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Videla en tiempo de descuento El programa económico desde la navidad de 1978:la primera fuga hacia adelante En Septiembre con el nuevo gabinete de Videla, naufragaron las propuestas aperturistas. A esto se le sumaron las tensiones que se generaron por el canal de Beagle con Chile y en las presiones de EEUU por las violaciones a los derechos humanos. El aislamiento internacional que empezó a experimentar el régimen se fue volviendo inmanejable para las autoridades. Internamente también tenían problemas. Videla se vió debilitado en el gabinete, presionado por la Junta de Comandantes y distanciado del Ejército, hasta entonces su principal sostén. Esto no fue desfavorable para lo económico, por el estiramiento de los tiempos políticos de la convergencia como por la mejor posición relativa que el aislamiento le colocó a Martínez de Hoz. Más favorable fue el programa económico se volvió central para los planes políticos del presidente: si tenía éxito podrían alcanzar sus objetivos políticos. Por otro lado, había otras cartas que no jugaban a favor de la economía. Primero, Videla había perdido una posición estratégica,la de comandante en jefe del Ejército. Además, la complicadísima negociación que precedió la extensión de su presidencia hasta 1981, con cuestionamientos en la Junta y la Armada, y un poco respaldo del Ejército, generó una aguda incertidumbre. Con las tratativas, el programa económico se volvió en uno de los principales cuestionamientos. El hecho de que Viola haya sido quien había dirimido esa situación a favor de Videla, no generó tranquilidad en Martinez de Hoz.Viola no fue un respaldo para la orientación general de su gestión. Fue una amenaza latente y a medida que pasaba el tiempo, las diferencias se hacían más visibles, tanto por el contenido del programa como los tiempos que uno quería no se ajustaban a los del otro. La salida de Massera de la junta no mejoró las cosas. La Armada seguiría dominada por su orientación, en tanto que el almirante tendría las manos más libres para lanzar su proyecto político. Es posible que ya en Abril del 78, cuando los militares forzaron el abandono de la política contractiva, el ministro de Economía hubiera sacado útiles conclusiones sobre su margen de acción, el cual se reducía a medida que se debilitaba el presidente, su principal sostén. Tras el Mundial y la resolución de la crisis del cuarto hombre, el conflicto con Chile ocupó un lugar central en la política del Proceso. Con eso, comprendio que su esquema económico habría de desarticularse. Pero al mismo tiempo, encontró en el conflicto una nueva oportunidad y supo usarla. A partir de Agosto, con Videla retirado que aprovecharon el hecho de que la atención militar estaba en la frontera y la prioridad que los uniformados le seguirían dando a la garantía que Economía les ofrecía para la provisión de sus arsenales. Los acontecimientos del 78 le advirtieron a Martínez de Hoz que su posición seguía siendo insegura, ante las contingencias de la lucha facciosa. En esas circunstancias comprendió que tenía que lanzar de inmediato sus políticas. En el momento en que los militares creían disponer de más tiempo, el del ministro comenzó a acelerarse, por el temor de que ellos finalmente no le garantizaran los años que le había prometido. La disposición del ministro se complementó con la de Videla, que también tenía motivos para darle vía libre a una acción más radical. Tras la disputa que generó su reelección y descartada una apertura política, se había quedado sin juego propio en casi todos los campos aunque todavía tenía la opción de profundizar la gestión económica para alcanzar los objetivos fundacionales. Durante el 79, con la perspectiva incierta con el acuerdo de Chile, con Massera lanzado a la política y Viola con más inquietudes, la sensación de peligro no se disparó, pero eso no impidió que el presidente ysu ministro se metieran de lleno a la gestión de gobierno con la esperanza de completar la obra. ------------------------ Los meses que antecedieron a Agosto del 78 fueron de reelaboración de diagnósticos dentro del equipo y de búsqueda de precisión sobre qué políticas habrían de concentrarse los esfuerzos. Aquí hubieron dos figuras clave: Alejandro Estrada y Ricardo Arriazu, quienes aportaron un mayor compromiso del equipo con la apertura comercial y el instrumental para un enfoque monetario de la balanza de pagos. Se trataba de resolver el problema de la inflación y darle forma a una reestructuración de las reglas del juego económico. Esta conjugación entre oferta analítica y viabilidad política de las medidas fue de una importancia fundamental. Además del peso de las restricciones internas que operaban sobre el ministro, la opción muestra la gran autonomía de uno y otro respecto a los intereses sectoriales y los grandes