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© Javier Hernández Bonnet, 2015
© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2015
Calle 73 N.° 7-60, Bogotá
Diseño de cubierta:
Departamento de diseño Grupo Planeta
Fotografía de cubierta:
© Corbis
Fotografías de interior:
© Felipe Díaz
Primera edición:
mayo de 2015
ISBN 13: 978-958-42-4458-1
Desarrollo e-pub:
Hipertexto Ltda.
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni
parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Todos los derechos reservados.
AGRADECIMIENTOS
“Ustedes no saben quién soy yo” se
convirtió en frase de moda en el primer
semestre de 2015 en Colombia. Es una
vieja expresión que saltó a los titulares de
los principales medios de comunicación
para retratar de cuerpo entero la
prepotencia que desde hace ya mucho
rato envenena a gran parte de nuestra
sociedad.
Cuando la escuché me causó ira y
después pesar, por la pobreza
franciscana de su autor, un desubicado
muchacho que invocó el parentesco con
un expresidente de Colombia para
escapar de la autoridad.
Superado el desconcierto por el
escándalo, más tarde tuve tiempo de
reflexionar y descubrí que nadie puede
saber quién soy yo, si yo mismo no sé
quién soy. Entonces inicié un juicioso
ejercicio para saber quién era y encontré
que sin mi familia y sin mis amigos no
soy nadie.
Cuando recibí el encargo de Editorial
Planeta para escribir este libro, recordé a
muchas de esas personas que han
influido en mi vida personal y
profesional y convoqué a algunas para
que con su talento me ayudaran a
construir el proyecto; a otras las invoqué
para inspirarme en su ejemplo de vida.
Entre las que llamé con el
pensamiento, está mi amigo y periodista
Juan Carlos González, con quien
comparto el orgullo de elaborar este
libro, en el que puso toda su energía
recorriendo las calles de Buenos Aires
para obtener los testimonios de medio
centenar de personajes cercanos a José
Néstor Pékerman; también, a Juan
Camilo Romero, un apasionado hincha
del fútbol que abrió un espacio en sus
compromisos académicos para investigar
y seleccionar el material propuesto; y a
Luis Arturo Henao, el coleccionista de
datos, el mejor en su especialidad, al que
recurrí para respaldar con estadísticas
cada hecho de la historia futbolística.
A quienes invoqué los tuve presentes
cada vez que prendí el computador
porque necesitaba “robarme” lo mejor
de sus energías. De Jorge Eliécer
Castellanos, abogado, periodista y
escritor, entrañable amigo, recibí la
claridad de los conceptos; del brigadier
general Jacinto Mesa, el respeto por el
ser humano bajo la ya conocida premisa
de “duro con el problema, suave con la
persona”, y de Mario Múnera Jaramillo
la fidelidad en la amistad, el
profesionalismo y la responsabilidad con
la que se debe enfrentar cada reto.
Gracias a ellos, incluidos mis
hermanos, mis hijos y mi esposa,
Carolina. Al final de este ejercicio sé
quién soy: un apasionado periodista que
solo puede prometer que por encima de
la amistad solo tiene un compromiso, y
es el compromiso con la verdad, que es
la que nos hace verdaderamente libres.
PRESENTACIÓN
La presente obra no es una
autobiografía. Tampoco es un
publirreportaje. Es el modesto
reconocimiento a un hombre que
revivió la ilusión de millones de
colombianos al recuperar valores
olvidados por la sociedad de hoy, como
el respeto, la decencia, la planeación y el
trabajo en equipo.
El protagonista de este libro puede ser
visto como un hombre enigmático y
misterioso, pero eso depende de la orilla
desde la que se le mire.
Sus más cercanos colaboradores se
encierran en el silencio cómplice de sus
condiciones de trabajo y terminan
siendo maestros en el manejo de la
información reservada, al mejor estilo
del FBI o Scotland Yard.
Él es celoso con la información hacia
el exterior, pero generoso a la hora de
compartir su sabiduría con sus pupilos,
a quienes les transmite enseñanzas que
solo puede ofrecer el que tiene el
privilegio del saber.
El nombre de José Néstor Pékerman
es tan popular en Colombia como el
café, la segunda bebida más consumida
en el mundo después del agua. Por eso
mismo, por popular, nos abrogamos el
derecho a saber de qué está hecho y cuál
es el fundamento de su éxito. El país
merece que le cuenten quién es el
hombre que le devolvió la alegría
después de dieciséis años de
frustraciones y desengaños.
Con permiso, Don José, entramos en
su reservado mundo con la
complacencia de sus exjugadores y
excompañeros de cuerpo técnico con
quienes usted construyó tantos sueños,
finalmente hechos realidad.
Ellos decidieron levantar el velo que
cubría muchos datos secretos y
reservados, que todavía deben conservar
quienes actualmente trabajan con usted.
Ellos quisieron que se conociera su
historia, ya imposible de ocultar porque
como decía el maestro Osvaldo Juan
Zubeldía: “Hay que escoger entre ser
libre o ser popular” y su historia nos
pertenece a todos.
EL AUTOR
INTRODUCCIÓN
Mientras millones de aficionados en el
mundo veían por televisión las
incontenibles lágrimas de James
Rodríguez, que semejaban el
sufrimiento de frustración del niño al
que le roban todas sus ilusiones, por la
mente de José Pékerman también
pasaban muchas sensaciones.
Era el mismo sueño que el entrenador
argentino y sus muchachos
compartieron con cuarenta y cuatro
millones de colombianos hasta ese
cuatro de julio de 2014.
En el instante en que el árbitro dio el
pitazo final y Colombia fue eliminada
del Mundial de Brasil, la condición de
padre y líder que se había echado a
cuestas obligaba a Pékerman a sacar
fuerzas para consolar a ese puñado de
gladiadores a los que Brasil, el otrora
dueño del jogo bonito, sacó de la Copa
del Mundo a punta de patadas.
Pékerman, un hombre pragmático
que todo lo que celebra es porque lo
construye, sentía unas profundas ganas
de llorar, lo mismo que James, porque al
igual que el joven crack sabía que quien
clasificó no había sido el mejor de esa
triste jornada.
Con los ojos enjuagados en lágrimas,
el entrenador sacó de su interior la
valentía del líder y recibió a sus
jugadores, los consoló y los felicitó
frente a millones de teleespectadores. La
Selección Colombia había llegado a un
sitio impensado para el común de la
gente, pero él no estaba satisfecho con el
quinto puesto del mundial. Quería
mucho más.
Y es que el balance no pudo haber
sido mejor: Colombia clasificó de
primero en el grupo C con nueve
puntos, por encima de Grecia, Costa de
Marfil y Japón. Con ese resultado pasó a
octavos de final y venció en forma
contundente a Uruguay en el Maracaná.
Pero sucumbió ante el local Brasil en el
estadio de Fortaleza, y ahí terminó todo.
Cuando llegó al camerino, lejos de la
mirada de todos, el gran timonel se
desvaneció. Pékerman entró en un largo
silencio, impotente porque se había
escapado la mejor y más propicia
oportunidad para ganarle a Brasil.
El triunfo que planeó, confiado en el
potencial de su cada vez más sólida
Selección, se evaporó por aquello que
resulta incontrolable en el fútbol, como
un mal arbitraje.
Mientras en la tribuna de prensa los
medios del mundo hablaban de la
manera como el juez español Velasco
Carballo metió la mano en el juego y
permitió el juego violento que propuso
Brasil para demoler a Colombia.
También examinaban la inexistente falta
de James que dio origen al segundo gol
brasileño y de la polémica jugada de gol
invalidada a Yepes por el supuesto fuera
de juego.
Entre tanto, en la parte baja del
estadio, en la tribuna acondicionada
para las familias de los futbolistas,
esperaban los dolientes de Pékerman y
de los jugadores. El silencio era
sepulcral. De un momento a otro y
como se había repetido durante los
juegos anteriores, uno a uno llegaron los
futbolistas al doloroso encuentro y se
fundieron en un interminable abrazo,
humectado por las lágrimas emanadas
de una extraña mezcla de orgullo y
frustración.
Pero nada que llegaba Pékerman. Esta
vez no se escuchó el grito de “profe,
profe, profe”, que sonaba como un
trueno después de cada partido.
Matilde, la eterna compañera de
Pékerman, seguía expectantesin poder
correr al vestuario a rescatar a su esposo
pues no tenía credencial de acceso que se
lo permitiese.
Entre tanto, en un rincón del
vestuario se veía deshecho al hombre de
hierro que salió muy fortalecido de la
eliminatoria y del mundial gracias a los
resultados de su equipo. José Pékerman
no podía con el alma.
Es difícil meterse en la cabeza de
alguien tan reservado como él, pero uno
podría suponer que en ese momento la
película de su vida se devolvió en el
tiempo e hizo escala en el Mundial de
Alemania 2006, cuando en esa misma
instancia pero al frente de la Selección de
Argentina, también fue eliminado por el
dueño de casa por la vía del tiro penalti.
Aquella vez, como lo cuenta Donato
Villani, el médico de la selección gaucha,
Pékerman estaba dolido, pero erguido y
con la claridad meridiana de que su ciclo
con la Argentina de Grondona había
terminado.
No es posible determinar el umbral
de dolor entre un momento y otro, pero
quienes coincidieron con él en esos dos
instantes aseguran que la eliminación de
Colombia fue un golpe más duro que el
de aquella tarde en Berlín.
Este grupo de jugadores había
enamorado a su entrenador por su
técnica y compromiso, pero
principalmente porque la base del éxito
de cualquier equipo de Pékerman es ser,
ante todo, buena persona y después un
gran futbolista. Los muchachos
representaban ese ideal. Por eso, la
intuición le decía que el equipo merecía
más y que el techo de su rendimiento
estaba más allá del polémico partido
frente a los pentacampeones mundiales.
Para un hombre ordenado,
planificador y cerebro de los pequeños
detalles —que ante la igualdad en el
fútbol de hoy marca una diferencia—,
era extremadamente desalentador irse así
de la Copa del Mundo. No se consolaba
con el camino recorrido. No se
resignaba con aquella frase de cajón de
“llegamos más lejos de lo soñado”. Su
meta era otra y sabía que de no haber
pasado nada extrafutbolístico habría
podido alcanzarla.
Pero el dueño de casa impuso las
condiciones y como lo reconoció el
exmundialista brasileño Branco,
campeón mundial en 1994 y hoy
comentarista de la televisión de su país,
Colombia fue víctima de la necesidad
política y comercial de mantener en
competencia al país anfitrión, sin
importar lo que hubiese que hacer.
