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Diego Sívori Nutrición fácil en tiempos difíciles Grijalbo SÍGUENOS EN @Ebooks @megustaleerarg @megustaleerarg http://www.megustaleer.com.ar/?utm_source=Portada%20ebooks&utm_medium=link&utm_campaign=Portada%20ebooks https://www.facebook.com/megustaleerarg/?_rdr=p&utm_source=Portada%20ebooks&utm_medium=link&utm_campaign=Portada%20ebooks https://www.facebook.com/megustaleerarg/?_rdr=p&utm_source=Portada%20ebooks&utm_medium=link&utm_campaign=Portada%20ebooks https://twitter.com/megustaleerarg?utm_source=Portada%20ebooks&utm_medium=link&utm_campaign=Portada%20ebooks https://twitter.com/megustaleerarg?utm_source=Portada%20ebooks&utm_medium=link&utm_campaign=Portada%20ebooks https://www.instagram.com/megustaleerarg/?utm_source=Portada%20ebooks&utm_medium=link&utm_campaign=Portada%20ebooks https://www.instagram.com/megustaleerarg/?utm_source=Portada%20ebooks&utm_medium=link&utm_campaign=Portada%20ebooks No estés de paso; inmortalizá tu esencia. INTRODUCCIÓN Atención, ¡estás frente a un libro contagioso! Nutrición fácil en tiempos difíciles te va a contagiar el siguiente mensaje: NUTRIRSE BIEN ES FÁCIL, ES RICO Y ES PRIORITARIO. Si algo aprendí intercambiando mensajes sobre nutrición con lectores, televidentes, amigos, conocidos, curiosos y colegas es que un nutricionista debe poner en palabras lo que expresan los alimentos. Somos traductores alimentarios porque nuestra función como profesionales es estudiar lo que dicen los nutrientes y traducirlo a la vida cotidiana. Esto es apasionante y complejo. Se trata de entender cómo se relacionan nuestras decisiones alimentarias de todos los días con nuestra energía, nuestro ánimo, nuestra relación de pareja, nuestro trabajo y hasta con nuestra autoestima. Pero este libro tiene, además, la misión de mostrar la simplicidad que hay detrás del concepto de buena nutrición. Más allá de la acumulación de información y de la charlatanería alimentaria con la que convivimos actualmente, voy a mostrarte cómo quedarnos con los mensajes simples, prácticos y necesarios para que nuestra alimentación nos acompañe, nos guíe y podamos desarrollar nuestro potencial. Nutrición fácil en tiempos difíciles busca que la alimentación saludable sea seductora, que atraiga. Se terminó la persecución con alimentos de dieta; ya no tenemos que escondernos del alimento sin sabor. Hoy la mesa está servida y tiene platos tentadores para que nos acerquemos a ella. Es cierto que la vista viaja más rápido y llega más lejos que el resto de los sentidos, por eso quiero compartir en estas páginas la propuesta de hacer bella la comida saludable, vestirla de moda y que no desentone con tus otros gustos. A todos nos gusta comer rico, sentir placer y estimular todos nuestros sentidos. Aquí es donde el rol de un nutricionista se vuelve importante: tenemos el deber de ofrecer técnicas y consejos para realzar el sabor de alimentos que no siempre son tentadores y que aun así debemos incorporar debido a sus altos valores nutricionales. Por supuesto, es fácil hacer un plato rico agregando cantidades cuantiosas de crema de leche, manteca, sal o azúcar, pero hay alternativas. Acá voy a mostrarte platos saludables que son también estimulantes para nuestros sentidos. ¿Y por qué nutrirse es prioritario, además de fácil y rico? Nuestra relación con la comida está cambiando y esto es algo que quiero que pensemos juntos: ¿en qué momento la correcta alimentación dejó de ser una de nuestras prioridades? Respiramos, pensamos, amamos, compartimos y crecemos, entre otras cosas, porque nuestros antepasados fueron capaces de acceder a mejores nutrientes en lugar de convertirse en alimento de otros predadores. La selección natural nos dio el diploma de seres humanos porque tuvimos la habilidad de conseguir buena comida y diferenciarnos de otras especies. Ahora tenemos que volver a ubicar la salud donde merece estar y entender que podemos tocarla, olerla, sentirla y vivirla en las cosas cotidianas. No hace falta buscar definiciones en el diccionario: salud es levantarse todos los días y estar en condiciones físicas y mentales para hacer lo que queremos, y sin una correcta alimentación difícilmente sea posible. Pensemos en algunas situaciones corrientes para identificar el rol de la comida, que suele pasar inadvertida aun cuando merece un lugar protagónico: • Nicolás comió una cena suave, de fácil digestión. Ese menor tiempo digestivo lo ayudó a mantenerse despierto por la noche y a terminar su proyecto de trabajo un día antes que sus compañeros. Sus jefes no necesitaron ver otras entregas, su proyecto se convirtió en una obra reconocida y hoy es un arquitecto muy prestigioso. • Miguel empezó a prepararse almuerzos rápidos y saludables, lo que permitió que sus intervalos entre el trabajo y la facultad fuesen menores sin por eso descuidar sus nutrientes. Hoy es un ingeniero graduado con diploma de honor y viaja como conferencista por el mundo gracias a los beneficios que le dan sus altas calificaciones y su asistencia perfecta. • Mónica hizo una merienda más energética después de trabajar ocho horas y en su entrenamiento logró su mejor marca, lo que le permitió convertirse en una corredora profesional y hoy dedicarse a lo que ama. La alimentación es un medio para trascender como seres humanos. Si entendemos que los materiales y las sustancias que forman nuestros huesos, nuestros músculos y nuestro cerebro son los mismos que hay en los alimentos, este libro habrá cumplido su objetivo. Para ello, en el capítulo 1 vas a ver por qué llegamos a comer como comemos en la actualidad; qué contextos influyeron en nuestro metabolismo y nuestras decisiones alimentarias y qué nos depara el futuro si seguimos por este camino alimentario. En el capítulo 2 veremos el rol protagónico y prioritario de la organización alimentaria y cómo nuestro cuerpo tiene ciertos ritmos biológicos que pueden guiarnos en nuestras comidas. Convivimos con falsos gurúes de la alimentación que nos confunden y por eso hay aquí una guía simple para aprender a armar un plan de alimentación adecuado. En el capítulo 3 vamos a desayunar juntos para esclarecer todas las preguntas que hay sobre esta comida. Voy a contarte si realmente necesitamos cargar tanta energía en esta primera ingesta y si realmente es la comida más importante de todas. En el capítulo 4 vamos a picar algo y voy sugerirte estrategias para que puedas evaluar el papel de los snacks y si realmente necesitás estas pequeñas comidas durante el día. En el capítulo 5 te invito a almorzar. Voy a contarte si es importante comer vegetales antes, durante o después y a evaluar cómo prestar atención a lo que comemos para no caer en la trampa de las falsas ensaladas. En el capítulo 6 vamos a calmar la ansiedad con una buena merienda. ¿Por qué suele ser la comida que más ansiedad despierta y donde se derrumban todas nuestras buenas intenciones? Voy a enseñarte a hacer meriendas-cena (¡ceriendas!) saludables, un concepto innovador que puede cambiar tu forma de encarar la noche. En el capítulo 7 nos toca salir a cenar, compartir situaciones sociales y disfrutar el fin de semana, por eso tenemos que hablar del estrés y su vinculación con las comidas nocturnas. Vamos a decidir qué cenar según el tipo de almuerzo que hayamos hecho y cómo administrar las porciones. También voy a presentarte una guía para alimentarnos bien en eventos sociales y comidas familiares. Este libro tiene además: • Cuarenta y siete recetas infográficas para aprender de forma simple el rol de cada alimento.• Sesenta y tres recetas fáciles y saludables con sus características nutricionales. • Un análisis de las funciones de más de cien alimentos. Todo el material que vas a encontrar en estas páginas fue pensado para que puedas entender, resolver y llevar a la práctica una alimentación vinculada con la salud. Masticá las recetas, saborealas. Espero que el libro te sirva y te ofrezca un momento de luz entre tantas sombras alimentarias. Disfrutalo, y comételo con calma. CAPÍTULO 1 TIEMPOS ANTIGUOS VERSUS TIEMPOS ACTUALES Empecemos por tratar de entender qué son los nutrientes y cuáles son sus funciones. Antes de meternos de lleno en la alimentación, necesitamos conocer algunos conceptos de los que vamos a hablar en el libro y que son, a mi entender, la base de la vida y el bienestar. Más allá de las explicaciones científicas, esta es mi definición: LA NUTRICIÓN NOS PERMITE SER QUIENES SOMOS. La nutrición nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos en la vida. Nutrir bien un cuerpo es lo que lo mantiene saludable y permite que nos dediquemos a otras cosas que consideramos importantes, como estudiar, trabajar, tener amigos y una familia, y sentirnos valorados. Lamentablemente, solo reconocemos la importancia de la salud cuando nos falta o cuando comienza a deteriorarse, y solo entonces recordamos el rol protagónico de la nutrición. La mayoría de las enfermedades actuales tienen una relación directa con el consumo excesivo o deficiente de algún nutriente al que nunca le prestamos atención y que después de un tiempo empieza a enviar señales: • El exceso de sodio desde la infancia nos avisa poniendo rígidas las arterias y exigiendo al corazón. • El aporte deficiente de hierro se hace notar con pequeños cansancios y fatigas hasta llegar a una anemia grave que nos impide levantarnos. • El