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Aprender de los campeones

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Aprender de los campeones
 
Pep Marí
 
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Primera edición en esta colección: octubre de 2011 
 Segunda edición: noviembre de 2011
© Pep Marí Cortés, 2011
© del prólogo: Ferran Martínez, 2011
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2011
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 231, 4-1B – 08021 Barcelona
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Diseño de portada: 
 Jesús Coto
 
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Fotocomposición:
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Depósito Legal: B.24.681-2012
ISBN EPUB: 978-84-15577-24-9
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A todos los deportistas, entrenadores y especialistas en ciencias
aplicadas al deporte con los que he colaborado profesionalmente. De
ellos he aprendido las «otras reglas del juego».
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Contenido
Portadilla 
Créditos 
Dedicatoria 
 
Prólogo 
Inroducción 
1. La pirámide 
2. Se juega como se vive 
3. No hay que llorar cuando se pierde, sino cuando se traiciona el compromiso 
4. Los perdedores se quejan, los ganadores aprenden 
5. Ser valiente consiste en estar muerto de miedo y, a pesar de ello, subirse al
caballo 
6. Ningún equipo es más fuerte que el más débil de sus miembros 
7. Más fórmulas en artículos periodísticos 
8. Bohemios, artesanos, artistas y genios 
9. Glosario de campeones 
Agradecimientos 
Referencias bibliográficas 
Opinión del lector 
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Prólogo
 Cuando Pep Marí me propuso prologar su obra sentí un cierto orgullo y agradecimiento
por haber pensado en mí, un exjugador de baloncesto que intenta aprender cada día de
todos los retos que se le plantean, igual que cuando jugaba, con optimismo, ilusión y
buscando siempre la excelencia y el alto rendimiento en todo lo que hago.
Hace ya algunos años tuve la oportunidad de conocer a Pep en una charla que ofreció
en las instalaciones de la ciudad deportiva del RCD Espanyol de fútbol a los padres,
entre los que yo me encontraba. Hablaba de cómo debíamos comportarnos cuando
tenemos hijos jugando en un equipo. En realidad, nada nuevo para mí, ya que desde muy
pequeño (a los doce años ya estaba en las categorías inferiores del F.C. Barcelona) había
observado comportamientos a mi alrededor de algunos padres y madres que pensaban
que su hijo sería Maradona o Michael Jordan, y en lugar de apoyarlos y estimularlos en
los estudios y en la relación con sus compañeros de equipo, los presionaban y les exigían
demasiado. Alguno llegó a dejar el deporte.
Ahora Pep inicia esta primera aventura con un título que lo dice todo: Aprender de los
campeones. El libro nos da pistas de lo que iremos descubriendo conforme vamos
avanzando en sus páginas, de manera amena y práctica, con mensajes claros que seremos
capaces de aplicar en nuestro día a día, seamos o no deportistas.
Debo decir que comparto con Pep el siguiente mensaje: «Los principios para el alto
rendimiento son los mismos para cualquier actividad». Sé por propia experiencia que
lograr el alto rendimiento y la excelencia es fundamental para desarrollar totalmente
nuestro potencial. Los que hemos sido deportistas profesionales, o de élite, sabemos que
sin esta capacidad de buscar siempre la mejora es imposible triunfar en tu disciplina.
Siempre digo que el deporte es la mejor escuela de vida posible, y sus valores, como la
disciplina, el trabajo en equipo, la constancia, la gestión de las situaciones de gran
presión, el optimismo, la capacidad de adaptación, la propia consciencia y muchos otros,
son claramente aplicables a nuestro trabajo cotidiano y a las relaciones personales. Por
esto, el autor, que trabaja con deportistas de alto nivel, y los que hemos vivido mil
situaciones de máxima tensión e intensidad, como finales de Copas de Europa, Juegos
Olímpicos, Mundiales y otras donde la superación personal es imprescindible, como
cuando sufres lesiones graves, decepciones deportivas o cansancio físico y mental,
sabemos que el ánimo y el optimismo son fundamentales. Pep Marí, en uno de los
capítulos, afirma que para apoyar de manera sólida tu estado de ánimo debes flexibilizar
al máximo tus creencias, combinar la humildad, la ambición y el orden en tu estilo de
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vida, y cultivar la tolerancia, claves para no desfallecer en los momentos de duda.
También es importante remarcar que el carácter aparece en los momentos de máxima
presión, y de esto tenemos testimonios de muchos deportistas que aparecen en esta obra.
Como jugador de baloncesto, pienso que no hay nada más motivador que jugar en un
ambiente hostil, ante veinte mil aficionados rivales, con la necesidad de ganar para
clasificarte para una final de Euroliga, por ejemplo. Es ahí donde el deportista saca lo
mejor de sí mismo y donde crece. Si tras el partido has dado lo máximo aunque hayas
perdido, te irás a casa satisfecho de tu actitud y del esfuerzo realizado, aunque
lógicamente triste. Lo más importante es haberlo intentado con todas tus fuerzas. Para mí
el fracaso no existe, es únicamente una oportunidad de mejora.
En mi ocupación actual como asesor personal de deportistas de élite y artistas (que
son espejo de los más jóvenes), y como directivo, reconozco que gracias al deporte, a los
entrenadores que he tenido, a mi familia y sobre todo al sacrificio y esfuerzo personal,
ahora puedo aplicar estos valores en el día a día, intentando conseguir siempre el alto
rendimiento. El autor también aplica sus conocimientos en psicología para llegar a las
mismas conclusiones, basadas en su experiencia como coach de deportistas.
Por todo esto y por el excelente trabajo científico del autor, apoyado en numerosos
ejemplos, tanto de deportistas como de diferentes situaciones, vale la pena leer este libro,
que le servirá de inspiración personal para desarrollar todo su potencial, fomentando la
cohesión con sus colaboradores y la mejora continua.
Ferran Martínez
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Introducción
 Los principios para alcanzar el alto rendimiento 
 son los mismos para cualquier actividad
 
Permíteme que me presente. Soy un privilegiado. Me siento muy querido, cada día
puedo querer y vivo de mi pasión: la psicología. Llevo 23 años entrenando
psicológicamente a deportistas de alto nivel. Dicho esto, te quiero contar una experiencia
que cambió la forma de entender mi trabajo.
Tuvieron que operar a mi amiga de un tumor cerebral. La operación era a vida o
muerte. Me puse en la piel del cirujano que iba a operar a Teresa y me pregunté qué
haría la noche anterior a la intervención.
¿Cenaría con los amigos? ¿Iría al cine con su mujer? ¿Se quedaría en casa viendo la
tele? ¿Llevaría a cabo una preparación especial? ¿Qué diablos haría durante la vigilia de
la intervención? A la mañana siguiente, en el quirófano, debía asumir la responsabilidad
de salvar la vida a Teresa. Eso implicaba más presión de la que cualquier deportista
puede llegar a sentir durante una final olímpica.
La operación fue un éxito. Teresa actualmente goza de una excelente salud. Tuve la
oportunidad de preguntar al cirujano por sus vivencias durante la vigilia de la
intervención. Esta fue la conversación que tuve con el doctor, después de haberme
presentado debidamente:
–¿Cómo estaba la noche anterior a la operación?
–¿Quieres que te diga la verdad?
–Por favor.
–¡Estaba muerto de miedo! ¿Por qué me lo preguntas? ¿Acaso tienes alguna
sugerencia al respecto?
–Si me ayudan a ayudarles, puede que sí…
–¿Y cómo te podemos ayudar a ayudarnos?
–Recomendándome libros de cirugía, explicándomecómo preparan una operación,
permitiéndome entrar en el quirófano y ver cómo trabajan, qué sé yo…
Acabé ofreciendo un taller de preparación psicológica para cirujanos al Colegio de
Médicos de Barcelona.
 
La mayoría de cirujanos visualizan la operación completa en la almohada durante la
vigilia de la intervención. Tener clarísimos todos los pasos de la intervención es la única
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manera de poder dormir.
Los deportistas también utilizan la visualización para preparar sus competiciones.
Nada otorga tanta confianza como comprobar una y otra vez que la estrategia a seguir
está perfectamente clara en la imaginación.
La productora de la cuarta edición del programa de televisión Operación Triunfo
solicitó los servicios del Departamento de Psicología en el que desarrollo mi actividad
profesional. El programa consistía en un concurso para aspirantes a cantante. Sus
responsables nos pidieron que enseñáramos a los concursantes a controlar los nervios en
el escenario, a sacar el máximo provecho de las clases y a convivir en la academia.
Son exactamente las mismas demandas que nos hacen los entrenadores de los
deportistas con los que trabajamos. Nos piden que ayudemos a sus pupilos a conseguir
las siguientes destrezas:
 
• Controlar los nervios durante el partido.
• Entrenar con la máxima calidad posible.
• Fomentar la cohesión entre los jugadores.
 
