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Madurez Psicológica y Espiritual -

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WENCESLAO VIAL
MADUREZ PSICOLÓGICA
Y ESPIRITUAL
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Título original: Psicologia e vita cristiana. Cura della salute mentale e spirituale
© Wenceslao Vial, 2016
© Ediciones Palabra, S.A. 2016
Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)
www.palabra.es
epalsa@palabra.es
Imágenes de portada: © Istockphoto
Diseño de cubierta: Raúl Ostos
Diseño de ePub: Erick Castillo Avila
ISBN: 978-84-9061-413-6
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares de Copyright.
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INTRODUCCIÓN
La psicología está cada día más presente en prácticamente todos los ámbitos de
nuestra vida. Las referencias psicológicas abundan en las novelas, en las películas o en
los anuncios publicitarios de todo tipo. Influye en la elección de la escuela para los hijos,
en el ingreso a la universidad, a un nuevo trabajo, en el discernimiento vocacional… Es
una ciencia omnipresente, que algunos quisieran incluso omnipotente. Cada corriente de
pensamiento ofrece su propia imagen del ser humano y de su psique: sus pensamientos,
emociones y actitudes. Hay numerosas obras sobre el tema, aunque con frecuencia dejan
de lado la dimensión espiritual de la persona. Como paradoja, quienes intentan ayudar a
otros en su vida cristiana muestran un interés cada vez mayor por la psicología. Son
también muchos los que, para intentar resolver conflictos espirituales o morales, acuden
al psiquiatra o al psicólogo, en lugar de hacerlo a un sacerdote o a un experto en moral.
Uno de los motivos de tanta atención quizá sea el mayor conocimiento psicológico
que se ha alcanzado en los últimos años, que permite descifrar mejor los problemas del
ser humano. En este libro intentaremos explicar algunas teorías, en relación con los
modernos manuales que describen la enfermedad psíquica. Tendremos presentes los
desafíos del hombre y la mujer de hoy, inmersos en un mundo altamente tecnológico,
con estímulos que llegan de tantos lugares, por ejemplo, a través de internet, con las
ventajas y desventajas del sistema. Se trata de descubrir y profundizar en los recursos de
la psicología, para una mejor comprensión de la persona, de sus dificultades y
aspiraciones.
Hemos aprovechado una abundante bibliografía de psicología, psiquiatría y vida
espiritual, así como la experiencia de numerosos profesionales de la salud y de otras
profesiones afines. Esperamos que estas páginas puedan contribuir a una mejor auto-
comprensión del lector mismo, y al conocimiento de las relaciones interpersonales, así
como de los complejos mecanismos que regulan y unen el cuerpo, la psique y el espíritu
humano. Las reflexiones que se presentan, desde perspectivas distintas, resultarán
especialmente útiles a tantas personas que ayudan a otras en su proceso de madurez:
padres, educadores, formadores, sacerdotes, directores espirituales y profesionales de la
salud. Lógicamente, no todos los capítulos tendrán para cada lector el mismo interés.
Encontrarán también sugerencias prácticas quienes descubren en sí mismos algún
síntoma psíquico o se relacionan con personas que tienen dificultades de este tipo, por
ejemplo, en la familia, en el trabajo, etc.
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En cualquier relación interpersonal se necesita un cierto conocimiento de psicología.
Además, como la psique está tan unida a la dimensión espiritual, es frecuente que una
persona con problemas en la esfera psíquica busque ayuda en un amigo, en los padres o
en un director espiritual, y no en primer lugar en un médico o un terapeuta. Por otra
parte, hoy se sabe que las normas de vida y las convicciones son factores importantes en
las patologías mentales. Las corrientes de terapia más eficaces buscan precisamente un
cambio en los pensamientos más profundos, en el caso de que se consideren
disfuncionales, teóricamente con el consenso del terapeuta y del paciente. Como la vida
de un cristiano está llena de convicciones fuertes que implican un modo de actuar, con
frecuencia se crean conflictos con los consejos de algunos psicólogos. Por ejemplo, si el
terapeuta «guía» a un paciente ansioso hacia la decisión de divorciarse y casarse de
nuevo, ¿cómo se debería reaccionar? ¿Sería bueno, para tener más tranquilidad o
recuperar la salud psíquica, renunciar o ir en contra de una enseñanza de Cristo?
Está claro que los valores cristianos han contribuido, y contribuyen de manera
decisiva, a la conquista de la felicidad. Al mismo tiempo, vivirlos bien comporta
sacrificio, renuncia, tensión. Numerosos cursos de coaching y de auto-ayuda, llenos de
referencias psicológicas y técnicas para el bienestar, se apoyan sobre algunos de estos
valores, pero con frecuencia silencian los más difíciles o sus consecuencias prácticas en
materias morales. Seguir los valores cristianos no es una vida fácil y sin obstáculos, pero
sí llena de alegría, como la de todos los que aman. Hay, sin embargo, muchas personas
que no consiguen vivirlos con serenidad. Por su modo de ser y de pensar, en parte
heredado y en parte adquirido, tienen una tensión exagerada que en ocasiones los
paraliza o destruye. Pueden ver en los ideales y en los mandamientos solamente reglas
inflexibles, que hay que sacar adelante con sus propias fuerzas, bajo la amenaza de los
más crueles castigos. Dios se convierte para ellos en un juez implacable. ¿Qué se les
podría aconsejar? Esperamos dar algo de luz para resolver este y otros dilemas.
Como marco del trabajo nos pueden servir algunos textos. El primero, de 1965, es
aún hoy un estímulo para entender mejor el funcionamiento de la mente humana, para
servir y ayudar a los demás en su crecimiento espiritual como cristianos. Anima a
conocer y emplear «no solo los principios teológicos, sino también los descubrimientos
de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los
fieles a una más pura y madura vida de fe»[1].
El segundo texto, de san Juan Pablo II, subraya la utilidad personal, para uno mismo,
de los conocimientos psicológicos: «las adquisiciones de la ciencia biológica,
psicológica o social ayudarán al hombre a penetrar mejor en la riqueza de su propio
ser»[2].
El tercero nos pone en guardia ante el error de querer reducir todo a la psicología,
pensar que el Yo es solamente psique, y confundir «la salud del alma» con «el bienestar
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emocional», sin considerar los aspectos espirituales del ser humano. Magistralmente lo
explica Benedicto XVI: «uno de los aspectos del actual espíritu mecanicista se puede
apreciar en la propensión a considerar los problemas y los fenómenos que tienen que ver
con la vida interior solo desde un punto de vista psicológico, e incluso meramente
neurológico. De esta manera, la interioridad del hombre se vacía y el ser conscientes de
la consistencia ontológica del alma humana, con las profundidades que los santos han
sabido sondear, se pierde progresivamente (…). Lejos de Dios, el hombre está inquieto y
se hace frágil»[3].
El primer objetivo será aclarar algunos conceptos de uso corriente tanto en psicología
como en vida espiritual (cap. I). Explicaremos después las principales corrientes de la
psicología contemporánea y sus raíces históricas, con referencia a las escuelas de
psicoterapia (cap. II). Los capítulos siguientes se dedicarán a la personalidad: su
desarrollo, la madurez, los rasgos peligrosos, los trastornos y algunos instrumentos para
su valoración (caps. III-V). De estas importantes nociones dependen en gran parte la
salud mental y la felicidad de los seres humanos.
A continuación ofreceremos algunos criterios para reconocer la sintomatología
psíquica más frecuente y, cuando sea posible, las causas y algunos elementos de
prevención. Examinaremos la distinción entre normalidad y patología. Se abordarán
afecciones como la psicosis, la ansiedad, la obsesión,la depresión, los trastornos de la
alimentación, las adicciones al alcohol, a las drogas e internet y las disfunciones del
sueño (cap. VI). Se hablará después de la sexualidad humana y de sus trastornos (cap.
VII). Difundir algunos conocimientos sobre la salud entre quienes no son médicos,
especialmente cuando se relacionan con la ayuda en el campo espiritual, puede disminuir
significativamente el sufrimiento en muchas personas y prevenir complicaciones, como
sucede ya en el caso de tantas enfermedades orgánicas. De hecho, unos conocimientos
básicos sobre la salud pueden ser de gran utilidad y apoyo para comprender el
dinamismo de la psique y dirigirse a un especialista cuando sea necesario. Es lo mismo
que ocurre, análogamente, con una apendicitis. Mucha gente sabe que un dolor
abdominal constante en la parte derecha y baja del abdomen puede ser causado por esa
enfermedad. Probablemente no han aprendido que ese lugar del abdomen se llama fosa
iliaca derecha, y que el dolor máximo se encuentra sobre el punto de Mc Burney, pero
saben lo suficiente para buscar a un cirujano.
Algunos síntomas están tan íntimamente unidos a la esfera espiritual, que conocerlos
es particularmente interesante. Por ejemplo, la depresión, tan frecuente y conocida desde
hace más de dos mil años, pero sobre la que aún no se ha llegado a conclusiones
unánimes. Los investigadores no se ponen de acuerdo ni siquiera en cómo definirla: si se
trata de fluctuaciones anormales del humor, o de una entidad cualitativa y
cuantitativamente diferente. No llegan a aclarar por completo sus causas, las
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características, el pronóstico y el tratamiento más eficaz; si es causada primariamente por
el estrés psicológico y los conflictos, por las creencias de fondo o por un problema
biológico. Se discute acerca de su clasificación, su naturaleza y su origen[4].
Llegar a un diagnóstico o saber tratar las enfermedades no es uno de los fines del
libro, porque esa es naturalmente tarea de médicos y psicólogos. El lector tendrá que
evitar también el riesgo de pensar que con las ideas de este texto estará en condiciones
de comprender perfectamente a las personas y de ponerles una etiqueta de manera
superficial. Contará, sin embargo, con un instrumento válido para comprender mejor a
los demás y a sí mismo.