A estas alturas del día, cuando el
moderno estadio ya estaba semivacío y
las familias seguían a la espera,
Pékerman se había refugiado en un
manto de soledad buscando mitigar el
golpe y encontrar respuestas a lo
acontecido. Es ese momento se
encontraba en un habitáculo del
vestuario que hacía las veces de oficina.
En esas estaba cuando de repente los
rescatados llegaron al rescate del capitán
del barco. El primero en aparecer fue el
presidente de la Fedefútbol, Luis
Bedoya, y detrás de él, convocados por
la gratitud, llegaron James, Zúñiga y el
capitán Mario Alberto Yepes, quienes se
fundieron en un fraternal abrazo con su
maestro, el hombre que ya muchas veces
los había consolado.
En ese momento sorprendió la
madurez de James, quien tomó la
vocería para reanimar al hombre que
durante dos años los entrenó
mentalmente para afrontar momentos
de crisis emocional como este. Le
hablaron del histórico lugar que
alcanzaron en el certamen, de la certeza
de saber que nada se dejó de hacer y del
dolor que significaba no seguir en el
mundial por las fuerzas externas que son
incontrolables en estos casos. Y aunque
suene a chiste, afirmaron que “el de
Yepes sí fue gol”. Para Pékerman fue un
gran bálsamo escuchar las palabras de
sus jugadores y el respaldo de Bedoya.
Sin embargo, la pena por la injusta
eliminación se prolongó por unos días
más y a ello se sumó la enfermedad de
su señora madre, que falleció meses
después.
Superado el difícil momento,
Pékerman renovó su ánimo y su
contrato, fortalecido por el respeto y el
cariño de los colombianos y por el
reconocimiento de los especialistas, que
en diciembre de 2014 lo eligieron por
tercera vez consecutiva como el mejor
técnico de América. Sin duda, una
escogencia sin antecedentes en muchos
años de historia del premio, organizado
por el diario El País de Montevideo,
Uruguay.
¿Qué es lo que hace a Pékerman tan
especial? ¿Qué lo gobierna, aparte de sus
éxitos, como los tres títulos mundiales
juveniles y los dos sudamericanos
ganados con Argentina y la clasificación
de Colombia después de dieciséis años
sin ir a una Copa del Mundo? La
respuesta está en su personalidad
reservada. Todo lo de Pékerman es
impenetrable. Casi que misterioso.
Por eso, el reto de este libro es contar
los grandes secretos que han llevado a
este triunfador del fútbol a ser adoptado
como uno de los ídolos de Colombia.
Nos comprometemos a reconstruir su
camino victorioso con pupilos,
compañeros de cuerpo técnico,
directivos, admiradores, y, por supuesto,
sus críticos.
PRÓLOGO
Es bien sabido que la historia la escriben
los ganadores, que es su lectura de los
hechos la que generalmente queda
registrada en los libros y en el
imaginario. Pero no necesariamente la
historia es sinónimo de verdad y el éxito
puede embriagar, aturdir y distorsionar
la realidad.
Somos una sociedad que acostumbra
reflexionar desde las derrotas. En los
triunfos borramos las huellas de los
procesos y nos abandonamos a la
celebración y al elogio desmesurado e
irreflexivo de nuestros héroes, lo que nos
despoja de una excelente oportunidad:
reflexionar desde el éxito.
Este libro tiene esa enorme virtud.
Decantada la euforia que nos produjo la
actuación de la selección de Pékerman
en el pasado mundial, Javier Hernández
Bonnet le hace una acertada gambeta a
los “peligros del éxito” y se dedica con
juicio y lucidez a deconstruir los hechos
en busca de una explicación a lo
sucedido.
Se trata de una segunda entrega de
este ejercicio de análisis. En su anterior
libro, ya nos había dado un adelanto,
pero ahora lo hace desde la perspectiva
de quien fue el artífice de esa buena
actuación: el técnico José Pékerman.
El texto navega en el anecdotario, tan
apreciado por el aficionado, pero no se
queda exclusivamente en él, como suele
ocurrir con los libros sobre fútbol. Por
el contrario, el autor hilvana los
hallazgos de sus indagaciones para
articular el trabajo de Pékerman en un
método que trasciende lo coyuntural.
Como un buen analista, Javier hace la
tarea: investiga, busca constantes,
reordena datos, lanza hipótesis y
concluye en la elaboración de una
metáfora de la dinámica grupal pensada
desde el fútbol. Esto impide que la
experiencia vivida se pierda en las mieles
del júbilo y genera un mensaje de
connotaciones educativas.
La mirada sobre el método de
Pékerman nos empieza a descubrir
elementos del comportamiento social
que parecen haberse extraviado en el
curso del tiempo. Elementos que si se
retomaran en la vida cotidiana nos
ayudarían a madurar y alcanzar la
convivencia pacífica, algo en lo que
estamos empeñados como país casi
desde el comienzo de nuestra historia.
En este sentido, lo primero que
destaca el autor en el pensamiento del
técnico argentino es el radical rechazo al
pragmatismo crudo que plantea el
resultado como objetivo exclusivo del
trabajo. Para “don José” el resultado debe
ser la conclusión lógica de la
planificación, el orden, el compromiso y
la disciplina.
Pero la lista es más amplia.
Reconstruyendo la trayectoria de
Pékerman como entrenador, Javier va
develando el trasfondo de sus estrategias
y los valores sobre los que están
soportadas: la organización del grupo
sobre la base del respeto y la decencia; el
valor de poner el bien común por
encima del beneficio individual; las
virtudes de la autonomía con
responsabilidad; las ventajas de la
constancia; la importancia del ejemplo
como fuente de autoridad; la eficacia de
la claridad en las reglas de juego; la
necesidad del apego a la ley, y muchas
más.
Al final, lo que tenemos en las manos
es un recorderis claro de las bases del
acuerdo social. Un mensaje contundente
y oportuno que se ofrece como
invitación a retomar valores perdidos y,
lo más interesante, una invitación hecha
desdeel éxito.
En hora buena el autor ha logrado
que un hecho que nos llenó de felicidad
salte las fronteras de la celebración y se
convierta en una reflexión sobre las
relaciones humanas y en una propuesta
clara y contundente para mejorarlas.
En este libro, fútbol y sociedad se dan
la mano y el garante de ese encuentro es
Javier Hernández Bonnet. En mejores
manos no podría estar este compromiso.
DAGO GARCÍA{*}
CAPÍTULO 1
PÉKERMAN Y LA RESURRECCIÓN
ARGENTINA
En un mundo tan competido, donde el
resultado es el rey, es muy fácil perder el
rumbo. Y mucho más si se trata de
personas inexpertas, maleables y de
humilde cuna.
Eso fue lo que les sucedió a los
jugadores juveniles de Argentina, que
durante muchos años y sin calcular las
consecuencias, fueron víctimas de la
desenfrenada búsqueda de triunfo que
les ordenaron los dirigentes gauchos.
Por cumplir esa meta, en forma
inevitable los noveles deportistas
quedaron atrapados en medio de
escándalos originados por la presión de
ganar a como diera lugar, sin respetar las
reglas de juego y menos a sus rivales.
Y como no hay plazo que no se
cumpla, 1983 habría de resultar un año
particularmente doloroso para el
prestigio de Argentina, luego de un
escandaloso episodio ocurrido en la final
del Campeonato Sudamericano Sub-20
jugado en Bolivia, que clasificaba cuatro
equipos de la región al mundial que se
desarrollaría meses después en México.
Ese 13 de febrero, Brasil venció 3-2 a
Argentina, pero cuando los auriverdes
marcaron el tercer gol se desató una
violenta gresca en la que se vieron
involucrados los jugadores Luis Islas y
Mario Vanemerak, y el técnico Carlos
Pachamé.
En junio de ese mismo año, en el
mundial Sub-20 que se desarrolló en
México, Brasil le volvió a ganar en la
final a Argentina, esta vez 1-0. Furioso
por la derrota, el jugador Claudio, el
“Turco” García, le dio un fuerte
puñetazo a un reportero, que respondió
con un puntapié a los testículos del
juvenil argentino y le hizo perder el
conocimiento. El técnico Carlos
Pachamé también recibió un impacto en
la cara con una cámara fotográfica.
En ninguno de los dos episodios
hubo castigo de los tribunales
deportivos ni de la justicia ordinaria de
Bolivia o México y ello abrió la puerta al
irrespeto y al matoneo de los jóvenes
argentinos, que se pasearon por los
estadios de Suramérica como
embajadores de la violencia.
Con todo, la mala educación y la
agresividad se convirtieron en sello del
fútbol joven de Argentina, pero por
fortuna surgió la figura estelar de Diego
Armando Maradona, quien puso a la
afición a sus pies con su brillante
actuación en el Mundial de México en
1986. Allí convirtió el mejor gol en la
historia de los campeonatos del mundo
frente a los ingleses —Argentina ganó 3-
2— y levantó la copa luego de vencer en
la final a los alemanes por idéntico
marcador.
El triunfo de la selección mayor
ocultó por un tiempo la mala imagen de
los jóvenes, pero la paciencia del mundo
futbolístico empezaba a agotarse por la
indecencia y grosería con que las nuevas
generaciones del fútbol argentino
asumían los partidos.
Finalmente, la gota rebosó la copa en
el Mundial Sub-20 de Portugal en
1991. Argentina había empezado mal
su participación en el evento porque en
la primera jornada del torneo perdió 1-0
contra Corea del Sur. Por ello debía
vencer a Portugal si quería avanzar a la
siguiente ronda.
La debacle habría de ocurrir el 17 de
junio en el estadio Da Luz, de Lisboa,
cuando el equipo de casa con Luis Figo
a la cabeza, apabulló a los argentinos por
3-0 y de paso los eliminó de la fase de
grupos.
La primera señal de que algo muy
malo iba a ocurrir en el terreno de juego
se produjo recién iniciado el partido: a
los treinta segundos el delantero Juan
Esnáider derribó con mala intención al
portugués Gil y a los tres minutos
Christian Bassedas le aplicó un puntapié
a Luis Figo en la mitad de la cancha.
El juego violento de los gauchos no
cesó luego de la expulsión de Claudio
París, poco antes de terminar el primer
tiempo. Ya en el complemento, Portugal
se puso en ventaja tras un tiro de Gil
que se desvió en Diego Cocca y
descolocó al arquero Leonardo Díaz.