Cirujanos, concursantes de un programa de televisión y deportistas de alto nivel
presentan un denominador común: necesitan rendir al máximo de sus posibilidades bajo
presión. El cartelito que figura en la puerta de mi despacho dice «Psicología del
Deporte», pero en realidad debería decir «Psicología del Rendimiento». Y es que cada
vez estoy más convencido de que los principios necesarios para alcanzar la excelencia
son los mismos para cualquier actividad.
En la mayoría de centros donde preparan a deportistas para la alta competición existe
un Departamento de Psicología. En cualquier empresa que pretenda liderar su sector
encontraréis un Departamento de Recursos Humanos. Para ser uno más no hace falta
psicología. Para ser uno de los mejores es muy recomendable. Para convertirse en el
mejor resulta imprescindible.
Para ser el mejor camarero hace falta lo mismo que para ser el mejor futbolista. Si esto
no fuera cierto, nos hubiera sido imposible (a los psicólogos de mi departamento) aplicar
con éxito los mismos principios a profesionales tan variopintos como los que listo a
continuación:
 
• Camareros.
• Gobernantas de hotel.
• Policías y cuerpos especiales de seguridad.
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• Músicos.
• Estudiantes.
• Empresarios.
• Cirujanos.
• Concursantes.
• Bailarines.
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1.
La pirámide
 Un modelo es una forma de interpretar la realidad. En el Departamento de Psicología del
Deporte donde desarrollo mi actividad profesional, disponemos de un modelo para
ordenar los aspectos psicológicos que participan en el rendimiento. Nuestro modelo de
trabajo tiene forma de pirámide y está formado por cuatro niveles. Cada nivel
corresponde a un requisito psicológico necesario para alcanzar el máximo rendimiento
(deportivo, en nuestro caso). Te lo presento.
En la base de la pirámide tenemos el «poder aprender». Hace referencia a la personalidad
del deportista y a su entorno inmediato (familia, amigos, pareja, trabajo, etc.). La manera
de ser del deportista y sus circunstancias deben permitirle poder aprender, de lo contrario
difícilmente llegará a rendir en la medida de sus posibilidades. Si tuviera que resumir
este apartado con una sola frase utilizaría la siguiente cita de Pacho Maturana,
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entrenador de fútbol colombiano: «Se juega como se vive».
¿Quieres que tu rendimiento sea regular, consistente y estable? Pues primero debes
conseguir que tu estado de ánimo sea regular, consistente y estable. Si normalmente
estás contento por la mañana, triste por la tarde y otra vez alegre cuando te vas a dormir,
significa que tu humor es muy variable. Con un estado de ánimo tan variable te será muy
difícil rendir siempre al mismo nivel.
Para poder aprender hace falta tener una personalidad que no tienda a complicarse la
vida en exceso y un entorno inmediato que no interfiera en el rendimiento. Los
campeones son personas mentalmente sanas y con un entorno que, por lo menos, no
resta. Y es que, a veces, la mejor manera de sumar consiste en no restar.
Quiero presentarte a un campeón, se trata del extenista Àlex Corretja. Llegó hasta la
segunda posición del ranking mundial de tenistas profesionales y disputó la final del
Roland Garros, el torneo más prestigioso en tierra batida.
 
Hace poco compartimos una charla dirigida a jóvenes tenistas. Uno de los niños le preguntó por el secreto de su
éxito. Àlex dibujó una serie de círculos en la pizarra: la familia, los amigos, la pareja y el equipo técnico.
Juntos, habían formado su entorno durante su carrera deportiva. Pues bien, tal y como dijo el propio jugador, el
secreto consistió en que «todos tocaban la misma música que yo, todos remábamos en la misma dirección». El
niño no quedó satisfecho con la respuesta y añadió: «¿Y qué hubiera pasado si uno de ellos no hubiera tocado
la misma música?». «Tendría que haber prescindido de él, pues hubiera echado por tierra el trabajo de todos los
demás…», respondió Àlex. Este es un buen ejemplo del papel que juega el entorno de los deportistas.
Y es que incluso en los deportes individuales resulta imprescindible trabajar en equipo
para alcanzar el máximo rendimiento. De la misma manera, el resto de mortales no
deportistas, para dar nuestro 100%, necesitamos contar con un entorno que nos apoye.
Difícilmente ofreceremos lo mejor de nosotros mismos en la reunión programada para
primera hora de la mañana, si ayer noche tuvimos una discusión en casa.
El propio Corretja nos sirve para ilustrar que los campeones son gente mentalmente
sana. Su padre, Lluís, cuenta que, si tuviera que escoger entre todos los triunfos que
obtuvo su hijo, se quedaría con el Premio Stefan Edberg. Se trata del primer premio que
se concedía al jugador con mayor fair play del circuito profesional. Un deportista que
juega limpio muestra valores, autocontrol y una fuerte dosis de humildad. Con tan sólo
veintidós añitos, Àlex fue distinguido por sus compañeros por su manera de ser.
 
Pasemos ahora al segundo nivel de la pirámide. Además de poder aprender es necesario
querer aprender. Nos referimos a la motivación.
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Para estar motivado hacen falta dos condiciones: tener muy claros los objetivos que se
persiguen y pagar todo el precio para conseguirlos. Este precio está formado por tres
impuestos:
 
• Renuncias y sacrificios para poder optar al objetivo.
• Esfuerzos para cumplir con el programa de trabajo que requiere el objetivo.
• Aceptación de las consecuencias, tanto positivas como negativas, que se derivan de haber
optado por ese objetivo y haberse comprometido con esos medios de trabajo.
 
Pongamos un ejemplo. Yo no puedo decir que estoy motivado por ser la persona más
rica del mundo. Aunque tengo muy claro que me encantaría serlo, no hago
absolutamente nada para conseguirlo. De hecho, me dedico a la psicología del deporte…
Y, a no ser que contrate mis servicios un jeque árabe, interesado en fundar un equipo de
fútbol que plante cara al Barça, no tengo la menor opción de ganar mucho dinero.
Ahora bien, sí puedo asegurar que estoy motivado por ser un buen psicólogo aplicado
al deporte. Siempre ha sido mi objetivo, después de 23 años de ejercicio profesional
tengo bastante claro cómo conseguirlo y cada día pago todo el precio para lograrlo. Así
me va en el resto de facetas de mi vida personal.
César Luis Menotti, el Flaco, el seleccionador de fútbol que hizo campeona del
mundo a Argentina, tiene muy claros estos conceptos. Una de sus frases favoritas dice
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así: «No hay que llorar cuando se pierde, hay que llorar cuando se traiciona el
compromiso».
Los campeones tienen muy claros sus objetivos y pagan todo el precio para
conseguirlos.
 
 
Hasta ahora podemos aprender y queremos hacerlo. Entonces, algoaprenderemos,
¿verdad? Todavía no; nos falta el tercer nivel de la pirámide: «saber aprender».
Cuenta la biografía de Mike Tyson, campeón mundial de boxeo en la categoría de peso pesado, la siguiente
anécdota. Un día, estando el púgil a punto de saltar al ring, planteó lo siguiente a su maestro:
–Tengo que confesarle algo: estoy a punto de subirme a la lona y me muero de miedo… Temo que mi rival
me destroce.
El maestro le contestó:
–Cuando dos boxeadores pisan un ring siempre hay uno de los dos que merece más que el otro ganar. Eso
no significa que vaya a hacerlo. Pero creer que mereces ganar te ayuda a controlar el miedo. Si te pregunto
ahora si mereces ganar, puedes engañarme. Pero si te lo preguntas a ti mismo, una vez estés en el cuadrilátero,
frente a tu rival y mirándole a los ojos, entonces jamás podrás engañarte.
–¿Y qué tengo que hacer para poder creer que merezco ganar el combate?
–Realizar tu mejor esfuerzo en todos y cada uno de tus entrenamientos hasta llegar al combate.
Hace poco un entrenador me dijo: «Sólo hay dos clases de deportistas: los que buscan
una excusa para poder fallar y los que andan buscando una solución para poder acertar».
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Y tenía razón: si cada vez que fallamos buscamos una excusa para justificar nuestros
errores, entonces no tenemos la obligación de cambiar nada. Y si no cambiamos nada, no
progresamos.
Hace ya algún tiempo se realizó un interesante estudio psicológico. Para llevarlo a
cabo se seleccionaron los mejores deportistas. Sólo pudieron participar en la
investigación aquellos deportistas que habían subido al podio de su especialidad en
campeonatos de Europa y del mundo. Se buscaba el común denominador de los
campeones. Los participantes contestaron una batería de cuestionarios y fueron
entrevistados por los investigadores. La conclusión del estudio podría resumirse de la
siguiente manera: ante una dificultad, los ganadores se adaptan.
Jorge Valdano, exdirector deportivo del Real Madrid, expresa la misma idea de una
forma más contundente todavía: «Los perdedores se quejan, los ganadores aprenden».
Asumir los errores, analizarlos y buscar soluciones son algunos de los recursos que
utilizan los campeones para corregir rápidamente sus fallos. Quien sabe aprender nunca
comete dos veces consecutivas exactamente el mismo error. Puede que vuelva a fallar,
pero nunca por la misma razón. Después de un error viene un análisis. Un análisis que
termina con una conclusión. Esta conclusión se convierte en un cambio. Puede que este
cambio no sea suficiente para corregir el error. Pero aunque así fuera, algo habríamos
aprendido. Ahora sabríamos que ese cambio no es la solución. Fallar consecutivamente,
sin cambiar nada entre intentos, equivale a perder el tiempo.
El error nos concede la oportunidad de volver a intentarlo. Eso sí, intentarlo de nuevo
con un mayor conocimiento.
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¡Ahora sí! Si podemos, queremos y sabemos aprender, seguro que aprenderemos. Quizá
no aprenderemos todo lo que se esperaba que aprendiéramos, pero con toda seguridad
ampliaremos nuestro repertorio de recursos. Ahora, de lo único que se trata es de
demostrar lo aprendido. Y es necesario hacerlo bajo presión, en el momento de la
verdad, justo cuando toca. De lo contrario, de nada habrá valido todo el esfuerzo
realizado hasta ahora. ¿De qué sirve haber estudiado mucho si nos quedamos en blanco a
la hora de contestar el examen? Llega el momento de rentabilizar la inversión. Estamos
en el cuarto y último nivel de la pirámide: «aprender a demostrar lo aprendido»; en otras
palabras, «aprender a competir».
Quiero ilustrarte este apartado con otro ejemplo real. Deporte: tiro al plato. Una
máquina lanza cuatro series de 25 platos cada una; gana quien más platos rompe.
Cuando el tirador está preparado grita «¡plato!» y la máquina dispara uno de ellos. Entre
series pasan minutos y entre plato y plato sólo unos pocos segundos. Nuestro
protagonista era un campeón del mundo de la especialidad, que necesitaba mejorar la
rutina entre disparos.
La rutina entre disparos es un listado de cosas que el tirador hace, siente y piensa para
preparar el siguiente tiro. La rutina que tenía nuestro protagonista no funcionaba. A
veces, habiendo completado este ritual y estando a punto de disparar, se sentía
demasiado tenso y perdía precisión al disparar. En otras ocasiones, en cambio, terminaba
la rutina y estaba demasiado relajado. Al faltarle tensión, le costaba seguir la trayectoria
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de los platos que volaban por el cielo a gran velocidad.
Realizamos un buen trabajo. Ordenamos todo aquello que ya hacía, completamos los
huecos con nuevos recursos de autocontrol e integramos la visualización en su ritual.
Practicó tantas veces la nueva rutina que llegó a aprendérsela de memoria. Le salía sola y
parecía que había sido su rutina de toda la vida.
Nuestro tirador era el vigente campeón, pero no podía relajarse porque en su región
había un alto nivel en este deporte. Estrenamos la nueva rutina en una competición
territorial donde participaban dos rivales que podían ganarle; sobre todo si no rendía a su
nivel. Competían en el orden siguiente: uno de sus rivales tiraba en primera posición, el
otro rival a continuación y nuestro campeón en tercer lugar. Luego venían el resto de
participantes.
 
