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La depresion postparto Salir del silencio(1)

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Colección Con vivencias
42. La depresión postparto
Título original: La dépression postnatale. Sortir du silence. 2009, Éditions Favre, Lausanne
Traducción de Antonia Llairó y Anna Llairó
Primera edición impresa: mayo de 2015
Primera edición: octubre de 2015
© De la edición original en lengua francesa: 2009, Éditions Favre, SA, Lausanne, Suiza
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
Bailén, 5, pral. — 08010 Barcelona
Tel.: 93 246 40 02 — Fax: 93 231 18 68
www.octaedro.com — octaedro@octaedro.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede
ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro
Español de Derechos Reprográficos, <www.cedro.org>) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de
esta obra.
ISBN: 978-84-9921-742-0
Fotografía de la cubierta: Ingimage
Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila
Realización y digitalización: Editorial Octaedro
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A mis abuelos Irma y Georges
A mis padres Lilian y Jean Claude
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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Es para mí una gran satisfacción escribir el prólogo a la edición española para este
valioso libro, que trata de la depresión postparto, problema que afecta a un tanto por
ciento elevado de la población, pero que, como dice la doctora Nanzer, detectado y
tratado a tiempo suele tener una evolución satisfactoria. Sin embargo, a menudo pasa
desapercibido y por lo tanto sin diagnosticar ni tratar. En este caso tiene tendencia a
permanecer, empeorar y, en la medida en que afecta las relaciones interpersonales, altera
la evolución del hijo.
Desde las primeras páginas del libro notamos que el objetivo de la autora es dar a
conocer este problema a fondo, de manera que no pase desapercibido, sino que, por el
contrario, sea detectado, diagnosticado y tratado a tiempo. Así se puede evitar el
sufrimiento del paciente, las consecuencias en el hijo, en la pareja y en el entorno de la
persona que los sufre.
La autora describe, como núcleo central del problema depresivo, un conjunto de
sentimientos que suelen darse especialmente en relación al primer hijo. Se trata de
inseguridad, dudas, temores, sentimientos de culpa y vergüenza, que hacen sentir a la
madre poco capaz, desacertada e incluso «mala madre». Estos sentimientos
corresponden a una imagen negativa de ella misma, que la empuja a aislarse, cerrarse en
el silencio y esconder su malestar. Este estado de ánimo dificulta, además, que la madre
se decida a consultar.
Es emocionante la determinación con que la doctora Nanzer estudia los orígenes de
estos sentimientos de vergüenza y de culpa, y transmite formas de ayudar a la madre a
colocarlos en su justo lugar. Afirma que la depresión postparto es una enfermedad real y
que es importante que la madre tenga claro que ella no es culpable del trastorno, de la
misma forma que tampoco lo sería de cualquier otra enfermedad que pudiese contraer.
Superar los sentimientos de culpabilidad y de vergüenza ayuda a la madre a atreverse a
expresar su malestar, sus dudas y sus temores, y en esta forma «salir del silencio».
Considera que este es el primer paso para llegar a la detección precoz y
consecuentemente al tratamiento.
En muchas ocasiones el entorno, no solamente no estimula a la madre a buscar ayuda,
sino que incluso puede ser un factor que desanime la intención de realizar esta consulta.
Esto sucede cuando, creyendo favorable tranquilizar a la madre, se quita importancia a
su problema, se banaliza, se descarta la necesidad de consultar y se mantiene la situación
estancada. La doctora Nanzer subraya la gravedad de la banalización, tendencia que
entorpece una atención correcta al problema y que puede tener consecuencias graves.
Un capítulo que me parece muy importante de este libro es el de la depresión del padre
en relación al embarazo de la pareja o al nacimiento de un hijo. Este cambio tan
importante en la vida de un hombre, como sucede también en la vida de la mujer, obliga
a una reorganización personal y de la identidad que incluye el desarrollo de nuevas
capacidades y de nuevas formas de relación interpersonal; el fracaso en estos reajustes
puede desembocar en un estado depresivo.
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La depresión del padre ha sido frecuentemente desconocida o negada. Incluso, la
fachada defensiva del problema, que puede cobrar tintes maníacos, puede confundirse
con bienestar y alegría. La doctora Nanzer describe en forma muy clara el círculo vicioso
que a menudo es el núcleo central de la depresión del padre: la madre está absorbida por
su bebé con lo que el padre puede hallarse –y no solamente sentirse– excluido, solo, poco
válido, relativamente innecesario, deprimido. Y esto, si no consigue participar en la
relación entre su esposa y su hijo, lo puede conducir a aislarse, a hacer la vida por su
cuenta, lo cual puede entenderse como desinterés. La doctora Nanzer presenta este tema
también en forma muy completa, describiendo toda la trayectoria, desde las vicisitudes
de la evolución, los factores que predisponen a la depresión, hasta las gestiones
terapéuticas necesarias para salir de ella.
Cada capítulo de este completo libro aporta nuevos conocimientos en el área
correspondiente. Así, el capítulo sobre tratamientos es realmente una amplia orientación
sobre posibilidades terapéuticas muy variadas según las características del cuadro clínico.
Describe las posibilidades que ofrecen las distintas medicaciones, el amplio abanico de los
enfoques psicoterapéuticos, así como también las diversas formas de hospitalización. No
falta, además, el importante apartado de las limitaciones y de las contraindicaciones de
las herramientas terapéuticas.
Me parece muy importante y creativo el estudio que nos ofrece la doctora Nanzer
sobre aportaciones terapéuticas no específicamente profesionales, pero que pueden ser
muy valiosas, es decir, elementos terapéuticos que pueden hallarse al alcance de la
persona afectada, en su entorno familiar o social, pero más allá de la atención
profesional.
Valoro también mucho los otros capítulos del libro, a los que no me referiré
separadamente, todos ellos con aportaciones muy válidas, difícilmente halladas en la
literatura correspondiente.
Lo que nos ofrece la autora en este libro no es solamente ampliar conocimientos sobre
este problema, sino que estimula una forma distinta de escuchar, una atención y una
acción que son terapéuticas. Esto convierte el libro en una obra magistral.
Resulta evidente que la doctora Nanzer escribe desde su propia y amplia experiencia
clínica e investigadora. El libro es agradable de leer, escrito en un estilo claro, matizado,
didáctico. Trata cada área en una forma muy completa, comenzando por las experiencias
vividas en la infancia por la persona susceptible de contraer la enfermedad, hasta el
momento actual, la maternidad. Como introducción a lo que es el núcleo central del libro,
describe las sucesivas etapas en la evolución, que significan cambio y reorganización en
la vida de la mujer –y del hombre– y la influencia de esta reorganización sobre las etapas
posteriores, por ejemplo, generando predisposición a la depresión o predisponiendo a
mayor tolerancia ante las dificultades vitales.
A lo largo del texto encontramos viñetas clínicas muy claramente relatadas, frescas,
ilustrativas de lo que va explicando y que facilitan reconocer estas situaciones en el
entorno social de cada persona. Hallamos también cuadros sinópticos que esquematizan
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y organizan los temas. También son útiles los listados que reúnen en un recuadro todos
los datos de un determinado campo.
El libro va dirigido a madres y padres, profesionales de distintas especialidades y
personas en general interesadas en el problema. Interesará a las madres y a los padres en
cualquier punto en que se encuentren en relación a la maternidad/paternidad, tanto si han
tenido alguna experiencia personal en relación a la depresión, como si han tenido la suerte
de no verse afectados por el problema. Es evidenteque saber más de él y poder
reconocerlo es de utilidad para ellos y también para su entorno familiar y social.
Para terminar me queda solamente el deseo de que los lectores de este libro lo disfruten
tanto como yo lo he disfrutado.
EULÀLIA TORRAS DE BEÀ
BARCELONA, 5 DE FEBRERO 2015
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AGRADECIMIENTOS
Me gustaría dar las gracias a todas las personas que directa o indirectamente han
participado en la concepción, embarazo y parto de este libro.
Paco Palacio: un padre. Todos estos años de colaboración y tu pasión por la docencia
han contribuido ciertamente a mi deseo de transmitir. Tus ideas y teorías me han
acompañado a lo largo de este embarazo. ¡No podía desear un padre más generoso para
este recién nacido en el que, creo, te podrás reconocer un poco!
Bertrand Cramer: un abuelo. Sus clases y sus libros me han hecho descubrir y amar
la psiquiatría infantil. Usted me abrió la puerta de la Guidance Infantile y ¡ya no he
vuelto a salir de ella! Los «escenarios» que dan lugar a las fantasías siguen
transmitiéndose a través de las generaciones…
François Ansermet. Tu confianza y tu apoyo como jefe de servicio me han permitido
lanzarme en este ambicioso proyecto. Tu interés en la perinatalidad me ha ayudado a
proseguir este período… sin demasiado «estrés».
Karim Mouzoune. Tu colaboración en la redacción, tu coaching y tu ternura han sido
valiosos. Me has sostenido a lo largo del embarazo y del parto sin soltarme nunca la
mano.
Mis pacientes, los padres de mis pequeños pacientes, las mujeres que han
participado en el estudio. Vuestras emociones y vuestra confianza me han enriquecido
y han inspirado este libro.
Sonia Cagnazzo. Tu ayuda y tu implicación en nuestras investigaciones sobre la
depresión perinatal han sido y continúan siendo valiosísimas.
Mis colegas y amigos que han tenido la paciencia de releer y la franqueza de criticar
este trabajo.
Y todos los demás que no puedo citar aquí pero a quien no olvido.
La autora y el editor agradecen a Sandra Weber-Bruner, periodista, haberles
permitido conocerse y realizar este libro conjuntamente.