actores sociales. La orientación escogida, que era un tipo de cambio que anclaba a los precios, iba en contra de la filosofía exportadora y de ventajas comparativas de las que el ministro era partidario, y de lo que le había generado el apoyo de los sectores agropecuarios durante los primeros años. Durante esa etapa, no veían necesaria a una apertura comercial profunda. Pero luego del 78 , Estrada, quien era partidario de la apertura, alcanzó un control completo de la secretaría de Comercio. Tenía mucha fe sobre la integración de Argentina al mundo. En cuanto a Arriazu, su contribución fue introducir una reflexión teórica y prescripciones de política económica que llevaban más allá la apertura de la economía. La conjugación del énfasis en la apertura comercial y del monetarismo de economía abierta alentó al ministro a concentrar su esfuerzo en dos variables, la paridad cambiaria y los aranceles, abandonando las políticas de estabilización basadas en el control de la demanda ( vetado por los militares ). El ministro encontró allí la alternativa de política antiinflacionaria. Convenció a la Junta de que era una estrategia no recesiva, que no tendría efectos sobre el empleo, y favorecería la competencia externa mediante la apertura y reevaluación gradual de la moneda argentina obligaría a las empresas a reducir costos. En la práctica, los anuncios de este programa en Diciembre del 78 significaron la espera de una desaceleración progresiva de los precios, en virtud de la competencia externa, sin alterar el nivel de empleo. El incremento del dolar disminuiría y las demas variables se ajustaría adecuando así tambien a los precios internos. A partir del 79, el futuro del ‘Proceso’ se jugaría a una espera de la convergencia de precios que dependía de la efectividad de esta política . La apertura comercial era presentada como un proceso gradual, que culminaría recién en el 84. Habían otras pautas que completaban la profundización : las tarifas públicas, los salarios mínimos y el crédito doméstico. Además, desde el resto del gobierno se comenzó a presionar por modificaciones en las otras variables, principalmente, en los salarios y las tarifas, y en consecuencia se produjo un desfasaje entre el ritmo de incremento de la paridad con el dólar y los demás indicadores de la economía. En Materia salarial, las decisiones quedaron fuera del equipo económico por cómo se habían plasmado los propósitos iniciales del régimen. Desde el 77’, Economía fijaría el aumento de los básicos de cada actividad, pero las empresas fueron facultadas a otorgar aumentos por encima de esos básicos. La puja se hizo patente entre Trabajo y Economía. Aunque al final se logró una marcada dispersión salarial, que era otro objetivo de la política implementada, el efecto antiinflacionario buscado fue nulo. En el 79, la tensión entre ellos disminuyó por la llegada a la cartera laboral de Llamil Reston, sin embargo, esto no significó que Economía aumente su capacidad de adecuar el incremento de los salarios a la política deestabilización. En el acuerdo que se estableció entre los ministerios ellos creían que los salarios tenían un papel inflacionario sólo si se definían en las convenciones colectivas centralizadas. Por lo que entendieron, que daban un paso decisivo en la flexibilización salarial y la lucha contra la inflación al establecer la libertad de la negociación a nivel de empresa. Esto se conjugaba en un marco que suponía que las empresas sólo darían aumentos genuinos de salarios. Pero esto no fue así, porque los sectores no expuestos a la competencia externa continuaron sus prácticas habituales. Con un nivel de actividad económica sostenido por la elevada inversión pública, la desocupación descendió a un nivel friccional. Para Martinez de Hoz, al quedar la determinación de los salarios en el ámbito de las empresas, lo que tuvo lugar fue una dispersión marcada dentro de sectores y una pérdida de referencia de los básicos de convenio casi completa por las negociaciones descentralizadas, acompañadas por medidas de fuerza localizada. Cuando el Banco Central superó el tope de emisión establecido a seis meses según el plan, se hizo patente que no había creencia en la convergencia forzada por el ancla cambiaria. Juan Alemann, secretario de Hacienda, pugnaba por regresar a las formas tradicionales del ajuste, considerando que sólo la recesión podría domeñar los salarios y los precios. Aunque eso era políticamente inviable, representaba la opinión del establishment empresarial, quienes habían desconfiado desde un principio.Si bien felicitaban a los militares por su lucha antisubversiva no tenían consideraciones alentadores por el plan económico. La expectativa de una devaluación correctiva, que no podría evitarse aunque se demorara, completaba un cuadro pesimista respecto al programa, Lo que los representantes