• 1ª serie: los tres rompen 25 platos.
• 2ª serie: de nuevo, los tres vuelven a romper 25 platos más.
• 3ª serie: de 75 intentos, los tres llevan 75 aciertos. ¿Son buenos? ¡Son buenísimos!
 
Vayamos a por la 4ª y definitiva serie, demos paso a la psicología.
 
El primer tirador vuelve a romper los 25 platos y presiona a sus rivales, deben acertar
100 para empatar. El segundo rival acusa la presión, comete un error, se desconcentra y
falla otro plato de forma consecutiva. Un rival menos para nuestro protagonista. Llega el
turno del campeón. Va tirando y rompiendo todos los platos. Yo lo estaba observando.
Plato 97, tira, rompe. Plato 98, dispara, acierta. Plato nº 99, tira y vuelve a romper…
Plato nº 100, cambia el orden de la rutina, yo me echo las manos a la cabeza, tira y falla.
Acaba la competición y tenemos el siguiente diálogo:
–He cometido un error de principiante, he considerado que el plato nº 100 era más
difícil que los demás.
–Entonces, ¿qué has pensado?
–Que si era más difícil, debía hacer algo más, algo distinto, para romperlo.
–Y ha sido cuando has cambiado el orden de la rutina…
–¡Precisamente por eso he fallado, por querer hacer algo especial!
Hasta aquí la anécdota; ahora toca sacar una conclusión. Hacer especial una situación es
la peor manera de afrontarla. Querer hacer más de lo habitual tiene dos peligros:
significa admitir que con lo que sabes hacer no habrá suficiente y siembras la duda…
¿Sabré hacer bajo presión algo que ni siquiera hago habitualmente en los
entrenamientos?
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Gervasio Deferr, triple medallista olímpico en gimnasia artística, y uno de los mejores competidores que he
conocido, siempre se recordaba lo siguiente, justo antes de competir: «Voy a hacer exactamente lo mismo que
he hecho miles de veces en el entrenamiento…».
No hacer especial una cita, una reunión, una conferencia o cualquier actuación es el
primer paso para aprender a competir. Todas las citas son igual de importantes, todas las
reuniones son igual de complicadas y todas las conferencias igual de difíciles. Todas son
iguales, ninguna debe considerarse especial si se quiere estar a la altura.
Para resumir el último nivel de la pirámide, el relacionado con tolerar la presión,
utilizaré una frase de alguien que ni es deportista, ni entrenador y menos aún psicólogo
(que yo sepa…). Se trata del actor de Hollywood que más westerns ha protagonizado,
John Wayne. Y reza así: «Ser valiente consiste en estar muerto de miedo y, a pesar de
ello, subirse al caballo». No existen dos clases de personas, las que sienten miedo y las
que no. ¿Cómo quieres no sentir presión si te juegas tanto? Sí, en cambio, existen dos
clases de vaqueros: los que se suben al caballo y los que no.
Síntesis del capítulo
La persona que quieraalcanzar alto rendimiento en una actividad deberá cumplir con los siguientes requisitos:
presentar un estado de ánimo estable, rodearse de un entorno que no reste eficacia a su trabajo, tener muy
claros los objetivos que persigue, pagar todo el precio que cuestan esas metas, aprender rápidamente de sus
errores y tolerar la presión.
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2.
Se juega como se vive
 Si me acompañas, iremos desmenuzando la pirámide que te acabo de presentar.
Empezaremos por su base; como no podría ser de otra manera. En la base encontramos
el poder aprender. Recuerda que dos eran los aspectos que otorgaban la posibilidad de
poder aprender: el carácter y el entorno de la persona. Si la personalidad es sana y el
entorno no resta vamos por buen camino. De ahí que haya decidido titular este capítulo
con la cita de Pacho Maturana, el entrenador colombiano de fútbol.
Concretaremos la aportación de cada nivel de la pirámide en unas pocas fórmulas.
Fórmulas psicológicas que regulan el rendimiento. Fórmulas que, sin querer, me han
enseñado los deportistas y entrenadores con los que he tenido la oportunidad de trabajar.
Aquí va la primera:
 
familia/pareja + amigos + actividad profesional =
estilo de vida de alto rendimiento
 
Parece existir una relación entre el número de fuentes de autoestima (actividades a las
que una persona dedica su tiempo) y su estabilidad emocional.
Por actividades entendemos tareas profesionales, académicas, sociales, personales o
familiares en las que una persona invierte sus esfuerzos y sitúa sus ilusiones. Dichas
actividades, al ser tan importantes para quien las realiza, se convierten en sus pilares
anímicos.
La estabilidad emocional consiste en presentar un mismo estado de ánimo (tristeza,
alegría, ganas de hacer cosas, etc.) de forma prolongada en el tiempo. Si se pretende
rendir regularmente resulta imprescindible vivir de forma estable.
Expuestas las reglas del juego, pongamos ejemplos.
Cuatro o cinco puntos de apoyo proporcionan al individuo una marcada estabilidad
emocional. Pero si aquello que se persigue es el máximo rendimiento en una actividad,
esta estructura presenta una fuerte limitación: reparte demasiado los esfuerzos. Con tan
poca dedicación a cada una de las actividades se complican las posibilidades de alcanzar
la excelencia en alguna de ellas.
El periodista inglés Malcolm Gladwell, en su libro Fueras de serie, consulta a
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neurólogos, entre ellos el prestigioso Daniel Levitin, acerca del número de horas de
práctica que requiere alcanzar la excelencia en una actividad. Parece existir consenso al
respecto entre la comunidad científica: diez mil horas de práctica. ¿Entiendes ahora la
necesidad de centrar los esfuerzos para llegar a ser uno de los mejores?
Uno o dos puntos de apoyo sí centran la inversión, pero ponen en riesgo la estabilidad
de la estructura anímica. Si una de las dos patas se cae, se cae también el edificio entero
y con él la persona que lo habitaba. Es más, ¿dónde nos apoyamos para recuperar a la
persona?
Es por eso que la estructura que más facilita el rendimiento está formada por tres
puntos de apoyo (cualesquiera que sean, mientras incluyan la actividad en la que se
pretende lograr el máximo rendimiento). Si llegara a caer una de las tres patas, las otras
dos seguirían sustentando el edificio y permitirían la recuperación de la tercera. Menos
de tres, inestabilidad. Más de tres… quien mucho abarca, poco aprieta.
Otra cosa distinta son los signos (+/-/0) de cada uno de estos puntos de apoyo. Es
necesario valorar si los distintos componentes del entorno del deportista suman, restan o
no interfieren en su rendimiento.
Supongamos que la familia resta y lo hace porque confunde sus necesidades con las
de su hijo que hace deporte o estudia medicina. Quieren que su hijo consiga aquello que
ellos en su momento no pudieron lograr y le añaden una presión adicional.
Pongamos que los amigos de nuestro jugador también restan enteros a su rendimiento.
Nuestro futbolista persigue entrar en la élite y sus amigos aprobar el curso. Tienen
niveles de ambición diferentes. Por esto mismo sus estilos de vida también son
diferentes. Tan distintos, que incluso llegarán a ser incompatibles.
Los dos primeros puntos de apoyo (familia y amigos) restan. Suerte que las
condiciones de entrenamiento suman. Su equipo técnico y los medios de que dispone
están a la altura de su ambición. A pesar de este apoyo, el resultado final de la operación
es negativo (dos que restan y uno que suma). Para alcanzar el alto rendimiento la
aportación del entorno debería ser positiva o, por lo menos, no restar.
Pasemos a otra fórmula:
 
