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Geografia Histórica e Meio Ambiente

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GEOGRAFÍA HISTÓRICA 
Y MEDIO AMBIENTE
I.1.9
Gustavo G. Garza Merodio
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Dr. José Narro Robles
Rector
Dr. Eduardo Bárzana García
Secretario General
Lic. Enrique del Val Blanco
Secretario Administrativo
Dr. Francisco José Trigo Tavera
Secretario de Desarrollo Institucional
M.C. Miguel Robles Bárcena
Secretario de Servicios a la Comunidad
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Abogado General
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Coordinador de la Investigación Científica
INSTITUTO DE GEOGRAFÍA
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Director
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Secretario Académico
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Editora Académica
Lic. Antonio Mancera Ponce
Secretario Administrativo
Colección Temas Selectos de Geografía de México
Coordinadoras Académicas
y Editoriales: Dra. María Teresa Sánchez Salazar
 Dra. María Teresa Gutiérrez de MacGregor
Diseño de portada: Juan Carlos del Olmo
Editora Técnica: Martha Pavón
GEOGRAFÍA HISTÓRICA Y MEDIO AMBIENTE
Clave: I.1.9
Primera edición: 17 de octubre de 2012
D.R.© Universidad Nacional Autónoma de México
 Instituto de Geografía
	 Coordinación	de	la	Investigación	Científica
Derechos exclusivos de edición reservados para todos los países de habla 
española. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio
sin autorización escrita de los editores.
Instituto de Geografía, unam
Ciudad Universitaria
Del. Coyoacán
04510 México, D.F.
www.unam.mx
www.igeograf.unam.mx
ISBn (Obra General): 968-36-8090-9
ISBn: 978-607-02-4186-4
Este	libro	presenta	los	resultados	de	una	investigación	científica	y	contó	con	dic-
támenes de espertos externos, de acuerdo con las normas editoriales del Instituto 
de	Geografía.	Para	su	publicación,	recibió	el	apoyo	financiero	de	la	Dirección	
del Instituto de Geografía de la unam. Por este apoyo las coordinadoras de la 
Colección expresamos nuestro agradecimiento.
ÍNDICE
Presentación ........................................................................................... 9
Introducción ......................................................................................... 17
I. Geografía histórica y medio ambiente .............................................. 21
 Paisaje, territorio y geografía histórica .................................... 28
 Evolución del paisaje y el territorio en México ....................... 39
 La escuela de los Annales y el análisis de las duraciones ......... 52
 Giro cultural y espacialización de la ciencia social:
 geografía histórica, geografía cultural y medio
 ambiente..........................................................................55
II. Tres aproximaciones a la relación sociedad-medio
desde la geografía histórica en México ................................................ 61
 Climatología histórica a través de fuentes documentales ........ 62
 El clima en México a lo largo de los últimos
 cuatrocientos años ........................................................ 66
 La invasión europea y la Pequeña Edad de Hielo .................... 70
 Extremos climáticos y plagas y epidemias ............................ 72
III. El paisaje y el territorio mesoamericano y su transformación
durante el largo siglo xvI .................................................................... 77
 La montaña: su percepción y su manejo en el 
 México prehispánico ................................................... 78
 El abandono de los ecotonos ................................................. 81
 El aluvión, principal botín agrario de los castellanos .............. 85
IV. Rupturas y continuidades en el manejo del ambiente
en México: siglos xvI al xxI .............................................................. 89
 La política del agua en Mesoamérica, la política
 del agua en la Europa mediterránea .............................. 90
 El manejo del suelo prehispánico,
 el manejo del suelo colonial y posterior ....................... 93
 Experiencias coloniales y decimonónicas sustentables ......... 94
Conclusiones ........................................................................................ 97
Fuentes documentales ........................................................................ 101
Bibliografía ........................................................................................ 103
9
PRESENTACIÓN
La Geografía es una ciencia de disyuntivas. Todo geógrafo se ha en-
contrado alguna vez ante el dilema de cómo hacer su trabajo: ¿física o 
humana?, ¿ambiental o cultural?, ¿cuantitativa o cualitativa?, ¿a escala 
local	o	a	escala	global?,	¿ideográfica	o	nomotética?,	¿teórica	o	práctica?,	
¿urbana o rural?, ¿con trabajo de campo o de gabinete?, ¿con mapas o 
sin ellos?, ¿histórica o contemporánea?… la geografía se desmiembra 
cada vez que uno toma una opción de estos pares y desecha la otra. Por 
eso llama la atención el tono de este libro que, sin proponérselo, permite 
imaginar al lector los malabares que el geógrafo tiene que hacer para 
conciliar estas opciones sin desechar unas en favor de otras.
Para ser un geógrafo así, es necesario saber cabalgar por encima de 
las fronteras disciplinarias y saber mantenerse autónomo ante las meto-
dologías escritas en los manuales de investigación. Hay que ser atrevido 
y muy dedicado. El título Geografía histórica y medio ambiente ya es 
bastante osado puesto que promete conjuntar datos actuales con datos 
pretéritos y datos culturales con datos ambientales. Para entender cómo 
alguien logró reunir campos de la geografía habitualmente separados hay 
que conocer a Gustavo G. Garza Merodio. En esta presentación quiero 
discutir muy brevemente la pertinencia de la historia en la geografía y 
terminar	con	una	reflexión	ligada	a	las	habilidades	del	autor	para	apro-
vechar la fuerza conjunta de lo que a otros geógrafos les parece incon-
ciliable. 
El tiempo es una dimensión de la realidad que de ninguna manera 
puede	quedar	fuera	del	análisis	geográfico	(Baker,	2006	[2003];	Burke,	
2008	[2004];	Pickles,	1985).	Si	lo	que	interesa	al	geógrafo	es	la	manera	
Gustavo G. Garza Merodio
10
en la que está conformado el espacio, resulta que éste debe explicarse 
dentro	de	una	dimensión	histórica	dado	que	no	es	estático	ni	fijo,	sino	
cambiante. En palabras de Nigel Thrift “es muy simple: sin tiempo no 
podemos	 estudiar	 el	 cambio”.	Todo	 proceso	 geográfico	 es	 un	 proceso	
histórico (Thrift, 1977). Esto lo saben particularmente bien los geomor-
fólogos pues la lectura del paisaje en que ellos se especializan es la de 
las formas del relieve transformadas por la naturaleza y también por los 
grupos humanos que en ellas han dejado su impronta. 
