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© Javier Hernández Bonnet, 2015 © Editorial Planeta Colombiana S. A., 2015 Calle 73 N.° 7-60, Bogotá Diseño de cubierta: Departamento de diseño Grupo Planeta Fotografía de cubierta: © Corbis Fotografías de interior: © Felipe Díaz Primera edición: mayo de 2015 ISBN 13: 978-958-42-4458-1 Desarrollo e-pub: Hipertexto Ltda. Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados. AGRADECIMIENTOS “Ustedes no saben quién soy yo” se convirtió en frase de moda en el primer semestre de 2015 en Colombia. Es una vieja expresión que saltó a los titulares de los principales medios de comunicación para retratar de cuerpo entero la prepotencia que desde hace ya mucho rato envenena a gran parte de nuestra sociedad. Cuando la escuché me causó ira y después pesar, por la pobreza franciscana de su autor, un desubicado muchacho que invocó el parentesco con un expresidente de Colombia para escapar de la autoridad. Superado el desconcierto por el escándalo, más tarde tuve tiempo de reflexionar y descubrí que nadie puede saber quién soy yo, si yo mismo no sé quién soy. Entonces inicié un juicioso ejercicio para saber quién era y encontré que sin mi familia y sin mis amigos no soy nadie. Cuando recibí el encargo de Editorial Planeta para escribir este libro, recordé a muchas de esas personas que han influido en mi vida personal y profesional y convoqué a algunas para que con su talento me ayudaran a construir el proyecto; a otras las invoqué para inspirarme en su ejemplo de vida. Entre las que llamé con el pensamiento, está mi amigo y periodista Juan Carlos González, con quien comparto el orgullo de elaborar este libro, en el que puso toda su energía recorriendo las calles de Buenos Aires para obtener los testimonios de medio centenar de personajes cercanos a José Néstor Pékerman; también, a Juan Camilo Romero, un apasionado hincha del fútbol que abrió un espacio en sus compromisos académicos para investigar y seleccionar el material propuesto; y a Luis Arturo Henao, el coleccionista de datos, el mejor en su especialidad, al que recurrí para respaldar con estadísticas cada hecho de la historia futbolística. A quienes invoqué los tuve presentes cada vez que prendí el computador porque necesitaba “robarme” lo mejor de sus energías. De Jorge Eliécer Castellanos, abogado, periodista y escritor, entrañable amigo, recibí la claridad de los conceptos; del brigadier general Jacinto Mesa, el respeto por el ser humano bajo la ya conocida premisa de “duro con el problema, suave con la persona”, y de Mario Múnera Jaramillo la fidelidad en la amistad, el profesionalismo y la responsabilidad con la que se debe enfrentar cada reto. Gracias a ellos, incluidos mis hermanos, mis hijos y mi esposa, Carolina. Al final de este ejercicio sé quién soy: un apasionado periodista que solo puede prometer que por encima de la amistad solo tiene un compromiso, y es el compromiso con la verdad, que es la que nos hace verdaderamente libres. PRESENTACIÓN La presente obra no es una autobiografía. Tampoco es un publirreportaje. Es el modesto reconocimiento a un hombre que revivió la ilusión de millones de colombianos al recuperar valores olvidados por la sociedad de hoy, como el respeto, la decencia, la planeación y el trabajo en equipo. El protagonista de este libro puede ser visto como un hombre enigmático y misterioso, pero eso depende de la orilla desde la que se le mire. Sus más cercanos colaboradores se encierran en el silencio cómplice de sus condiciones de trabajo y terminan siendo maestros en el manejo de la información reservada, al mejor estilo del FBI o Scotland Yard. Él es celoso con la información hacia el exterior, pero generoso a la hora de compartir su sabiduría con sus pupilos, a quienes les transmite enseñanzas que solo puede ofrecer el que tiene el privilegio del saber. El nombre de José Néstor Pékerman es tan popular en Colombia como el café, la segunda bebida más consumida en el mundo después del agua. Por eso mismo, por popular, nos abrogamos el derecho a saber de qué está hecho y cuál es el fundamento de su éxito. El país merece que le cuenten quién es el hombre que le devolvió la alegría después de dieciséis años de frustraciones y desengaños. Con permiso, Don José, entramos en su reservado mundo con la complacencia de sus exjugadores y excompañeros de cuerpo técnico con quienes usted construyó tantos sueños, finalmente hechos realidad. Ellos decidieron levantar el velo que cubría muchos datos secretos y reservados, que todavía deben conservar quienes actualmente trabajan con usted. Ellos quisieron que se conociera su historia, ya imposible de ocultar porque como decía el maestro Osvaldo Juan Zubeldía: “Hay que escoger entre ser libre o ser popular” y su historia nos pertenece a todos. EL AUTOR INTRODUCCIÓN Mientras millones de aficionados en el mundo veían por televisión las incontenibles lágrimas de James Rodríguez, que semejaban el sufrimiento de frustración del niño al que le roban todas sus ilusiones, por la mente de José Pékerman también pasaban muchas sensaciones. Era el mismo sueño que el entrenador argentino y sus muchachos compartieron con cuarenta y cuatro millones de colombianos hasta ese cuatro de julio de 2014. En el instante en que el árbitro dio el pitazo final y Colombia fue eliminada del Mundial de Brasil, la condición de padre y líder que se había echado a cuestas obligaba a Pékerman a sacar fuerzas para consolar a ese puñado de gladiadores a los que Brasil, el otrora dueño del jogo bonito, sacó de la Copa del Mundo a punta de patadas. Pékerman, un hombre pragmático que todo lo que celebra es porque lo construye, sentía unas profundas ganas de llorar, lo mismo que James, porque al igual que el joven crack sabía que quien clasificó no había sido el mejor de esa triste jornada. Con los ojos enjuagados en lágrimas, el entrenador sacó de su interior la valentía del líder y recibió a sus jugadores, los consoló y los felicitó frente a millones de teleespectadores. La Selección Colombia había llegado a un sitio impensado para el común de la gente, pero él no estaba satisfecho con el quinto puesto del mundial. Quería mucho más. Y es que el balance no pudo haber sido mejor: Colombia clasificó de primero en el grupo C con nueve puntos, por encima de Grecia, Costa de Marfil y Japón. Con ese resultado pasó a octavos de final y venció en forma contundente a Uruguay en el Maracaná. Pero sucumbió ante el local Brasil en el estadio de Fortaleza, y ahí terminó todo. Cuando llegó al camerino, lejos de la mirada de todos, el gran timonel se desvaneció. Pékerman entró en un largo silencio, impotente porque se había escapado la mejor y más propicia oportunidad para ganarle a Brasil. El triunfo que planeó, confiado en el potencial de su cada vez más sólida Selección, se evaporó por aquello que resulta incontrolable en el fútbol, como un mal arbitraje. Mientras en la tribuna de prensa los medios del mundo hablaban de la manera como el juez español Velasco Carballo metió la mano en el juego y permitió el juego violento que propuso Brasil para demoler a Colombia. También examinaban la inexistente falta de James que dio origen al segundo gol brasileño y de la polémica jugada de gol invalidada a Yepes por el supuesto fuera de juego. Entre tanto, en la parte baja del estadio, en la tribuna acondicionada para las familias de los futbolistas, esperaban los dolientes de Pékerman y de los jugadores. El silencio era sepulcral. De un momento a otro y como se había repetido durante los juegos anteriores, uno a uno llegaron los futbolistas al doloroso encuentro y se fundieron en un interminable abrazo, humectado por las lágrimas emanadas de una extraña mezcla de orgullo y frustración. Pero nada que llegaba Pékerman. Esta vez no se escuchó el grito de “profe, profe, profe”, que sonaba como un trueno después de cada partido. Matilde, la eterna compañera de Pékerman, seguía expectantesin poder correr al vestuario a rescatar a su esposo pues no tenía credencial de acceso que se lo permitiese. Entre tanto, en un rincón del vestuario se veía deshecho al hombre de hierro que salió muy fortalecido de la eliminatoria y del mundial gracias a los resultados de su equipo. José Pékerman no podía con el alma. Es difícil meterse en la cabeza de alguien tan reservado como él, pero uno podría suponer que en ese momento la película de su vida se devolvió en el tiempo e hizo escala en el Mundial de Alemania 2006, cuando en esa misma instancia pero al frente de la Selección de Argentina, también fue eliminado por el dueño de casa por la vía del tiro penalti. Aquella vez, como lo cuenta Donato Villani, el médico de la selección gaucha, Pékerman estaba dolido, pero erguido y con la claridad meridiana de que su ciclo con la Argentina de Grondona había terminado. No es posible determinar el umbral de dolor entre un momento y otro, pero quienes coincidieron con él en esos dos instantes aseguran que la eliminación de Colombia fue un golpe más duro que el de aquella tarde en Berlín. Este grupo de jugadores había enamorado a su entrenador por su técnica y compromiso, pero principalmente porque la base del éxito de cualquier equipo de Pékerman es ser, ante todo, buena persona y después un gran futbolista. Los muchachos representaban ese ideal. Por eso, la intuición le decía que el equipo merecía más y que el techo de su rendimiento estaba más allá del polémico partido frente a los pentacampeones mundiales. Para un hombre ordenado, planificador y cerebro de los pequeños detalles —que ante la igualdad en el fútbol de hoy marca una diferencia—, era extremadamente desalentador irse así de la Copa del Mundo. No se consolaba con el camino recorrido. No se resignaba con aquella frase de cajón de “llegamos más lejos de lo soñado”. Su meta era otra y sabía que de no haber pasado nada extrafutbolístico habría podido alcanzarla. Pero el dueño de casa impuso las condiciones y como lo reconoció el exmundialista brasileño Branco, campeón