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El papel del Corazón Dietrich Von Hildebrand Tomado del Libro: El Corazón, Dietrich Von Hildebrand. Biblioteca Palabra. Madrid, 2009. Páginas 10 en adelante. . I. Definición El término «corazón» ha tenido diferentes significados en la antigüedad (occidental), al igual que en las culturas islámica e hindú (…). Nos podemos referir en primer lugar al corazón como raíz de la afectividad. Así, del mismo modo que el intelecto es la raíz de todos los actos de conocimiento, el corazón es el órgano de toda la afectividad: todos los deseos y anhelos, todo «conmoverse», todos los tipos de felicidad y dolor están enraizados en el corazón en su sentido más amplio. Pero en un sentido más preciso, podemos usar el término «corazón» para referirnos sólo al centro de la afectividad, al verdadero núcleo de esta esfera1. En este sentido decimos de un hombre que tal o cual suceso ha golpeado verdaderamente su corazón. Al hablar así, contraponemos el corazón no al intelecto y a la voluntad sino a estratos menos centrales de la afectividad. Al decir que «algo golpeó el corazón de un hombre» deseamos indicar cuán profundamente le afectó este suceso; queremos expresar no sólo que un determinado suceso le ha preocupado o enfadado, sino que le hirió en el verdadero núcleo de su ser afectivo (…). II. Nociones filosóficas La esfera afectiva, y el corazón como su centro, han estado más o menos bajo una nube a lo largo de la historia de la filosofía. Han jugado un papel importante en la poesía, en la literatura, en las oraciones privadas (…), pero no en el ámbito de la filosofía propiamente dicha. Ésta lo ha tratado como a un hijastro. Esta condición de hijastro se refiere no sólo al hecho de que no se ha concedido ningún espacio a la exploración del corazón, sino que se aplica también a la interpretación que se ha dado al corazón cada vez que se ha tratado de él. 1 Cuando nos referimos al entendimiento, la voluntad y el corazón como tres potencias fundamentales o raíces en el hombre, cada una de las cuales gobierna su propio campo de experiencia, no pretendemos decir que cualquier vivencia, actividad o aventura del hombre se puede clasificar en uno u otro de estos ámbitos. La misteriosa riqueza del ser humano tiene tantos aspectos que el intento de clasificar toda la experiencia humana en alguno de esos tres reinos implicaría necesariamente el peligro de hacer violencia a la realidad. Lejos de nosotros sucumbir a esta tendencia que, en lugar de abrir la mente a la naturaleza específica de cada experiencia, fijaría a priori el reino en el que debe ser colocada. Con todo, sea cual fuere la naturaleza de muchas otras experiencias, estos tres reinos desempeñan un papel preponderante y tenernos toda la razón al hablar de tres centros fundamentales en el hombre. La esfera afectiva, y con ella el corazón, ha sido excluida del ámbito espiritual. Es verdad que encontramos en el Fedro de Platón las palabras: «La locura del amor es la más grande de las bendiciones del cielo». Pero cuando realiza una clasificación sistemática de las capacidades del hombre (como en La República), Platón no concede al corazón un rango comparable al del entendimiento. Sobre todo, es el papel que se asigna a la esfera afectiva y al corazón en la filosofía de Aristóteles lo que pone de manifiesto los prejuicios sobre el corazón. Hay que decir, de todos modos, que Aristóteles no se aferra de modo permanente a esta posición negativa sobre la afectividad. Así, por ejemplo, encontramos en la Ética a Nicómaco que «el hombre bueno no sólo quiere el bien, sino que también se alegra al hacer el bien». Pero, a pesar de que se conceda semejante papel a la alegría (que es obviamente una experiencia afectiva); a pesar, por tanto, de que la realidad forzó a Aristóteles a una contradicción entre sus planteamientos generales y el análisis de los problemas concretos, la tesis abstracta y sistemática que tradicionalmente ha sido considerada como la postura aristotélica sobre la esfera afectiva da testimonio inequívoco del menosprecio del corazón. Según Aristóteles, el entendimiento y la voluntad pertenecen a la parte racional del hombre, mientras que la esfera afectiva, y con ella el corazón, pertenecen a la parte irracional del hombre, esto es, al área de la experiencia que el hombre comparte supuestamente con los animales. Este lugar inferior reservado a la afectividad en la filosofía de Aristóteles es particularmente sorprendente ya que él mismo declara que la felicidad es el bien supremo que da razón de todos los demás bienes. Ahora bien, la felicidad tiene su lugar en la esfera afectiva, sea cual sea su fuente y su naturaleza específica, puesto que el único modo de experimentar la felicidad es sentirla. Esto es verdad incluso en el caso de que Aristóteles tuviese razón al sostener que la felicidad consiste en la actualización de lo que considera la actividad más excelente del hombre: el conocimiento. El conocimiento sólo podría ser la fuente de la felicidad, pero la felicidad misma, por