Para colmo de males, a los 62 minutos
Maximiliano Pellegrino se ganó la
segunda amarilla por una infracción
sobre Toni y el descontrol se hizo
presente nuevamente, ahora sumado el
público, que comenzó a arrojar objetos
al campo de juego.
Los últimos 15 minutos fueron de
terror para Argentina porque el país
anfitrión consiguió su segundo tanto.
Fue a los 80, cuando Paulo Torres
convirtió el penal que le había cometido
Mauricio Pochettino; y 6 minutos más
tarde, Toni sentenció el pleito con la
tercera conquista lusa. Ya en el ocaso del
cotejo, Esnáider vio la roja por entrarle
fuerte a un rival y amagar con un
cabezazo al árbitro belga Guy Goethals.
La participación argentina en el
mundial portugués no pudo ser peor:
eliminados en la primera ronda,
expulsados los jugadores Claudio París,
Mauricio Pellegrino y Juan Eduardo
Esnáider por juego violento, y este
último acusado de intento de agresión al
juez del partido.
La FIFA, que seguía los pasos del
desatinado comportamiento de los
paisanos de Maradona, sostuvo que no
había atenuante alguno que justificara
semejante afrenta al fútbol y que había
llegado la hora de castigar la indolente
actitud de la dirigencia argentina.
Desde Zúrich, la FIFA comunicó que
el mundo estaba cansado de la violencia
gaucha y los excluyó por dos años de
competiciones oficiales, incluido el
siguiente mundial, el de Australia en
1993. Además, Esnáider fue
suspendido durante un año y el
dirigente Norberto Recassens fue
inhabilitado 24 meses para realizar
tareas directivas.
Tras el escándalo y la prematura
eliminación, el técnico Merlo renunció a
la dirección técnica, no sin antes culpar
al árbitro de lo sucedido: “Mientras
estábamos once contra once, el partido
era parejo. Nos faltaba llegada, está bien,
pero era una cosita que íbamos a
corregir en el entretiempo, pero echaron
a París. Para mí que acá veían las cosas
de Argentina, nada más. ¿Vos notaste al
técnico coreano adentro de la cancha en
el partido contra nosotros, disfrazado de
auxiliar. Y los portugueses festejándonos
el gol en la cara? Nooo, yo creo que acá
pasó algo grave. Como se veía venir el
empate, aseguraron la clasificación con la
expulsión de Pellegrino y la ejecución
del penal”.
De la noche a la mañana, los
albicelestes pasaron de los aplausos
obtenidos en la categoría de mayores —
campeones en México 1986 y
subcampeones en Italia 1990— a las
silbatinas y el rechazo generalizado en las
canchas. Un costo muy alto para la
tradición futbolística de un país
acostumbrado a ganar.
* * *
Buenos Aires es una ciudad que
respira fútbol por todos sus poros y la
calle Viamonte es uno de los lugares más
calientes en materia de rumores
relacionados con ese deporte. Allí, en el
número 1366, está la sede de la
Asociación de Fútbol de Argentina,
AFA, desde donde el zar del balompié
suramericano, Julio Grondona,
despachó por muchos años, hasta su
muerte en julio de 2014.
Tras el desastre en Portugal, en ese
lugar —tan importante como la Casa
Rosada, pues sus decisiones repercuten
en la vida diaria de los argentinos— y en
silencio, un comité empezó a examinar
las hojas de vida de los candidatos a
dirigir las futuras selecciones menores.
Auténticos pesos pesados de la
dirección técnica estaban postulados
para asumir la conducción de la fuente
que surte gran parte del mercado del
mundo.
En los pasillos de la AFA se sentía el
pulso de los dirigentes para acomodar
en el comando a su recomendado. Por
la radio los principales medios de
comunicación daban como seguro el
nombramiento de Jorge Griffa, el
rosarino gran hacedor de figuras, que
contaba con el respaldo del entonces
técnico de la Selección de mayores,
Daniel Alberto Pasarella.
Otros candidatos entraban y salían de
la lista de opcionados, como Carlos
Timoteo Griguol, el legendario técnico
de Ferrocarril Oeste, y hasta la dupla de
técnicos Óscar López y ÓscarCaballero,
que en ese momento gozaban de gran
reconocimiento por su trabajo en
Banfield.
Era un acto político y deportivo de
gran valor al que todos le apostaban,
pues tener el control de la selección
juvenil representa para cualquier
dirigente, en cualquier país, asegurar el
ingreso de sus jugadores al gran
mercado europeo. Es una vitrina de
venta incalculable, a la que acceden
decenas de veedores del mundo que se
llevan lo mejor gracias a su incalculable
chequera.
Pero este era un momento especial,
en el que lo futbolístico no significaba lo
único porque Argentina no solo estaba
obligada a ganar sino a manejarse bien.
Sobre todo, eso: portarse bien dentro y
fuera de las canchas. La reconstrucción
de su imagen era tan importante como
los títulos, y bajo esa premisa surgió la
gran sorpresa: José Néstor Pékerman.
En los días previos a la escogencia, los
candidatos llegaron con carpetas repletas
de papeles que explicaban paso a paso
los detalles del proyecto de cada uno,
pero casi ninguna propuesta planteaba
algo revolucionario o una idea milagrosa
que apuntara a rehacer las maltrechas
divisiones inferiores de Argentina.
No obstante, sí había una idea
diferente sobre lo que se debía hacer. La
estrategia planteada por Pékerman
contrastaba con las demás porque, según
él, la reconstrucción debía arrancar por
descontaminar las selecciones juveniles
de la influencia de los dirigentes de los
clubes y hacer de la educación uno de
los principales valores. Así, en escasas
ocho hojas que contrastaban con el
centenar de páginas preparadas por sus
contendientes, con un lenguaje sencillo
y convencido de lo que proponía,
Pékerman plasmó su pensamiento:
independencia y juego limpio.
Enrique Merelas, dirigente del club
chico El Porvenir, de la ciudad de Gerli,
provincia de Buenos Aires, era por ese
entonces el más cercano consejero de
Grondona en cuanto a divisiones
menores. La afición reconocía en él la
virtud de ser de los pocos que le hablaba
al oído al presidente de la AFA y que
influía en sus decisiones. Fue Merelas
quien inclinó la balanza a favor del joven
técnico de las divisiones inferiores de
Argentinos Junior.
En una charla para este libro, Merelas
recordó que “yo fui a decirle a
Grondona que (Pékerman) era el
técnico que necesitaban los juveniles y
me respondió que yo no era un tipo
normal, que él no iba hacer eso y que el
técnico iba a ser otro —me reservo el
nombre—. Y bueno, me decidí por José
y fue un orgullo haberlo elegido porque
cuando hablé con él supe que era un ser
humano muy bueno”.
El primer impacto del nombramiento
de Pékerman lo sintieron los periodistas
en el debut oficial en el Sudamericano
Sub-20 de Bolivia en enero de 1995.
Allí se encontraron con una
concentración cerrada, inexpugnable
para los medios de comunicación y ello
empezó a generar la irritación que en su
momento también vivimos en
Colombia y que solo se neutraliza con
triunfos.
No obstante, adentro el ambiente
empezó a ser distinto. Con decencia,
buen manejo de lo personal y
sinceridad, el técnico se ganó la voluntad
del grupo y salió subcampeón
sudamericano. Ese cambio de ecuación
produjo triunfos sucesivos en la primera
ronda contra Perú, Venezuela y Ecuador
y un empate con el local Bolivia. Ya en
la siguiente ronda les ganó a Chile y a
Ecuador, pero cayó ante Brasil.
Con el segundo puesto alcanzado en
Bolivia, los juveniles de Argentina
clasificaron al Mundial de Qatar y allí se
coronaron campeones, por encima de
Brasil, al que vencieron 2-0 en una
vibrante final el 28 de abril de 1995.
“Argentina remonta el vuelo”. Así
tituló la página oficial de la FIFA al
destacar el triunfo albiceleste luego de la
dura sanción por su mal
comportamiento. Y no omitió elogios
hacia los jugadores y el cuerpo técnico.
“Los pupilos de José Pékerman
conquistaron su título sin recurrir a
individualidades excepcionales,
poniendo en funcionamiento un sistema
perfectamente lubricado. Una defensa
de hierro, un mediocampo eficaz y una
maestría táctica inexpugnable fueron los
ingredientes del éxito argentino. En cada
línea reinaba un director de juego: el
guardameta Joaquín Irigoytía, el central
y capitán Juan Sorín, el centrocampista
Ariel Ibagaza y el delantero Walter
Coyette. De manera muy sólida, los
albicelestes pasaron por encima de todos
sus adversarios, incluido Brasil, en la
final, a quien derrotó 2-0. Hay que
destacar la excepcional pericia del
seleccionador José Pékerman, quien hizo
entrar en juego a los goleadores de la
semifinal y de la final en el momento
idóneo”.
Era la primera incursión de Pékerman
como entrenador argentino y ya estaba
instalado en la galería de los campeones
mundiales al lado de César Luis
Menotti y Carlos Salvador Bilardo. Pero
fueron los jugadores, en el terreno de
juego, los que potenciaron su calidad de
líder. Uno de ellos fue el veterano
Gastón Pezutti, hasta hace poco arquero
del Atlético Nacional de Medellín.
Por decisión de Pékerman y el cuerpo
técnico, Pezutti fue suplente durante
todo el Mundial de Qatar porque la
titularidad en el arco recayó en Joaquín
Irigoytía. Y es que desde el
sudamericano de Bolivia, Pezutti ya
sabía que su destino era el banco. “José
(Pékerman) y Hugo Tocalli —
integrante del cuerpo técnico— me
dijeron que iban a optar por Joaquín,
por el tema de la pelota, de la altura.
Joaquín era un arquero mucho más
volador, más explosivo y yo un arquero
más de posición —recordó Pezutti en
una charla para este libro en Buenos
Aires—. Bueno, se decidieron por él.
Me hicieron notar su pena, su tristeza,
quizá porque ellos sabían que yo
también les iba a rendir, pero tenían que
tomar una decisión. La realidad después
mostró que la decisión fue bien tomada
porque el ‘Vasco’ Irigoytía fue el mejor
arquero del Sudamericano y uno de los
mejores jugadores del Mundial de
Qatar”.
Pezutti soportó la suplencia con
estoicismo y al final tuvo una ligera
compensación cuando Pékerman le
permitió tapar los últimos diez minutos
del partido final contra Brasil, cuando
Argentina ya ganaba cómodamente 2-0.