mundial en 1994 y hoy comentarista de la televisión de su país, Colombia fue víctima de la necesidad política y comercial de mantener en competencia al país anfitrión, sin importar lo que hubiese que hacer. A estas alturas del día, cuando el moderno estadio ya estaba semivacío y las familias seguían a la espera, Pékerman se había refugiado en un manto de soledad buscando mitigar el golpe y encontrar respuestas a lo acontecido. Es ese momento se encontraba en un habitáculo del vestuario que hacía las veces de oficina. En esas estaba cuando de repente los rescatados llegaron al rescate del capitán del barco. El primero en aparecer fue el presidente de la Fedefútbol, Luis Bedoya, y detrás de él, convocados por la gratitud, llegaron James, Zúñiga y el capitán Mario Alberto Yepes, quienes se fundieron en un fraternal abrazo con su maestro, el hombre que ya muchas veces los había consolado. En ese momento sorprendió la madurez de James, quien tomó la vocería para reanimar al hombre que durante dos años los entrenó mentalmente para afrontar momentos de crisis emocional como este. Le hablaron del histórico lugar que alcanzaron en el certamen, de la certeza de saber que nada se dejó de hacer y del dolor que significaba no seguir en el mundial por las fuerzas externas que son incontrolables en estos casos. Y aunque suene a chiste, afirmaron que “el de Yepes sí fue gol”. Para Pékerman fue un gran bálsamo escuchar las palabras de sus jugadores y el respaldo de Bedoya. Sin embargo, la pena por la injusta eliminación se prolongó por unos días más y a ello se sumó la enfermedad de su señora madre, que falleció meses después. Superado el difícil momento, Pékerman renovó su ánimo y su contrato, fortalecido por el respeto y el cariño de los colombianos y por el reconocimiento de los especialistas, que en diciembre de 2014 lo eligieron por tercera vez consecutiva como el mejor técnico de América. Sin duda, una escogencia sin antecedentes en muchos años de historia del premio, organizado por el diario El País de Montevideo, Uruguay. ¿Qué es lo que hace a Pékerman tan especial? ¿Qué lo gobierna, aparte de sus éxitos, como los tres títulos mundiales juveniles y los dos sudamericanos ganados con Argentina y la clasificación de Colombia después de dieciséis años sin ir a una Copa del Mundo? La respuesta está en su personalidad reservada. Todo lo de Pékerman es impenetrable. Casi que misterioso. Por eso, el reto de este libro es contar los grandes secretos que han llevado a este triunfador del fútbol a ser adoptado como uno de los ídolos de Colombia. Nos comprometemos a reconstruir su camino victorioso con pupilos, compañeros de cuerpo técnico, directivos, admiradores, y, por supuesto, sus críticos. PRÓLOGO Es bien sabido que la historia la escriben los ganadores, que es su lectura de los hechos la que generalmente queda registrada en los libros y en el imaginario. Pero no necesariamente la historia es sinónimo de verdad y el éxito puede embriagar, aturdir y distorsionar la realidad. Somos una sociedad que acostumbra reflexionar desde las derrotas. En los triunfos borramos las huellas de los procesos y nos abandonamos a la celebración y al elogio desmesurado e irreflexivo de nuestros héroes, lo que nos despoja de una excelente oportunidad: reflexionar desde el éxito. Este libro tiene esa enorme virtud. Decantada la euforia que nos produjo la actuación de la selección de Pékerman en el pasado mundial, Javier Hernández Bonnet le hace una acertada gambeta a los “peligros del éxito” y se dedica con juicio y lucidez a deconstruir los hechos en busca de una explicación a lo sucedido. Se trata de una segunda entrega de este ejercicio de análisis. En su anterior libro, ya nos había dado un adelanto, pero ahora lo hace desde la perspectiva de quien fue el artífice de esa buena actuación: el técnico José Pékerman. El texto navega en el anecdotario, tan apreciado por el aficionado, pero no se queda exclusivamente en él, como suele ocurrir con los libros sobre fútbol. Por el contrario, el autor hilvana los hallazgos de sus indagaciones para articular el trabajo de Pékerman en un método que trasciende lo coyuntural. Como un buen analista, Javier hace la tarea: investiga, busca constantes, reordena datos, lanza hipótesis y concluye en la elaboración de una metáfora de la dinámica grupal pensada desde el fútbol. Esto impide que la experiencia vivida se pierda en las mieles del júbilo y genera un mensaje de connotaciones educativas. La mirada sobre el método de Pékerman nos empieza a descubrir elementos del comportamiento social que parecen haberse extraviado en el curso del tiempo. Elementos que si se retomaran en la vida cotidiana nos ayudarían a madurar y alcanzar la convivencia pacífica, algo en lo que estamos empeñados como país casi desde el comienzo de nuestra historia. En este sentido, lo primero que destaca el autor en el pensamiento del técnico argentino es el radical rechazo al pragmatismo crudo que plantea el resultado como objetivo exclusivo del trabajo. Para “don José” el resultado debe ser la conclusión lógica de la planificación, el orden, el compromiso y la disciplina. Pero la lista es más amplia. Reconstruyendo la trayectoria de Pékerman como entrenador, Javier va develando el trasfondo de sus estrategias y los valores sobre los que están soportadas: la organización del grupo sobre la base del respeto y la decencia; el valor de poner el bien común por encima del beneficio individual; las virtudes de la autonomía con responsabilidad; las ventajas de la constancia; la importancia del ejemplo como fuente de autoridad; la eficacia de la claridad en las reglas de juego; la necesidad del apego a la ley, y muchas más. Al final, lo que tenemos en las manos es un recorderis claro de las bases del acuerdo social. Un mensaje contundente y oportuno que se ofrece como invitación a retomar valores perdidos y, lo más interesante, una invitación hecha desdeel éxito. En hora buena el autor ha logrado que un hecho que nos llenó de felicidad salte las fronteras de la celebración y se convierta en una reflexión sobre las relaciones humanas y en una propuesta clara y contundente para mejorarlas. En este libro, fútbol y sociedad se dan la mano y el garante de ese encuentro es Javier Hernández Bonnet. En mejores manos no podría estar este compromiso. DAGO GARCÍA{*} CAPÍTULO 1 PÉKERMAN Y LA RESURRECCIÓN ARGENTINA En un mundo tan competido, donde el resultado es el rey, es muy fácil perder el rumbo. Y mucho más si se trata de personas inexpertas, maleables y de humilde cuna. Eso fue lo que les sucedió a los jugadores juveniles de Argentina, que durante muchos años y sin calcular las consecuencias, fueron víctimas de la desenfrenada búsqueda de triunfo que les ordenaron los dirigentes gauchos. Por cumplir esa meta, en forma inevitable los noveles deportistas quedaron atrapados en medio de escándalos originados por la presión de ganar a como diera lugar, sin respetar las reglas de juego y menos a sus rivales. Y como no hay plazo que no se cumpla, 1983 habría de resultar un año particularmente doloroso para el prestigio de Argentina, luego de un escandaloso episodio ocurrido en la final del Campeonato Sudamericano Sub-20 jugado en Bolivia, que clasificaba cuatro equipos de la región al mundial que se desarrollaría meses después en México. Ese 13 de febrero, Brasil venció 3-2 a Argentina, pero cuando los auriverdes marcaron el tercer gol se desató una violenta gresca en la que se vieron involucrados los jugadores Luis Islas y Mario Vanemerak, y el técnico Carlos Pachamé. En junio de ese mismo año, en el mundial Sub-20 que se desarrolló en México, Brasil le volvió a ganar en la final a Argentina, esta vez 1-0. Furioso por la derrota, el jugador Claudio, el “Turco” García, le dio un fuerte puñetazo a un reportero, que respondió con un puntapié a los testículos del juvenil argentino y le hizo perder el conocimiento. El técnico Carlos Pachamé también recibió un impacto en la cara con una cámara fotográfica. En ninguno de los dos episodios hubo castigo de los tribunales deportivos ni de la justicia ordinaria de Bolivia o México y ello abrió la puerta al irrespeto y al matoneo de los jóvenes argentinos, que se pasearon por los estadios de Suramérica como embajadores de la violencia. Con todo, la mala educación y la agresividad se convirtieron en sello del fútbol joven de Argentina, pero por fortuna surgió la figura estelar de Diego Armando Maradona, quien puso a la afición a sus pies con su brillante actuación en el Mundial de México en 1986. Allí convirtió el mejor gol en la historia de los campeonatos del mundo frente a los ingleses —Argentina ganó 3- 2— y levantó la copa luego de vencer en la final a los alemanes por idéntico marcador. El triunfo de la selección mayor ocultó por un tiempo la mala imagen de los jóvenes, pero la paciencia del mundo futbolístico empezaba a agotarse por la indecencia y grosería con que las nuevas generaciones del fútbol argentino asumían los partidos. Finalmente, la gota rebosó la copa en el Mundial Sub-20 de Portugal en 1991. Argentina había empezado mal su participación en el evento porque en la primera jornada del torneo perdió 1-0 contra Corea del Sur. Por ello debía vencer a Portugal si quería avanzar a la siguiente ronda. La debacle habría de ocurrir el 17 de junio en el estadio Da Luz, de Lisboa, cuando el equipo de casa con Luis Figo a la cabeza, apabulló a los argentinos por 3-0 y de paso los eliminó de la fase de grupos. La primera señal de que algo muy malo iba a ocurrir en el terreno de juego se produjo recién iniciado el partido: a los treinta segundos el delantero Juan Esnáider derribó con mala intención al portugués Gil y a los tres minutos Christian Bassedas le aplicó un puntapié a Luis Figo en la mitad de la cancha. El juego violento de los gauchos no cesó luego de la expulsión de Claudio París, poco antes de terminar el primer tiempo. Ya en el complemento, Portugal se puso en ventaja tras un tiro de