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ÉTICA Y CULTURA ORGANIZACIONAL UNA MIRADA SOBRE LAS ORGANIZACIONES Hace unos años, cuando la apertura de la economía argentina era imprescindible, una decena de pequeñas industrias de pintura descubrió que tenían intereses comunes. Todas ellas compraban en el mercado local dióxido de titanio, su principal materia prima, a precios muy superiores a los valores internacionales. Los pagaban porque el escaso volumen que compraban no les permitía negociar con los importadores que les abastecían. Y no podían importarlo por sí mismas porque el costo de abrir una carta de crédito era insostenible para cada una de ellas, individualmente. Por fortuna de estos empresarios, el mercado permitía absorber casi cualquier sobrecosto ya que una fuerte protección arancelaria los ponía a salvo de la competencia externa. No les preocupaba, por ende, diferenciar su producción y establecer una estructura de servicios para poder competir. Sencillamente, elaboraban algunas de las pinturas, lacas y barnices que producían las grandes empresas respetando una regla implícita, pero de hierro: nunca tomar más del diez por ciento del mercado. A la sazón, estas empresas estaban asociadas a una cámara empresarial y habían constituido, casi al margen de ella, un grupo en el que intercambiaban experiencias periódicamente. No pasaban de ser una organización más o menos informal, pero estaba claro cierto sentido de pertenencia y un código del tipo sé uno de los nuestros, los pequeños. Un buen día las grandes empresas decidieron jugar algunas de las ventajas que les daba dimensión; entre ellas, poder importar directamente a precios internacionales. Abruptamente, declararon una guerra de precios cuyo propósito era tomar los segmentos de mercado que todavía no eran suyos. Ni siquiera hicieron duming, sencillamente fijaron los precios valorando el dióxido de titanio, que representaba una proporción significativa de la estructura de costos, al valor CIF real. En una palabra, las grandes empresas renunciaban temporalmente a la cuasi renta que obtenían para eliminar a la enojosa competencia que les planteaban los pequeños industriales. Ya tendrían tiempo de recuperar sus márgenes. La noticia conmovió a los empresarios afectados. Pronto comprendieron que el acceso a su principal materia prima a valores internacionales era la única manera de sobrevivir. Pero ninguno tenía una masa crítica suficiente como para importar el dióxido de titanio. En esa situación de emergencia, de aquel grupo primario surgió un jefe natural, un carismático empresario que dio una respuesta personal a la crisis. Dispuesto a ir a raíz del asunto, arengó al grupo: si la dificultad era cada uno no podía importar por sí, la suma de todos quizá sí podría lograrlo. Si adicionaban las demandas individuales tendrían suficiente volumen y continuidad como para negociar buenos precios en el exterior. Y si sumaban las garantías cada uno, podían suscribir una carta de crédito global para importar dióxido de titanio para todos. Se trataba, en fin, de armar un consorcio de importancia que operara a mediano plazo. La iniciativa parecía viable. El líder empresario venció las últimas resistencias a asociarse, tan típicas de las pequeñas empresas. Algunos seguidores estaban convencidos de la propuesta, otros sintieron que ésta era, al menos, una respuesta a sus propias ansiedades. Al fin aquel grupo informal se constituyó en un a organización. La dinámica era simple. Cada empresa comunicaba sus necesidades de materia prima para el próximo cuatrimestre y comprometía garantías por ese valor. El líder empresario, que tenía cierta experiencia importadora, determinaba el volumen global y salía a negociar. Las primeras operaciones fueron un éxito fulminante: el dióxido de titanio se vendía a los socios del consorcio a la mitad del precio que antes se pagaba en la plaza local. Esto significaba, a menudo, una mejora en los costos de hasta un treinta por ciento; suficiente para resistir el embate de las grandes empresas. Todo era miel sobre hojuelas como se suele decir. Pero, curiosamente, en el siguiente cuatrimestre las necesidades declaradas por los socios disminuyeron, pese a que las perspectivas de ventas eran excelentes. En el tercer cuatrimestre, la catástrofe: las necesidades cayeron al cuarenta por ciento de las que se habían declarado al inicio del proyecto. De más está decir que el consorcio concluyó sus operaciones penosamente. Quince años después, en un seminario realizado en la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, propusimos esta experiencia como caso de análisis de la organización de las pequeñas y medianas empresas, en particular su capacidad de operar en redes. La cuestión clave era por qué fracasó una organización que ofrecía a sus miembros la posibilidad de reducir sus costos