Los objetos de la Geografía son objetos muy grandes. Lo son por su 
tamaño y también por su edad. Respecto del tamaño no cabe duda que 
la Tierra como planeta es enorme y las partes que lo componen parecen 
también innumerables. Respecto de su edad, basta con repetir lo que dice 
el	autor	de	este	libro	en	el	sentido	de	que	los	procesos	geográficos	son	
siempre procesos de larga duración y que una sola generación de hu-
manos es incapaz de evaluar si lo que sus ojos ven tendrá repercusión 
en el espacio y ayudará a troquelar de manera diferente a las generacio-
nes venideras. Mientras el espacio se queda y permanece, los humanos 
mueren y se van. Aun los cambios más vertiginosos como el del empo-
brecimiento de la población en el mundo, la degradación ambiental o la 
sofisticación	tecnológica,	implican	procesos	que	aun	no	se	sabe	si	están	
transformando	irreversiblemente	el	espacio	aunque	modifiquen	sin	duda	
la política y la economía de los grupos sociales. La duración de los pro-
cesos políticos y económicos es mucho más corta que la duración de los 
procesos	geográficos.
Los geógrafos solemos ir a los lugares para poder hablar de ellos cuan-
do la escala del lugar nos lo permite. Cuando la escala es global, hay quepensar en larguísimos periodos que sobrepasan la vida del geógrafo. David 
Lowenthal	dice	que	“el	pasado	es	un	país	extranjero”	(Lowenthal,	1985;	
Duncan,	1977	[1993]),	y	−deberíamos	agregar−	al	que	no	se	puede	viajar.	
Para solventar esta fatalidad, los geógrafos contemporáneos deben hacer 
geografía histórica. Pero acomodar en orden los sucesos que han ocurri-
do a la corteza terrestre y a los pueblos que la han transformado, requiere 
de mucha imaginación y de un cruzamiento de datos muy abundantes. 
Otros profesionales del tiempo, los historiadores, a menudo rehúyen 
Geografía histórica y medio ambiente
11
al reto de abarcar en su análisis espacios y tiempos muy prolongados 
pues juzgan que no es posible “probar” las conclusiones que se tienen ni 
armar	el	rompecabezas	de	la	historia	humana	con	tanta	superficialidad.	
Así es como han lapidado las aportaciones de autores como Jared Dia-
mond, quien se atrevió a publicar una historia del hombre en sus últimos 
trece	mil	años	basado	en	criterios	geográficos	(Diamond,	1997).	Quizá	
tengan	razón	los	historiadores	en	la	dificultad	de	manejar	tantas	varia-
bles pero si no existiera la osadía nos quedaríamos en la microhistoria. 
Sin duda, el análisis de larguísima duración y larguísima espacialidad es 
indispensable para comprender el mundo, lección que Gustavo Garza 
profesa con frescura desfachatada. El autor de este libro se suma a otros 
más que han probado que hacer geografía histórica no es ningún delito 
epistemológico y, que al contrario, con ella se puede generar nuevo cono-
cimiento histórico que los historiadores podrán usar en sus investigacio-
nes de corta duración y de escala local. No en vano, los historiadores que 
más cita Garza en este trabajo pertenecieron a la escuela de los Annales, 
reputada por haber tenido siempre un pie en la tierra.
El libro tiene la riqueza y la fortuna de reunir en un mismo volumen 
los casos de estudio que desarrolló su autor y las conclusiones teóricas a 
las que fue conducido por dichos estudios de caso. Esto no es frecuente, 
pues los geógrafos preferimos hacer artículos teóricos por un lado y pre-
sentar nuestras investigaciones de caso en publicaciones aparte. Gustavo 
Garza	comenzó	a	sistematizar	su	reflexión	sobre	 la	geografía	histórica	
desde su trabajo doctoral en donde logró relacionar aspectos históricos 
y ambientales al hablar de la transformación de la Cuenca de México en 
un largo periodo (Garza, 2000). Más adelante profundizó sobre la mane-
ra en que el territorio de México se fue estructurando desde un enfoque 
local, lo cual implicó para él adentrarse en la historia de los pueblos 
fundados en el siglo xvI a lo ancho de todo el país, y en sus antecedentes 
indígenas, ejercicio que nadie había hecho con anterioridad y que, no sin 
dificultad,	condensó	en	un	mapa	de	todo	el	país	que	hoy	forma	parte	del	
Nuevo Atlas Nacional de México (Garza, 2007). Nuevamente, para los 
historiadores este mapa puede ser criticable pero tiene el mérito de poner 
el tema sobre la mesa, es decir, de enfrentar de alguna manera la necesi-
Gustavo G. Garza Merodio
12
dad	de	ubicar	cartográficamente	procesos	generales	con	los	riesgos	que	
ello implica para los casos particulares. Durante años, Gustavo Garza 
ha trabajado otros temas que se despliegan ambiciosamente tanto en la 
dimensión espacial como en la temporal. Por ahora solo quiero hacer 
mención de uno de ellos: el de la climatología histórica.
El estudio histórico de la climatología es una muestra de cómo la 
Geografía tiene más poder cuando mantiene unidos los elementos que 
componen el espacio y cuando la investigación se realiza de manera me-
tadisciplinar, esto es, sin hacer caso de las recetas metodológicas que 
cada una de las ciencias ha confeccionado para su propio campo. Aquí la 
división entre geografía humana y geografía física no alcanza a percibir-
se, lo cual nos transporta a los tiempos en los que la geografía “a secas” 
tenía	suficiente	solidez	para	convencer	de	que	era	un	razonamiento	capaz	
de resolver problemas. El que se planteó Gustavo Garza precisamente en 
estos tiempos de cambio climático, es el de recoger evidencias inéditas 
respecto del ritmo al que el clima está cambiando. 
Le ha interesado documentar para México desde cuándo se tienen 
registros que puedan probar alteraciones climáticas relevantes. Mientras 
hay	equipos	de	investigación	abastecidos	con	financiamiento	casi	ilimi-
tado en los países industrializados para obtener respuestas sobre el cam-
bio	climático,	con	perfil	modesto	y	sin	mucho	apoyo,	Garza	jala	una	he-
bra delgada y sutil que aprendió a reconocer en sus estancias en España. 
Esta hebra consiste en una serie de documentos llamados genéricamente 
“rogativas” y que no son otra cosa que solicitudes que las personas hacen 
al santo o virgen de su devoción para que llueva. 
Imaginar al campesino desesperado que escribe una nota y que la 
lleva a la parroquia de su pueblo para incrustarla en el altar donde está 
la	efigie	de	su	deidad,	parece	un	asunto	más	propio	de	la	antropología	
o quizá de la historia de la iglesia si se toma en cuenta que el párroco 
le pedía sus últimas monedas para celebrar misa con ese objetivo. En 
España ha podido ser estudiada esta práctica con registros fechados des-
de el siglo xvI y la lucidez del autor de este libro lo llevó a pensar que 
en el México colonial tendría que haber algo similar toda vez que esta 
tradición cristiana encontró eco en los pueblos mesoamericanos que con 
Geografía histórica y medio ambiente
13
igual regularidad subían al cerro para realizar solicitudes de lluvia (Bro-
da y Báez, 2001). Rogar para que llueva es algo probablemente inhe-
rente a todas las sociedades que dependen de la agricultura de temporal, 
pero encontrar registros escritos de estas peticiones es una tarea ardua. 