“Eso refleja la manera como yo actué en
esa situación, las ganas de jugar que
siempre tuve, que en cada
entrenamiento peleé la posibilidad de
jugar; no me tocó, pero bueno, tuve la
satisfacción personal de ese pequeño
premio. Pequeño no, de ese gran gesto
de José”.
La fugaz aparición de Pezutti en la
selección campeona en Qatar en 1995
hizo recordar un episodio similar
ocurrido en el campeonato mundial en
Brasil en 2014, cuando Pékerman
alineó en los últimos diez minutos al
arquero suplente de la Selección
Colombia, Faryd Mondragón, en el
partido que el equipo tricolor le ganó 4-
1 a Corea del Sur. Esa fue la despedida
del gran portero, que de paso fijó un
récord al convertirse en el guardameta
con mayor edad —43 años y tres días—
en participar en un campeonato del
mundo.
El triunfo de Pékerman en Qatar
muy poco tiempo después de asumir el
manejo de la Selección Argentina le
confirmó a Merelas que la estrategia del
juego limpio propuesta por el técnico
había sido clave, incluso por encima de
los buenos resultados.
Desde el primer día, Pékerman tuvo
claro que la cara de Argentina solo podía
ser lavada si recuperaba la admiración
del mundo, no solo por su fútbol sino
por su comportamiento. Para lograrlo
tenía que rodearse de buenos jugadores,
pero principalmente de buenas personas
dispuestas a derrotar su propio ego.
En Qatar quedó confirmado que la
teoría del látigo y el insulto para manejar
un vestuario tenía fecha de expiración.
La política del convencimiento a través
del respeto pregonada por Pékerman era
un éxito y empezó a propagarse por
todos los rincones de Buenos Aires. Así
lo recuerda Rodolfo Hernández, el más
cercano consejero de las divisiones
inferiores de Argentinos Juniors: “La
selección juvenil de Argentina nos daba
vergüenza por la manera como jugaban,
como pegaban; eran sucios y
protestones. Cuando llegó Pékerman no
protestaron más y ganaron todo, todos
los campeonatos que jugaron los
ganaron. Usted no veía jugadores
argentinos que pegaran,ni protestaran,
ni chuzaran al réferi. Todo era con
educación, con altura, con respeto. Eso
fue lo que impusieron Pékerman y su
gente”.
Testigo de ese renacer del fútbol
gaucho es Gabriel Milito, que llegó a los
1 5 años de edad a las manos de
Pékerman. “Es evidente que para tener
jugadores educados se debe tener un
cuerpo técnico educado —recuerda el
internacional argentino—. Cuando
llegué, ya en ese momento el trato era
muy diferente a lo que veníamos
acostumbrados. El comportamiento, los
entrenamientos, la manera como uno
debía comportarse, la forma de entrenar,
el respeto al otro, el saber que
representábamos un país importante;
todos esos valores los fuimos
aprendiendo de la mano de él”.
El exitoso paso de Pékerman por las
juveniles de Argentina está refrendado
por las cifras: fue campeón Mundial
Sub-20 en Qatar, 1995; Malasia, 1997
y Argentina, 2001; en 1997 y 1999 fue
campeón de Sudamérica con la Sub-17
—Chile y Argentina— y en 1998 fue
campeón Sub-21 en el torneo
Esperanzas de Toulon, Francia.
Cuando Pékerman propuso que la
práctica del juego limpio debía estar por
encima incluso de los resultados, lo que
hizo en realidad fue interpretar la
preocupación del mundo deportivo por
lograr una perfecta sincronización entre
la buena práctica deportiva y los
resultados.
No se sabe de dónde sacó esa teoría,
pero lo cierto es que Pékerman no hizo
otra cosa que aplicar a su manera una
escuela que nace en el hogar, pasa por
los sitios de entrenamiento y termina en
los escenarios de competición. Como
veremos en otro capítulo de este libro, el
estratega saca tiempo para convertirse en
consejero de sus pupilos, a quienes
incluso da cátedra sobre cómo
comportarse en el hogar. De paso, les
inculca a los padres que no obliguen a
sus hijos a practicar deportes que no les
gusten, que no les reprochen las
derrotas, que entiendan el
comportamiento de los jueces y que no
actúen en forma inadecuada si se
encuentran ante un público hostil.
La escuela del juego limpio o fair play
impuesta por Pékerman en Argentina ya
cumple 20 años; es la misma que aplica
en Colombia desde su arribo a la
Selección mayores y los resultados están
a la vista.
En enero de 2012, cuando el
presidente de la Federación Colombiana
de Fútbol, Luis Bedoya, anunció la
contratación de Pékerman, la plantilla
de jugadores que venía actuando con
Hernán Darío, “Bolillo” Gómez y
Leonel Álvarez, entró en una especie de
preaviso porque el arribo de un nuevo
entrenador siempre abre la puerta de los
cambios, por no decir que la puerta de
salida de cualquiera de los futbolistas.
La mayoría de los jugadores no
pudieron esconder el afán por conocer
cómo trabajaba Pékerman, si era duro o
no con la nómina, qué tanto exigía en lo
disciplinario y, lo más importante, si iba
a cambiar de tajo la estructura táctica
que ya existía desde la Copa América del
2011. En aquel certamen realizado en
Argentina, la Selección Colombia fue
eliminada por Perú en la segunda fase.
El técnico de entonces era el “Bolillo”
Gómez.
La expectativa fue superada muy
rápidamente porque de Italia y
Argentina llegaron numerosas
referencias sobre Pékerman, todas ellas
positivas en el sentido de que el nuevo
timonel era un hombre respetuoso,
amable y con amplios conocimientos
técnicos y tácticos.
Opiniones como la del delantero
Bernardo Romeo —goleador de
Estudiantes de la Plata, campeón
sudamericano en Chile y en el Mundial
Sub-20 de Malasia con Pékerman—,
llegaron como bálsamo a la angustiante
expectativa del plantel nacional. Según
su relato para este libro, “José nos
enseñó a todos un montón de cosas,
pero rescato la manera como trata al
futbolista desde el primer día: como
persona, como profesional. Yo
permanecía de lunes a jueves en la
Selección, y bueno, José sembró un
montón de cosas para iniciar el camino
al éxito, como la disciplina, las medias
arriba... cada día es un padre para el
jugador”.
El buen trato y el respeto ya estaban
asegurados. Lo demás, es decir, lo
futbolístico y lo disciplinario corrían por
cuenta de cada deportista. Para fortuna
de Colombia, la generación de
futbolistas que encontró ya había pasado
por grandes clubes, que los formaron
profesionalmente y les dieron
herramientas suficientes para enfrentar
el reto de una concentración exigente,
sin intrusos ni distracciones.
Coherente con su manera de pensar y
de actuar, y tal como aconteció en 1994,
cuando asumió las riendas de las
selecciones juveniles de Argentina,
Pékerman limpió muy rápido el
entorno de la Selección Colombia:
impuso una vocería única con los
dirigentes del fútbol colombiano,
espantó a los empresarios y distanció a
los periodistas de los jugadores.
Él sabía que definiendo un solo canal
de comunicación alejaba del fútbol el
cáncer que significan los dirigentes
millonarios, poderosos e influyentes,
que intentan convencer a los técnicos de
que convoquen a determinados
jugadores.
Tener un solo interlocutor le
funcionó a Pékerman en Argentina y
por eso creyó que en Colombia era
indispensable. Así, desde el comienzo, el
único contacto entre el director técnico y
la dirigencia deportiva es el presidente
de la Federación Colombiana de Fútbol,
Luis Bedoya.
Pékerman dejó en claro su
pensamiento cuando los vicepresidentes
de la Fedefútbol, Ramón Jessurum y
Álvaro González, frustraron su primera
llegada a la Selección porque lo
presionaron a incluir en su cuerpo
técnico a Leonel Álvarez. Pékerman se
negó y Álvarez fue elegido entrenador de
la Selección, aunque el cargo solo le
duró tres partidos.
Con los periodistas, la confrontación
fue más dura por su condición de
generadores de opinión. Resultó muy
difícil hacerles entender que debían
realizar su trabajo de reportería a metros
de distancia porque era costumbre que
incluso compartieran el mismo hotel de
concentración.
Debo reconocer que a pesar de mi
cercanía con Pékerman, fui uno de los
críticos más radicales de su decisión de
aislar a los futbolistas, porque en mi
concepto no habían sido considerados
los intereses de todas las partes
involucradas en el día a día de la
Selección. Recuerdo que una mañana en
Quito —en junio de 2012, horas antes
del segundo juego de Pékerman al frente
de la Selección—, el capitán Mario
Alberto Yepes ofreció sus buenos oficios
para mediar y acordar tiempos y modo
de trabajo entre los periodistas y el
combinado nacional. No puedo afirmar
que Yepes haya hablado con el técnico al
respecto, pero para alguien que maneja
tan bien el entorno de sus equipos e
identifica lo que lo beneficia y lo
perjudica, el tema no era menor.
Hasta que un día en marzo de 2013,
en uno de los amistosos de Colombia en
Miami frente a la Selección de
Guatemala, Pékerman se acercó y en
medio de risas me dijo: “Tranquilo,
Javier, hay que hacer sacrificios. Es por
el bien todos. Vas a ver que al final
todos estaremos felices”.
Con el paso de los días, el cuerpo
técnico entendió las necesidades de los
medios de comunicación y flexibilizó los
encuentros con la plantilla de jugadores;
al mismo tiempo, los periodistas
comprendimos el sentido de su filosofía
respecto de mantener a los futbolistas
preocupados únicamente por la pelota y
sin distracciones.
Ignoro si Pékerman conocía el
desorden que predominaba en la
Selección cuando aceptó dirigir a
Colombia. Lo cierto es que ese caos se
tradujo en los ya conocidos fracasos en
Italia 1990, Estados Unidos 1994 y
Francia 1998.
En una entrevista con Jairo Dueñas,
director de la revista Cromos, en
septiembre de 2013, el delantero
Faustino el “Tino” Asprilla no dejó
duda alguna de lo que sucedió en el
seno de la Selección. La estrella se refirió
a la debacle en Estados Unidos, cuando
Colombia fue eliminada en la primera
ronda tras caer derrotada ante Rumania
y EE. UU.: “Yo creo que nosotros no le
dimos la importancia que requería.
Nosotros nunca estudiamos el rival, no
sabíamos cómo jugaba Rumania, no
sabíamos cómo jugaba Estados Unidos,
fuimos los últimos en llegar al mundial.
Nos hospedamos en un hotel donde
estaban todos los familiares, todos los
periodistas.De la habitación al comedor
era una fiesta. No descansamos casi,
mientras los otros estaban calladitos,
estudiando, sabiendo cómo jugábamos”.