Gil que se desvió en Diego Cocca y descolocó al arquero Leonardo Díaz. Para colmo de males, a los 62 minutos Maximiliano Pellegrino se ganó la segunda amarilla por una infracción sobre Toni y el descontrol se hizo presente nuevamente, ahora sumado el público, que comenzó a arrojar objetos al campo de juego. Los últimos 15 minutos fueron de terror para Argentina porque el país anfitrión consiguió su segundo tanto. Fue a los 80, cuando Paulo Torres convirtió el penal que le había cometido Mauricio Pochettino; y 6 minutos más tarde, Toni sentenció el pleito con la tercera conquista lusa. Ya en el ocaso del cotejo, Esnáider vio la roja por entrarle fuerte a un rival y amagar con un cabezazo al árbitro belga Guy Goethals. La participación argentina en el mundial portugués no pudo ser peor: eliminados en la primera ronda, expulsados los jugadores Claudio París, Mauricio Pellegrino y Juan Eduardo Esnáider por juego violento, y este último acusado de intento de agresión al juez del partido. La FIFA, que seguía los pasos del desatinado comportamiento de los paisanos de Maradona, sostuvo que no había atenuante alguno que justificara semejante afrenta al fútbol y que había llegado la hora de castigar la indolente actitud de la dirigencia argentina. Desde Zúrich, la FIFA comunicó que el mundo estaba cansado de la violencia gaucha y los excluyó por dos años de competiciones oficiales, incluido el siguiente mundial, el de Australia en 1993. Además, Esnáider fue suspendido durante un año y el dirigente Norberto Recassens fue inhabilitado 24 meses para realizar tareas directivas. Tras el escándalo y la prematura eliminación, el técnico Merlo renunció a la dirección técnica, no sin antes culpar al árbitro de lo sucedido: “Mientras estábamos once contra once, el partido era parejo. Nos faltaba llegada, está bien, pero era una cosita que íbamos a corregir en el entretiempo, pero echaron a París. Para mí que acá veían las cosas de Argentina, nada más. ¿Vos notaste al técnico coreano adentro de la cancha en el partido contra nosotros, disfrazado de auxiliar. Y los portugueses festejándonos el gol en la cara? Nooo, yo creo que acá pasó algo grave. Como se veía venir el empate, aseguraron la clasificación con la expulsión de Pellegrino y la ejecución del penal”. De la noche a la mañana, los albicelestes pasaron de los aplausos obtenidos en la categoría de mayores — campeones en México 1986 y subcampeones en Italia 1990— a las silbatinas y el rechazo generalizado en las canchas. Un costo muy alto para la tradición futbolística de un país acostumbrado a ganar. * * * Buenos Aires es una ciudad que respira fútbol por todos sus poros y la calle Viamonte es uno de los lugares más calientes en materia de rumores relacionados con ese deporte. Allí, en el número 1366, está la sede de la Asociación de Fútbol de Argentina, AFA, desde donde el zar del balompié suramericano, Julio Grondona, despachó por muchos años, hasta su muerte en julio de 2014. Tras el desastre en Portugal, en ese lugar —tan importante como la Casa Rosada, pues sus decisiones repercuten en la vida diaria de los argentinos— y en silencio, un comité empezó a examinar las hojas de vida de los candidatos a dirigir las futuras selecciones menores. Auténticos pesos pesados de la dirección técnica estaban postulados para asumir la conducción de la fuente que surte gran parte del mercado del mundo. En los pasillos de la AFA se sentía el pulso de los dirigentes para acomodar en el comando a su recomendado. Por la radio los principales medios de comunicación daban como seguro el nombramiento de Jorge Griffa, el rosarino gran hacedor de figuras, que contaba con el respaldo del entonces técnico de la Selección de mayores, Daniel Alberto Pasarella. Otros candidatos entraban y salían de la lista de opcionados, como Carlos Timoteo Griguol, el legendario técnico de Ferrocarril Oeste, y hasta la dupla de técnicos Óscar López y ÓscarCaballero, que en ese momento gozaban de gran reconocimiento por su trabajo en Banfield. Era un acto político y deportivo de gran valor al que todos le apostaban, pues tener el control de la selección juvenil representa para cualquier dirigente, en cualquier país, asegurar el ingreso de sus jugadores al gran mercado europeo. Es una vitrina de venta incalculable, a la que acceden decenas de veedores del mundo que se llevan lo mejor gracias a su incalculable chequera. Pero este era un momento especial, en el que lo futbolístico no significaba lo único porque Argentina no solo estaba obligada a ganar sino a manejarse bien. Sobre todo, eso: portarse bien dentro y fuera de las canchas. La reconstrucción de su imagen era tan importante como los títulos, y bajo esa premisa surgió la gran sorpresa: José Néstor Pékerman. En los días previos a la escogencia, los candidatos llegaron con carpetas repletas de papeles que explicaban paso a paso los detalles del proyecto de cada uno, pero casi ninguna propuesta planteaba algo revolucionario o una idea milagrosa que apuntara a rehacer las maltrechas divisiones inferiores de Argentina. No obstante, sí había una idea diferente sobre lo que se debía hacer. La estrategia planteada por Pékerman contrastaba con las demás porque, según él, la reconstrucción debía arrancar por descontaminar las selecciones juveniles de la influencia de los dirigentes de los clubes y hacer de la educación uno de los principales valores. Así, en escasas ocho hojas que contrastaban con el centenar de páginas preparadas por sus contendientes, con un lenguaje sencillo y convencido de lo que proponía, Pékerman plasmó su pensamiento: independencia y juego limpio. Enrique Merelas, dirigente del club chico El Porvenir, de la ciudad de Gerli, provincia de Buenos Aires, era por ese entonces el más cercano consejero de Grondona en cuanto a divisiones menores. La afición reconocía en él la virtud de ser de los pocos que le hablaba al oído al presidente de la AFA y que influía en sus decisiones. Fue Merelas quien inclinó la balanza a favor del joven técnico de las divisiones inferiores de Argentinos Junior. En una charla para este libro, Merelas recordó que “yo fui a decirle a Grondona que (Pékerman) era el técnico que necesitaban los juveniles y me respondió que yo no era un tipo normal, que él no iba hacer eso y que el técnico iba a ser otro —me reservo el nombre—. Y bueno, me decidí por José y fue un orgullo haberlo elegido porque cuando hablé con él supe que era un ser humano muy bueno”. El primer impacto del nombramiento de Pékerman lo sintieron los periodistas en el debut oficial en el Sudamericano Sub-20 de Bolivia en enero de 1995. Allí se encontraron con una concentración cerrada, inexpugnable para los medios de comunicación y ello empezó a generar la irritación que en su momento también vivimos en Colombia y que solo se neutraliza con triunfos. No obstante, adentro el ambiente empezó a ser distinto. Con decencia, buen manejo de lo personal y sinceridad, el técnico se ganó la voluntad del grupo y salió subcampeón sudamericano. Ese cambio de ecuación produjo triunfos sucesivos en la primera ronda contra Perú, Venezuela y Ecuador y un empate con el local Bolivia. Ya en la siguiente ronda les ganó a Chile y a Ecuador, pero cayó ante Brasil. Con el segundo puesto alcanzado en Bolivia, los juveniles de Argentina clasificaron al Mundial de Qatar y allí se coronaron campeones, por encima de Brasil, al que vencieron 2-0 en una vibrante final el 28 de abril de 1995. “Argentina remonta el vuelo”. Así tituló la página oficial de la FIFA al destacar el triunfo albiceleste luego de la dura sanción por su mal comportamiento. Y no omitió elogios hacia los jugadores y el cuerpo técnico. “Los pupilos de José Pékerman conquistaron su título sin recurrir a individualidades excepcionales, poniendo en funcionamiento un sistema perfectamente lubricado. Una defensa de hierro, un mediocampo eficaz y una maestría táctica inexpugnable fueron los ingredientes del éxito argentino. En cada línea reinaba un director de juego: el guardameta Joaquín Irigoytía, el central y capitán Juan Sorín, el centrocampista Ariel Ibagaza y el delantero Walter Coyette. De manera muy sólida, los albicelestes pasaron por encima de todos sus adversarios, incluido Brasil, en la final, a quien derrotó 2-0. Hay que destacar la excepcional pericia del seleccionador José Pékerman, quien hizo entrar en juego a los goleadores de la semifinal y de la final en el momento idóneo”. Era la primera incursión de Pékerman como entrenador argentino y ya estaba instalado en la galería de los campeones mundiales al lado de César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo. Pero fueron los jugadores, en el terreno de juego, los que potenciaron su calidad de líder. Uno de ellos fue el veterano Gastón Pezutti, hasta hace poco arquero del Atlético Nacional de Medellín. Por decisión de Pékerman y el cuerpo técnico, Pezutti fue suplente durante todo el Mundial de Qatar porque la titularidad en el arco recayó en Joaquín Irigoytía. Y es que desde el sudamericano de Bolivia, Pezutti ya sabía que su destino era el banco. “José (Pékerman) y Hugo Tocalli — integrante del cuerpo técnico— me dijeron que iban a optar por Joaquín, por el tema de la pelota, de la altura. Joaquín era un arquero mucho más volador, más explosivo y yo un arquero más de posición —recordó Pezutti en una charla para este libro en Buenos Aires—. Bueno, se decidieron por él. Me hicieron notar su pena, su tristeza, quizá porque ellos sabían que yo también les iba a rendir, pero tenían que tomar una decisión. La realidad después mostró que la decisión fue bien tomada porque el ‘Vasco’ Irigoytía fue el mejor arquero del Sudamericano y uno de los mejores jugadores del Mundial de Qatar”. Pezutti soportó la suplencia con estoicismo y al final tuvo una ligera compensación cuando Pékerman le permitió tapar los últimos diez minutos del partido final contra Brasil, cuando Argentina ya ganaba cómodamente 2-0. “Eso refleja la manera como yo actué en esa