creencias flexibles + creencias nada limitantes = 
 adaptación
 
Una cosa es un pensamiento y otra distinta una creencia. Si digo «pienso en mi madre»,
estoy exponiendo un pensamiento. Si manifiesto que «mi madre es la mejor madre del
mundo», entonces me estoy refiriendo a una creencia. Una creencia es un juicio de
verdad. Una opinión que emito porque estoy convencido de que es verdad. Para mí, entre
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todas las madres del mundo, precisamente la mía es la mejor que existe.
Aquello que para la medicina son las células, para la psicología son las creencias: la
unidad fundamental e indivisible de estudio. Según mi opinión, ser psicólogo consiste en
identificar las creencias que están provocando conductas problemáticas a la persona y
cambiarlas por otras más adaptativas. Creer que mi madre es la mejor madre del mundo,
de entrada, no va a provocarme un problema. Más bien al contrario, si para mí es la
mejor, la cuidaré para no perderla. Ahora bien, si creo que una mujer es la única que
puede hacerme feliz, estoy en una situación de riesgo. Si ella no quisiera saber nada de
mí, yo estaría condenado eternamente a ser un desgraciado. En lugar de creer que es la
única mujer que puede hacerme feliz, debería creer que se trata de una de las mujeres (si
quieres, de las pocas mujeres) que pueden hacerme feliz.
En concreto, las creencias que más incompatibles resultan con el rendimiento son las
rígidas y las limitantes («sólo ella puede hacerme feliz»). Las rígidas porque no se
adaptan a la complejidad cambiante de la realidad y las limitantes porque generan
expectativas negativas sobre la acción.
Veamos algunos ejemplos de los dos tipos de creencias perjudiciales para alcanzar el
alto rendimiento.
Albert Ellis, el fundador de una forma de interpretar la psicología basada en las
creencias, pronosticaba que cuantas más cosas sagradas (intocables) tuviera la persona,
menos posibilidades albergaba de ser feliz. Desde que supe esto, ya no deseo a la gente
que sea feliz. Ahora les pido que sean flexibles.
Cuando empiezo a trabajar con un nuevo entrenador siempre me suelta la siguiente
frase: «Pep, podemos cuestionarlo todo, pero hay algunas cosas que son sagradas para
mí». Tenía razón el señor Ellis: cuantas más cosas sagradas tienes, más problemas
presentas a la hora de gestionar a tus deportistas. Y es por lo que decíamos más arriba.
Las cosas no son como Dios manda… ¡Son como son! No aceptar esta máxima dificulta
adaptarse con éxito a la realidad.
Muchos deportistas tienen esta creencia: «Si no caliento perfectamente, voy a
competir mal». Esta creencia es irracional, rígida y limitante. Es irracional porque en
más de una ocasión han calentado mal y han competido bien. Es rígida porque sólo nos
vale un diez. Y también es limitante porque no admite la posibilidad de competir bien si
antes no se ha calentado correctamente. Yo la cambiaría por otra que dijera: «Si no
caliento lo suficiente, tengo menos posibilidades de competir bien».
Utilicemos ahora el ejemplo de un conferenciante que tiene que dar una charla ante un
público experto. Si cree que ser un buen orador consiste en no equivocarse al hablar,
probablemente se establecerá el objetivo de no cometer ni un sólo error de dicción.
Como consecuencia de ello estará pendiente de lo que dice mientras habla. En la sala
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aparecerán dos conferenciantes: uno que habla y otro que evalúa al que está hablando.Tanto análisis durante la acción restará espontaneidad a nuestro ponente.
En cambio, si cree que un buen comunicador es aquel que consigue llegar al corazón
de los asistentes se centrará en transmitir su mensaje de la forma más apasionada
posible. Estará pendiente de las caras de los asistentes y de sus preguntas. En esta
ocasión, en el escenario habrá un sólo ponente.
Creer que ser bueno consiste en no fallar ni una sola vez se convierte en una creencia
rígida, bastante irracional y muy limitante. Probablemente quien crea esto nunca llegará
a ser un excelente comunicador.
Todas aquellas creencias que empiezan por «todo», «nada», «siempre» o «nunca»
pecan de rigidez. Para flexibilizar las creencias rígidas basta con cambiar «todo»,
«nada», «siempre» y «nunca» por porcentajes y probabilidades. El blanco y el negro dan
paso a las tonalidades de gris. En lugar de creer que una sola mujer puede hacerme feliz,
se trata de pensar que existen unas cuantas.
Y para que las creencias dejen de ser limitantes hay que inyectarles un punto de
locura, es decir, apuntar más alto de donde se quiere llegar.
En Guatemala me explicaron un cuento. El rey quería casar a su hija y convocó un concurso. Aquel que
consiguiera con su lanza atravesar el río se llevaría a la princesa. Los guerreros más fuertes del lugar lo
intentaron sin éxito hasta caer exhaustos. Se mascaba la tragedia cuando un campesino pidió una lanza. Todos
se mofaron de él. Si la guardia real no lo había conseguido, ¿cómo iba a lograrlo un escuálido agricultor?
¡Agarró la lanza, cogió carrerilla, proyectó el metal y atravesó el río! Rápidamente el rey bajó a felicitar al
nuevo héroe. «No me felicite, Su Majestad, yo no conseguí mi objetivo… Yo apuntaba al sol.»
 
hambre + humildad + orden = progresión
 
Los valores son criterios que nos permiten tomar decisiones. Pero los valores también
nos ayudan a ganar. Por lo menos, a seguir progresando. En concreto os quiero hablar de
tres de ellos: la ambición, el respeto por los rivales y el orden en el estilo de vida.
 
 
Ambición
 
Aquello que más me llama la atención de Rafa Nadal es el hambre que tiene. Para ser un
crack bastan el talento y la dedicación. Para pasar a la historia, además, hace falta un
apetito insaciable. Por más títulos que gana, no deja de buscar la victoria. Por más que
completa su juego, no para de mejorar.
Y creo que eso no es mérito exclusivo de Rafa. Estoy convencido de que la
22
explicación de esta ambición hay que buscarla en la educación personal y deportiva que
el manacorí ha recibido de su familia. Para Nadal, la ambición es un valor básico y un
rasgo diferencial de su personalidad. Ya desde pequeño, Rafa nunca ha escuchado
palabras como «muy bien», «perfecto» o «es suficiente…». Más bien ha interiorizado
expresiones como «aún es posible mejorar», «debes seguir esforzándote» o «tus rivales
también están entrenando».
 
 
Humildad
 
Lo primero que dijo Leo Messi cuando llegó a Argentina para preparar el Mundial de
Sudáfrica fue: «Mi primer objetivo es aparecer en la lista de jugadores preseleccionados
para disputar el mundial». ¡Brutal! Un tipo que, con toda seguridad, sería titular en
cualquier selección aspira a entrar entre los 21 mejores jugadores de su país. Muchos
pensarán que lo dice de cara a la galería. Aquello que no saben es que, como Nadal, la
humildad forma parte del ADN psíquico de Leo. Los campeones saben de sobras que, a
partir del mismo instante en que dejan de respetar a sus rivales, han dejado de ser
grandes. Para seguir teniendo hambre cada día es imprescindible una fuerte dosis de
humildad.
 
 
Orden
 
Nicolás Almagro, después de ponérselo muy difícil a Rafa Nadal en la última edición del
torneo de Roland Garros, declaró que haber puesto algo más de orden en su vida había
mejorado su tenis. Reza en el título de este capítulo «se juega como se vive». No se
puede jugar de manera ordenada en la pista y vivir de forma caprichosa fuera de ella.
 
La combinación de estos tres valores no asegura triunfos, pero sí garantiza el éxito.
Triunfar consiste en conseguir el objetivo, que en un entorno deportivo profesional suele
ser la victoria. Tener éxito significa no parar de crecer y de evolucionar. ¡Esto sí que es
difícil!
Tengo un amigo que se llama Lluís Puig. Cada vez que trabajo con un nuevo
deportista le asigno un código. Ayer di el 2627. Pues bien, Lluís tiene el expediente nº 3.
Lo conocí cuando empecé a trabajar con él. A pesar de no contar con uno de los mejores
talentos para el tenis de mesa, acabó siendo uno de los mejores jugadores de este país.
Siempre me llamó la atención su profesionalidad y su humildad. Organizaba su vida en
23
base a una prioridad: su preparación deportiva. Y trataba a la gente con una humildad
exquisita.
Del tenis de mesa resulta muy difícil vivir. Lluís tuvo que formarse y hacerse un lugar
en el mundo real. Pronto lo encontró gracias a la fisioterapia. Según mi modo de
entender, las mismas virtudes que le echaron una mano en el deporte, le han servido para
convertirse en un excelente profesional. Quizá no tuvo un don para el tenis de mesa, pero
puedo afirmar que sí tiene talento para divulgar el conocimiento.
La combinación de sus virtudes y de su facilidad para divulgar lo ha llevado a los
medios de comunicación. Su carrera mediática está siendo fulgurante. Radio, televisión,
prensa, libros, conferencias y publicidad. Y todo ello en muy poco tiempo.
El otro día le preguntaron por la clave de su éxito y él respondió: hambre + humildad
+ orden = progresión. No es que se haya leído este libro antes de que se publique; es que
Lluís es una de las personas de quien he aprendido esta fórmula.
Su hambre radica en su nivel de autoexigencia. Utiliza gafas de tres colores para
valorarse a sí mismo: mientras actúa se pone las gafas rosas; cuando analiza su actuación
se coloca las gafas oscuras, y las transparentes las reserva para prepararse para actuar.
Su humildad consiste en recordarse continuamente a sí mismo el valor del trabajo en
equipo. Es él quien da la cara, pero los guiones son el resultado de una estrecha
colaboración con su gente.
Lluís es escrupulosamente ordenado. Sin organización no podría atender todos los
frentes profesionales que tiene abiertos. Para mi amigo, el orden es una necesidad vital y
un valor básico de su personalidad.
Desde que Lluís Puig combina estos tres conceptos: ambición, humildad y orden, no
para de progresar.
 
tolerancia de la dificultad + tolerancia del volumen 
 de trabajo + tolerancia del estrés = 
 opciones de alcanzar el alto rendimiento
 