consumo excesivo de energía alerta depositando grasa en el abdomen, las caderas y los muslos. • El alto consumo de azúcares simples cansa al páncreas y da señales a través de la diabetes. Conocer tu alimentación y saber cuál es la función de los nutrientes que forman parte del organismo ofrece una ventaja: podés manipular las comidas para alcanzar ciertos objetivos, logrando que la comida acompañe tu vida y te ayude a desarrollar tus habilidades. Recordá siempre: los alimentos son un medio para lograr otros objetivos, nunca un fin en sí. Para vivir necesitamos energía, que obtenemos de los alimentos: dentro de la manzana que mordemos hay una energía química que nuestro organismo transforma en energía biológica útil y que utiliza para respirar, comer, estar parados, pensando, reparar estructuras del cuerpo, salir a bailar con amigas o jugar un partido de fútbol con compañeros del trabajo. Es decir, hay cierta energía que resulta de vital importancia para mantener las funciones básicas de nuestro cuerpo y que se denomina metabolismo basal. Esa es la energía mínima que necesitamos para subsistir. Lógicamente, más allá de respirar y mantener en funcionamiento nuestros órganos, nuestra condición humana nos hace gastar mucha energía en cientos de actividades cotidianas que demandan un balance correcto. Esto quiere decir que la energía que obtenemos de los alimentos debe abastecer tanto al metabolismo basal como a las actividades adicionales. Ese balance de energía es neutro cuando la aportada por los alimentos es igual al gasto energético diario. Una imagen equivalente la ofrece el típico asado dominguero: necesitamos mantener el calor encendido sin quemar la carne. El balance de energía es negativo cuando la que nos aportan los alimentos es menor al gasto energético diario. Esta estrategia suele usarse en planes de descenso de peso: se busca que los alimentos no cubran la energía consumida para que el organismo consuma sus fuentes de reserva más abundantes, las grasas. Cuando el balance de energía negativo es abrupto y no planificado por un profesional suelen aparecer enfermedades causadas por esos déficits y descensos peligrosos con compromiso de estructuras vitales del cuerpo. El balance de energía es positivo, en cambio, cuando la aportada por los alimentos es mayor al gasto energético diario. Esto suele expresarse en un incremento de peso que, si es correcto, puede deberse a una mayor cantidad de músculo o estructura corporal; en caso contrario, se traducirá en grandes reservas de grasa. La unidad de medida que solemos utilizar para hablar de la energía de los alimentos es la caloría. En realidad, el término correcto es kilocalorías, comúnmente lo encontramos en las etiquetas de productos con el símbolo kcal; es simplemente una razón de proporción ya que medir un alimento en calorías simples sería como tratar de medir una cancha de fútbol en centímetros. Para no generar confusiones, aquí usaremos la palabra “calorías” cuando hablemos de energía en términos generales pero cuando destaquemos la energía específica de un alimento lo haremos mediante la abreviatura kcal. En una sociedad pueden convivir personas con enfermedades por exceso de energía, como la obesidad, y otras con enfermedades por déficit de energía, como la desnutrición, pero hay un tercer concepto que es la malnutrición, raíz de muchas enfermedades actuales. Malnutrición implica que la cantidad de energía puede ser suficiente o incluso excesiva para nuestras necesidades, pero la calidad de esa energía es muy pobre o dañina. Los nutrientes que componen la energía son muy importantes. Veamos de qué se trata. Los macronutrientes son aquellos que necesitamos en mayor cantidad y están compuestos por: Proteínas Son esenciales para el crecimiento ya que tienen un rol estructural; todo lo que vemos y tocamos en un ser humano es proteína: su pelo, su piel, sus músculos. Las proteínas suelen suministrar energía solo si los carbohidratos y las grasas no están disponibles para hacerlo. Pueden clasificarse de acuerdo con su materia prima o calidad de aminoácidos: las proteínas de origen animal aportan una combinación completa de aminoácidos y las encontramos en carnes, huevos y lácteos; las proteínas de origen vegetal provienen de cereales, legumbres, frutas frescas y secas, semillas o verduras. Aunque está comprobado que aportan todos los aminoácidos necesarios, estos se consiguen con una correcta combinación entre diversas fuentes de este grupo. Grasas No solo son importantes como aporte y reserva energética sino que también colaboran en la formación de estructuras y membranas celulares; sirven como vehículo de algunas vitaminas (llamadas liposolubles), forman las hormonas sexuales e intervienen en procesos de vital importancia para el cuerpo. Si a temperatura ambiente son líquidos, se denominan aceites; si son sólidos, se llaman grasas. Carbohidratos Son la fuente principal de energía y resultan tan importantes que ciertos órganos, como el cerebro y los glóbulos rojos y las glándulas suprarrenales, solo se alimentan de este nutriente. Si queremos clasificarlos de forma muy general, podríamos hacerlo de la siguiente: • Simples: se encuentran en gran proporción en el azúcar de mesa y en todos sus derivados (chocolate, bebidas azucaradas, mermeladas, alimentos ultraprocesados) y también en la miel. La moneda energética más conocida de este grupo es la glucosa, llamada popularmente azúcar; • Complejos: aquellos alimentos que son fuente de almidón como el arroz, las pastas, las legumbres y todos sus derivados, y también algunas raíces comestibles como la papa, la batata y la mandioca. Índiceglucémico Muchas enfermedades metabólicas se deben a la forma en que nuestra sangre se carga cotidianamente de compuestos azucarados. Estos picos constantes y acelerados de la glucemia (azúcar en sangre) exigen que nuestro páncreas libere bombas de insulina, la hormona responsable de barrer ese azúcar que, en exceso, resulta perjudicial para la salud. El problema radica en que los incrementos de glucemia nos llevan a picos de insulina y estos, a su vez, a picos de azúcares y grasas en nuestras reservas, y el aumento de reservas que no se utilizan lleva a un incremento de enfermedades por exceso. Por eso, uno de los actuales problemas de la alimentación radica en consumir constantemente alimentos que desencadenan estos picos de azúcar. El médico canadiense David J. Jenkins elaboró en 1980 el concepto de “índice glucémico” para clasificar los alimentos según la calidad de sus carbohidratos, evaluándolos por cuánto tardan en elevar la glucemia luego de ser consumidos. Son de un índice alto aquellos que elevan el azúcar de la sangre de forma más acelerada. Hoy en día está comprobado que basar nuestra alimentación en alimentos de alto índice glucémico nos predispone a una mayor incidencia de enfermedades crónicas. Fibra Si bien la fibra también forma parte de los carbohidratos, está lejos de cumplir un rol energético, ya que al provenir de las paredes celulares de las plantas es muy poco digerible por el ser humano. Entre sus funciones se destaca el poder de saciedad al hacer más lento el pasaje de alimentos por el estómago. Además, previene la diabetes, interfiere en la absorción de sustancias menos deseables para nuestro organismo y reduce el riesgo coronario. Micronutrientes Son las vitaminas y minerales, que no aportan calorías y aunque los necesitamos en pequeñas cantidades, son de vital importancia para nuestra salud. Aquellos alimentos que ofrecen mucha energía pero pocas vitaminas y minerales suelen denominarse alimentos de calorías vacías o huecas. Una alimentación con mucha energía pero pocos micronutrientes resulta tan deficiente como tener el auto más potente y cargado de combustible pero sin volante ni pedalera: será difícil que pueda hacer más que quedar estacionado con el tanque lleno hasta oxidarse. VIAJAR AL PASADO: ¿QUÉ COMÍAMOS Y QUÉ COMEMOS? Para entender cómo fue la evolución de la alimentación y de nuestro metabolismo, necesitamos saber que todo comenzó con nuestros ancestros hace más de veinte millones de años. Allí, en una etapa llamada Mioceno —que se extiende desde hace unos veinticinco millones de años hasta unos cinco millones de años— y el comienzo del Plioceno, había especies cuyas decisiones alimentarias marcarían nuestros cuerpos actuales. Si entendiéramos de dónde partimos, quizá podríamos elegir algunas de esas características y traerlas a la actualidad. Para comparar nuestra historia alimentaria con nuestro futuro suelo usar como referencia el libro El mono obeso, que grafica de forma muy interesante nuestros avances antropológicos. Ubiquémonos en la parte final del Mioceno y comienzos del Plioceno, cuando aparece el primer antecesor que se diferencia del chimpancé y da comienzo a la hominización, el Ardipithecus ramidus. Vale aclarar que no somos muy distintos de ellos; solo un mínimo de nuestros genes son diferentes de los de aquel mono de la Prehistoria. El Ramidus caminaba por un bosque tropical húmedo y cálido característico hace cinco millones de años. Consumía una buena cantidad de carbohidratos provenientes de frutas, tallos, hojas tiernas y raíces, que eran la base de su alimentación. Dentro de los carbohidratos, consumía en mayor cantidad aquellos de bajo índice glucémico, es decir, alimentos en los cuales el azúcar natural