situación, las ganas de jugar que siempre tuve, que en cada entrenamiento peleé la posibilidad de jugar; no me tocó, pero bueno, tuve la satisfacción personal de ese pequeño premio. Pequeño no, de ese gran gesto de José”. La fugaz aparición de Pezutti en la selección campeona en Qatar en 1995 hizo recordar un episodio similar ocurrido en el campeonato mundial en Brasil en 2014, cuando Pékerman alineó en los últimos diez minutos al arquero suplente de la Selección Colombia, Faryd Mondragón, en el partido que el equipo tricolor le ganó 4- 1 a Corea del Sur. Esa fue la despedida del gran portero, que de paso fijó un récord al convertirse en el guardameta con mayor edad —43 años y tres días— en participar en un campeonato del mundo. El triunfo de Pékerman en Qatar muy poco tiempo después de asumir el manejo de la Selección Argentina le confirmó a Merelas que la estrategia del juego limpio propuesta por el técnico había sido clave, incluso por encima de los buenos resultados. Desde el primer día, Pékerman tuvo claro que la cara de Argentina solo podía ser lavada si recuperaba la admiración del mundo, no solo por su fútbol sino por su comportamiento. Para lograrlo tenía que rodearse de buenos jugadores, pero principalmente de buenas personas dispuestas a derrotar su propio ego. En Qatar quedó confirmado que la teoría del látigo y el insulto para manejar un vestuario tenía fecha de expiración. La política del convencimiento a través del respeto pregonada por Pékerman era un éxito y empezó a propagarse por todos los rincones de Buenos Aires. Así lo recuerda Rodolfo Hernández, el más cercano consejero de las divisiones inferiores de Argentinos Juniors: “La selección juvenil de Argentina nos daba vergüenza por la manera como jugaban, como pegaban; eran sucios y protestones. Cuando llegó Pékerman no protestaron más y ganaron todo, todos los campeonatos que jugaron los ganaron. Usted no veía jugadores argentinos que pegaran,ni protestaran, ni chuzaran al réferi. Todo era con educación, con altura, con respeto. Eso fue lo que impusieron Pékerman y su gente”. Testigo de ese renacer del fútbol gaucho es Gabriel Milito, que llegó a los 1 5 años de edad a las manos de Pékerman. “Es evidente que para tener jugadores educados se debe tener un cuerpo técnico educado —recuerda el internacional argentino—. Cuando llegué, ya en ese momento el trato era muy diferente a lo que veníamos acostumbrados. El comportamiento, los entrenamientos, la manera como uno debía comportarse, la forma de entrenar, el respeto al otro, el saber que representábamos un país importante; todos esos valores los fuimos aprendiendo de la mano de él”. El exitoso paso de Pékerman por las juveniles de Argentina está refrendado por las cifras: fue campeón Mundial Sub-20 en Qatar, 1995; Malasia, 1997 y Argentina, 2001; en 1997 y 1999 fue campeón de Sudamérica con la Sub-17 —Chile y Argentina— y en 1998 fue campeón Sub-21 en el torneo Esperanzas de Toulon, Francia. Cuando Pékerman propuso que la práctica del juego limpio debía estar por encima incluso de los resultados, lo que hizo en realidad fue interpretar la preocupación del mundo deportivo por lograr una perfecta sincronización entre la buena práctica deportiva y los resultados. No se sabe de dónde sacó esa teoría, pero lo cierto es que Pékerman no hizo otra cosa que aplicar a su manera una escuela que nace en el hogar, pasa por los sitios de entrenamiento y termina en los escenarios de competición. Como veremos en otro capítulo de este libro, el estratega saca tiempo para convertirse en consejero de sus pupilos, a quienes incluso da cátedra sobre cómo comportarse en el hogar. De paso, les inculca a los padres que no obliguen a sus hijos a practicar deportes que no les gusten, que no les reprochen las derrotas, que entiendan el comportamiento de los jueces y que no actúen en forma inadecuada si se encuentran ante un público hostil. La escuela del juego limpio o fair play impuesta por Pékerman en Argentina ya cumple 20 años; es la misma que aplica en Colombia desde su arribo a la Selección mayores y los resultados están a la vista. En enero de 2012, cuando el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Luis Bedoya, anunció la contratación de Pékerman, la plantilla de jugadores que venía actuando con Hernán Darío, “Bolillo” Gómez y Leonel Álvarez, entró en una especie de preaviso porque el arribo de un nuevo entrenador siempre abre la puerta de los cambios, por no decir que la puerta de salida de cualquiera de los futbolistas. La mayoría de los jugadores no pudieron esconder el afán por conocer cómo trabajaba Pékerman, si era duro o no con la nómina, qué tanto exigía en lo disciplinario y, lo más importante, si iba a cambiar de tajo la estructura táctica que ya existía desde la Copa América del 2011. En aquel certamen realizado en Argentina, la Selección Colombia fue eliminada por Perú en la segunda fase. El técnico de entonces era el “Bolillo” Gómez. La expectativa fue superada muy rápidamente porque de Italia y Argentina llegaron numerosas referencias sobre Pékerman, todas ellas positivas en el sentido de que el nuevo timonel era un hombre respetuoso, amable y con amplios conocimientos técnicos y tácticos. Opiniones como la del delantero Bernardo Romeo —goleador de Estudiantes de la Plata, campeón sudamericano en Chile y en el Mundial Sub-20 de Malasia con Pékerman—, llegaron como bálsamo a la angustiante expectativa del plantel nacional. Según su relato para este libro, “José nos enseñó a todos un montón de cosas, pero rescato la manera como trata al futbolista desde el primer día: como persona, como profesional. Yo permanecía de lunes a jueves en la Selección, y bueno, José sembró un montón de cosas para iniciar el camino al éxito, como la disciplina, las medias arriba... cada día es un padre para el jugador”. El buen trato y el respeto ya estaban asegurados. Lo demás, es decir, lo futbolístico y lo disciplinario corrían por cuenta de cada deportista. Para fortuna de Colombia, la generación de futbolistas que encontró ya había pasado por grandes clubes, que los formaron profesionalmente y les dieron herramientas suficientes para enfrentar el reto de una concentración exigente, sin intrusos ni distracciones. Coherente con su manera de pensar y de actuar, y tal como aconteció en 1994, cuando asumió las riendas de las selecciones juveniles de Argentina, Pékerman limpió muy rápido el entorno de la Selección Colombia: impuso una vocería única con los dirigentes del fútbol colombiano, espantó a los empresarios y distanció a los periodistas de los jugadores. Él sabía que definiendo un solo canal de comunicación alejaba del fútbol el cáncer que significan los dirigentes millonarios, poderosos e influyentes, que intentan convencer a los técnicos de que convoquen a determinados jugadores. Tener un solo interlocutor le funcionó a Pékerman en Argentina y por eso creyó que en Colombia era indispensable. Así, desde el comienzo, el único contacto entre el director técnico y la dirigencia deportiva es el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Luis Bedoya. Pékerman dejó en claro su pensamiento cuando los vicepresidentes de la Fedefútbol, Ramón Jessurum y Álvaro González, frustraron su primera llegada a la Selección porque lo presionaron a incluir en su cuerpo técnico a Leonel Álvarez. Pékerman se negó y Álvarez fue elegido entrenador de la Selección, aunque el cargo solo le duró tres partidos. Con los periodistas, la confrontación fue más dura por su condición de generadores de opinión. Resultó muy difícil hacerles entender que debían realizar su trabajo de reportería a metros de distancia porque era costumbre que incluso compartieran el mismo hotel de concentración. Debo reconocer que a pesar de mi cercanía con Pékerman, fui uno de los críticos más radicales de su decisión de aislar a los futbolistas, porque en mi concepto no habían sido considerados los intereses de todas las partes involucradas en el día a día de la Selección. Recuerdo que una mañana en Quito —en junio de 2012, horas antes del segundo juego de Pékerman al frente de la Selección—, el capitán Mario Alberto Yepes ofreció sus buenos oficios para mediar y acordar tiempos y modo de trabajo entre los periodistas y el combinado nacional. No puedo afirmar que Yepes haya hablado con el técnico al respecto, pero para alguien que maneja tan bien el entorno de sus equipos e identifica lo que lo beneficia y lo perjudica, el tema no era menor. Hasta que un día en marzo de 2013, en uno de los amistosos de Colombia en Miami frente a la Selección de Guatemala, Pékerman se acercó y en medio de risas me dijo: “Tranquilo, Javier, hay que hacer sacrificios. Es por el bien todos. Vas a ver que al final todos estaremos felices”. Con el paso de los días, el cuerpo técnico entendió las necesidades de los medios de comunicación y flexibilizó los encuentros con la plantilla de jugadores; al mismo tiempo, los periodistas comprendimos el sentido de su filosofía respecto de mantener a los futbolistas preocupados únicamente por la pelota y sin distracciones. Ignoro si Pékerman conocía el desorden que predominaba en la Selección cuando aceptó dirigir a Colombia. Lo cierto es que ese caos se tradujo en los ya conocidos fracasos en Italia 1990, Estados Unidos 1994 y Francia 1998. En una entrevista con Jairo Dueñas, director de la revista Cromos, en septiembre de 2013, el delantero Faustino el “Tino” Asprilla no dejó duda alguna de lo que sucedió en el seno de la Selección. La estrella se refirió a la debacle en Estados Unidos, cuando Colombia fue eliminada en la primera ronda tras caer derrotada ante Rumania y EE. UU.: “Yo creo que nosotros no le dimos la importancia que requería. Nosotros nunca estudiamos el rival, no sabíamos cómo jugaba Rumania, no sabíamos cómo jugaba Estados Unidos, fuimos los últimos en llegar al mundial. Nos hospedamos en un hotel donde estaban todos los familiares, todos los periodistas.De la habitación al comedor era una fiesta. No