Garza se impuso el objetivo de recolectar estas rogativas en diez ciu-
dades mexicanas, casi todas poseedoras de archivos de sus respectivos 
obispados, y realizó estancias de investigación en ellas durante periodos 
intermitentes en los últimos ocho años. En las rogativas, Gustavo Garza 
encuentra información de climatología histórica que puede sumarse a 
otras técnicas de determinación de ciclos de sequía o de abundancia de 
lluvias como lo es la dendrocronología (Villanueva et al., 2010). Las 
rogativas son más frecuentes en los años, los lustros y las décadas en 
donde la sequía amenaza la subsistencia de una comunidad. Una vez que 
se determinan los periodos de varios años de sequía, se comparan con 
los datos de otras regiones para comprender si el fenómeno climatoló-
gico tuvo un alcance importante en el territorio y si la sequía afectó, por 
ejemplo, todo el centro de la Nueva España o si fue un fenómeno local 
o acaso una falta de consistencia en la manera en que el archivo guardó
o perdió esta información. Más aún, el autor compara también sus hallaz-
gos con otro tipo de fuentes históricas que narran cambios sociales pero 
en la cual no se menciona si mientras se enfrentaban dos ejércitos, estaba 
lloviendo o no. Este cruce de testimonios puede permitir hacer matices 
sobre	la	historia	oficialmente	aceptada	y	en	el	libro	el	autor	provee	algu-
nos ejemplos. Como se ve, este estudio reseñado en el libro, también es 
muestra de la fuerza que tienen la geografía física y la humana conjuntas. 
Es, en mi opinión, el caso que le da mayor sentido al título de la obra.
Para terminar, como anuncié, quiero comentar algunas de las cuali-
dades	de	Gustavo	Garza	en	su	quehacer	geográfico.	Gustavo	ha	sido	ca-
paz no solo de soportar largos periodos de trabajo de archivo enfundado 
en sus guantes y su tapabocas, lo que demuestra que entre sus cualidades 
de investigación está la paciencia del fraile. También es un geógrafo de 
campo, un explorador que no fatiga en sus caminatas y que logra en ellas 
mantener conectado el cerebro y las piernas. ¿Fraile, explorador? Con ra-
zón se siente tan bien trabajando temas coloniales en donde caminar largas 
Gustavo G.Garza Merodio
14
jornadas y morar en conventos húmedos son requisitos indispensables.
El trabajo de campo en el autor de este libro es, sin duda, uno de 
sus talentos metodológicos y por tanto no puedo dejar de referirme a las 
cualidades que Gustavo Garza posee para leer el paisaje. Lo lee como 
cartógrafo sobre su mesa sin importar si el mapa es moderno o antiguo. 
Después lo lee como geomorfólogo observando desde un mirador en la 
carretera y explorando sus componentes geológicos. Lo lee como etnó-
logo caminando al interior de las comunidades. Lo lee como topógrafo 
recorriendo grandes distancias. Lo lee en los objetos de la naturaleza y en 
los de la cultura. Lo lee en el presente e intuye su pasado. Su capacidad 
de orientación en el terreno es asombrosa: siempre sabe qué hay detrás 
del cerro que miran sus ojos y para qué rumbo caminar en busca de un 
objetivo. En cierta ocasión escuché a nuestro colega Leopoldo Galicia 
decir que Gustavo había nacido con GPS integrado. Con todo, también 
recuerdo una nublada tarde en el municipio de Metztitlán, Hidalgo, en 
que la luz se fue extinguiendo y nos quedamos a ciegas a media ladera 
de	un	áspero	cerro	con	enormes	dificultades	para	descender	y	con	riesgo	
de desbarrancarnos. Nos acompañaba un alumno de Historia y los tres 
terminamos por arrastrarnos cuesta abajo palpando el suelo con pies y 
manos, cruzamos después lo que adiviné como el cauce de un río seco 
y recomenzamos el ascenso igual a gatas hasta descubrir de nuevo en 
el horizonte las luces de Tepatetipa. El instrumento de orientación que 
Gustavo tenía integrado, nos dimos cuenta, no necesitaba siquiera la luz 
del sol ni de las estrellas para operar. Cuando Gustavo regresa del campo 
sin	usar	libreta	ni	cámara	fotográfica,	es	capaz	de	releer	en	su	mente	el	
paisaje y describirlo tanto en un mapa como en un texto escrito. 
Todo esto es prueba de que para Gustavo G. Garza Merodio las 
disyuntivas que planteamos en el inicio de esta presentación no son 
obstácu los en su quehacer ni en su metodología. Esta actitud lo acerca a la 
geografía de la mejor tradición, aquella que no se pelea con los adjetivos.
Federico Fernández Christlieb
Escuela de Extensión, Canadá
Universidad Nacional Autónoma de México
Geografía histórica y medio ambiente
15
Referencias
Baker,	A.	R.	H.	(2006	[2003]),	Geography and History, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge. 
Broda, J. and F. Báez Jorge (2001), Cosmovisión, ritual e identidad de 
los pueblos indígenas de México, Fondo de Cultura Económica, Mé-
xico.
Burke,	O.	(2008	[2004]),	What is cultural history?, Polity, Cambridge.
Diamond, J. (1997), Guns. Germs and steel. A short history of everybody 
for the last 13 000 years, Vintage, Surrey, Great Britain.
Duncan,	J.	and	D.	Ley	(eds.;	1997	[1993]),	Sites of representation. Pla-
ce, time and the discourse of the other, Routledge, London and New 
York.
Garza Merodio, G. G. (2000), Evolución en el paisaje de la Cuenca de 
México durante la dominación española, tesis de Doctorado, Uni-
versidad de Barcelona.
Garza Merodio, G. G. (2007), “Mapa político territorial de Mesoamérica 
hacia 1520”, en Coll, A. (coord.), Nuevo Atlas Nacional de México, 
clave H II 2, escala 1:4 000 000, Instituto de Geografía, UNAM, 
México.
Lowenthal, D. (1985), The past is a foreign country, Cambridge Univer-
sity Press, Cambridge.
Pickles,	J.	(1985),	Phenomenology. Sciences and Geography, Cambrid-
ge University Press, Cambridge.
Thrift, N. (1977), “Time and y theory in human geography” (2 parts), 
Progress in Human Geography, no. 1, pp. 65-101 and 413-457.
Villanueva Díaz, J., J. Cerano Paredes, D. W. Stahle, V. Constante Gar-
cía, L. Vázquez Selem, J. Estrada Ávalos y J. D. D. Benavides So-
lorio (2010), “Árboles longevos de México”, Revista Mexicana de 
Ciencias Forestales, núm. 1, pp. 7-29.
