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http://www.edistribucion.es/piramide/262374/inicio.html Índice Introducción 1. Las buenas prácticas como base del trabajo profesional Cuestiones de definición Breve historia Las «buenas prácticas» en evaluación psicológica Precondiciones del proceso de evaluación Las guías del proceso de evaluación (GAP) Condiciones generales que se derivan de las GAP Conclusiones 2. El SIMAPE: un entorno virtual para el aprendizaje de competencias en evaluación psicológica Las competencias en la formación universitaria Las competencias del psicólogo y de la evaluación psicológica El SIMAPE: un entorno multimedia de aprendizaje Limitaciones del SIMAPE y desarrollos futuros Conclusiones 3. El proceso de evaluación/diagnóstico Introducción Etapas del proceso, guías de actuación de buenas prácticas y aprendizaje de competencias 0. La demanda I. Primera recogida de información II. Formulación de hipótesis y deducción de enunciados verificables III. Contrastación IV. Comunicación: el informe Conclusiones 4. Un caso práctico Introducción Primera recogida de información Formulación de hipótesis y deducción de enunciados verificables Contrastación: administración de tests y otras técnicas de evaluación Comunicación de resultados: el informe Conclusiones Referencias bibliográficas Créditos Introducción La formalización y tipificación del trabajo profesional ha ido desarrollándose en las últimas décadas de forma tal que los profesionales y, más concretamente, los profesionales de la salud cuentan con protocolos de actuación a los que ajustarse que permiten replicar y objetivar su trabajo y no dejar éste al arbitrio de la intuición y la subjetividad. La protocolización de buenas prácticas puede considerarse como un importante avance de cualquier ciencia aplicada. Sin embargo, hemos de empezar resaltando que si bien es cierto que la tipificación del trabajo cuenta con una serie de ventajas —entre las que se cuentan la replicabilidad y objetividad antes mencionadas— también es verdad que la aplicación de una secuencia normativa de acciones puede, en ocasiones, producir un resultado negativo, no previsto, por cuanto alguna circunstancia excepcional (no normativa) puede requerir de alguna acción no reglada. Además, las buenas prácticas suponen, al fin y al cabo, un conjunto de competencias profesionales que emergen de conocimientos, actitudes y habilidades relativas a una ciencia-profesión específica (la psicología, la medicina, etcétera); de forma tal que resulta difícil desentrañar el ámbito procedente de las buenas prácticas que emergen del mundo profesional de aquel que se expresa como un listado de actuaciones profesionales que deben de ser enseñadas en la formación regular de una especialización, carrera o profesión determinada. La literatura general sobre expertise nos dice poco sobre como descubrir, fragmentar y hacer explícitos los pasos de una cadena de eventos profesionales, así que, en términos generales, normalizar la actuación del psicólogo en determinadas tareas profesionales (diagnóstico, orientación, etc.) está esencialmente avalado por la investigación cognitiva que permite desentrañar la secuencia de la actividad mental del profesional y los correlatos comportamentales de tal actividad (Berman, 1997; Higgins y Jones, 2000, Newel y Simon, 1972). Así, la teoría de la decisión y los modelos de solución de problemas descubren los caminos a través de los cuales los profesionales —con base en teorías— llegan a tomar decisiones y resolver problemas complejos (Bordage y Zacks, 1984; Clark, 1992). De estas contrastaciones empíricas emergen las Guías del proceso de evaluación (GAP; Fernández- Ballesteros, De Bruyn, Godoy, Hornke, Ter Laak, Vizcarro, Westhoff y Westmeyer, 2001), como un conjunto de pasos a seguir cuando se trata de proceder a una evaluación psicológica y ello tanto cuando se pretenda describir, diagnosticar o clasificar, predecir, como cuando se trata de explicar y controlar el comportamiento del sujeto de estudio. Desde luego, las GAP —con sus 96 recomendaciones encardinadas en cuatro fases generales, 11 etapas y 30 subetapas— abarcan todos esos objetivos, de los cuales el SIMAPE da cuenta de las dos primeras fases, dado que el «caso» tratado presenta una demanda de descripción y diagnóstico y, por tanto, no agota el mucho más complejo proceso de evaluación. Aunque la vía más tradicional y común para establecer los pasos del proceso de evaluación ha sido el establecimiento racional de tareas especificadas por expertos, en los últimos años, la tecnología ha permitido un paso de gigante con la posibilidad de, mediante simulación por ordenador, contrastar teorías que implican modelos teóricos, operacionales mentales y acciones de contrastación. Válgase un solo ejemplo: el que realizan Adarraga y Zaccagnini (2001) o Westmeyer y Hageboeck (2001) cuando tratan de contrastar el proceso diagnóstico a través de la programación con sistema expertos. Sin embargo, si resulta complejo llegar al establecimiento del proceso de actuación profesional, mucho más difícil resulta su enseñanza. ¿Cómo presentar casos complejos?, ¿cómo reproducir complejas operaciones mentales que, ante ese caso, produce el profesional?, ¿cómo presentar sus correlatos comportamentales de contrastación?, en definitiva, ¿cómo reproducir lo que ocurre en una situación de toma de decisiones profesionales y resolverlo en una situación de enseñanza-aprendizaje? Así mismo, la tecnología nos permite, a través de sistemas multimedia, reproducir una situación compleja de enseñanza- aprendizaje en la que se muestra un caso (se presenta a través de múltiples medios) y se ofrecen distintas posibilidades de solución mediante la contrastación de lo que ocurre a partir de distintas alternativas. Esto es lo que hemos intentado con el SIMAPE: desarrollar un sistema multimedia que permita la enseñanza de la actuación del psicólogo en un caso de deterioro cognitivo para llegar a su diagnóstico. Llegado este punto, conviene resaltar que el caso elegido sobre el que se ha desarrollado el SIMAPE tiene una demanda determinada de la que emergen objetivos descriptivos y diagnósticos y, por tanto, el proceso no requiere el diseño de una intervención y su valoración; sin embargo, sí es posible que los aprendizajes realizados en ese caso puedan ser generalizados a otros casos semejantes, con los mismos objetivos. El SIMAPE es el producto del trabajo realizado en las últimas décadas por un equipo docente e investigador de la Universidad Autónoma de Madrid que comenzó a fines de los setenta y que se ha visto enriquecido por otros investigadores y docentes españoles y europeos (por ejemplo, entre otros: Adarraga y Zaccagnini, 2001; Del Barrio y Fernández-Ballesteros, 2001; Hambleton, Fernández-Ballesteros y Van de Vijver, 1999; Fernández-Ballesteros y Steyer, 2001). En primer lugar, nos dedicamos a establecer el proceso teórico de toma de decisiones y solución de problemas que consideramos la base del proceso de evaluación una vez probado mediante distintas herramientas tal proceso, tratamos de establecer una serie de «guías» para su formalización (Fernández-Ballesteros, de Bruyn, Godoy, Hornke, Ter Laak, Vizcarro, Westhoff, Westmeyer y Zaccagnini, 2001). También, tratamos de probar si la utilización de herramientas audiovisuales y la presentación de análisis de casos permitiría mejorar la enseñanza (por ejemplo, Del Barrio, Fernández-Ballesteros, 2001). Así, apoyándonos en la metodología multimedia, hemos desarrollado un sistema interactivo para la enseñanza-aprendizaje: el SIMAPE. Llegado este punto, hemos de resaltar que este sistema ha de ser contrastado en el sentido de sueficiencia; es decir, en comparación con otros sistemas tradicionales o no tradicionales, debemos establecer si el SIMAPE es eficiente en la enseñanza- aprendizaje del proceso de evaluación psicológica. Ha de tenerse en cuenta que este texto se basa en previos análisis teóricos (Fernández-Ballesteros, 1980, 1981, 1991, 2004) en los que se presentan aspectos básicos sobre los conceptos, métodos y estudio de casos a través de los cuales se trata de presentar la bases conceptuales que permiten llegar al diagnóstico de un trastorno específico mediante el SIMAPE. Esta monografía pretende, en términos generales, servir de introducción y complemento, «negro sobre blanco», de nuestro sistema multimedia SIMAPE. Para ello y en primer lugar, se presenta el concepto de «buenas prácticas» a lo largo de la historia y su expresión en el proceso de evaluación psicológica: las Guías del proceso de evaluación (GAP). En el segundo capítulo se aborda el tema de las competencias profesionales, su definición y regulación de cara a los programas de formación universitaria. En el capítulo tercero se trata de relacionar el proceso de evaluación y las GAP con la formulación del SIMAPE según los conocimientos exigidos (Bibliotecas) y la potenciación de competencias (Actividades). Finalmente, en el capítulo 4 se describen y justifican los pasos a dar en el concreto caso en el que se basa el SIMAPE. Finalmente, insistimos, dos apostillas: partimos de la base de que el SIMAPE es una herramienta más durante el largo proceso de enseñanza-aprendizaje de la evaluación psicológica, sin embargo, falta establecer su grado de eficacia y eficiencia, lo cual esperamos poder mostrar en breve. Madrid, septiembre de 2010. 