descansamos casi, mientras los otros estaban calladitos, estudiando, sabiendo cómo jugábamos”. Afortunadamente, esos tiempos quedaron atrás. El método Pékerman se impuso, como quedó demostrado el 9 de junio de 2012, un día antes del crucial encuentro con Ecuador, el segundo de él como técnico, en la ruta a Brasil. Ese día, cuando la delegación colombiana llegó a Quito, decenas de compatriotas tenían preparado un caluroso recibimiento al frente del hotel de la concentración, con música y banderas. Pero la guachafita quedó en veremos porque Pékerman ordenó que el bus ingresara por la puerta trasera del hotel Sheraton, en Quito. Los hinchas, que otrora tenían acceso ilimitado a sus ídolos, debieron contentarse con verlos por televisión. La llegada de Pékerman estuvo acompañada de reglas claras y por ello dirigentes, periodistas y futbolistas pudimos compartir el momento más brillante de la historia del fútbol colombiano. Con la clasificación a Brasil, los dirigentes sacaron pecho, los periodistas hicimos del éxito de la Selección nuestro propio éxito y los jugadores entraron al corazón de los colombianos como grandes héroes. Todo, gracias a la propuesta de jugar limpio para construir la gloria. En el mundial del 2014, Colombia fue sensación por su fútbol y ganadora por primera vez del juego limpio en una Copa del Mundo. Una muestra inequívoca de que ser decente paga. CAPÍTULO 2 PRIMER MENSAJE: LA INDEPENDENCIA Cuando el arquero de Alemania Jens Lehmann voló al palo izquierdo y contuvo el disparo de Esteban Cambiasso en la definición desde el punto blanco de penalti, Néstor Pékerman ya tenía decidido su futuro. El fallido disparo del mediocampista significó la eliminación de Argentina en cuartos de final de la Copa del Mundo en Alemania 2006, pero aun si los gauchos hubiesen alcanzado el campeonato, Pékerman sabía que su ciclo con la Selección de mayores había llegado a su fin. Mientras el técnico digería la derrota con sus jugadores en la parte baja del Estadio Olímpico de Berlín, en uno de los palcos del escenario se encontraba el todopoderoso Julio Grondona, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, AFA, quien le reprochaba en duros términos por no haber utilizado a Leonel Messi, el juvenil que un año atrás se había coronado campeón mundial sub-20 en Holanda. En aquel certamen en 2005, Messi empezó a descollar como una gran figura y en el partido final frente a Nigeria anotó los dos goles que le dieron el campeonato a Argentina. Grondona cuestionaba a Pékerman con el argumento de que si hubiese alineado a la nueva joya del fútbol mundial, el partido habría terminado sin llegar a la ruleta de los penaltis, instancia en la cual Argentina fue eliminada por los alemanes después del empate 1-1 en el tiempo reglamentario. La derrota tuvo un sabor aún más amargo porque el onceno gaucho se despidió del mundial sin haber perdido un solo partido. Más allá del desprestigio en el que Grondona quiso embarcar al entrenador por una decisión que con el paso del tiempo ha tenido más especulaciones que respuestas ciertas, al final reconoció la independencia total y absoluta de su técnico. Algo inusual si se tiene en cuenta el poder arrollador que alcanzó el llamado Papa del fútbol. La prematura salida de Argentina de la Copa de Alemania en 2006 fue tan decepcionante para Grondona que no dudó en exclamar a los cuatro vientos: “¿Qué tenemos que hacer los dirigentes para que esas decisiones no solo sean de los técnicos?”. No obstante, Grondona se quedó con los crespos hechos y no pudo hacerle reproche alguno al entrenador porque justo en el momento en que descendía del palco ya Pékerman anunciaba su renuncia en una concurrida rueda de prensa. Con su dimisión, Pékerman canceló cualquier juicio oficial en su país, pero dejó abierta la puerta a toda clase de especulaciones en el sentido de que no haber alineado a Messi pudo ser un factor determinante en su salida. Algún sector de la prensa argentina aseguró que la dimisión fue un mea culpa, aunque sus más cercanos colaboradores lo desmienten. Como el profesor Gerardo Salorio, el preparador físico que lo acompañó desde 1994, cuando Pékerman fue escogido para liderar la reconstrucción del fútbol juvenil de Argentina. En una charla para este libro, Salorio sostuvo que en 2004, cuando Pékerman asumió la dirección técnica de Argentina, le dijo que se iría en 2006 porque en ese momento ya se habría cumplido su periodo como entrenador. “Decía que iba a cumplir solo un ciclo con el equipo y creo que con el paso del tiempo él tuvo la razón porque en Argentina no se puede trabajar, no hay tiempo”. Una vez terminó la rueda de prensa, Grondona llamó a Pékerman y le pidió continuar al frente de la Selección con su cuerpo técnico, pero este ratificó su intención de retirarse. De regreso a Buenos Aires desde Alemania, unas cinco mil personas esperaban al equipo, pese a la derrota. Eran las dos de la madrugada y afuera hacía un frío terrible por el fuerte invierno. Los fieles hinchas no asumieron lo sucedido en Alemania como un fracaso, y lejos de recriminaciones y ofensas alentaron al equipo, cuyos integrantes salieron en medio de la multitud, que arrojaba todo tipo de camisetas para que se las autografiaran. Salorio acompañaba en ese instante a Pékerman y, según recuerda, le dio un consejo: “Déjales una frase. Mándalos a dormir tranquilos, diles que lo vas a pensar, no les digas que vas a renunciar”. Aun cuando en los siguientes días Pékerman escuchó la opinión de su grupo más cercano, de nada valió porque ya tenía tomada la decisión de irse. “Hoy, con el paso del tiempo, considero que el suyo era un ciclo cumplido. En su momento no me parecía. Después, viendo el proceso y lo que pasó, digo: ese desgraciado tenía razón”, sostiene Salorio. Contrario a lo que piensa el profe Salorio, Enrique Merelas — aquel que convenció a la cúpula de la AFA de que Pékerman era el técnico ideal para las juveniles— cree que este no debió renunciar porque lo veía capacitado para alcanzar con Argentina un campeonato del mundo. “En ese instante yo no estaba atento, porque de lo contrario no lo dejo renunciar. Cuando me enteré, bajé y él ya iba para la conferencia de prensa a anunciar su retiro”. Lo cierto es que las relaciones de Pékerman y Grondona habían empezado a deteriorarse meses antes del mundial, cuando el técnico perdió el control de los juegos amistosos de la Selección. El zar del fútbol argentino había vendido a empresarios rusos los partidos preparatorios y la elección de los rivales no fue consultada con el cuerpo técnico, siempre celoso de lo que les conviene a sus equipos a la hora de foguearse. La actitud arrogante de Grondona molestó a Pékerman y por esa razón empezó a decir en privado que su permanencia en la Selección tenía fecha de vencimiento. El desgaste fue mayor porque pocos días antes del inicio de la Copa del Mundo en Alemania se produjo un incumplimiento en pagos a los jugadores, lo que hizo aún más difícil la armonía entre las partes. Y si a eso se le agregaba el reproche público de Grondona por el tema Messi, el panorama solo mostraba una gran pérdida de confianza mutua. Un duelo entre la soberbia de Grondona y la independencia de Pékerman podría dejar heridas difíciles de restañar. La independencia del técnico y el distanciamiento con Grondona se hicieron públicos el 9 de diciembre de 2005, cuando Pékerman no asistió al sorteo de la Copa del Mundo realizado en la ciudad alemana de Leipzig. Su ausencia fue notoria, pues fue el único entrenador que faltó en la ceremonia, transmitida en directo a 145 países. Raúl Gámez, actual presidente de Vélez Sarfield y reconocido opositor de Grondona, recuerda lo que sucedió por aquellos días: “Detrás de ese episodio hay una historia muy larga. Muchos técnicos le dijeron no a la Selección Argentina, como Marcelo Bielsa y Carlos Bianchi. Pékerman también se marginó al terminar el Mundial de Alemania, pese a que tenía la posibilidadde seguir porque había hecho las cosas muy bien. Eso marca una característica porque Grondona quería entrometerse más de la cuenta. Pérkerman me comentó algo de eso”. ¿Pero qué pasó con Messi? ¿Por qué no jugó esos minutos finales cuando se le escapaba el triunfo a Argentina, que faltando diez minutos para el final le ganaba a Alemania con un gol de Ayala? ¿A qué le apostó Pékerman después del empate del alemán Miroslav Klose? Quienes estuvieron adentro pueden dar fe de lo que pensó el técnico en esos momentos. Uno de ellos es el exjugador y ahora técnico Gabriel Milito, quien integró la Selección de Argentina de esa época y aceptó hablar del tema para este libro. “Ese día, Hernán Crespo pidió que lo cambiaran; Alemania estaba llegando a través de muchos centros porque tenía futbolistas muy altos; el encargado de cubrir el poste era Hernán, el hombre más alto y uno de los más importantes a la hora de defender en las pelotas detenidas. Faltaba poco tiempo para que se acabara el partido y Argentina ganaba 1-0. Entonces José eligió a Julio Cruz por una cuestión lógica: era alto, grande, iba bien al cabezazo. Pero en esas cosas que pasan en el fútbol nos empataron. Si hubiese puesto a Leo o a otro futbolista de similares características, como por ejemplo Pablo Aimar, y te hacen un gol de pelota parada, el reclamo hubiese sido por qué no puso a Cruz en vez de estos chicos para defender la pelota parada si se iba ganando. El fútbol siempre se analiza con el resultado puesto, pero la decisión había que tomarla rápidamente, y José eligió esa opción. Yo en ese momento no la vi mal”. Es cierto. Hoy hablan de Messi y resulta inexplicable no tenerlo en la cancha, pero en 2006 era apenas un niño que ni siquiera fue titular de Argentina en el juvenil de Colombia en el 2005 y llegó de suplente al mundial de ese mismo año en Holanda. Claro, los gauchos ganaron el título gracias a la estelar actuación de Messi. Quién más que Pékerman para conocer lo que podía dar a los 18 años un chico que apenas estaba descubriendo la