17
INTRODUCCIÓN
Dentro de las temáticas ambientales, el papel de la geografía por lo 
general	no	ha	sido	ponderado	suficientemente,	en	tanto	que	la	ecología,	
la biología y algunas ramas de la ingeniería son los ámbitos del conoci-
miento más utilizados, e incluso los discursos académicos o políticos en 
poco sopesan el papel que la geografía puede tener en el entendimiento 
de la cuestión ambiental. Si el papel de la geografía es poco apreciado en 
términos ambientales, mucha mayor marginación sufre el conocimiento 
y práctica de la geografía histórica en este ámbito, es más, ni siquiera 
es comúnmente considerada, ni relacionada con las prácticas tendien-
tes a resarcir daños ambientales. Tal desdén resulta perjudicial para un 
entendimiento más amplio e integral de la relación sociedad-medio. Po-
sibilidades analíticas en las que por su naturaleza la geografía histórica 
tendría mucho que aportar, ya que desde sus orígenes como parte del 
cuerpo	científico	de	la	geografía,	fue	parte	primordial	de	su	quehacer,	la	
inclusión de temáticas ambientales.
Sin embargo, con el correr del tiempo, la práctica de la geografía 
histórica se centró en la reconstrucción temporal de la región o en la 
cronología de intercambios económicos y tecnológicos, alejándose en 
buena medida de las cuestiones ambientales. Así, la geografía histórica 
ha sido poco considerada como vehículo teórico en el entendimiento de 
la relación sociedad-medio, y si esto es común a buena parte de la aca-
demia mundial, en México esta perspectiva ha sido aún menos utilizada. 
El alejamiento de las temáticas ambientales y la geografía proviene de la 
propia	definición	de	ciencia	que	asumimos,	fundamentada,	en	una	sepa-
ración tajante del conocimiento biofísico y el social (Santos, 2009). Esta 
Gustavo G. Garza Merodio
18
continua división del conocimiento, explica que el pensamiento ecoló-
gico	codificado	en	‘Occidente’	durante	el	siglo	xIx y desarrollado como 
principio	científico	y	puesto	en	práctica	en	el	xx	(Baker	(2003:75),	sea	
entendido como un concepto sin escala (ni temporal, ni espacial), al que 
es prioritario la adaptación y funcionamiento de las especies a su entor-
no, así como las transferencias de energía involucradas en estos proce-
sos. Desde esta perspectiva, el ser humano es solo una más de la especies 
en	 el	 rejuego	 ambiental,	 lo	 que	 dificulta	 el	 análisis	 desde	 las	 ciencias	
sociales, las cuales a su vez se han visto permeadas por concepciones 
naturalistas del medio, particularmente en la antropología, la propia geo-
grafía y la historia.
La geografía ha tenido que nadar contra corriente ante las ataduras 
que	le	han	fijado	la	mayoría	de	sus	paradigmas	vigentes	desde	mediados	
del siglo xIx,	 limitantes	que	se	 reflejan	en	 la	poca	atención,	e	 incluso	
menosprecio, que sufrieron la geografía histórica y la geografía cultural 
hasta las décadas de 1980 y 1990. Asimismo, dentro del conjunto de las 
ciencias sociales, la geografía no fue bien vista bajo los esquemas neo-
positivistas y estructuralistas del conocimiento, por lo que los geógrafos 
no participaron mayormente de los discursos que condujeron al desman-
telamiento de los modelos neopositivistas y sentaron las bases de los de-
nominados	giros	‘cultural’	y	‘espacial’,	exclusión	de	la	que	a	su	vez	son	
responsables los geógrafos, ya que en buena medida se han inclinado por 
una construcción teórica y metodológica aislada con respecto al conjunto 
de	las	ciencias	sociales.	Una	de	las	temáticas	que	más	se	ha	beneficiado	
de las recientes consideraciones epistemológicas de la ciencia en su con-
junto, es la relación sociedad-medio, ya que los paradigmas que susten-
tan la tesis de un solo conocimiento, ni social, ni físico, permite integrar 
ambas vertientes del conocimiento y reconocer las causas de origen an-
trópico en las alteraciones que sufre el medio, así como brindarle escala 
espacial y temporal a los aspectos físicos y biológicos de la biosfera.
Las carencias en la construcción teórica de la geografía, han sido 
subsanadas	no	nada	más	por	 los	aportes	de	geógrafos	a	fines	del	siglo	
xx y principios del xxI, quienes se han abierto al debate con otrasáreas 
del conocimiento, sino en buena medida por teóricos de otras ciencias 
Geografía histórica y medio ambiente
19
sociales, que a lo largo de los últimos cuarenta años han sopesado la re-
levancia de los aspectos histórico-territoriales y espaciales en sus respec-
tivos campos de conocimiento (Sunyer, 2010:144). A este respecto, es 
necesario acotar que uno de los diálogos interdisciplinarios que resultan 
indispensables a la geografía es el que debe mantener con la historia. Sin 
embargo, aunque varios geógrafos han utilizado principios históricos en 
el estudio de la actividad humana, la aproximación histórica no ha sido 
parte	fundamental	del	quehacer	geográfico,	tal	y	como	argumenta	Leo-
nard	Guelke	(1982:ix).	Para	este	autor	la	falta	de	interés	de	lo	histórico	
desde la geografía, radica en buena medida en la orientación generali-
zadora	y	anti-ideográfica	de	gran	parte	de	 la	geografía	contemporánea	
y ha resultado especialmente perjudicial al entendimiento de la relación 
sociedad-medio y al tratamiento de la región, aproximaciones que suelen 
carecer de construcciones teóricas profundas.
21
I. Geografía histórica y medio ambiente
La conceptualización de la geografía histórica comúnmente aceptada 
por los geógrafos, se desprende de una visión parcial de lo que el cono-
cimiento	histórico	puede	 significar	y	 el	 cual	 se	 suele	 considerar	 total-
mente ajeno a las discusiones teóricas y metodológicas de la geografía. 
David Harvey, en Explanation in Geography (1971:80-82), aduce que 
una de las seis formas explicativas de la geografía es la concerniente a 
los modos temporales de explicación. Ahondando en la forma temporal 
de explicación en geografía, Harvey cita a Darby, y para este último, los 
cimientos de la geografía son la geomorfología y la geografía histórica, 
fundamento	interdisciplinario	que	invita	a	la	reflexión.	Asimismo,	Har-
vey propugna por no encasillarse en un solo modelo explicativo, lo acon-
seja tanto cuando habla de que sus categorías explicativas no se excluyen 
unas a las otras, como cuando sustenta que uno de los mayores errores en 
el entendimiento de la explicación temporal en geografía ha sido tomarla 
como única aproximación posible.