Haile Gebrselassie (uno de los mejores atletas fondistas de la historia) entrenaba en un
centro de alto rendimiento holandés, el mismo lugar donde trabajaba un entrenador con
el que ahora tengo el placer de colaborar profesionalmente. Fue este entrenador quien
mantuvo la siguiente conversación en el bar del centro con el atleta etíope:
–¿Es verdad que regalas todos los premios que ganas cada vez que bates un récord o
vences en un meeting? Tengo entendido que has regalado coches, relojes y un montón de
cosas más a tus familiares y amigos… ¡Qué generoso eres!
–Es cierto, pero no lo hago por generosidad… ¡Lo hago por egoísmo!
24
–Perdona, pero no entiendo…
–Yo no sé en otros deportes, pero en el mío es imprescindible sufrir. Si voy
incorporando a mi estilo de vida todos los privilegios que voy ganando, llegará un día en
que viviré tan bien que me acomodaré. Si un día suena el despertador a las siete de la
mañana para ir a entrenar, miro por la ventana, veo que está lloviendo y me planteo si
vale la pena ir a correr, entonces estoy muerto. Tengo que vivir bien, tener lo mejor para
entrenar, pero no tengo que vivir mejor cada día. Si vivo mejor cada vez que gano algo,
llegará un momento en que viviré tan bien que me dará pereza sufrir. Entonces se habrá
terminado el atletismo para mí.
Es que los campeones persisten ante la dificultad. Si se rindieran a las primeras de
cambio jamás llegarían a la cima. Los campeones toleran grandescantidades de trabajo.
Sin esta elevada dedicación no se llega a la excelencia en una actividad. Y los
campeones toleran fuertes dosis de presión, no solamente durante las competiciones,
sino también durante el día a día. La presión de la competición viene dada por aquello
que está en juego. La presión del entrenamiento se alimenta de la fatiga y del sacrificio.
Quien no sea un especialista tolerando estas condiciones no tiene opciones de alcanzar el
alto rendimiento.
Imagínate a un camarero que debe atender a más de veinte mesas a la vez. Para
hacerlo va a tener que tolerar algunas cosas; yo diría que las mismas que figuran en la
fórmula de este apartado.
Para empezar va a tener que soportar la dificultad que implica combinar tareas tan
diferentes como son tomar nota de las mesas, servir bebidas y platos, hacer la cuenta,
cobrar, dar conversación a los clientes y, todo ello, sin demorarse ni un instante (el
cliente no puede esperar). Para poder con todo necesitará oficio (práctica), una manera
eficaz de hacer las cosas (método) y una fuerte dosis de autocontrol. Si ante el primer
error que cometa se viene abajo, el desastre puede ser monumental.
Las complicaciones no se acaban aquí. A medida que se completan las mesas, se va
llenando el restaurante. Así hasta llegar a su máxima capacidad. En este instante, las
tareas que listábamos en el apartado anterior se multiplican por veinte.
Si nuestro camarero quiere convertirse en un excelente profesional deberá aprender a
dar lo mejor de sí mismo teniendo el restaurante a tope. Al principio, sufrirá. Pero
solamente cuando sufra mejorará su capacidad para tolerar estos volúmenes bestiales de
trabajo.
Y a nuestro protagonista le queda la difícil tarea de tolerar el estrés. Por más cosas que
le pidan los clientes y por más prisa que le metan los cocineros, nuestro camarero debe
seguir pendiente de lo que toca en cada momento. Y, ¿qué toca en cada momento?
Centrarse en aquello que depende solamente de sí mismo (controlar lo controlable) y en
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aquello que le sirve para hacer bien su trabajo (los aspectos más relevantes de la tarea).
Por ejemplo, estar pendiente del trabajo de los cocineros no hará más que aumentar su
nerviosismo… ¡Bastante tiene con el restaurante, como para querer controlar la cocina!
Es más, él no puede hacer nada para que aquel plato termine de salir. Querer seguir las
conversaciones de todas las mesas, por si tuviera que intervenir en alguna, tampoco
resulta relevante para rendir. Mejor será que se centre en la correcta distribución de los
platos y en la atención del cliente.
 
Síntesis del capítulo
Para poder aprender y así cumplir con la primera condición para alcanzar el alto rendimiento, deberás llevar a
cabo las siguientes acciones:
• Basar tu estado de ánimo en tres puntos de apoyo.
• Flexibilizar al máximo tus creencias.
• Combinar la ambición, la humildad y el orden en tu estilo de vida.
• Cultivar la tolerancia.
26
3.
No hay que llorar 
 cuando se pierde, sino cuando se traiciona el compromiso
 Nos situamos en el segundo nivel de la pirámide y nos referimos al querer aprender.
 
Concretemos ahora las fórmulas que utilizan los campeones para mantener su
motivación.
 
2 huevos fritos + 1 bacon = 1 continental breakfast
 
Veamos la diferencia entre implicación y compromiso. En un desayuno continental, la
gallina está implicada y el cerdo comprometido. Eso es así porque la gallina solamente
ha pagado una parte del precio para hacer posible el desayuno; sólo ha puesto dos
huevos. En cambio el cerdo ha pagado absolutamente todo el precio posible: se ha
dejado la piel y la vida para hacer realidad el desayuno.
A menudo recuerdo a los deportistas lo siguiente: no basta con dejarse los huevos, hay
que dejarse la piel. La gallina ha pagado un 60% del ticket; el cerdo, el 100%.
Ocurre una cosa más… Si pagas el 60% del precio, no tienes un 60% de posibilidades
de conseguir tu objetivo; no tienes ninguna. De la misma manera que si pagas un 100%
del valor del peaje, tampoco tienes un 100% de probabilidades de conseguir tu meta.
Entonces, ¿qué debo hacer para alcanzar mis fines? Pagar el 100% y rezar. Rezar para
que los aspectos que no dependen de ti se alíen a tu favor y te permitan conseguir
aquello que estás buscando. En otras palabras, hacer cuanto depende de ti y asumir el
riesgo de que, a pesar de todo, puede ocurrir que no logres tu objetivo.
 
↑ nivel de ambición en los objetivos
↑ nivel de compromiso con los medios
 
Pregunto a mis deportistas: ¿quién quieres ser: uno más, uno de los mejores o el mejor?
A continuación les pido que no respondan aquello que quiero oír. Les advierto de que les
voy a exigir coherencia. Coherencia entre el nivel de ambición de sus objetivos y el nivel
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de compromiso con su preparación. Para ser «uno más» basta con implicarse. Para ser
«uno de los mejores» se requiere compromiso. Y para aspirar a ser «el mejor» es
imprescindible un estilo de vida.
Los deportistas de alto nivel presentan varios tipos de coherencia, a saber:
 
a) Coherencia entre sus valores y las decisiones que toman en su vida.
b) Coherencia entre aquello que quieren y aquello que hacen para conseguirlo.
c) Coherencia entre el nivel de ambición de sus objetivos y el nivel de compromiso con sus
medios.
 
La misma coherencia que debería presentar un trabajador que se plantea ascender
profesionalmente dentro de su empresa. Para ascender internamente debe actualizar su
formación, aprender idiomas y ampliar su dedicación laboral. Ese es el precio a pagar. O
se pone a estudiar o acepta su actual puesto de trabajo. Aquello que no tiene sentido es
esperar un ascenso sin hablar inglés. Para mantener su motivación este empleado debe
creer que haciendo cuanto hace conseguirá aquello que busca.
 
(deseo + elección + control) + 
 (cumplimiento de expectativas) = compromiso
 
Durante una época de mi vida estuve obsesionado por encontrar la ecuación del
compromiso. Después de consultar a algunos autores especializados que pretendían algo
parecido y de recopilar mi experiencia clínica, llegué a las siguientes conclusiones:
 
• Para iniciar un compromiso son imprescindibles, por lo menos, tres elementos: un deseo, que no
es más que la conciencia de una necesidad; la posibilidad de elegir, y la sensación de que se
puede aportar algo en relación con el objeto de compromiso.
• Eso es así porque nadie se compromete con aquello que no necesita, porque nadie se
compromete con aquello que no decide por sí mismo y porque nadie se compromete con algo
que se escapa de su control. «Locus de control interno», le llamamos en psicología. Y si no,
¿por qué creen que nunca me comprometeré con un proyecto de la NASA? Estoy convencido de
que no les puedo aportar nada.
• Para mantener un compromiso, la variable crítica son las expectativas. Seguimos invirtiendo
mientras conseguimos aquello que esperamos. En cuanto lo esperado no se cumple, aparecen las
dudas. Otros aspectos inciden en el mantenimiento del compromiso (la historia de inversiones,
las alternativas de inversión y el refuerzo social), pero según mi parecer ninguno tanto como el
cumplimiento de las expectativas.
28
 
Conocí a una joven deportista que, según sus propias palabras, quería ser normal. Todos
sus entrenadores coincidían en destacar su talento descomunal. De hecho, su progresión
y sus resultados confirmaban esa facilidad. Pero la niña, después de haber dedicado un
par de temporadas a su especialidad, no quiso seguir invirtiendo y abandonó el deporte
para siempre. Según ella misma, no valía la pena. Solamente ella lo podía decidir.
¿Es perjudicial el alto rendimiento? Según para quién. Sólo el propio deportista puede
decidir si vale la pena pagar el precio. Decidir por él, ni es ético, ni funciona.
 
(mejorar / llegar al límite / ganar) = 
 3 niveles de compromiso
 
Bill Sweetenham es un entrenador de natación australiano. Pero no uno cualquiera. Si
cuando un deportista gana una medalla olímpica automáticamente se concediera otra
igual a su entrenador,Bill sería el técnico con más metales olímpicos de la historia.
La Federación Española de Natación ha contratado sus servicios, en calidad de asesor.
Tuve la oportunidad de asistir a una de sus charlas. Explicó que los deportistas podían
comprometerse a tres niveles distintos. Os lo cuento, creo que os sonará:
 
• A mejorar.
• A mejorar hasta su límite.
• A ganar.
 
Para comprometerse a mejorar había que dedicar tiempo y esfuerzos al deporte. Para
comprometerse a mejorar hasta el límite de las propias posibilidades era necesario
priorizar la preparación deportiva por encima de cualquier otra actividad. Y para
comprometerse con la victoria había que sacar cada día un diez en tres materias:
dedicación, concentración durante el entrenamiento y estilo de vida. En este último
apunte coincide con Toni Nadal, tío y entrenador de Rafa.
Pues bien, según el entrenador australiano, a la élite mundial solamente llegan los que
se comprometen a ganar; los demás no tienen ninguna posibilidad.
Yo no sé si eso será verdad. Sí que estoy en condiciones de afirmar que cuando logro
hacer entender este mensaje a alguno de los deportistas con los que trabajo, su
progresión experimenta un salto cualitativo. No es que la palabra «ganar» tenga efectos
mágicos. Aquello que realmente funciona es entender que los Juegos Olímpicos no son
cada cuatro años, sino cada día.
29
Dos personas deciden montar un negocio. Una se juega la posibilidad de mejorar y
convertirse en alguien más rico todavía, y la otra se implica en el proyecto para poder
comer. No hace falta que empiecen, no va a funcionar. Para que la empresa sea viable,
los dos socios deben presentar idéntico nivel de implicación (jugarse lo mismo).
Si los dos persiguen enriquecerse, ningún problema, puede que funcione. Si los dos
están en una situación de necesidad, aún es más probable que la empresa dé sus frutos.
No hay mejor motivación que la necesidad.
De la misma manera, los equipos ganadores están integrados por miembros que,
además de compartir valores y objetivos, presentan el mismo nivel de compromiso.
Una de las mayores contribuciones de Guardiola ha consistido en igualar el nivel de
compromiso de la plantilla. Con Rijkaard, el Barça presentaba tres tipos de jugadores:
poco motivados, implicados y comprometidos. Con Guardiola, solamente existe una
especie de futbolistas: los que pagan todo el precio por conseguir los objetivos.
Una de las claves del rendimiento colectivo de una organización reside en igualar el
nivel de compromiso de sus miembros. O trabajamos todos para mejorar, para sacar lo
mejor de nosotros mismos, o para liderar el sector.
Síntesis del capítulo
Para mantener la motivación por lograr el alto rendimiento en una actividad debes seguir las siguientes pautas:
• Marcarte objetivos con un punto de locura.
• Pagar todo el precio que cuestan tus objetivos y asumir el riesgo de no alcanzarlos.
• Comprometerte sólo con aquello que necesitas, eliges y controlas.
30
4.
Los perdedores se quejan, 
 los ganadores aprenden
 Veamos ahora las fórmulas que utilizan los campeones para corregir rápidamente sus
errores y no olvidarse de sus aprendizajes. Estamos en el tercer nivel de la pirámide del
rendimiento. Toca aprender a aprender.
 