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PRÓLOGO
Es para mí un gran honor y un enorme placer escribir el prólogo de este libro. Nathalie
desarrolla en él de forma magistral, con estilo claro, preciso y profundo, un tema de
importancia fundamental: la depresión postparto. Esta enfermedad concierne tanto a los
profesionales de la salud como al conjunto de la población. Con la finura y la sutileza que
le caracterizan, Nathalie Nanzer muestra igualmente cómo este problema afecta también
a los hombres en el momento en que se convierten en padres y expone las características
clínicas especiales de la depresión postparto en los hombres.
Sin duda, la depresión es un tema crucial y no solo para la salud mental. Según los
estudios de la Organización Mundial de la Salud, el 50 % de las personas que consultan
al psiquiatra y al psicólogo presentan alguna forma de depresión. Entre el 10 y el 15 por
ciento de los pacientes deprimidos desarrollan síntomas funcionales y frecuentan
regularmente las consultas de los médicos de familia. Contrariamente a lo que los
psiquiatras han pensado durante largo tiempo, la depresión afecta también a los niños y
ello desde su más tierna infancia. En los bebés, está a veces relacionada con la depresión
materna.
Más allá de la enfermedad, la «depresividad» es parte integrante de la condición
humana. Tiene tendencia a manifestarse con más fuerza en las etapas clave del desarrollo
que se suceden desde que uno es bebé hasta que es mayor. Respecto a esto, tiendo a
decir que aquel que no siente las manifestaciones de esta depresividad en ciertos
momentos de su existencia presenta sin duda problemas de personalidad o de carácter
aún más graves, que implican un sufrimiento no solo para él mismo sino también para su
entorno. La doctora Nathalie Nanzer muestra ampliamente en su libro que ni la
depresividad ni la depresión son motivo de verguenza y que se trata de «sacarlas del
silencio», tal como lo subraya el título de su libro.
Psiquiatra de adultos pero sobre todo psiquiatra de niños, la doctora Nanzer, con quien
he tenido el placer de trabajar durante largos años, señala en el primer capítulo que se
trata de un incidente frecuente (del 13 al 15 % de los partos) en el proceso de desarrollo
de la identidad parental.
En continuidad con el primer «duelo de desarrollo» de la adolescencia y de la renuncia
a una identidad de niño, el «duelo de desarrollo» que genera el acceso a la parentalidad
implica vivencias de pérdida y perturbaciones aún más importantes de la autoestima.
Empujado por la presencia concreta del bebé, el sujeto debe ahora renunciar al lugar de
niño que ocupaba en relación a sus propios padres. El adulto es propulsado hacia un
nuevo rol, el de padre. La identificación con las funciones parentales, y especialmente
con aquellas del progenitor del mismo sexo, implica para la madre el reconocimiento de
los aspectos positivos de su propia madre: nutricia, cuidadora, protectora, etc. Pero por
otra parte, se reactivan todas las reivindicaciones o reproches enmascarados en relación a
esta misma madre, así como la culpabilidad generada por estas críticas. Estas
problemáticas son, en grados diversos, muy frecuentes en el desarrollo de los padres
jóvenes; el 15 % de ellos serán fuente de una verdadera depresión clínica, pre o post
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parto. Hemos podido observar que entre el 60 y el 70 % de las madres que consultan por
trastornos funcionales de su bebé de cero a tres años (problemas de sueño, de
alimentación, de control de esfínteres, etcétera) presentan, en la escala de Beck, una
depresión de ligera a media. Esta tasa alcanza casi un 80 % cuando los bebés presentan
trastornos del comportamiento tales como agresividad, rabietas, oposición, etc.
La doctora Nanzer describe con una gran claridad clínica las tres formas de trastorno
que sobrevienen en el postparto: el «baby blues», la depresión y la psicosis. Las
características de esta última son más cercanas a la manía psicótica que a la psicosis
esquizofrénica. A pesar de la presencia de ideas delirantes con temas grandiosos o
megalomaníacos, la existencia de pensamientos de infanticidio y/o de suicidio pone en
evidencia la base depresivo-melancólica de la psicosis del postparto.
Con un lenguaje sutil y transparente, Nathalie Nanzer detalla las características de la
depresión postparto. Nos ofrece ilustraciones clínicas ricas y vívidas. Me gustaría, en
este sentido, destacar la gran empatía y sensibilidad de la autora, que muestra a todas
luces su identidad de terapeuta y más particularmente de psicoterapeuta y psicoanalista.
Revela también su lado paidopsiquiatra cuando evoca las consecuencias de los
trastornos relacionales, engendrados por la depresión, sobre la salud y el desarrollo de los
niños. En ciertos casos, el bebé no consigue vincularse a su madre y puede desarrollar, él
también, una depresión o retraso en su desarrollo (lenguaje o capacidades cognitivas, por
ejemplo). Afortunadamente las consecuencias se limitan muy a menudo a trastornos
funcionales (problemas de alimentación, de sueño, llanto excesivo, etcétera) que permiten
detectar y tratar el problema relacional subyacente, así como la depresión materna.
Un capítulo particularmente interesante, especialmente porque es poco conocido, es
aquel en el que se describen las características de la depresión postparto en el padre. Este
tiene más bien tendencia a activar mecanismos de defensa que le permiten negar el
sufrimiento, saliendo con amigos o comprando un coche deportivo, por ejemplo. A partir
de una viñeta clínica detallada y muy ilustrativa, se ponen de relieve los aspectos clínicos
de la depresión postparto en los padres y las consecuencias de la misma para la pareja y
para el niño.
Pero el libro resulta particularmente apasionante cuando llegamos al capítulo sobre la
terapéutica y la prevención, donde la autora subraya ante todo la vergüenza y la
dificultad de buscar ayuda. Dado el conflicto con el ideal de madre perfecta y colmada
que la jovenmujer quisiera ser, las manifestaciones y los síntomas que ella experimenta
son fuente de autorrecriminaciones, incluso autorreproches que no harán más que
reforzar el trastorno de autoestima y la problemática depresiva.
A partir de su gran experiencia terapéutica, la doctora Nanzer precisa cuándo y a quién
consultar. Explica con detalle las intervenciones psicoterapéuticas, en particular las
psicoterapias breves, que ella conoce bien. Describe también las terapias con
medicamentos o con hospitalización, útiles en casos más severos.
La prevención de la depresión postparto es un objetivo social primordial y la autora
estudia varias estrategias políticas regionales y nacionales. Tiene así mismo experiencia al
haber participado y posteriormente ser responsable de un programa de investigación
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sobre la psicoterapia preventiva durante el embarazo y el principio del postparto, en el
cual yo colaboro todavía. A la luz de estas experiencias, la autora subraya cómo a
menudo es fácil prevenir y tratar la depresión postparto, mientras que dejar que se instale
y se cronifique en silencio puede tener consecuencias perniciosas.
Nathalie Nanzer desarrolla los diferentes aspectos del delicado problema de la
depresión postparto con tacto y utilizando un lenguaje claro. La riqueza de los datos
sobre desarrollo, clínicos y terapéuticos hacen de este libro un texto de referencia sobre
el tema.
FRANCISCO PALACIO-ESPASA
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INTRODUCCIÓN
A través este libro me gustaría contribuir a prevenir o disminuir el sufrimiento y la
soledad de numerosas mujeres que, no sabiendo que sufren de depresión postparto, no
se atreven a hablar de lo que sienten ni a buscar ayuda.
Cuántas veces en mi consulta he oído a las madres suspirar: «Si hubiera sabido que
sufría depresión postparto…», «… ¡me habría sentido menos culpable!», «… ¡habría
podido pedir ayuda!», «… ¡mi marido quizás no se hubiera ido!», «… ¡mi hijo no
hubiera tenido que pagar este precio!». Un día una mujer de 60 años se puso en contacto
conmigo para decirme que, 30 años después de haber dado a luz a su hija, por fin se
había dado cuenta de que había sufrido depresión postparto y que realmente nunca se
había recuperado completamente. Habiendo oído hablar de mis investigaciones y de la
existencia de terapias, me preguntaba si no era demasiado tarde para seguir una ayuda
terapéutica… Otras madres consultan por trastornos relacionales con su hijo y se dan
cuenta, en el curso de la terapia, de que estas dificultades están vinculadas a una
depresión postparto que a veces dura desde hace varios años. Entonces todo se aclara
súbitamente: lo que ellas tomaban por falta de voluntad, incompetencia o falta de amor,
no era más que el reflejo de una enfermedad bien real, documentada y que tiene
tratamiento. ¡Qué alivio saber que una no es mala madre y que puede ser ayudada!
La depresión postparto es un tema aún poco conocido y sobre todo poco reconocido.
Un 13 % de las mujeres lo padecen, a menudo en silencio, perdiendo totalmente la
confianza en ellas mismas y también los primeros momentos tan valiosos con su pequeño
bebé. Dar vida es una de las mejores aventuras de la existencia, pero no es para nada
tranquila… ¡Dar vida es también cambiar la propia vida convirtiéndose en padre o
madre! Contrariamente a una creencia aún muy extendida, uno no se convierte en padre
o madre «espontáneamente» «instintivamente». Se trata de un proceso que empieza
desde el embarazo, que toma tiempo y energía, que necesita replanteamientos. A veces,
cuando la fatiga predomina, cuando las dificultades se acumulan y el pasado sale a la
superficie, la joven madre se encierra en una soledad que le abruma y se hunde
insidiosamente en la enfermedad, con el desconocimiento de todos y a menudo también
de ella misma.
En mi experiencia profesional como psiquiatra y psicoterapeuta de niños, rápidamente
me he visto confrontada a las consecuencias de esta patología sorda en mis pequeños
pacientes. ¿Cuántas veces habré constatado, varios años más tarde, los estragos de esta
enfermedad en el niño, en la madre y en su relación? La frecuencia de las depresiones
postparto en las madres de niños que consultan es alarmante; ello debe incitar a buscar
medios de ayuda para estas madres antes de que su hijo tenga que sufrir por ello.