1 Las buenas prácticas como base del trabajo profesional Objetivos • Establecer el recorrido histórico y el concepto de «buenas prácticas» como base del trabajo profesional. • Delimitar las «buenas prácticas» desarrolladas en el contexto de la evaluación psicológica. • Establecer «buenas prácticas» como precondiciones del proceso de evaluación psicológica. • Proponer y describir las Guías para el proceso de evaluación (GAP) como un conjunto de buenas prácticas. CUESTIONES DE DEFINICIÓN Las buenas prácticas o las mejores prácticas se han intentado definir de muchas y muy diversas maneras, atendiendo a los intereses de los más variados escenarios. Tal vez el tipo de definición más utilizado se deba a las contribuciones desde el ámbito empresarial, en el que las buenas prácticas se entienden como un conjunto coherente de acciones que han resultado ser beneficiosas y eficientes en un determinado contexto y del que se espera iguales resultados en contextos similares. Aunque pueda parecer una preocupación reciente, las prácticas (de todo tipo) han sido objeto de atención constante siendo especialmente interesante la reflexión que suscita la relación entre el conjunto de prácticas que se consolidan en un período de la historia y los modelos y cultura imperantes; en palabras de Althusser (1966), la cultura de todos los tiempos está compuesta por un conjunto de sistemas estructurados o complejo de sistemas que es, en definitiva, el conjunto de prácticas que se despliegan en una época y que resultan ser las prácticas dominantes de ese momento, como fueron denominadas por Hubner (1983). Siguiendo esta aproximación, las actualmente denominadas buenas prácticas (good practices) o las mejores prácticas (the best practices), guardan una importante dependencia con el momento en el que surgen y se consolidan (desde la segunda mitad del siglo pasado hasta la actualidad), con los contextos en los que han ido emergiendo, con las disciplinas implicadas y con los usos y costumbres de profesionales practicantes que pertenecen a una determinada tradición. Estos términos —buenas prácticas— aluden a la calidad de los procedimientos de cualquier tipo que se requieren para llevar adelante un proyecto o conjunto de proyectos y se utilizan como la expresión de un nuevo enfoque sobre los modos de hacer, o bien como un nuevo lenguaje para describir las prácticas profesionales o sectoriales. En cualquier caso, puede entenderse que efectivamente están señalando un cambio de cultura. En tiempos pasados, aunque recientes, los procedimientos empleados, tanto en investigación básica como aplicada, o en procesos de producción, eran avalados por el principio de autoridad, eran inherentes o estaban identificados con personas o instituciones que los legitimaban o prestigiaban y, escasamente, se encontraban en la necesidad o conveniencia de ser justificados, y mucho menos de ser verificados. En la actualidad, cualquier entidad debe demostrar que cumple con unos determinados estándares para que le sea reconocida la adecuación y la calidad de sus productos y de sus procedimientos. En ese proceso de reconocimiento de la calidad que se ha ido consolidando mediante distintos sistemas en Estados Unidos, Japón y Europa, las «buenas prácticas» se reconocen como la práctica de trabajo documentada, comprobada y libre de errores, que excede las prácticas operativas actuales y conocidas de un determinado entorno de trabajo (EFQM, 1999). Para llegar a este punto se ha recorrido un corto pero intenso camino que tal vez conviene recordar. BREVE HISTORIA A lo largo del siglo pasado, se ha ido extendiendo el acuerdo sobre la necesidad y la utilidad de poner en valor un enfoque que contribuye a garantizar la homogeneidad de las prácticas de un sector profesional o de una organización, explicitando los procedimientos que se han definido como básicos o claves para unos objetivos, de tal modo que pueda evaluarse la relación entre un conjunto de acciones y el éxito en la consecución de esos objetivos (Hiebeler, Kelly y Ketteman, 1999). Las buenas prácticas en las organizaciones empresariales, políticas, cívicas etc., nacen para servir principalmente a la eficiencia y al éxito en el logro de sus objetivos. Así puede entenderse del listado de los términos que agrupan un conjunto de las prácticas que han ido siendo identificadas y seguidas internacionalmente (calidad total, just-in-time, benchmarking, reengineering management, outsourcing, resizing, gestión basada en actividades, gestión basada en el valor, gestión por objetivos, etc.). Todas estas propuestas consolidan el valor de modos de hacer en relación con los objetivos, enfatizando la utilidad de asegurar la calidad de métodos y procedimientos y su eficiencia (en el sentido de la razón entre el coste y el beneficio). Un aspecto absolutamente relevante de esta tendencia es la incorporación de los valores (por ejemplo, los valores democráticos o los valores ecológicos), y la incorporación de los derechos humanos y de las leyes y marcos normativos que regulen el ámbito de referencia (leyes nacionales e internacionales, códigos deontológicos, etc.). Así, las consideraciones derivadas de marcos legales y éticos se han ido incorporando a los procedimientos o prescripciones que se van estableciendo internacionalmente para las distintas disciplinas, sectores industriales, ejercicios profesionales etcétera. En la trayectoria histórica de esta tendencia tiene un protagonismo singular la vulneración de derechos fundamentales que caracterizó en el pasado a la investigación con seres humanos —hasta 1938 no se promulgaron en Estados Unidos las primeras leyes reguladoras de medicamentos y las prácticas concernientes a los ensayos clínicos—. Pero, como es sabido, cualquier progreso en este sentido fue anulado por las dos guerras mundiales, de una u otra manera, llegándose a los dramáticos acontecimientos —entre los que destacan los programas de investigación— de la Segunda Guerra Mundial.Estos acontecimientos dieron lugar posteriormente al Código de Nuremberg de 1949, en el que se da un tratamiento sin precedente al consentimiento de los pacientes y de los sujetos experimentales. Más recientemente y desde muy distinta perspectiva, la iniciativa de Naciones Unidas (1997), The Best Practices and Local Leadership Programme (BLP), fue configurando una red de agencias gubernamentales, administraciones locales, instituciones académicas y profesionales y un largo etcétera, implicadas en la identificación de soluciones de éxito de cara al desarrollo sostenible. En esta amplísima red se dieron cita especialistas en desarrollo urbano, ordenación urbanística, planificación medioambiental, arquitectura, desarrollo económico, inclusión social, prevención del delito, problemática de las mujeres y de los jóvenes, financiación municipal, infraestructura y servicios. Iniciativas de este tipo tuvieron una influencia notable para la consolidación del enfoque de las buenas prácticas, compartidas y extrapoladas cada vez a más contextos, escenarios y condiciones diversas. En definitiva se fue imponiendo la necesidad y utilidad de prestar atención a los modos de hacer en relación con procedimientos bien definidos, incorporando sustantivamente los valores y el respeto escrupuloso al marco normativo regulador del ámbito del que se trate, para identificar el mejor conjunto de prácticas posibles. Finalmente, la Declaración de Helsinki (revisión de 2002, sobre una primera redacción de 1964), destinada a la protección de los derechos humanos y la definición de principios éticos, fue consolidando una base de acuerdo para establecer las buenas prácticas clínicas en términos de estándares de calidad ética y científica. Todo ello ha sido aceptado internacionalmente, y ha ido abarcando el diseño, la realización, la monitorización, la auditoría y la recogida y análisis de datos de cualquier actividad científica con seres humanos. Estos estándares tienen como objetivos fundamentales garantizar el derecho de los pacientes y garantizar la calidad de los datos. La salvaguarda del derecho de las personas requiere crear un espacio visible y contrastable para situar el consentimiento libre; requiere también que pueda constatarse el control ético y el control de calidad de los datos; la transparencia o replicabildad del diseño; la documentación de todas y cada una de las tareas realizadas y la garantía de los registros de datos obtenidos. De todos estos requerimientos depende la credibilidad y la aceptación de los resultados y, por tanto, de la incorporación de estas prácticas depende cada vez más la aceptación internacional de hallazgos, productos o servicios. Ese esfuerzo se ha generalizado tan extraordinariamente, que la práctica totalidad de los entornos profesionales, han puesto en valor el conjunto de prácticas que le son propias como distintivo de calidad que permita, por un lado, orientar el aprendizaje de quienes se incorporan a un entorno disciplinar y, por otro, discriminar la calidad del trabajo de los profesionales. El conjunto de prácticas definido como «bueno», como «el mejor» o como «de excelencia» suele presentarse como una guía que orienta el conjunto de los procedimientos relevantes en un ámbito determinado —tanto en el trabajo práctico como en la investigación— mediante recomendaciones fundamentalmente éticas y metodológicas. Así la trayectoria de las prácticas clínicas ha dado lugar a Las Guías para la buena práctica clínica, en continua revisión y ampliación (http://www.ich.org) que han tenido una influencia importante en los estándares relativos a las buenas prácticas de todo tipo de disciplinas. En resumen, las buenas prácticas se despliegan documentando las decisiones tomadas progresivamente, documentando los procedimientos y