demoraba bastante tiempo en aparecer en la sangre. Estos carbohidratos provenían de almidones, pectinas y celulosas de los alimentos del momento. Recordemos que en la actualidad la celulosa (o fibra vegetal) es imposible de digerir por el ser humano, no solo debido a que no contamos con las tijeras para cortarla, sino porque no tenemos un intestino del tamaño de estos ancestros, que permitía que esta fibra indigerible permaneciese más tiempo en el aparato digestivo y fuera utilizada como subproducto luego de la fermentación bacteriana: el intestino grueso del Ramidus actuaba como una gran cámara de fermentación para extraer energía de esa fibra durante varios días, a diferencia de la actualidad, que si ingiriésemos la misma cantidad de fibra, en pocas horas estaríamos corriendo hacia el toilette más cercano para expulsarla. A su vez, estos primates también podían conseguir un poco de glucosa o fructosa cuando encontraban frutas o se topaban con un festín de miel. Consumían una menor cantidad de proteínas provenientes de pequeños animales o insectos pero esas cantidades resultaban suficientes debido al pequeño tamaño de nuestros ancestros: la recomendación de proteínas en un ser humano se dosifica en gramos por kilogramo de peso, es decir que cuanto menos pesemos, menor necesidad tenemos de ellas. Su necesidad de grasa diaria estaba cubierta porque la generaban a partir de los carbohidratos. Excepcionalmente consumían grasa de coco, maníes o paltas. Si hoy fuesen referentes de la alimentación, estarían asociados a la categoría healthy fat (grasas saludables), no por comprar productos exclusivos y caros en un local de moda sino porque consumían lo que brindaba la naturaleza. Los Ramidus no necesitaban acumular demasiada grasa en su cuerpo ya que la disponibilidad de alimentos era adecuada y no necesitaban reservas. A su vez, disponían de facilidad para metabolizar la glucosa o el azúcar de los alimentos por tener buena sensibilidad a la insulina, la hormona responsable de abrir las compuertas de este combustible energético en el músculo. Su balance de hambre funcionaba a la perfección. Su estómago se vaciaba y el azúcar en sangre disminuía, una gran alarma para el centro del apetito ubicado en el lateral de su hipotálamo. El hambre fisiológica lo estimulaba a subirse a un árbol o salir en busca de un refuerzo alimentario y cuando sus reservas grasas estaban completas, liberaban leptina, una hormona que viaja al cerebro para avisar que no se necesita más combustible. De esa forma, se inhibía el hambre y se incrementaba el gasto energético para mantener el equilibrio. Una característica distintiva que permitió la evolución de esta especie fue el cambio en la dentadura: fueron decreciendo los caninos, que adoptaron una altura similar al resto de los dientes. Ya no eran necesarios grandes caninos para cazar y desgarrar músculos; los incisivos tenían forma de espátula y las muelas eran anchas y grandes. Estas características fueron trascendentales para la evolución de la especie en un contexto que iba a mutar hacia la hostilidad y la precariedad alimentaria. Hace unos cinco millones de años, el ambiente se volvió hostil, y la carencia de alimentos solo permitía encontrar tallos y raíces poco nutritivos. Nuestro ancestro de la época, ahora llamado Australopithecus afarensis, poseía una ventaja evolutiva en sus dientes. Los colmillos cortos permitían el movimiento lateral de la mandíbula, algo que, sumado a la forma de sus incisivos y muelas, facilitaba trabajar las fuentes alimentarias menos accesibles y digeribles. Su estrategia fue consumir muchos vegetales duros y abrasivos, hojas, frutos secos, tallos fibrosos, generando un gran desgaste de las piezas dentales. Recordemos que no eraposible consumir cereales y legumbres crudas, ya que en ese estado poseen sustancias que resultan tóxicas. Otro factor importante para la especie fue la bipedestación: al comenzar a caminar en dos piernas o patas pudieron recorrer grandes distancias en búsqueda de nuevas fuentes de alimentos y gastaban menos energía que los cuadrúpedos para deslizarse. Como broche de oro, podían trasladar alimentos en los dos brazos que tenían libres. HACE MILLONES DE AÑOS, UNOS POCOS ALIMENTOS APORTABAN MÁS ENERGÍA QUE LA QUE NUESTROS ANCESTROS USABAN PARA CONSEGUIRLOS. Es interesante pensar en la diferencia con la actualidad, cuando con solo mover un dedo en el celular podemos tener una moto en la puerta de casa con mil calorías disponibles en una pizza. En esa etapa apareció el concepto de hambre en nuestros ancestros, motivo por el cual necesitaron desarrollar una capacidad ahorrativa de grasa como fuente energética de reserva. Era imperioso no utilizar las fuentes de alimentos de forma inmediata y poder guardar energía en forma de grasas para una eventual inanición futura debido a la falta de alimentos. A su vez, el organismo logró confundir los mecanismos del hambre engañando al cerebro: por más que las reservas grasas estuvieran llenas, podían seguir comiendo para generar excesos y consolidarlas. De esta manera, nuestros antepasados pudieron darse buenas comilonas sin despertar los mecanismos de saciedad que les habrían impedido consumir grandes volúmenes de alimentos y pudieron guardar los excesos en forma de grasa en lugares estratégicos para movilizarse. Estos lugares estratégicos, como podemos ver hoy frente a un espejo, se ubican en la panza en el caso de los hombres y en caderas y muslos superiores en el caso de las mujeres (la posibilidad de concebir atentó contra el hecho de que las mujeres pudiesen guardar grasa en el sector abdominal, lo que sucede recién en la menopausia). Hace casi dos millones de años apareció el Homo ergaster, con un cerebro más grande y una inteligencia que le permitió desarrollar los primeros utensilios de piedra. El cerebro fue creciendo a expensas de la disminución del intestino grueso: hoy ese órgano consume 25% de la energía diaria, lo cual resultaría muy difícil de abastecer si todavía tuviéramos el intestino del Ramidus. Para el Homo ergaster, los insectos, reptiles, pescados, moluscos y pequeños animales pasaron a ser parte importante de su alimentación debido a que el acceso a fuentes vegetales era más dificultoso. Finalmente, cuatrocientos mil años atrás apareció el Homo sapiens sapiens, del cual evolucionó el Hombre de Cromañón, que llegó a Europa dotado de armas evolucionadas, el dominio del fuego y habilidades de caza. Tenía un cerebro muy parecido al nuestro: menos de 0,005% de su material genético es diferente. Aquel Hombre de Cromañón debió vivir en la peor hostilidad climática debido a las glaciaciones y solo le fue posible alimentarse de la caza de animales herbívoros y de la pesca; conseguía unos pocos carbohidratos de los hígados de las presas o de los tallos, de bayas o raíces de los estómagos de estos animales a medio digerir. Para este antepasado, la única forma de sobrevivir fue tener un metabolismo ahorrativo: que la poca glucosa corporal abasteciera al cerebro y generara ahorro de combustible para cuando el frío intenso no permitiese salir de caza; era momento de consumir las reservas grasas. En esos períodos, su alimentación era muy concentrada en proteínas, pero no en grandes cantidades. Lógicamente, esta alimentación no fue su elección pero le permitió sortear la hostilidad climática que cesó hace diez mil años. En el Neolítico, la nueva Edad de Piedra, explotó la agricultura y la ganadería, llegaron a su fin el nomadismo y las grandes caminatas, y con ello surgió la civilización. Esos ancestros empezaron a fabricar productos cerámicos, lo que les permitió acopiar alimentos, y a elaborar pan y fermentar frutas y granos para obtener bebidas alcohólicas. Gracias al dominio del fuego pudieron cocinar los cereales y las legumbres, obteniendo una fuente de carbohidratos imposible de utilizar en épocas anteriores. Comenzaron a confinar animales y a utilizar productos lácteos. Este fenómeno permitió que algunas poblaciones desarrollasen la enzima lactasa, que es la responsable de la digestión y, por consiguiente, de la asimilación del azúcar de la leche o lactosa. En la actualidad, algunos de nosotros somos descendientes de parte de aquella especie que no desarrolló esa enzima; son aquellos intolerantes a la lactosa. Desde nuestros antepasados hasta la actualidad hubo muchas adaptaciones interesantes, como la imposibilidad de producir vitamina C, que nuestros antepasados poseían pero perdieron a causa del gasto metabólico que generaba y de la facilidad de su obtención. El consumo de sodio era mucho menor al consumo de potasio, debido a que las fuentes de este último eran más abundantes, a diferencia de lo que sucede ahora, cuando el sodio gana por gran amplitud a causa de la sal de mesa y su utilización en productos procesados. Mediante el procesamiento de los granos, y junto con la miel, nuestros antepasados obtuvieron los dulces, pero sus fuentes principales eran el trigo, la cebada, el centeno, el maíz, el arroz, las legumbres, la miel, la leche, las frutas y las verduras. A su vez, complementaban su alimentación con carne de animales domesticados y pesca. Hasta entonces, la prioridad era consumir carbohidratos de bajo índice glucémico, que aparecían lentamente en la sangre, y alimentos altos en fibra, que generaban elevaciones de glucemia controladas. Pero a medida que