Este libro está destinado a todas las madres o futuras madres, a los padres, a las
parejas, los parientes y los amigos cercanos que desean conocer mejor esta enfermedad
enigmática que es la depresión postparto. Los profesionales de la salud encontrarán
igualmente informaciones y pistas para comprender mejor, ayudar y orientar a los
pacientes en riesgo o en sufrimiento.
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En el primer capítulo descubriremos el largo y complejo proceso que lleva a la
mujer a convertirse en madre. Veremos cómo su historia, en particular sus
primeros años de vida, contribuyen a modelar su nueva identidad de madre y a
veces a provocar una depresión.
El segundo capítulo describirá los tres grandes trastornos psíquicos del período
postparto: el «baby blues», la depresión y la psicosis.
Entraremos luego en el meollo del tema abordando la definición y las distintas
particularidades de la depresión postparto; un ejemplo clínico ilustrará este
propósito.
Examinaremos entonces diferentes hipótesis acerca de las causas de estas
depresiones y los factores que pueden favorecer su advenimiento.
El capítulo siguiente estará dedicado a las consecuencias a menudo dolorosas de
esta patología en la mujer, en la pareja y sobre todo en el niño.
La mayor parte de este libro evoca la depresión postparto materna; sin embargo,
numerosos aspectos tratados, en particular cuando se trata de vivencias psíquicas,
son también válidos para los hombres. Los padres son a menudo olvidados o
relegados en un segundo plano durante el período perinatal. Un capítulo está
dedicado a ellos y muestra que el acceso a la paternidad puede, para ellos
también, desencadenar conmociones emocionales que conducen a una depresión.
Un padre da su testimonio.
Luego se abordarán las diferentes aproximaciones terapéuticas, así como las
dificultades de acceso a los cuidados terapéuticos.
Terminaré argumentando la importancia de detectar mejor la depresión en las
madres jóvenes y la necesidad de desarrollar una política de prevención y de
información.
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PREÁMBULO
Algunas definiciones y puntos de referencia temporales
La depresión puede sobrevenir:
durante el embarazo; se habla entonces de depresión preparto o prenatal;
después del parto; se habla entonces de depresión postparto o depresión
posnatal.
La depresión perinatal se refiere a una depresión que aparece durante el período
perinatal, es decir, indistintamente en el pre o el postparto. Las depresiones pre y
postnatales tienen numerosas características comunes, en particular, la problemática de la
parentalidad. Por ello, el término depresión perinatal aparecerá regularmente en este
texto.
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1. Ser padres: ¡qué aventura!
¡Ser madre no es fácil! Traer un hijo al mundo comporta importantes cambios para la
mujer, replantea la cuestión de su identidad, de la niña que ha sido, de la imagen que
tiene de sus propios padres.
Este primer capítulo examina diferentes facetas de este camino complejo que recorre la
mujer para construir su identidad de madre. Veremos que este proceso empieza desde la
más tierna infancia y se elabora, durante el embarazo y el primer año posterior al
nacimiento del hijo o la hija, a través de un intenso trabajo psíquico.
Como cualquier etapa de la vida, y a semejanza de la etapa adolescente, el acceso a la
parentalidad constituye una crisis existencial. Cuando las condiciones son favorables y
ningún problema mayor aparece, esta crisis se revela constructiva y favorece un pleno
desarrollo. Pero, más a menudo de lo que pensamos, se manifiesta con ansiedad,
angustia, tristeza, una pérdida de confianza en sí misma, un sentimiento de desánimo que
conduce a veces a una depresión. También se replantea el equilibrio de la pareja, que no
sale siempre indemne de este acontecimiento.Sabemos que el carácter y la apariencia física del bebé influyen sobre la madre y la
ayudan a sentirse más o menos competente en su nuevo rol. Actualmente se reconoce
que la forma en que la madre vive su maternidad influye en sus interacciones con el bebé
y actúa sobre el desarrollo de este. Ilustraré esta dinámica recíproca con la ayuda de
ejemplos clínicos.
Algunas etapas clave en la vida de la mujer
La bebé: «Existo a través de la mirada y los gestos de mi mamá»
Desde su nacimiento, la niña percibe las emociones de su madre, el placer de ocuparse
de ella, esa bebé que se convertirá a su vez un día en madre. Es pues desde la primera
infancia que la niña recibe, de su madre, los fundamentos y las bases sobre los cuales ella
construirá progresivamente su futura identidad de madre, con sus certezas y sus dudas.
La niña pequeña: «Quiero ser como mamá»
El deseo de tener un bebé aparece muy pronto en la niña pequeña. Hacia la edad de 4
años, cuando ya ha comprendido que no se casará con papá porque forma una pareja
con mamá, desvía parcialmente la atención de su padre para interesarse por su madre;
esta madre que, en tanto que mujer, consigue seducir al padre. Es en ese momento
cuando empieza a identificarse con los atributos femeninos de su madre, a querer
imitarlos. El «cuando sea mayor me casaré con papá» se transforma en «cuando sea
mayor, seré como mamá». Es la edad en que la niña se prueba los vestidos y los zapatos
de mamá, quiere maquillarse y sobre todo tener bebés como ella. Ha podido asistir a
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menudo a un nuevo embarazo de la madre o de otras mujeres cercanas. Si un hermanito
o una hermanita nace durante este período, ella puede superar una parte de sus celos
identificándose con su madre y adoptando el rol de una pequeña mamá que vela por el
recién nacido. Esta identificación con una imagen materna positiva, feliz de dar vida y de
cuidar de un bebé va a tener un papel muy importante en el momento en que ella se
convierta en madre a su vez.
La adolescente: «Yo seré distinta a mamá»
La adolescencia constituye también una etapa importante que condiciona la forma en
que la mujer abordará luego la maternidad. La pubertad y la aparición de los caracteres
sexuales corporales la confrontan brutalmente al hecho de que todo es posible. Mientras
que antes podía tranquilamente «soñar» en convertirse en su madre, aun siendo una niña
pequeña dependiente de sus padres protectores, se encuentra ahora en una posición de
joven mujer que se parece cada vez más a esta madre de la que deseaba tomar su lugar.
Como adulta, actualmente tiene todas las bazas para seducir realmente. ¿Cómo asumir
entonces la fantasía edípica de sustituir a su madre en su relación con el padre?
La adolescente debe afrontar dos movimientos opuestos dentro de ella: por un lado,
debe tomar distancia de sus padres, diferenciarse de su madre para convertirse en una
mujer adulta completa, lo cual comporta inevitables crisis y movimientos de rechazo. Por
otro lado, no es todavía adulta y tiene necesidad de sus padres, no puede permitirse
rechazarlos completamente. Para convertirse en madre a su vez, es importante que
pueda guardar dentro de ella una imagen positiva de su propia madre y de sus relaciones.
Estas contradicciones son complicadas de gestionar y es difícil encontrar un equilibrio
relativo. Si los movimientos de rechazo son demasiado violentos y sobre todo si
persisten, la mujer vivirá la obsesión de parecerse a su madre a quien ha manifestado
tantos reproches. En el momento de convertirse en madre este temor despertará con
intensidad y podrá provocar interferencias en su propia identidad de madre y en su
relación con el bebé. Si, por el contrario, la joven mujer permanece demasiado cercana a
su madre y no consigue diferenciarse suficientemente, se presentarán otras dificultades
en su acceso a la maternidad: tendrá tendencia a quedarse en una posición infantil, a no
desear tomar un papel materno y a sentir envidia de su bebé. También podrá tener la
impresión de usurpar el lugar a su propia madre y de traicionarla. Una toma de
conciencia de este vínculo de dependencia la ayudará a salir de la confusión y a luchar
contra el riesgo de reproducir el mismo tipo de relación con su bebé.
La adulta: elegir
En la edad adulta, otros imperativos pueden aún complicar el acceso a la maternidad.
El lugar de la mujer en la sociedad ha evolucionado mucho en estos últimos años. La
mujer de ayer se sentía satisfecha cuando conseguía casarse y tener hijos. Hoy las
exigencias personales y las expectativas de la sociedad son más numerosas y más
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complejas. Ya no basta con tener hijos hermosos y numerosos, estos deben también
recibir la mejor educación posible y corresponder con ciertas normas, sin lo cual los
padres se sentirán decepcionados o percibidos como incompetentes.
A los nuevos padres les faltan puntos de referencia. Se encuentran poco valorados y
faltos de confianza en sí mismos, por lo que van en busca de modelos identificatorios y
de apoyo. La sociedad los critica y edita recetas llamadas «milagro» que no responden a
su inquietud de fondo, sino que más bien los refuerzan en la idea de que no son capaces,
ya que a ellos no les funcionan. Se dirigen numerosos mensajes contradictorios a los
progenitores; los libros y las emisiones promulgan consejos y «métodos». Sin embargo,
los contenidos son contradictorios y desconciertan a los jóvenes padres, a quienes se
quisiera hacer creer que un niño se educa como se monta un mueble prefabricado,
siguiendo unas instrucciones de uso. Así, por ejemplo, frente a un niño que se opone, los
padres sienten que, por un lado, se les dice que hay que dejar al niño expresarse,
escucharlo y luego explicarle; cuando, por otro lado, leen que un niño tiene necesidad de
límites claros y no discutibles. ¿Qué madre no se ha encontrado alguna vez en un
supermercado con su pequeño llorando de forma desesperada o vociferando su malestar
por no recibir un juguete codiciado? Qué madre no ha pensado: «Si le riño, van a pensar
que soy un verdugo de niños, pero si cedo, pierdo toda credibilidad y creerán que le
concedo todos los caprichos.» A menudo, los juicios y recomendaciones exteriores se
sobrevaloran en detrimento del sentimiento, la vivencia y el sentido común personal de
los padres, que olvidan que son ellos los que están en la mejor posición para saber lo que
le conviene a su hijo.