del gran capital le reclamaban al gobierno y al equipo económico era coherencia con los principios anunciados en su inicio, señalando la imposibilidad de frenar la inflación sin la ayuda de la recesión y el ajuste del gasto público. El monetarismo de economía abierta permitía anticipar que las pautas cambiarias provocan atraso coyuntural. Pero el problema fue que sucedió lo contrario, el grueso de los empresarios continuó comportándose como lo hacía y la formación de los precios reflejó la persistencia de esos patrones de cálculo empresarial. El atraso cambiario superó con rapidez los niveles previstos y los agentes económicos pudieron seguir creyendo en las explicaciones clásicas pero las expectativas se formaron en torno a una inevitable devaluación futura. A diferencia de una recesión, que hubiera afectado la capacidad de formar precios de todos los agentes económicos, la conjugación de moneda sobrevaluada y apertura comercial acelerada afectaba esa capacidad sólo para un sector de la economía. La parcial recuperación de los salarios real, luego de la caída del 76 y 77 , fue posible porque el sector compuesto por bienes y servicios que no sufrieron la competencia externa estuvo en condiciones de transferir sus mayores costos laborales a los precios. El mercado nacional no fue abierto a la competencia externa para las poderosas industrias tradicionalmente protegidas, por ejemplo, la automotriz. La aplicación del enfoque monetario de la balanza de pagos con propósitos estabilizadores no dependía sólo de decisiones domésticas sino también de que se mantuviera la bonanza financiera del primer shock de los precios del petróleo y la formación del mercado de petrodólares. Había una sensación de riesgo creciente en el sistema financiero internacional. A fines del 79 era ya sostenible que las medidas implementadas no estaban dando lo esperado: mientras que se registraba una fuerte expansión de la actividad económica y el desempleo tocaba su mínimo, la inflación no cayó . Así, durante el año se había acumulado un importante atraso cambiario, y la inflación sólo comenzaría a descender, parcialmente y sin evitar la acumulación de mayor atraso. La revaluación al combinarse con la reducción de aranceles, redujo los niveles de protección real de los bienes industriales susceptibles de competencia externa y eso hizo que las objeciones militares se volvieran más agresivas. AL retraso cambiario se sumaron las distorsiones de los precios relativos: caían los que sufrían el impacto de la competencia externa. El sector productivo quedó atrapado en un espiral de endeudamiento creciente, asfixiadas las empresas por el efecto simultáneo de altas tasas de interés y desprotección efectiva. Las que habían apostado a la política oficial, adquirieron bienes de capital para modernizarse y fueron las más perjudicadas luego con la deuda. En esta situación se vió la nocividad de la política de liberación financiera combinada con la garantía del Banco Central a los depósitos lanzada en el 77. Como el sector financiero se dió cuenta que era imposible que los créditos fueran amortizados, y no quiso provocar quiebras en cadena, se limitó a refinanciar las deudas capitalizando los intereses sucesivos. Luego de esto, la crisis financiera no demoró. La CIDH ausculta la pax procesista Otra bomba de tiempo comenzó en 1980 cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos , dependiente de la Organización de Estados Americanos, dio a conocer su informe sobre la situación argentina. La repercusión del informe fue perjudicial, por su contenido y por su relevancia. El gobierno había depositado en la CIDH la confianza de poder blanquear su situación externa. Desde el 77 las presiones de USA, Europa y las Naciones Unidas por la violación sistemática de los DDHH habían comenzado a afectar las relaciones con esos gobiernos y organismos, y en particular la gestión de los créditos y la ayuda militar. Al principio, los jefes procesistas buscaron desmentir a sus críticos mientras que seguían con su estrategia represiva, diciendo que era inevitable algunas acciones ante las secuelas que había dejado la guerra sucia y que cuanto antes terminaban los operativos ‘de limpieza’ , más rápido acabaría la guerra. Los viajes de Videla durante el 77 y el 78 fueron con el objetivo de contrarrestar estas denuncias que era un objeto en las discusiones de los foros internacionales y las democracias occidentales. Otras prestigiosas organizaciones habían tomado un especial interés por el caso argentino y alentaba a USA para que tome sanciones contra el país.Videla clasificó a esas organizaciones acusándolas de promover una ‘campaña antiargentina’ y de estar infiltradas por la subversión marxista. Luego de una visita del secretario de Estado, Cyrus Vance, Videla busco en los meses siguientes crear con Paraguay, Brasil, Uruguay y