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Faroleros y serenos
El texto describe la historia y trabajo de los faroleros y serenos en la ciudad de Madrid, éstos se encargaban de encender y apagar las farolas de la ciudad y los serenos de vigilar las calles durante la noche. Ambos tenían obligaciones y responsabilidades específicas. 
El Ayuntamiento de Madrid fue el encargado de dirigir las obras de alumbrado por gas en la ciudad. A finales de 1830, comenzaron los preparativos para la iluminación por gas de la Puerta del Sol, y se colocó una cañería subterránea en todo su perímetro, que se extendió en forma de estrella por las calles de Alcalá, Carrera de San Jerónimo, Carretas, Mayor, Arenal, Carmen y Montera. Se colocaron veinticuatro farolas a la misma distancia que las anteriores, con cinco bocas de luz cada una. 
El laboratorio para la extracción del gas de aceites de bajas condiciones y su depósito estaban situados en un jardín contiguo al Café de Gasómetros. Sin embargo, la calidad del alumbrado de gas era tan deficiente que las quejas eran generales, pero su implantación continuó. En 1851, ya había casi 400 faroles de gas en las calles de Madrid, y aquel mismo año se iluminó así el Teatro de la Cruz, aunque era una iluminación de calidad inferior y su expansión a la población fue lenta.
Las principales obligaciones y responsabilidades de los faroleros y serenos incluían: encender, apagar y cuidar las farolas y velar por la seguridad y tranquilidad de la ciudad durante la noche, respectivamente. Los serenos también tenían la obligación de ayudar a las autoridades y ciudadanos en caso de necesidad y de socorrer a los ciudadanos que se vieran injustamente atropellados. Además, ambos cuerpos eran responsables de la limpieza y reposición de paños y rodillas para las farolas, para lo que se les abonaba cinco reales mensuales, y aparte se les entregaba todos los meses dos tubos de cristal por plaza para reponer los que se inutilizaban y media vara de torcidas por cada farol de los que cuidaban. Madrid estaba dividida en 12 distritos y se procuraba que el número de faroles fuera lo más aproximado posible para todos. 
La supervisión del trabajo de los faroleros y serenos se llevaba a cabo a través de diferentes medidas. Por un lado, el celador entregaba a cada farolero una libreta con todas las hojas foliadas y rubricadas en cuyo encabezamiento iba el nombre, apellido y número que se le asignaba, anotándose en ella los sueldos que se le iban entregando, el valor de las prendas que por su culpa se perdían o rompían y las multas que se le impusieran. 
También se observaba la puntualidad, ya que debían de volver a presentarse ante su celador no por la mañana, sino media hora antes de comenzar a encender, para que se les pasara lista y se reciban las órdenes adecuadas.
Mensualmente se hacía a su vista un balance y se le descontaba del sueldo la cantidad que apareciera en su contra. Cada noche los serenos acudían al hora y lugar fijado en cada cuartel y desde allí salían para sus respectivos destinos, tras haber pasado lista y sustituir a aquel que faltara los supernumerarios o auxiliares. Durante la noche, debían pasear las calles asignadas sin salir de ellas y desde las ocho de la noche en invierno y las diez en verano y hasta la una, permanecían pendientes de sus faroles para corregir las faltas que pudieran ocurrir. 
Los responsables de las actividades de los faroleros fueron los celadores, además de llevar los registros diarios, tenían la obligación de leer, el último día feriado de cada mes, a todos los serenos de su distrito que no supieran aquellos artículos del reglamento que les competían.
La fama de los faroleros y serenos en la sociedad de la época fue bastante importante, aunque de diferente manera para cada uno, se les consideraba unos trabajadores patrióticos y útiles para la ciudad, incluso se les llegó a llamar "los verdaderos encendedores de España". 
Durante el siglo XIX, además, se les consideraba como parte esencial de la vida urbana y se les mencionaba frecuentemente en los periódicos. En cuanto a los serenos, se les atribuía una función de protección y seguridad en las calles, y se les reconocía como una pieza clave para mantener el orden y prevenir delitos en la ciudad durante la noche. Su presencia se consideraba tranquilizadora para la ciudadanía y creaban una sensación de confianza y seguridad en la ciudad. De hecho, se les otorgaba cierta autoridad sobre la ciudadanía, ya que estaban autorizados a intervenir en caso de ser necesario y contaban con el apoyo de las autoridades para hacer cumplir su trabajo. 
Una de las funciones adicionales que había previsto el autor del primer reglamento del cuerpo de faroleros era que, en caso de que por algún motivo de accidente o enfermedad no pudiera encender los faroles, estaba obligado a poner un sustituto y dar cuenta al celador para que le conociera. También debían avisar con ocho días de antelación al Regidor del cuartel, para nombrar un nuevo mozo y recoger los enseres, en caso de que no desearan continuar en el puesto. 
La investigación ofrece un interesante vistazo al trabajo y las responsabilidades de los faroleros y serenos, a pesar de los apuros económicos que sufrían, lograron ganarse cierta fama y reconocimiento por su trabajo y formaron parte de la vida cotidiana en la Madrid de mediados del siglo XIX.
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Referencias· Simón Palmer, M. (1976). Faroleros y serenos: notas para su historia. Madrid, Raycar, pp. 1-22.

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