de manera significativa. Hubo quien sostuvo que el liderazgo carismático intrínsecamente inestable. Tal vez cuando cesó la situación de emergencia- especuló, siguiendo la escuela sociológica weberiana-, el jefe natural no pudo mantener su dominación porque no supo adecuarse a la nueva situación de aparente normalidad. Su carisma, entonces, dejó de ser funcional y acaso no hizo más que imprimir una ordenada sucesión. Desde esa perspectiva, era previsible que la organización sucumbiera. Alguien acordó con esa explicación, pero prefirió un enfoque Ideiniano. El proceso de identificación por introyección con el líder se habría debilitado al punto que el grupo no actuaría ya como un sistema de contención de las ansiedades de sus miembros. En consecuencia, los socios retiraron paulatinamente su lealtad hasta entorpecer por completo la operatoria de mediano plazo. También se dijo que el pasaje de un grupo primario a otro más formal implicaba un desafío insuperable, al menos en este caso. En esa transición habrían faltado mecanismos que la hicieran posible. ¿Existía suficiente conocimiento especializado sobre el negocio de la importación?¿Las comunicaciones sobre las necesidades de abastecimiento eran suficientemente precisas y periódicas?¿ Hasta sanciones formales para obligar a volver al redil a las empresas que fueron defeccionando? Estaba claro el fin común, pero ¿cómo se transaban los intereses dispares y acaso competitivos entre los socios? Un análisis de sistemas se preguntó por los inputs de la organización. Estaba convencido que los pequeños empresarios, no estaban en condiciones de planear sus existencias en el mediano plazo, de modo que las comunicaciones de necesidades de dióxido de titanio debían ser, necesariamente, irregulares. Sostenía, además que los demás avatares financieros tan propios de aquellas épocas seguramente comprometían las garantías de las empresas. En definitiva, la deficiencia estaba principalmente en la creciente entropía de la organización. Este caso muestra cómo un mismo fenómeno puede ser indagado desde miradas sumamente diversas y, a menudo, complementarias. El hecho paradojal de que una organización fracasara aun cuando cumplía sus fines manifiestos fue observado desde una perspectiva sociológica, otra psicológica, una tercera psicosociológica y podría haber sido examinado también con una lente antropológica. Cada mirada produjo imágenes singulares, todas potencialmente válidas desde una perspectiva científica. Ocurre que no hay un hombre abstracto, aislado de las situaciones en las que transcurre su vida, se forma su personalidad y se establecen sus relaciones. No existe un hombre enfrentado a la sociedad, sino una interrelación: el uno se explica por la otra y viceversa. Tampoco hay un hombre apartado de la cultura (Bleger). De manera que ¿cómo pensar al hombre sin sus múltiples determinaciones? Y, si es efectivamente así, ¿cómo pretender que los grupos humanos se expliquen desde una disciplina ciega a las demás? “nuestrapropuesta es rever la cuestión de la organización como grupo humano. La sola enunciación de este propósito implica que estamos abiertos a todas las miradas posibles” ALGUNAS CONSIDERACIONES EPISTEMOLÓGICAS Hemos oído expresar más de una vez la opinión de que una ciencia debe hallarse edificada sobre conceptos fundamentales, claros y precisamente definidos. En realidad ninguna ciencia, ni aun la más exacta, comienza con tales definiciones. El verdadero principio de la actividad científica consiste más bien en la descripción de fenómenos, que luego son agrupados, ordenados y relacionados entre sí. Ya en esta descripción se hace inevitable aplicar al material determinadas ideas abstractas, extraídas de diversos sectores y, desde luego, no únicamente de la observación del conjunto de fenómenos descriptos. Sigmun Freud escribió este párrafo entre 1913 y 1917. Cincuenta años más tarde, los epistemólogos, que se ocupan de los fundamentos y métodos de la producción del conocimiento científico, descubrirían que los hombres de ciencia escudriñan un fenómeno no emplean el método del ensayo y el error, sino que tienen ciertas expectativas, con frecuencia difusas, serían hipótesis primarias. Ninguna ciencia comienza por una definición clara y precisa de su objeto de estudio. De lo contrario sería una disciplina dogmática más que una científica. Todo empieza por presunciones previas, que naturalmente no son arbitrarias, sino que dependen del fenómeno mismo y del estado del arte o, si se quiere, del estado de la disciplina. Pero sólo se construyen hipótesis después del sudor de la investigación de campo. Más tarde habrá que someter las hipótesis a la prueba del temple de su refutación y, si todavía se sostienen, quedarán en los anaqueles de la ciencia como un conocimiento precario, a la espera de nuevos avances que las refuten. Por