Se presentan después algunas características específicas de la psique, con referencia
a la elección del terapeuta y de la psicoterapia ideal, en cuanto afectan a la vida
espiritual. Esos tratamientos, a diferencia de una intervención quirúrgica o a la
prescripción de un fármaco, no pueden ser neutrales acerca de las verdades
antropológicas y la filosofía de la vida (cap. VIII). Veremos la distinción entre
psicoterapia y dirección espiritual: se afrontarán los temas del sufrimiento, la muerte, la
culpa y cómo reconocer algunas manifestaciones sobrenaturales. Se propone un examen
de conciencia, como ejercicio práctico de reflexión para descubrir lo que nos aleja o
acerca de Dios y de los demás (cap. IX). Nos detendremos luego en la libertad y la
responsabilidad en psicología, y en fenómenos como la doble vida (cap. X). Finalmente
hablaremos de las relaciones entre la salud y el don personal a Dios, y el discernimiento
vocacional (cap. XI). Hemos intentado dar más peso a los aspectos prácticos. En los
distintos capítulos se ofrecen consejos útiles para ayudar espiritualmente a quien padece
alguna dificultad psíquica. Se esbozan desde el inicio, con el cuidado de la personalidad,
algunas posibles medidas de prevención en la salud mental y espiritual.
Las estadísticas son también reflejo de la importancia de estos temas. Se sabe que
una de cada tres personas presenta cada año síntomas psíquicos, que pueden ir desde un
breve momento de ansiedad o malestar en los períodos de estrés, a alteraciones más
prolongadas. Algunas de esas molestias desaparecerán en poco tiempo, como una gripe.
Otras serán indicio de una enfermedad psíquica más duradera. La depresión, que ya
hemos mencionado, es la causa más importante de incapacidad médica en Estados
Unidos. Casi la mitad de nosotros tiene un miembro de la familia o un amigo que sufre
una enfermedad mental seria. Esto, unido a la abundancia de temas psicológicos, hace
que, se quiera o no, la psicología entre en nuestras casas.
En la base de los contenidos que trataremos estará la idea del ser humano como
unidad y totalidad. Escribiremos sobre el cuerpo, la psique, el espíritu, las enfermedades
orgánicas y psíquicas, etc., pero en realidad el ser humano se comporta con una
extraordinaria unidad, la unidad de una persona espiritual; y es un todo. No es solo un
compuesto de cuerpo, alma y espíritu, sino todo eso en uno, siendo el espíritu el
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elemento unificador de los tres.
Sin embargo, la distinción metodológica y conceptual entre cuerpo, alma –psique– y
espíritu ayuda a entender algunas actitudes, síntomas e interrelaciones. Con ella se
consigue explicar mejor que no todos los fenómenos psíquicos se deben simplemente a
procesos neurofisiológicos. En el Génesis se encuentra ya esta tripartición[5]. La usa
también san Pablo, que exhorta a los cristianos: «que Él, Dios de la paz, os santifique
plenamente, y que vuestro ser entero –espíritu, alma y cuerpo– se mantenga sin mancha
hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5, 23).
El hombre participa de tres dimensiones: de la corpórea (somática, orgánica), de la
psíquica referida a los procesos mentales, y de la espiritual. No se puede estudiar a fondo
el ser humano sin tener presentes las tres, como no se puede juzgar la apariencia de un
objeto fijándose solo en la sombra que proyecta, según la imagen utilizada por Viktor
Frankl: si se consideran solo los datos de la biología o de la psicología, se llega
fácilmente a conclusiones parciales. Mirando, por ejemplo, la sombra circular proyectada
sobre un plano de dos dimensiones, no se consigue saber si proviene de una esfera, de un
cono o de un cilindro[6]. No se puede hacer un estudio serio a partir de una sola
dimensión del ser humano.
Ontología dimensional
Según la visión cristiana, y de otras creencias religiosas, la persona humana tiene una
dignidad extraordinaria porque ha sido creada a imagen y semejanza de su Hacedor, que
la llama a compartir su eterna felicidad. Precisamente aquí se encuentra «la razón más
alta de la dignidad humana», en «su vocación a la unión con Dios»[7]. Cada persona que
viene al mundo es única y original. Trae consigo muchas características heredadas de sus
padres, pero no hereda su espíritu. El hijo es una nueva persona, un Yo irrepetible. Con el
nacimiento viene a la luz un tú en relación al otro. Pero ¿ese espíritu qué es? ¿Existe
aunque no lo pueda ver? Lógicamente, que no pueda verlo no implica que sea irreal,
como tantas otras cosas que no veo; además, se ven sus actos. El organismo psicofísico
humano es limitado y muchas veces no se logra captar el espíritu en plenitud, porque su
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capacidad de expresión es siempre parcial y finita.
Con otras palabras, la persona es un individuo y su unidad no se rompe nunca, ni
siquiera en las psicosis, en las que se presentan algunas rupturas en distintos procesos,
pero no en la persona misma. Es también totalidad, ya que no puede disolverse ni
desaparecer en una comunidad, ni propagarse a sí misma. La persona es existencial,
dinámica y capaz de trascenderse a sí misma. Son esclarecedoras las palabras de
Kierkegaard: «el hombre es espíritu. Mas ¿qué es el espíritu? El espíritu es el yo (…). El
hombre es una síntesis de infinito y finitud, de lo temporal y lo eterno, de libertad y
necesidad, en una palabra: es una síntesis»[8].
La persona espiritual y corpórea, única e irrepetible, vive en un mundo material, pero
aspira a una realidad trascendente que la supera. Está llamada a comprender su vida
como misión, a ponerse en relación con quien encarga la misión. El ser finito y limitado
que se sabe criatura busca el infinito, el absoluto, al creador. En sus procesos mentales o
psicológicos se refleja la tendencia haciaDios, así como su innata capacidad de
rechazarlo, en cuanto ser libre. Los psicólogos contemporáneos analizan con frecuencia
esas relaciones y, aun manteniendo una neutralidad profesional, muchos piensan que la
religiosidad es esencial y connatural al ser humano: anima naturaliter religiosa[9].
Estudiar la psicología en la vida del cristiano significa tener en cuenta esas aspiraciones
y poner la mirada en una persona, en Cristo, para vivir plenamente la propia existencia y
desarrollar las capacidades humanas. Ya en el siglo II, Tertuliano había afirmado que el
alma humana, por su naturaleza, tendía hacia Cristo: «anima naturaliter christiana»[10].
Pero no se puede tender a Cristo si no se tiende a los demás, si no se sale de uno
mismo hacia todos, en especial a los más necesitados. Esta tensión es una de las notas
particulares de la vida cristiana subrayada por el Papa Francisco[11], y un importante
factor que contribuye a la salud. Sin dejar de lado el papel de las fuerzas inconscientes,
que sin duda influyen en nuestras elecciones, actitudes y acciones, tenemos la
posibilidad de aumentar nuestra relación de amor y servicio a Dios y a los demás,
procurando olvidarnos de nosotros mismos. En los distintos capítulos no me detendré
demasiado en los condicionamientos inconscientes de nuestro actuar, o en otros
elementos resaltados por la psicología del profundo. Daré más espacio a la vida normal y
consciente de quien trata de examinar sin miedo las profundidades del corazón, con la
ayuda de la gracia y las virtudes. En el flujo consciente de nuestra conciencia se mueven
los significados que damos a las cosas, a los sucesos, a los demás y a nosotros mismos,
los pensamientos que dominan nuestra mente y en ocasiones nos abaten, nuestra oración
de súplica, de perdón y de adoración. Por eso me parece útil permanecer lo más posible
en esa rica superficie, tantas veces olvidada. No pretendo ser exhaustivo ni proponer
ideas en las que todos estén de acuerdo, sino presentar algunas reflexiones abiertas al
diálogo y a su posterior análisis y discusión.
9
Para terminar, quisiera manifestar mi agradecimiento al profesor Joan Baptista
Torelló (1920-2011), psiquiatra y sacerdote católico, gran teólogo. Nació en Barcelona y
murió en Viena, donde pasó la mayor parte de su vida. Sus clases de psicología y vida
espiritual en la Universidad de la Santa Cruz en Roma, y sus numerosas publicaciones,
han sido fundamentales para la estructura de este trabajo. Agradezco también las
sugerencias de los que han leído el manuscrito, colegas sacerdotes y médicos: los
profesores Francesco Russo y Pablo Requena, y los médicos psiquiatras Nicolò Crosa,
Francisco Insa, Cristián Pizarro y Franco Poterzio. Un último agradecimiento a quienes
me han facilitado otros ámbitos relacionados con la elaboración del texto: Francesc
Castells, Andrea Bochese, Vicente de Castro, Roberto Vera e Isabel Zegers; y muy
especialmente al sacerdote y médico Luis Francisco Montoya, por su importante ayuda
en el trabajo de traducción desde el italiano.
10
Capítulo I
CUESTIONES TERMINOLÓGICAS
Antes de comenzar con los temas específicos, nos parece importante aclarar algunos
conceptos fundamentales. Además, como la terminología puede ser poco conocida para
los lectores no especialistas, al final del libro se ofrece un glosario más completo. Ahora
veremos de modo sintético el significado de algunos términos relacionados con la
dimensión psicológica, para facilitar la comprensión de las páginas siguientes.
11
1. SALUD, ENFERMEDAD Y VIDA ESPIRITUAL
Salud, según la Organización Mundial de la Salud, es «un estado de completo
bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o
enfermedades»[12]. La enfermedad, por tanto, puede ser entendida como cualquier
alteración en esas tres dimensiones. Se habla de enfermedad orgánica (física) cuando el
proceso anómalo tiene como causa inicial o provoca un defecto en los órganos del
cuerpo o en una función fisiológica del organismo (p. ej., la diabetes, el cáncer, la
meningitis). La enfermedad psíquica o mental, en cambio, se manifiesta sobre todo en el
actuar humano y en las funciones unidas a la esfera psíquica, como los sentimientos, los
pensamientos y las actitudes.