responsabilidad de la alta competencia. Fue el mismo Pékerman el que lo encontró en España cuando fungía de director deportivo del Leganés y llamó a Hugo Tocalli, su asistente de los primeros años y en ese momento su sucesor en las juveniles, para decirle que se había fugado de Argentina un fenómeno en ciernes llamado Leonel Messi. El impacto del descubrimiento fue tan grande que la AFA inició una carrera contra el reloj para bloquear al chico, hasta ese momento desconocido en América, y evitar que la Selección de España lo convocara. En aquellos días, futbolista prejuvenil o juvenil que vistiera la camiseta de otro país quedaba inhabilitado el resto de su vida. Entonces surgió la siempre rápida y contundente capacidad de pensar y ejecutar de Julio Grondona, quien en un abrir y cerrar de ojos logró llevar a Messi a Buenos Aires para jugar un amistoso montado de urgencia frente a la Selección de Paraguay, que cayó goleada 8-0. Messi marcó el séptimo. Para conjurar la emergencia fue necesario completar los once de Paraguay con jugadores de esa nacionalidad que residían en la capital argentina. Así, Pékerman, el especialista en juveniles, el formador y triple campeón del mundo juvenil, tenía toda la autoridad e independencia para saber qué hacer en un partido de alta complejidad como aquel frente a Alemania. Más allá de sus conocimientos sobre lo que necesitaba el partido, tenía claro que Messi era más futuro que presente. Fuentes cercanas a ese cuerpo técnico de 2006 consultadas para este libro, aseguran que Pékerman vio a Messi en ese mundial como una buena opción para situaciones ya resueltas, como en aquel partido en el que debutó a los 75 minutos y en el minuto 82 marcó el sexto gol de Argentina en la goleada frente a Serbia. “Era un joven distendido que pasaba mucho tiempo jugando Play Station, lejos de la concentración de los jugadores grandes y maduros que estaban conectados todo el tiempo con el juego que venía, lo que hacía difícil darle la inmensa responsabilidad de ir a un partido con características de final”. Es claro que la polémica será eterna y que, como pasó con Maradona en el mundial de 1978, siempre habrá opiniones encontradas. Pero a diferencia de Maradona, que graduó de enemigo a César Luis Menotti porque lo excluyó días antes de la Copa del Mundo privándolo de ganar su primer título de mayores, Messi no expresa resentimiento alguno contra Pékerman. Por el contrario, sus opiniones sobre el entrenador están llenas de gratitud y respeto, como lo testimonia Martín Arévalo, el periodista más cercano a los jugadores de las selecciones de Argentina y uno de los más creíbles comunicadores de Argentina: “A José siempre se le remarca que en 2006 Messi se haya quedado de suplente. Esa es una mirada, la otra mirada es que José llevó a Messi a un mundial siendo una pulga. Entonces, depende del lado en el que uno quiera ver el vaso, medio lleno o medio vacío. Yo creo que ha tenido un montón de méritos, y lo que piensa hoy el futbolista de él es eso, es unánime”. Cuando Pékerman llegó a Colombia, hizo manifiesta de diversas maneras la independencia de la que hizo gala en sus tiempos de entrenador de las selecciones juveniles de Argentina. Primero, al no aceptar el cargo cuando le querían armar su cuerpo técnico; después, eligiendo él y solo él, los rivales para los partidos preparatorios y luego revocando el veto que la dirigencia del fútbol profesional les había impuesto a los futbolistas que recobraron su libertad laboral por incumplimiento salarial de los clubes o terminación unilateral de sus contratos. Muchos de esos jugadores debieron empacar maletas y buscar un mejor futuro en el exterior, en la mayoría de los casos respaldados por la FIFA, que en cumplimiento de la legislación europea terminó con el antiguo régimen de pases y transferencias que esclavizaba a los futbolistas e impedía su derecho al trabajo. En el mundo futbolístico era sabido que todos aquellos que desafiaron el poder mafioso de algunos clubes quedaron excluidos de las convocatorias a la Selección Nacional. Al contratar a Pékerman, a los dirigentes les quedó claro que todos eran elegibles. El caso de Edwin Valencia, exjugador del América de Cali, es el más llamativo pues trascendió más allá de lo administrativo y hasta debió soportar amenazas luego de reclamar a través de la comisión del jugador de la FIFA su transferencia internacional para fichar por el Atlético Paranaense, el primer equipo que le dio trabajo en Brasil. Romper el veto que rodeaba a Valencia fue el primer gran punto a favor de Pékerman frente a los futbolistas colombianos porque después de mucho tiempo llegó alguien con autoridad e independencia a blindarlos frente a la odiosa discriminación que les impedía el sueño y el honor de ponerse la camiseta de la Selección Colombia. El mensaje quedó claro: para el nuevo técnico los futbolistas estaban por encima de todo y así lo reconfirmó en aquel episodio circense del vuelo que en junio de 2012 traía a los jugadores de Lima a Bogotá, después de ganarle 1-0 a Perú. Aquella vez, en el mismo avión se mezclaron los cansados futbolistas con los alegres directivos, patrocinadores e invitados. Muchos de ellos exteriorizaron la alegría natural del triunfo y otros, muy pocos, ayudados por algunas copas de más, se hicieron notar más de la cuenta. Como era usual, toda la primera clase estaba reservada para los dirigentes, menos una silla asignada a Pékerman. Más atrás estaban los jugadores, que soportaban con estoicismo la incomodidad de quienes querían una foto para la tía o un autógrafo para el sobrino. Hubo un momento de tanto desorden por la desenfrenada euforia que las nalgas de un senador invitado que recorría los pasillos del avión quedaron a la altura de la cara de Pékerman, que había renunciado a la primera clase para solidarizarse en económica con sus jugadores. Muchos sintieron pena ajena. Una vez en Bogotá, el cuerpo técnico no ocultó su disgusto. Pékermanquería tener concentrados a sus jugadores y no le pareció bien hacer parte de la fiesta organizada dentro del avión. Además, el tiempo de recuperación del grupo se reducía notablemente porque el siguiente partido era setenta y dos horas después. Sin importar el qué dirán, Pékerman determinó ese día cambiar la logística de la Selección y modificó radicalmente la relación con los patrocinadores, los directivos y los hinchas pudientes que se ufanaban de viajar con el equipo nacional. A partir de ese momento, la primera clase fue para los jugadores titulares y más atrás cada hilera de tres puestos era ocupada por un futbolista para que pudiera estirar las piernas y viajar con comodidad. El resto del avión quedó separado por una frontera invisible controlada por Eduardo urtasun, el encargado de la disciplina en el plantel. Así, Pékerman aplicó de entrada en Colombia la teoría de la independencia en la toma de decisiones. Tuvo a su favor que no encontró gran resistencia porque el equipo estaba muy abajo en la tabla de clasificación a Brasil y el sueño de regresar a un mundial superaba ampliamente el ego de muchos directivos. El único que sabía de la libertad de acción que tendría Pékerman fue el presidente de la Fedefútbol, Luis Bedoya, quien lo acordó así con el argentino en el momento de contratarlo. Los textos sobre manejo y conducción de grupos definen claramente dos palabras: autonomía e independencia. Autonomía es la capacidad de decidir por sí mismo qué hará o cómo enfrentará determinada situación; independencia es la posibilidad individual de ejecutar esas acciones por sí mismo. Tres decisiones, una de fondo y dos de forma, tomadas por Pékerman semanas después de llegar a la Selección Colombia, retrataron de cuerpo entero su autonomía e independencia. La primera tuvo que ver con el rompimiento de una vieja costumbre según la cual los técnicos de la Selección daban a conocer con varias horas de anticipación cómo alinearían a sus jugadores dentro del campo de juego. En Lima, ante Perú, Pékerman hizo saber que en adelante la formación solo se conocería en el vestuario, poco antes del encuentro. Lo que hizo el técnico fue aplicar un viejo concepto según el cual los detalles son determinantes a la hora de ganar o perder en cualquier competencia. En este caso, mostrar las cartas antes de tiempo significaba una ventaja para el contrario. La segunda tiene que ver con una decisión sencilla en apariencia pero importante en el trámite de los partidos. Pékerman descubrió que el arquero David Ospina era demasiado visible porque usaba un uniforme rojo fosforescente que facilitaba la visual de los jugadores rivales a cualquier distancia. Ante Perú, en Lima, el portero tuvo un cambio radical y salió al campo de juego con un uniforme gris que lo camufló respecto del fondo de la tribuna, donde predominaba el color gris del cemento. La tercera habría de ser determinante y demostraría que además de autonomía e independencia, Pékerman mantenía intacto su olfato. Ocurrió en el instante en que ordenó que le entregaran a James Rodríguez la camiseta marcada con el 10. Fue una decisión arriesgada porque ese número significa que quien la usa tiene una enorme jerarquía dentro del equipo, y James apenas asomaba como una estrella en el firmamento. La historia confirmaría que, como sucedió con Messi, el técnico no se equivocó porque James no solo fue goleador y autor del mejor gol en Brasil 2014, sino que daría un gran salto en su carrera al ingresar al Real Madrid, donde cumple una destacada actuación. CAPÍTULO 3 LA MINUCIA, SINÓNINO DE PLANEACIÓN A José Pékerman siempre se le oyó decir que en un mundo tan competido como el de hoy solo los pequeños detalles marcan la diferencia. Por eso una de sus especialidades es adelantarse a los hechos y para conseguirlo dedica la mayor parte de su tiempo a investigar. Quienes han compartido alguna concentración con Pékerman saben que permanece horas y horas en su habitación, donde examina decenas de videos, analiza los informes de sus ayudantes y