Hoy en día, la mujer convertida en madre no puede, y a menudo no quiere, quedar
confinada en esta identidad. Reivindica el derecho de ser también una mujer amante y
seductora. Esta evolución es ciertamente favorable para la mujer, que puede así sentirse
realizada en diferentes ámbitos, pero ello le pide mayores esfuerzos y puede provocar
sentimientos de culpabilidad en relación a los hijos a los que tiene la impresión de
descuidar.
La condición femenina se ha modificado igualmente sobre el plano de la actividad
profesional. Las mujeres han abandonado su identidad de madre en el hogar para
implicarse, junto a los hombres, en carreras profesionales. Quieren estar a la altura, sin,
por otra parte, disminuir sus exigencias en cuanto a su ideal materno. Ello explica que la
vida media de la primera maternidad sea cada año más tardía; era de 30 años en Suiza en
2011 (según la OFS, Oficina federal de estadística de Suiza), y de 29 años en España e
Italia en 2010 (según el INSEE, Instituto nacional de estadísticas y estudios económicos
francés); en Europa central y oriental actualmente sigue siendo inferior a 27 años.
Por todo ello, el proyecto de hijo no se deja a la espontaneidad y al azar. Todo está
calculado, planificado. La concepción a menudo se programa cuidadosamente en agenda
para que el momento del nacimiento sea compatible con los proyectos profesionales de la
mujer y de la pareja. La espera se tolera menos cuando el niño es deseado. En el
momento de Internet y de «todo es posible, rápidamente» se olvida a veces que
convertirse en padres es un proceso que lleva tiempo. Unas veces es el cuerpo el que no
18está preparado y tiene necesidad de madurar, otras veces es el psiquismo que no ha
franqueado todas las etapas para acceder a la parentalidad; a veces es la pareja la que no
ha encontrado todavía una armonía suficiente.
En cualquier caso, conciliar vida personal, vida profesional y parentalidad es un
verdadero desafío, tanto desde el punto de vista de la gestión práctica de lo cotidiano
como sobre el plano de la vivencia subjetiva y afectiva de la madre. Esta debe repartirse
entre varios ámbitos importantes de su vida, que entran en conflicto. Cualquier elección
tiende a provocar sentimientos de culpabilidad. Las expectativas de la sociedad no
ayudan dejando creer a la mujer que debería ser capaz de llevarlo todo adelante sin
ninguna renuncia. Su historia personal y sus imágenes identificatorias desempeñan
también un papel importante. Cuando se siente suficientemente tranquila y segura de sí
misma, la joven madre puede asumir elegir y priorizar un aspecto de su vida ante otro,
durante un tiempo. Este no es el caso cuando ha integrado exigencias internas demasiado
rígidas o demasiado contradictorias. Está entonces convencida de que debe asumirlo todo
perfectamente, sin fallos y sin poderse permitir bajar sus exigencias en ningún ámbito.
Debe ser una madre irreprochable, una amante seductora y femenina, a la vez que
mantiene sus ambiciones profesionales. Esta misión, tarde o temprano está condenada al
fracaso; el riesgo de agotamiento y de desvalorización es importante; la puerta está
abierta a la depresión.
Los procesos psíquicos del embarazo y de la perinatalidad
Hemos revisado diferentes etapas de la vida de la mujer que condicionarán su forma de
acceder a la parentalidad. Consideremos ahora lo que le ocurre en el plano psíquico
durante el embarazo y los meses que siguen al parto, es decir, durante el período llamado
«perinatal».
El fenómeno de «transparencia psíquica»
Desde el embarazo y durante todo el período perinatal aparece un fenómeno muy
particular que Monique Bydlowski1 ha denominado «transparencia psíquica»: una parte
de la historia de la mujer, hasta entonces dormida o reprimida, se despierta. Su infancia,
la relación que tuvo con sus padres, sus hermanos y hermanas, todo se reactiva y se
convierte en extraordinariamente accesible a su conciencia; asimismo emergen sus
emociones, sus rivalidades, sus conflictos que creía superados, enterrados, resueltos. Se
vuelve mucho más sensible y más abierta a sus vivencias. Este estado induce a una
fragilidad momentánea, factor importante en la aparición de depresiones perinatales.
El fenómeno de transparencia psíquica no solo presenta inconvenientes; trae también
una importante movilidad psíquica en la mujer que puede entonces adaptarse más
rápidamente a los numerosos cambios que implica su nueva condición de madre. Algunos
la consideran como un fenómeno adaptativo indispensable para la futura madre para
preparar la llegada de su hijo. Los psiquiatras y psicoanalistas que realizan el seguimiento
19
de mujeres durante el período perinatal constatan hasta qué punto este momento es
propicio al cambio: las pacientes evocan con gusto su infancia, su relación con sus
padres, las características que ellas apreciaron o no en ellos, lo que ha sido positivo o
difícil para ellas durante su infancia. Están literalmente invadidas por estas
rememoraciones que, hasta entonces, estaban reprimidas, es decir, difícilmente accesibles
a la conciencia. Estos recuerdos de su historia infantil, más o menos reconstruidos y
modificados, les permiten crearse representaciones de su futuro hijo y de ellas mismas
como madres. Este trabajo psíquico es muy valioso en la evolución de la mujer y la
psicoterapia permite vincular estas vivencias infantiles a las fantasías actuales relativas a
la maternidad.
Los fantasmas del pasado
Observaremos ahora lo que esta transparencia psíquica, específica del período
perinatal, descubre del pasado de la mujer. ¿Cuáles son los fantasmas que resurgen y
vienen a condicionar la forma en que la futura madre se percibe, así como la imagen
subjetiva que tiene de su hijo? Mostraremos cómo este pasado puede parasitar las
fantasías de la madre, hasta el punto de impedir a veces poder ver a su hijo tal cual es en
realidad y conmocionarla hasta provocar una depresión.
En el momento en que la mujer está a punto de ser madre, su mente está
progresivamente y a menudo a pesar de ella invadida por pensamientos y sueños
referidos a su pasado. Revisita su infancia con otra mirada, la mirada de un adulto
crítico, afectada por la naturaleza del vínculo de filiación y por las relaciones padres-hijo.
Se podría comparar a una proyección privada de una vieja película de familia, visionada
con la distancia de los años y de la madurez, pero también con la sensibilidad de alguien
que está a punto de realizar su propia película, con sus propios actores y su nueva familia
en construcción. Una nueva película que desea perfecta. En este momento, las
imperfecciones y los fallos que la mujer constata en la película de su pasado pueden
tomar un carácter angustiante, ¡no quiere reproducir los mismos errores!
Isabel se acuerda del enfado y del miedo que sintió con el nacimiento de su hermana pequeña. Su madre se
ausentó durante varias semanas y luego nunca más volvió a estar tan presente. Ahora que ella es madre a su
vez, la niña pequeña que era se confunde con su propio bebé y teme que su hijo pueda vivir las mismas
emociones que ella. Evita, por ejemplo, dejar de mirarle por temor de que este se sienta abandonado si no la ve.
A veces está convencida de que los llantos de su hijo son expresiones de enfado y reproche hacia ella. Las
emociones que atribuye a su bebé son entonces el reflejo de emociones de la niña pequeña que está latente en
ella. Si no se da cuenta de ello y estas emociones son dolorosas y conflictivas, su percepción del bebé puede
estar distorsionada, así como sus interacciones con él.
Visionando la película de su pasado, la mujer se interesa igualmente con mucha
curiosidad por sus padres. ¿Qué padres fueron para ella? ¿Cuáles han sido sus puntos
fuertes, sus debilidades? ¿Cómo han vivido ellos su parentalidad? ¿Han sido felices, se
han sentido satisfechos y orgullosos de ella? ¿Su madre dio a luz con dolor? ¿Dio la
impresión de sacrificarlo todo por sus hijos? Ahora ella va a ser madre a su vez. ¿Estará
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a la altura? Cuanto más severa y crítica es la opinión hacia sus propios padres, más
elevado es su ideal y más teme hacer las cosas mal. Juzgando severamente a sus padres,
se juzga ella misma duramente y puede temer que su hijo a su vez la juzgue del mismo
modo.
Esta identificación con sus propios padres es esencial en su nuevo papel de madre; le
permite a la mujer apoyarse sobre un ejemplo que, cuando todo va bien, le da seguridad
y la refuerza. Sin embargo, cuando la percepción que tiene de sus padres es demasiado
conflictiva, esta identificación se transforma en algo que constriñe y molesta; crea un
exceso de ansiedad y de culpabilidad que están en la base de la depresión perinatal. Una
baja autoestima, la impresión de no estar a la altura y fuertes sentimientos de culpabilidad
son las características típicas de estas depresiones, que tienen su origen en la mirada muy
crítica que estas mujeres adoptan en su función de madre. Como hemos visto, la fuerza
de esta crítica está a la altura de los reproches que hacen a sus propios padres. Muy a
menudo estos reproches no están formulados ni incluso mentalizados; quedan en el
inconsciente. Estar resentido con los padres es a menudo difícil de asumir. En el
momento de convertirse en padre uno mismo, es esencial poder conciliar el amor a los
padres y la cólera que sus imperfecciones han hecho nacer en uno mismo.
Veremos que la calidad de las emociones y de las vivencias infantiles de los padres
condiciona también la forma en la que ellos perciben a su hijo. Podemos representarnos
este fenómeno como las gafas que llevaría la mujer y que modificarían la visión que tiene
de su hijo. Los cristalesde estas gafas provocan una deformación de la imagen, la calidad
de la cual depende de sus propias experiencias emocionales pasadas. Estos cristales no
son definitivos; pueden cambiarse en el transcurso del tiempo, en función de las
características del niño y de las experiencias que la joven madre vivirá con él. Las
terapias madre-bebé o padres-bebé tienen precisamente por objetivo disminuir, incluso
suprimir las deformaciones excesivas provocadas por estos cristales.