Si esta definición se toma en sentido literal, está claro que no se encontrará ninguna
persona sana en el mundo, donde la perfección es solo un deseo. San Agustín escribió:
«el cuerpo está sujeto a tantas enfermedades, que ni los libros de los médicos las
contienen todas. La mayor parte de los remedios y medicinas son otros tantos tormentos
para librar al hombre de una pena con la ayuda de otra»[13].
Lo que más nos interesa no es la enfermedad, sino la persona enferma que desea
encontrar sentido a su sufrimiento y alguien en quien apoyarse. La búsqueda de un
significado, de un tú al que hacer partícipe del propio dolor, es una tarea exclusiva y
fundamental del ser humano y un gran desafío para su vida espiritual.
Por vida espiritual entendemos aquella que debería desear cualquier persona: hacer
crecer las capacidades esenciales de nuestra naturaleza, desarrollar la inteligencia y la
libre voluntad. Significa conocer mejor la verdad, amar intensamente el bien. Va más
allá de la mera satisfacción de las necesidades materiales. Para el cristiano quiere decir
imitar a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que nos da el ejemplo de su
existencia terrena enteramente dirigida a un fin y con un significado preciso: cumplir la
Voluntad de su Padre. Descubrir esta voluntad será un auténtico camino de vida
espiritual, la luz que nos permita vencer los desafíos. También fuera del cristianismo se
puede tener una vida espiritual. Cuanto más se trascienda una persona a sí misma, más
espiritual será su existencia: no se concentrará tanto en sus intereses o necesidades, sino
que mirará hacia fuera de sí en busca de Dios, de los demás, del sentido último.
La relación entre enfermedad y vida espiritual es difícil de entender, pero se ilumina
con la vida de Jesús, muerto en la Cruz. La enfermedad y la vejez recuerdan que todos
estamos de paso y, a los cristianos, que vamos camino del Cielo. Comprobar los límites
nos lleva a «deplorar la miseria de esta vida y a desear la felicidad de la otra»[14]. En el
último capítulo profundizaremos en este tema.
El papel del médico es de gran importancia. La Sagrada Escritura, con cierta ironía,
dice: Honora medicum propter necessitatem etenim creavit eum altissimus: «honra al
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médico como corresponde, porque también a él lo creó el Señor» (Si 38, 1). Después,
con un lenguaje muy actual, afirma claramente que nuestra salud está sobre todo en las
manos de Dios: «la curación procede del Altísimo, y el médico recibe presentes del rey.
La ciencia del médico afianza su prestigio y él se gana la admiración de los grandes. El
Señor hizo brotar las plantas medicinales, y el hombre prudente no las desprecia. ¿Acaso
una rama no endulzó el agua, a fin de que se conocieran sus propiedades? El Señor dio a
los hombres la ciencia, para ser glorificado por sus maravillas. Con esos remedios el
médico cura y quita el dolor, y el farmacéutico prepara sus ungüentos. Así, las obras del
Señor no tienen fin, y de él viene la salud a la superficie de la tierra. Si estás enfermo,
hijo mío, no seas negligente, ruega al Señor, y él te sanará» (Si 38, 2-9).
El médico puede ayudar al ser humano a vivir en paz y armonía con su cuerpo y con
su alma a todos los niveles, también en el más alto, tradicionalmente llamado
espíritu[15]. El «espíritu», en el lenguaje de la Escritura, muchas veces es sinónimo de
«corazón», pero significa además la «profundidad del corazón» en contraste con la
psique, que sería la parte más exterior, más unida al cuerpo y, por tanto, menos libre[16].
A los profesionales de la salud y a quienes tengan algo que ver con el sufrimiento
humano, les ayudarán las palabras que Benedicto XVI escribió comentando la capacidad
dada por Jesús a los doce apóstoles de «curar todas enfermedad y dolencia»(Mt 10, 1):
«quien quiera curar realmente al hombre, ha de verlo en su integridad y debe saber que
su última curación solo puede ser el amor de Dios»[17].
13
2. PSICOLOGÍA, PSIQUIATRÍA Y PSICOTERAPIA
Estos conceptos se suelen confundir. Caben tantas definiciones de psicología, como
variadas son las corrientes de pensamiento. Se puede decir que la psicología estudia
científicamente los procesos mentales y sus manifestaciones en el comportamiento
humano. La psiquiatría, en cambio, es una especialidad de la medicina que tiene como
objeto el estudio y el tratamiento de las enfermedades psíquicas.
La psicoterapia, por su parte, se ocupa de los procesos mentales, de las actitudes
humanas, de las situaciones conflictivas o del sufrimiento psíquico o psicosomático, y
también de las enfermedades. La etimología refleja bien la amplitud de su significado.
Deriva del griego therapeía, curación, y psyche, que admite muchos sentidos: alma
distinta del cuerpo, corazón, carácter, ánimo, mente, sede de la personalidad o de las
sensaciones y sentimientos, etc. La psicoterapia es, pues, la curación o tratamiento de la
psique. Se diferencia de la psiquiatría en que sus instrumentos o medios de trabajo son
esencialmente psicológicos, sobre todo verbales. Por eso se habla de tratamiento
mediante la palabra. La relación terapeuta-paciente es muy característica. Se basa en el
encuentro de dos personas que seguirán un itinerario con distintas etapas: un proceso
cognitivo, para entender cómo funciona la mente; una reflexión y elaboración de los
datos; la toma de conciencia más clara de los problemas, que abre paso a la madurez; la
posibilidad de ofrecer orientaciones útiles y prácticas para la vida; una ocasión para
modificar la personalidad y, finalmente, para favorecer la adaptación a las realidades
internas y externas del paciente[18].
Se intenta reducir los síntomas o modificar la estructura de la personalidad y algunas
actitudes, hábitos, aspectos irracionales o inapropiados del modo de pensar, etc., para
mejorar la calidad de vida. Existen más de 400 escuelas de psicoterapia[19]. Algunas son
llamadas directivas, es decir, guían explícitamente a los pacientes para que modifiquen
de una determinada manera sus convicciones o estructuras mentales consideradas
peligrosas: entre estas se cuentan las terapias cognitivas, conductistas, de la Gestalt y las
orientadas al problem solving (resolver problemas). Otras son, teóricamente, no
directivas, como el psicoanálisis, la terapia centrada en el cliente y algunas corrientes
cognitivas. Habitualmente las terapias directivas son más breves. En la práctica, sin
embargo, es muy difícil que se consiga cumplir la que debería ser la primera regla del
psicoterapeuta: «evitar que sus convicciones ideológicas, filosóficas, éticas y religiosas
interfieran en la evaluación de sus pacientes y su mundo»[20].
No siempre queda clara la diferencia entre la psicoterapia y otras formas
profesionales de ayuda. El counseling, por ejemplo, es una intervención breve en la cual
la persona que busca ayuda debe ser ya capaz de asumir responsabilidades, aunque se
encuentre en un estado de confusión; es «un itinerario a través del cual el sujeto aprende
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a ser cada vez más libre, porque se libera de condicionamientos internos y externos que
por varios motivos limitan su potencialidad. En esta conquista progresiva de sí mismo
maduran también su apertura a los demás y su disponibilidad para hacerse cargo de sus
eventuales necesidades»[21]. Tiene una dimensión terapéutica, como una terapia breve
con una finalidad previamente determinada, pero se aplica además en un contexto
formativo y didáctico. Se trata de hacer madurar las competencias personales en las que
se apoya la decisión, o life skills: decision making, problem solving, pensamiento
creativo, pensamiento crítico, comunicación eficaz, capacidad de relaciones
interpersonales, autoconciencia, empatía, gestión de las emociones y del estrés.
Los psiquiatras pueden usar la psicoterapia como un medio terapéutico. No todos, sin
embargo, son psicoterapeutas, ni todos los psicoterapeutas son médicos o psicólogos. El
estudio de la psicología humana requiere capacidad de observación y ya aquí podemos
hacer una primera relación con la vida cristiana: los santos tienen una gran capacidad de
observación y de admiración; se observan a ellos mismos y al mundo con los ojos de
Cristo. Tienen un insight (visión interior), por así decir, que trasciende su propia vida, en
sí mismos descubren a Dios y a los demás.
15
3. PERSONALIDAD, TEMPERAMENTO Y CARÁCTER
Otro concepto que casi nunca se define unívocamente es el de personalidad. Aunque
intuitivamente su significado es claro, faltan las palabras al intentar explicarlo. Con
términos sencillos, diremos que es el modo de ser de cada uno, que se va conformando a
lo largo de toda la vida. Allport habla de una «organización dinámica, en el interior del
individuo, de los sistemas psicofísicos que determinan su conducta y su pensamiento
característicos»[22]. Es lo que define a la persona espiritual ante los demás y ante sí
misma, lo que se refiere a la interioridad de un sujeto concreto y a su capacidad de
diálogo. Como escribió Romano Guardini (1885-1968), a su esencia pertenecen la
estabilidad de los actos y las «actitudes duraderas de la vitalidad personal vibrante»[23].
La Organización Mundial de la Salud da una definición de personalidad que
considera todos los factores que modifican la forma de ser: «el patrón enraizado de
modos de pensar, sentir y comportarse que caracterizan el modo de adaptarse, el estilo de
vida propio y único de la persona que son el resultante de factores evolutivos,
constitucionales y sociales»[24].
Algunos autores hablan de dos elementos de la personalidad. En primer lugar, el
temperamento, del latín temperamentum, que significa proporción o combinación de los
humores del cuerpo; y sería el conjunto de características de nuestro modo de ser, con un
origen fundamentalmente congénito. Se hereda y se desarrolla desde el nacimiento.