evalúa el entorno que precede a una competencia. Con esa sencilla manera de actuar fue que Colombia regresó a un mundial de fútbol al cabo de dieciséis años de ausencia. Luego de acompañar a la Selección Colombia durante los últimos años, no me queda duda de que Pékerman es el hombre de los detalles. Para sustentar esta idea puedo reseñar decenas de episodios. Todavía hoy desafía la credibilidad el hecho de que en septiembre de 2013, el día del crucial partido contra Ecuador en Barranquilla, Pékerman hubiese enviado a un funcionario de la Fedefútbol a la torre de control del aeropuerto Ernesto Cortizzos de Barranquilla. ¿La razón? La ciudad había sido azotada por un torrencial aguacero y él necesitaba saber cómo se comportaría el clima para planear el encuentro, suspendido por largo tiempo debido al encharcamiento del terreno de juego. Con la información precisa que el “espía” de Pékerman envió desde el aeropuerto sobre la duración de la tempestad y la cantidad de agua que caería en la zona del estadio, el técnico manejó los ritmos del difícil partido y finalmente lo ganó con gol de James Rodríguez. Otro ejemplo claro de planificación, de cuidado de la minucia, fue aquella complicada expedición de marzo de 2013 a Puerto Ordaz para jugar contra Venezuela. Lo primero que determinó el cuerpo técnico fue contratar un servicio de seguridad integrado por argentinos para blindar el hotel y evitar cualquier contaminación en los alimentos, algo que ya habían insinuado algunas selecciones que enfrentaron a Venezuela. Para curarse en salud, aquella vez llevaron desde Colombia el agua, los alimentos y el chef, y una buena cantidad de ventiladores de batería para refrescar a los jugadores en el vestuario cuando quitaran premeditadamente la energía para sofocarlos en el camerino, como en efecto ocurrió. Y ni qué decir de la bronca que generó en Argentina el rechazo de Colombia a los servicios de transporte y seguridad que la AFA le había asignado para su encuentro con los gauchos en Buenos Aires en junio de 2013. Pékerman y su equipo de colaboradores conocían perfectamente la capacidad de espionaje de los locales y por eso decidieron aislarse en el complejo deportivo de Cardales, en las afueras de la capital argentina. De esa manera no solo evitaron la violación de la intimidad del equipo, sino el estrés producido por decenas de aficionados que se aglomeran frente a los hoteles para hacer ruido con cornetas y tambores, con la perversa intención de que los visitantes no puedan dormir la noche anterior al partido. Fue allí en Buenos Aires donde la capacidad de anticiparse a una eventual crisis tuvo su mayor logro, cuando se frustró el desleal golpe que los dirigentes locales tenían montado para debilitar el ánimo de la Selección Colombia. El 7 de junio de 2014, día del partido frente a Argentina, estaba planeado encarcelar al delantero Teófilo Gutiérrez, quien enfrentaba un proceso judicial por incitación a la violencia en un juego de la liga local en noviembre de 2012. Cuando fueron a detener a Teo, el segundo goleador de la Selección, una legión de abogados, dirigentes y diplomáticos colombianos lograron neutralizar la oscura arremetida que terminó con el simple pago de una multa. La emboscada fue desactivada a tiempo, pero era claro que el ambiente previo al partido era hostil. Planear no es algo que haya aprendido solamente cuando empezó a dirigir equipos de fútbol. Planear hace parte de la manera de vivir de Pékerman. Los elegidos para integrar el primer cuerpo técnico cuando él asumió la dirección de la selección juvenil de Argentina en 1994, recuerdan que el punto de su propuesta referido a la planeación fue el que convenció a Grondona para nombrarlo. Así lo rememora Gerardo Salorio, su preparador físico de entonces: “El plan consistía en revolucionar el fútbol argentino, buscar los jugadores casa por casa, timbre por timbre. No levantar el teléfono y preguntar por un jugador determinado.Teníamos que ir a verlos; veíamos siete partidos y veíamos siete veces al mismo jugador. Y ahí tirábamos opiniones. ‘¿Qué te parece García? De local es agresivo, de visitante se arruga; esto y lo otro’. Luego le dábamos el formato a Pékerman y él decidía si lo traía o no. Ese era nuestro trabajo con Hugo Tocalli y Eduardo Urtasun. Él nos daba una hoja y teníamos que decir cómo se paraba el equipo tácticamente y cómo se movían los jugadores. Hacíamos el informe, lo archivábamos y él lo leía y luego decidía”. Esa manera de trabajar la ha mantenido con la Selección Colombia, a la que le ha agregado jugadores que no han estado en el radar del común de la gente, pero a los que les hace seguimiento para llenarse de suficientes motivos y finalmente convocarlos, como ocurrió en los primeros amistosos del 2014 frente a Barehin y Kuwait, donde sorprendió con la convocatoria de los laterales izquierdos Darwin Andrade y Jonathan Mojica y el delantero Andrés Rentería, a quienes seguía en silencio desde varios meses atrás. Hace mucho rato los dirigentes del fútbol colombiano y los empresarios entendieron que Pékerman no tiene ventanilla para recomendados y saben que esa ha sido su manera de actuar desde siempre. Lo que hace, lo hace porque lo planifica y buena parte del éxito de su estrategia está en la discreción de sus decisiones. Así lo percibí un día en Barcelona, después de enfrentar a la Selección de Túnez en el estadio del Deportivo Español cuando nos encontramos en el restaurante del hotel Princesa Sofía, a dos cuadras del Camp Nou, el estadio del Barca. Él desayunaba con un amigo y yo con mi esposa y mi hija. Cortés como siempre, pasó a saludar y accedió a tomarse una foto con mi pequeña. Cruzamos algunas palabras sobre el partido y cuando le pregunté por su itinerario me contestó que se quedaba en España viendo algunos juegos. Ahí se disparó mi instinto de reportero y le pregunté: ¿qué juegos va a ver? Respondió con una sonrisa pícara y se despidió con un amable “después hablamos, que pasen feliz día”. Sabía que si revelaba el nombre de los equipos yo podría cruzar el dato con los jugadores colombianos que actuaban en España y descubriría sus intenciones. Varios meses después sorprendió con la convocatoria de Jeison Murillo, el joven defensor central del Granada y ahora nuevo jugador del Milán de Italia. El mundial no se había jugado y Mario Alberto Yepes no se había retirado, pero Pékerman ya había dado un paso adelante y tenía alternativas para la eventual renovación de la zaga colombiana. Ese es el valor agregado de Pékerman. Es uno de los pocos técnicos en el mundo que tiene como principio no dejarse sorprender por los acontecimientos; es un hombre que aun cuando no tenga puesto el suéter de entrenador sigue pensando en la siguiente jugada. Es un hábito en su vida pensar en todo sin importar en los sacrificios personales que deba realizar, porque sabe que si quiere seguir siendo un líder seguido por sus pupilos debe predicar con el ejemplo. Como en aquel noviembre de 2014 en Nueva York, cuando recibió la triste noticia de la muerte de su madre en Buenos Aires y se negó a viajar antes del juego frente a Estados Unidos que Colombia ganó 2- 1. Ese día saltó al campo del estadio del New York Redbull con los ojos aguados por la tristeza, pero con la frente en alto diciéndole al mundo que la mejor manera de homenajear a su progenitora era cumplir con el deber. No era la primera vez que lo hacía, pues recién nombrado técnico de la selección juvenil de su país en 1994 él y su cuerpo técnico estuvieron concentrados con los jugadores el 24 y 31 de diciembre. En su plan estaba no perder un solo día de los entrenamientos planeados y para ello esgrimió un discurso que todavía hoy repite: “Siempre hay que sacrificar algo para lograr el objetivo”. Una de las jugadas más audaces en materia de planeación la dio el 15 de agosto de 2012, cuando convocó 24 jugadores para las fechas FIFA de ese mes. Es una ocasión que las selecciones aprovechan al máximo para afinar sus estrategias de juego. Hasta ese momento, Pékerman solo había dirigido dos partidos de la eliminatoria al frente de la Selección Colombia: uno con victoria 1-0 frente a Perú en Lima —con gol de James y jugando mal—, y otro con derrota 1-0 frente a Ecuador en Quito, también jugando mal. En esa alineación había caras nuevas, como la de Edwin Valencia, a quien personalmente le seguía los pasos en Fluminense, no una, ni dos, sino varias veces, con viaje secreto a Río de Janeiro incluido, para estar seguro de lo que tenía y podía dar; también llamó a la concentración a Faryd Mondragón, Magnely Torres, Darwin Quintero y Carlos Valdez. Suponíamos que la mejor manera de encontrar ese fútbol fluido que nos condujera al Mundial de Brasil era jugando, pero para sorpresa de todos el técnico desdeñó de los partidos de fogueo para concentrarse con sus jugadores en Madrid, España. Por el contrario, Uruguay y Chile, nuestros siguientes rivales, enfrentaron a Francia y a Ecuador con empate 0-0 para los uruguayos y derrota 3-0 para los chilenos. Entretanto, la prensa colombiana despellejó al cuerpo técnico y a los directivos por tan absurda decisión porque era evidente que al equipo le faltaba fútbol para armonizar las ideas del nuevo entrenador, y mucho más con la llegada de algunos jugadores ignorados en el proceso anterior de “Bolillo” Gómez y Leonel Álvarez. No obstante y a juzgar por los resultados posteriores, la decisión fue acertada. Allá en Madrid, por primera vez al mando de la Selección, Pékerman y sus asistentes realizaron más de seis entrenamientos, algo difícil de conseguir en el actual esquema de las eliminatorias, donde los jugadores llegan casi que directo a la cancha para competir. Este encuentro jugadores-cuerpo técnico, que muy pocos entendieron, fue bautizado con el extraño nombre de “microciclo”. En efecto, veinte días después, el 7 de septiembre de 2012, con una nómina renovada, con jugadores que se adaptaban a las ideas ofensivas del entrenador, Colombia pasó por encima de