Por otra parte, la geografía histórica perdió parte de sus posibilidades 
analíticas a partir de mediados del siglo xx, al alejarse de las temáticas am-
bientales, las cuales no siempre le resultaron ajenas, ya que además de las
tradiciones naturalistas germánicas, tuvo en los estudios de paisaje de 
Carl Sauer un gran impulso. Para este último autor, retomando el discur-
so de Alfred Hettner, la geografía en todas sus ramas debe ser una ciencia 
genética que debe avocarse al estudio de orígenes y procesos (Castro, 
2009:14). Desde esta perspectiva, la geografía tenía una clara injerencia 
sobre aspectos temporales en su quehacer, y no debía conformarse con 
el conocimiento de las características contemporáneas del espacio en sus 
Gustavo G. Garza Merodio
22
diversas escalas, sino que debía incluir las dinámicas y elementos del pa-
sado. Sin embargo, tal presencia del pasado en el espacio contemporáneo 
era comprendida como una mera suma o resta de elementos físicos, sin 
que las causas culturales, políticas o socioeconómicas que determina-
ban su presencia fueran categorías de análisis. El desgastado discurso de
la geografía humana en el análisis de la relación sociedad-medio y de la 
región, se debe en buena medida a la exclusión del conocimiento histo-
riográfico	en	sus	análisis	y	discursos.	Por	tanto,	los	geógrafos	carecen,	
por	lo	general,	de	sustentos	filosóficos	en	su	aproximación	a	la	relación	
sociedad-medio	y	en	la	definición	de	lo	regional.
Para explicar las limitantes del análisis temporal basado en la estruc-
tura y apariencia física del espacio, retomemos en primera instancia la 
propuesta de Robin Collingwood (1956:216) con respecto a la naturaleza 
de los procesos naturales y los procesos históricos, los primeros, nos dice 
este autor, es una mera progresión de eventos, mientras que los segundos 
son la sucesión de los diversos pensamientos. Esta diferenciación nos per-
mite entender que, desde la aproximación físico-estructural, únicamente 
ponderaremos	los	cambios	externos	que	se	manifiestan	en	la	morfología	
de los elementos presentes en el espacio, sin que reconozcamos las rela-
ciones sociales o económicas subyacentes que determinan la ausencia o 
presencia de elementos y su distribución. En este sentido, es importante 
tomar en cuenta que, aunque los seres humanos se encuentran sujetos 
a condicionantes físicas y biológicas, sus acciones y pensamientos no 
responden a la lógica de estas determinantes, por lo que todo análisis del 
espacio que se precie de histórico debe enfocarse en las características 
que guardan y han guardado las diversas sociedades y sus instituciones.
Pero esta inclusión de la cultura y la ideología en el análisis de lo 
hallado en el espacio no ha sido fácil de lograr en la geografía, lo cual ha 
perjudicado la relación de la disciplina en su conjunto con la geografía 
histórica.	Para	Alan	Baker	(2003:214),	el	antagonismo	entre	los	practi-
cantes de la geografía contemporánea y la geografía histórica se basa, 
además de las visiones actuales de muchos geógrafos, en la insistencia 
de Hartshorne en subrayar la separación de la geografía y la historia, y 
Geografía histórica y medio ambiente
23
como	aduce	Baker,	afectando	particularmente	la	relación	de	la	geografía	
histórica con el resto de cuerpo académico de la geografía. Así, además 
de verse marginada del cuerpo teórico aceptado por la mayor parte de 
los profesionales de la geografía, la geografía histórica, al igual que la 
cultural, se mantuvieron encasilladas epistemológicamente en el cambio 
y la reconstrucción de la apariencia física de lo distribuido en el espacio. 
Leonard	Guelke	(1982:21)	argumenta	que	la	inclusión	de	esquemas	más	
humanísticos en geografía histórica, no implicó la adopción de un reno-
vado concepto de historia que se basara en el análisis temporal del pen-
samiento humano. Por tanto, hasta principios de la década de 1980, se 
puede decir que la geografía histórica tenía una clara connotación positi-
vista,	aproximación	que	le	dificultaba	explicar	procesos	sociales,	siendo	
que los principios teórico-metodológicos que utilizaba se desprendían del 
quehacer	de	la	ciencia	natural.	Por	su	parte,	Derek	Gregory	(1982:250)	
aduce que la prioridad en el discurso de la geografía histórica, una vez 
superadas las posiciones positivistas y estructuralistas, es la vinculación 
dialéctica entre acción y estructura, lo que implica la conjunción de las 
formas estéticas y el estatus teórico de la narrativa utilizada.
Estas propuestas renovadas sobre los alcances analíticos de la geo-
grafía histórica, amplían las posibilidades de entendimiento de las cues-
tiones ambientales, en tanto que la mera evidencia física deja de ser la 
única categoría de análisis y toda transformación del entorno se examina 
a través de las acciones y discursos de la economía, la política, la so-
ciedad y, por supuesto, de la cultura. En la comprensión y articulación 
de estas dinámicas, la perspectiva histórica juega un papel fundamental, 
por tanto, es indispensable revisar la vinculación entre el conocimiento 
geográfico	y	el	histórico	a	través	de	lo	que	en	geografía	ha	significado	
el	análisis	historiográfico	y	las	herramientas	utilizadas	tradicionalmente	
desde la geografía histórica, así como los avances y limitantes que esta 
subdisciplina presenta ante la utilización de los principios teóricos y me-
todológicos	de	la	historia.	El	aislamiento	de	lo	geográfico	con	respecto	
a lo histórico ha comenzado a romperse gracias al denominado giro cul-
tural o lingüístico, el cual ha enriquecido los alcances analíticos de la 
Gustavo G. Garza Merodio
24
geografía	en	su	conjunto;	renovada	aproximación,	en	la	que	la	geografía	
histórica y cultural ocupan posiciones privilegiadas en las narrativas con-
temporáneas.Para Robin Butlin (1993:68) es necesario llevar a cabo una 
geografía histórica de las comunidades, espacios cuyos protagonistas de-
ben ser tomados en cuenta para entender las formas en que el paisaje ha 
sido construido y el territorio organizado, en tanto que muchos de estos 
protagonistas conservan prácticas y ritos que se pierden en el tiempo y 
que en diversas ocasiones únicamente se conservan como tradición oral.
Ante tal apertura multidisciplinaria, cabe citar a Fernand Braudel 
(1984:39), quien acotó el enriquecimiento de la historia, gracias a las 
adquisiciones obtenidas de otras disciplinas cercanas, lo que había he-
cho que prácticamente se hubiese construido de nuevo. Sin exagerar, se 
puede decir lo mismo de la geografía a la luz de los aportes culturales 
e	historiográficos	que	han	fortalecido	y	afirmado	su	episteme.	Así,	para	
Carlos Antonio Aguirre (1996:49), reconocido historiador mexicano de-
dicado al estudio de la escuela de los Annales, lo social-histórico, debe 
ser interpretado fuera de los marcos que intentan imponernos las actuales 
configuraciones	disciplinares	de	las	diferentes	ciencias	sociales.