garantizando los resultados obtenidos, así como sistematizando un entorno de trabajo que facilite la replicabilidad y la contrastación, al mismo tiempo que se garantiza el respeto a los valores y marcos legales vigentes que conciernen a los objetivos de trabajo. Las acciones articuladas tienen que contemplar de modo sustantivo la detección de errores o dificultades para convertirlos en objetivos de mejora, de tal modo que los procedimientos de trabajo, los procesos que los sustentan y los resultados que se deriven, sean progresivamente elaborados en orden a la calidad y eficiencia. Todos los componentes de un conjunto de prácticas buenas o excelentes están informados por los principios éticos y legales que le sean aplicables y este compromiso debe estar dotado de las mismas exigencias de visibilidad y verificación que las exigencias técnicas o metodológicas. Finalmente debe destacarse, especialmente en el caso que nos va a ocupar, que las buenas prácticas exigen un tratamiento impecable del cliente/paciente, empezando por la consideración de la demanda y del respeto al derecho que asiste al cliente o paciente, y siguiendo por la transparencia de los procedimientos utilizados, la garantía de los datos y la garantía del conjunto del proceso de toma de decisiones que nos lleve a dar respuesta a una solicitud, demanda o queja. LAS «BUENAS PRÁCTICAS» EN EVALUACIÓN PSICOLÓGICA A lo largo de la historia de la psicología y, más concretamente, de la evaluación psicológica, han ido desarrollándose una serie de buenas prácticas esencialmente relacionadas con los instrumentos de evaluación. En la figura 1.1, se presentan las más importantes normas, estándares o guías consideradas por Fernández-Ballesteros y Steyer (2001), las cuales, como es lógico, suponen un conjunto de buenas prácticas esencialmente relacionadas con los tests. Así, desde su inicio, se han consolidado normas en la construcción de tests (por ejemplo, las últimas han sido publicadas por la APA, 2001) y en su distribución (por ejemplo, TEA, 2002). Mucho más recientemente, se han tenido en cuenta normas para la adaptación de tests desde un punto de vista no sólo lingüístico sino también cultural y metodológico (por ejemplo, Hambleton, 2001) y, finalmente, en el uso de los tests y la formación que se requiere para su administración y publicación (por ejemplo, Bartram, 2001). Sin embargo, mucho más tiempo ha requerido el desarrollo de las normas que rigen en el complejo y largo proceso de evaluación psicológica que es definido como la secuencia de etapas que el evaluador ha de seguir para contestar a la demanda del cliente/sujeto (Fernández-Ballesteros et al., 2001). A lo largo de las últimas dos décadas, se han desarrollado múltiples estudios teóricos (Fernández- Ballesteros, 1985; Fernández-Ballesteros y Staats, 1992; Westmeyer, 1975) y empíricos (Adarraga y Zaccagnini, 1992; Steyer y Hageboeck, 1992) sobre el proceso de evaluación. A partir de esos trabajos, promovidas por la European Association of Psychological Assessment (EAPA) y desarrolladas por un grupo de trabajo nombrado a tal efecto, un conjunto de buenas prácticas aplicadas al proceso de evaluación psicológica han quedado definidas en las Guías para el proceso de evaluación (GAP) (Fernández- http://www.ich.org Ballesteros, De Bruyn, Godoy, Hornke, Ter Laak, Vizcarro, Westhoff, Westmeyer y Zaccagnini, 2001) que han sido publicadas en español (Papeles del Colegio, 2002). Antes de presentar las 96 guías que conforman los GAP y que también dirigen el SIMAPE, vamos a referirnos a las precondiciones y los prerrequisitos del mismo. PRECONDICIONES DEL PROCESO DE EVALUACIÓN En la tabla 1.1 se presenta la estructura básica del proceso de evaluación. Según esa estructura existen dos circunstancias que van adeterminar si puede procederse o no a una evaluación: el comienzo del proceso y las condiciones previas necesarias. Por lo que se refiere al comienzo del proceso, las GAP señalan lo siguiente: El proceso comienza cuando una persona o institución (cliente) plantea al psicólogo que responda a una cuestión o que dé un consejo profesional referente a un sujeto o caso. Ese es, al menos teóricamente, el momento en el que comienza el proceso; sin embargo ello tiene una relevancia puntual porque es el cumplimiento de una serie de condiciones previas lo que va a determinar que, verdaderamente, el proceso comience. Pero sí es imprescindible establecer el conjunto de principios generales que deben ser tenidos en cuenta como precondiciones del proceso, y que trataremos a continuación. Las condiciones previas que se especifican en las GAP (véase tabla 1.1) son las siguientes: El evaluador debe examinar si está cualificado para satisfacer la demanda y si la demanda se ajusta a criterios profesionales. El evaluador debe observar, además, los principios éticos y los requisitos legales que rijan en el país. TABLA 1.1 Proceso de evaluación: estructura básica y pasos a seguir según las GAP FUENTE: Fernández-Ballesteros, De Bruyn, Godoy, Hornke, Vizcarro, Westhoff, Westmeyer, Zaccagnini (2001, 2003). Pormenorizando este precepto nos encontramos a continuación con tres apartados: a) requisito de cualificación; b) salvaguarda de criterios profesionales y c) salvaguarda de los principios éticos y legales. a) Requisito de cualificación En la medida en que la investigación básica y aplicada ha ido dotando a la psicología de progresivos conocimientos, los espacios profesionales y la demanda social se han ido multiplicando interactivamente. Paralelamente, se han ido definiendo requisitos legales para el ejercicio de la práctica profesional y la cualificación específica se va haciendo cada vez más necesaria. En nuestra realidad social es frecuente que la demanda sea conducida en un lugar cualificado o a un profesional cualificado en esa demanda. Los profesionales de la psicología, durante la segunda mitad del siglo xx, han experimentado una especialización similar a la de otras profesiones más veteranas, procedentes también de una formación generalista, por ejemplo, los licenciados en derecho o en medicina. En la actualidad, por lo común, cuando un cliente tiene una demanda de tipo jurídico, toma la decisión de acudir a un especialista en el área del derecho que corresponda (penalista, laboralista, civil, etc.). Salvando las diferencias atribuibles a su trayectoria, los psicólogos también han recorrido ya un extenso camino de especialización, y ese recorrido es cada vez más reconocido socialmente, de modo tal que suele entenderse fácilmente que el problema que cada cual tiene necesita ser atendido por un psicólogo especialista en niños o en ancianos o en recursos humanos o en un amplio rango de tipos de poblaciones o de problemas. Por tanto, la práctica común es que el cliente o paciente acuda cada vez más a quien está cualificado, sin perjuicio de que deba dejarse constancia de los procedimientos seguidos para garantizar la cualificación, tanto si se trabaja en equipo como si se trabaja en solitario, y muy especialmente cuando se inicia el ejercicio profesional sin supervisión. Muchos psicólogos desarrollan su trabajo profesional en centros especializados en los que frecuentemente se trabaja de forma multidisciplinar, y en el que suelen tener cabida tantos especialistas como áreas de problemas o tipo de población a la que estos profesionales pretenden dedicarse competentemente. En estos casos, el protocolo de recogida de información, destinado a la recepción de la solicitud de primera cita, suele estar preparado para recoger la información que permita la asignación de cada caso a alguno de los profesionales que componen el equipo. En el caso de que la demanda no pueda ser atendida por ningún miembro del equipo, el paciente o cliente puede ser eventualmente derivado a otro centro o a otro profesional. Por tanto, un primer indicador de buenas prácticas es la calidad del registro de los datos sobre la solicitud de consulta. Este registro debe dar cuenta de dos aspectos: a) cómo se toman los datos de la primera solicitud de cita, y b) cómo se utiliza la información recogida en el protocolo. Por tanto, una de las primeras buenas prácticas es la de disponer de un protocolo de recogida de información de la primera solicitud de cita que cumpla un doble objetivo: 1.º dejar constancia de la información inicial, y 2.º facilitar la mejora continua del modo de recoger la información en la solicitud de una primera cita. Para servir a este doble objetivo, el protocolo debe recoger, al menos, la siguiente información: 1. Identificación de quién recoge la información. 2. Fecha en la que se produce. 3. Medio por el que se ha realizado: e-mail, teléfono, personalmente… 4. Identificación de quién realiza la petición. 5. Determinación tentativa de quien realiza la petición: cliente o paciente. 6. Identificación del paciente. 7. Edad y autonomía legal del paciente: mayor de edad, menor de edad, mayor de edad incapacitado legalmente. 8. Relación de quien realiza la petición con el paciente: familiares, sociales o legales. 9. Otros requisitos legales: conocimiento y/o autorización de otras personas con atribuciones o responsabilidades en relación con el paciente. 10. Demanda (resumen de las manifestaciones, descripciones o quejas de quien presenta la demanda, recogido del modo más literal posible). 11. Otra información (por ejemplo la resistencia a dar la información solicitada por teléfono o por las razones que se hubieran explicado). 