La ambivalencia
Aunque el niño sea el más maravilloso y deseado de todos los bebés, su llegada
provoca un importante desbarajuste interno y externo en sus padres. Cada uno se da
cuenta de la riqueza de lo que gana, pero también es consciente de lo que pierde. El
deseo de tener un hijo nunca es puro y está teñido de ambivalencia. A veces esta no es
consciente; puede expresarse por vías indirectas o a través del cuerpo, que se organiza
para «rechazar» el embarazo a su manera (esterilidad, vómitos, etc.).
Toda etapa importante en la vida implica renunciar a ciertas cosas del pasado para dar
lugar a las novedades del futuro. Así, el primer día de escuela suscita mucha excitación
en el niño contento de ser mayor, de ir a trabajar por la mañana «como papá», pero
también dividido por el hecho de tener que dejar a mamá, sola con el hermano pequeño
quien tendrá la suerte de quedarse solo con ella. El ejemplo de la adolescencia es muy
claro y constituye una de las etapas de transición más importantes de la vida. La
pubertad y las transformaciones corporales son vividas de forma muy ambivalente por
21
los adolescentes: se sienten orgullosos de entrar en el mundo adulto y parecerse a
aquellos que han admirado tanto, pero también angustiados por los cambios súbitos e
incontrolables y tristes por perder los privilegios del mundo de la infancia que se les
escapa.
Ocurre lo mismo cuando el adulto se convierte en padre: hay aspectos positivos y
negativos, ventajas e inconvenientes, ganancias y pérdidas. La ambivalencia que se siente
frente al acceso a la parentalidad y frente al niño mismo es a menudo mal tolerada por
los jóvenes padres que la viven como anormal. Ciertos factores podrían explicar esta
dificultad en asumir esta ambivalencia. Desde el advenimiento de la contracepción y el
control de la natalidad, tener un hijo se ha convertido en una elección, cuando antes era
un deber, un hecho. «¡Yo lo he querido, yo lo tengo que asumir y no puedo quejarme!»
El descenso de la natalidad tiende a reforzar las expectativas que las parejas ponen en su
hijo. Tener un hijo se convierte en un acto reflexionado, preparado, calculado y muy
significativo. Pero el deseo y el control relativo ejercido sobre el momento de llegada del
niño podrían hacer olvidar los aspectos de renuncia que implica este acontecimiento.
La ambivalencia no impide la cualidad excepcional y maravillosa del nacimiento de un
niño. Pero el desconocimiento de su carácter totalmente normal provoca mucha
culpabilidad y ansiedad en un gran número de padres que piensan que deberían sentir por
su hijo solo aquello positivo.
Es normal experimentar a la vez emociones positivas y emociones
negativas hacia su propio hijo.
Una preponderancia de afectos negativos manifiesta a veces la presencia de conflictos
internos no resueltos y/o dificultades para adaptarse al nuevo modo de vida. Si este
desequilibrio persiste, es importante hacerse ayudar a fin de comprender los motivos,
antes de que el exceso de emociones negativas repercuta de forma excesiva sobre las
interacciones con el niño y que este integre una imagen desvalorizada de sí mismo.
Cómo influyen estos procesos en el desarrollo del bebé
Los párrafos siguientes son un poco más técnicos. Se basan en la observación de las
interacciones precoces entre la madre y el bebé y sobre ciertos conceptos psicoanalíticos
para dar una comprensión de los fenómenos complejos que intervienen entre la madre y
el lactante, fenómenos que influyen en el psiquismo del niño, su desarrollo y la
emergencia eventual de síntomas. He tratado de simplificarlos para hacerlos más
accesibles, sin por ello diluir las nociones que puedan interesar a los profesionales y a los
psicoterapeutas que trabajan con los padres y los niños.
«Un bebé solo, ¡eso no existe!»
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«Un bebé solo, eso no existe» decía D. W. Winnicott.2 Cuando nace, el bebé es
dependiente en el plano físico pero también en el plano psíquico. Tiene necesidad de
intercambios con su madre y con su entorno; estos intercambios son, al principio, de tipo
perceptivo: auditivos, olfativos, visuales. Su ritmo y frecuencia son importantes. Cuando
tiene una necesidad, el recién nacido se expresa con los pocos medios que posee: llantos,
gemidos, muecas, sobresaltos, etcétera. Las respuestas del entorno permiten entonces
apaciguarle o no. La repetición de un cierto tipo de respuestas permite al niño adaptarse a
las características de las personas que se ocupan de él. Según tenga, por ejemplo, padres
muy presentes que responden rápidamente a todas sus solicitudes o padres que tardan
regularmente un tiempo en intervenir o que no consiguen apaciguarle, se adaptará de
forma diferente. Las reacciones parentales muy inconstantes no permitirán al bebé
adaptarse, tendrá que estar constantemente en guardia. Es así como el bebé modula su
forma de estar y de reaccionar en función de sus experiencias relacionales precoces.
¿Cómo «comprende» una mamá las señales de su bebé? B. Cramer3 ha desarrollado el
concepto de un «área de mutualidad psíquica» entre la madre y el recién nacido, en el
interior de la cual tienen lugar movimientos de ida y vuelta continuos entre los dos
«partenaires». La madre trata de adivinar las necesidades y las intenciones del bebé, les
da un sentido. «¡Llora! Debe tener apetito. ¿Patalea? Quizá está cansado. Aparta la
cabeza, está resentido conmigo…».
En ese nivel, el pasado y la vivencia emocional de la madre adquieren toda su
importancia. La forma de interpretar las señales emitidas por el niño está ampliamente
influenciada por su estado emocional, sus experiencias infantiles y las representaciones
que guarda de ellas.
Tomemos el ejemplo de un recién nacido que se aparta del pecho que su madre le
ofrece. La significación que esta da a ese movimiento puede ser muy distinta según su
historia y sus temores. Una madre suficientemente confiada y tranquila piensa que no
tiene apetito y simplemente retrasa la toma. Pero a veces este rechazo puede reavivar los
temores profundamente enterrados. Puede ser el temor de no tener nada bueno que dar a
su bebé; piensa entonces que su leche no es buena, que su hijo no quiere su leche. Para
otra, el temor de no ser aceptada por su hijo está en primer plano y vive el movimiento
de apartar la cabeza como un signo de rechazo. Otra madre preocupada por la
alimentación y el peso de su hijo teme que no desarrolle una anorexia.
Según la interpretación que la madre hace del comportamiento y las señales del niño,
transmite al bebé diferentes tipos de mensajes, sea a través de las palabras, las
tonalidades o las actitudes. Estos mensajes contribuyen a un sentimiento de identidad del
niño que «aprende» que tal comportamiento puede provocar tal tipo de reacción,
agradable o desagradable, suscitando un acercamiento o más bien un rechazo. El bebé
toma progresivamente consciencia de quién es a través de la mirada y la calidad de la
atención de su madre.
Aquí vemos la importancia que tiene para el desarrollo del niño que su madre esté
disponible, atenta, presente. En caso de depresión, lo que está alterado es tanto la
cantidad como la calidad de la presencia materna. Toda la energía de la mujer se gasta en
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luchar contra la depresión, no tiene energía suficiente para implicarse en la relación con
su hijo. Cuando está con él está irritable, nerviosa, ansiosa. Los pensamientos y las
atenciones que ella le dispensa son muy frecuentemente negativas, pesimistas. Una
madre inquieta y deprimida no percibe los gestos de su hijo de la misma forma que una
madre serena y biendispuesta. El siguiente ejemplo lo ilustra.
Si el niño tiene necesidad de interacciones con sus padres para construirse, no
olvidemos que lo inverso también es cierto. El bebé nace con ciertas características y
competencias que le pertenecen y a las cuales sus padres deberán también adaptarse: su
carácter, su salud, su físico, su término, su rango en la fratría, etcétera. Todas estas
particularidades hacen de él un ser singular que provoca reacciones e interacciones muy
específicas en sus padres. Ello explica por qué una madre no siente del todo los mismos
afectos ni los mismos temores por cada uno de sus hijos. Así, siguiendo a Winnicott,
podríamos decir que «una madre sola no existe» Se convierte en madre solamente por la
presencia de su hijo y por sus intercambios. Además es una madre diferente con cada
uno de sus hijos.
Dan y su mamá
Silvia está muy angustiada cuando Dan, su bebé de tres meses, llora. No soporta sus gritos e intenta
anticiparlos y prevenirlos a lo largo de la jornada. Tiene la impresión que él le reprocha algo. Se da cuenta, sin
embargo, de que Dan no es más difícil que su hermana de dos años y no comprende por qué sus llantos la
sumen en un estado de desesperación. Una terapia madre-bebé la ayuda a vincularse con su infancia: era la
mayor de una fratría de dos, recuerda que su hermano pequeño, que sufría de una enfermedad pulmonar, había
llorado mucho durante sus dos primeros años de vida. Su madre se deprimió y aparecieron numerosas
tensiones en la pareja de padres. Ella no había vuelto a pensar en ello desde hacía muchos años, pero se había
sentido preocupada durante largo tiempo por este hermano pequeño. En el curso de la terapia aparecían
progresivamente, desde lo más profundo de ella misma, sentimientos difíciles de admitir: una vivencia de una
gran soledad e injusticia cuando, siendo pequeña, tenía que hacer frente sola a sus inquietudes, mientras la
madre estaba demasiado preocupada por su hermano pequeño y por su depresión para darse cuenta de las
emociones de su hija. Sentimiento de enfado contra esta madre no disponible. Silvia se da cuenta entonces de
que a través de los llantos de su hijo escucha su propio enfado. Como si Dan le dijera: «estoy resentido
contigo, ¡no me cuidas suficientemente!». Silvia comprende que estos reproches no son los de su hijo Dan,
sino aquellos que ella misma sintió en relación con su propia madre. Cuando toma conciencia de ello, los llantos
de su bebé no provocan ya la misma angustia en Silvia, quien puede darle otras significaciones menos
predeterminadas. Desde entonces, Dan siente a su madre más tranquila y menos inquieta y sus llantos
disminuyen en pocos días.