Perú un frente en defensa de la autodeterminación de los pueblos y del espíritu latinoamericano. De momento, pareció útil para brindarle una cobertura internacional al régimen.Logró cierta solidaridad regional pero no se tradujo en acciones concretas y carecía de la relevancia necesaria para compensar las sanciones que dispusieron los funcionarios de Carter. La reducción de los créditos para equipos militares del 77 fue seguida en el 78 con la enmienda Humphrey-Kennedy a la Ley de Asistencia a la Seguridad, que eso en Argentina implicó el embargo de armas y restringio más la aprobación de créditos. Se tuvieron que crear entonces canales alternativos de abastecimiento militar: se creó un tráfico de armas con Israel y Europa. Otro frente amenazador fue el Secretariado de DDHH de la ONU que en poco tiempo condenó el régimen en Sudáfrica y al gobierno de Pinochet. El embajador argentino recurrió a todo tipo de acciones para evitar que la atención se centrara en la Argentina. Para esto, contó con el apoyo de los países socialistas y algunos no alineados. El panorama empeoró en el 78 cuando la Comisión comenzó a tratar con profundidad a la cuestión delos desaparecidos y recibió testimonios de familiares, sin embargo, Martinez logró ganar tiempo con el apoyo de la URSS. A diferencia del ámbito interno, allí la alusión a la ‘campaña antiargentina’ estaba dando buen resultado, mientras que en el exterior los gestos y actitudes del régimen no tenían ninguna efectividad. En esta desesperación e impotencia, decidieron contratar, con la excusa del Mundial, a una de las más grandes empresas de relaciones públicas de USA para lanzar una campaña con una imagen del país y sus autoridades. Sin embargo, dos factores internos, contribuyeron a agravar las dificultades que ya suponía lidiar con la presión externa. En primer lugar, los mandos militares siguieron pensando que las denuncias no eran un problema serio para el régimen. Esta relativa indiferencia ante el problema, llamó la atención de la embajada de USA, que se vieron en la necesidad de aclarar una y otra vez que sus preocupaciones eran serias. El segundo factor, fue la capacidad de reacción del gobierno ante las presiones externas que estaba afectada por los fuertes conflictos internos que lo atravesaban. El modo en que se manejaban las ‘secuelas’ traía desconfianza y discordia. La posición respecto al tratamiento que debía darse a los ‘excesos’, es decir a esos casos que implicaban a figuras democráticas, sacerdotes reformistas y defensores de los DDHH, se volvió un parteaguas entre quienes querían profundizar el proceso y quienes buscaban desviarlo de sus objetivos fundacionales. El episodio que reveló la complejidad de la situación fue el secuestro y luego ‘ blanqueo’ del director de ‘La opinió’, Jacobo Timerman, quien tomó distancia y criticaba al régimen. A los reclamos publicados allí, el gobierno respondió con intervención, el secuestro de sus columnistas y directivos, y más. Hasta que la presión internacional hacia Videla se volvió insoportable y lo reconocio como ‘preso’ a disposición de PEN. Todo empeoró desde entonces, tanto por la presión externa como el cruce de reproches entre los militares por cómo se había tratado el asunto. Exceptuando a los pocos abogados de la Corte que intentaron defender los derechos individuales, el grueso de la comunidad jurídica toleró las violaciones de la ley y el derecho de las autoridades. Este aval fortaleció entre los militares la idea de que no había que tener un juicio futuro sobre la ‘lucha contra la subversión’. Pese a los conflictos internos y la propensión a la autocomplacencia en los cuarteles, con el paso del tiempo se fue fortaleciendo la idea , dentro del gobierno y la Junta, de que era necesario hacer algo para evitar el aislamiento internacional. Con el tiempo y con cambios, como por ejemplo con las crecientes tensiones que había generado el rechazo a la asistencia armamentista norteamericana y el avance de las fuerzas guerrilleras en Centroamérica, se fue volviendo cada vez más visible las señales de una dispocisión estadounidense a tener lazos de colaboración con las dictaduras de la región y dejando de lado las políticas de sanciones. Contaba además, la simpatía que despertaba el programa de Martinez de Hoz en círculos políticos y económicos. La oportunidad para impulsar el acercamiento llegó cuando en el 78, Videla y Walter Mondale, vice de USA, asistieron en Roma a la asunción de Juan Pablo I. Al año siguiente, el gobierno argentino invitó a la CIDH, a evaluar la situación de los derechos humanos en Argentina, a cambio, el gobierno norteamericano apoyaría una gestión de créditos. Debía garantizarse a toda costa un resultado favorable de la misión de la CIDH, y en este terreno el gobierno cometió dos errores. Primero, subvaloro a los organismos de los DDHH, a su capacidad