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Torre Interpretando una vez más los orígenes del peronismo Existen múltiples visiones sobre los orígenes del peronismo. Una de ellas, la propuesta por Gino Germani, remite a las migraciones internas de la época, que trajeron consigo a trabajadores nuevos, recién llegados a la ciudad, que formaron parte de una fuerza regeneradora, siendo Perón su líder e interprete. Esta visión le dio un lugar preponderante a los nuevos trabajadores, que funcionaron renovando jerarquías y privilegios, pero a costa de ser guiados por Perón, es decir, de no contar con autonomía. Visiones alternativas como las de Murmis y Portantiero buscan enfatizar el rol de los dirigentes del movimiento obrero y su influencia para consolidar a la nueva elite que se estableció en 1943. Fue a ellos, los miembros de la vieja guardia sindical, a los que Perón primero se dirigió para ganar su apoyo y recursos para penetrar dentro del mundo obrero y consolidar su poder. Entonces, así como es innegable el hecho que se fomentó la afiliación de nuevos obreros, tampoco se puede negar el hecho de que Perón acudió a los poderes sindicales ya establecidos. Según la visión de estos dos autores, cuando se habla del sector obrero representado por la vieja guardia sindical, se habla de un grupo social independiente y ya adaptado a la vida urbana y con experiencia en la lucha social. El problema de esta interpretación es que desdibuja la distinción entre vieja y nueva clase obrera, dominante en la de Germani. A esto, los autores agregan que ambos sectores de los trabajadores compartieron una experiencia común en los años treinta: la de la explotación dentro de un proceso de acumulación capitalista. Es este rasgo que comparten lo que los acerca y asocia para movilizarse en apoyo a la intervención del Estado. Torre reconoce las virtudes de esta visión, pero remarca que no abarca en toda su complejidad el proceso en el que las masas obreras se ligan a Perón: alejan su análisis del campo de la política y los enfocan en el campo de la lucha social. Él cree que la racionalidad no debe ser vista como una maximización de los beneficios sino como el reforzamiento de la cohesión y la solidaridad de las masas obreras. Así, la acción política deviene un fin en sí misma: consolidar la identidad política colectiva de los sujetos implicados. Pero queda un interrogante sin responder: ¿De qué manera la referencia a Perón actuó como principio de unificación política de los trabajadores? Torre ve que, en efecto, el intervencionismo social que eleva el nivel de vida funciona como tal, pero es fundamental el reconocimiento que hace Perón a los trabajadores de ser miembros con pleno derecho a formar parte de la comunidad política nacional (apuntes de clase: “La originalidad de Perón fue darle centralidad política a un actor que ya tenía centralidad económica). I. La modernización conservadora de los años treinta y la crisis de participación En lo económico, la década en cuestión se destaca por la respuesta de le elite conservadora para hacer frente a la desfavorable situación de la crisis de 1929, que va colocando al país en la senda de la industrialización caracterizada por una escasa intervención directa del Estado. En cuanto a lo político, el fraude electoral y la corrupción marginan la expresión de los sectores medios y populares: el Estado deviene en el canal directo de las influencias del bloque económico dominante, la de los empresarios modernos junto con la oligarquía tradicional, que forman la gran burguesía agraria capitalista. Así, la sociedad se transforma, pero reforzando un orden excluyente. La coyuntura de 1943-1946 aparece como el marco de un proceso de cambio político que rompe con las fronteras de ese orden excluyente, incorporando a las fuerzas populares consolidadas durante el impulso modernizador. Bajo el estímulo de la sustitución de importaciones, la industrialización acorta la distancia entre regiones periféricas y centrales y acelera la unificación del mercado de trabajo nacional, donde funde a los recién llegados con los ya establecidos en un solo movimiento de ascenso colectivo. Sin embargo, sobrevive una heterogeneidad en cuanto al poder de presión de los diversos estratos obreros: la influencia sindical queda confinada a los antiguos sectores de servicios (ferroviarios, empleados de comercio, textiles). A pesar del fortalecimiento del mundo del trabajo, las instituciones de la restauración conservadora permanecen casi intactas, perfilándose así una crisis de participación. II. La exclusión política y la centralidad económica: las dos caras de la situación de los trabajadores En un contexto donde las relaciones de clase están recubiertas por el peso de la dominación política y social conservadora, la expresión directa de los conflictos se debilita. Aquí la orientación del movimiento de los trabajadores es más defensiva que ofensiva, ante un Estado que funciona como sustentador de privilegios y de represor de las