Pongámonos ahora en el lugar de Dan y tratemos de comprender cómo ha sentido él
las inquietudes de su madre. Hemos visto que para desarrollarse y dar sentido a lo que
percibe, el niño utiliza las reacciones de su madre. En el caso de Dan, ha percibido que
cada vez que él lloraba o se expresaba, esto provocaba cierto tipo de interacción con su
madre: ella se precipitaba hacia él, lo tomaba en sus brazos, le hablaba o le mecía con un
ritmo que no le calmaba. A esta edad, los gritos son uno de los pocos medios de
expresión del niño; ¿qué puede ocurrir si cada vez que expresa un deseo su madre se
inquieta y lo siente como un reproche? Si este tipo de interacción se repite de forma
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prolongada, el bebé tiene muchas posibilidades de sentirse inseguro y de integrar la idea
de que no es un niño gratificante. Aprende que si tiene una necesidad no será
comprendido ni aliviado de una forma adecuada.
Si pudiera hablar y si los escenarios inconscientes de su madre pudieran expresarse, he
aquí lo que se podría comprender:
Dan llora: «Mi pañal está mojado, tengo frío y esto me inquieta. ¡Haz algo!»
Pero Silvia entiende: «Mamá, no te ocupas suficientemente de mí, me siento solo, ¡no
eres una buena madre!» Lo toma entonces en sus brazos, sus movimientos son menos
suaves de lo habitual, se siente culpable e irritada por tanto reproche. Desea tanto ser una
buena madre y tener la disponibilidad que no tenía su propia madre.
Dan continúa llorando: «Mamá, necesito que me cambies y me tranquilices. Siento que
estás inquieta, esto me inquieta todavía más.»
Silvia cada vez más irritada y culpable: «¡No consigo calmarlo, esta es la prueba de que
no estoy a la altura! ¿No ve todo lo que hago por él? ¡Qué ingratitud! Jamás lo dejo solo,
no tengo ni un segundo para mí.»
Dan: «¿Qué ocurre? ¡Los brazos de mi madre están rígidos, me abraza demasiado
fuerte, sus movimientos son bruscos, esto no me tranquiliza para nada! ¡Mamá no está
contenta conmigo y no soy capaz de colmarla!»
Este ejemplo ilustra el tipo de malentendido engendrado por las interacciones
parasitadas por los fantasmas del pasado de la madre. Si se repiten de forma regular
tienen repercusiones sobre el niño. Afortunadamente, a esta edad, cuando el tipo de
interacciones y de fantasías parentales evoluciona, de forma natural o gracias a la terapia
madre-bebé, por ejemplo, el niño modifica también rápidamente sus percepciones y
reacciones.
Cuando el niño debe empezar a existir por sí mismo
Con el tiempo, cuando las condiciones son favorables, esta «área de mutualidad
psíquica» entre madre e hijo disminuye. El niño desarrolla sus propios medios de
expresión, la madre tiene menos necesidad de pensar por él, sale también del período en
el que su atención estaba casi exclusivamente concentrada en su bebé y sus necesidades.
La madre debe poder «escuchar» gradualmente a su hijo, «verlo» con sus características
propias y no únicamente a través de sus propias emociones y fantasías. Cuando esto no
es posible, el niño trata de reaccionar a través de diferentes síntomas: trastornos del
sueño, de la alimentación, llantos excesivos y a veces depresión. A menudo los padres
consultan al pediatra o al psiquiatra infantil por estos síntomas. Entonces es primordial
que el profesional no se limite a tratar de suprimir el síntoma, sino que trate de
comprender el malestar relacional subyacente. Hemos visto que este último tiene a
menudo su origen en los conflictos internos no resueltos en uno de los padres.
¿Reproducimos con el hijo aquello que hemos vivido de pequeños?
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«Yo no he recibido amor de mis padres, ¿sabré yo dar amor a mi hijo?», «Mi padre
era violento, temo convertirme en él cada vez que me enfado con mi hijo!».
La tendencia inconsciente a reproducir con el hijo el tipo de relación que se ha tenido
con los padres es bastante conocida, aunque habría que relativizarla. Hemos visto en el
curso de este capítulo que devenir padre implica todo un cuestionamiento sobre los
propios padres. El padre que yo seré es el fruto de un proceso complejo: yo me identifico
con ciertos aspectos que he apreciado en mis padres, pero rechazo otros que me han
hecho sufrir; me identifico también con el niño que he sido frente a los padres que he
tenido, con sus alegrías y sus penas.
La manera de ser padre no puede pues ser comprendida como una herencia simple y
directa de la generación precedente. Ciertamente, la personalidad, las emociones y los
comportamientos de los padres influyen en el desarrollo del niño y después del adulto;
pero el niño no es pasivo, desempeña también un papel por su manera de aprender estos
elementos y de reaccionar a lo que le transmiten sus padres. En el curso de su vida, su
percepción evoluciona en función de sus capacidades para elaborar y plantearse
cuestiones. A merced de los encuentros y las experiencias, su mirada sobre su pasado y
sobre sus padres cambia; acepta ciertas cosas y otras no.
Algunos padres tienen tanto miedo de «reproducir» ciertos comportamientos con su
hijo que adoptan una actitud opuesta extrema. A menudo no tienen conciencia de la
razón que les empuja a actuar de este modo.
Pablo ha tenido un padre muy estricto; coronel de la armada, estaba a menudo ausente. Durante los escasos
momentos de presencia de su padre en casa, el chico debía permanecer silencioso y no salir de su habitación.
Se acuerda dehaber envidiado a sus amigos que reían y jugaban con sus padres, pero él también estaba
orgulloso de haber recibido una muy buena educación que le había permitido convertirse en un hombre
respetado. Cuando es padre a su vez, Pablo desea dar la misma educación a su hijo, pero le gustaría participar
en la vida del niño e implicarse más de lo que lo ha hecho su padre. Juega mucho con su hijo, vuelve pronto del
trabajo para pasar tiempo con él, pero tiene siempre la extraña impresión de no hacer suficiente. Sin embargo,
consiente a menudo a su hijo y se siente muy culpable cuando no lo hace.
El chico rápidamente se da cuenta de esta fragilidad en su padre y se aprovecha de él pidiéndole siempre más,
especialmente por la noche, en el momento de acostarse. Cuando su padre no está y su madre le acuesta, está
calmado y se duerme fácilmente. Por el contrario, cuando Pablo está en casa, él es quien acuesta a su hijo y
aprovecha este momento privilegiado. Estas noches, el niño está más nervioso, más excitado, le pide a su padre
que le cuente una historia, luego otra, y todavía otra. Cuando Pablo consigue por fin salir de la habitación, el
niño lo llama para un vaso de agua o para plantearle una cuestión importante. Durante más de dos horas,
encuentra la manera de no separarse de su padre. Sin embargo es sobre todo esta separación la que es difícil
para Pablo. Su temor de hacer revivir a su hijo los sentimientos dolorosos provocados por un padre ausente le
empuja a convertirse en un padre «demasiado presente». Revive sus propias angustias de niño pequeño solo en
la habitación con un papá inaccesible. Proyecta sus propias emociones en el hijo. Esta parte infantil le impide
darse cuenta de que su hijo tiene necesidad de esta separación tanto como de un mensaje claro para poder
dormirse. Hay confusión entre dos historias de vida.
Un niño no tiene necesidad de padres perfectos, ¡pero sí de tener padres serenos!
Ningún padre es por definición «perfecto», cada adulto tiene sus recuerdos más o menos
felices de su infancia. Cuanto más difíciles hayan sido las condiciones en las que ha
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crecido (carencias afectivas, traumatismos, abuso, abandono, duelos, etcétera), más
importante será la tarea de elaboración de ese pasado. A veces, este trabajo es demasiado
complejo para realizarlo solo y la psicoterapia ayuda a progresar en el largo proceso que
permite acceder a una parentalidad serena.
Aquello que se repite y se vuelve a representar de manera casi automática de la
relación con los propios padres afecta a elementos que no han podido ser pensados,
reflexionados, discutidos. Quedan enterrados en uno mismo en un estado de vivencias
demasiado imprecisas para ser elaboradas. A veces, la persona tiene conciencia de la
existencia de una zona de sombras en sí misma, pero prefiere no acercarse por temor a
despertar antiguos demonios. A veces, estas «zonas infantiles dolorosas» existen a pesar
del desconocimiento total del adulto. Apenas asoman, la angustia que provocan las relega
a lo más profundo del inconsciente. Estas zonas de sombra se traducen en síntomas
diversos: dependencia, trastornos de personalidad, etcétera. Poder pensar libremente en
los aspectos difíciles de la propia infancia y hablar de ellos protege de la repetición.
1. Monique Bydlowski es psiquiatra y psicoanalista, directora de investigación en el INSERM. Trabaja en una
maternidad y ha escrito varios libros especializados sobre la parentalidad tales como: Dette de vie (traducido al
español: La deuda de vida) y Je rêve un enfant.
2. D. W. Winnicott fue un pediatra y psicoanalista del siglo XIX, quien dedicó gran parte de su trabajo a la
importancia de la función materna en el desarrollo del niño pequeño.
3. B. Cramer es profesor de psiquiatría infantil en Ginebra, psicoanalista y uno de los precursores de las
terapias madre-bebé.
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2. Los tres grandes trastornos del postparto
Clásicamente se describen tres tipos de trastornos psíquicos que pueden sobrevenir en
el período siguiente a un parto:
el baby blues o blues postparto;
la depresión postparto (DPP) o depresión posnatal;
la psicosis del postparto o psicosis posnatal.
