 
pensamiento. También en tiempos anteriores hubo una gran 
discrepancia de opiniones y teorías relativas a este problema; pero 
quedaba por lo menos una orientación general, un fondo dereferencia en el que se acomodaban las diferencias individuales. La 
metafísica, la teología, la matemática y la biología asumieron 
sucesivamente la guía del pensamiento en cuanto al problema del 
hombre y determinaron la línea de investigación. La crisis verdadera 
del problema se hizo patente cuando dejó de existir semejante poder 
central capaz de dirigir todos los esfuerzos individuales. Se seguía 
sintiendo la importancia extraordinaria del problema de todas las 
diferentes ramas del conocimiento y de la investigación pero ya sin 
una autoridad establecida a la cual uno pueda apelar. Los teólogos, 
los científicos, los políticos, los sociólogos, los biólogos, los psicólogos 
y los gnoseólogos, y los economistas abordaban cada uno el 
problema desde su particular punto de vista. Era imposible combinar 
o unificar todos estos aspectos y perspectivas particulares, ni aún 
dentro de los campos especiales había un factor personal y comenzó a 
jugar un papel decisivo el temperamento de cada autor. En fin de 
cuentas cada autor parecía dirigido por su propia concepción y 
vsloración de la vida humana. 
Es innegable que este antagonismo de ideas no representa 
únicamente un grave problema teórico sino que supone, al mismo 
tiempo, una amenaza inminente a todo el campo de nuestra vida 
moral y humana. En el pensamiento filosófico reciente, Max Scheler 
fue uno de los primeros en percatarse del peligro y en dar el grito de 
alarma. 
En ningún otro período del conocimiento humano –dice Scheler-, el 
hombre se hizo tan problemático para sí mismo como en nuestros 
días. Disponemos de una antropología científica, otra filosófica y otra 
teológica que se ignoran entre sí. No poseemos por consiguiente, una 
idea clara y consistente del hombre. La multiplicidad siempre 
creciente de ciencias particulares ocupadas en el estudio en el estudio 
del hombre ha contribuido más a enturbiar y oscurecer nuestro 
concepto del hombre que a esclarecerlo. 
Ninguna edad anterior se halló en una situación tan favorable en lo 
que respecta a las fuentes de nuestro conocimiento de la naturaleza 
humana. La psicología, la etnología, la antropología y la historia han 
establecido un asombroso bagaje de hechos extraordinariamente rico 
y en crecimiento constante. 
Se han mejorado inmensamente nuestros instrumentos técnicos para 
la observación y la experimentación, y nuestros análisis se han hecho 
más agudos y penetrantes. Sin embargo, no parece que hemos 
encontrado el método para dominar y organizar este material. 
Comparado con nuestra abundancia, el pasado puede parecer 
verdaderamente pobre, pero nuestra riqueza de hechos no es 
necesariamente una riqueza de pensamiento. Si no conseguimos 
hallar el hilo de Ariadna que nos guíe por este laberinto, no 
poseeremos una visión real del carácter general de la cultura humana 
y quedaremos perdidos en una masa de datos inconexos y dispersos 
que parecen carecer de toda unidad conceptual. 
Ernst Cassirer 
 
 
 
ACTIVIDAD: 
1- A partir de la experiencia que describe la autora en relación a la 
organización de las pequeñas y medianas empresas. ¿Cuál es su 
opinión respecto al fracaso de la misma; tomando en cuenta las 
respuestas propuestas por la autora? 
2- ¿Cómo debería ser pensado el hombre, para luego aplicar este 
concepto a la organización como grupo humano? 
3- Según Pontalis: ¿Cómo orientar el saber, en relación a los 
fenómenos grupales?. Sintetice las diferentes teorías propuestas 
por el autor. 
4- Describa las dos alternativas de legalidad científica de los 
fenómenos grupales.¿A qué posición adhiere usted?. Justifique. 
5- Realice un texto reflexivo en base al fragmento del texto “LA 
CRISIS DEL CONOCIMIENTO” de Ernst Cassirer. 
6- ¿qué implica según la autora una teoría general de las 
organizaciones y qué lugar ocupa el conocimiento?

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