reivindicaciones populares. Se está ante una sociedad que, en efecto cambia y se moderniza, pero que al mismo tiempo está dominada por las realidades y problemas de una economía industrial: los conflictos de clase se desarrollan, aunque se manifiestan en forma indirecta. Se está ante la formación de un movimiento social mixto en el que coexisten tanto la dimensión de la modernización y la integración política, como la de las relaciones de clase y los conflictos de trabajo. IMPORTANTE: Es la doble vertiente de la exclusión del orden político y de la inserción en el núcleo dinámico del desarrollo la que interviene para dar su complejidad y su fuerza al movimiento popular y obrero. III. Los obstáculos a la emergencia de un nuevo movimiento social Es notable el contraste entre los migrantes europeos y los internos respecto al acceso a los mecanismos del sistema político. La importación de valores igualitarios chocó con la sociedad jerárquica con la que se encontraron. Esto hizo que se movilizaran e impugnaran, bajo la dirección del Partido Radical, el sistema existente. Lograron así, con la ley Saénz Peña, la participación en el sistema político. Los actores sociales de los años treinta, en contraposición, no encontraron el espacio para traducir sus orientaciones de acción en un movimiento colectivo. En primer lugar, se encontraron con obstáculos puestos por los sectores dominantes para preservar sus privilegios, donde las prohibiciones y la represión eran naturales. Así, se puede hablar de un período de parálisis de la acción obrera. En segundo lugar, estaban las barreras impuestas por el sistema político donde la pérdida de autonomía de las instituciones políticas impide la emergencia de movimientos de sociales de base, que no pueden formarse y crecer sin la existencia previa de un mínimo de libertades y garantías. IV. Acerca del debate sobre la vieja y nueva clase obrera La velocidad y la amplitud que revistió el proceso de movilización social provocado por la modernización impidieron la absorción de las masas movilizadas por los canales institucionales existentes. Además, las masas movilizadas eran portadoras de valores de tipo tradicional muy opuestos a los valores de clase de las viejas direcciones obreras. La suma de la inercia institucional (aspecto autoritario de la elite dirigente) y del choque de culturas políticas, amplió la distancia entre la base y la dirigencia, que se tradujo en una pérdida de representatividad de los antiguos líderes. Torre critica esta visión tradicional de Germani y destaca las primeras luchas de los trabajadores de esa época, llevadas adelante por comunistas: esto parece contradecir la idea de la existencia de barreras culturales entre la nueva clase obrera y la antigua dirección sindical. Las razones por las cuales la acción colectiva de esta clase obrera no fue mayor hay que buscarlas en la coraza autoritaria que rodea aldesarrollo de signo conservador. La vieja guardia sindical tiene dificultades en devenir el agente político capaz de articular las demandas de la clase obrera creciente. Se está, entonces, ante un nuevo movimiento social que no alcanza a constituirse trabado por las restricciones de una dominación arcaizante y un sistema político cerrado. V. El fracaso de la tentativa de sustitución política lanzada por Perón El gobierno militar apunta a resolver la crisis de participación del antiguo orden a través del reconocimiento de los sectores populares y a afirmas un principio de autoridad estatal por encima de la pluralidad de las fuerzas sociales: se propone levantar un verdadero Estado nacional en el lugar ocupado por el Estado parcial de la restauración conservadora. La presencia de masas movilizadas confiere a la elite militar el papel excepcional de árbitro. Desde el punto de vista de Perón, la espontaneidad popular debe ser disciplinada y canalizada. Los nuevos objetivos de intervención estatal introducen importantes cambios al nuevo orden, especialmente limitando el poder de decisión unilateral de los jefes de empresa. Así, el proyecto del Estado vuelve visible algo que ya existía virtualmente por los cambios introducidos por la modernización: la descomposición del modelo hegemónico y el desencadenamiento de un estado de movilización generalizado. Frente a esto, se crea una ofensiva civilista por parte de los sectores dominantes y medios que hace al Estado abandonar su pretensión de arbitraje, tomar partido y descender al combate social y político que divide en dos a la sociedad argentina. VI. La democratización por vía autoritaria y sus alcances Los derechos adquiridos por los trabajadores después de 1943 no son el resultado de prolongadas luchas contra el poder hegemónico. Se está ante un proceso de democratización por vía autoritaria, donde el cambio político no es consecuencia de las luchas sociales, sino que es impulsado por una acción de ruptura de la elite estatal. Se trata de una iniciativa lanzada desde arriba. La sociedad de la época está compuesta, básicamente, por un polo