Baby blues Depresión postparto Psicosis postparto
Tipo de
trastorno
Trastorno ligero
No se considera enfermedad
Enfermedad de intensidad
variable Enfermedad grave
Particularidades
Fuerte emotividad
Humor lábil
Solo dura algunos días
Síntomas depresivos persistentes
durante más de dos semanas
Confusión, discurso y
comportamiento extraños, ideas
delirantes
Frecuencia 50 % 13 % 0,1 a 0,3 %
Momento de
inicio
Entre el segundo y quinto día
después del parto
Variable durante el año siguiente
al parto
Momento álgido durante los tres
primeros meses
En las dos semanas siguientes al
parto
Duración Corta: máximo una semana De algunas semanas a variosaños
De algunas semanas a varios
meses
Necesidad de
asistencia
No
Reposo y una actitud
contenedora del entorno son
suficientes
Sí; si no, hay riesgo de cronicidad
A veces remisión espontánea
Sí, de forma urgente
Riesgo de suicidio o de infanticidio
Hospitalización
Describiré ahora brevemente el baby blues y la psicosis antes de entrar más en detalle
en la depresión postparto en los capítulos siguientes.
El baby blues
El baby blues, llamado también blues postparto, es un acontecimiento considerado
fisiológico, que viven más de la mitad de las madres. Sobreviene en los días que siguen al
parto, con una punta de intensidad entre el tercero y el quinto día.4
Las manifestaciones más frecuentes son los llantos, la labilidad emocional con tristeza o
euforia, los sentimientos de confusión e irritabilidad. Se refieren otros signos tales como
cefaleas, pérdida de apetito, trastornos del sueño o fatiga, pero son difíciles de disociar de
las consecuencias directas del parto. Las diferentes manifestaciones no duran más que
algunos días y remiten espontáneamente si el entorno es suficientemente tranquilizador y
contenedor.
El baby blues tiene probablemente un componente hormonal: caída brutal de la tasa de
estrógenos en el organismo de la mujer después del parto. Sin embargo, esta hipótesis no
ha tenido demostración científica de forma unívoca en las diferentes investigaciones
efectuadas.
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Factores que pueden predisponer al baby blues:
contexto social precario;
niño de sexo masculino;
tensiones conyugales;
situación de estrés, depresión o ansiedad al final del embarazo.
Factores no correlacionados con el baby blues:
edad de la madre;
nivel socioeconómico;
origen étnico;
número de hijos;
amamantamiento;
circunstancias obstétricas;
antecedentes psiquiátricos de la madre.
Aunque la frecuencia del baby blues sea elevada y no sea de gravedad no cabe sin
embargo su banalización. Corresponde a un tiempo de adaptación a veces doloroso pero
necesario y podría tener un rol facilitador en la instauración de los vínculos entre la
madre y su hijo. La madre se da cuenta de que su hijo no es ya una parte de ella, sino
que es otro, exterior a ella; una nueva relación está por crear. Pueden aparecer
sentimientos confusos: añoranza del período de embarazo, celos en relación al bebé que
relega a la madre a un segundo lugar frente a la mirada de los otros, miedo de no estar a
la altura, sentimiento de ambivalencia hacia el bebé. Es importante que el entorno acepte
esta fragilidad a la vez física y psíquica, que esté atento y valore a la joven madre en sus
nuevas funciones con el fin de promover el vínculo madre-bebé.
Este acompañamiento debe a veces ser asumido por parte de los profesionales al salir
de la maternidad con la perspectiva de la prevención. Varios estudios han demostrado
que el baby blues podría potencialmente desembocar en una depresión postparto, la cual
es patológica y tiene repercusiones sobre la relación madre-bebe. Henshaw (2001)
mostró que el riesgo de depresión perinatal era tres veces más elevado después de un
baby blues severo y prolongado.
La psicosis postparto
La psicosis postparto es una patología poco frecuente (entre 0,1 y 0,3 % de los partos)
pero grave.Sobreviene en las dos o tres primeras semanas después del parto con una
punta de frecuencia alrededor del décimo día. Es más frecuente en el primer parto. Los
síntomas son los de una depresión grave acompañada de signos psicóticos: pensamiento
desorganizado, conductas extrañas, ideas delirantes paranoicas o grandiosas,
alucinaciones. El término psicosis remite a un estado en el cual la percepción y la
comprensión de la realidad están alteradas. El comportamiento es desorganizado sin que
29
la persona tenga habitualmente consciencia de ello. El inicio de la psicosis postparto es
brusco y se caracteriza por una modificación radical del comportamiento de la joven
madre.
El cuadro clínico típico se manifiesta de la forma siguiente:
Breve fase prodrómica: llantos, quejas hipocondríacas, gran fatiga, rumiaciones
ansiosas, agitación nocturna, pesadillas. La confusión mental se instala
progresivamente con dudas sobre el nacimiento del bebé y sobre la integridad
corporal de la madre, en particular en relación a su útero. El estado de conciencia
deviene fluctuante. La madre muestra un desinterés creciente por su bebé y
rechaza progresivamente el contacto con él. El observador percibe a menudo una
atmósfera extraña, anómala. Es importante que esté atento y que no banalice
estos primeros signos de forma que pueda avisar al servicio de salud y tomar las
medidas para que la joven madre sea rápidamente atendida.
Fase de estado: la joven madre está sujeta a delirios e ilusiones perceptivas,
alucinaciones auditivas y visuales, momentos de confusión. El delirio está mal
estructurado, con un recrudecimiento al atardecer; fluctúa en su intensidad y
expresión. Los temas delirantes ocurren en un clima de ansiedad mayor, están
centrados en la relación madre-bebé o madre-pareja: ideas paranoides, místicas o
megalomaníacas, negación de la maternidad, ideas de sustitución o de utilización
del bebé, negación del vínculo de alianza o de paternidad con la pareja,
convicción de que el niño está enfermo o va a morir. Las ideas delirantes pueden
llevar a la mujer al suicidio o al infanticidio. Su humor es muy inestable con
cambios rápidos que van de la agitación al estupor. La mujer expresa, cuando es
capaz de ello, un sentimiento de extrañeza, de despersonalización.
Una vez tratada, la evolución es favorable en la mayoría de casos. Las
consecuencias más temidas son el infanticidio y el suicidio (dos fallecimientos por
suicidio entre 1.000 mujeres que sufren de psicosis postparto) que siguen a las
ideas delirantes. Entre 28 y 35 % de mujeres hospitalizadas por psicosis puerperal
presentan ideas delirantes referidas a su bebé, pero solamente en un 9 % de casos
estas ideas tienen por objetivo hacerle daño al niño.5
La señora S tiene 27 años. Tres días después del nacimiento de su segundo hijo, expresa ideas extrañas
confiándole a su marido que el personal de enfermería envenena su comida, que su bebé la mira
extrañamente, como si quisiera transmitirle un mensaje. A la mañana siguiente, estando todavía en la
maternidad, cuenta que, durante la noche, ha visto un animal saltar en la cuna del bebé. No parece darse
cuenta de la extrañeza de la situación que describe y focaliza su discurso sobre el color del animal.
Durante la noche siguiente no duerme más que dos horas y pasa mucho tiempo mirando por la ventana.
Su marido no entiende lo que le pasa, encuentra a su mujer extraña, distinta. De vuelta al domicilio, la
sorprende subiéndose a una silla para alcanzar el borde de la ventana, con su bebé en brazos. Cuando
intenta hablarle, ella no parece entenderle. Más tarde, después de haberle impedido saltar, ella le cuenta
que tenía una misión que cumplir, una voz divina le repetía desde hacía dos días que debía morir con su
bebé para salvar a la humanidad. Una vez hospitalizada y bajo medicación, la señora S vuelve a pensar lo
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que le ha sucedido: «Estaba en un sueño, una historia loca… Estaba realmente convencida de que debía
cumplir esa misión… ¡Sin la intervención de mi marido, habría saltado!»
Factores que favorecen el riesgo de psicosis postparto:6
Tener antecedentes de psicosis postparto u hospitalización psiquiátrica aumenta
100 veces el riesgo. Estas mujeres tienen del 10 al 30 % de riesgo de presentar
una psicosis postparto.
Una mujer que sufre de un trastorno bipolar o esquizoafectivo tiene cerca del 50
% de riesgo de tener una psicosis postparto.
Según varios autores,7 el riesgo sería del 70 % si la mujer interrumpe su
tratamiento farmacológico estabilizador del humor, y sin embargo disminuiría
hasta un 24 % si el tratamiento farmacológico se prosigue.
Tener una historia familiar de trastornos del humor y sobre todo de trastorno
bipolar.
Tener más de 35 años.
Haber tenido dificultades en las relaciones precoces con la propia madre.
Tener una situación socioeconómica desfavorable durante el embarazo.
La madre y el niño deben ser atendidos por la red de salud mental lo más rápidamente
posible con el fin de evitar que, a causa de su delirio, la madre cometa actos irracionales
hacia ella misma o el bebé. En la mayoría de casos son necesarias una hospitalización
urgente en medio psiquiátrico y una medicación antipsicótica. Se recomienda
encarecidamente, cuando las condiciones lo permiten, y si existe esa estructura, una
hospitalización en una unidad madre-bebé. Los servicios asistenciales comportan un
trabajo sobre el vínculo madre-bebé a fin de favorecer la relación precoz y permitir a la
mujer recuperar la confianza en sus cualidades de madre después de este acontecimiento
traumático. El padre está incluido en la asistencia, se le explica la enfermedad, se hacen
adaptaciones prácticas para la guarda del bebé y los cuidados que requiere.
Con un tratamiento precoz y adecuado, la evolución es a menudo favorable en algunas
semanas o algunos meses con una remisión total de los síntomas:
70 % de curación definitiva;
20-30 % de recaídas en embarazos posteriores;
10-15 % de evolución hacia un trastorno bipolar o una esquizofrenia. La psicosis
puerperal es entonces considerada como una primera manifestación de un
trastorno bipolar. Un 25 % de ellas se inician de esa forma.