Viene a ser como el sustrato biológico del funcionamiento psíquico. En segundo lugar, el
carácter, del griego Χάραχτήρ, que significa «huella sobre una moneda», o «el
instrumento que se utiliza para hacer incisiones». Corresponde a los aspectos del modo
de ser adquiridos bajo la influencia de factores externos, como programas educativos,
formación, éxitos o fracasos, la interacción social, los condicionamientos socio-
culturales y el esfuerzo personal por educar la afectividad, la fantasía, etc. Representa el
funcionamiento habitual del individuo, que con su Yo integra aspectos internos y
externos. Algunos hablan de carácter como sinónimo de personalidad, o como un
atributo moral. Se dice, por ejemplo, es un hombre de carácter, para referirse a quienes
«en su actividad volitiva y en su modo de pensar están organizados de tal forma que
revelan dos cualidades fundamentales: una plena responsabilidad y consecuencia en su
obrar y, por lo tanto, una regularidad en la conducta»[25]. Estos valores morales, la
fidelidad a sí mismos, la constancia y fortaleza para seguir las directrices marcadas en la
vida, son fundamentales en la formación o educación del carácter. Hay hombres que
desde el punto de vista ético o moral serían calificados como sin carácter, y en cambio
tienen un carácter psicológico muy definido.
La gran diversidad de modos de ser ha sido causa de admiración desde hace siglos.
Teofrasto (aprox. 372-287 a.C.), sucesor de Aristóteles en la escuela peripatética de
16
Atenas, además de sus conocimientos en botánica, nos dejó una breve obra con la
descripción de 30 tipos distintos de personalidades. En el proemio, aunque
probablemente no escrito por él mismo, se pregunta sorprendido cómo es posible que no
todos los atenienses tengan la misma constitución de carácter, a pesar de que viven bajo
el mismo clima de Grecia y han sido educados de un modo similar. Sin hacer juicios
éticos, Teofrasto da una definición clara y precisa del rasgo dominantenegativo
(avaricia, pesimismo, soberbia, etc.), con ejemplos tomados de las actividades diarias de
la época[26]. Aún hoy son frecuentes los intentos de ordenar a las personas en grupos,
según el tipo de temperamento o de carácter.
Cualquier clasificación tendrá sus límites y ninguna puede ser considera absoluta o
infalible, ni se debe interpretar de modo determinista o fatalista. El individuo y su
personalidad es único e irrepetible, como demuestran las observaciones psicológicas y
sus normales relaciones interpersonales. Sin embargo, es asombroso comprobar las
semejanzas que hay entre las personas que integran un determinado tipo o categoría.
Los esfuerzos para definir categorías tipológicas comienzan en la antigüedad griega.
La primera teoría, formulada por Empédocles en el siglo V a.C., explica el
temperamento con los elementos de la naturaleza entonces conocidos: aire, agua, fuego y
tierra. Hipócrates subraya la correspondencia de estos cuatro elementos con los cuatro
humores o fluidos del cuerpo: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra.
Aristóteles asocia las características a la sangre y, así, las personas serán de sangre
liviana, fría, caliente o pesada.
Una teoría más completa llegará con Galeno (II d.C.). El temperamento para él es
una mezcla de «humores» cardinales (sangre, pituita, bilis negra o atrabilis y bilis
amarilla). Esta división de temperamentos fue empleada durante siglos, con algunas
variantes y añadiendo elementos de otras prácticas, como la fisiognomía, o arte de
descubrir las características de la personalidad a partir de la apariencia externa, en
particular, el aspecto y la expresión del rostro. El tratado más antiguo sobre fisiognomía
es de Aristóteles, para quien la expresión facial, los movimientos y gestos serían muy
reveladores del carácter, aunque no sería prudente basarse en un solo signo para emitir
un juicio. Un famoso fisonomista fue Johan Kaspar Lavater (1701-1801), que se fijó en
la coherencia que existe entre los aspectos internos y los externos de la personalidad:
todas las características del cuerpo son coherentes unas con otras, no se encuentran, por
ejemplo, ojos alegres sin una boca alegre; el modo de caminar, la caligrafía, la posición
del cuerpo, etc., reflejan la personalidad: «un mismo espíritu se manifiesta en todo»[27].
La clasificación según los humores, junto a una representación clásica de los rostros,
se puede resumir de la siguiente manera:
Temperamento sanguíneo
17
Tono vital alegre, capacidad de superar las dificultades, de ver el lado bueno de las
cosas, tolerancia, activismo y fácil entusiasmo. Pueden ser frívolos, superficiales,
irreflexivos y volubles, impulsivos y temerarios.
Temperamento flemático
Destaca el equilibrio, el autocontrol y la capacidad de comprensión. A veces son
indiferentes y escépticos, pero también tolerantes, constantes y prudentes. Son reflexivos
y no se precipitan en las decisiones. Pueden ser demasiado lentos, pasivos y
desinteresados: se definen como personas de «sangre fría».
Temperamento colérico
18
Personas apasionadas, de «sangre caliente». Se entusiasman fácilmente. Viven las
experiencias con intensidad y profundidad. Pueden ser irritables, dejarse llevar por la
cólera sin motivo, caer en el despotismo o la intolerancia y perder el control de las
emociones o reacciones.
Temperamento melancólico
Responsables, con gran sentido del deber y la lealtad. Sensibles, con tendencia al
perfeccionismo y a los escrúpulos. Pueden ser inseguros, susceptibles y con más
sentimientos de culpa. Prefieren la soledad. Etimológicamente, el adjetivo viene de bilis
negra (μέλας χολή).
Más recientemente, el psicólogo alemán Ernst Kretschmer (1888-1964), en su obra
Körperbau und Charakter de 1921, estableció una tipología constitucional a partir de las
formas corpóreas. Estudiando más de 260 casos de enfermedad mental, describió el
modo en que se relacionaban esas formas con ciertas enfermedades. Para él, la diferencia
entre normalidad y patología es solo una cuestión de graduación sin límites precisos, y se
asocia a diferentes tipos de temperamento. William Herbert Sheldon (1898-1977),
norteamericano, en 1942 desarrolla esta corriente a partir del estudio de 4.000 fotografías
de personas, tomadas desde tres perspectivas: frontal, lateral y dorsal. Su conclusión es
que todo organismo está formado en distinta proporción por tres componentes: vísceras,
19
soma (osteomuscular) y cerebro. Establece así una clasificación clásica. En los
viscerotónicos, de mayor peso, predominan las vísceras digestivas; el comportamiento se
orienta hacia la relajación, la lentitud de reacciones, el placer de comer, la tolerancia y la
amabilidad con el prójimo. Los somatotónicos tienen un físico delgado, musculoso, con
huesos que destacan; son propensos a la actividad, decididos, físicamente resistentes,
valientes y agresivos; les gusta la aventura y el ejercicio. En los cerebrotónicos, por
último, predomina la función mental y su aspecto es lineal; les gusta la intimidad y son
reservados con una actitud social inhibida; tienen una sensibilidad y reactividad
excesiva, con tendencia a padecer trastornos psicológicos, la tensión mental y la
ansiedad.
Como ejemplo de clasificación a partir del carácter se puede citar la del holandés
Gerardus Heymans (1857-1930) y la del francés René Le Senne (1882-1954), que
distinguen dos tipos psicológicos: emotivos y no emotivos, según la capacidad de
reacción a los estímulos del mundo objetivo. Estas dos categorías se dividen a su vez en
activos y no activos; y luego en primarios y secundarios, según la mayor o menor
repercusión psíquica que tengan los estímulos y la duración de la reacción entre ellos. Es
también conocida la clasificación de Carl Jung (1875-1961) entre introvertidos y
extrovertidos, según cómo sea la tendencia de la persona hacia lo que ocurre en su
mundo interior o exterior: los primeros desarrollan la abstracción, son difíciles de
conocer, más esquivos y buscan continuamente defenderse; los segundos son más
abiertos, accesibles y con capacidad de entrega. La introversión y la extroversión, como
caracteres típicos, representan, para este autor, una base esencial en el proceso psíquico
de todas las personas y en cualquier clase social, ya desde la infancia; establecen el
modo habitual de comportarse, de relacionarse y determinan la naturaleza de las
experiencias subjetivas[28].
En los últimos años se consideran más las características de la personalidad en
grados. No como en blanco y negro, sino admitiendo una graduación de menos a más.
Son las llamadas clasificaciones dimensionales[29]. Hans J. Eysenck (1916-1997), por
ejemplo, considera tres dimensiones: introversión-extroversión, estabilidad-inestabilidad
(neuroticismo) y psicoticismo. Las clasificaciones hoy más utilizadas siguen el modelo
de los cinco grandes factores (Big Five), ideado por Paul Costa (nacido en 1949) y
Robert McCrae (nacido en 1942). Cuenta con 5 dimensiones que se han demostrado
estables en diversas culturas, tienen elementos heredados y persisten desde la infancia
hasta la vida adulta. A cada factor principal corresponde un grupo de características
medibles, que van desde un polo positivo a uno negativo. Se estudian con un test
llamado con el acrónimo NEO, por las tres primeras letras de tres factores; fue publicado
en 1985 y revisado en 1992. Veamos algunos de los elementos que se valoran:
Neuroticism (neuroticismo): en el polo positivo son tranquilos, serenos,
20
seguros, felices y optimistas; en el negativo son ansiosos, irritables,
insatisfechos, tímidos, inseguros y pesimistas.
Extraversion (extroversión): por una parte son amables, seguros, optimistas,
activos y divertidos; por otra son serios, reservados, inseguros y tímidos.