la agricultura y la ganadería evolucionaron fueron perdiendo variedad alimentaria: ya no consumían una diversidad de especies animales y vegetales sino que se quedaron solo con aquellas que otorgaban una ventaja productiva. Esto se reflejó en una menor diversidad en la ingesta de nutrientes. Y con el desarrollo de la artesanía y la industria se produjo un primer cambio de calidad alimentaria al comenzar a consumir los mismos productos sujetos a diferentes procesos. Se comenzaron a refinar los cereales, retirándoles el salvado y fibra; a elaborar el azúcar de mesa por medio de la caña o de la remolacha, y a incorporar fuentes de energía más concentrada. El problema radica en que gran parte de la población aún conserva las características genómicas ahorrativas. Con la Revolución Industrial, hacia fines del siglo XVIII pasamos de una economía rural, cuyo sustento era la agricultura y el comercio, a una economía urbana fabril y mecanizada, con producción en escala y acopio de alimentos. Inventos como la locomotora, la anestesia, el teléfono, la electricidad, la margarina, la dinamita, las bebidas cola, la radio, la aspirina y la pasteurización empezaron a despuntar en este período. Sin embargo, la mayor parte de la gente moría a causa de desnutrición, infecciones, consumo de agua sin potabilizar, enfermedades parasitarias y bajas defensas producidas por una alimentación carenciada. Hace un siglo, la esperanza de vida apenas llegaba a los cincuenta años de edad, hecho que fue modificándose a finales del siglo XX con los progresos en la salud pública y el descubrimiento de las vacunas. Sumado a esto, la revolución en las técnicas de producción y distribución de alimentos mediante la mecanización y la planificación científica de la agricultura y la ganadería comenzaron a vencer el hambre. Hasta aquí, todo jugabaa favor de nuestra salud. Sin embargo, a fines del siglo XX, la desnutrición y el déficit ponderal, que significa estar por debajo del peso saludable, dejaron de ser los protagonistas para dar lugar a una nueva epidemia relacionada a los excesos. Hoy parece que nuestros hábitos alimentarios no encajan con la finalidad para la que fuimos creados hace veinte millones de años. Lejos del final feliz, en la actualidad aparecieron las enfermedades crónicas. VIAJAR AL FUTURO: ¿ESTAREMOS MEJOR O PEOR? Año 2050. Las enfermedades crónicas ponen en jaque el sistema económico de las potencias mundiales. Se gasta mucho dinero en mantener el sistema de salud y atender personas enfermas. De no hacerlo, la salud de la población empeoraría, disminuiría la eficiencia en el trabajo y afectaría la productividad, lo que impactaría indirectamente en el desarrollo económico. A su vez, el futuro de nuestros niños estaría en riesgo y, con ello, el de la humanidad: los niños que enferman a edades tempranas serán adultos con problemas de salud. La poca gente que aún se cuida y mantiene sus buenos hábitos gasta todo su dinero en pagar impuestos para mantener la salud del resto de la población. Nuestro futuro camina por la cuerda floja. ¡Houston, tenemos un problema! ¿Qué discuten las autoridades de salud en todo el mundo? No sería difícil imaginarlo: Alertamos sobre el riesgo de infarto por mantener una dieta alta en azúcares, grasas y sal, y sobre las probabilidades de aumentar el cáncer de pulmón entre quienes fuman; alertamos también sobre el riesgo futuro de sobrepeso y obesidad infantil si nuestros niños siguen comiendo como comen y permanecen sin hacer actividad física. Sin embargo, las estadísticas y números en salud empeoran año tras año, década tras década. La gente no cambia sus hábitos y hasta los empeora. ¿Será útil seguir invirtiendo dinero en quienes no quieren cambiar? Imaginemos que, cansados de insistir en las clásicas campañas públicas, cuya finalidad es alertar sobre los riesgos futuros de las malas decisiones alimentarias y de salud, las potencias mundiales desarrollan un “sistema automático de penalidades”. ¡Basta de hablar de riesgos futuros! Desde ahora, las malas decisiones de salud impactarán inmediatamente y en tiempo real. El sistema automático de penalidades consiste en un chip que se instala en el cerebro de cada ser humano y paraliza a quien toma malas decisiones de salud, pues así atenta contra el futuro de la sociedad y del planeta; en el momento que alguien excede la recomendación de alcohol, tabaco, sal, grasas o azúcar, su cuerpo queda en modo pausa, como congelado, y se le descuentan los segundos, los minutos o las horas que pierde de vida, solo que eso sucede de forma automática y en tiempo real. Imaginemos entonces un grupo de amigos comiendo un asado un fin de semana. El amigo despreocupado que está comiendo la quinta molleja de pronto queda paralizado; todos saben que es la penalidad por haberse excedido. Después de cumplir la condena de tiempo, su cuerpo se reactiva pero perdió definitivamente ese momento con sus amigos. Lo mismo podría pasar en una familia: salimos a pasear con nuestros hijos y mientras ellos corren, juegan y andan en bicicleta, nosotros fumamos el cuarto cigarrillo del día, quedamos paralizados y perdemos en ese momento los minutos de vida que esos cuatro cigarrillos nos quitan. Nos despertamos al día siguiente y nuestros hijos, enojados, nos muestran el raspón que se hicieron al caer de la bicicleta y nos cuentan cómo los ayudó un vecino que los vio caer. Año 2051. Las estadísticas cambiaron; hay menos personas en el mundo con diabetes, hipertensión y obesidad; menos personas que fuman y más que salen a caminar o hacer una actividad física. Los Estados invierten más dinero en educación, trabajo y desarrollo social y las potencias analizan los resultados del primer año de implementación del sistema automático de penalidades. ¿A qué conclusiones llegarían? No se trata de que las personas no quieran cambiar; es una cuestión de riesgos y peligros. Tener menos tiempo de vida en un futuro incierto por comer pocas frutas y verduras no asustaba a nadie. Pero perder esos días de vida en tiempo real es algo totalmente distinto. En general, no tenemos miedo a los riesgos futuros. Estamos diseñados para reaccionar a peligros inminentes. Nadie quiere poner su vida en pausa y perderse momentos concretos; eso duele más que el placer momentáneo que uno pueda sentir al comer una molleja o fumar un cigarrillo. ¿Podemos imaginar un sistema así en el futuro? ¿Es muy descabellado este escenario de ciencia ficción? LAS DECISIONES QUE TOMAMOS EN EL PRESENTE INFLUYEN EN EL FUTURO; SIN EMBARGO, POCOS ENTENDEMOS QUE ESE FUTURO SERÁ, EN ALGÚN MOMENTO, NUESTRO PRESENTE. Quizá jamás exista el sistema de penalidades; sin embargo, tenemos algo parecido al chip imaginado: sabemos que nuestras decisiones alimentarias, incluso las que tomamos siendo chicos, podrían hacernos perder muchos momentos valiosos de la vida. ACTUALIDAD: ¡MURIENDO EN CÁMARA LENTA! La ficción suele tener referencias reales, y si las páginas anteriores parecen alejadas de la realidad, algunos datos sobre nuestras enfermedades actuales y del futuro indican que no es así. ¡El mundo está creciendo! Según la Organización de las Naciones Unidas, está previsto que la población global aumente en más de mil millones de personas en los próximos quince años. Actualmente somos 7.500 millones de individuos; pasaremos a ser 9.700 millones en el año 2050 y 11.200 millones en el año 2100. Según la International Diabetes Federation, existen en el mundo 425 millones de adultos con diabetes, tres cuartos de ellos en plena edad laboral, y se estima que la mitad no está diagnosticada aun cuando es una enfermedad discapacitante. Se proyecta que en el año 2045 esta enfermedad va a afectar a 630 millones de personas en el mundo. Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud hasta 2017, acuñó una definición contundente: “Obesidad y diabetes, una plaga lenta pero devastadora”. Una parte importante de la población sigue teniendo el genoma ahorrativo preparado para la inanición alimentaria y para tolerar grandes gastos energéticos con poco combustible. Sin embargo, el escenario ambiental cambió por completo: la variedad alimentaria baila delante de nuestros ojos en los pasillos de los hipermercados y la necesidad de movernos para conseguir alimentos ya es material de un documental sobre la Prehistoria. El problema es que seguimos guardando combustible en forma de grasa y confundiendo a nuestro cerebro para que nos permita acopiar energía en nuestra panza y caderas. Tenemos un cuerpo antiguo en tiempos modernos; un cuerpo preparado para procesar y conservar energía en un contexto en el que podemos obtener alimentos ya procesados, que conservan mucha energía en dosis pequeñas. Estos tiempos actuales hacen que aparezcan las enfermedades por excesos, ya no por carencias. Son las llamadas enfermedades no transmisibles, de larga duración y progresión lenta, que toman protagonismo en el mundo y son causa de gran cantidad de muertes en la actualidad. De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, son las responsables de la mayoría de las muertes en el mundo, y han ido creciendo de forma significativa entre los años 2010 y 2015: las enfermedades cardiovasculares pasaron de causar 12,3 millones de muertes en 2010 a 15 millones en 2015; las enfermedades pulmonares (EPOC) pasaron de2,9 millones a 3,2 millones de muertes; el cáncer, de 1,3 