Media de errores consecutivos < 2
 
De media, los deportistas de alto nivel, difícilmente cometen más de dos errores
consecutivos. Y si los cometen, muy pocas veces repiten el mismo fallo. Eso es así
porque disponen del hábito de analizar sus errores. De ese análisis se extrae una
conclusión que se aplica inmediatamente.
Los campeones también fallan, pero no repiten los mismos errores. De lo contrario, no
avanzarían tan rápidamente. A una persona normal el error le sirve para aprender. A un
deportista de alto nivel, para no repetirlo. Observad a los campeones y veréis cómo
después de cada error cambian algo. Un error se convierte en una nueva oportunidad de
intentarlo. Eso sí, ahora con más conocimientos que la vez anterior.
Para aplicar este principio a una situación cotidiana podríamos acudir a los
estudiantes. Pueden suspender el primer examen por no haber enfocado correctamente su
estudio. Lo prepararon pensando que habría que responder preguntas con cuatro
opciones de respuesta y resultó que tuvieron que desarrollar un tema. El tipo de examen
no les puede volver a sorprender. Si analizaran cuanto ocurrió, se darían cuenta de que el
verdadero motivo por el que suspendieron la primera prueba estuvo en la forma de
estudiar. Sólo así, tomando conciencia del error, se puede evitar repetirlo.
 
2 + 2 + 2 = 6 aprendizaje acumulativo
2 + 2 + 2 = 9 aprendizaje asociativo
 
El jugador está fallando todos los golpes de derecha. Se acerca el entrenador y le pide
que acompañe más la pelota. Aplica la corrección técnica y consigue pasar todas las
31
bolas al otro lado de la mesa. A continuación se cambia de ejercicio: revés-revés.
Aparecen de nuevo las mismas dificultades y las pelotas se quedan en la red.
Si se trata de un jugador de alto nivel, reconocerá el mismo error y acompañará más la
pelota; también de revés. Si se trata de un principiante, deberá ser de nuevo el entrenador
quien le advierta de su error.
Un jugador que no es de alto nivel aprende por acumulación. Añade el nuevo
aprendizaje a los que ya tenía en su bagaje de recursos. Las nuevas incorporaciones no
sirven para revisar las antiguas.
En cambio, el jugador de alto nivel aprende por asociación. Un nuevo conocimiento
se aplica a todos los conocimientos ya adquiridos. Esta es la razón por la que los
campeones no cometen tantos errores.
Fijémonos ahora en la forma de aprender de un camarero. Le cayó la bandeja de la
mano por la forma en que cargó las bebidas. En lugar de ir repartiendo los pesos de
manera simétrica por la superficie de la bandeja, colocó demasiadas bebidas en un
mismo lado y perdió el equilibrio. Si a la hora de descargar las consumiciones se le cae
de nuevo la bandeja, estamos en condiciones de afirmar que este tipo no aprende rápido
(ni por asociación).
Es más, si aprendiera como un deportista de alto rendimiento, debería aplicar a
cualquier situación relacionada con su trabajo el concepto de equilibrio. Cuando lleva los
platos a las mesas, sin la ayuda de la bandeja, y los apoya en su antebrazo también debe
acordarse de esta lección. Aprender de la experiencia es su obligación.
 
establecer objetivos = (trabajo)2
 
En una entrevista realizada por Andoni Zubizarreta a Rafa Nadal y publicada en un
dominical del diario El País, el balear declaraba: «No soy el tenista que más entrena del
circuito profesional, pero seguramente soy uno de los que más concentrado trabaja…».
Estar concentrado significa estar por lo que toca en cada momento. Y cuando se está
entrenando, ¿de qué hay que estar pendiente? Del objetivo del ejercicio. Si el ejercicio
pretende mejorar el juego de piernas, Rafa ni tan siquiera atiende al golpeo de la bola.
Eso es entrenar concentrado. Y eso es posible gracias a los objetivos.
Los objetivos hacen trabajar más al deportista, permiten su concentración y dosifican
su esfuerzo. Greg Louganis, campeón olímpico americano en salto de trampolín,
realizaba entrenamientos de más de cincuenta saltos. Al preguntarle por el aburrimiento,
el saltador dijo que todos los saltos eran diferentes; en cada uno de ellos se marcaba una
meta distinta.
Los deportistas de alto rendimiento son capaces de marcarse objetivos y de diseñar
32
planes de acción coherentes con sus metas. Y no solamente eso, sino que también
asumen las consecuencias (positivas o negativas) de su inversión. En esto consiste ser
responsable: en tomar decisiones y acarrear con sus consecuencias.
Los objetivos dosifican la dificultad, concentran el esfuerzo y motivan a quien los
persigue. Nada tan gratificante como comprobar que con los medios pactados se están
alcanzando los fines fijados en los términos previstos.
Toca recurrir a las amas de casa para aplicar este recurso a una situación cotidiana.
Las amas de casa que quieran optimizar surendimiento deberán marcarse objetivos.
Listar todas las tareas que se deberán realizar, planificar el orden en que las llevarán a
cabo, concretar cuáles se podrán desarrollar simultáneamente y asignar tiempos para
cada trabajo resultará mucho más efectivo que andar de un lado para otro, sin orden ni
concierto, haciendo cosas durante toda la mañana.
 
fallar + esforzarse por acertar + sale sólo =
fases del proceso de aprendizaje
 
Supón que hemos realizado un estudio y llegado a la conclusión de que los pomos de las
puertas se rompen menos si, en lugar de abrirse accionando la palanca hacia abajo, se
abren empujando hacia arriba. Sé que se trata de un ejemplo absurdo, pero te ruego que
le prestes atención.
Es por eso que te pido que, a partir de ahora, abras todas las puertas del edificio al
revés. Es tan sencilla la instrucción que te he dado, que repetirla supondría cuestionar tu
inteligencia. La mayoría de las cosas que debemos hacer para cambiar un hábito por otro
no se entienden a la primera.
Pero aún no sabes lo mejor. Aquello que te pido que hagas (abrir la puerta al revés),
ya lo sabes hacer. Los humanos, cuando aprendemos una secuencia de comportamientos
(A+B+C), somos capaces de realizarla al revés (C+B+A), sin necesidad de un nuevo
aprendizaje. En esto nos diferenciamos de los animales. Ellos deberían aprender de
nuevo la secuencia, si variara su orden.
Recapitulemos. Te pido que hagas una cosa que has entendido a la primera y que ya
sabes hacer. Pues bien, ¿sabes qué ocurrirá la primera vez que intentes abrir una puerta?
Eso es, que fallarás. Este es el primer paso del proceso de aprendizaje. No existe otra
manera de cambiar una forma de comportarse por otra que empezar fallando. Si fallas
significa que vas bien. Si fallas quiere decir que estás aprendiendo. Si llevas tres meses
seguidos fallando a la hora de abrir una puerta al revés, entonces sí, tienes un problema.
Pero los primeros intentos no van a salir bien, que lo sepas.
De tanto fallar al intentar abrir la puerta al revés ocurrirá que un día, estando
33
aproximadamente a tres metros de la puerta, se te encenderá una bombilla en tu
imaginación. Esta lucecita te avisará de que las puertas se abren al revés. Entonces
agarrarás el pomo a cámara lenta y poniendo los cinco sentidos lograrás abrir la puerta al
revés. Estás atravesando la segunda fase del proceso.
Es muy probable que en este momento te hagas la siguiente reflexión: «Está bien, he
conseguido abrirla, pero a qué precio… Yo no puedo permitirme el lujo de pensar tanto
para poder abrir una simple puerta». Si sigues practicando, cada vez necesitarás
esforzarte menos para tener éxito.
Cada vez necesitarás menos concentración para realizar la nueva acción. Hasta que
llegará un día en que, sin darte cuenta, mientras estés hablando con alguien abrirás la
puerta al revés sin fijarte. Ya te sale sólo. ¡Enhorabuena, acabas de aprender a abrir las
puertas al revés!
¿Qué diferencia a los campeones de los que aún no lo son durante el aprendizaje? La
persistencia. Una persona normal, cuando falla, puede que abandone. Un campeón,
persiste. Sabe que si deja de practicar nunca corregirá su error. Una persona normal,
cuando necesita poner los cinco sentidos para abrir una puerta al revés, se rinde. Un
campeón, persiste más que nunca. Sabe que la tercera fase está a punto de llegar.
Hay que pasar por cada una de las tres fases cada vez que se aprende algo nuevo. De
lo que se trata es de pasar el mínimo tiempo posible en cada una de ellas. Para ello sólo
queda un remedio. Conocer las fases, aceptarlas y persistir en el esfuerzo. Si se abandona
se interrumpe el proceso. Si se continúa se completa con éxito.
 