Openness (apertura a las experiencias): en el polo positivo son imaginativos,
independientes, se interesan por la novedad, sensibles a la estética, emotivos,
activos, idealistas y altruistas; en el negativo se presentan como prácticos,
conformistas, interesadospor las rutinas, pasivos, poco emotivos, rígidos,
testarudos y desconfiados.
Agreeableness (afabilidad): por una parte son confiados, simples,
desinteresados, dóciles, afectuosos y cooperadores; en el polo negativo son
bruscos, desconfiados, poco cooperadores y solitarios.
Conscientiousness (responsabilidad): en el polo positivo son competentes,
ordenados, organizados, responsables, reflexivos y disciplinados; en el negativo
son desorganizados, irresponsables, conformistas e impulsivos.
La importancia subjetiva de cada uno de estos factores es distinta según las culturas.
En relación a la salud mental, la extroversión sería mejor para el bienestar emotivo,
porque facilita afrontar las situaciones estresantes y pedir ayuda. La puntuación alta en
los polos positivos de afabilidad y responsabilidad también contribuye al bienestar
emotivo. El neuroticismo, en cambio, se asocia al malestar emotivo, a un mayor riesgo
de depresión, trastornos de ansiedad, sentimientos de culpa y enfermedades
psicosomáticas. Las personas con niveles altos en la dimensión de la apertura a las
experiencias tienen más intereses intelectuales, son exigentes consigo mismos, cambian
con cierta frecuencia de trabajo, escogen profesiones menos comunes, etc. Los más
responsables se muestran ambiciosos, perseverantes y con más frecuencia alcanzan el
éxito.
Otra interesante clasificación es la de Julian B. Rotter (1916-2014), con su teoría del
aprendizaje social y su definición de personalidad como el modo característico de
reaccionar ante una situación particular. Para él, existen cuatro elementos que permiten
explicar y predecir el comportamiento en las situaciones específicas. El potencial de
conducta, que sería la posibilidad de desarrollar una cierta conducta, dependiendo del
refuerzo y de las expectativas. La expectativa o probabilidad prevista por la persona de
que se produzca un refuerzo positivo después de una cierta conducta o en una situación
específica. El valor del refuerzo o la preferencia que se manifiesta por un determinado
tipo de refuerzo. Y, por último, la situación psicológica o modo de percibir y valorar las
circunstancias. Según Rotter, una diferencia clave en las personas está en sus
convicciones acerca de cómo se produce el control en las acciones, en las consecuencias
y en la influencia posterior de estas en el sujeto. Establece una clasificación según el
lugar al que se atribuye el control (locus of control): ya sea internamente, más
21
dependiente de la propia voluntad, o externamente, determinado por factores externos.
Control interno: las personas piensan que son ellas las que controlan sus
propios actos y las consecuencias. Cuando predomina esta convicción, locus
interno, se observa la tendencia a atribuir el fracaso a una falta de capacidad,
poca inteligencia, falta de fuerza física o escasa voluntad, constancia, esfuerzo,
etc. Hay una inclinación a dominar las situaciones, a no contentarse con lo que
se presenta y a luchar para alcanzar los objetivos. Por eso, habitualmente
consiguen mejores resultados en lo que se proponen; tienden a controlar a los
demás, son exigentes, expeditivos y cargan con más responsabilidades.
Control externo: piensan que el control depende fundamentalmente de factores
externos a ellos, como el destino y la buena o mala suerte. Consideran que su
conducta no tiene nada que ver con los resultados obtenidos. Atribuyen sus
fracasos a otros, son más vulnerables a los factores externos, más conformistas
y pasivos. No controlan a los demás ni les exigen; evitan asumir
responsabilidades y decisiones, y tienden a usar estrategias defensivas. Son más
pesimistas y sensibles al estrés y tienen más problemas psicológicos, depresión
y ansiedad.
El locus of control se considera más interno (se internaliza) con la edad. Es útil, pues
facilita las relaciones familiares y una buena comunicación. Para algunos especialistas,
sin embargo, no resulta una característica tan generalizada y estable como piensa Rotter,
sino que cambia según el contexto concreto de comportamiento: en ciertas circunstancias
sería interno y en otras, externo. En el capítulo V se ofrece la escala de autovaloración
para descubrir cuál es la convicción personal.
22
4. INCONSCIENTE, AFECTIVIDAD Y REACCIONES EMOTIVAS
Es evidente que en el ser humano existen motivaciones y fuerzas distintas a la
racionalidad, que influyen en su actuar. Entre estas, el inconsciente y la afectividad, o la
afectividad encerrada en el inconsciente, según como se mire. Algunas manifestaciones
de estas fuerzas son una prueba más de nuestra limitación, que afecta incluso a la
libertad. Ciertas corrientes de psicología subrayan los aspectos inconscientes, los
instintos y las necesidades innatas como algo que empuja al hombre. Otras dan más
importancia al mundo de los valores y de los ideales, no innatos, sino elegidos, que
atraen desde fuera. Los extremos que excluyan por completo una de estas dos
dimensiones no ayudan a una buena comprensión de la existencia.
Los aspectos conscientes son las experiencias, las razones o los motivos presentes y
asequibles al conocimiento. Como no siempre explican el modo de actuar, de pensar,
sentir o comportarse, se intuyen otros factores de los que no somos conscientes, por lo
tanto, inconscientes: se encuentran en el subconsciente, que no está presente a la
conciencia actual y no puede ser evocado (recordado o examinado) voluntariamente,
cuando se quiera. Algunos autores dividen este subconsciente en preconsciente e
inconsciente, según el grado de profundidad: en el preconsciente estarían los contenidos
que pueden ser recordados con medios comunes, como la reflexión, la introspección, el
examen de conciencia o la meditación. En el inconsciente, en cambio, estarían los
contenidos que solo algunos especialistas consiguen traer de nuevo a la conciencia. Con
frecuencia se suele usar indistintamente el término genérico inconsciente.
El inconsciente tiene, según algunas corrientes, reglas muy precisas. Contiene
elementos contradictorios entre sí, pero sin que haya discordia, porque son
independientes. Se encuentra un poco fuera del tiempo, porque no se hace consciente
con el paso de los años; influye en la realidad, sin considerarla ni ser modificado por la
conciencia; y tiene una fuerza o resistencia a dejarse conocer, que lo auto-preserva. Se
puede formar por el paso inmediato de los contenidos de la conciencia al inconsciente, o
por una especie de sedimentación progresiva. El contenido no es siempre negativo.
Existen experiencias o recuerdos removidos de la conciencia porque resultaban
traumáticos e indeseados, energías psíquicas no utilizadas, impulsos no completamente
integrados, como la agresividad o los complejos de inferioridad, tendencias
motivacionales más automáticas que favorecen comportamientos antisociales o no
deseables, pero también encuentra espacio la disponibilidad para servir a los demás, para
darse[30].
Entre los factores más automáticos de nuestro actuar hallamos los instintos. Cuando
se habla de instinto, se piensa sobre todo en los animales, y se aplican al hombre solo en
relación con los aspectos en los que más se parece a ellos. Es un concepto que indica una
23
necesidad biológica o un impulso interno no sometido en su origen a la libertad o a la
voluntad. Por eso es la fuente motivacional más característica de los animales, que
estudia la etología. Se presentan como comportamientos complejos que se adaptan al
ambiente y se orientan hacia un fin. No se ha conseguido encontrar una explicación
físico-química ni biológica. Son ejemplos conocidos la actuación siempre igual de
algunos insectos al construir un lugar adecuado para desovar, o las telarañas hechas del
mismo modo, los movimientos de los peces con orden y dirección constante en el
océano, los pájaros que cuidan el nido y a sus polluelos con reglas precisas, etc.
En el ser humano los instintos están presentes de un modo distinto y se suelen llamar
tendencias. El instinto se sigue espontáneamente, sin que su objeto seaconocido como
tal: es innato, aunque se refuerza y modifica con la experiencia. Las tendencias, en
cambio, se siguen solo cuando se conocen sus objetos; tienen relación con la capacidad
humana de trascendencia[31]. La diferencia se puede resumir diciendo que «el animal
dialoga con el ambiente a través de los instintos, y el hombre, en cambio, dialoga con el
mundo»[32].
En la primera infancia los reflejos instintivos son fundamentales: un recién nacido
tiene muchos reflejos que va perdiendo a medida que pasan los días (p. ej., el reflejo de
la marcha: recién nacido, si se le levanta por los brazos, tiende a caminar). En el adulto
está claro que los motivos son complejos y distintos al mero reflejo o instinto.
Además de los instintos, en psicología se habla de necesidades o tendencias innatas a
la acción, que surgen de un déficit o potencialidad natural que «no se limita al aspecto de
carencia, sino que comprende también la inclinación hacia el crecimiento, el desarrollo
de sí y la comunicación»[33]. Muchos autores se han dedicado al estudio y descripción
de estas necesidades. Henry A. Murray (1893-1988) identifica los siguientes grupos:
aceptación social: ser conocido y apreciado, obtener estima, respeto y consideración;
adquisición: desempeñarse en asuntos o actividades con sentido; afiliación: tendencia
innata hacia el otro, para establecer relaciones de amistad y unión; agresividad: lleva a
vengarse de las injusticias sufridas; ayudar a los demás; autonomía: dirigir activamente
la propia vida; cambio o novedad: deseo de modificar el ambiente, las circunstancias y
las actividades, evitar la rutina o las repeticiones; conocimiento; dependencia afectiva;
dominio; excitación (sensibilidad): emocionarse, dejarse estimular, provocar una
respuesta; exhibicionismo: ser el centro de atención, impactar, asombrar, excitar; evitar
la inferioridad y defenderse; juego; gratificación erótica: usar al otro como instrumento
del propio placer; reacción: superar con tenacidad las dificultades; sumisión o respeto:
admirar a un ser superior; estima de sí: tener una identidad estable y sustancialmente
positiva, conocer las propias cualidades; éxito: salir adelante en algo difícil; humillación
(desconfianza en uno mismo): tendencia a minusvalorarse[34]. Las necesidades pueden
ser contrarias entre sí, y la fuerza que ejercen es sentida de modo distinto según las
24
personas y la educación que hayan recibido. Están relacionadas con la autoestima y
pueden ser conscientes o inconscientes.