su propia naturaleza, tiene que darse en una experiencia afectiva. Una felicidad solamente «pensada» o «querida» no es felicidad; se convierte en una palabra sin significado si la separamos del sentimiento, la única forma de experiencia en la que puede ser vivida de modo consciente. A pesar de esta contradicción evidente, el lugar secundario asignado a la esfera afectiva y al corazón ha permanecido, paradójicamente, como una parte más o menos aceptada de nuestra herencia filosófica. Toda la esfera afectiva fue asumida, en su mayor parte, bajo el capítulo de las pasiones, y siempre que se considera la afectividad en este capítulo específico, se insiste en su carácter irracional y no espiritual. Una de las grandes fuentes de error en la filosofía es la simplificación excesiva o la incapacidad de distinguir cosas que se deben distinguir a pesar de que se asemejen de modo aparente o real. Este error resulta especialmente desastroso cuando la falta de distinción conduce a identificar algo más elevado con algo mucho más inferior. Una de las principales razones para degradar la esfera afectiva, para negar el carácter espiritual a los actos afectivos y para rehusar al corazón un estatuto análogo al del entendimiento o la voluntad, es identificar de modo reductivo la afectividad con las experiencias afectivas de tipo inferior. Toda el área de la afectividad, e incluso el corazón, se ha visto a la luz de las sensaciones corporales2, los estados emocionales, o las pasiones en el estricto sentido de la palabra. Y así, lo que se niega correctamente a estos tipos de «sentimientos», se niega injusta y erróneamente a experiencias afectivas como la alegre respuesta a un valor, el amor profundo o el entusiasmo noble. Esta falsa interpretación se debe, en parte, al hecho de que la esfera afectiva comprende experiencias de nivel muy diferente, que van desde las sensaciones corporales a las más altas experiencias de amor, alegría santa o contrición profunda. La variedad de experiencias dentro de la esfera afectiva es tan grande que sería desastroso tratarlas todas como algo homogéneo (…). En el ámbito del entendimiento encontramos ciertamente tipos de experiencias muy diferentes, así como grandes diferencias en el nivel de experiencia. En efecto, hay un abismo entre un mero proceso de asociación y la profundización en una verdad necesaria y altamente inteligible, y el mariposeo de nuestra imaginación difiere de un silogismo filosófico no sólo en valor intelectual sino también en cuanto a su estructura. De igual modo, el ámbito de la afectividad, al abrazar toda clase de «sentimientos» (el término «sentimiento» es todo menos unívoco3), tiene una amplitud mucho mayor e incluye experiencias que difieren aún más unas de otras (…). Es cierto que Agustín falla a la hora de dar a la esfera afectiva y al corazón un estatuto análogo al de la razón y la voluntad –aunque subraya el papely el rango de la afectividad en problemas concretos–, pero de ningún modo acepta la posición griega de negar la dimensión espiritual a la afectividad y al corazón. San Agustín no coloca nunca al corazón y a la afectividad en la esfera irracional (…). Igualmente, en la tradición que se inicia con San Agustín se hace justicia al corazón y a la esfera afectiva, pero sólo en algunas afirmaciones aisladas y en el planteamiento general, como sucede, por ejemplo, con San Buenaventura y otros. Pero también falta una refutación clara y tajante de la herencia griega a propósito de la afectividad (a excepción de la tradición agustiniana tal como fue formulada por Pascal). Quizá la razón más contundente para el descrédito en que ha caído toda la esfera afectiva se encuentra en la caricatura de la afectividad que se produce al separar una experiencia afectiva del objeto que la motiva y al que responde de modo significativo. Si consideramos el entusiasmo, la alegría o la pena aisladamente, como si tuvieran su sentido en sí mismas, y las analizamos y determinamos su valor prescindiendo de su objeto, falsificamos la verdadera naturaleza de tales sentimientos. Solamente cuando conocemos el objeto del entusiasmo de una persona se nos revela la naturaleza de ese entusiasmo y especialmente «su razón de ser». Como dice San Agustín: «Finalmente nuestra doctrina 2 Traduzco la palabra inglesa feefing aplicada al cuerpo, por ejemplo, bodily feefings, por sensaciones, ya que en castellano resulta extraño hablar de sentimientos corporales. En inglés, por el contrario, la palabra feeling se puede aplicar tanto al cuerpo como al alma o a la psique (NT). 