de coordinar la acción colectiva de los familiares de los desaparecidos y en su impacto que tendría externa e internamente. La represión cobró las vidas de muchos activos defensores de los derechos humanos desde el momento del golpe. A pesar de todo, el 30 de Abril del 77’ comenzó a reunirse periódicamente en Plaza de Mayo un grupo de madres de desaparecidos que concurrían al Ministerio del Interior para saber información del paradero de sus hijos. Ante las amenazas de la policía de detenerlas si hacían una reunión pública, decidieron caminar alrededor de la Pirámide. Así nacieron las rondas de los jueves, que fueron congregando a familiares y militantes de derechos humanos en los sig meses. Otro de los problemas fue la excesiva confianza depositada en la eficacia del acuerdo sellado con Mondale para ganar el favor de la administración demócrata y diluir los cuestionamientos por las violaciones en el clima de buenos negocios que se prometía inaugurar entre ambos países. Se subvaloraba la relevancia que había adquirido ese asunto en la política exterior norteamericana y en el mundo. Tanto en el público como en la burocracia se había instalado una valoración de los derechos humanos. Aún cuando los créditos se aprobaron no se aligeró el juicio sobre el ‘caso argentino’. La colaboración que se esperaba para acotar la misión de la CIDH no llegó nunca, y los militares del Proceso debieron lidiar directamente con los funcionarios del organismo. El gobierno oficializó su invitación en Diciembre del 78’ y la misión llegó en Septiembre del 79’, durante la cual recolectaron miles de testimonios directos de familia de desaparecidos. Peligro más grave anticipado por los jefes militares, por eso, meses antes de la llegada, habían aumentado su represión hacia los familiares pero los esfuerzos fueron en vano. Dentro del país, el resultado de la visita se haría sentir poco a poco, como el lento avance de una fuerza que, una vez liberada, resultaba incontenible, y agregando una carga creciente y cada vez más insoportable a las espaldas del Proceso. La visita de la CIDH había dejado en evidencia las profundas diferencias que habían ido acumulándose y permanecían irresueltas en el frente militar. Esta, fue la prueba para los duros de que el gobierno estaba cayendo en una condescendencia inadmisible ante la presión internacional y la subversión marxista. Sin embargo, la táctica de Videla y Viola de ir desplazando progresivamente a los jefes de las facciones contrarias iba dando buen resultado, había una coloración favorable a los ‘moderados’. Sin embargo, con el paso del tiempo tuvieron consecuencias cada vez más incontrolables e irremediables en el frente militar que afectaron a todos por igual. La discordancia era grave para una figura como Videla, quien quería ser una fiel encarnación de un espíritu sanmartiniano de moderado republicanismo, abierto al mundo. Quería guiar la reivindicación de la ‘guerra sucia’ a las naciones civilizadas de occidente. La ideología occidental y cristiana en que se había asentado la visión globalizada de la tercera guerra mundial le jugaba una mala pasada, obligándolo a sufrir las condenas internacionales en mayor grado. En cambio, los duros, quienes tenían sus mentes más libres para promover un aislamiento activo, con la defensa de las virtudes del Proceso frente a las débiles democracias occidentales, justificando su fanatismo paranoico con la ‘guerra subversiva’ y sus secuelas. Luego de la visita de la CIDH explicaban todo porque el mundo occidental apareció uniformemente enfrentado a su ser nacional y a eso se le sumaba su frustración económica del programa y las ideas que habían ligado al régimen con ese mundo. De estas frustraciones nacería un rencor más duradero y violento. La actitud de los protagonistas más directos del terror se puede comprender si se toma en cuenta que tenían una metodología represiva caracterizada por la clandestinidad y el secreto en donde abundaba su despreocupación por mantenerse estrictamente dentro de esas pautas que el régimen había fijado, todo porque tenían la convicción de que no se verían jamás en la necesidadde rendir cuentas. La masividad de la respuesta de los familiares y de los organismos de derechos humanos había llevado al régimen a alentar manifestaciones de signo contrario. Para crear una contracampaña dio a luz la Liga Argentina de las Víctimas del Terrorismo que sostuvo que los familiares de los subversivos no podían invocar ahora los derechos humanos que antes fueron indiferentes. Así, fueron significativas las muestras de respaldo de los sectores donde ellos tenían prestigio y autonomía. De la prensa y la opinión pública nacieron las muestras de reconocimiento por la lucha antisubversiva y la paz recuperada. Todo esto tuvo doble efecto. Por un lado, en vez de fortalecer el régimen, generaron en la CIDH