4. Guédeney, 1993.
5. Kumar, 1995.
6. Según APA, 2000; ICEA, 2002; Nonacs, 2002; Olds, 2004.
7. Viguera, 2000.
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3. ¿Qué es la depresión postparto?
Definición
La depresión postparto ha sido a menudo demasiado banalizada y, a diferencia del
baby blues, ¡es una enfermedad! Sus consecuencias son potencialmente graves. Se trata
de un episodio depresivo de intensidad variable que aparece en el curso del año siguiente
al parto. Está generalmente ligada a conflictos internos desvelados por el hecho de la
paternidad y puede sobrevenir indistintamente en un primer parto o en los siguientes.
¡Es frecuente!
La depresión postparto (DPP) es la patología más frecuente en la mujer durante el año
siguiente a un parto. Su frecuencia varía entre el 10 y el 15 % según los estudios y las
poblaciones observadas;8 en general se acepta una media del 13 %.9 ¡Uno de cada ocho
partos se complica con una depresión posnatal durante el año siguiente!
El número de DPP está pues en aumento constante. A pesar de ello sigue siendo poco
conocida por el gran público y muy a menudo se banaliza o está infradiagnosticada por
los profesionales. Además la mitad de las veces ni siquiera se detecta.10.
Desde hace algunos años, los profesionales y las autoridades de varios países
consideran la depresión postparto como un problema prioritario de salud pública. Se
multiplican los estudios y se dedican muchos medios para favorecer la prevención y la
detección de esta patología. Algunas de estas estrategias se discutirán más adelante.
La DPP afecta:
en promedio al 13 % de todas las madres durante el año siguiente a un parto.
Además
al 51 % de las mujeres que viven en la pobreza;
al 50 % de las mujeres que tienen antecedentes de depresión;
al 50 % de las mujeres que han sufrido depresión durante el embarazo;
del 30 al 50 % de las mujeres que ya han tenido una depresión perinatalen un embarazo
anterior;
al 48 % de las mujeres adolescentes.
¿En qué momento se declara la depresión?
Los manuales diagnósticos de psiquiatría sitúan el inicio de la depresión posnatal en las
cuatro semanas que siguen al parto. Se sabe actualmente que puede sobrevenir mucho
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más tardíamente. La mayor parte se inicia en los tres meses posteriores al parto, el 75 %
debutan en los primeros seis meses; pero la depresión puede también declararse hasta 12
o 18 meses más tarde. A veces aparece después del baby blues de los primeros días; pero
más a menudo surge después de un intervalo de tiempo sin síntoma aparente. Otras
veces la depresión debuta durante el embarazo; describiremos más adelante las
particularidades de estas depresiones prenatales.
¿Cuál es su duración?
La depresión postparto dura entre 3 y 14 meses de promedio. La mayoría se resuelven
espontáneamente después de tres-seis meses de evolución. Al cabo de un año más de la
mitad de las mujeres refieren no haber recuperado su humor habitual, aunque no todas
ellas reunan criterios suficientes para un diagnóstico de depresión. Sin tratamiento eficaz,
el 30 % de las depresiones se convierten en crónicas y persisten, a menudo de forma
prolongada, más allá del primer año de vida del niño.11 En estos casos, la depresión pasa
desapercibida y la mujer «se adapta» a su nuevo estado que imagina propio de su nueva
condición de madre. Esta banalización se refuerza a menudo por la tendencia a un
masoquismo expiatorio de ciertas culturas; entonces la depresión consolida la creencia de
que convertirse en madre significa sacrificar una parte de sí, de su feminidad, de su
identidad. Dan testimonio de ello las palabras de estas mujeres:
Sabía que traer hijos al mundo implicaba renunciar a una parte de mi felicidad.
Después del nacimiento de mi hijo, ya no tuve vida propia. Mi madre también sacrificó su vida por mí.
Mi hijo tiene tres años y no he podido soportar verle llorar. Tengo que darle todo lo que me pide por miedo a
que pueda deshacerse en lágrimas y por ello le doy todos los caprichos. Sé que no es bueno, pero si me
resisto, me siento una mala madre. Me digo a mí misma que debería tener más paciencia y pasar más tiempo
con él. Pero él me devora y no tengo tiempo para nada más.
La mitad de las depresiones menores (véase definición más adelante) pueden ser
consideradas como dificultades de adaptación en la transición a la parentalidad y
desaparecen espontáneamente en uno o dos meses.
Un cierto número de depresiones postnatales no son más que el primer episodio de un
trastorno depresivo recurrente y comportarán recaídas ya sea a raíz de embarazos
posteriores o bien en otros momentos de la vida.
¿Cuáles son los indicadores y los síntomas?
Cada depresión es distinta, ya que cada ser humano es único en su forma de vivir sus
emociones, de adaptarse al cambio, de interaccionar con sus allegados. Instalarse en un
estado depresivo puede ser lento e insidioso, en las semanas que siguen al parto, o
declararse ruidosamente con motivo de un estrés mínimo. Se trata a veces de la
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continuación de una depresión que se ha iniciado durante el embarazo o de un trastorno
psiquiátrico crónico que la maternidad no hace más que exacerbar.
Las mujeres describen a menudo, en las semanas siguientes a la vuelta a casa, una
fatiga persistente y una dificultad de adaptarse a la carga emocional y práctica que
representa la presencia del recién nacido. Algunas no consiguen afrontarlo y se refugian a
veces en una retirada relacional y muestran un desinterés y enlentecimiento que deberían
alertar a su entorno.
Los síntomas comunes a toda depresión
Las clasificaciones diagnósticas internacionales no reconocen ninguna especificidad a la
depresión postparto, no la diferencian de las otras más que por el momento de su
advenimiento, es decir, en las semanas que siguen al parto. El cuadro siguiente enumera
los criterios necesarios para establecer un diagnóstico de trastorno depresivo mayor o
menor según el manual diagnóstico DSM-IV.12
Diagnóstico de la depresión mayor
Humor depresivo o pérdida de placer en casi todas las actividades normales durante un período de al
menos dos semanas.
+ al menos tres o más de los síntomas siguientes que deben presentarse cada día y representar un cambio
en relación al funcionamiento anterior:
humor depresivo;
disminución marcada del interés o del placer en casi todas las actividades;
pérdida o aumento significativo(s) de peso, en ausencia de un régimen especial;
insomnio o hipersomnia;
agitación o enlentecimiento de la actividad motriz;
fatiga o pérdida de energía;
sentimiento de indignidad o culpabilidad excesiva;
dificultad de concentración y de tomar decisiones;
pensamientos recurrentes de muerte.
Diagnóstico de depresión menor
Episodio depresivo durante al menos dos semanas que comporta menos síntomas que los cinco
requeridos para el diagnóstico de depresión mayor.
Las depresiones «mayores» más graves se manifiestan de manera llamativa. Los
síntomas son visibles, difíciles de enmascarar e inquietan suficientemente como para que
se busque ayuda profesional con rapidez. Tratadas tienen un mejor pronóstico para la
madre y para el niño, que puede ser parcialmente cuidado por otro adulto, a menudo el
padre o los abuelos.
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Las depresiones llamadas «menores», es decir, que no cumplen la totalidad de los
criterios para una depresión mayor, pasan a menudo inadvertidas y tienen tendencia a
cronificarse. Son particularmente nocivas para la mujer, la pareja y el niño. Las
perturbaciones de la relación madre-bebé se prolongan y el niño paga un precio por ello.
Estas depresiones crónicas de intensidad moderada son fuente de mucho sufrimiento y
soledad. Los síntomas, a menudo banalizados después del parto, persisten, fluctúan o
bien se agravan; la pareja suele estar absorta en su nueva vida y no se da cuenta de que
la situación es «anómala». La mujer se siente responsable de los síntomas que no
identifica como depresión; cree que es una madre incapaz, demasiado poco paciente o
demasiado irritable. Por todos estos motivos, debería tenerse una especial atención en la
detección y el tratamiento de las depresiones menores en el postparto.
Las particularidades de la depresión postparto
Los síntomas de la depresión postparto son aquellos de la depresión mayor o menor
descritos anteriormente. Ciertas señales son sin embargo difíciles de diferenciar de lo que
es normal en un parto o del cambio de ritmo de vida debido a la presencia del nuevo
bebé: insomnio, fatiga, pérdida o aumento de peso.
El enlentecimiento motor es poco frecuente, ya que la presencia del bebé impone a la
mujer un ritmo de vida sostenido. Cuando aparece este síntoma en general se trata de
una depresión severa. La pérdida de apetito es a menudo sustituida por una tendencia
compulsiva a comer o «picar».
Además de los síntomas clásicos de depresión se añaden los sentimientos de
incapacidad y las autoacusaciones referidas al papel de madre. La mujer siente poco
placer en los cuidados que prodiga al bebé, se siente ansiosa y puede sufrir «fobias de
impulsión» que le hacen temer que podría hacerle daño a su bebé.
Las ideas suicidas son menos frecuentes que en las depresiones no puerperales;13 el
sentimiento de ser necesaria o útil al bebé es un factor protector importante. El
profesional debe sin embargo explorar la presencia de estas ideas, ya que el suicidio se
mantiene como la primera causa de mortalidad durante el año siguiente a un parto. Dos
mujeres sobre 1.000 presentan ideas suicidas durante el período postparto; entre ellas el
25 % cometen un intento de suicidio.
Palabras de algunas mujeres:
Esperaba vivir los mejores momentos de mi vida, pero no
encuentro interés en nada, todo me angustia, y me avergüenzo de
mí misma.
Cada vez que le baño, imagino que suelto a mi bebé y que
presencio cómo se ahoga.
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No me había sentido nunca así, ya no sé quién soy.
Me gustaría acostarme y no levantarme.
Estarían todos mejor sin mí.
Síntomas más frecuentes en la depresión

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