Afortunadamente, esos tiempos
quedaron atrás. El método Pékerman se
impuso, como quedó demostrado el 9
de junio de 2012, un día antes del
crucial encuentro con Ecuador, el
segundo de él como técnico, en la ruta a
Brasil. Ese día, cuando la delegación
colombiana llegó a Quito, decenas de
compatriotas tenían preparado un
caluroso recibimiento al frente del hotel
de la concentración, con música y
banderas. Pero la guachafita quedó en
veremos porque Pékerman ordenó que
el bus ingresara por la puerta trasera del
hotel Sheraton, en Quito. Los hinchas,
que otrora tenían acceso ilimitado a sus
ídolos, debieron contentarse con verlos
por televisión.
La llegada de Pékerman estuvo
acompañada de reglas claras y por ello
dirigentes, periodistas y futbolistas
pudimos compartir el momento más
brillante de la historia del fútbol
colombiano. Con la clasificación a
Brasil, los dirigentes sacaron pecho, los
periodistas hicimos del éxito de la
Selección nuestro propio éxito y los
jugadores entraron al corazón de los
colombianos como grandes héroes.
Todo, gracias a la propuesta de jugar
limpio para construir la gloria. En el
mundial del 2014, Colombia fue
sensación por su fútbol y ganadora por
primera vez del juego limpio en una
Copa del Mundo. Una muestra
inequívoca de que ser decente paga.
CAPÍTULO 2
PRIMER MENSAJE: LA
INDEPENDENCIA
Cuando el arquero de Alemania Jens
Lehmann voló al palo izquierdo y
contuvo el disparo de Esteban
Cambiasso en la definición desde el
punto blanco de penalti, Néstor
Pékerman ya tenía decidido su futuro.
El fallido disparo del mediocampista
significó la eliminación de Argentina en
cuartos de final de la Copa del Mundo
en Alemania 2006, pero aun si los
gauchos hubiesen alcanzado el
campeonato, Pékerman sabía que su
ciclo con la Selección de mayores había
llegado a su fin.
Mientras el técnico digería la derrota
con sus jugadores en la parte baja del
Estadio Olímpico de Berlín, en uno de
los palcos del escenario se encontraba el
todopoderoso Julio Grondona,
presidente de la Asociación del Fútbol
Argentino, AFA, quien le reprochaba en
duros términos por no haber utilizado a
Leonel Messi, el juvenil que un año atrás
se había coronado campeón mundial
sub-20 en Holanda. En aquel certamen
en 2005, Messi empezó a descollar
como una gran figura y en el partido
final frente a Nigeria anotó los dos goles
que le dieron el campeonato a
Argentina.
Grondona cuestionaba a Pékerman
con el argumento de que si hubiese
alineado a la nueva joya del fútbol
mundial, el partido habría terminado
sin llegar a la ruleta de los penaltis,
instancia en la cual Argentina fue
eliminada por los alemanes después del
empate 1-1 en el tiempo reglamentario.
La derrota tuvo un sabor aún más
amargo porque el onceno gaucho se
despidió del mundial sin haber perdido
un solo partido.
Más allá del desprestigio en el que
Grondona quiso embarcar al entrenador
por una decisión que con el paso del
tiempo ha tenido más especulaciones
que respuestas ciertas, al final reconoció
la independencia total y absoluta de su
técnico. Algo inusual si se tiene en
cuenta el poder arrollador que alcanzó el
llamado Papa del fútbol.
La prematura salida de Argentina de
la Copa de Alemania en 2006 fue tan
decepcionante para Grondona que no
dudó en exclamar a los cuatro vientos:
“¿Qué tenemos que hacer los dirigentes
para que esas decisiones no solo sean de
los técnicos?”. No obstante, Grondona
se quedó con los crespos hechos y no
pudo hacerle reproche alguno al
entrenador porque justo en el momento
en que descendía del palco ya Pékerman
anunciaba su renuncia en una
concurrida rueda de prensa.
Con su dimisión, Pékerman canceló
cualquier juicio oficial en su país, pero
dejó abierta la puerta a toda clase de
especulaciones en el sentido de que no
haber alineado a Messi pudo ser un
factor determinante en su salida. Algún
sector de la prensa argentina aseguró que
la dimisión fue un mea culpa, aunque
sus más cercanos colaboradores lo
desmienten. Como el profesor Gerardo
Salorio, el preparador físico que lo
acompañó desde 1994, cuando
Pékerman fue escogido para liderar la
reconstrucción del fútbol juvenil de
Argentina.
En una charla para este libro, Salorio
sostuvo que en 2004, cuando Pékerman
asumió la dirección técnica de
Argentina, le dijo que se iría en 2006
porque en ese momento ya se habría
cumplido su periodo como entrenador.
“Decía que iba a cumplir solo un ciclo
con el equipo y creo que con el paso del
tiempo él tuvo la razón porque en
Argentina no se puede trabajar, no hay
tiempo”.
Una vez terminó la rueda de prensa,
Grondona llamó a Pékerman y le pidió
continuar al frente de la Selección con su
cuerpo técnico, pero este ratificó su
intención de retirarse. De regreso a
Buenos Aires desde Alemania, unas
cinco mil personas esperaban al equipo,
pese a la derrota. Eran las dos de la
madrugada y afuera hacía un frío
terrible por el fuerte invierno.
Los fieles hinchas no asumieron lo
sucedido en Alemania como un fracaso,
y lejos de recriminaciones y ofensas
alentaron al equipo, cuyos integrantes
salieron en medio de la multitud, que
arrojaba todo tipo de camisetas para que
se las autografiaran.
Salorio acompañaba en ese instante a
Pékerman y, según recuerda, le dio un
consejo: “Déjales una frase. Mándalos a
dormir tranquilos, diles que lo vas a
pensar, no les digas que vas a renunciar”.
Aun cuando en los siguientes días
Pékerman escuchó la opinión de su
grupo más cercano, de nada valió
porque ya tenía tomada la decisión de
irse. “Hoy, con el paso del tiempo,
considero que el suyo era un ciclo
cumplido. En su momento no me
parecía. Después, viendo el proceso y lo
que pasó, digo: ese desgraciado tenía
razón”, sostiene Salorio.
Contrario a lo que piensa el profe
Salorio, Enrique Merelas — aquel que
convenció a la cúpula de la AFA de que
Pékerman era el técnico ideal para las
juveniles— cree que este no debió
renunciar porque lo veía capacitado para
alcanzar con Argentina un campeonato
del mundo. “En ese instante yo no
estaba atento, porque de lo contrario no
lo dejo renunciar. Cuando me enteré,
bajé y él ya iba para la conferencia de
prensa a anunciar su retiro”.
Lo cierto es que las relaciones de
Pékerman y Grondona habían
empezado a deteriorarse meses antes del
mundial, cuando el técnico perdió el
control de los juegos amistosos de la
Selección. El zar del fútbol argentino
había vendido a empresarios rusos los
partidos preparatorios y la elección de
los rivales no fue consultada con el
cuerpo técnico, siempre celoso de lo que
les conviene a sus equipos a la hora de
foguearse.
La actitud arrogante de Grondona
molestó a Pékerman y por esa razón
empezó a decir en privado que su
permanencia en la Selección tenía fecha
de vencimiento. El desgaste fue mayor
porque pocos días antes del inicio de la
Copa del Mundo en Alemania se
produjo un incumplimiento en pagos a
los jugadores, lo que hizo aún más difícil
la armonía entre las partes. Y si a eso se
le agregaba el reproche público de
Grondona por el tema Messi, el
panorama solo mostraba una gran
pérdida de confianza mutua. Un duelo
entre la soberbia de Grondona y la
independencia de Pékerman podría
dejar heridas difíciles de restañar.
La independencia del técnico y el
distanciamiento con Grondona se
hicieron públicos el 9 de diciembre de
2005, cuando Pékerman no asistió al
sorteo de la Copa del Mundo realizado
en la ciudad alemana de Leipzig. Su
ausencia fue notoria, pues fue el único
entrenador que faltó en la ceremonia,
transmitida en directo a 145 países.
Raúl Gámez, actual presidente de
Vélez Sarfield y reconocido opositor de
Grondona, recuerda lo que sucedió por
aquellos días: “Detrás de ese episodio
hay una historia muy larga. Muchos
técnicos le dijeron no a la Selección
Argentina, como Marcelo Bielsa y
Carlos Bianchi. Pékerman también se
marginó al terminar el Mundial de
Alemania, pese a que tenía la posibilidadde seguir porque había hecho las cosas
muy bien. Eso marca una característica
porque Grondona quería entrometerse
más de la cuenta. Pérkerman me
comentó algo de eso”.
¿Pero qué pasó con Messi? ¿Por qué
no jugó esos minutos finales cuando se
le escapaba el triunfo a Argentina, que
faltando diez minutos para el final le
ganaba a Alemania con un gol de Ayala?
¿A qué le apostó Pékerman después del
empate del alemán Miroslav Klose?
Quienes estuvieron adentro pueden
dar fe de lo que pensó el técnico en esos
momentos. Uno de ellos es el exjugador
y ahora técnico Gabriel Milito, quien
integró la Selección de Argentina de esa
época y aceptó hablar del tema para este
libro. “Ese día, Hernán Crespo pidió
que lo cambiaran; Alemania estaba
llegando a través de muchos centros
porque tenía futbolistas muy altos; el
encargado de cubrir el poste era Hernán,
el hombre más alto y uno de los más
importantes a la hora de defender en las
pelotas detenidas. Faltaba poco tiempo
para que se acabara el partido y
Argentina ganaba 1-0. Entonces José
eligió a Julio Cruz por una cuestión
lógica: era alto, grande, iba bien al
cabezazo. Pero en esas cosas que pasan
en el fútbol nos empataron. Si hubiese
puesto a Leo o a otro futbolista de
similares características, como por
ejemplo Pablo Aimar, y te hacen un gol
de pelota parada, el reclamo hubiese
sido por qué no puso a Cruz en vez de
estos chicos para defender la pelota
parada si se iba ganando. El fútbol
siempre se analiza con el resultado
puesto, pero la decisión había que
tomarla rápidamente, y José eligió esa
opción. Yo en ese momento no la vi
mal”.
Es cierto. Hoy hablan de Messi y
resulta inexplicable no tenerlo en la
cancha, pero en 2006 era apenas un
niño que ni siquiera fue titular de
Argentina en el juvenil de Colombia en
el 2005 y llegó de suplente al mundial
de ese mismo año en Holanda. Claro,
los gauchos ganaron el título gracias a la
estelar actuación de Messi.