12. Garantías de confidencialidad de la recogida de información de la demanda. Dado que este protocolo puede ser cumplimentado por un no-psicólogo (secretaria, recepcionista, etc.), se requiere que el psicólogo que asume el caso realice un análisis de esa información, bien solo o bien en el grupo profesional que corresponda (por ejemplo, la comisión de derivación de casos). En todo caso se requiere la constancia escrita de la/s decisión/es tomada/s con base en un protocolo de recogida de información de la primera solicitud de cita. Concretamente deben recogerse datos sobre quién o quiénes ha/n recogido la información, así como del contexto o situación en el que ello se produce y sobre qué decisiones se toman a partir del análisis del protocolo. Así, deben aparecer los siguientes datos: 1. Fechas, de la recogida de información y de las decisiones sobre la cita. 2. Identificación de quién/es recibieron la llamada y quién/quiénes toman decisiones sobre ella, según la realice un solo responsable suficientemente cualificado o se realice en grupo: nombre, cualificación/ sesión clínica, etc. 3. Determinar si la información inicial (recogida en el protocolo) es suficiente o si se requiere más información, y, en el caso de que se requiera más información, quién la va a recabar y de qué modo. 4. En el caso de que la información sea suficiente, a quién o quiénes se asigna el caso (por ejemplo: a un psicólogo especialista en problemas de pareja, si se trata de una demanda en este sentido, o a un psicólogo especialista en trastornos de la alimentación y a un médico dietista, si se trata de la demanda presentada por la madre de una adolescente aparentemente «obsesionada» por su peso). 5. En su caso, fecha fijada para la primera entrevista con el profesional al que se ha asignado el caso. Una evaluación posterior de todo ello permite las siguientes actuaciones: • Introducir las mejoras necesarias enla formación de quienes reciben la información, (por ejemplo, formación en aspectos básicos de entrevista telefónica). • Introducir cambios en el protocolo para subsanar déficit observados o incrementar la información inicial. • Introducir cambios en el medio para garantizar la confidencialidad (mamparas o divisiones acústicas entre la recepción y sala de espera; cambiar sucesivamente la clave de acceso a la cuenta de correo o cambiar sistemáticamente el estatus de los mensajes recibidos por correo electrónico, etc.). • Justificar curricularmente la asignación del caso. • Dejar constancia de la derivación de casos, lo que eventualmente puede llevar a decisiones en la formación continua de los profesionales del centro y/o a nuevas contrataciones de especialistas. • Presentar la información para una eventual acreditación de la calidad del centro. b) La salvaguarda de los criterios profesionales Los criterios profesionales son los únicos que pueden dirigir las actuaciones psicológicas y, en este sentido, como primera garantía en relación con la profesionalidad, el principio de competencia ha quedado garantizado en la práctica descrita sobre asignación del caso. En algunas ocasiones de la práctica profesional, criterios distintos e incompatibles pueden ser propuestos por el cliente o paciente desde el momento de la demanda o en momentos posteriores. Tal es el caso que puede producirse cuando el paciente o el cliente pretende manipular o chantajear a otro, utilizando para ello el diagnóstico de un trastorno no contrastado en un hijo menor o el informe sobre supuestas alteraciones del comportamiento relacionadas con las visitas al otro progenitor, en casos de custodia compartida no deseada; o aquellas situaciones en que el paciente pretende atribuir la responsabilidad de sus problemas psicológicos a su pareja; aquellos casos en los que se exige al psicólogo su colaboración o informe en la defensa de objetivos no saludables tales como regímenes de alimentación severos, utilización inadecuada de fármacos, intervenciones dudosas de cirugía estética o propuestas de interrupción ilegal de embarazos, por poner algunos ejemplos. En otro orden de cosas, con cierta frecuencia, puede observarse en la actualidad social que en una demanda legal se producen dos diagnósticos o dos informes psicológicos incompatibles sobre el grado de responsabilidad de una persona en la comisión de un delito: un informe sobre el mismo sujeto ha sido realizado por un psicólogo requerido por la defensa y el otro ha sido realizado por un psicólogo requerido por la acusación. Más allá de la lógica discrepancia atribuible a un conocimiento falible, sujeto a la variabilidad del tiempo, los datos, los métodos y la competencia, sería lamentable que se impusiera una mala práctica que hiciera prevalecer la predisposición incondicional a favor del cliente sobre criterios estrictamente profesionales. c) La salvaguarda de los principios éticos y legales Posiblemente una de las características que mejor define el cambio de cultura que tratan de promover las buenas prácticas es la introducción de los principios éticos y legales en los procedimientos ordinarios, desde el inicio de cualquier actuación profesional. Esta práctica contribuye a poner fin al desconocimiento de la deontología y las regulaciones legales y a tenerlos en cuenta solo en el momento en el que surgen discrepancias o conflictos con los clientes, pacientes, allegados o instituciones. Los datos que se pretenden recoger en el protocolo de recogida de información de la primera solicitud de cita, tienen la utilidad de reflejar la pertinencia o no de la demanda tanto como la competencia legal de quien solicita el servicio profesional, criterios que deben ser prioritarios a la hora de aceptar la demanda o de solicitar nueva información o consentimientos previos, bien de quien se pretende que sea el paciente — en el caso de un mayor de edad no incapacitado legalmente— o bien de quien tiene el derecho y el deber de autorizar la evaluación-intervención —en el caso de los tutores legales de menores o de mayores de edad incapacitados legalmente. La referencia específica para el ejercicio profesional del psicólogo en España es el Código Deontológico del Psicólogo, conjunto de normas que se refiere a los actos de los profesionales y que emana del sistema racional de principios y reglas universales que someten y orientan a todos, que se apoya en la idea de que se debe actuar considerando a todas las personas como un fin y nunca como un medio, dado que las personas son dueñas de sus metas individuales, establecidas de forma autónoma (Mas, 2007). Igualmente relevante es el metacódigo de la Federación Europea de Asociaciones de Psicólogos (European Federation of Psychologists Associations, EFPA), que establece el respeto a los derechos y la dignidad de las personas, la competencia, la responsabilidad y la integridad como los cuatro principios fundamentales que deben inspirar cualquier desarrollo deontológico de los países miembros (por ejemplo, véase Alcalde y Río, 2001). LAS GUÍAS DEL PROCESO DE EVALUACIÓN (GAP) Las GAP tienen los siguientes objetivos: 1) asistir a los evaluadores en sus esfuerzos por optimizar la calidad de su trabajo; 2) asistir al cliente de la evaluación no psicólogo para evaluar el trabajo que realiza el evaluador y permitir un control de calidad y 3) facilitar la enseñanza y el entrenamiento de la evaluación dado que permite la estandarización del trabajo práctico y el diseño de un avanzado entrenamiento. Tras la revisión de la investigación en el proceso de evaluación, las GAP son diseñadas asumiendo los siguientes planteamientos: 1) el proceso de evaluación supone un proceso de toma de decisiones durante el cual, con el objetivo de responder a las demandas del cliente o sujeto de evaluación, el evaluador (con base en sus conocimientos y experiencia) debe plantearse distintos cursos de acción y decidir cuál/es va a seguir; 2) dado que se trata de responder a una demanda (problema), el proceso de evaluación puede considerarse como una tarea de resolución de problemas y, finalmente, 3) el proceso de evaluación requiere la formulación y la evaluación de hipótesis sobre la demanda o problema consultado. Las GAP parten de un esquema general que se ha presentado más arriba, en la tabla 1.1, que contiene cuatro etapas generales de un dígito, 11 subetapas de dos dígitos subdivididas en 30 subetapas de las que emergen 96 recomendaciones o guías. Conviene resaltar de nuevo que, dado el carácter del caso seleccionado, el SIMAPE tan sólo abarca las dos primeras etapas y se refiere a las 68 primeras guías. A continuación presentamos las 96 guías agrupadas según fases y subfases (1, 2 o 3 dígitos) del proceso a las que corresponden. Las Guías de evaluación del proceso de evaluación (GAP) 0. PRINCIPIOS GENERALES 1. El evaluador debe asumir la responsabilidad del proceso de evaluación. 2. El evaluador debe tomar en cuenta los posibles conflictos de intereses que puedan existir entre el sistema de valores del sujeto o cliente y el suyo propio. 3. La evaluación se lleva a cabo en una situación interpersonal. El evaluador debe tratar al cliente con imparcialidad y con respeto. 4. El evaluador debe identificar y discutir los asuntos importantes sólo con las personas participantes en el proceso de evaluación. 5. Durante todo el proceso, el evaluador debe valorar las posibles consecuencias positivas y negativas, así como los efectos colaterales de la evaluación para el sujeto o cliente y para su entorno social. 6. Al solucionar las demandas planteadas, el evaluador debe seguir, en principio, una aproximación científica. 7. El proceso de evaluación debe ser lo suficientemente explícito como paraque pueda ser reproducido y valorado, así como para que pueda quedar constancia del mismo. 