Junto a los instintos, a las necesidades más automáticas y al querer racional
consciente, encontramos la afectividad y su centro o corazón. Con frecuencia, desde la
antigüedad griega, este terreno ha sido visto como algo negativo, opuesto a los aspectos
racionales del hombre, la inteligencia y la voluntad. Sin embargo, es fundamental en
nuestra relación con los demás y con Dios[35]. Psicológicamente, la afectividad está
constituida por diversos procesos dinámicos de nuestro mundo interior, que tienen
aspectos conscientes e inconscientes. Nos detendremos en el significado del humor, las
emociones, los sentimientos y las pasiones. Son conceptos similares, que se pueden
entender como un estado o una reacción de signo positivo o negativo, que determina las
actitudes o conductas del sujeto. Muchas veces tienen significados distintos según un
autor u otro. Veremos solamente algunas características, sin alargarnos en explicar su
génesis, sus consecuencias psico-fisiológicas o sus manifestaciones, pues nos alejaría de
nuestro objetivo.
Comencemos con el humor, acordándonos de que Galeno hablaba del temperamento
como una mezcla de humores o fluidos. Toda la salud se examinaba en relación a los
humores, que daban lugar a una forma de ser particular. Hoy en día, el humor indica una
disposición de ánimo o actitud interior difusa y persistente, sin objeto ni estímulo preciso
y, por tanto, algo poco consciente. A partir del humor se valoran las cualidades de los
estados de ánimo: triste, alegre u optimista. En nuestra naturaleza cambiante, también el
estado del humor fluctúa continuamente, como tantos otros intereses, afectos hacia los
demás, apetitos, etc.
Las emociones son los estados afectivos más agudos, de alta intensidad y poco
duraderos, producidos por ideas, recuerdos o sensaciones. El agente del estímulo puede
ser real o imaginario. Algunos ejemplos son el miedo, la cólera y la angustia.
Los sentimientos duran más en el tiempo y nacen o se despiertan en el alma después
de emociones repetidas, como una conceptualización de ellas. Tienen una intensidad
moderada; son siempre de signo positivo o negativo y no se acompañan de
manifestaciones somáticas. Nunca son neutros. El aburrimiento, como explica el
psiquiatra Enrique Rojas, podría parecer algo neutro, pero «su vivencia cabalga entre la
angustia y la tristeza: es una inquietud ante el vacío y el desinterés de todo que provoca
melancolía; todo se vive con tal lentitud que el tiempo no acaba de pasar, haciéndose los
minutos horas»[36]. Como se ve, la afectividad influye hasta en la percepción del
tiempo: en la persona alegre pasa rápido, y en la triste se hace lento y pesado.
Las pasiones, por último, son similares a los sentimientos en cuanto a la duración
temporal, y a las emociones en cuanto a la alta intensidad. Se manifiestan como un
afecto muy vivo por una persona o cosa, que empuja constantemente en esa dirección. El
25
control de la voluntad sobre estas manifestaciones emotivas es más débil. Algunos
sentimientos pueden transformarse en pasiones, si aumentan de intensidad. Así ocurre,
por ejemplo, con el amor, el odio o los celos. Si el objeto de la pasión es un bien, la
reacción será de amor (complacencia); si ese bien se manifiesta al sujeto como algo
presente de lo que puede disponer, a esa pasión se añade la alegría de poseerlo; si no está
presente, existe el deseo de poseerlo y por tanto la esperanza o la desesperación, si se
piensa que será imposible obtenerlo. Ante un mal, la reacción es el odio (repugnancia).
Si ese mal está presente al sujeto, se añade la tristeza o la ira; si no está presente, se da la
aversión: audacia o temor. De estas pasiones derivan otras más complejas, como los
celos, que se componen de amor y odio. En el lenguaje común, a veces se habla de
pasión como de una emoción intensa y breve, que ciega el conocimiento.
En el proceso de decidir actúan todos estos aspectos de la afectividad. Hay una
influencia recíproca entre los afectos en general y el intelecto. Se puede decir que lo
primero es un querer emocional, al que sigue un querer racional. En el plano emotivo se
encuentra el me gusta o no me gusta, que corresponden a un nivel psicofisiológico y
psicosocial. La percepción interactúa con la memoria afectiva (recuerdos más o menos
agradables) y se generan imaginaciones sobre el futuro que se valoran intuitivamente y
terminan en una nueva emoción o en una acción impulsiva. En el segundo nivel, racional
y selectivo, la pregunta será me beneficia o no: hay un razonamiento reflexivo que juzga
el anterior proceso del querer emocional, dando lugar a lo que es típicamente humano, la
acción deliberada.
La memoria afectiva es muy importante: las experiencias vividas dejan una huella
(de placer o desagrado) que no necesariamente será consciente, y que no desaparece.
Puede resurgir en cualquier momento, ante situaciones análogas. Su influencia es capaz
de modificar incluso la percepción: tendemos a valorar los eventos del pasado de modo
similar, también cuando han ocurrido variaciones significativas. Este mecanismo
explica, por ejemplo, el miedo de un adulto a los perros, cuando fue mordido siendo
niño. Se forman actitudes emocionales que llevan a actuar o reaccionar según las
expectativas construidas por experiencias pasadas, con la sedimentación de distintas
emociones. Son difíciles de modificar aun cuando haya nuevas experiencias positivas.
Las actitudes intelectuales, en cambio, provienen de un juicio reflexivo y derivan de
convicciones y valoracionesracionales, que van más allá de las circunstancias presentes
y de la carga emotiva.
La experiencia nos hace ver que es frecuente el conflicto entre las tendencias, entre el
me gusta y el me beneficia. Demuestra también que cabe tomar decisiones definitivas y
duraderas, que existe «la capacidad psíquica de hacer un acto de la voluntad». No
estamos atados a la inmediatez de las emociones. Sin eliminar la afectividad, podemos
subordinarla a la racionalidad. Por eso se afirma que «el objetivo de la formación
26
consiste precisamente en favorecer que surjan actitudes intelectuales sin quedarse solo en
las puramente emocionales»[37].
La persona siempre está en relación con una realidad interna a sí misma: su
corporalidad o fisiología, su afectividad y su espiritualidad. Tiene también una relación
no menos estrecha e intensa con todo lo que la rodea: el mundo y los demás. El Yo
reacciona emocionalmente en modo distinto ante los estímulos que recibe desde ambas
realidades. Los síntomas psíquicos reflejan también el tipo de reacción. Más adelante
volveremos sobre este tema. Es suficiente con decir ahora que son muchos los factores
que influyen sobre los estados de ánimo y los diversos componentes de la afectividad.
Hay elementos fisiológicos, como algunas hormonas o el sueño; físicos, como la presión
atmosférica o la luz; temperamentales, como una predisposición –que puede ser
heredada o aprendida– a tener más fluctuaciones del humor, al pesimismo o al
optimismo; y sociales, como el ser apreciado o aceptado por los demás. Un estado de
ánimo excesivamente eufórico puede representar una sintomatología psíquica llamada
manía; la tristeza excesiva puede ser un signo de depresión.
Otra reacción emocional es la ansiedad. Todos la hemos experimentado en distintas
circunstancias. Es además la sintomatología psíquica más frecuente. A veces se llama
simplemente nerviosismo o un cierto miedo ante situaciones pasadas, presentes o futuras.
Va unida a manifestaciones fisiológicas de intensidad variable, como fatiga, debilidad,
insomnio, hormigueo, temblores, palpitaciones, taquicardia, dolor torácico, sequedad de
boca, hipersudoración, hiperventilación, etc. Cuando no se encuentra la causa concreta
de estas manifestaciones, es más probable que la ansiedad tenga un origen patológico.
Puede constituir una enfermedad en sí misma o ser un síntoma de varias patologías.
Como decíamos al iniciar este apartado, las corrientes de psicología subrayan
factores motivacionales distintos, según su orientación. También varían las causas de las
reacciones emocionales. Los conductistas, y los que consideran que el ser humano está
completamente determinado, lo reducen todo a la relación casi mecánica de estímulo-
respuesta (estímulo → emoción). Para los psicoanalistas, el estímulo o suceso despierta
los deseos o impulsos inconscientes, por lo general inaceptables para la persona. Por eso,
si no consigue afrontar los temas tabú con los mecanismos de defensa que protegen su
Yo, precipita en la ansiedad o en el sentimiento de culpa (estímulo → impulso
inconsciente → emoción). El cognitivismo hace notar que estas teorías no valoran algo
fundamental: el significado consciente con el que cada sujeto afronta una experiencia o
estímulo (estímulo → significado consciente → emoción). Es un hecho –dicen– que la
interpretación de un mismo fenómeno o situación puede dar lugar a emociones muy
distintas (miedo, alegría, terror, rabia), dependiendo de la clave cognitiva con la que se
afrontan, que puede ser anómala o inadecuada[38].
En todo este proceso dinámico, el cristianismo recuerda el papel de la gracia divina,
27
que supone una ayuda eficaz para actuar y pensar como hijos de Dios, y llega hasta lo
más profundo de nuestro ser: «puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abbá, Padre!”» (Ga 4, 6).
28
5. LA ENFERMEDAD PSÍQUICA
Casi todas las alteraciones, e incluso las características que se alejan de la norma,
pueden verse en relación a la psique. Es lógico, por la unidad del ser humano. La
frecuencia de estas enfermedades es alta, como veremos. Muchos de los pacientes que
acuden a la consulta de un médico general tienen algún problema en cierto modo de
naturaleza psicológica: una patología psíquica clara o algún síntoma de este tipo que
acompaña una enfermedad orgánica. Por ejemplo, aproximadamente un 10% de los
adultos atendidos en medicina general por diversos motivos sufren de depresión[39].