y en los observadores extranjeros la creencia de que este se mantenía fuerte y que no iba a revisar su pasado y así le daban la razón a los denunciantes. Por otro lado, ese apoyo disparó algo cercano a un debate público sobre la guerra sucia. Por primera vez se discutió en los medios de comunicación. Gracias a eso se fue corriendo de lado la ‘versión oficial’, se fue filtrando los datos de una verdad que durante años fue ignorada y ahora desbordaba. En alguna medida gracias a las muestras de apoyo recibidas por el régimen, los organismo de los DDHH sacaron provecho de estos hechos como un punto de quiebre. Esto les permitiría pasar de la recolección de testimonios o la búsqueda de apoyo, a una campaña doméstica y pública de confrontación con el régimen sobre la verdad de lo sucedido. Sus actividades fueron ganando presencia en los medios, nutriéndose de voluntades. La batalla informativa por el control de las conciencias, que ya había perdido en el exterior frente a los gobiernos democráticos y los organismos internacionales, comenzaba a plantearse en el interior del país. Mientras maduraba ese efecto corrosivo, la orientación dominante de la sociedad no fue la oposición al régimen. Hasta ese momento reinó la actitud de ‘no saber’, y la negación se volvió aún más intensa luego del Mundial, ya que con el clima de victoria emergió la sensación de que lo peor ya había pasado, junto con la expectativa del ablandamiento del régimen. Ahora, sabían de algo que no podía no juzgarse como criminal pero simplemente lo justificaban o lo dejaban sepultado en el pasado.Pero esta mayor complicidad estaba lejos de significar una auténtica aprobación. Ya se sabe demasiado para aprobar, lo suficiente para creer que el olvido es la única escapatoria. Olvidar entonces, para ellos no es sólo dejar pasar sino también es colaborar en el sostenimiento del nuevo horizonte que pone ante sus ojos una pax procesista. Su complicidad se sostiene en razones de cálculo fundamentadas: Primero, que el gobierno es demasiado fuerte y duradero para ellos como para pedirles una rendición de cuentas. Luego, acompañándolos ante la pérdida de apoyo, con un puente de plata ya que siendo débil no puede durar mucho tiempo pero arrinconado podría cerrar filas y tratar de sostenerse a cualquier costo. La visita y el informe forzaron a actores políticos y sociales a adoptar una posición en un terreno en el que hasta entonces habían mantenido prudente silencio La actitud eclesiástica se inclinaba a favor del régimen y no se modificó aún así cuando Juan Pablo II les pidió a los obispos argentinos que solucionen los problemas de los desaparecidos. Ellos se justificaron con que la traducción había sido transformada a favor de los organismos internacionales. La divergencia entre las posiciones del Vaticano y la del episcopado argentino siguió agravándose en los meses siguientes durante el 79. Estos cruces no podían sino generar polémicas en la sociedad civil, con enorme repercusión en las conciencias respecto a qué posición tomar ante lo sucedido. Un segmento mayoritario de la opinión pública acompañó a la apuesta de la Iglesia y de los sectores políticos y sindicales que conjugaba el respaldo militar en la guerra ante la continuidad de las prácticas excesivas y abusivas. La evolución de los acontecimientos fue volviendo cada vez más insostenible esta posición. En el sector militar, tanto los duros como los blandos, ambos coincidían en no volver a lo actuado durante la represión una vez realizada la convergencia. En el 80’ cuando la CIDH dió a conocer su último informe, la Junta profundizó su mensaje de que ‘ a un ejército vencedor no se le pide que rinda cuentas’ e intensificó los esfuerzos por neutralizar la cuestión o excluirla de la agenda de gobierno. En Diciembre del 79’ Juan Pablo II concedió una entrevista a las Madres de Plaza de Mayo a la que siguió luego un nuevo pedido del pontífice para que se aclarara la situación de los desaparecidos. Ese mes, el Departamento de de Estado de USA desmintió que se fuera a modificar la situación respecto a la violación de los DDHH de Argentina . Simultáneamente, la Comisión de los DDHH de la ONU votó una resolución que establecía que el problema de los desaparecidos constituía la violación más grande luego del Holocausto e hizo suya la demanda de esclarecimiento planteada por la CIDH, debilitando aún más el argumento de la ‘pacificación’ y del ‘mejoramiento de la situación’.La reacción del gobierno evidenció un estado de shock e intensificó una campaña dirigida a contraponer a los desaparecidos como ‘muertos por la subversión’. Tampoco favoreció al gobierno argentino su participación activa en el golpe militar en Bolivia. La Junta siguió poniendo muy poca voluntad para sacar algún provecho de la nueva disposición de las autoridades estadounidenses ( se designó a Jeane