Entre las cuestiones que son propias de las renovadas formas de 
abordar la geografía, y en particular la geografía histórica, destaca el 
papel que juegan las escalas, tanto espaciales, como temporales. Esto 
debido a que la sociedad, la economía, las identidades y las instituciones 
operan	influenciadas	no	solo	por	los	acontecimientos	locales,	regionales	
y nacionales, sino por determinantes dictadas desde los centros de poder 
financiero	y	cultural,	respaldadas	en	muchos	casos	por	inercias	culturales	
y políticas arraigadas en las diversas sociedades siendo, tanto en cues-
tiones de identidad, como de características institucionales, donde más 
fácilmente	se	identifica	la	presencia	de	diversas	escalas	temporales,	sin	
que esto quiera decir que el comportamiento económico escape a ellas, 
aunque	resulta	más	difícil	identificarlas	dada	la	aparente	contemporanei-
dad de lo económico. 
En lo tocante a escalas temporales se piensa relevante ahondar un 
poco más, ya que resultan fundamentales en la construcción y evolución 
Geografía histórica y medio ambiente
25
del paisaje. Este concepto, como ya ha sido mencionado, se considera 
esencial	 en	 la	 vinculación	del	 conocimiento	geográfico	 con	 el	 históri-
co;	en	tanto	que	el	paisaje	es	una	muestra	fehaciente	de	la	interrelación	
sociedad-medio a través del tiempo, así como de la trama temporal de 
lo meramente social y económico. Las escalas temporales han sido ma-
gistralmente explicadas por Fernand Braudel (1984:74), y aunque sus 
propuestas han sido delimitadas como estructuralistas y positivistas por 
las	 escuelas	 ‘posmodernas’,	 se	 es	de	 la	 idea	que	 la	 explicación	de	 las	
diversas duraciones trasciende encuadres epistemológicos, ya que en pri-
mera instancia, este autor las considera útiles tanto a diversas disciplinas, 
como a una concepción amplia de lo social, en la que tiene cabida la 
relación sociedad-medio y el entendido de que cada realidad segrega sus 
escalas de tiempo de acuerdo con sus determinantes ideológicas.
Entre las escalas temporales propuestas por Braudel, existen dos que 
resultan	 relevantes	 al	 quehacer	 geográfico,	 una	 es	 la	 denominada	 lar-
ga duración, ya que en ella surgen las identidades, consecuencia de una 
prolongada	relación	de	una	determinada	sociedad	con	un	cierto	bioma;	
identidades que generan símbolos que las poblaciones locales y regiona-
les recrean con respecto a valores culturales, económicos o políticos. La 
otra es esa temporalidad corta y violenta de profundas alteraciones que 
deconstruye y reconstruye al paisaje o dicta las pautas de reorganización 
del territorio, reconstrucciones y pautas que han de durar por un cierto 
tiempo hasta que un nuevo lapso violento sea desencadenado por agentes 
biológicos	o	tecnológicos.	Asimismo,	cabe	recalcar	que	el	científico	so-
cial debe construir marcos temporales que estén sujetos a los paradigmas 
de sus respectivas disciplinas. 
En las nuevas consideraciones epistemológicas del denominado giro 
cultural o lingüístico una de las premisas es la exposición de las capaci-
dades, las necesidades, la percepción y los símbolos del colectivo bajo 
escrutinio;	características	y	dinámicas	de	la	población	que	se	han	con-
figurado	en	temporalidades	de	distinta	duración	y	cuyo	análisis	vincula	
profundamente a la geografía histórica con la geografía cultural, las cua-
les comparten en sus quehaceres, tanto el estudio de las formas de apro-
Gustavo G. Garza Merodio
26
piación del entorno, como el entendimiento de la organización del terri-
torio en diversas temporalidades. Estas dos vertientes del conocimiento 
tienen en los estudios del paisaje dedicados a la evolución del mismo, 
métodos que permiten entreverar los aspectos biofísicos y humanos en la 
construcción de identidades, las formas de organización político-territo-
rial y los procesos económicos. 
Una de las cuestiones que no han permitido un aquilatamiento más 
profundo de la geografía histórica y su viabilidad respecto de temáticas 
ambientales, es la consolidación de la denominada historia ambiental a 
lo	largo	de	las	últimas	décadas.	Subdisciplina	que	en	mucho	se	benefició	
de una posición imprecisa desde la geografía, en general, con respecto 
a la consideración temporal de la problemática ambiental y a la falta de 
impulso desde la geografía histórica de estudios que abordaran al entor-
no. Así, la falta de construcción teórica en la geografía en su conjunto 
y de forma especialmente aguda en el ámbito de la geografía histórica, 
coadyuvó	al	afianzamiento	de	la	historia	ambiental,	mayormente	apoya-
da por antropólogos e historiadores de la esfera anglosajona.
A principios de la década de 1990, Stanley Trimble, en el prefacio 
de la obra de Dilsaver y Colten (1992:xx), argumentaba que durante las 
últimas tres décadas el panorama de la geografía histórica no había sido 
alentador y aunque las renovadas construcciones teóricas respecto a la 
relación sociedad-medio le han brindado nuevos bríos, la competencia 
desde la historia ambiental había eclipsado en buena medida el reco-
nocimiento y trascendencia de los argumentos esbozados desde la geo-
grafía histórica. En este sentido, cabe destacar que una revisión de las 
temáticas propuestas por la historia ambiental permite reconocer que no 
existe mayor diferencia con los argumentos utilizados con anterioridad o 
paralelamente por parte de la geografía histórica. Las temáticas de índole 
ambiental que han sido propias de la geografía histórica y que son utili-
zadas hoy en día por la historia ambiental son: la creación de los paisajes 
y las antiguas formas de entender y apropiarse del entorno, así como el 
cambio ambiental de origen antrópico a través del análisis de los siste-
mas políticos y los modelos económicos imperantes. 
Geografía histórica y medio ambiente
27
Una vez esclarecida la importancia de la geografía histórica, en el en-
tendimiento de las cuestiones ambientales y las limitantes teóricas y me-
todológicas que han impedido una apreciación de esta subdisciplina en 
la solución de problemas ambientales, se desglosa el contenido del resto 
de esta obra. En primera instancia se analiza la relación de la geografía 
histórica con los términos paisaje y territorio, conceptos que resultan pri-
mordiales para el análisis del espacio, así como la revitalización que ha 
vivido una vez que se han incorporado a su construcción teórico-meto-
dológica el denominado giro cultural o lingüístico. Asimismo, se aborda 
la	influencia	de	la	geografía	en	otras	ciencias	sociales	y	cómo	el	conjunto	
de éstas también se ha renovado ante una mayor inclusión de las deter-
minantes espaciales en el entendimiento de lo social. Para explicar estas 
influencias	 se	ahonda	en	 las	posibilidades	 teórico-metodológicas	de	 la	
escuela	historiográfica	de	los	Annales, en particular, en las propuestas de 
Fernand Braudeltocantes a la consideración de diversas duraciones en la 
construcción del paisaje y la organización del territorio.