millones a 1,7 millones, y la diabetes, de menos de un millón a 1,6 millones en el mismo lapso. Por otro lado, las enfermedades transmisibles, que antes se cobraban la mayor cantidad de vidas y que estaban relacionadas con procesos infecciosos o agudos, fueron perdiendo protagonismo a lo largo de los años. Las infecciones respiratorias pasaron de causar 3,4 millones de muertes a 3,2 millones entre 2010 y 2015; la diarrea cayó de 2,2 millones a 1,4 millones; la tuberculosis, de 1,7 millones a 1,4 millones, y el VIH pasó de 1,5 millones a 1,1 millones de muertes en esos años. Un estudio publicado por la revista The Lancet muestra las tendencias del índice de masa corporal entre 1975 y 2014 en más de diecinueve millones de adultos mayores de 18 años en doscientos países. El índice de masa corporal relaciona altura y peso y es utilizado para diagnosticar el bajo peso, el sobrepeso y la obesidad; resulta de dividir el peso de una persona por el resultado que surge de multiplicar su altura por su altura. Las cifras fueron contundentes: el índice de masa corporal promedio de los hombres pasó de 21,7 —que indicaba un peso normal— en 1975 a 24,2 —al filo del sobrepeso— en 2014; en las mujeres pasó de 22,1 a 24,4 en el mismo período, siguiendo igual tendencia. ¿Qué quiere decir esto? Que el mundo está engordando, literalmente: si lo subiésemos a una balanza en 2014, sumaría un kilo y medio por cada década transcurrida desde 1975. Somos como monos sin selva. Dejamos de movernos impulsados por nuestros músculos para subirnos a aparatos que nos llevan donde necesitemos; tenemos acceso fácil a fuentes de energía tan sabrosas que confunden a nuestro cerebro y se convierten en una de las principales causas de muerte de nuestra especie. Estamos propagando una de las peores plagas, que no es parasitaria ni bacteriana: son las costumbres alimentarias. EN ALGÚN MOMENTO, LA ALIMENTACIÓN PASÓ A SER NUESTRA FINALIDAD Y NO NUESTRO MEDIO, COMO LO ERA EN LA ANTIGÜEDAD. Las estadísticas lo dicen: estamos enfermando en cámara lenta. Ya no comemos para vivir. Muchas veces vivimos para comer y, otras, comemos para morir. CAPÍTULO 2 MI ORGANIZACIÓN ALIMENTARIA ¡SOLO SÉ QUE NO COMÍ NADA! LA DESORGANIZACIÓN ALIMENTARIA Muchas veces nos preguntamos si nuestro desorden cotidiano y la falta de tiempo influye en la forma de alimentarnos. Es común que pasen las horas y nos demos cuenta, de pronto, de que no tenemos registro cuándo fue la última vez que comimos algo. No es una rareza; es muy común que comamos en los momentos libres, solo después de haber cumplido muchas otras tareas que consideramos más importantes que nutrir nuestro cuerpo. Esta desorganización alimentaria hace que cuando el hambre llama, corramos a atacar la heladera o devoremos sin pausa un paquete de galletitas. Las enfermedades actuales y la malnutrición se deben, en general, a que no damos prioridad a nuestra alimentación: no planificamos nuestras comidas, no organizamos qué vamos a comer. Sin embargo, cuando alguien llega a una situación crítica de sobrepeso, hipertensión o diabetes, solemos creer que se debe a la falta de voluntad o a la desgracia metabólica. Existe un modelo de desorganización alimentaria muy común que se caracteriza por comer cuando podemos y lo que tenemos a mano. Esto se debe a que nos levantamos con el tiempo justo para ir al trabajo o cumplir las actividades diarias, muchas veces sin darnos tiempo para hacer la primera comida del día. ¿Cuántas veces salimos de casa en ayunas o desayunamos solamente un té, un café o unos mates? Es llamativo porque por las mañanas dedicamos nuestra energía a actividades demandantes, algunas incluso estresantes, pero no prestamos atención a nuestro registro de hambre; muchas veces no comemos nada hasta el mediodía o primeras horas de la tarde a menos que un compañero de oficina se pasee con un paquete de medialunas y active nuestros centros del hambre o un colega decida festejar su cumpleaños en el trabajo y reparta sándwiches de miga y masitas. ¿Cuántas veces recordamos a las dos de la tarde que tenemos que comer y buscamos entre las opciones cercanas a nuestra oficina? De repente, revolvemos folletos de bares y rotiserías o rogamos a algún valiente que salga de la oficina a buscar comida: “Traeme lo que elijas para vos”, y terminamos comiendo un menú ejecutivo compuesto por una tarta, una gaseosa y un flan. Es común que la balanza se incline por opciones prácticas y rápidas, carentes de variedad nutricional, ricas en carbohidratos y grasas, que estimulen la palatabilidad (sentir algo grato al paladar) y carguen de glucosa la sangre, desprovista de azúcar después de haber trabajado unas seis horas sin probar bocado. Pero la escena no termina ahí; esos almuerzos suelen limitarse a treinta minutos, que muchas veces incluyen decidir qué pedir, ir al toilette y comer antes de seguir con las tareas del día. También es habitual que, luego de cargar una buena dosis de carbohidratos a primera tarde, continuemos sin pausa hasta llegar al momento devastador, la tarde-noche, cuando volvemos del trabajo o terminamos las tareas del día, nos relajamos, recordamos lo ardua que fue la jornada y registremos cuánto necesitamos una dosis de placer inmediato. Es el momento del día en que nos acecha la “cerienda”, merienda-cena y, para variar, poco saludable: mientras cocinamos la comida de la noche picamos unas galletitas dulces que sobraron, armamos un sándwich casual, tomamos un café con leche, agregamos unas fetas de fiambre, mojamos un poco de pan en la salsa que estamos preparando… la merienda se transforma en una cena sin que nos demos cuenta. Pero esto sigue: antes de ir a dormir comemos una cena abundante, que compensa las carencias del día. “¡Claro! Si no comí casi nada —piensa uno—: pasta, ensalada, bife, una fruta; todos los nutrientes y algo dulce, para gratificarme”. El día está por terminar, y nosotros hacemos ingresar una bomba de combustible en nuestro cuerpo. Ahora sí, bien recargados, estamos listos para ir a dormir y descansar el cuerpo. Pasa la noche, el sistema se reinicia y empezamos un nuevo día de la misma forma que el anterior: nos levantamos con las reservas repletas de combustible, que no colaboran en despertar la necesidad de desayunar, y salimos a la vida. Si como nos hacemos un electrocardiograma, nos hiciéramos un electro-hambre que muestre cómo varían los picos de hambre y cuáles son los nutrientes ingeridos en cada momento del día cuando seguimos un modelo de desorganización alimentaria, se vería del siguiente modo: Los perfiles de consumo en la Argentina confirman excesos en los niveles recomendados de pan, azúcar, bebidas azucaradas, carnes grasas, fiambres, quesos grasos, galletitas dulces, facturas, alfajores, lácteos enteros, manteca y conservas, que aportan el mayor porcentaje de calorías sugeridas por día. LA ORGANIZACIÓN ES LA BASE DE TODO PLAN PERO NO IMPLICA QUE LA ALIMENTACIÓN DEBA SER ESTRUCTURADA, RÍGIDA Y MONÓTONA. Nuestro plan de alimentación debe acompañarnos en nuestras decisiones diarias y ser flexible, adaptado a nuestras necesidades, personalidad, gustos, tiempos, actividades y, sobre todo, debe entender nuestro metabolismo. FALSOS GURÚES Y MÁXIMAS DE ASCENSOR: BASAR UN PLAN EN LO QUE “SE DICE” Los nutricionistas nos encontrarnos a diario con falsos gurúes de la alimentación que desafían nuestrossaberes. La alimentación es algo cotidiano y atractivo, y muchas personas, pese a no tener educación formal en nutrición, están bien informadas. Personalmente, cuanto más estudio, menos certezas tengo; cuanto más aprendo y me actualizo, más desaprendo viejos conceptos. Las nuevas teorías y las investigaciones más recientes ponen en jaque lo aprendido y predicado en tiempos pasados porque la nutrición es un camino dinámico; la ciencia aún desconoce el impacto de muchos nutrientes en el cuerpo humano y en muchos casos no podemos hacer afirmaciones concluyentes. Esto no significa que todos los conocimientos sean relativos. Una vez escuché una afirmación rotunda en la fila de un supermercado: una adolescente le decía a sus compañeras que la clave del éxito es entrenar en ayunas. Las personas que estaban cerca la miraban de reojo y parecían memorizar las prescripciones dadas con la seguridad de un profesional. Todos parecían aceptar incondicionalmente esa información. ¿Nadie iba a refutar nada? ¿Nadie iba a preguntarle si esa máxima sirve para cualquier deporte? Y si hace treinta grados Celsius y corro una maratón, ¿es lo mismo? Aunque parecía evidente que fuera una definición cargada de incoherencias, ¡la máxima fue instalada! Entonces empecé a prestar más atención y debí admitir que los axiomas nutricionales circulan todo el tiempo y en cualquier lugar: charlas de ascensor, reuniones familiares y hasta entre mis propios pacientes. Estas máximas, por lo general, están basadas en comentarios de pasillo y artículos publicados en internet, en las redes sociales o en revistas de moda que dan información sin fundamentos pero con un formato seductor que permite su multiplicación de boca en boca. Esas frases nutricionales son “máximas de ascensor”, parte de una charla informal y sin sentido de consumo indiscriminado. Las máximas de ascensor suelen agruparse en tres tópicos: cuándo comer (“lo mejor es no comer hasta que el cuerpo lo pida”), cuánto comer (“hay que desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un mendigo”) y qué comer (“nada mejor al levantarse que tomar limón tibio en ayunas para quemar grasa”). Pueden ser ciertas o no, pero eso es secundario. Lo interesante es nuestra falta de juicio al tomar decisiones alimentarias cuyo origen nos resulta desconocido e incorporarlas a nuestra vida solo por haberlas escuchado al pasar. Si nos cruzáramos con un desconocido en el ascensor y nos recomendara invertir parte de nuestro dinero en un nuevo fondo de inversión de un banco, ¿saldríamos del ascensor, llegaríamos a casa, llamaríamos de inmediato al banco e invertiríamos la mitad de nuestros ahorros en ese fondo, o consultaríamos antes a un profesional? Entonces, ¿por qué tomamos tantos riesgos al alimentarnos? Ser deportista, cantante, ingeniero o contador; ser hijo, padre o abuelo o hermano; amigo o colega, todo requiere de horas, días y años de bienestar acumulado. EL BIENESTAR ES NUESTRO MEJOR FONDO DE INVERSIÓN: ES LO QUE NOS PERMITE HACER NUESTRA VIDA. Existen formas de descubrir a estos falsos gurúes. Una simple pregunta puede ayudarnos a identificar si una fuente de información es confiable o si solo estamos frente a una máxima de ascensor: ¿quién lo dice? Parece inofensiva y simple, pero es decisiva. Un falso gurú nunca nombrará un estudio científico. Mas aludirá al carnicero o al amigo del cuñado de una prima segunda que vive en Banfield. Hay algunas preguntas que un falso gurú nunca hará: ¿cómo pide comida el cuerpo y cómo lo escuchamos? ¿El hambre es la voz del cuerpo, o la saciedad? Si el cuerpo no habla y quiero comer, ¿puedo hacerlo? Podemos ir más allá: ¿qué combustión genera un limón al entrar en contacto con la grasa? Si los pongo juntos en un recipiente, ¿el limón va a quemar la grasa? Y si la quemara: ¿no sería una pésima señal hacer ese ensayo dentro del propio organismo? Tenemos que aplicar estos filtros si queremos cuidar nuestra salud, sobre todo en esta era de falsos gurúes nutricionales. CRONONUTRICIÓN. ¿CUÁNDO, CUÁNTO Y QUÉ COMER DURANTE EL DÍA? ¿Qué ropa guardaríamos en una valija antes de viajar? ¿Cuánta ropa llevaríamos? ¿Cuándo armaríamos el equipaje? Las respuestas varían según el tipo de viaje que uno haga, el destino, si es verano o invierno, la extensión del viaje, el precio que nos cobren por llevar equipaje extra, el tiempo que tengamos para armar los bolsos y cuántas personas viajen, entre muchas otras cuestiones. Con el cuerpo pasa lo mismo. Antes de responder cuándo, cuánto y qué comer, debemos saber cómo funciona nuestro cuerpo y ver qué conclusiones generales podemos obtener con esa información. Los organismos realizan un gran número de procesos de manera periódica y previsible; son los ritmos biológicos y la ciencia que los estudia es la cronobiología, cuya etimología viene del griego kronos, “tiempo”, y bio, “vida”. Por lo tanto, la “crononutrición” refiere a la asociación entre los ritmos biológicos y los nutrientes. El ritmo biológico que más se estudia es el ritmo circadiano, es decir, aquel que abarca un día o veinticuatro horas. Pertenecen a este ritmo la secreción de hormonas como la melatonina (vinculada con el sueño) o el cortisol (encargado de prepararnos para las actividades cotidianas). Otro ejemplo de procesos de frecuencia diaria (circadianos) suceden en el intestino, el estómago, el hígado y hasta en nuestro tejido adiposo (o grasa corporal) y tienen influencia en nuestras decisiones alimentarias y en muchas circunstancias de nuestra vida. Comprender el funcionamiento de este reloj biológico ayuda a explicar, por ejemplo, por qué los infartos de miocardio ocurren con mayor frecuencia por la mañana o por qué los ataques de asma por la noche. También permite a la medicina aplicar tratamientos que incluyan medicinas en los períodos de mayor tolerancia a los tóxicos. El estudio de estos ritmos, en resumen, permite al ser humano anticiparse y aprovechar ciertos hechos cíclicos. Sucesión de los máximos y mínimos de algunas variables que muestran ritmos circadianos en los humanos. Tomado de Smolensky & Lambert. Guide to Better Health. Henry Hold. 2000. Partiendo del ritmo circadiano, existen también los ritmos infradianos, que son aquellos que se repiten con menos frecuencia, por ejemplo, el ciclo menstrual, y los ritmos ultradianos, que son aquellos cuya frecuencia es mayor a una vez por día, como la respiración o los latidos del corazón. El reloj central que marca los tiempos del ritmo circadiano se encuentra en la cabeza, más precisamente en el hipotálamo, y si bien es un ritmo de naturaleza interna, existen ciertas señales externas que ayudan a orientarlos o, en algunas circunstancias, a confundirlos. La principal de ellas es el ciclo de luz u oscuridad, que funciona como la brújula del ritmo natural. Otras señales que colaboran con su sincronización son los horarios de las comidas, el ciclo ingesta-ayuno y el ejercicio programado con etapas de actividad y reposo. Este reloj es responsable de la activación de otros, periféricos, que colaboran en ciertas actividades diarias del organismo que muchas veces no sabemos que existen. Imaginemos un partido de billar que comienza cada veinticuatro horas con un golpe a la bola blanca (el reloj central ubicado en el hipotálamo). Si el impacto se produce siempre con la misma fuerza, en el mismo lugar y en las mismas condiciones externas (misma ubicación del resto de las bolas de color, misma inclinación y estado de la mesa), eso desencadenaráuna respuesta constante y similar sobre el resto de las bolas, que serían los relojes periféricos; en ese caso, cada bola de color llegará siempre a un determinado lugar y cumplirá una función constante. Cualquier variable externa que impacte sobre el reloj central dará lugar a modificaciones. Esta analogía muestra cómo ciertas sustancias que se producen en el cuerpo y que cumplen funciones vitales en la nutrición, la obesidad y el metabolismo del azúcar suelen repetir un patrón que se ajusta a ciclos programados internamente. Estos ciclos no son caprichosos sino que toman referencias externas como la luz, la oscuridad, la ingesta, el ayuno y otros parámetros frecuentes para orientarse y asegurarse estar cumpliendo sus tareas en tiempo y forma. ¿Qué pasa cuando se altera el reloj interno? La interrupción de los ritmos cotidianos se denomina “crono disrupción” y supone la ruptura de la sincronización entre los ritmos circadianos internos y los ciclos de veinticuatro horas medioambientales. En otras palabras, es como si perdieras el ritmo en una coreografía. Hay algunas evidencias que relacionan la crono disrupción con el aumento del riesgo de padecer envejecimiento prematuro, cáncer, enfermedades cardiovasculares y obesidad. Un ejemplo claro es el jet lag o el síndrome transoceánico. Imaginemos que viajamos desde la Ciudad de Buenos Aires (Argentina) a la ciudad de Tokio (Japón) en un vuelo de un día de duración. Subimos al avión a las diez de la noche, cenamos y preparamos nuestra maquinaria para dormir; se libera melatonina para colaborar en la conciliación del sueño y a las doce de la noche (hora local) logramos dormir. Después de ocho horas más de vuelo nos despertamos. Son las ocho de la mañana y el cuerpo libera cortisol para afrontar las actividades matutinas, pero dentro del avión no tenemos más alternativa que ver una película o charlar con un compañero de asiento. Hacemos un trasbordo y miramos el reloj; son las siete de la tarde, solo faltan tres horas para llegar. Aprovechamos para comer algo y esperamos que el tiempo pase. El cuerpo empieza a sentirse cansado y la maquinaria hormonal se prepara nuevamente para la liberación de melatonina nocturna: se aproximan las horas de sueño y de reparación corporal. Pero al bajar del avión en Tokio, lejos de lo que mi cuerpo presumía, nuestros receptores externos captan la luz intensa el día: son las diez de la mañana en la capital japonesa, hay doce horas de diferencia con nuestro reloj local. El cuerpo se encuentra en un mar de confusión hormonal: ¿dormimos o nos levantamos? De esto se trata la crono disrupción: el ritmo del cuerpo va a contramano del ritmo externo. Pero no es necesario viajar durante veinticuatro horas a Japón para confundir a los ritmos corporales. Hoy eso ocurre con la contaminación lumínica de una tablet, un celular o la computadora, sobre todo al quedarnos despiertos trabajando o viendo series hasta altas horas de la madrugada. También sucede al trabajar de noche e incluso debido al “jet lag social” que desencadenan las reuniones con amigos hasta bien entrada la madrugada. ¿Almorzar temprano o tarde? Hay muchos estudios sobre la relación entre el momento de comer y el control de peso, pero uno de ellos, realizado en España con la colaboración de la Universidad de Harvard y la Universidad Tufts, es especialmente relevante. Allí hicieron una evaluación durante veinte semanas de cuatrocientas veinte personas con sobrepeso y obesidad y encontraron que a pesar de consumir la misma cantidad de calorías, quienes almorzaban después de las tres de la tarde tenían un ritmo de descenso de peso menor que quienes lo hacían antes de ese horario. Esto indicaría que, a igual ingesta y gasto energético, quienes almuerzan relativamente temprano, antes de las tres de la tarde, tienen mejor capacidad de movilización de grasa del tejido adiposo y, en consecuencia, mayor capacidad de