Kirkpatrick embajadora de la ONU, quien inclinaba la balanza a favor de las dictaduras amigas y en contra del socialismo ) . En Febrero del 81’, la policía allanó la oficina de la CELS y detuvo a varios miembros de la organización. Por primera vez hubo un acto de movilización pública en contra de la represión. Segundo motivo de confusión para la Junta fue la decisión del gobierno republicano de invertir en América central. Eso permitió que el programa de operaciones clandestinas se desplegara. Cuando en Noviembre Galtieri arribó a washington se comprometió públicamente a ‘combatir el comunismo en américa central’. La clandestinidad de estos acuerdos y lo vergonzante del reconocimiento que le brindaba ahora el gobierno de USA pareció no preocupar a Galtieri, ni lo hizo dudar de la amplitud e incondicionalidad del respaldo que los republicanos darían a los dirigentes militares argentinos. Cuando la invasión a las islas Malvinas provocó el abrupto final del programa secreto de colaboración anticomunista, se desmostro que ese límite para los estadounidenses era inamovible e invisible para los sueños geopolíticos del Proceso. El largo adiós a Videla y Martinez de Hoz La transición a la presidencia de Viola se inició cuando pasó a retiro en septiembre del 79 el comandante del ejército y candidato a suceder a Videla. Este último estaba cada vez más desgastado por la gestión del gobierno y los demás actores institucionales profundizaban su desvinculación de los asuntos más conflictos de la gestión. Al cumplirse su cuarto año de la dictadura, Videla anunció que las cosas habían madurado lo suficiente para que se iniciara la apertura, dado que ya no existían amenazas a la vista ni se podía poner en cuestión la autoridad del régimen para establecer las pautas del nuevo orden político e institucional. Sin embargo, consiguió el efecto contrario al esperado: le contestaron que no debía darse por supuesto nada por el estilo. El problema económico se había transformado en un obstáculo. Ese año fue el momento de bifurcación definitiva entre los planes y expectativas de civiles y militares. Sobre las bases de las cada vez más crecientes señales de crisis económica y financiera , se gestaba un creciente malestar en las organizaciones de intereses y enlas fuerzas políticas que sería imposible de restañar para las autoridades. Los gremios jugaron un papel importante en este sentido, desde el 79’ la CNT declaró el estado de alerta y fueron los primeros en convocar a una huelga general , motivada por la discusión de la Ley de asociaciones profesionales. Aunque no tuvo la repercusión esperada por sus organizadores, el acercamiento con los empresarios y la repercusión pública de la protesta pusieron en evidencia un agotamiento significativo de la capacidad oficial de silenciar y aislar las voces críticas. En los meses siguientes, los conflictos gremiales se multiplicaron y a fines de año, luego de la Ley de discordia, se puso en marcha la Conducción Única de Trabajadores Argentinos, una expresión de la resistencia unificada del sindicalismo contra la ley. La CUTA no sólo reclamaba contra las políticas gremiales y económicas sino también aclamaban la defensa de la Constitución y de los reclamos por la cuestión de los desaparecidos. Durante el año siguiente la reivindicación fue en ascenso, acompañado por un clima de oposición al plan económico. También la Iglesia había dado a conocer se año un documento que clasificaba como angustiante a la situación socioeconómica que estaban pasando. Con esta inspiración, la jerarquía aspiraba a recuperar cierta autonomía respecto del régimen y cultivaba su nueva vocación por ser la voz de la sociedad. Esto a su vez alimentaba la vocación de la dirigencia política de hacer la política económica del régimen el motivo principal de sus preocupaciones. Las fuerzas democráticas nacionales se expresaban desde hace mucho tiempo ya de forma dura contra el programa económico y las promesas de apertura y eso empezaba a afectar los ‘logros’ que había tenido el régimen. En Marzo del 79 las fuerzas que habían firmado en el 78 la declaración multipartidaria , reiteraron el pedido de modificar el plan , habilitar la actividad partidista y efectivizar el diálogo político sin condicionamientos ni tutorías. Incluso Massera que en esos meses se había convertido en el opositor más activo había hecho un discurso antimaterialista contra Martinez de Hoz. Esta amplia coincidencia de políticos, sindicalistas, sacerdotes y otros, se debe en parte porque el terreno estaba relativamente despejado para lanzarle dardos al Ejecutivo, por las disidencias que atravesaba el frente militar. Para entenderlo, hay que atender a dos factores más, contradictorios, pero que en ese momentos fueron coadyuvantes. Primero, el Proceso había prometido mucho en lo económico por lo que aún los respetables resultados