Quién más que Pékerman para
conocer lo que podía dar a los 18 años
un chico que apenas estaba
descubriendo la responsabilidad de la
alta competencia. Fue el mismo
Pékerman el que lo encontró en España
cuando fungía de director deportivo del
Leganés y llamó a Hugo Tocalli, su
asistente de los primeros años y en ese
momento su sucesor en las juveniles,
para decirle que se había fugado de
Argentina un fenómeno en ciernes
llamado Leonel Messi.
El impacto del descubrimiento fue
tan grande que la AFA inició una carrera
contra el reloj para bloquear al chico,
hasta ese momento desconocido en
América, y evitar que la Selección de
España lo convocara. En aquellos días,
futbolista prejuvenil o juvenil que
vistiera la camiseta de otro país quedaba
inhabilitado el resto de su vida.
Entonces surgió la siempre rápida y
contundente capacidad de pensar y
ejecutar de Julio Grondona, quien en un
abrir y cerrar de ojos logró llevar a Messi
a Buenos Aires para jugar un amistoso
montado de urgencia frente a la
Selección de Paraguay, que cayó goleada
8-0. Messi marcó el séptimo. Para
conjurar la emergencia fue necesario
completar los once de Paraguay con
jugadores de esa nacionalidad que
residían en la capital argentina.
Así, Pékerman, el especialista en
juveniles, el formador y triple campeón
del mundo juvenil, tenía toda la
autoridad e independencia para saber
qué hacer en un partido de alta
complejidad como aquel frente a
Alemania. Más allá de sus
conocimientos sobre lo que necesitaba el
partido, tenía claro que Messi era más
futuro que presente.
Fuentes cercanas a ese cuerpo técnico
de 2006 consultadas para este libro,
aseguran que Pékerman vio a Messi en
ese mundial como una buena opción
para situaciones ya resueltas, como en
aquel partido en el que debutó a los 75
minutos y en el minuto 82 marcó el
sexto gol de Argentina en la goleada
frente a Serbia. “Era un joven distendido
que pasaba mucho tiempo jugando Play
Station, lejos de la concentración de los
jugadores grandes y maduros que
estaban conectados todo el tiempo con
el juego que venía, lo que hacía difícil
darle la inmensa responsabilidad de ir a
un partido con características de final”.
Es claro que la polémica será eterna y
que, como pasó con Maradona en el
mundial de 1978, siempre habrá
opiniones encontradas. Pero a diferencia
de Maradona, que graduó de enemigo a
César Luis Menotti porque lo excluyó
días antes de la Copa del Mundo
privándolo de ganar su primer título de
mayores, Messi no expresa
resentimiento alguno contra Pékerman.
Por el contrario, sus opiniones sobre el
entrenador están llenas de gratitud y
respeto, como lo testimonia Martín
Arévalo, el periodista más cercano a los
jugadores de las selecciones de Argentina
y uno de los más creíbles
comunicadores de Argentina: “A José
siempre se le remarca que en 2006
Messi se haya quedado de suplente. Esa
es una mirada, la otra mirada es que José
llevó a Messi a un mundial siendo una
pulga. Entonces, depende del lado en el
que uno quiera ver el vaso, medio lleno
o medio vacío. Yo creo que ha tenido un
montón de méritos, y lo que piensa hoy
el futbolista de él es eso, es unánime”.
Cuando Pékerman llegó a Colombia,
hizo manifiesta de diversas maneras la
independencia de la que hizo gala en sus
tiempos de entrenador de las selecciones
juveniles de Argentina. Primero, al no
aceptar el cargo cuando le querían armar
su cuerpo técnico; después, eligiendo él
y solo él, los rivales para los partidos
preparatorios y luego revocando el veto
que la dirigencia del fútbol profesional
les había impuesto a los futbolistas que
recobraron su libertad laboral por
incumplimiento salarial de los clubes o
terminación unilateral de sus contratos.
Muchos de esos jugadores debieron
empacar maletas y buscar un mejor
futuro en el exterior, en la mayoría de
los casos respaldados por la FIFA, que
en cumplimiento de la legislación
europea terminó con el antiguo régimen
de pases y transferencias que esclavizaba
a los futbolistas e impedía su derecho al
trabajo. En el mundo futbolístico era
sabido que todos aquellos que
desafiaron el poder mafioso de algunos
clubes quedaron excluidos de las
convocatorias a la Selección Nacional.
Al contratar a Pékerman, a los
dirigentes les quedó claro que todos eran
elegibles. El caso de Edwin Valencia,
exjugador del América de Cali, es el más
llamativo pues trascendió más allá de lo
administrativo y hasta debió soportar
amenazas luego de reclamar a través de
la comisión del jugador de la FIFA su
transferencia internacional para fichar
por el Atlético Paranaense, el primer
equipo que le dio trabajo en Brasil.
Romper el veto que rodeaba a
Valencia fue el primer gran punto a
favor de Pékerman frente a los
futbolistas colombianos porque después
de mucho tiempo llegó alguien con
autoridad e independencia a blindarlos
frente a la odiosa discriminación que les
impedía el sueño y el honor de ponerse
la camiseta de la Selección Colombia.
El mensaje quedó claro: para el nuevo
técnico los futbolistas estaban por
encima de todo y así lo reconfirmó en
aquel episodio circense del vuelo que en
junio de 2012 traía a los jugadores de
Lima a Bogotá, después de ganarle 1-0 a
Perú. Aquella vez, en el mismo avión se
mezclaron los cansados futbolistas con
los alegres directivos, patrocinadores e
invitados. Muchos de ellos
exteriorizaron la alegría natural del
triunfo y otros, muy pocos, ayudados
por algunas copas de más, se hicieron
notar más de la cuenta.
Como era usual, toda la primera clase
estaba reservada para los dirigentes,
menos una silla asignada a Pékerman.
Más atrás estaban los jugadores, que
soportaban con estoicismo la
incomodidad de quienes querían una
foto para la tía o un autógrafo para el
sobrino. Hubo un momento de tanto
desorden por la desenfrenada euforia
que las nalgas de un senador invitado
que recorría los pasillos del avión
quedaron a la altura de la cara de
Pékerman, que había renunciado a la
primera clase para solidarizarse en
económica con sus jugadores.
Muchos sintieron pena ajena. Una
vez en Bogotá, el cuerpo técnico no
ocultó su disgusto. Pékermanquería
tener concentrados a sus jugadores y no
le pareció bien hacer parte de la fiesta
organizada dentro del avión. Además, el
tiempo de recuperación del grupo se
reducía notablemente porque el
siguiente partido era setenta y dos horas
después.
Sin importar el qué dirán, Pékerman
determinó ese día cambiar la logística de
la Selección y modificó radicalmente la
relación con los patrocinadores, los
directivos y los hinchas pudientes que se
ufanaban de viajar con el equipo
nacional. A partir de ese momento, la
primera clase fue para los jugadores
titulares y más atrás cada hilera de tres
puestos era ocupada por un futbolista
para que pudiera estirar las piernas y
viajar con comodidad. El resto del avión
quedó separado por una frontera
invisible controlada por Eduardo
urtasun, el encargado de la disciplina en
el plantel.
Así, Pékerman aplicó de entrada en
Colombia la teoría de la independencia
en la toma de decisiones. Tuvo a su
favor que no encontró gran resistencia
porque el equipo estaba muy abajo en la
tabla de clasificación a Brasil y el sueño
de regresar a un mundial superaba
ampliamente el ego de muchos
directivos. El único que sabía de la
libertad de acción que tendría Pékerman
fue el presidente de la Fedefútbol, Luis
Bedoya, quien lo acordó así con el
argentino en el momento de contratarlo.
Los textos sobre manejo y
conducción de grupos definen
claramente dos palabras: autonomía e
independencia. Autonomía es la
capacidad de decidir por sí mismo qué
hará o cómo enfrentará determinada
situación; independencia es la
posibilidad individual de ejecutar esas
acciones por sí mismo.
Tres decisiones, una de fondo y dos
de forma, tomadas por Pékerman
semanas después de llegar a la Selección
Colombia, retrataron de cuerpo entero
su autonomía e independencia.
La primera tuvo que ver con el
rompimiento de una vieja costumbre
según la cual los técnicos de la Selección
daban a conocer con varias horas de
anticipación cómo alinearían a sus
jugadores dentro del campo de juego.
En Lima, ante Perú, Pékerman hizo
saber que en adelante la formación solo
se conocería en el vestuario, poco antes
del encuentro. Lo que hizo el técnico fue
aplicar un viejo concepto según el cual
los detalles son determinantes a la hora
de ganar o perder en cualquier
competencia. En este caso, mostrar las
cartas antes de tiempo significaba una
ventaja para el contrario.
La segunda tiene que ver con una
decisión sencilla en apariencia pero
importante en el trámite de los partidos.
Pékerman descubrió que el arquero
David Ospina era demasiado visible
porque usaba un uniforme rojo
fosforescente que facilitaba la visual de
los jugadores rivales a cualquier
distancia. Ante Perú, en Lima, el portero
tuvo un cambio radical y salió al campo
de juego con un uniforme gris que lo
camufló respecto del fondo de la
tribuna, donde predominaba el color
gris del cemento.
La tercera habría de ser determinante
y demostraría que además de autonomía
e independencia, Pékerman mantenía
intacto su olfato. Ocurrió en el instante
en que ordenó que le entregaran a James
Rodríguez la camiseta marcada con el
10. Fue una decisión arriesgada porque
ese número significa que quien la usa
tiene una enorme jerarquía dentro del
equipo, y James apenas asomaba como
una estrella en el firmamento. La
historia confirmaría que, como sucedió
con Messi, el técnico no se equivocó
porque James no solo fue goleador y
autor del mejor gol en Brasil 2014, sino
que daría un gran salto en su carrera al
ingresar al Real Madrid, donde cumple
una destacada actuación.
CAPÍTULO 3
LA MINUCIA, SINÓNINO DE
PLANEACIÓN
 
A José Pékerman siempre se le oyó decir
que en un mundo tan competido como
el de hoy solo los pequeños detalles
marcan la diferencia. Por eso una de sus
especialidades es adelantarse a los hechos
y para conseguirlo dedica la mayor parte
de su tiempo a investigar.