8. El evaluador debe optimizar la justificación, utilidad y calidad del proceso, así como vigilar las condiciones que puedan distorsionarlo. 1.ANÁLISIS DEL CASO (EVALUACIÓN DESCRIPTIVA) 1.1. Análisis de las demandas, quejas y metas. 1.1.1. Investigación y evaluación de las demandas del cliente o sujeto. 10. El evaluador debe considerar el alcance y el nivel de detalle con los que se deben tratar las quejas, demandas y metas del cliente o sujeto. 11. El evaluador debe averiguar cuál es la percepción del cliente o sujeto sobre la urgencia o severidad del caso. 12. El evaluador debe explorar tanto los aspectos débiles como los aspectos fuertes del sujeto. 13. El evaluador debe limitar su exploración a lo que sea pertinente para el caso. 14. El evaluador debe comprobar la suficiencia y precisión de la información básica. 1.1.2. Síntesis de las demandas del cliente y de los aspectos de la situación problemática general. 16. El evaluador debe averiguar cómo interactúan la persona y el contexto en el que vive. 1.1.3. Acuerdo formal. 18. El evaluador debe obtener el consentimiento informado del cliente o sujeto sobre las demandas y metas que van a guiar la evaluación. 1.2. Formulación de hipótesis de evaluación contrastables: conversión de las demandas, quejas y metas en formulaciones de evaluación. 1.2.1. A partir de la información recogida, formulación de las demandas en términos técnicos. 20. El evaluador debe asegurarse de que las hipótesis de evaluación formuladas cubren todas las características del problema. 21. El evaluador debe distinguir entre hipótesis descriptivas, clasificatorias, explicativas y predictivas. 22. Cada una de las hipótesis debe formularse con solidez lógica y teórica, y con referencias empíricas claras. 23. Para cada una de las hipótesis formuladas, el evaluador debe generar al menos una hipótesis alternativa rival. 24. El evaluador debe jerarquizar las hipótesis de evaluación formuladas de acuerdo con criterios explícitos y apropiados para el caso. 1.2.2. Operativización de las hipótesis mediante instrumentos y procedimientos de evaluación. 26. El evaluador debe vigilar que la información a indagar sea pertinente, discriminativa y suficiente con respecto a las hipótesis formuladas. 1.3. Recogida de información: recopilación de la información pertinente. 1.3.1. Planificación de la administración de los procedimientos de evaluación. 28. El evaluador debe obtener el consentimiento del sujeto para el plan de evaluación y para los procedimientos de evaluación implicados. 29. El evaluador debe preparar la situación de evaluación, así como dar las instrucciones a los sujetos y demás participantes de acuerdo con estándares técnicos y profesionales. 1.3.2. Aplicación de los procedimientos de evaluación. 31. El evaluador debe tener en cuenta los factores que puedan interferir con la adecuada aplicación de los procedimientos de evaluación. 1.3.3.Valoración de la aplicación de los procedimientos de evaluación. 33. El evaluador debe comprobar si algún factor ha podido interferir con la apropiada administración de los procedimientos de evaluación. 1.4. Procesamiento de la información: relación de los datos con las hipótesis planteadas. 1.4.1. Análisis de los datos. 35. El evaluador debe valorar la calidad de los datos en relación con las hipótesis planteadas. 36. El evaluador debe analizar e interpretar los datos de las pruebas y demás procedimientos de evaluación de acuerdo con las últimas normas, estándares y conocimientos disponibles. 1.4.2. Formulación de conclusiones. 38. El evaluador debe valorar la información de acuerdo con su importancia para el caso. 39. El evaluador debe justificar la relación existente entre las conclusiones y los datos. 40. El evaluador debe especificar el nivel de confianza que deposita en cada una de las conclusiones. 2. ORGANIZACIÓN E INFORMACIÓN DE LOS RESULTADOS: ELABORACIÓN TÉCNICA DE LOS RESULTADOS E INFORMACIÓN AL CLIENTE O SUJETO 2.1. Integración de los resultados: respuesta a las cuestiones planteadas por el cliente o sujeto de la forma más completa posible. 2.1.1. Combinación de los resultados en una formulación global del caso. 41. El evaluador debe comprobar cada una de las hipótesis utilizando datos de las fuentes de información apropiadas. 42. El evaluador debe realizar una integración de los datos que resulte adecuada, suficiente y de utilidad para responder a las demandas del cliente. 43. El evaluador debe tener en cuenta la información contradictoria. 2.1.2. Formulación de conclusiones en relación con las demandas del cliente o sujeto. 44. El evaluador debe formular conclusiones que respondan a las demandas del cliente o sujeto. 2.2. Informe: presentación oral o escrita del informe. 2.2.1. Requisitos para la generación del informe. 45. La forma de presentar el informe (oral, escrita, o ambas) debe ser la apropiada. 46. El informe debe incluir un resumen con las conclusiones más importantes. 47. El informe debe señalar quién es el autor, el cliente y el sujeto, así como a quién se presentará o enviará. 48. Los datos deben presentarse de acuerdo con las fuentes de información, instrumentos y procedimientos utilizados. 49. Los datos deben estructurarse siguiendo criterios psicológicos y colocarse en la parte de resultados que habrá en el informe. 50. Los asuntos que sobrepasen las demandas iniciales no deben ignorarse, aunque sí considerarse aparte. 51. El informe debe responder a las demandas del cliente con recomendaciones apropiadas. 2.2.2. Inclusión en el informe de información importante. 52. Las demandas del cliente nunca pueden quedar sin abordarse. 53. Las fuentes de información, los instrumentos y tests utilizados deben quedar reflejados con el suficiente detalle. 54. El informe debe detallar los pasos y procedimientos utilizados para responder a las demandas del cliente. 55. La sección del informe destinada a exponer los resultados debe reflejar el peso dado a la información obtenida y la forma en que se la ha integrado. 56. En la sección del informe sobre los resultados, cada afirmación psicológica que se haga debe estar expresamente basada en los datos recogidos y valorada en función de su importancia con respecto a las demandas del cliente. 57. Las inconsistencias encontradas entre los datos deben discutirse en la sección sobre resultados. 2.2.3. Generación de un informe fácil de entender. 58. Cada una de las frases empleadas debe ser clara y comprensible para el cliente. 59. El apoyo científico de un enunciado debe explicitarse siempre que exista la posibilidad de que se malinterprete. 60. La terminología técnica utilizada debe clarificarse de forma apropiada. 61. Los elementos descriptivos, comparativos e interpretativos deben distinguirse entre sí. 62. La interpretación de los datos nunca debe dejarse en manos del lector. 63. Las conclusiones deben exponerse con la máxima claridad; y las inferencias tentativas, señalarse como tales. 2.3. Discusión y toma de decisiones. 2.3.1. Discusión del informe con el cliente, sujeto u otros participantes. 64. El evaluador debe discutir las secciones del informe con el cliente o sujeto. 65. El evaluador debe tratar con el cliente, sujeto u otras personas participantes las posibles recomendaciones, asegurándose de que las entienden. 66. El evaluador debe reflejar los datos surgidos durante la discusión del informe y de las recomendaciones en la versión final del mismo. 2.3.2. Analizar si las circunstancias generales aconsejan volver a empezar, finalizar o pasar a intervenir. 67. Si se requiere intervención y el evaluador no está cualificado para llevarla a cabo, el sujeto debe ser enviado al profesional adecuado. 68. Cuando sea pertinente,el evaluador debe enviar un informe a los profesionales oportunos. 3. PLANIFICACIÓN DE LA INTERVENCIÓN: SI EL EVALUADOR CONSIDERA QUE ES NECESARIO INTERVENIR, HAY QUE LLEVAR A CABO VARIOS ACTOS DE EVALUACIÓN ANTES DE LA ADMINISTRACIÓN DEL TRATAMIENTO 69. El evaluador debe establecer los criterios y las metas de una intervención provechosa. 3.1. Elección de hipótesis específicas para la intervención. 3.1.1. Elección y operativización de la intervención y de las variables para evaluar los resultados. 70. El evaluador debe formular las hipótesis de intervención basándose en los resultados de las evaluaciones previas. 71. En la medida de lo posible, el evaluador debe jerarquizar las hipótesis de intervención siguiendo criterios explícitos y útiles para el caso. 72. El evaluador debe definir operativamente las variables relacionadas con las hipótesis de intervención. 3.1.2. Revisión y elección de los procedimientos de intervención que mejor se ajusten al caso. 73. El evaluador debe inventariar y sopesar los tratamientos posibles y, finalmente, diseñar la intervención. 74. El evaluador debe identificar y evaluar las posibles condiciones facilitadoras e inhibidoras que puedan afectar la intervención. 75. El evaluador debe tratar con el cliente o sujeto las alternativas de intervención y sus posibles consecuencias. 3.1.3. Elección y evaluación de las variables apropiadas para la supervisión de la intervención. 76. Siempre que sea posible, el evaluador debe disponer los medios con los que comprobar la marcha de la intervención. 77. Si resulta necesario, el evaluador debe seguir la intervención. Realización del tratamiento. Dado que la intervención no es una actividad específica de evaluación, no se analizará. Aun así, en algunos casos puede que sea necesario realizar una valoración formativa durante la intervención. 