logrados en el 79 fueron considerados muy por debajo de lo aceptable por propios y ajenos. Segundo, las concepciones estatistas y proteccionistas en lo económico se mantuvieron incólumes en todos los grupos organizados de la sociedad como sustrato cultural común. Si el pensamiento liberal había avanzado, fue demasiado poco y casi nulo en el mundo civil. Cuanto más tiempo pasaba , más y mejores razones hallaban los partidos para retacear sus declaraciones de apoyo al diálogo y al entendimiento. Eso no implicaba, sin embargo, que podían emplear un juego autónomo, de modo que seguían dependiendo de las complicidades que pudiera establecerse con grupos militares y de la evolución de la crisis en ese frente. A pesar de todas las quejas, les resultaba imposible entenderse con un ejecutivo que consideraba ese programa innegociable y la representatividad un patrimonio exclusivo. Con todo, el Ministerio del Interior se dispuso a inaugurar el diálogo político. El dato más significativo de los encuentros que se sucedieron casi semanalmente desde entonces es que el gobierno reconocía al menos a sus dirigentes como interlocutores, aunque no garantizaba que todos fueran a sobrevivir y a participar en el régimen constitucional que aspiraban a fundar. El gobierno creía ganar tiempo y terreno presentándose ante la prensa como dispuesto a escuchar a la sociedad. Los políticos asistentes reclamaron el fin de la suspensión de sus actividades, el restablecimiento del Estado de derecho y el respeto de la ley para adelante, pero nunca se habló de elecciones. A fines de ese año era ya evidente que ni el diálogo ni la legislación sindical darían resultados esperados. El plan de institucionalización no caminaba, ni salía del inmovilismo en que cayó durante la gestión de Videla. Entre el 80 y el 81, se fue potenciando la crisis financiera. Durante ese período que inició con la caída del Banco de Intercambio Regional había una deriva del comportamiento inconsistente de las variables económicas. Aún durante los seis meses que convivieron el presidente designado y el de ejercicio, no pareció haber respuestas ante la turbulencia. En Noviembre y Diciembre del 80 hubo varias corridas detrás del dólar. Aunque el gobierno insistió en que sostendría la paridad y prolongo el cronograma de cambio pautado hasta fines de Marzo del año que viene. En Diciembre, las reservas habían caído en más de 2 millones de dólares. En Enero, el Banco Central perdió otros varios cientos millones de dólares. El sistema productivo estaba virtualmente quebrado cuando Martinez de Hoz dejó la cartera económica en marzo del 81. Para entender este resultado, hay que tomar en cuenta la forma en que se relacionaron los dos polos de la alianza del Proceso en la gestión gubernamental globalmente considerada: los jefes militares y el establishment liberal. Polos ambos con vocaciones radicales de refundación de la sociedad y de creencias de una amplia misión histórica. La política económica del proceso se desenvolvió con una gran autonomía respecto de los sectores sociales que se identificaban con el régimen de un modo u otro. Lo que había era una disposición ideológica a aceptar políticas radicales de cura de los problemas sociales y político que afectaban el desenvolvimiento económico y los negocios. Los propios militares fueron protagonistas activos en la formulación e implementación de política económica, por acción u omisión. ………………………………. Durante la primera mitad del 80 hubieron controversias sobre la designación de Viola al frente del Ejecutivo. Luego, estas disputas lejos de calmarse se incrementaron por el creciente malestar provocado por los problemas económicos y la incertidumbre que generaba la orientación que tomaría el nuevo gobierno. Cuando Viola asume, buscó mantenerse lo más alejado posible de las autoridades salientes y del periodismo, para no asumir los costos ni responsabilidades por la crisis. Con esta actitud no hizo más que agravar la desconfianza que enfrentaba el gobierno ante los financieros locales y externos. En uno de sus discursos aclaró que no se modificarían los principios de la política económica, lo que no sorprendió que surgieran voces militares inclinadas a volver atrás y escoger de nuevo otro candidato. Todo aceleró al reagrupamiento de los sectores militares que favorecían al nuevo comandante del ejército, leopoldo Galtieri, quien mostró claras señales del rigor con que planeaba ejercer desde la junta su poder de veto sobre las iniciativas presidenciales. Supo desde el primer momento que llegar a presidente dependía del fracaso del proyecto de Viola y de lograr el control efectivo de todo el ejército Viola estimaba que algo de crisis era necesario para facilitar la reorientación de la política económica que propiciaba y el reagrupamiento pg43
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