Síntesis del capítulo
Para aprender a aprender te recomiendo los siguientes recursos psicológicos:
• Adquiere el hábito de analizar tus errores.
• Cada vez que aprendas algo nuevo, revisa cuánto sabías hasta ahora.
• Márcate objetivos a corto plazo que te acerquen a tus objetivos a largo plazo.
• Nunca interpretes el error como un fracaso.
34
5.
Ser valiente consiste en estar muerto de miedo y, a pesar 
 de ello, subirse al caballo
 Poder, querer y saber aprender han tenido su recompensa: se ha aprendido. Ahora toca
demostrar esas mejoras en el momento de la verdad. Se abre el telón. Para cuajar una
buena actuación importa tanto la preparación realizada como el saber estar en el
escenario. Veamos las fórmulas que utilizan los campeones para tolerar la presión.
 
plato nº 100 = plato nº 1 = plato nº 50
 
Quiero que recuerdes el ejemplo del tirador. Con este ejemplo ilustraba la fórmula para
aprender a competir. Veamos otro, tan gráfico como el primero.
Una jugadora de tenis de mesa solicitó mis servicios. Su problema eran las finales.
Rivales que era capaz de ganar en cualquier otra ronda de la competición, resultaban
intratables en la gran final. Le pedí que, con la ayuda de su entrenador, comparáramos
las grabaciones de dos partidos recientes jugados contra la misma rival, uno en segunda
ronda y otro en la final.
El problema no consiste en ponerse nervioso; todos los deportistas se ponen nerviosos
en alguna ocasión. Se juegan demasiado para que no les importe el desenlace de la
competición. El problema reside en aquellos cambios que, por culpa de ponerse
nerviosos, los deportistas introducen en su forma de afrontar la competición. Esos
cambios, y no los nervios, son los responsables de las derrotas inesperadas.
Después de visualizar conjuntamente los partidos jugados contra la misma rival,
pregunté a la jugadora qué hacía de forma diferente cuando se sentía presionada. Su
respuesta fue rápida y concisa: tres cosas.
 
• Cuando me pongo nerviosa siempre hago el mismo saque (no varío el servicio).
• Cuando me siento presionada me separo de la mesa y me pongo a devolver pelotas (renuncio a
la iniciativa).
• Cuando me tiembla el brazo, en lugar de prepararme para el siguiente punto no paro de
quejarme (no desconecto del error).
35
 
Ser consciente del problema es la mitad de la solución del problema. Ahora ya sabía qué
cambiaba bajo presión. El siguiente paso consistía en aprender a no cambiar nada. En
otras palabras, tocaba aprender a seguir jugando igual; también bajo presión.
El mero hecho de haber tomado conciencia de aquellas cosas que cambiaba le
ayudaba a seguir funcionando igual cuando se ponía nerviosa. Pero, en más de una
ocasión, olvidaba variar el servicio, pegarse a la mesa y desconectar del error.
Necesitaba una señal que le recordara durante el partido la necesidad de no cambiar nada
bajo presión. Debía ser una señal visible. Una señal que no le molestara para jugar y que
fuera lo suficientemente discreta como para pasar inadvertida. Aprovechamos uno de sus
tics para hallar la solución. Nuestra jugadora, para secar el sudor de la mano con la que
agarraba la raqueta, soplaba muy a menudo el mango de la paleta. Pegamos un trocito de
plástico negro a cada lado del mango de la raqueta. Cuando durante el partido veía el
puntito negro recordaba la necesidad de variar el servicio, desconectar del error y
pegarse a la mesa bajo la presión de la final.
Seguía poniéndose nerviosa en las finales, pero jugaba de la misma manera que había
estado jugando durante todo el torneo. Así fue como logró aprender a tolerar la presión.
Tomó conciencia de los cambios y encontró una señal que le recordaba la necesidad de
seguir igual. A nuestro tirador le ocurrió lo mismo. En el plato nº 100 cambió el orden de
la rutina y falló. Su plato nº 100 era la final de nuestra jugadora.
Colaboro con un programa de radio. El programa transcurre durante todo el fin de
semana. Los lunes se reúnen sus responsables, valoran el programa realizado y
planifican el siguiente. Esta es la dinámica habitual de funcionamiento de este espacio
radiofónico.
Este espacio se dedica a divulgar la actualidad deportiva del fin de semana y lo hace
con un formato concreto. Combina noticias, entrevistas, reportajes y secciones. Cuando
la actualidad lo exige, hacen lo que ellos denominan «programasespeciales». Son
programas monográficos que exigen una adaptación del formato habitual. Hasta hace
poco, para preparar estos especiales, además de la reunión de los lunes, organizaban una
reunión especial. La lógica resulta aplastante, para preparar un programa especial hace
falta una reunión especial. Lógicamente acertado, psicológicamente no indicado. Y si no
que se lo digan a nuestro tirador, que interpretó que si el plato nº 100 era más difícil
hacía falta hacer algo más para romperlo.
El problema aparece cuando se cree que el plato nº 100 es más difícil, que una
jugadora cuesta más de ganar en una final o que un programa especial resulta más
complicado. Mis colegas de la radio han aprendido rápidamente la lección. Ya no hacen
dos reuniones para preparar un programa especial. Es más, ya no les llaman «programas
36
especiales». Ahora son monográficos. Y son igual de difíciles, o de fáciles, que todos los
demás.
 
resultado + trabajo + talento = confianza
 
Muchas personas (deportistas y no deportistas) basan su confianza exclusivamente en el
resultado. Es un mal negocio. Primero porque el resultado no depende exclusivamente de
ellos mismos, ni tan siquiera en un deporte individual. Y segundo porque depender de un
sólo factor garantiza la inestabilidad (recordemos aquello de que cuantos más puntos de
apoyo, más estabilidad, lo que resumíamos en la fórmula: familia/pareja + amigos +
actividad profesional = estilo de vida de alto rendimiento).
Cuesta mucho mejorar la confianza. Precisamente por eso mismo no nos podemos
permitir el lujo de perderla tan pronto. Para conservarla, y estabilizarla a la vez, es
preciso ampliar la fórmula de la confianza. Se trata de añadir dos factores al enunciado:
el trabajo y el talento.
Un ejercicio muy útil consiste en pedir al deportista que reparta un 10 (confianza
máxima) entre los tres factores. Supongamos que asigna un 6 al resultado, un 2 al trabajo
y otro 2 al talento. Por más que trabaje y por más talento que tenga, como mucho sacará
un 4. Seguirá necesitando el resultado para aprobar. Otra repartición, más propia de los
campeones, sería la siguiente: 3 + 3 + 4. Sin hacer nada, sólo por el talento que le ha sido
concedido, de serie ya tiene un 4. Si trabaja puede sumar 2 o 3 puntos más, con lo que
nos situamos en un notable. A poco que acompañen los resultados, sacamos un excelente
en confianza.
Esta es la proporción que seguía Xavi Arnau, de la Selección Española de Hockey de
hace unos años. Siempre se ofrecía voluntario para lanzar los penaltis. Sus palabras
favoritas eran «cabeza fría». Los transformaba casi todos. Y cuando fallaba uno, los
seguía chutando. Parece claro que confiaba en sus posibilidades.
Ahora me gustaría aplicar la fórmula de la confianza a los estudiantes. Pedro no ha
estudiado demasiado, pero tiene una gran capacidad para relacionar los conceptos y
enrollarse en los exámenes. Eva es el polo opuesto. Su punto débil es el desarrollo de los
temas. Si por ella fuera, en dos líneas lo tendría todo explicado; pero el profesor quiere
más. Eva, a diferencia de Pedro, sí ha estudiado: mucho y bien. Debería sentirse
preparada, pero sus limitaciones a la hora de expresarse no le permiten confiar del todo
en sus posibilidades de aprobar.
Nos falta un tercer elemento para terminar de entender el grado de confianza con el
que afrontan la prueba: la historia de éxitos y fracasos. Este va a ser el tercer parcial de la
asignatura. Pedro ha aprobado los dos anteriores, y con nota. Quizá por ello se ha
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relajado a la hora de preparar el tercero. Eva ha suspendido uno y ha aprobado otro.
Yo no sé qué ocurrirá… Sólo sé que Pedro afrontará el examen con más confianza que
Eva. Aunque ha estudiado menos que su compañera, basa más su confianza en su talento
y en los resultados. Eva confía poco en sus capacidades y no puede apoyarse demasiado
en los resultados. Por eso basa su confianza en el único factor de la fórmula que depende
de ella misma: el trabajo.
 
+ que ganar > + que perder = reto
 
Cuando creemos que tenemos más que perder que ganar percibimos amenaza, miedo y
ansiedad. En cambio, cuando pensamos que tenemos más que ganar que que perder
sentimos reto, motivación y ganas.
El truco de los campeones consiste en enfocar las competiciones de tal manera que,
con independencia de aquello que objetivamente está en juego, perciben más
posibilidades que limitaciones.
 
Me viene a la cabeza el caso de Roberto Casares, campeón de España de tenis de mesa durante cinco años
consecutivos (nueve en total). La historia le convertía automáticamente en favorito para revalidar el título. Sus
rivales le tenían cada vez más ganas y su juego era detenidamente estudiado por los entrenadores de sus rivales.
Se había convertido en el rival a batir. Es más, Roberto sabía que el primer año que perdiera se le iba a tildar de
acabado. Su derrota sería interpretada como el principio del fin. En definitiva, tenía motivos para preocuparse.
Pero nuestro protagonista no estaba pendiente de todas estas amenazas, Roberto se planteaba un reto. Sabía
que, si les sacaba tres tantos de ventaja, los rivales se darían por vencidos y bajarían los brazos. Su reto
consistía en identificar ese preciso instante y aprovecharlo para resolver el partido. Los campeones saben que
no pueden especular con las ventajas. Cuando disponen de una, la aprovechan a la primera.
Aquello que para un jugador normal sería una amenaza se convierte en un reto cuando se
mira a través de las gafas de un deportista de alto nivel.
Ahora quiero aplicar esta fórmula al arte de la seducción. Si cada vez que me
planteara una nueva conquista solamente pensara en las cosas que tengo que perder,
probablemente no empezaría. Se dice que si te dan calabazas no has perdido nada, puesto
que el «no» ya lo tenías. ¡Qué gran falacia! El rechazo provoca pérdida de autoestima,
lesiona la confianza y cuesta dinero. Todo ello sin entrar a analizar el deterioro de tu
prestigio como latin lover y todas esas cosas relacionadas con el ego.
Algunas conquistas parten de un simple pique o apuesta entre amigos: «A que no eres
capaz de…». Esto es un reto en toda regla. Por un momento se olvida todo aquello que
se puede perder en el intento y solamente se piensa en las cosas que se pueden ganar. Se
dejan atrás las limitaciones y todo aquello que pasará si se fracasa y se piensa
únicamente en las posibilidades y en cuanto se debe hacer para triunfar.
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Los que más ligan no son ni los más guapos, ni los que tienen más palique. Son
aquellos que, como los campeones, convierten la amenaza en reto.
 