3 Hay que tener siempre presente la equivocidad de las palabras «sentir» (to feel) y «sentimiento» (feeling) con la que el lenguaje común se refiere a toda la gama afectiva: sensaciones, pasiones, emociones, sentimientos y afectos. El autor lo advierte explícitamente, y siguiendo su clara exposición seremos capaces de distinguir realidades tan heterogéneas, y de advertir el carácter plenamente humano y espiritual de los «afectos» y del corazón, en el que tiene su sede y centro. Aquí radica la tesis central del libro, que será progresivamente desarrollada (NT). pregunta no tanto si uno debe enfadarse, sino acerca de qué; por qué está triste y no si lo está; y lo mismo acerca del temor» (La Ciudad de Dios, 9,5) (…). Desde un punto de vista filosófico, no se puede justificar el descrédito de la esfera afectiva y del corazón simplemente porque están expuestos a tantas perversiones y desviaciones. Y aunque es verdad que en la esfera del entendimiento y de la voluntad la falta de autenticidad no juega un papel análogo, de todos modos, el daño causado por teorías erróneas o falsas es incluso más siniestro y desastroso que la falta de autenticidad de los sentimientos. ¿Deberíamos acaso mirar con desconfianza al entendimiento sólo por las innumerables absurdidades que ha concebido y porque la gente no intelectual, que nunca ha sido afectada por esas absurdidades, se ha mantenido más sana que los infelices que han sufrido su influencia? ¿Tiene razón el filósofo alemán Ludwig Mages cuando llama al espíritu «la calle muerta de la vida» porque ha sido el espíritu, y especialmente el entendimiento, el responsable de toda suerte de distorsiones artificiales y de la pérdida de autenticidad en muchos sectores de la vida?4 En absoluto. Hace ya tiempo que se ha levantado la condena a la esfera afectiva y se ha descubierto su papel espiritual. Debemos reconocer el lugar que el corazón ocupa en la persona (…), un lugar de igual categoría que el de la voluntad y el entendimiento. Para ver el papel y el rango del corazón y de la esfera afectiva en sus más altas manifestaciones debemos atender a la vida de las personas, a su búsqueda de la felicidad (…). ¿Podemos ignorar el papel de la más afectiva de todas las respuestas afectivas: el amor, que empapa toda la poesía, la literatura y la música? El amor del cual dijo Leonardo da Vinci: «Cuanto más grande es el hombre, más profundo es su amor». El amor ensalzado por Pío XII con las siguientes palabras: «El encanto ejercido por el amor humano ha sido durante siglos el argumento que ha inspirado obras admirables de la literatura, la música y las artes plásticas; un argumento siempre viejo y siempre nuevo, en tomo al cual el paso del tiempo ha tejido, sin jamás agotarlo, las variaciones más poéticas y elevadas». ¿Y no afirma el Cantar de los Cantares: «Si un hombre pretendiese conseguir el amor dando a cambio todo lo que posee, significaría que lo aprecia poco»? Pero incluso aunque uno fuese ciego ante el papel del amor en la vida humana y considerase que la fuente principal de la felicidad en la tierra es la belleza, el conocimiento o el trabajo creativo, sigue siendo verdad, sin embargo, que la experiencia de la felicidad es algo afectivo, porque es el corazón quien la experimenta, y no el entendimiento ni la voluntad (…). III. Sublimación del corazón Para entender la naturaleza de esta situación debemos hacer una distinción importante y hasta fundamental; es la distinción que hace Platón entre dos tipos de «locuras» (…). Mostramos que hay dos modos de estar «fuera de sí» que se oponen radicalmente, lo que no quita que también se opongan a la situación normal que se 4 Mages pertenece a la corriente de irracionalismo que surgió en la Alemania de la primera postguerra (NT). caracteriza porque nos sentimos con los pies seguros en el suelo, porque nuestra razón domina claramente la situación y porque nuestra voluntad elige con facilidad. El modo inferior de «estar fuera de sí» (que hemos mencionado anteriormente como uno de los significados de pasión o de apasionado) se caracteriza por la irracionalidad. Implica un ofuscamiento de nuestra razón que impide hasta su uso más modesto. No sólo nuestra razón está confundida, sino que está estrangulada. El brutal dinamismo de este estado engulle tanto a la razón como al centro espiritual libre de la persona. (…). En el modo elevado de estar «fuera de sí», es decir, en la situación de éxtasis o en todas las experiencias de ser «poseído» por algo más grande que nosotros, encontramos la situación opuesta a la del estado apasionado. Cuando alguno se conmueve por un bien dotado de un valor importante hasta el punto de que le eleva más allá del ritmo normal de su vida también «pierde», por decirlo de algún modo, la tierra firme bajo sus pies y abandona la confortable situación en la que la razón controla todo con seguridad y en la que su voluntad puede calcular fríamente lo que debe decidir. Pero esto no está causado por un ofuscamiento de la razón sino, al contrario, por su extraordinaria elevación, por una toma de conciencia intuitiva que, en vez de ser irracional, tiene más bien un carácter suprarracional y luminoso5. Este modo elevado está tan lejos de ser antirracional que, en vez de oscurecer nuestra razón, la llena de una gran luz. Y esto es válido, aunque el mundo cotidiano quede en último plano y deje todo el escenario para la experiencia inmediata. El éxtasis, además (…), reclama la sanción de nuestro centro libre. Este «éxtasis», entendido en el sentido más amplio de la palabra se