Quienes han compartido alguna
concentración con Pékerman saben que
permanece horas y horas en su
habitación, donde examina decenas de
videos, analiza los informes de sus
ayudantes y evalúa el entorno que
precede a una competencia. Con esa
sencilla manera de actuar fue que
Colombia regresó a un mundial de
fútbol al cabo de dieciséis años de
ausencia.
Luego de acompañar a la Selección
Colombia durante los últimos años, no
me queda duda de que Pékerman es el
hombre de los detalles. Para sustentar
esta idea puedo reseñar decenas de
episodios.
Todavía hoy desafía la credibilidad el
hecho de que en septiembre de 2013, el
día del crucial partido contra Ecuador
en Barranquilla, Pékerman hubiese
enviado a un funcionario de la
Fedefútbol a la torre de control del
aeropuerto Ernesto Cortizzos de
Barranquilla. ¿La razón? La ciudad había
sido azotada por un torrencial aguacero
y él necesitaba saber cómo se
comportaría el clima para planear el
encuentro, suspendido por largo tiempo
debido al encharcamiento del terreno de
juego. Con la información precisa que el
“espía” de Pékerman envió desde el
aeropuerto sobre la duración de la
tempestad y la cantidad de agua que
caería en la zona del estadio, el técnico
manejó los ritmos del difícil partido y
finalmente lo ganó con gol de James
Rodríguez.
Otro ejemplo claro de planificación,
de cuidado de la minucia, fue aquella
complicada expedición de marzo de
2013 a Puerto Ordaz para jugar contra
Venezuela. Lo primero que determinó el
cuerpo técnico fue contratar un servicio
de seguridad integrado por argentinos
para blindar el hotel y evitar cualquier
contaminación en los alimentos, algo
que ya habían insinuado algunas
selecciones que enfrentaron a Venezuela.
Para curarse en salud, aquella vez
llevaron desde Colombia el agua, los
alimentos y el chef, y una buena
cantidad de ventiladores de batería para
refrescar a los jugadores en el vestuario
cuando quitaran premeditadamente la
energía para sofocarlos en el camerino,
como en efecto ocurrió.
Y ni qué decir de la bronca que
generó en Argentina el rechazo de
Colombia a los servicios de transporte y
seguridad que la AFA le había asignado
para su encuentro con los gauchos en
Buenos Aires en junio de 2013.
Pékerman y su equipo de colaboradores
conocían perfectamente la capacidad de
espionaje de los locales y por eso
decidieron aislarse en el complejo
deportivo de Cardales, en las afueras de
la capital argentina. De esa manera no
solo evitaron la violación de la intimidad
del equipo, sino el estrés producido por
decenas de aficionados que se aglomeran
frente a los hoteles para hacer ruido con
cornetas y tambores, con la perversa
intención de que los visitantes no
puedan dormir la noche anterior al
partido.
Fue allí en Buenos Aires donde la
capacidad de anticiparse a una eventual
crisis tuvo su mayor logro, cuando se
frustró el desleal golpe que los dirigentes
locales tenían montado para debilitar el
ánimo de la Selección Colombia. El 7
de junio de 2014, día del partido frente
a Argentina, estaba planeado encarcelar
al delantero Teófilo Gutiérrez, quien
enfrentaba un proceso judicial por
incitación a la violencia en un juego de la
liga local en noviembre de 2012.
Cuando fueron a detener a Teo, el
segundo goleador de la Selección, una
legión de abogados, dirigentes y
diplomáticos colombianos lograron
neutralizar la oscura arremetida que
terminó con el simple pago de una
multa. La emboscada fue desactivada a
tiempo, pero era claro que el ambiente
previo al partido era hostil.
Planear no es algo que haya
aprendido solamente cuando empezó a
dirigir equipos de fútbol. Planear hace
parte de la manera de vivir de
Pékerman. Los elegidos para integrar el
primer cuerpo técnico cuando él asumió
la dirección de la selección juvenil de
Argentina en 1994, recuerdan que el
punto de su propuesta referido a la
planeación fue el que convenció a
Grondona para nombrarlo.
Así lo rememora Gerardo Salorio, su
preparador físico de entonces: “El plan
consistía en revolucionar el fútbol
argentino, buscar los jugadores casa por
casa, timbre por timbre. No levantar el
teléfono y preguntar por un jugador
determinado.Teníamos que ir a verlos;
veíamos siete partidos y veíamos siete
veces al mismo jugador. Y ahí tirábamos
opiniones. ‘¿Qué te parece García? De
local es agresivo, de visitante se arruga;
esto y lo otro’. Luego le dábamos el
formato a Pékerman y él decidía si lo
traía o no. Ese era nuestro trabajo con
Hugo Tocalli y Eduardo Urtasun. Él
nos daba una hoja y teníamos que decir
cómo se paraba el equipo tácticamente y
cómo se movían los jugadores.
Hacíamos el informe, lo archivábamos y
él lo leía y luego decidía”.
Esa manera de trabajar la ha
mantenido con la Selección Colombia, a
la que le ha agregado jugadores que no
han estado en el radar del común de la
gente, pero a los que les hace
seguimiento para llenarse de suficientes
motivos y finalmente convocarlos, como
ocurrió en los primeros amistosos del
2014 frente a Barehin y Kuwait, donde
sorprendió con la convocatoria de los
laterales izquierdos Darwin Andrade y
Jonathan Mojica y el delantero Andrés
Rentería, a quienes seguía en silencio
desde varios meses atrás.
Hace mucho rato los dirigentes del
fútbol colombiano y los empresarios
entendieron que Pékerman no tiene
ventanilla para recomendados y saben
que esa ha sido su manera de actuar
desde siempre.
Lo que hace, lo hace porque lo
planifica y buena parte del éxito de su
estrategia está en la discreción de sus
decisiones. Así lo percibí un día en
Barcelona, después de enfrentar a la
Selección de Túnez en el estadio del
Deportivo Español cuando nos
encontramos en el restaurante del hotel
Princesa Sofía, a dos cuadras del Camp
Nou, el estadio del Barca. Él desayunaba
con un amigo y yo con mi esposa y mi
hija. Cortés como siempre, pasó a
saludar y accedió a tomarse una foto con
mi pequeña. Cruzamos algunas palabras
sobre el partido y cuando le pregunté
por su itinerario me contestó que se
quedaba en España viendo algunos
juegos. Ahí se disparó mi instinto de
reportero y le pregunté: ¿qué juegos va a
ver? Respondió con una sonrisa pícara y
se despidió con un amable “después
hablamos, que pasen feliz día”. Sabía
que si revelaba el nombre de los equipos
yo podría cruzar el dato con los
jugadores colombianos que actuaban en
España y descubriría sus intenciones.
Varios meses después sorprendió con
la convocatoria de Jeison Murillo, el
joven defensor central del Granada y
ahora nuevo jugador del Milán de Italia.
El mundial no se había jugado y Mario
Alberto Yepes no se había retirado, pero
Pékerman ya había dado un paso
adelante y tenía alternativas para la
eventual renovación de la zaga
colombiana.
Ese es el valor agregado de Pékerman.
Es uno de los pocos técnicos en el
mundo que tiene como principio no
dejarse sorprender por los
acontecimientos; es un hombre que aun
cuando no tenga puesto el suéter de
entrenador sigue pensando en la
siguiente jugada.
Es un hábito en su vida pensar en
todo sin importar en los sacrificios
personales que deba realizar, porque
sabe que si quiere seguir siendo un líder
seguido por sus pupilos debe predicar
con el ejemplo. Como en aquel
noviembre de 2014 en Nueva York,
cuando recibió la triste noticia de la
muerte de su madre en Buenos Aires y
se negó a viajar antes del juego frente a
Estados Unidos que Colombia ganó 2-
1. Ese día saltó al campo del estadio del
New York Redbull con los ojos aguados
por la tristeza, pero con la frente en alto
diciéndole al mundo que la mejor
manera de homenajear a su progenitora
era cumplir con el deber.
No era la primera vez que lo hacía,
pues recién nombrado técnico de la
selección juvenil de su país en 1994 él y
su cuerpo técnico estuvieron
concentrados con los jugadores el 24 y
31 de diciembre. En su plan estaba no
perder un solo día de los
entrenamientos planeados y para ello
esgrimió un discurso que todavía hoy
repite: “Siempre hay que sacrificar algo
para lograr el objetivo”.
Una de las jugadas más audaces en
materia de planeación la dio el 15 de
agosto de 2012, cuando convocó 24
jugadores para las fechas FIFA de ese
mes. Es una ocasión que las selecciones
aprovechan al máximo para afinar sus
estrategias de juego.
Hasta ese momento, Pékerman solo
había dirigido dos partidos de la
eliminatoria al frente de la Selección
Colombia: uno con victoria 1-0 frente a
Perú en Lima —con gol de James y
jugando mal—, y otro con derrota 1-0
frente a Ecuador en Quito, también
jugando mal.
En esa alineación había caras nuevas,
como la de Edwin Valencia, a quien
personalmente le seguía los pasos en
Fluminense, no una, ni dos, sino varias
veces, con viaje secreto a Río de Janeiro
incluido, para estar seguro de lo que
tenía y podía dar; también llamó a la
concentración a Faryd Mondragón,
Magnely Torres, Darwin Quintero y
Carlos Valdez.
Suponíamos que la mejor manera de
encontrar ese fútbol fluido que nos
condujera al Mundial de Brasil era
jugando, pero para sorpresa de todos el
técnico desdeñó de los partidos de
fogueo para concentrarse con sus
jugadores en Madrid, España. Por el
contrario, Uruguay y Chile, nuestros
siguientes rivales, enfrentaron a Francia
y a Ecuador con empate 0-0 para los
uruguayos y derrota 3-0 para los
chilenos.
Entretanto, la prensa colombiana
despellejó al cuerpo técnico y a los
directivos por tan absurda decisión
porque era evidente que al equipo le
faltaba fútbol para armonizar las ideas
del nuevo entrenador, y mucho más con
la llegada de algunos jugadores
ignorados en el proceso anterior de
“Bolillo” Gómez y Leonel Álvarez.
No obstante y a juzgar por los
resultados posteriores, la decisión fue
acertada. Allá en Madrid, por primera
vez al mando de la Selección, Pékerman
y sus asistentes realizaron más de seis
entrenamientos, algo difícil de conseguir
en el actual esquema de las eliminatorias,
donde los jugadores llegan casi que
directo a la cancha para competir. Este
encuentro jugadores-cuerpo técnico, que
muy pocos entendieron, fue bautizado
con el extraño nombre de “microciclo”.