capitalista dinámico y una vasta periferia subordinada. El mercado de trabajo no está integrado, no existe un conjunto de trabajadores unificados a nivel nacional. Coexisten un sindicalismo que es menos un movimiento de clase y más el portavoz corporativo del sector obrero asalariado y la protesta intermitente de los trabajadores poco ligados a la industria. Así, la clase trabajadora está dividida en dos y es una intervención de origen externo la que les provee la cohesión que ellos mismos no son capaces de generar. Es Perón quien, a través de su discurso y de su política social, facilitó la confluencia de los sectores de la vieja clase obrera y los nuevos trabajadores industriales en un movimiento sindical y político organizado nacionalmente. Sin embargo, en su interior, el movimiento obrero unificado seguía siendo muy heterogéneo. En estos casos, su unidad depende de la acción del agente político unificador, lo que implica que se desarrolla una fuerza social manipulable. La protección estatal entre el 44’ y el 45’ contribuyó a la constitución de un sindicalismo de masas nacional. Este, una vez estructurado, movilizó a una masa obrera tal que cumplió un rol decisivo en la consolidación del régimen peronista. Los obstáculos que impedían su desarrollo no estaban en un mercado de trabajo dualizado por la penetración limitada del capitalismo, sino en las barreras organizacionales e institucionales puestas por el orden jerárquico y excluyente. La intervención disruptiva de elite militar, al quebrar dichas barreras, abrió el campo a una fuerza obrera previamente formada en el marco de la industrialización de la década del treinta. VII. La coyuntura de 1945: la disputa por la representación de la voluntad popular El intervencionismo social del poder militar comienza con la modernización de las relaciones de trabajo que intenta reformar el orden existente sin romper abiertamente con las clases patronales. Además, la búsqueda de apoyos políticos por parte de Perón está orientada en la dirección de los partidos tradicionales. Son las verdaderas fuerzas conservadoras del país las que proyectan el futuro y preparan la escena para la entrada de las masas a la comunidad política nacional. Esta transformación es también alentada por los viejos dirigentes obreros, que establecen una alianza de compromiso con Perón, en la que los primeros buscan extraer beneficios mientras que el segundo se sirve de ella para iniciar su penetración entre los trabajadores. Surge entre ellos, sin embargo, una disputa por apropiarse de la expresión simbólica de la voluntad del movimiento de masas emergente. VIII. El peronismo se impone al laborismo Tradicionalmente, el lugar político de las masas obreras estaba entre los partidos tradicionales: voto radical en zonas urbanas y voto conservador en el interior. Así, los estratos obreros tenían un acceso indirecto a los recursos distribuidos a través del sistema político, como parte de las clientelas de los partidos. En 1945 se produce una ofensiva concertada entre los partidos y los intereses económicos en contra de Perón y desaparecen sus matices: los unifica el rechazo a Perón y a sus reformas que buscan ampliar la participación de los trabajadores. De esta manera, cambia la trama en la que se definían las orientaciones obreras. El 17 de octubre surge una nueva fuerza social por sobre las ruinas de los partidos tradicionales, que reclama la liberación de Perón. El peronismo se impone al laborismo por el papel decisivo que juega la movilización estatal por sobre los otros agentes políticos. La disolución del Partido Laborista y la cooptación de la CGT por orden de Perón hacen caer las ilusiones de la vieja guardia sindical. Así, el sindicalismo no llega a ser un actor independiente (es heterónomo, influenciado por el Estado). Las condiciones que hacen posible su intervención en la escena política dependen ampliamente de la apertura estatal. Es ese mismo Estado el que se le impone, subordinándolo a las necesidades de la gestión del nuevo régimen. IX. La marca de los trabajadores en el peronismo El triunfo del liderazgo popular de Perón es paradójicamente la instancia en la que el Estado queda expuesto a la acción de los trabajadores sindicalizados: la penetración del sindicalismo en el aparato estatal aleja a Perón de su proyecto original además de introducirle límites ciertos a sus políticas, particularmente en lo económico. De todas maneras, el movimiento de unanimidad nacional concluye siendo uno fuertemente determinado por la presencia obrera organizada. Así, el liderazgo popular de Perón le impondrá una renegociación constante de su hegemonía sobre las masas obreras y esto llevará al régimen a recrear periódicamente sus condiciones de origen. “Estado, movimiento e ideología estarán marcados, pues, por el SOBREDIMENSIONAMIENTO del lugar político de los trabajadores, resultante de la gestación y el desenlace de la coyuntura en que el peronismo llega al poder”.
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