opone de modo radical a cualquier tipo de esclavitud, a cualquier avasallamiento de nuestra voluntad. Es un regalo que implica una elevación a un grado de libertad mayor, y en el que nuestro corazón (y no sólo nuestra voluntad) responde del modo adecuado. Es una liberación de las cadenas que nos mantienen en la tierra. Existen, por supuesto, muchos estados y grados en este éxtasis afectivo, pero cualquiera de ellos es antitético al estado en el que somos engullidos por las pasiones (…). Experimentamos una luminosa claridad intuitiva; en vez de ser (…) destronados en nuestro libre centro espiritual, somos raptados y arrebatados a una libertad superior. En un caso somos arrastrados por fuerzas inferiores a lasde la vida normal; en el otro somos elevados por algo más grande y más alto que nosotros mismos (…). No podemos concluir nuestra investigación de la esfera afectiva sin mencionar un representante típico de esta esfera, al que podríamos denominar sentimientos poéticos. Theodor Haecker compara el reino de los sentimientos con el mar; y los sentimientos, ciertamente, se parecen al mar en su inagotable diferenciación y en sus fluctuaciones, especialmente en el reino de los psíquico y sin llegar a los sentimientos espirituales. 5 Evidentemente, el término «suprarracional» no se refiere aquí a la luz sobrenatural; no indica el carácter que atribuimos a la fe cuando la llamamos suprarracional en cuanto se opone a la irracionalidad de la superstición. Hemos considerado ya los sentimientos no–intencionales como el mal humor, la depresión o la irritación, que tienen el carácter de un estado psíquico y que pueden ser causados por procesos corporales o por causas psíquicas. Pero estos sentimientos no agotan el reino de lo psíquico y de los sentimientos formalmente no–intencionales. Existe una inmensa variedad de sentimientos que juegan un papel importante en la poesía como la dulce Melancolía, la suave tristeza o los vagos anhelos. También existe el sentimiento de una expectación indefinida pero feliz, toda clase de presentimientos y el sentimiento de vivir la vida en plenitud. Existe también la sensación de ansiedad, inquietud o angustia del corazón y otras muchas. Una característica de este variado surtido de sentimientos es que no son formalmente intencionales. No responden a un objeto ni son una palabra interna dirigida al mismo. De todos modos, tienen una relación interna con el mundo objetivo y están íntimamente vinculados con los sentimientos intencionales, como su pared de resonancia. Tienen un contacto secreto y misterioso con el ritmo del universo, y a través de ellos el alma humana se armoniza con ese ritmo. Estos sentimientos son habitantes legítimos del corazón del hombre. Son significativos y es injusto considerarlos como algo poco serio o incluso despreciable o ridículo. Poseen una función (…), forman una parte indispensable de la vida del hombre in statu viae y reflejan los altos y bajos de la existencia humana que es un rasgo característico de la situación metafísica del hombre sobre la tierra. A través de ellos se pone de manifiesto la riqueza del corazón humano, poseen un significado profundo y ofrecen una promesa de plenitud al corazón humano. Estos sentimientos no juegan un papel importante sólo en la poesía, sino que ellos mismos son, cuando son genuinos y profundos, algo poético. Su unión significativa, aunque escondida con un mundo lleno de significado y de valor –una conexión que elude una formulación racional y concreta– da a este ámbito un carácter análogo al que se puede encontrar en la poesía. Aunque formalmente no son intencionales, estos sentimientos pertenecen, por decirlo de algún modo, a la habitación principal u hogar de las respuestas afectivas que, como hemos visto, son específicamente intencionales. Pero aun así su rango es inferior al de los sentimientos espirituales específicamente intencionales. Este breve repaso de la esfera afectiva puede bastar para poner de manifiesto la enorme gama de tipos de experiencia radicalmente diferentes que se pueden encontrar en esta área. Hemos visto la riqueza interior y la plenitud de esta esfera y el importante papel que juega en la vida humana. Pero hemos visto sobre todo el carácter indudablemente espiritual del nivel más alto de la afectividad. El corazón, en el sentido más amplio del término, es el centro de esta esfera. El papel determinante que desempeña en la persona humana se nos revela más claramente después de este breve análisis de la esfera afectiva. La afectividad (con el corazón como su centro) juega un papel específico en la constitución de la persona como un mundo misterioso y propio, y está indisolublemente conectado con los movimientos más existenciales de la persona y con el yo. Al contemplar el sentido completamente nuevo que tiene la individualidad en la persona si lo comparamos con un animal, una planta o una substancia inanimada, resulta inevitable comprender el papel específico y significativo que juega la afectividad.
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