En efecto, veinte días después, el 7 de
septiembre de 2012, con una nómina
renovada, con jugadores que se
adaptaban a las ideas ofensivas del
entrenador, Colombia pasó por encima
de Uruguay y lo goleó sin misericordia
4-0 en el Metropolitano de
Barranquilla.
Colombia necesitaba una victoria así
para volver a creer. Pékerman se salió
con la suya porque el famoso
“microciclo” español acabó las críticas y
en ese partido Colombia entró al
exclusivo grupo de los clasificados al
mundial.
Lo que vino después fue inolvidable:
el 11 de septiembre, Colombia le ganó a
Chile 3-1 en su casa, en la cancha de
Colocolo en Santiago; luego fue
Paraguay el que se rindió ante la clase de
Falcao García, que marcó los dos golazos
del 2-0; más tarde, la víctima fue
Bolivia, que recibió un estrepitoso 5-0
de la revitalizada Selección Colombia.
Fueron 14 goles en cuatro partidos,
un promedio de tres y medio por cotejo,
algo realmente asombroso comparado
con los antecedentes recientes del
equipo. Ya ninguno de nosotros se
acordó más del palo que le dimos a
Pékerman por no jugar los partidos
FIFA. Las cifras eran más que
elocuentes: en cuatro juegos ganamos
doce puntos y la Selección ya estaba en
el segundo puesto en la tabla de
clasificación con 19 puntos, a escasos
cuatro del líder Argentina, que tenía un
partido más.
Sutilmente, Pékerman hizo referencia
al tema en una rueda de prensa en la que
habló de la importancia de haber
reunido a los jugadores para que
conocieran sus ideas e interpretaran en la
cancha sus nuevos conceptos tácticos. Se
trata de variantes que desequilibran,
como aquella que implementó en la
victoria ante Chile, cuando puso a
Edwin Valencia como volante central o
“cabeza de área” como lo llaman los
brasileños, para equilibrar la zaga
metiéndose entre los defensores
centrales. Ese es un movimiento usual
cuando se tienen laterales ofensivos
como históricamente los ha tenido
Brasil y en ese momento Colombia los
tenía con Camilo Zúñiga y Pablo
Armero.
Es muy posible que otro técnico
hubiese salido al balcón a pasar cuenta
de cobro con arenga incluida, pero las
revanchas no hacen parte de la
personalidadde Pékerman, como lo
asegura el más influyente relator del
fútbol argentino en los últimos treinta
años, el uruguayo Víctor Hugo Morales:
“Yo he alternado elogios y críticas hacia
Pékerman, como con todas las figuras
que hacen al deporte. Lo que resalto de
él es la elegancia que siempre tiene frente
a la crítica o el elogio. Es un hombre
muy medido, muy equilibrado, muy
humilde si se quiere, que no tiene a su
personalidad como el ombligo del
mundo, y por lo tanto convive bien,
incluso con aquellos aspectos en los
cuales se pueda disentir con él”.
Morales señaló que Pékerman ha sido
muy coherente “porque organizó un
seleccionado como el argentino en
Alemania que, para mí, se adelantó al
Barcelona. Si uno mira el gol convertido
por Cambiasso, no me acuerdo si era
contra Serbia y Montenegro, hubo 26 o
27 toques seguidos. Barcelona ha sido
elogiado como el mejor equipo que ha
existido. Por lo tanto, el creador de la
misma estirpe merece mucho
reconocimiento”.
La planeación en Pékerman pasa de
cierta forma por la capacidad de adivinar
el futuro. Obviamente eso es muy difícil
de precisar, pero los jugadores sí tenían
motivos para pensar que su técnico tenía
una especie de bolita de cristal. Esa es la
sensación que sentía Gabriel Milito
cuando en el terreno de juego sucedía lo
que ya Pékerman había vaticinado.
“Recuerdo charlas con compañeros
después de acabar el partido o de varios
partidos, donde hablábamos de la visión
y de la intuición que tiene José, porque
todo lo que nos había dicho que iba a
pasar, pasó. Nos ha tocado perder
partidos de una manera que
previamente ya José nos había dicho:
“hay que tenerle atención a esto o
aquello”, y luego hemos perdido o
también hemos ganado partidos
atacando de la forma que él nos pedía. Y
eso creo que es una gran virtud que está
al alcance de muy, muy pocos”.
Con los resultados obtenidos llegó un
momento en que el barco se había
estabilizado y la Selección navegaba por
las mejores aguas rumbo a la
clasificación. Los exigentes controles
habían llegado a un justo medio y la
prensa tenía un poco más de cercanía
con técnicos y futbolistas.
En medio de ese entorno positivo,
poco antes de un partido de fogueo
frente a Serbia —que Colombia ganó 1-
0—, me encontré en el lobby del hotel
Princesa Sofía en Barcelona con el
profesor Urtasun, el eterno
acompañante de Pékerman y jefe de
disciplina de la Selección. Apenas me vio
y nos saludamos, en tono amable me
abordó con la siguiente frase: “ustedes
los periodistas no entendieron en su
momento la importancia de ese
microciclo en Madrid”. Lo miré directo
a los ojos y presentí que el discurso era
más largo. Entonces hice una pausa para
darle a entender que disponía del
espacio suficiente para terminar la
explicación. “En esa época del año
siempre es mejor entrenar que competir
—continuó, serio pero afable—. En
agosto los futbolistas salen de
pretemporada y muchos tienen riesgo
de lesiones graves. Además teníamos
jugadores recién transferidos, como
Fredy Guarín, sin acondicionamiento
alguno y otros como David Ospina sin
definir el futuro con su club. Antes que
jugar necesitábamos implantar las ideas
de lo que Pékerman quería y la mejor
manera era compartiendo, parando y
repitiendo”.
Al profe Urtasun solo le faltó decirme
que en el equipo de trabajo de
Pékerman todo se premedita, nada se
improvisa. Pero no era necesario, pues
en ese momento ya tenía los suficientes
argumentos para entender que al frente
de la Selección estaba un equipo de
trabajo con perfil empresarial.
Llevaba más de once meses
investigando y siguiendo sus pasos para
plasmar en mi primer libro —Colombia
es mundial— la historia de cómo
regresamos a la Copa del Mundo y
confirmé que mucho de lo que pasó fue
planificado sin dejar nada al azar,
porque en el fútbol las clasificaciones no
siempre se ganan en la cancha.
Entonces ya tenía claro cómo y por
qué insistió tanto para que los jugadores
usaran medias blancas porque son más
visibles para los árbitros cuando golpean
a nuestros delanteros, como me lo
corroboró el exárbitro y hoy instructor
FIFA, Óscar Julián Ruiz; o como
convenció a los amonestados para que
embetunaran de negro sus zapatos
blancos, haciéndolos menos notorios
cuando cometieran una falta para evitar
una amonestación que los sacara del
próximo juego por acumulación de
amarillas.
El fútbol es sin duda alguna el reality
más cercano a nuestras vidas. Para llegar
al éxito es necesario planificar aun
siendo entrenador, dirigente, presidente
de una multinacional o un pequeño o
mediano empresario. En todos los casos
se debe ser ejecutivo y así lo prueba la
relación de Pékerman con Roberto
Dinoia, su amigo de toda la vida y hoy
convertido en un próspero empresario
gastronómico de Buenos Aires.
En una extensa charla para este libro,
Dinoia recordó las charlas que ha
sostenido con Pékerman sobre este
tema. “Hablamos del grupo de gente
que yo tengo trabajando en mi negocio,
22 o 23 personas, y del grupo de gente
que él tiene trabajando. Por ejemplo, a
mí me pasó tal cosa con el mesero o el
cocinero y a él con un determinado
jugador, por lo que sea, una lesión, una
convocatoria; ahí nos damos cuenta de
que hay similitudes entre mi empresa
comercial y un equipo de fútbol. Eso
nos enriquece para darnos cuenta de las
cosas que se pueden cambiar o prever”.
Alguna vez el entrañable arquero
Miguel Calero me dijo: “No me desee
suerte, deséeme éxitos porque la suerte
es para el que no sabe”. Queda claro que
quien triunfa es porque planifica.
CAPÍTULO 4
EL SECRETO DE ESTAR BIEN
RODEADO
El ejemplo puede sonar a exageración,
pero entrar al círculo íntimo de José
Pékerman equivale a hacer parte de la
exclusiva y selecta selección de
astronautas de la Nasa.
Primero, porque los elegidos por el
veterano entrenador argentino tienen
claro desde el primer momento que se
convierten en custodios de grandes
secretos, los que implican la alta
competencia. En este caso, la
preparación de los jugadores y el nivel y
características de los rivales.
Por ello, la discreción y lealtad son tan
exigentes que parecen ogros pues
escasamente saludan para evitar que
alguien invada sus terrenos. No con esto
se puede decir que son malas personas o
que los rodea un halo de prepotencia;
por el contrario, son buenos tipos que
rehúyen cualquier contacto para no
pasar una pena mayor cuando alguien
pregunta más allá de los límites.
No les importa ponerse colorados un
ratico y no pálidos toda la vida. Son
verdaderos guardianes del proyecto que
por años ha desarrollado el exitoso
entrenador. Por eso varios de ellos llevan
más de dos décadas con él, porque han
ratificado con creces que su silencio vale
oro.
Cuando empecé la búsqueda de
información para este libro sabía con
claridad meridiana que entre las fuentes
de información no podía incluir al
equipo de trabajo de Pékerman y por
eso era forzoso acudir a quienes alguna
vez hicieron esta tarea y hoy se sienten
liberados para contar cómo se fabrica un
proyecto ganador.
Segundo, porque cuando fueron
elegidos para estar al lado de Pékerman
se comprometieron a estar con él las 24
horas del día, pendientes de las
necesidades del entrenador y de sus
planes de trabajo. Pero no solo eso. El
equipo de colaboradores tiene que estar
al tanto de los futbolistas elegidos, pero
también de los que se encuentran en
observación como aspirantes y, por
supuesto, de los rivales.
Los asistentes técnicos de Pékerman
bien pueden estar frente a una pantalla
de televisión todo un día y a veces todos
los días de la semana viendo hasta cuatro
y cinco partidos por jornada.
Su maleta está todo el tiempo lista
detrás de la puerta pues con mucha
frecuencia es necesario viajar a ver los
juegos del torneo colombiano en busca
de nuevas opciones o para seguir de
cerca a los que juegan en el exterior,
pues es clave saber en qué nivel están.
Pero miremos quiénes son los
privilegiados que integran la coraza que
protege el trabajo de Pékerman.
Como en cualquier equipo, hay
jerarquías y en la primera línea de
confianza en los

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