En términos generales, podríamos distinguir cinco situaciones más relacionadas con
la esfera psicológica:
a) enfermedades graves y evidentes, como la esquizofrenia;
b) patología psíquica bien diferenciada: depresión, fobias, etc.;
c) problemas de origen psicológico evidente, pero no totalmente diferenciados:
ansiedad exagerada, inestabilidad de ánimo;
d) problemas dudosos o mixtos: el así llamado nerviosismo, algunas cefaleas,
insomnio, tendencia a los escrúpulos;
e) alteraciones de la personalidad.
En las enfermedades graves, desde hace años se reconoce un origen orgánico, que
parece evidente aunque no es totalmente conocido. También se acepta un factor
hereditario. Antes del siglo pasado, sin embargo, algunos veían en los enfermos
psiquiátricos toda clase de fenómenos extraños y no pocas personas con delirio eran
encarceladas. En las otras situaciones referidas, el factor orgánico o biológico se ha
comenzado a descubrir más recientemente. En la primera mitad del siglo XX se pensaba
que estaban relacionadas fundamentalmente con traumas o conflictos. Hoy en día,
muchas veces se consideran también unidas a algunos factores orgánicos. Los
especialistas están de acuerdo en afirmar que la enfermedad psíquica, más que otras
patologías médicas, es causada por múltiples factores: orgánicos, ambientales, sociales,
religiosos, de autosugestión, etc. Algunos síntomas varían mucho de una cultura a otra.
Es evidente que la enfermedad psíquica existe con una entidad propia. Por otra parte,
parece lógico pensar, dada la unidad de la persona humana, que cualquier daño en la
dimensión física (una infección, un cáncer, etc.) o espiritual (un conflicto religioso o de
conciencia) pueda provocar sufrimiento psicológico e incluso auténticos trastornos.
Enfermedades que, en cuanto tales, deberán ser examinadas por médicos.
Las relaciones entre las dimensiones física y psíquica son múltiples. En algunos
trastornos físicos, los factores psicológicos contribuyen directa o indirectamente como
causas. El asma o la úlcera péptica, por ejemplo, pueden ser favorecidos por el estrés
psicológico. Los síntomas psicológicos, por su parte, pueden provenir de alteraciones del
29
sistema nervioso o endocrino, o ser la reacción a otro trastorno físico. La medicina
psicosomática estudia especialmente estos puntos de contacto[40].
Desde hace muchos años se sabe que el estrés provoca una reacción exagerada de
algún sistema fisiológico particular: en ciertas personas se afecta el sistema digestivo,
con inflamaciones (colitis) o úlceras; en otras, el cardiovascular, con hipertensión o
taquicardia; y en otras, la piel, etc. Este fenómeno ayuda a entender qué es el estrés. Se
trata de un concepto proveniente de la física y de la ingeniería (sobrecarga y tensión de
materiales que lleva a la ruptura): serían las circunstancias o situaciones que provocan
una tensión interna y excitación emocional, que recargan el organismo. Como
consecuencia, se produce un aumento de la actividad del sistema nervioso autónomo y el
estímulo de uno o más sistemas u órganos en una respuesta personal. Existe también el
estrés interno, que la terapia cognitiva explica como círculos de interacción entre
creencias, emociones y síntomas físicos, que aumentan la respuesta emocional. Queda
más claro con un ejemplo: percepción de una amenaza → ansiedad → espasmo de colon
→ dolor → más ansiedad[41].
El estrés psicológico puede alterar la evolución de trastornos físicos graves. Las
emociones pueden afectar al sistema nervioso autónomo y, por tanto, variarnotablemente la frecuencia cardíaca, la sudoración o los movimientos intestinales. La
respuesta inmunitaria se ve también muy afectada. Son ejemplos conocidos de estas
interacciones, el aumento, en los períodos de mayor tensión, de infecciones,
enfermedades dermatológicas, como dermatitis o psoriasis, aparición del virus herpes
Zoster, etc.
Cuando un conflicto psíquico provoca un síntoma somático sin un compromiso real
de órganos o sistemas fisiológicos, se habla de conversión. Se asocia al llamado
comportamiento histérico o personalidad histriónica. El sufrimiento psicológico se
transforma o convierte en manifestaciones somáticas. Algunos ejemplos son la
incapacidad transitoria de hablar, el dolor torácico (que imita al infarto), distintos
malestares intestinales, el dolor de espalda, algunos cólicos, etc. Existe además una
histeria colectiva o epidémica, en la que un grupo de personas se alarma por un
problema y manifiesta síntomas similares sin una base orgánica: por ejemplo, después de
algún episodio de envenenamiento alimentario que se haya comentado en las noticias,
algunas personas sanas pueden experimentar las mismas manifestaciones.
Por otra parte, existen enfermedades psíquicas, como algunas formas de depresión,
que no se presentan como tales, sino enmascaradas por síntomas físicos, un dolor,
alteraciones digestivas, etc., que en realidad reflejan un trastorno psíquico verdadero.
En este terreno de relaciones entre lo psíquico y lo físico existe incluso una rara
enfermedad, conocida como Síndrome de Münchausen. Toma el nombre de un barón
alemán del siglo XVIII, que solía contar hazañas militares fabulosas e inverosímiles, e
30
inspiró la novela de R. Raspe. Consiste en inventar repetidamente síntomas físicos o
enfermedades agudas. La persona suele ir de un hospital a otro pidiendo atención
médica. Lo que busca verdaderamente es un beneficio inconsciente, como cariño, o más
atención por parte de sus familiares, amigos o personal sanitario.
Para complicar todavía más la labor diagnóstica de los médicos, hay otras patologías
psíquicas llamadas simplemente trastornos ficticios, que consisten en provocar
conscientemente las manifestaciones de una enfermedad. Por ejemplo, herirse la piel
para simular un problema dermatológico, inyectarse insulina para producir una
hipoglucemia, exponerse a una sustancia que provoca alergia, no seguir un tratamiento
para prolongar la sintomatología, etc.
Como se puede intuir, la distinción entre lo psíquico y lo físico muchas veces no es
fácil, ni siquiera para los expertos. Cuando los médicos hacen alguna referencia a un
posible factor psíquico en los síntomas de sus pacientes, no es infrecuente que oigan
decir algo del estilo: doctor, yo no estoy loco… En realidad nadie les ha llamado locos,
simplemente el profesional ha querido hacerle notar, también según las estadísticas, que
la psique sin duda influye en su salud. En ocasiones, no querer enfrentarse a comentarios
de este tipo hace que los médicos prefieran no mencionar los elementos psíquicos y
prescribir algún medicamento inocuo con efecto placebo.
Hay que estar atentos, sin embargo, a no atribuir demasiado rápidamente a la psique
algún síntoma o molestia. La úlcera péptica de estómago y de duodeno es un ejemplo
histórico de la necesidad de ser prudentes a la hora de definir las causas de una
enfermedad. Hasta hace pocos años se pensaba que el principal factor de esta frecuente
patología era la psique, el estrés y algunos estilos de vida particulares. El tratamiento
consistía en dieta, antiácidos y ansiolíticos. En los años noventa se descubrió que la
causa fundamental era una bacteria, el Helicobacter Pylori. Desde entonces el
tratamiento se hace con antibióticos y tanto la mortalidad como las complicaciones por
úlcera se han reducido notablemente. Por este descubrimiento, dos investigadores
recibieron el Nobel de Medicina[42].
En realidad, la psique, los pensamientos y las actitudes son inseparables de las
funciones del cerebro. Incluso nuestra memoria está de algún modo unida a un
almacenamiento en la estructura celular del cerebro. Y este órgano, como cualquier otro,
puede enfermarse o cansarse.
Como se ha dicho, hay muchas causas de enfermedades psíquicas. Entre ellas la
genética es importante, pero no completamente determinante, como demuestran los
casos de gemelos en los que uno se enferma y el otro no. Son muchos los estudios que
buscan descubrir el porqué de este hecho: qué lleva a algunas personas con genes
predisponentes de síntomas a enfermarse y a otras, con los mismos genes, a continuar
sanas. La expresión de los genes, es decir, su manifestación concreta, depende de
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muchos factores, estudiados por la epigenética. Entre estos, se encuentra el estrés: la
predisposición genética puede llevar a la patología solo cuando se produce una alteración
del equilibrio, una tensión que desestabiliza, como, por ejemplo, la pérdida de una
persona querida. En otros casos aparece la enfermedad sin ningún signo previo. Los
científicos han estudiado el cerebro de personas enfermas, su volumen, los niveles
hormonales, el flujo sanguíneo, etc., sin llegar a conclusiones claras. Se conocen, sin
embargo, medicamentos que aumentan un determinado neurotransmisor (molécula
química que participa en la comunicación interneuronal, a nivel cerebral), y hacen
desaparecer algunos síntomas. Por eso se habla con frecuencia de una descompensación
química.
En cuanto a la clasificación de las enfermedades mentales, encontramos una amplia
variedad, pero no existen test de laboratorio o signos físicos específicos para ninguna de
ellas. Los diagnósticos se basan en el consenso de los médicos acerca de los síntomas y
signos necesarios para definir una patología concreta. Por eso, y al no conocer las causas
exactas y los confines entre una enfermedad y otra, las clasificaciones continúan siendo
un tema conflictivo. Hay fundamentalmente dos sistemas que las definen según un
criterio descriptivo de los síntomas, la edad de aparición y la duración. El primero es la
décima edición de la International Classification of Diseases (ICD-10) de la
Organización Mundial de la Salud (OMS, 1992). El segundo ha sido realizado por la
Asociación Psiquiátrica Americana y se conoce como Diagnostic and Statistical Manual
of Mental Disorders (DSM), que en el 2013 ha llegado a su quinta edición (DSM-5)[43].