En	una	segunda	parte	de	este	trabajo	se	ejemplifica	el	quehacer	con-
temporáneo de la geografía histórica en México con tres temáticas que se 
han conducido desde el 2000 en los departamentos de Geografía Social 
y Geografía Física del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional 
Autónoma de México: 1. La climatología histórica, a través del análisis 
de fuentes documentales y su comparación con series instrumentales an-
tiguas y contemporáneas, tratando las siguientes cuestiones: un esbozo 
del comportamiento del clima en México a lo largo de los últimos qui-
nientos años, las consecuencias de la invasión europea y su correlación 
con	la	denominada	‘Pequeña	Edad	de	Hielo’	y	el	vínculo	entre	extremos	
climáticos y el surgimiento de epidemias y plagas. 2. Ligado a esto úl-
timo, se considera la transformación del paisaje y el territorio en buena 
parte de Mesoamérica a lo largo del siglo xvI, tomando en cuenta el 
manejo y la percepción que de las áreas montañosas se tenía durante la 
era prehispánica, y la prioridad que los españoles dieron a la ocupación y 
explotación de los aluviones y al abandono, por no ser prioritarios a los 
modos y medios de producción europeos, de los ecotonos de transición 
Gustavo G. Garza Merodio
28
entre los climas cálidos y los templados. 3. Las rupturas y continuidades 
en el manejo del ambiente en México del siglo xvI al xxI, esto a través de 
una breve comparación del manejo del agua en Mesoamérica y en la Eu-
ropa mediterránea, una síntesis de las formas de ocupación y explotación 
del suelo durante la era prehispánica, la época colonial, el siglo xIx, el 
reparto	agrario	y	el	México	‘neoliberal’	y,	por	último,	un	breve	recuento	
de manejos sustentables del medio llevados a cabo durante los regímenes 
coloniales y republicanos anteriores a la revolución mexicana.
Paisaje, territorio y geografía histórica
Para	Alan	Baker	(2003:8)	cuatro	son	los	principales	discursos	de	la	geo-
grafía:	localización,	medio,	paisaje	y	regiones	o	áreas;	este	autor	agrega	
que entre ellos no hay límites impermeables. En contraposición, se es 
de la idea que los discursos de la geografía son medio, territorio, región, 
urbe	o	área	rural;	en	esta	última	propuesta	no	se	incluye	paisaje,	pues	se	
le considera una posibilidad metodológica (sobre esto se ahonda en los 
siguientes párrafos), más que un principio primordial de análisis en la 
geografía.	Por	su	parte,	Baker	agrega	que	los	geógrafos	suelen	interco-
nectar cada uno de estos segmentos, sin embargo, en la experiencia desde 
la	 geografía	 en	México,	 parece	 que	 en	 pocas	 ocasiones	 se	 logra	 esto;	
quienes trabajan paisaje y medio posiblemente sí concurran en ambas 
vertientes para lograr sus objetivos, pero quienes se abocan a las diná-
micas y fenómenos de localización o espacialidad y la cuestión urbano-
regional no suelen incluir cuestiones propias del medio o análisis a través 
de los estudios de paisaje. 
Además de las limitantes teóricas derivadas de las posiciones pre-
ponderantes en geografía hasta hace unas décadas, mismas que se cree 
dificultaban	 el	 diálogo	 entre	 los	 discursos	 nodales	 de	 la	 geografía,	 la	
propia	definición	de	paisaje	 también	validada	hasta	hace	poco,	 tampo-
co ayudaba a su utilización en ámbitos como la regionalización o los 
estudios urbanos y rurales. La visión tradicional en paisaje lo considera 
como una porción de espacio, tal y como argumentó Georges Bertrand 
Geografía histórica y medio ambiente
29
hacia 1968 (Bolós, 1992:26), pero tal idea sobre el paisaje se cree limita 
sus posibilidades de análisis y su interacción con el resto de los discursos 
primordiales de la geografía. La propuesta en este sentido es entender al 
paisaje como una posibilidad metodológica para analizar al espacio, pero 
no como una porción del mismo. Esta propuesta se puede sustentar al 
tomar	en	cuenta	el	origen	del	término	paisaje,	así	como	el	uso	‘científico’	
que	se	le	ha	dado	al	mismo	desde	diversas	escuelas	geográficas	o	de	otras	
disciplinas.
En cuanto al uso temprano del concepto paisaje se sabe que en len-
gua	castellana	originalmente	se	definió	como	pintura,	y	de	acuerdo	con	
Joan Corominas (1983:433), hasta 1708 apareció en nuestra lengua como 
paisaje, mientras que en otras lenguas romances su uso era común desde 
los siglos xvI y xvII. Esta connotación temprana de paisaje, como repre-
sentación, nos habla de la interpretación de una porción de espacio, mas 
no del espacio en sí. Asimismo, la expresión germánica landschaft nos 
remite a la evolución o moldeado del suelo y registra información que 
nos remite a su proceso de formación, mientras que la expresión inglesa 
landscape aparece en el siglo xvI como un vocablo técnico utilizado por 
los pintores (Fernández y Garza, 2006). De nuevo se asiste, en la com-
prensión de estos términos, no a la referencia de una porción de espacio, 
sino a una manera de interpretarla.
En el argumento de considerar al paisaje como principio metodológi-
co y no como una porción de espacio, se considera el propio tratamiento 
que de este concepto han hecho las diversas escuelas, mayoritariamente 
geográficas,	 que	 han	 propugnado	 por	 una	 consideración	 científica	 del	
paisaje. Para fundamentar esta propuesta, se propone una sucinta revi-
sión	de	los	estudios	científicos	sobre	el	paisaje,	los	cuales	se	remontan	
al siglo xIx, habiendo sido desarrollados, en primera instancia, por in-
dividuos que en lo fundamental estaban interesados en los ámbitos físi-
co y biológico del entorno, destacando los discursos de Alexander von 
Humboldt	y	Karl	Ritter,	 quienes	 forjaron	el	 concepto	de	 ‘medio’	para	
explicar	la	influencia	de	los	aspectos	físico-biológicos	en	la	cultura	de	
los	pueblos.	Las	propuestas	de	Charles	Darwin	no	hicieron	sino	reafir-
Gustavo G. Garza Merodio
30
mar la interrelación entre los seres humanos y su ambiente. A partir de 
entonces, el análisis sobre esta interrelación se orientó en dos sentidos: 
la que analizó el impacto de lo humano sobre el entorno y la que observó 
la	influencia	del	medio	en	las	sociedades,	ambas	hermanando	medio	y	
actuación humana a través del análisis de los componentes físicos, bioló-
gicos	y	antrópicos	del	medio,	es	decir,	conduciendo	estudios	de	paisaje;	
esta	vinculación	no	necesariamente	pasaba	por	la	definición	de	una	por-
ción de espacio concreta, sino que construía teoría y métodos, en general, 
sobre la relación sociedad-medio. 