descenso de peso en relación a quienes almuerzan más tarde. Otros estudios corroboran que el horario del almuerzo afecta ciertos patrones metabólicos: el almuerzo realizado de forma tardía (alrededor de las cuatro y media de la tarde) redundó en un menor gasto de energía en reposo, una disminución de la utilización de carbohidratos en ayunas y menos tolerancia a la glucosa que los almuerzos realizados de forma temprana, a la una de la tarde. ¿Comer de día o comer de noche? Queda mucho por estudiar en este campo, pero existen indicios que vinculan ciertas patologías, como la obesidad, con el momento en que se llevan a cabo las comidas. Durante algunos años se ha estudiado la alteración del ciclo alimentación/ayuno en laboratorio ofreciéndoles la misma alimentación desde pequeños a dos grupos de animales. Los animales que comieron fuera de su horario habitual ganaron más grasa y peso que aquellos que lo hicieron puntualmente. Esto fue posteriormente ratificado en humanos sometidos a un patrón de consumo de alimentos que dio el siguiente resultado: invertir el horario tradicional de ingesta se asoció a mayor intolerancia a la glucosa y menor liberación de leptina, la hormona que colabora en producir saciedad. Esto ayuda a entender por qué las personas con hábitos nocturnos tienen más apetito o ansiedad. ¿Desayunar como un rey y cenar como un mendigo? Al hablar de nutrición, muchas personas llegan a una conclusión lógica: la cena debería ser la comida menos copiosa porque después de ella solo nos espera el reposo y la reparación. Pese a que lo entendemos, no lo hacemos. Solemos llegar tarde a nuestra casa y la cena se convierte, al revés de la lógica, en la comida más contundente, cargada de grasas y azúcares. No hay evidencias científicas concluyentes sobre cuándo, cuánto y qué comer en el transcurso del día pero un estudio realizado en Israel demostró que quienes ingirieron más calorías durante el desayuno perdieron más peso que quienes comieron más en la cena. El ensayo se realizó con mujeres con sobrepeso, obesidad y síndrome metabólico, divididas en dos grupos. El grupo A siguió un plan de reducción de peso de mil cuatrocientas calorías distribuidas de la siguiente manera: setecientas en el desayuno, quinientas en el almuerzo y doscientas en la cena. El grupo B siguió un plan con la misma cantidad de calorías distribuidas de forma diferente: doscientas en el desayuno, quinientas en el almuerzo y setecientas en la cena. Las mujeres del grupo A redujeron el peso y la circunferencia de la cintura de forma más significativa que las del grupo B. A su vez, el grupo A tuvo mejores resultados de resistencia a la insulina, la hormona encargada del manejo de azúcar en el cuerpo. Esta conclusión invita a pensar que un desayuno más alto en calorías, acompañado por una cena de menor aporte energético, podría ser una buena estrategia para personas con sobrepeso y síndrome metabólico. Las pocas luces que arrojan estos estudios científicos, que aún no son significativos ni concluyentes, parecen indicar que no es conveniente realizar la comida más contundente a la noche y que reducir el aporte calórico de la cena sería una buena estrategia para quienes encaran un tratamiento de adelgazamiento. ¿A qué hora debo cenar? Para evaluar el impacto del horario de la cena sobre la glucemia y la insulina, los estudios científicos recurrieron a un procedimiento sencillo: suministrar a un grupo de personas una bebida azucarada a las ocho de la mañana y esa misma bebida a otro grupo a las ocho de la noche. También les administraron comida con menor contenido de azúcares a las ocho de la mañana, a las ocho de la noche y a la medianoche.Los resultados demostraron una respuesta exagerada de la glucemia cuando la bebida azucarada se consumió a las ocho de la noche mientras que la ingesta de comida saludable suministrada ofreció resultados similares en los diferentes momentos del día, aunque con niveles más altos de glucosa e insulina en sangre a la noche y la medianoche. Esto indica que, independiente del tipo de comida o bebida, el impacto negativo sobre el azúcar e insulina en sangre es mayor de noche; otro punto a favor para empezar a pensar que la comida más contundente, cargada de carbohidratos y energía, no debería hacerse después de las ocho de la noche. ¿CÓMO ARMAR UN PLAN DE ALIMENTACIÓN ADECUADO? Si tuviera que definir el conflicto de los planes de alimentación de la actualidad, lo haría con la siguiente frase: LOS PLANES DE ALIMENTACIÓN ACTUALES ESTÁN MATANDO LA ADECUACIÓN. ¿Qué es la adecuación? Pedro Escudero, padre de la nutrición moderna, escribió acerca de las leyes de la alimentación y destacó la de la adecuación como una de las más importantes. Todo plan de alimentación debe ser adecuado a la persona, tanto en la selección de los alimentos como en su preparación, y debe tener en cuenta la edad, el sexo, las costumbres culturales, las actividades cotidianas, su nivel de economía y su estado de salud. Al decir que las dietas en la actualidad están matando la adecuación quiero decir que un porcentaje cada vez alto de los mensajes de alimentación vienen empaquetados: son rígidos, universales y con un espíritu fundamentalista. Son mensajes únicos que se viralizan, generalmente vienen de la mano de un personaje famoso o de moda, que nos hace creer que al consumir un alimento o seguir una dieta, podremos cumplir nuestros objetivos. Esos planes de alimentación nos convierten en buscadores constantes de dietas y métodos, con el detalle de que ninguno tiene en cuenta nuestras preferencias. Nosotros nos adaptamos al plan, no el plan a nuestra forma de vivir y nuestro contexto. Las frases siguientes son un ejemplo de estos mensajes: • La única forma de consumir antioxidantes es comer bayas de goji. • La porción de carne corresponde a la palma de la mano. • El único aceite saludable es el de coco extra virgen y prensado en frío. • Para bajar de peso hay que eliminar las harinas. Esto tendría algún sentido si fuésemos máquinas que funcionan solo con un determinado tipo de aceite, los mismos tornillos y una cantidad estándar de combustible, que realizan siempre las mismas actividades y no se ven afectadas por su entorno. Pero lejos estamos de eso: somos seres humanos, distintos, flexibles, dinámicos, emocionales y, sobre todo, únicos. Nuestros gustos cambian día a día y nuestras necesidades de energía, también. Nuestros metabolismos y nuestras respuestas a los alimentos no son universales ni estáticas. Lo que me hace bajar de peso a mí quizás no le resulte a un amigo, y lo que le genera intolerancia a mi prima quizás no se la genere a mi hijo. El presupuesto para cubrir mis necesidades nutricionales quizás sea distinto del que tiene alguien que compra orgánicos o accede a un mercado exclusivo de alimentos saludables de moda. Por eso quiero dejar claro que para comer bien no hay que matar la adecuación. Podemos armar un plan que se nos parezca y que contemple nuestros gustos teniendo en cuenta algunas consideraciones. Un plan adecuado debe: • lograr un equilibrio óptimo entre la comida casera y la practicidad que ofrecen los alimentos procesados; • parecerse a uno, respetar nuestros tiempos, coincidir con nuestra agenda diaria, no interrumpir nuestras actividades: debe ayudarnos, no incomodarnos; • ofrecer la mejor relación entre el costo económico y la calidad nutricional. Esto quiere decir que debe contemplar aquellos alimentos que nos mantengan bien nutridos al precio que mejor se acomode a nuestras posibilidades. El siguiente gráfico puede ayudarnos a guiar la selección de alimentos para lograr un plan de alimentación adecuado a nuestros gustos y necesidades: La adecuación de la alimentación debe contemplar tres áreas: alimentos que me gustan, alimentos que controlo y alimentos que me hacen bien. La aplicación correcta de estas tres categorías permite que nuestro plan se adecúe a nosotros, sea saludable y nos permita mantenerlo a largo plazo. ¿Cómo armar el propio plan de alimentación adecuado? PASO 1: dibujar tres círculos vacíos e incluir en cada uno los alimentos detallados a continuación del gráfico. El círculo 1 incluirá aquellos alimentos que nos gustan o que preferimos pero, si no podemos controlarlos o no nos hacen bien, no debe estar en la zona de intersección con los círculos 2 y 3. El círculo 2 abarcará aquellos alimentos que controlamos, es decir, de los que podemos decidir cuánta cantidad o porciones comer. Nosotros los dominamos, no ellos a nosotros; pero si ese alimento que controlamos no nos gusta o no nos hace bien, no debe estar en la zona de intersección con los círculos 1 y 3. El círculo 3 reunirá a aquellos alimentos que nos hacen bien y que deberíamos incluir con frecuencia en nuestra alimentación, pero si no los controlamos o no nos gustan, no deben estar en la zona de intersección con los círculos 1 y 2. PASO 2: evaluar las áreas de interés y establecer estrategias. En la confección del gráfico surgen diferentes áreas de interés que merecen la elaboración de estrategias particulares. Hagamos un recorrido por cada área y veamos las opciones para establecer un plan adecuado. ME GUSTAN PERO NO ME HACEN BIEN NI LOS CONTROLO Zona peligrosa de alimentos con buena palatabilidad: la estrategia industrial para lograrlo es agregar en exceso sal, aditivos, grasas o azúcares simples que sobreestimulan los