78. Si es necesario, el evaluador debe seguir la intervención o tratamiento para evitar desviaciones. Si las desviaciones son inevitables, deben registrarse cuidadosamente. 4. Evaluación y seguimiento. Si una intervención se lleva a cabo, varias operaciones evaluativas han de ser realizadas 79. El evaluador determina en que medida se puede valorar la intervención y su puesta en práctica (evaluación valorativa). 80. El evaluador informa a los interesados sobre la importancia de realizar una valoración. 4.1. Recogida de datos sobre los efectos de la intervención. 4.1.1. Inspeccionando datos disponibles. 81. El evaluador revisa los datos previos recogidos en las fases 2 y 3 para decidir cuáles son útiles para la valoración y elige entre ellos las mejores medidas de resultados. 82. El evaluador comprueba si la intervención se ha llevado a cabo tal y como se planificó. 83. El evaluador planifica cuidadosamente tomando en consideración tanto los datos ya recogidos y disponibles como aquellos adicionales. 4.1.2.Recogiendo datos posintervención. 84. El evaluador administra aquellas medidas seleccionadas de acuerdo con 1.3. 85. El evaluador recoge, de acuerdo con 1.3, cualquier otra información en relación con cambios positivos o negativos que puedan considerarse como resultados de la intervención. 86. El evaluador recoge información procedente de distintos indicadores e informantes. 4.2. Analizando los resultados de la información. 4.2.1. Extrayendo conclusiones de los datos recogidos sobre los efectos de la intervención de acuerdo con 1.4, 4.1. 87. El evaluador compara los resultados con las demandas del cliente y las metas de la intervención. 88. Antes de interpretar los efectos de la intervención, el evaluador examina si los resultados pueden ser atribuidos a la intervención. 89. El evaluador examina los efectos colaterales. 90. El evaluador considera potenciales alternativas de los efectos encontrados. 4.2.2. Análisis de los resultados de la intervención. 91. El evaluador discute los hallazgos encontrados con el cliente, sujeto u otras personas participantes. 92. El evaluador justifica las conclusiones en relación con las demandas del cliente, las metas de la intervención y los efectos colaterales de tal forma que puedan ser evaluadas por los distintos implicados. 4.2.3. Si el necesario, redacción de un informe escrito para el cliente, sujeto o personas implicadas. Véase guías 2.2 si son aplicables. 4.3. Seguimiento. 4.3.1. Planificar el seguimiento de acuerdo con el cliente y/o sujeto. 93. El evaluador planifica el seguimiento seleccionando objetivos realistas. 94. El evaluador discute y acuerda en el plan de seguimiento con el cliente, sujeto u otros implicados. 4.3.2. Evaluar al sujeto de acuerdo con el plan establecido. 95. El evaluador recoge información del sujeto u otros implicados en la forma prevista. 96. El evaluador busca información procedente del sujeto y otras personas relevantes en relación con las consecuencias no planificadas, tanto positivas como negativas. 4.3.3. Analizando resultados. Véase guías 4.2.1 si son aplicables. 4.3.4. Discusión de resultados con el cliente, sujeto o personas relevantes. Véase guías 4.2.2 si son aplicables. 4.3.5. Si es necesario, informe escrito al cliente, sujeto o allegados. Véase guías 2.2.1 si son aplicables. Fin del proceso de evaluación El proceso de evaluación termina cuando el evaluador concluye su relación profesional con la persona o institución (cliente) y el sujeto con respecto a la tarea evaluativa. CONDICIONES GENERALES QUE SE DERIVAN DE LAS GAP Las GAP implican unos pasos conductuales que han de seguirse a lo largo del proceso de evaluación pero que no entrañan una obligatoriedad normativa, sino, más bien, una recomendación para robustecer una buena práctica y lograr los propósitos antes mencionados (véase «Objetivos»). En aplicación de estas guías el profesional debe tomar conciencia de que está asumiendo una clara responsabilidad al aceptar una demanda, pero también debe hacer, entre otras consideraciones, una valoración de la compatibilidad o incompatibilidad entre el sistema de valores y las posiciones vitales propias y las del cliente o paciente, de modo tal que pueda salvaguardar sus propios valores, inhibiéndose en aquellos casos en los que las posiciones, actitudes o historia previa le impidan afrontar el proceso de evaluación-intervención sin las debidas garantías de imparcialidad y respeto y sin que, por otra parte, el profesional llegue a sentirse forzado en sus convicciones y posiciones vitales. Éste es un tema sensible en el contexto de la evaluación forense en el caso de terroristas, pederastas, maltratadores y casos similares, que crean serias dificultades cuando se producen asignaciones de oficio. Una importante recomendación da cobertura a la discreción y confidencialidad de la información recibida, evitando difundir innecesariamente información a terceros y alertar a personas ajenas al proceso de la existencia de atención psicológica. Las demandas presentadas por los clientes o pacientes pueden tener múltiples implicaciones e incluso riesgos, toda vez que pueden estar relacionadas con decisiones irreversibles o de importantes consecuencias, tales como el asesoramiento en la toma de decisiones en cuanto a proseguir o interrumpir un embarazo, afrontar intervenciones quirúrgicas de riesgo o de alto impacto (cirugía estética, cambio de sexo, etc.) que requieren una excelente preparación del psicólogo en ese dominio, más allá de los conocimientos psicológicos que exige la práctica profesional. Es recomendable organizar un plan de asesoramiento mediante recursos fiables y un protocolo que permita documentar las consultas realizadas y los datos que conciernen a las distintas situaciones y casos, de modo tal que quede constancia del procedimiento seguido tanto para asegurar la información relevante, como para informaral paciente de los previsibles efectos y consecuencias de sus decisiones. Seguir planteamientos rigurosamente científicos es el mejor modo de asegurar la garantía de las técnicas, de los datos y del proceso de evaluación así como de que la evaluación sea replicable. Si a esta exigencia se añade un alto grado de claridad y detalle en la documentación, que progresivamente va acompañando al proceso de evaluación, el trabajo de cada profesional estará en condiciones de ser reproducido o continuado por otro profesional, si las circunstancias lo requirieran y, así mismo, estará en condiciones de ser valorado tanto con propósitos de acreditación de la calidad como a efectos de la valoración de los resultados de la evaluación-intervención de distintos programas para distintos problemas y grupos o categorías de sujetos. Entrando pormenorizadamente en el proceso de evaluación, las GAP tratan de orientar cada una de las etapas del mismo, desde el análisis del caso a la organización e información de los resultados pasando por la formulación y contrastación de las hipótesis. En resumidas cuentas, las GAP suponen un conjunto de «buenas prácticas» del proceso de evaluación y diagnóstico psicológico. El Sistema Interactivo Multimedia para el Aprendizaje de la Evaluación Psicológica (SIMAPE) tiene como espina dorsal las GAP y pretende la formación en esas «buenas prácticas». CONCLUSIONES «Buenas prácticas» es un nuevo concepto que emerge desde distintos ámbitos profesionales y alude a la práctica de trabajo documentada, comprobada y libre de errores. Este nuevo concepto esta contribuyendo a una mejora y estandarización del trabajo profesional en la medida en la que tales «buenas prácticas» son aceptadas y aprobadas por asociaciones profesionales y demandadas por agentes sociales. En evaluación psicológica existen múltiples formas de conseguir buenas prácticas en distintos ámbitos, desde la construcción de tests (con el desarrollo de principios psicométricos que aseguren la bondad de esas herramientas) a su venta, adaptación cultural y utilización en la práctica. El proceso de evaluación cuenta con unas Guías para el proceso de evaluación (GAP) desarrolladas por la Sociedad Europea de Evaluación Psicológica (EAPA) que resultan ser, precisamente, un conjunto de buenas prácticas de aplicación a lo largo del proceso de toma de decisiones y solución de problemas que entraña la evaluación psicológica. El Sistema Interactivo Multimedia para el Aprendizaje del Proceso de Evaluación (SIMAPE) pretende ser una herramienta para el aprendizaje de buenas prácticas evaluativas que está, en parte, basado en las GAP. 2 El SIMAPE: un entorno virtual para el aprendizaje de competencias en evaluación psicológica Objetivos • A partir de una discusión general sobre el concepto de competencias y de algunos documentos internacionales sobre las competencias de los psicólogos, identificar las competencias relevantes para la evaluación psicológica. • Realizar un análisis racional de las competencias requeridas por las tareas que propone SIMAPE. • Presentar algunas propuestas para utilizar SIMAPE dentro del proceso de formación en evaluación psicológica. • Presentar algunos posibles desarrollos futuros de SIMAPE. LAS COMPETENCIAS EN LA FORMACIÓN UNIVERSITARIA A diferencia de lo que ocurre en otros niveles de formación (véase Bowden y Marton, 1998), en el ámbito de las profesiones libres, aquellas para las que capacita la formación universitaria, las competencias pueden ser definidas como la capacidad de actuar y resolver problemas de distinta índole (prácticos, teóricos, técnicos…) que pueden ser abordados desde un determinado ámbito disciplinar basándose en los conocimientos teóricos y prácticos