10 en confianza + 10 en concentración + 
 10 en dominio técnico = fluidez
 
Noviembre de 2002. Se celebra en Debrecen (Hungría) el Campeonato del Mundo de
Gimnasia Artística. El objetivo de Andreu es colarse en la final de paralelas. Nunca antes
lo ha conseguido. Para ello debe conseguir en la fase de clasificación una de las ocho
mejores notas del mundo. Tuve la oportunidad de acompañar al equipo, en calidad de
psicólogo, y vivir la experiencia que relato a continuación.
Habíamos preparado psicológicamente su participación. Rutinas para calentar,
referencias claras durante todo el ejercicio, visualizaciones para llenar tiempos muertos y
relajación muscular para ajustarse antes de subir al aparato. Todo estaba a punto. La
consigna era clara: hacer lo mismo que había repetido miles de veces en el
entrenamiento. Cuando se pretende hacer más, aparecen las dudas. No buscábamos la
mejor actuación de todos los tiempos, pretendíamos hacer lo mismo de siempre; eso sí,
bajo presión. Eso, ya era un reto.
Lo primero que me dijo Andreu justo después de terminar su ejercicio de clasificación
fue: «¡¡¡Ha sido mejor que hacer el amor…!!!». Creo que esta frase resume
perfectamente su vivencia. Me contó que jamás había experimentado algo parecido. Los
movimientos eran fluidos, coordinados y eficaces. Parecía como si el mejor gimnasta del
mundo se hubiera metido dentro de su cuerpo. Todo iba sólo, sin apenas esfuerzo. Se
paró el tiempo.No escuchaba nada, no veía nada. Nada más allá de las paralelas y de su
propio cuerpo. La concentración era máxima. No quería que terminara el ejercicio.
Andreu obtuvo la segunda mejor nota de los participantes y cuajó una de las mejores
actuaciones de su vida. Nos fuimos a dormir (la final se celebraba al día siguiente) con
posibilidades de medalla.
Esa noche tuvimos una charla en el hotel. Le pedí que no buscara esa sensación. La
había encontrado porque en ningún momento la había buscado. Le aconsejé que repitiera
sus rituales para estar concentrado y que se planteara el mismo objetivo que se había
establecido en la clasificación (hacer lo mismo).
Quedó séptimo en la final, su ejercicio fue correcto y consiguió su principal objetivo
de la temporada. Cometió un sólo error: en lugar de repetir lo mismo que le había
clasificado para la final, cayó en la tentación de ir a buscar otra experiencia de fluidez.
 
Quiero ahora transcribir literalmente un fragmento de una película. Se trata de la
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adaptación cinematográfica de la novela Ana Karenina, de Leon Tolstói. Hacia el final
de la película, el protagonista decide refugiarse en el trabajo para olvidarse de un
desengaño amoroso.
Un día pierde los estribos con un administrador, le da un ataque de ira, coge una
guadaña y empieza a segar. Aquello lo calma y decide seguir segando durante todo el
día. Y esto fue lo que ocurrió:
 
Mientras segaba perdí la noción del tiempo, no tenía idea de si era tarde o era
temprano. El trabajo me produjo un cambio que me dio una enorme satisfacción. Me
olvidé de lo que estaba haciendo y seguí segando sin esfuerzo. Mi senda estaba casi
tan bien cortada como la de Dick. Esos momentos de olvido se sucedían cada vez
más. No eran mis brazos los que movían la guadaña, sino más bien era la guadaña la
que parecía segar por sí sola. Se diría que me empujaba alguna fuerza externa, como si
por arte de magia el trabajo se hiciera sólo, regularmente y con cuidado. Aquellos eran
los momentos más sublimes.
 
Cada vez que veo este fragmento me acuerdo de Andreu.
 
Síntesis del capítulo
Para aprender a tolerar la presión te propongo las siguientes pautas:
• No hagas especial ninguna situación.
• Basa tu confianza en la preparación, el talento y los resultados.
• Cambia las amenazas por los retos y las limitaciones por las posibilidades.
• Date cuenta de los cambios que se producen en tu forma de funcionar bajo presión.
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6.
Ningún equipo 
 es más fuerte que el más 
 débil de sus miembros
 La creación de equipos de alto rendimiento
 
Hasta ahora se han revisado las fórmulas psicológicas referidas al funcionamiento
individual. En este capítulo trataremos aquellas que sirven para crear y gestionar equipos
de alto rendimiento.
Una colección de individuos son una serie de sujetos puestos unos al lado de los otros.
Nada los une, nada los identifica. Si entran en el metro en una hora punta se encontrarán
con una larga lista de personas.
Para que una colección se convierta en un grupo se requiere un rasgo común; algo que
afecte a todos los componentes del colectivo y que les confiera una identidad. Por
ejemplo, todos los protagonistas de los ejemplos de este libro son deportistas.
Si a un grupo se le añade un objetivo común entonces se convierte en un equipo.
Ningún miembro del equipo, por sí sólo, puede alcanzar esa meta. Los componentes del
colectivo se ven obligados a cooperar si quieren lograr su fin. De ahí surgen los roles
individuales, las funciones que cada componente del equipo deberá cumplir para que el
colectivo alcance su propósito.
Pero ¿cuál es la principal diferencia entre un equipo normal y un equipo ganador? La
diferencia más importante reside en aquello que regula la confianza entre sus miembros.
En un equipo corriente la confianza depende del error: cuando uno de sus miembros
falla, el resto de componentes deja de confiar en él. En cambio, en un equipo de alto
nivel la confianza depende del compromiso (de compartir el mismo nivel de
compromiso). En un equipo grande se sigue confiando en un jugador que ha fallado. Y
eso es así porque el resto de jugadores están convencidos de que el compañero que ha
fallado se dejaría la piel, si fuera necesario, exactamente igual que harían ellos, para
conseguir los objetivos del colectivo.
Examinemos el proceso a seguir para construir un equipo ganador.
 
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dakota sioux x zen = solidaridad
 
El primer paso para construir un equipo es que alguien debe proponer una idea, una
filosofía sobre el juego, una visión sobre la actividad que se practicará en equipo.
Cuando Phil Jackson, el actual entrenador de Los Ángeles Lakers, llegó a la NBA
advirtió que el egoísmo de los jugadores se había apoderado del baloncesto profesional.
Se basó en el estilo de vida de los indios dakota sioux y en la filosofía zen para proponer
a los Chicago Bulls de Michael Jordan una forma de entender el baloncesto basada en la
solidaridad.
Decoró el vestuario con objetos pertenecientes a la cultura sioux, integró en la
preparación deportiva el comentario de cuentos dakotas y enseñó a los jugadores a
meditar. Alguien podría tachar de loco a este personaje, pero aquella fue la mejor época
en la historia de los Bulls.
Para ilustrar este apartado voy a citar algunos párrafos del libro escrito por Phil
Jackson, Canastas sagradas:
 
Mi primera actuación fue formular una visión para el equipo. La visión es una fuente
de liderazgo. Empecé a crear una imagen en mi mente de lo que el equipo podría
llegar a ser. Tenía que tener en cuenta no sólo aquello que quería conseguir, sino
cómo iba a llegar hasta allí (p. 108).
Quería crear un equipo en el que el desinterés –no la mentalidad del yo primero que
había llegado a dominar el baloncesto profesional– fuese la fuerza conductora-
impulsora primaria (p. 73).
En el corazón de mi visión estaba el ideal desinteresado de trabajo de equipo. Mi
meta era dar a todo el mundo en el equipo un papel vital (p. 109).
Yo quería construir un equipo que combinase el talento individual con una
conciencia aumentada de grupo (p. 16).
La manera más efectiva para forjar un equipo ganador es apelando a la necesidad
de los jugadores de conectar con algo más grande que ellos mismos. Crear un equipo
exitoso es esencialmente un acto espiritual. Esto requiere que los individuos
vinculados renuncien a sus intereses personales por un bien mayor y así el conjunto
sume más que la suma de sus partes (p. 17).
La belleza del sistema es lo que permite a los jugadores experimentar una nueva y
más poderosa forma de gratificación que la del ego (p. 102).
Una vez que los jugadores han llegado a dominar el sistema, emerge una poderosa
inteligencia de grupo que es más grande que las ideas del entrenador y de cualquier
individuo del equipo. Cuando un equipo alcanza ese estado, el entrenador se puede
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retirar y dejar que el deporte «por sí mismo» motive a los jugadores (p. 103).
 
Este primer paso empieza con una idea y termina con unos valores. Cuando se está en
condiciones de traducir esta visión en unos valores concretos, entonces estamos
preparados para afrontar la segunda etapa de la creación de un equipo de alto
rendimiento.
El entrenador de baloncesto tradujo su idea en dos valores: desinterés y solidaridad. Si
repitiéramos el ejercicio, pero cambiando a Phil Jackson por Pep Guardiola,
necesitaríamos tres: cooperación, identificación y discreción. Cuando Guardiola no
renueva a Samuel Eto’o por falta de feeling está apelando a estos valores. No tener
feeling significa no compartir los mismos valores básicos. Samuel no se caracterizaba
precisamente por su discreción y autocontrol. A pesar de colaborar con el resto de los
compañeros, su hambre de gol le había llevado a abusar del individualismo. Y la
identificación del camerunés con los valores del equipo estaba condicionada por el
resultado: cuando se ganaba quería seguir, cuando se perdía no descartaba cambiar de
equipo.
Busquemos otra aplicación de esta fórmula, esta vez en un ejemplo alejado del ámbito
del deporte.

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