Uruguay y lo goleó sin misericordia 4-0 en el Metropolitano de Barranquilla. Colombia necesitaba una victoria así para volver a creer. Pékerman se salió con la suya porque el famoso “microciclo” español acabó las críticas y en ese partido Colombia entró al exclusivo grupo de los clasificados al mundial. Lo que vino después fue inolvidable: el 11 de septiembre, Colombia le ganó a Chile 3-1 en su casa, en la cancha de Colocolo en Santiago; luego fue Paraguay el que se rindió ante la clase de Falcao García, que marcó los dos golazos del 2-0; más tarde, la víctima fue Bolivia, que recibió un estrepitoso 5-0 de la revitalizada Selección Colombia. Fueron 14 goles en cuatro partidos, un promedio de tres y medio por cotejo, algo realmente asombroso comparado con los antecedentes recientes del equipo. Ya ninguno de nosotros se acordó más del palo que le dimos a Pékerman por no jugar los partidos FIFA. Las cifras eran más que elocuentes: en cuatro juegos ganamos doce puntos y la Selección ya estaba en el segundo puesto en la tabla de clasificación con 19 puntos, a escasos cuatro del líder Argentina, que tenía un partido más. Sutilmente, Pékerman hizo referencia al tema en una rueda de prensa en la que habló de la importancia de haber reunido a los jugadores para que conocieran sus ideas e interpretaran en la cancha sus nuevos conceptos tácticos. Se trata de variantes que desequilibran, como aquella que implementó en la victoria ante Chile, cuando puso a Edwin Valencia como volante central o “cabeza de área” como lo llaman los brasileños, para equilibrar la zaga metiéndose entre los defensores centrales. Ese es un movimiento usual cuando se tienen laterales ofensivos como históricamente los ha tenido Brasil y en ese momento Colombia los tenía con Camilo Zúñiga y Pablo Armero. Es muy posible que otro técnico hubiese salido al balcón a pasar cuenta de cobro con arenga incluida, pero las revanchas no hacen parte de la personalidadde Pékerman, como lo asegura el más influyente relator del fútbol argentino en los últimos treinta años, el uruguayo Víctor Hugo Morales: “Yo he alternado elogios y críticas hacia Pékerman, como con todas las figuras que hacen al deporte. Lo que resalto de él es la elegancia que siempre tiene frente a la crítica o el elogio. Es un hombre muy medido, muy equilibrado, muy humilde si se quiere, que no tiene a su personalidad como el ombligo del mundo, y por lo tanto convive bien, incluso con aquellos aspectos en los cuales se pueda disentir con él”. Morales señaló que Pékerman ha sido muy coherente “porque organizó un seleccionado como el argentino en Alemania que, para mí, se adelantó al Barcelona. Si uno mira el gol convertido por Cambiasso, no me acuerdo si era contra Serbia y Montenegro, hubo 26 o 27 toques seguidos. Barcelona ha sido elogiado como el mejor equipo que ha existido. Por lo tanto, el creador de la misma estirpe merece mucho reconocimiento”. La planeación en Pékerman pasa de cierta forma por la capacidad de adivinar el futuro. Obviamente eso es muy difícil de precisar, pero los jugadores sí tenían motivos para pensar que su técnico tenía una especie de bolita de cristal. Esa es la sensación que sentía Gabriel Milito cuando en el terreno de juego sucedía lo que ya Pékerman había vaticinado. “Recuerdo charlas con compañeros después de acabar el partido o de varios partidos, donde hablábamos de la visión y de la intuición que tiene José, porque todo lo que nos había dicho que iba a pasar, pasó. Nos ha tocado perder partidos de una manera que previamente ya José nos había dicho: “hay que tenerle atención a esto o aquello”, y luego hemos perdido o también hemos ganado partidos atacando de la forma que él nos pedía. Y eso creo que es una gran virtud que está al alcance de muy, muy pocos”. Con los resultados obtenidos llegó un momento en que el barco se había estabilizado y la Selección navegaba por las mejores aguas rumbo a la clasificación. Los exigentes controles habían llegado a un justo medio y la prensa tenía un poco más de cercanía con técnicos y futbolistas. En medio de ese entorno positivo, poco antes de un partido de fogueo frente a Serbia —que Colombia ganó 1- 0—, me encontré en el lobby del hotel Princesa Sofía en Barcelona con el profesor Urtasun, el eterno acompañante de Pékerman y jefe de disciplina de la Selección. Apenas me vio y nos saludamos, en tono amable me abordó con la siguiente frase: “ustedes los periodistas no entendieron en su momento la importancia de ese microciclo en Madrid”. Lo miré directo a los ojos y presentí que el discurso era más largo. Entonces hice una pausa para darle a entender que disponía del espacio suficiente para terminar la explicación. “En esa época del año siempre es mejor entrenar que competir —continuó, serio pero afable—. En agosto los futbolistas salen de pretemporada y muchos tienen riesgo de lesiones graves. Además teníamos jugadores recién transferidos, como Fredy Guarín, sin acondicionamiento alguno y otros como David Ospina sin definir el futuro con su club. Antes que jugar necesitábamos implantar las ideas de lo que Pékerman quería y la mejor manera era compartiendo, parando y repitiendo”. Al profe Urtasun solo le faltó decirme que en el equipo de trabajo de Pékerman todo se premedita, nada se improvisa. Pero no era necesario, pues en ese momento ya tenía los suficientes argumentos para entender que al frente de la Selección estaba un equipo de trabajo con perfil empresarial. Llevaba más de once meses investigando y siguiendo sus pasos para plasmar en mi primer libro —Colombia es mundial— la historia de cómo regresamos a la Copa del Mundo y confirmé que mucho de lo que pasó fue planificado sin dejar nada al azar, porque en el fútbol las clasificaciones no siempre se ganan en la cancha. Entonces ya tenía claro cómo y por qué insistió tanto para que los jugadores usaran medias blancas porque son más visibles para los árbitros cuando golpean a nuestros delanteros, como me lo corroboró el exárbitro y hoy instructor FIFA, Óscar Julián Ruiz; o como convenció a los amonestados para que embetunaran de negro sus zapatos blancos, haciéndolos menos notorios cuando cometieran una falta para evitar una amonestación que los sacara del próximo juego por acumulación de amarillas. El fútbol es sin duda alguna el reality más cercano a nuestras vidas. Para llegar al éxito es necesario planificar aun siendo entrenador, dirigente, presidente de una multinacional o un pequeño o mediano empresario. En todos los casos se debe ser ejecutivo y así lo prueba la relación de Pékerman con Roberto Dinoia, su amigo de toda la vida y hoy convertido en un próspero empresario gastronómico de Buenos Aires. En una extensa charla para este libro, Dinoia recordó las charlas que ha sostenido con Pékerman sobre este tema. “Hablamos del grupo de gente que yo tengo trabajando en mi negocio, 22 o 23 personas, y del grupo de gente que él tiene trabajando. Por ejemplo, a mí me pasó tal cosa con el mesero o el cocinero y a él con un determinado jugador, por lo que sea, una lesión, una convocatoria; ahí nos damos cuenta de que hay similitudes entre mi empresa comercial y un equipo de fútbol. Eso nos enriquece para darnos cuenta de las cosas que se pueden cambiar o prever”. Alguna vez el entrañable arquero Miguel Calero me dijo: “No me desee suerte, deséeme éxitos porque la suerte es para el que no sabe”. Queda claro que quien triunfa es porque planifica. CAPÍTULO 4 EL SECRETO DE ESTAR BIEN RODEADO El ejemplo puede sonar a exageración, pero entrar al círculo íntimo de José Pékerman equivale a hacer parte de la exclusiva y selecta selección de astronautas de la Nasa. Primero, porque los elegidos por el veterano entrenador argentino tienen claro desde el primer momento que se convierten en custodios de grandes secretos, los que implican la alta competencia. En este caso, la preparación de los jugadores y el nivel y características de los rivales. Por ello, la discreción y lealtad son tan exigentes que parecen ogros pues escasamente saludan para evitar que alguien invada sus terrenos. No con esto se puede decir que son malas personas o que los rodea un halo de prepotencia; por el contrario, son buenos tipos que rehúyen cualquier contacto para no pasar una pena mayor cuando alguien pregunta más allá de los límites. No les importa ponerse colorados un ratico y no pálidos toda la vida. Son verdaderos guardianes del proyecto que por años ha desarrollado el exitoso entrenador. Por eso varios de ellos llevan más de dos décadas con él, porque han ratificado con creces que su silencio vale oro. Cuando empecé la búsqueda de información para este libro sabía con claridad meridiana que entre las fuentes de información no podía incluir al equipo de trabajo de Pékerman y por eso era forzoso acudir a quienes alguna vez hicieron esta tarea y hoy se sienten liberados para contar cómo se fabrica un proyecto ganador. Segundo, porque cuando fueron elegidos para estar al lado de Pékerman se comprometieron a estar con él las 24 horas del día, pendientes de las necesidades del entrenador y de sus planes de trabajo. Pero no solo eso. El equipo de colaboradores tiene que estar al tanto de los futbolistas elegidos, pero también de los que se encuentran en observación como aspirantes y, por supuesto, de los rivales. Los asistentes técnicos de Pékerman bien pueden estar frente a una pantalla de televisión todo un día y a veces todos los días de la semana viendo hasta cuatro y cinco partidos por jornada. Su maleta está todo el tiempo lista detrás de la puerta pues con mucha frecuencia es necesario viajar a ver los juegos del torneo colombiano en busca de nuevas opciones o para seguir de cerca a los que juegan en el exterior, pues es clave saber en qué nivel están. Pero miremos quiénes son los privilegiados que integran la coraza que protege el trabajo de Pékerman. Como en cualquier equipo, hay jerarquías y en la primera línea de confianza en los
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