de la disciplina correspondiente y sus métodos, así como en criterios éticos. Puesto que estos problemas pueden presentarse en situaciones diferentes, que demandan soluciones o aplicaciones diferentes, las competencias incluyen de forma destacada la capacidad de tomar decisiones flexiblemente, considerando las demandas específicas de las situaciones en las que se presentan los problemas y las consecuencias de las soluciones que se adoptan en estos mismos contextos, ya que su adecuación puede variar en función de dichos contextos. Son, por lo tanto, una combinación de los conocimientos que proporciona una disciplina con la capacidad de aplicarlos y de hacer lo que corresponde a cada situación basándose en ellos. Implican, por lo tanto, el conocimiento práctico relativo a las situaciones en que son aplicables, sus limitaciones y las consecuencias de la actuación tanto a corto como a medio y largo plazo, así como la capacidad para introducir matices en la acción para ajustarla a las características y demandas principales de cada situación. La complejidad de la competencia profesional y la profundidad con que afecta al profesional que la desempeña queda patente en esta definición de Epstein y Hundert (2002), que, aunque referida a la profesión médica, es ilustrativa. Para estos autores, la competencia profesional es «el uso habitual y juicioso de habilidades de comunicación, conocimientos, técnicas, razonamiento clínico, emociones, valores y reflexiones en la práctica diaria y en beneficio del individuo y la comunidad a la que sirve» (pp. 226-227). Roe (2003) la define como «la capacidad aprendida para llevar a cabo de forma adecuada una tarea, funciones o rol» (p. 3), y, como indican Bartram y Roe (2005), es típico de las competencias que «integran conocimientos, habilidades, valores personales y actitudes y se construyen sobre los conocimientos y las habilidades adquiridas a través de la experiencia en el trabajo y el aprendizaje activo (learning by doing)» (Bartram y Roe, 2005, p. 95). De acuerdo con lo anterior, podríamos concluir que el núcleo de la competencia es la capacidad de tomar decisiones bien fundamentadas en situaciones cambiantes y con fines que con frecuencia también lo son. Es decir, las competencias no son sólo la adición de conocimiento y algunas habilidades, sino algo bastante más complejo. Cuando hablamos de la formación universitaria, son una compleja integración de saber y saber hacer, teniendo en cuenta que este hacer no puede considerarse como una acción mecánica, sino que implica una consideración cuidadosa de las circunstancias que generan la demanda y sus consecuencias, tanto de naturaleza personal como social y a corto, medio o largo plazo. Lejos de consistir en acciones mecánicas, la actuación profesional es enormemente flexible y exige a lo largo de su desarrollo una cuidadosa toma de decisiones y la capacidad de revisar la acción si las consecuencias observadas en cualquiera de los planos relevantes no se ajustan a lo previsto o deseado. Por estas razones, Bowden y Marton (1998) proponen no hablar de competencias, sino más bien de competencia en singular y resaltando el sentido de desarrollo personal del individuo, ya que entienden que no se trata sólo de la capacidad de hacer cosas, sino también, y fundamentalmente, de llevar a cabo un estricto seguimiento de lo que se precisa, de la forma en que se hace, de tomar decisiones flexibles a la luz de la situación concreta donde se trata de actuar y de observar críticamente sus resultados adaptando la acción al objetivo específico que se persigue. Así pues, incorporaría no sólo la capacidad de actuar, sino muy principalmente la de autorregular la conducta con una minuciosa consideración de las circunstancias, los resultados y las consecuencias. Todo ello, en un desarrollo que no se adquiere de una vez por todas, sino que continúaa lo largo de la vida. Y, como puede comprobarse, dentro de una concepción muy próxima a la de «buenas prácticas», tratada en el capítulo anterior. En el caso concreto de la profesión de psicólogo, los distintos grupos que han trabajado en la identificación de las principales competencias enfatizan además otras facetas específicas de esta profesión como distintos componentes del funcionamiento interpersonal, tales como habilidades para relacionarse eficazmente con otros, empatía, consideración positiva o aproximación genuina hacia los demás, la capacidad de desarrollar una visión suficientemente rica y compleja de sí mismo y de otros, la inteligencia emocional o la atención a cuestiones de multiculturalidad, entre otras. Sobre este particular véanse, entre otros, Elman, Illfelder-Kaye y Robiner, 2005. No obstante, en lo anterior hemos descrito la competencia profesional en fases que podríamos calificar de madurez. La formación universitaria, especialmente de grado, no puede aspirar a este nivel de desarrollo, pero tiene como fin preparar a los estudiantes para alcanzar progresivamente estadios de desarrollo que le acercan al desarrollo pleno de dicha capacidad. Actualmente los sistemas universitarios de toda Europa se están centrando en el desarrollo de competencias, según las directrices del proceso de creación del Espacio Europeo de Educación Superior, que enfatiza la adquisición de competencias. Pero esto no es sólo una circunstancia de un área geográfica específica. En realidad, se observa la misma tendencia en universidades de todo el mundo, y muy especialmente en el mundo anglosajón (Estados Unidos, Australia y Reino Unido) y en los países nórdicos europeos. Esto es especialmente cierto, por otra parte, en las profesiones sanitarias (véase, por ejemplo, Stanford University School of Medicine, 2008; Universidad de Aalborg, 2008; Universidad de Maastricht, 2008) y, por lo tanto, de interés para a psicología. La educación basada en competencias requiere definir con claridad tres aspectos: 1) En primer lugar, identificar las competencias que se desarrollarán durante el proceso de formación; esto orienta el proceso educativo, tanto desde el punto de vista de los docentes como desde el de los estudiantes, que podrán percibir en el conjunto de actividades que se les proponen una finalidad clara y muy relacionada con sus objetivos al elegir unos estudios, lo que resulta altamente motivante. Como es bien conocido, y aunque un centro puede identificar competencias específicas en relación con sus propios recursos o intereses, en un mundo globalizado estas competencias son en gran medida compartidas, como veremos un poco más adelante. 2) En segundo lugar, las actividades que permitirán desarrollar las competencias que se pretende, siempre orientadas por el principio de que se aprende aquello que se hace; si el estudiante está sentado escuchando una lección magistral puede aprender muchas cosas: a estar callado y atender, seguramente una comprensión parcial de algunos de los conceptos que se le explican, teniendo en cuenta la limitación temporal de la atención humana, o, si no es tan buen estudiante, a hablar o hacer otras cosas sin que se note mucho. Es muy importante atender de forma específica al desarrollo de las competencias, ya que se ha demostrado que algunos profesores piensan (o quizás esperan) que las competencias se alcanzarán, de forma mágica, con sólo identificarlas. Y más concretamente, es necesario enfatizar la necesidad de que las tareas que se proponen para su desarrollo reflejen la complejidad de las mismas de forma integrada, ya que son estas tareas más complejas las que deberán llevarse a cabo en el ejercicio profesional y un enfoque analítico de las mismas parece que no facilita su desarrollo global (Bowden y Marton, 1998). Y 3), finalmente, definir con antelación cómo van a ser evaluadas las competencias utilizando para ello actividades que las pongan de manifiesto, no sólo como actividades aisladas o independientes, sino nuevamente integradas en competencias complejas. Estas tareas serán, muy probablemente, similares a las que se han utilizado para su desarrollo. En efecto, aunque éstas puedan simplificarse en alguna medida para adaptarlas a las distintas fases de desarrollo, conviene preservar su naturaleza compleja con el fin de que los estudiantes puedan percibir los componentes en el contexto global, desarrollando así una concepción flexible y adaptativa de las mismas. Nuevamente, pues, si lo que el estudiante debe aprender no son sólo conceptos, será necesario preparar actividades que reflejen con exactitud las competencias que se pretende que desarrollen. El requisito de elaborar procedimientos específicos y adecuados de evaluación se deriva, en primer lugar, de la necesidad de rendición de cuentas, es decir, de demostrar que se han cumplido los objetivos que se pretendía y, en segundo lugar, porque, como es bien sabido, la evaluación constituye la definición operativa de los objetivos que se trata de alcanzar y unos procedimientos que reflejen adecuadamente las competencias contribuyen a realzar su importancia a los ojos de los estudiantes. Muy brevemente, cualquier cambio educativo sólo es efectivo cuando se refleja en los procedimientos de evaluación (Resnick y Resnick, 1990). Por esta razón, como veremos más adelante, se ha prestado una atención especial a la evaluación de las competencias, especialmente si, como sucede con la mayor parte de las especificaciones de competencias profesionales, tienen que documentarse a lo largo de la vida profesional (véanse más adelante APA, 2008; Bartram y Roe, 2005; EFPA, 2008). LAS COMPETENCIAS DEL PSICÓLOGO Y DE LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA En cuanto a las competencias específicas del psicólogo, existen una serie de descripciones que, si no coinciden exactamente, sí se solapan de forma considerable. Revisaremos algunas de las más importantes enfatizando aquellas que se refieren específicamente a la evaluación psicológica. En Canadá, el Mutual Recognition Agreement of the Regulatory Bodies for Profesional Psychologists (2001) exige las siguientes competencias para cualquier persona que quiera practicar la psicología: a) relaciones interpersonales; b) evaluación y valoración (incluyendo diagnóstico en evaluación); c) intervención y consejo; d) investigación, y e) criterios éticos. En Estados Unidos se han desarrollado distintos esfuerzos para identificar las competencias de los psicólogos. Aunque existían ya antecedentes, quizá uno de los más influyentes fue la conferencia sobre competencias: Direcciones futuras en educación y acreditación en psicología profesional, que tuvo lugar en 2002 y donde trabajaron más de 130 psicólogos de distintas especialidades (científicos, profesionales, educadores) para definir las competencias. Los principales resultados de esta conferencia fueron publicados por Kaslow y otros (2004) y en una serie de artículos en Professional Psychology, Research and Practice sobre cada área de competencias (véanse ASPPB, 2004; Elman, Illfelder-Kaye y Robiner, 2005; Rodolfa et al., 2005; Roberts et al., 2005). Un resultado de este grupo de trabajo ampliamente aceptado propone un modelo tridimensional (o cubo) que describe las competencias con respecto a los dominios de competencias funcionales (evaluación, diagnóstico y conceptualización; intervención; consulta; investigación y evaluación; supervisión y enseñanza y gestión y administración), las áreas de competencias fundamentales(práctica reflexiva-autoevaluación, conocimiento y métodos científicos, relaciones, política de estándares éticos y legales, diversidad individual y cultural y sistemas interdisciplinares) y diversos estadios de desarrollo, desde la formación de grado hasta el desarrollo a lo largo de la carrera profesional (Rodolfa et al., 2005). A partir de esta propuesta se ha desarrollado, por ejemplo, el esquema para las competencias del Practicum, que lista las competencias a desarrollar en estos programas (Hatcher y Lassiter, 2007). La APA promovió también el desarrollo de propuestas para la identificación y desarrollo (APA, 2005) y la evaluación de las competencias (APA, 2007). Este último documento, por ejemplo, recoge la descripción de Rodolfa et al. (2005) y define cada una de las competencias con un enfoque evolutivo, esto es, describe las necesarias para entrar en el Practicum, para realizar un internado o para iniciar la práctica profesional. En Europa, quizá las dos descripciones más influyentes en el caso de la psicología son el Subject Benchmark Statement, desarrollado por la agencia de calidad británica, y el proyecto de diploma europeo Europsy. El Subject Benchmark Statement (QAA, 2007) correspondiente a psicología no menciona de forma específica la evaluación entre las competencias de los psicólogos, sino que esta actividad queda descrita y distribuida en distintas competencias y habilidades tanto genéricas como específicas como las siguientes: generar hipótesis y cuestiones de investigación, llevar a cabo investigaciones mediante distintos métodos de recogida de información, analizar datos a través de métodos cuantitativos y cualitativos, razonar basándose en evidencias, utilizar distintas herramientas psicológicas como los instrumentos psicométricos, recoger y organizar información de forma eficaz, resolver problemas o comunicar resultados. Europsy (EFPA, 2008; COP, 2008) adopta un modelo mixto de input (centrado en la «ruta educativa» necesaria para desarrollar las competencias) y output (descripción de las competencias necesarias para trabajar en una profesión) (véase Roe, 2003) y distingue entre competencias primarias y facilitadoras. Concretamente, define 20 competencias primarias distribuidas en seis roles que desempeñan los psicólogos profesionales (especificación de objetivos, evaluación, desarrollo, intervención, valoración y comunicación) y cuatro categorías relativas al campo profesional (clínica y salud, educación, trabajo y organizaciones y otros). Así, pues, incluye la evaluación como uno de los roles en torno a los cuales se agrupan las competencias primarias del psicólogo y, más específicamente, la define como la capacidad para realizar evaluaciones de individuos, grupos, organizaciones y situaciones. Véanse algunos detalles en la tabla 2.1. Tabla 2.1 La evaluación como competencia primaria del psicólogo, según Europsy Evaluación Determinar características relevantes de los individuos, grupos, organizaciones y situaciones utilizando métodos apropiados. Evaluación individual Realizar la evaluación de individuos por medio de entrevistas, tests y observación en un contexto relevante para el servicio solicitado. Evaluación de grupo Realizar la evaluación de los grupos por medio de entrevistas, tests y observación en un contexto relevante para el servicio solicitado. Evaluación organizacional Realizar la evaluación apropiada para el estudio de las organizaciones por medio de entrevistas, encuestas y otros métodos y técnicas adecuados en un contexto relevante para el servicio solicitado. Evaluación situacional Realizar la evaluación apropiada para estudiar las situaciones por medio de entrevistas, encuestas y otros métodos y técnicas adecuados en un contexto que es relevante para el servicio solicitado. En general, pues, la evaluación psicológica es un ámbito de la actividad profesional reconocido en todas las descripciones de competencias de los profesionales de la psicología, ya sea con este título o dentro de un apartado más amplio de «solución de problemas» o «investigación». Por otra parte, los componentes de las competencias que implica la evaluación psicológica se han descrito también con detalle. La American Psychological Association (APA), en su documento sobre Test User Qualifications (APA, 2000) lista los conocimientos y competencias que los profesionales necesitan demostrar para utilizar las pruebas de evaluación psicológica (conocimientos de medida, estadísticos y psicométricos, selección de las pruebas adecuadas, procedimientos de administración de las pruebas, conocimiento de las influencias de variables étnicas, raciales, culturales, de género, edad y lingüísticas, evaluación de sujetos discapacitados y experiencia supervisada)1, especificándolos para cinco contextos profesionales (psicología del trabajo, de la educación, vocacional, de la salud y forense). Así mismo, describen las operaciones básicas a las que sirve la evaluación (clasificación, descripción, predicción, planificación de una intervención y seguimiento). Por otra parte, un grupo de trabajo creado bajo los auspicios de la European Association for Psychological Assessment (EAPA) y formado por expertos en evaluación de diversos ámbitos (educación, clínica, organizaciones) adoptó un enfoque más centrado en el proceso de evaluación, generalizándolo a los diversos contextos y objetivos y describió con detalle los pasos del proceso de evaluación (véase Fernández-Ballesteros et al., 2001; véanse también las Guías para el proceso de evaluación, Fernández- Ballesteros y Calero, 2004, y el capítulo 3 de esta misma obra). La tabla 1.1 recoge las tareas que describió este grupo de trabajo a lo largo del proceso de evaluación. Como puede comprobarse, estas competencias podrían resumirse como la capacidad de: • Comprender la demanda formulada por un cliente y traducirla a un problema técnico o una pregunta que puede ser contrastada de forma empírica. • Recoger información inicial para formular las hipótesis relevantes. • Formular hipótesis contrastables. • Seleccionar los tests y técnicas de recogida de información que permitan contrastar dichas hipótesis. En este proceso resulta importante: — Seleccionar las pruebas basándose en los aspectos específicos que pretenden evaluar, así como en sus garantías científicas (fiabilidad, validez). — Aplicar las pruebas según el procedimiento previsto y corregirlas de forma apropiada. — Interpretarlas de forma adecuada • Sintetizar el conjunto de informaciones recogidas para dar respuesta a la demanda inicial. • Dar respuesta a la(s) pregunta(s) planteadas aportando información que ayude en la toma de decisiones y elaborar un informe que sea: — Replicable. — Con un lenguaje adaptado al (los) destinatario(s) a lo(s) que va dirigido. • Mostrar, a lo largo del proceso, las debidas actitudes de respeto hacia: — El código deontológico de la profesión. — Los derechos humanos básicos. — Los valores, opciones, libertad y autonomía individuales. — Una fundamentación científica del proceso de exploración sistemático que constituye la evaluación, con altos niveles de exigencia en la utilización de las técnicas de recogida de información. EL SIMAPE: UN ENTORNO MULTIMEDIA DE APRENDIZAJE SIMAPE es un entorno virtual multimedia creado con el fin de proporcionar una herramienta que puede utilizarse para el desarrollo de algunas de las competencias que incluye la evaluación psicológica. Básicamente, nuestra intención es facilitar a los estudiantes una visión completa del proceso de evaluación en su primera fase descriptiva, diagnóstica o predictiva (véase Fernández-Ballesteros, 2004b). Por ello, SIMAPE trata de reflejar el proceso de evaluación de forma íntegra, incluyendo las
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