Cuando se lee sobre temas de psicología y enfermedad es necesario recordar que
muchas personas normales experimentan también síntomas psíquicos o tienen rasgos de
carácter particulares. Casi todas las personas han pasado por momentos de tristeza sin
una causa clara, o de nerviosismo, impulsividad, etc. Hay que evitar la tentación de
querer hacerse un auto-diagnóstico. Al mismo tiempo, es posible aprender a conocerse
mejor y quizá a prevenir incluso en uno mismo algún trastorno psíquico. Numerosos
problemas de salud mental pueden empeorar o repetirse en el futuro, si se dejan sin
tratamiento. Por eso, es importante conocer algunas manifestaciones y llegar pronto a un
diagnóstico.
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6. SENTIDO DE LA VIDA
El último concepto que queremos presentar es el del sentido de la vida. No todos
piensan que sea necesario. Hay pensadores influyentes que lo han olvidado o negado
explícitamente. Uno de ellos es Arthur Schopenhauer (1788-1860) con su visión de la
existencia humana como un péndulo que oscila entre miseria y hastío, o dolor y
aburrimiento.
Poco después encontramos a Friedrich Nietzsche (1844-1900) con su voluntarismo
materialista. Nietzsche es el gran observador de sí mismo: se sumerge en una reflexión
extrema de su vida. En el prefacio de su obra La Gaya Ciencia escribe: «un psicólogo
conoce pocas preguntas tan atractivas como aquella que interroga por la relación entre
salud y filosofía, y, en el caso de que él mismo caiga enfermo, aporta a su enfermedad
toda su curiosidad científica»[44]. Vivir significa «arrojar constantemente lejos de uno
aquello que tiende a morir; vivir quiere decir ser cruel e inmisericorde con todolo que
hay de débil y de reprimido en nosotros, y no solo en nosotros»[45].
Queremos recordar también a Jean Paul Sartre (1905-1980), para quien el significado
de la vida, como el significado de cualquier situación, o los valores y los ideales son una
invención. Coherente con esta premisa declaró que «Dios no existe, y que de esto hay
que sacar las últimas consecuencias»[46]. No puede tampoco existir una «moral laica»,
ni motivos para ser buenos. El hombre está «solo sin excusas», «condenado a ser libre».
«Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre,
porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace»[47]. No es otra
cosa que lo que hace de sí mismo, «un proyecto». Está solo con sus acciones y con su
vida. Y esta vida consiste simplemente en proceder y dirigirse hacia la nada: amarga
realidad que es necesario aceptar con un trágico heroísmo.
Otro pensador que llega a conclusiones similares es Albert Camus (1913-1960),
conocido por sus novelas. Para él, «no hay más que un problema filosófico
verdaderamente serio: el suicidio»[48]. En el mito griego que da nombre a una de sus
obras más conocidas, Sísifo se encuentra obligado a subir una gran piedra montaña
arriba. Al llegar a la cima la deja caer y baja para repetir la misma actividad una y otra
vez. Se trata indudablemente de un trabajo inútil, sin sentido. Pero, para Camus, Sísifo es
feliz con este esfuerzo sin esperanza: consigue superarlo con el desprecio del destino. Al
juzgar si vale o no la pena vivir, respondemos a la única pregunta para él fundamental.
Su opinión es que necesitamos seguir viviendo por los demás, a pesar de lo absurda que
es la existencia.
También en psicología muchos se preguntan por el sentido de la vida y en ocasiones
lo niegan. Así, Sigmund Freud (1856-1939), escribiendo a la princesa Marie Bonaparte,
dirá: «en el momento en que uno se pregunta por el sentido y el valor de la vida, está
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enfermo, ya que los dos problemas no existen en sentido objetivo; es solo
reconocimiento de que se tiene una porción de libido no satisfecha»[49].
No faltan visiones más optimistas. Viktor Frankl (1905-1997) tiene el mérito de
haber puesto el acento precisamente en el concepto del sentido de la vida. Para él, la
persona espiritual tiene la capacidad esencial de buscarlo. Por el hecho de ser libre y
responsable, está llamada a ser aquello que solo ella puede y debe ser. La existencia es
en sí misma una búsqueda del sentido: un sentido del todo particular que a cada uno toca
descubrir. Existe una fuerte voluntad de sentido o esfuerzo para encontrar la plenitud de
significado de la existencia. No es un instinto o un impulso para o una necesidad de,
sino voluntad de. La cuestión no es tanto teórica, sino práctica: es una exigencia que la
misma vida nos pone delante.
El hombre se dirige hacia un sentido, lo sepa o no. Es una realidad que Frankl
descubre en el análisis fenomenológico del hombre de la calle, de la gente común. La
pregunta sobre el sentido de la vida es para muchos una cuestión de hecho, no de fe[50].
Cada persona debe encontrar un sentido, en cada situación, a través de su conciencia. La
vida viene a ser así una misión, una tarea. La pregunta sobre el sentido pasa a un
segundo plano, dejando espacio a la respuesta que cada uno da con sus acciones y
actitudes. Lo importante no es tanto lo que nosotros esperamos de la vida, sino lo que la
vida espera de nosotros. Será la conciencia de una misión en la vida lo que sirva de
mayor apoyo a la hora de la adversidad.
Como consecuencia lógica, Frankl afirma que el hombre es esencialmente
autotrascendente, existe hacia algo que lo supera: el sentido y los valores. Algo que, en
última instancia, será alguien o, mejor todavía, Alguien con mayúscula: Dios, aquel que
nos encarga la misión. Quien estudia el ser humano sin prejuicios descubre fácilmente
que la pregunta por el sentido y la finalidad de la vida surgen espontáneamente. No es
una enfermedad. El sufrimiento y la desesperación, que pueden derivarse de la duda al
pensar que no existe tal sentido, son una característica que nos distingue de los animales.
Dichos animales, o un ordenador, no pueden sufrir por la falta de sentido; no tienen una
meta ni pueden pararse a reflexionar sobre su pasado y aprender: no tienen historia.
En nuestra época la pregunta por el sentido de la vida es dramática. Muchos no
llegan a descubrirlo y experimentan el vacío existencial. Ese vacío es frecuente en los
trastornos de personalidad y está detrás de numerosos síntomas psíquicos. Muchas
personas se esconden en la masa anónima, para intentar llenar el vacío. Cubren con una
falsa autenticidad y espontaneidad, cediendo a lo que hace la mayoría, su propia
frustración y sentido de inutilidad: es como la aparente felicidad del hombre sin rostro,
podríamos decir recordando la importancia del rostro humano en la expresión de la
personalidad.
La respuesta correcta no es cuestión de médicos o psicoterapeutas. El entonces
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cardenal Ratzinger, hablando de unas religiosas que habían buscado la liberación en la
psicología psicoanalítica, decía: «se acude con extrema confianza a esa especie de
confesores profanos, de “expertos del alma” que serían los psicólogos y psicoanalistas.
Pero todo lo que estos pueden decir es cómo funcionan las fuerzas del espíritu, pero no
por qué o con qué finalidad (…). De este trabajo de análisis ha resultado claro que el
“alma” no se explica por sí misma, que tiene necesidad de un punto de referencia
exterior. Casi una confirmación “científica” de la apasionante experiencia de san
Agustín: “Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en Ti”»[51].
La importancia del sentido de la vida no es exclusiva de estos últimos siglos o de los
siglos cristianos. Ya los profetas del Antiguo Testamento afirmaron que el corazón del
hombre –el núcleo de la personalidad– necesita un punto de referencia fuera de sí
mismo. Es expresivo el texto de Jeremías: «maldito el varón que confía en el hombre y
pone en la carne su apoyo, mientras su corazón se aparta del Señor. Será como matojo de
la estepa, que no verá venir la dicha, pues habita en terrenos resecos del desierto, en
tierra salobre e inhóspita. Bendito el varón que confía en el Señor» (Jr 17, 5-7).
Para quien niega el sentido de la vida, el sufrimiento y la muerte son especialmente
incomprensibles y angustiosos. Lo muestran las palabras que se atribuyen a Freud al
borde de la muerte. Tuvo que emigrar a Inglaterra por la persecución nazi. Afectado por
un cáncer de mandíbula, en medio del dolor, habría dicho a su médico: «ahora no hay
más que tortura; no tiene sentido».
Distinto es el enfoque cristiano: «el presente, aunque sea un presente fatigoso, se
puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si
esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino»[52]. Se descubre la
necesidad de encontrar un significado a lo que nos sucede, más allá de la existencia
terrena: «es el impulso hacia la inmortalidad lo que mueve al hombre a buscar el sentido
definitivo de la propia vida»[53].
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Capítulo II
PSICOLOGÍA ENTRE CIENCIA NATURAL,
FILOSOFÍA Y MEDICINA
1. HACIA LA PSICOLOGÍA MODERNA
El estudio de los hechos subjetivos del ser humano, llamados también procesos
psíquicos, comienza como parte de la filosofía. Desde la antigüedad, los filósofos han
buscado una explicación para los fenómenos que en primer lugar observaban en sí
mismos. Con más o menos eficacia, se adentraron en la difícil tarea de diferenciar lo
físico de lo psíquico, y estudiaron sus relaciones[54].
Según Aristóteles, la psicología abarca el estudio de todos los seres vivos. Analiza el
alma como principio vital de un cuerpo organizado. En el pensamiento clásico que sigue
a Aristóteles y santo Tomás, el alma espiritual y el cuerpo material constituyen dos co-
principios que, con su unión, forman una substancia completa, un todo: el ser humano.
El alma o forma substancial es

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