lo menos desde Karl Popper, sabemos que ninguna ley científica es una verdad establecida definitivamente. Teniendo en cuenta estos principios de la producción del conocimiento científico, en las próximas páginas pasaremos revista a algunas de las principales contribuciones al conocimiento disponible sobre la estructura y la dinámica grupales. Ahora bien, es cierto que nuestro objeto empírico se recorta nítido y claro, pero también lo es que aún no cuenta con un cuerpo conceptual suficientemente coherente como para constituir una teoría de los grupos como organización. Esto es tan así, que se cuestiona, incluso, si existe el objeto teórico de la disciplina que se ocupa de los fenómenos grupales del mismo modo en que se puntualiza el inconsciente como objeto del psicoanálisis. J .P. Pontalis advierte reiteradamente sobre lo difícil que suele ser limitar en la producción del saber donde termina la ideología y donde comienza la experiencia. Un rasgo común de las distintas técnicas y experiencias grupales es la confusión entre los hechos observados y la ideología, en tanto conjunto socialmente determinado de valores y representaciones. Esta impregnación produce una distorsión tan marcada en la apreciación de los hechos que es dificultoso discriminar que queda de los hechos al separar la ideología. Con frecuencia, los fenómenos observados son relativos a la situación en la que aparecen. Así cualquier interpretación de una cierta secuencia de actitudes, de determinado proceso o alguna relación intragrupal puede ser errónea porque está inexorablemente vinculada al cuadro de referencia que la hizo posible. ¿Cómo prevenir esta confusión? Pontalis nos da una serie de sugerencias. En primer lugar “una vuelta a los hechos”, como pide un autor tan poco sospechoso de empirismo como Leví- Strauss. Su principal regla metodológica, casi la única, es que los hechos deben ser exactamente observados y descriptos, sin permitir que los prejuicios teóricos alteren su naturaleza y su importancia. Los modelos concientes, que comúnmente llamaos normas, figurarían para él entre los modelos más pobres que puede haber ya que su función consiste en perpetuar las creencias y los usos más que en exponer su desorden. De modo que en las páginas que recorreremos juntos intentaremos despojarnos de los prejuicios, aunque no ciertamente de los valores. Al mismo tiempo, Pontalis recomienda otro paso: habría que establecer francamente lo que ha orientado el saber, en este caso concerniente a los fenómenos grupales. Si tuviéramos que justificar nuestra inclinación por el estudio de los fenómenos grupales, diríamos algunas de estas cosas: - Desde la teoría sociológica, el pequeño grupo ofrece un ejemplo – por contraste con una organización social impersonal e imprecisa- de una unidad plástica, con un índice de participación elevado; habría en nosotros la expectativa de ver diluirse los conflictos sociales en los ajustes de las personas en los pequeños grupos. - Desde la teoría psicológica, la consideración de los fenómenos interpersonales nos conduce a presentar al individuo, no como monarca absoluto, sino como el término de una relación, el lugar, el momento de un proceso. - Desde la teoría económica, los pequeños grupos son, a la vez, material experimental y referencia normativa ante las complejas burocracias posmodernas. Pontalis advierte que, antes de emprender una discusión general sobre los pequeños grupos, conviene cuestionar las nociones que se utilizarán. Aceptando esa recomendación, en primer lugar cabe preguntarnos sobre la idea de que el grupo es una individualidad o bien sobre qué es lo que asegura, de hecho, el ser de un grupo humano. Sino podríamos estar admitiendo implícitamente que el grupo funciona como una idea, con reminiscencias platónicas o hegelianas, que se realizan progresivamente. En esa línea, las experiencias de grupo suelen considerarse desde un sociotecnicismo consagrado por completo al ajuste y un biologismo edificante, que no buscan en su historia sino una finalidad inmanente, el desarrollo de un plan preestablecido. En este sentido, una de las cuestiones esenciales es la función del grupo en la psiquis. Aquí nos referimos a los planteos de W.R.Bion, que para nosotros hace una traslación inadecuada del aparato psíquico individual y del psicoanálisis a los fenómenos grupales. Pontalis, sin embargo, rescata precisamente la necesidad de no perder de vista los dos extremos de la cadena: el grupo como entidad y agregado de individuos, el grupo interno, y el grupo real factual. Si en el campo sociológico el grupo es una realidad específica cuando funciona como tal-sostiene Enrique Pichon Riviere-, en el campo de la psiquis individual (modalidad y creencia que toda psicosociología tiende a fortificar) operaría efectivamente como una fantasía. En definitiva, la cuestión de la