centros de apetito y generan cierto descontrol. Por este motivo, los profesionales de la salud no recomendamos basar la alimentación en estos alimentos. Algunos ejemplos: snacks, chocolates, dulces, postres, helados, productos de pastelería y panadería, comida chatarra, sándwiches comerciales, productos de copetín, golosinas, gaseosas regulares o bebidas azucaradas. ¿Cómo administrar estos alimentos? • Comprar chocolates o dulces que contengan pocas unidades. • No comprar panificados o productos de pastelería por docena sino por unidad. • Si es comida de delivery con exigencia de compra mínima, encargar la porción justa e ir al local a buscarla. • Si quedan sobras, freezarlas, regalarlas o dejarlas fuera del alcance visual y físico. • Si son alimentos ya descongelados, cocinarlos y volver a congelarlos cocidos. • Consumirlos fuera de casa, sea en bares o restaurantes. Siempre es más fácil controlar una porción cuando ya viene servida. • Aprovechar y comerlos en situaciones sociales o reuniones. Esto elimina la frustración que produce evitarlos y nadar contra de la corriente, pero también nos permite contar con el apoyo de un amigo o conocido de mucha confianza para controlar las porciones. • Antes de consumirlos, incorporar un alimento de baja densidad energética, con mucho volumen y fibra: una fruta como manzana, pera, banana, o una ensalada o simplemente un par de vasos de agua, soda o una bebida sin calorías que baje la ansiedad. ME GUSTAN, NO ME HACEN BIEN PERO LOS CONTROLO Es el área de los gustos domiciliarios: alimentos que nos gustan pero sabemos que debemos consumirlos en poca cantidad debido a su alto contenido de grasas, azúcares, sal o aditivos. Son los mismos alimentos del área peligrosa pero, a diferencia de ese grupo, en este caso tenemoscontrol sobre su consumo. Esto quiere decir que si tenemos uno de estos alimentos a disposición, podemos elegir una porción adecuada. ¿Cómo administrar estos alimentos? • Puedo tenerlos dentro de mi casa o contexto, como el botiquín de primeros auxilios cuando me surge una necesidad no planificada de algo dulce o salado. • Puedo guardarlos en la guantera del auto o tener en un recipiente en el trabajo, siempre conservándolos de la manera adecuada y tratando de que no sean la primera opción visual a la hora del apetito. • Pueden estar disponibles en aquel momento del día que sé que necesito una dosis extra de algo rico. • A veces resulta conveniente utilizar estos alimentos como reemplazo de una comida tradicional en vez de comerlos en el momento exacto en que el cuerpo me los pida. Por ejemplo: si tengo necesidad de un alfajor a las cuatro de la tarde y sé que a las cuatro y media suelo realizar mi merienda, quizás sea mejor incorporar ese alfajor como protagonista de mi merienda en reemplazo de mi comida habitual. De esta forma siento que mi planificación no se quebró y disfruto de algo rico. ME GUSTAN Y ME HACEN BIEN PERO NO LOS CONTROLO Esta zona incluye alimentos enmascarados, aquellos que sabemos que nos hacen bien en porciones medidas, pero pueden volverse peligrosos y atentar contra nuestros objetivos alimentarios si nos excedemos en su consumo. Algunos ejemplos: chocolate amargo, vino, aceites, frutos secos, frutos deshidratados, semillas, quesos magros. ¿Cómo administrar estos alimentos? • Con los aceites, utilizar cucharas o la tapa de la misma botella para dosificar la cantidad en las comidas. • Freezar las porciones de queso. El queso magro es una alternativa para hacer más sabrosos los platos pero quienes realizan planes de alimentación suelen usarlo como guardaespaldas de todas las comidas, arriba de una milanesa, como colación, en un omelette, con membrillo de postre. Una forma de controlarlo es congelar porciones individuales y estipular una cantidad diaria para tener registro; otra opción es fetearlo para distribuir las porciones. • El vino tiene ciertos beneficios derivados de sus uvas, más que del etanol, y por eso las organizaciones de salud lo reconocen como una opción, pero no es lo mismo excederse con aceite de oliva que con alcohol. No tener control de lo que bebemos merece una consulta a un profesional de la salud. • Una porción razonable de frutas secas o semillas es lo que entra en un puño medio: entre quince y veinte almendras, castañas de cajú o avellanas, así como diez o doce nueces mariposa. NO ME GUSTAN PERO ME HACEN BIEN Y LOS CONTROLO Este área está llena de amigos lejanos: alimentos que deberíamos tener más cerca porque están llenos de beneficios para la salud pero, por diversas circunstancias, como gustos, hábitos, rasgos culturales o practicidad, no los incorporamos. Algunos ejemplos: frutas, verduras, legumbres, pescado, agua, alimentos integrales. ¿Cómo administrar estos alimentos? • Incorporarlos en la alimentación diaria de a uno y en pequeñas cantidades, evitando hacerlo todos juntos o con un rol protagónico: mejor en salsas de preparaciones; como decoración en un plato; como pequeño snack de media mañana o media tarde; como parte de una ensalada en cantidades pequeñas. • Consumirlos junto con un alimento que nos guste para que este funcione como un puente emocional hacia el nuevo que queremos incorporar. Por ejemplo, agregar verduras procesadas a un omelette con queso; sumar una fruta a un postre tradicional que nos guste (postre de chocolate con nueces y frutillas o postre de dulce de leche con almendras y banana); incorporar lentejas u otras legumbres procesadas a un medallón o hamburguesa; hacer albóndigas de pescado; pasta rellena, creppes o canelones con verduras. • Probar estos nuevos alimentos en un contexto agradable, libre de estrés y con tiempo para cocinar o comer. Puede ser en vacaciones o los fines de semana, cuando aumenta la predisposición al cambio: aprovechar si vamos a una zona de costa para comer mariscos; convertir los cumpleaños en la ocasión para probar un menú diferente y atractivo, con frutas de colores; cocinar pizzas con toppings de verduras para amigos. PASO 3: conocer el plan de alimentación adecuado y comenzar. Una vez que recorrimos todas las áreas de alimentos, es momento de concentrarnos en los que quedaron en el centro del gráfico, en las zonas de intersección. Esos alimentos deberían ser el eje del plan de alimentación a largo plazo, acorde a nuestros gustos y posibilidades, nos permitirá cumplir nuestros objetivos y se adecuará a tres características muy importantes: alimentos que nos gustan, que controlamos y que nos hacen bien. Veamos un ejemplo de plan de alimentación adecuado: • A Alejandro le gustan mucho las verduras, aunque todavía no se anima a probar el brócoli. • Es fanático de las pastas y le gusta comer todo con ajo. • Le gusta salir los fines de semana y cocinar los domingos para su familia. • Sabe que el aceite de oliva es un alimento saludable pero no puede controlar la cantidad que usa. • No le gustan las frutas desde que era chico, por falta de hábito. • Le gustan los postres industriales de chocolate y el helado de crema, pero no puede controlar este último; si tiene un kilo en la heladera, lo devora íntegro. Si analizamos su gráfico de adecuación alimentaria, obtenemos el siguiente resultado: ¿Qué estrategias podemos incorporar a partir de estas preferencias? • Durante la semana, incorporar diferentes frutas junto con un postre de chocolate: día 1, postre de chocolate con frutilla; día 2, postre de chocolate con banana; día 3, postre de chocolate con duraznos. • En la noche del sábado, ir caminando a tomar un helado, en lugar de tener helado en el freezer. • El domingo, si te gusta comer pastas, hacer una salsa de ajo y brócoli: se doran los ajos junto con el brócoli para despertar el sabor, luego se incorporan dos cucharadas soperas de aceite de oliva crudo y servir sobre una pasta al dente. Ahora es momento de salir con esa lista a una verdulería, al almacén, el supermercado, la dietética o el kiosco a buscar esos alimentos. Ninguno va a desconocer nuestros gustos, nuestra salud ni nuestras decisiones porque el control lo tenemos nosotros. Ahora sí, estamos organizados. ¿CÓMO HACER PARA QUE LO SANO SEA RICO? Apostaría a que una de las razones principales por las cuales muchas personas no cuidan su alimentación es la asociación casi natural entre una dieta (término mal usado para hablar de planes de alimentación saludables) y la ausencia de placer. La palabra dieta está asociada a la monotonía, la falta de estímulos sensoriales, la rutina, la poca variedad y, sobre todo, el sufrimiento. Si ahora te pidiese que detalles la primera “cena de dieta” que viene a tu mente, ¿acaso no sería una pechuga de pollo con puré de calabaza o bife a la plancha con ensalada? Los más osados quizá piensen en un pescado o una milanesa de soja. LA COSTUMBRE DICE QUE CUANTO MÁS SUFRIDA LA DIETA, MEJORES RESULTADOS DA, COMO SI EL PADECIMIENTO QUEMARA CALORÍAS. Si tuviéramos que buscar un culpable, me atrevería a decir que es la famosa comida de hospital, que considera agua bendita el pollo con calabaza: si un centro de salud lo provee a los convalecientes, ese debe ser el pilar de nuestras dietas. No pensamos que, en realidad, es un plato de fácil realización y adaptable a un lugar donde residen cientos de personas y resulta imposible considerar los gustos individuales. ¿Por qué, si estamos sanos y podemos cocinar lo que
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