legalidad científica de los fenómenos grupales se adscribe, estilizadamente, a dos alternativas polares. Quienes piensan que la dinámica de los pequeños grupos constituye un campo de investigación para conocer su naturaleza, su dinámica, sus interrelaciones con el individuo y otros grupos. No se trataría de una ciencia, sino de una zona intermedia de la ciencia social, deudora de los aportes de la sociología, la psicología y la antropología. En el polo opuesto están quienes afirman que la dinámica grupal constituye un objeto de estudio propio. Se trata de un campo de la psicología social dedicado al análisis del individuo en relación vincular. Desde este ángulo, el grupo es un ámbito privilegiado para el estudio y la comprensión de los vínculos. LA CRISIS DEL CONOCIMIENTO … Nuestra teoría moderna del hombre pierde su centro intelectual; en su lugar nos encontramos con una completa anarquía de pensamiento. También en tiempos anteriores hubo una gran discrepancia de opiniones y teorías relativas a este problema; pero quedaba por lo menos una orientación general, un fondo dereferencia en el que se acomodaban las diferencias individuales. La metafísica, la teología, la matemática y la biología asumieron sucesivamente la guía del pensamiento en cuanto al problema del hombre y determinaron la línea de investigación. La crisis verdadera del problema se hizo patente cuando dejó de existir semejante poder central capaz de dirigir todos los esfuerzos individuales. Se seguía sintiendo la importancia extraordinaria del problema de todas las diferentes ramas del conocimiento y de la investigación pero ya sin una autoridad establecida a la cual uno pueda apelar. Los teólogos, los científicos, los políticos, los sociólogos, los biólogos, los psicólogos y los gnoseólogos, y los economistas abordaban cada uno el problema desde su particular punto de vista. Era imposible combinar o unificar todos estos aspectos y perspectivas particulares, ni aún dentro de los campos especiales había un factor personal y comenzó a jugar un papel decisivo el temperamento de cada autor. En fin de cuentas cada autor parecía dirigido por su propia concepción y vsloración de la vida humana. Es innegable que este antagonismo de ideas no representa únicamente un grave problema teórico sino que supone, al mismo tiempo, una amenaza inminente a todo el campo de nuestra vida moral y humana. En el pensamiento filosófico reciente, Max Scheler fue uno de los primeros en percatarse del peligro y en dar el grito de alarma. En ningún otro período del conocimiento humano –dice Scheler-, el hombre se hizo tan problemático para sí mismo como en nuestros días. Disponemos de una antropología científica, otra filosófica y otra teológica que se ignoran entre sí. No poseemos por consiguiente, una idea clara y consistente del hombre. La multiplicidad siempre creciente de ciencias particulares ocupadas en el estudio en el estudio del hombre ha contribuido más a enturbiar y oscurecer nuestro concepto del hombre que a esclarecerlo. Ninguna edad anterior se halló en una situación tan favorable en lo que respecta a las fuentes de nuestro conocimiento de la naturaleza humana. La psicología, la etnología, la antropología y la historia han establecido un asombroso bagaje de hechos extraordinariamente rico y en crecimiento constante. Se han mejorado inmensamente nuestros instrumentos técnicos para la observación y la experimentación, y nuestros análisis se han hecho más agudos y penetrantes. Sin embargo, no parece que hemos encontrado el método para dominar y organizar este material. Comparado con nuestra abundancia, el pasado puede parecer verdaderamente pobre, pero nuestra riqueza de hechos no es necesariamente una riqueza de pensamiento. Si no conseguimos hallar el hilo de Ariadna que nos guíe por este laberinto, no poseeremos una visión real del carácter general de la cultura humana y quedaremos perdidos en una masa de datos inconexos y dispersos que parecen carecer de toda unidad conceptual. Ernst Cassirer ACTIVIDAD: 1- A partir de la experiencia que describe la autora en relación a la organización de las pequeñas y medianas empresas. ¿Cuál es su opinión respecto al fracaso de la misma; tomando en cuenta las respuestas propuestas por la autora? 2- ¿Cómo debería ser pensado el hombre, para luego aplicar este concepto a la organización como grupo humano? 3- Según Pontalis: ¿Cómo orientar el saber, en relación a los fenómenos grupales?. Sintetice las diferentes teorías propuestas por el autor. 4- Describa las dos alternativas de legalidad científica de los fenómenos grupales.¿A qué posición adhiere usted?. Justifique. 5- Realice un texto reflexivo en base al fragmento del texto “LA CRISIS DEL CONOCIMIENTO” de Ernst Cassirer. 6- ¿qué implica según la autora una teoría general de las organizaciones y qué lugar ocupa el conocimiento?