De la vertiente que se enfocó al impacto sobre el entorno por causa 
del quehacer humano, se tiene como obra pionera el trabajo de George 
Perkins	Marsh	titulada	Man and Nature or Physical Geography as Modi-
fied by Human Action	(1864);	de	la	tradición	derivada	de	esta	propuesta,	
destaca la publicación de Gordon Childe (1971), bajo el título de Man 
Makes Himself, en el que son discernidas algunas alteraciones sufridas 
por el sustento biofísico del planeta en aras de la vida civilizada. Si-
guiendo ese mismo tipo de aproximación, en tiempos más recientes, y 
dedicado a las alteraciones ambientales en el continente americano como 
consecuencia de la colonización europea, cabe destacar a escala conti-
nental Ecological Imperialism de Alfred Crosby (1991). En cuanto a este 
proceso de transformación en las Américas, resulta de particular interés 
la obra de Tzvetan Todorov (1987) quien, a través del fenómeno de la 
‘otredad’,	 invita	 a	 reflexionar	 sobre	 la	 forma	 en	 que	 un	medio	 ajeno,	
incluyendo a las sociedades que lo habitan, pueden ser percibidos por 
sus conquistadores, brindándonos pautas sobre la carga ideológica que 
subyace en el proceso de construcción o deconstrucción de un paisaje.
De	la	 influencia	del	medio	ambiente	sobre	el	ser	humano	cabe	su-
brayar, como primer antecedente, la obra de Lewis Morgan (1993) La 
sociedad antigua, escrita hacia 1880, en la que fueron resaltados los co-
nocimientos que diversas culturasutilizaron para enfrentarse al entorno. 
Contemporáneo a este autor fue Friedrich Ratzel, quien acuñó por aquel 
entonces los términos geografía cultural, antropogeografía y geografía 
política, mismos que coadyuvaron al reconocimiento de los procesos 
Geografía histórica y medio ambiente
31
civilizatorios en concordancia con las características del medio corres-
pondiente,	 así	 como	 con	 los	 flujos	 marcados	 en	 el	 territorio	 (Claval,	
1996:12-13). Para comienzos del siglo xx	 los	geógrafos	‘occidentales’	
resaltaban, sin cortapisas, la relación entre las sociedades y su entorno, 
profundo vínculo que hoy en día permea el quehacer de la geografía 
histórica	y	el	de	la	geografía	cultural.	Por	aquellos	años	se	redefinen	y	
reutilizan los términos de paisaje y región, en tanto que ambos incluían 
variables físico-biológicas y socioculturales como parte del análisis del 
territorio (Capel, 1988:345-358). Paul Vidal de la Blache (1994) propuso 
en su Tableau de la Geographie de la France, que los grupos sociales 
reaccionaban	 ante	 el	 ambiente	 a	 través	de	diversos	 ‘géneros	de	vida’,	
lo que le permitió explicar que si bien el ser humano está condicionado 
por el medio, también éste se estaba transformando a instancias de la 
actividad antrópica. El intercambio recíproco entre el medio y las so-
ciedades quedó asentado por Lucien Febvre (1955) en La Tierra y la 
evolución humana, aproximación debida a las construcciones teóricas 
del posibilismo, mismas que proponen que las actividades humanas no 
están determinadas por el medio, sino que éste posibilita el desarrollo de 
cierto tipo de actividad e inhibe la conducción de otras. En este orden 
de ideas, es indispensable mencionar la obra del antropólogo y geógra-
fo germano-norteamericano Franz Boas (1964), cuya obra es clave en 
la comprensión de la relación sociedad-medio a través del paisaje, este 
autor resalta la importancia que para el ser humano tiene el entorno in-
mediato y la manera en que la cosmovisión de cada cultura se sitúa en el 
centro perceptual del universo. 
Aunque el concepto de paisaje es implícito a todas las aproximacio-
nes, antes mencionadas y tocantes a la relación sociedad-medio, se cree 
conveniente ahondar en las principales tendencias o escuelas que han es-
tablecido a este precepto como su eje rector. De las escuelas germánicas 
se destacan las siguientes obras: Grundlagen der Landschaftskunde de 
Sigfrid Passarge (1920), autor que enfatiza la primacía del análisis geo-
morfológico sobre el puramente climático (mismo que había prevalecido 
desde mediados del siglo xIx)	en	la	disección	de	las	‘grandes	zonas’	del	
Gustavo G. Garza Merodio
32
paisaje. Los trabajos de Alfred Hettner (1966) y Carl Troll (1972) enri-
quecieron las posibilidades de análisis de los estudios de paisaje al darles 
un carácter integral que incluye la participación del ser humano en su 
configuración;	entre	los	aportes	de	Troll	destaca,	asimismo,	la	definición	
del	concepto	‘Ecología	del	Paisaje’,	lo	que	redundó	en	la	inclusión	del	
concepto	de	‘sistema’	en	los	estudios	de	paisaje.
En cuanto a la escuela rusa, cabe señalar que, en primera instancia, 
recibió los aportes de la escuela alemana, sin embargo, adquirió carácter 
propio	al	mezclar	esta	tradición	con	los	estudios	en	‘edafología	cientí-
fica’,	habiendo	sido	hacia	los	años	sesenta	del	siglo	xx, cuando esta es-
cuela mostró un importante desarrollo. Destaca entre los autores de la era 
soviética,	Viktor	Sochava	(1988),	quien	definió	los	conceptos	de	modelo	
y sistema dentro de los estudios de paisaje y dio lugar, hacia 1963, a la 
definición	de	‘geosistema’,	el	cual	incluye	a	todos	los	elementos	del	pai-
saje como un modelo global, territorial y dinámico aplicable a cualquier 
paisaje	concreto.	Asimismo,	propuso	tres	tipos	de	‘geosistema’	de	acuer-
do con su tamaño: global o terrestre, regional de gran extensión (peque-
ña escala) y topológico a nivel reducido (a gran escala). Por último, es 
importante resaltar, en cuanto a los aportes de Sochava, su insistencia en 
la	utilización	del	lenguaje	cartográfico	como	base	para	cualquier	estudio	
de paisaje. 
Entre los autores anglosajones, destaca la propuesta de Ian Mc Harg 
(1969), la cual versa sobre la primacía de los procesos biológicos en todo 
principio	de	planificación:	este	sentido	‘biologista’,	en	el	análisis	de	las	
determinantes del tipo de uso del suelo, se contrapone a la visión eco-
nomista que había guiado en lo primordial la organización del territorio 
en las economías de mercado. Las escuelas sobre paisaje en Francia se 
configuraron	en	un	principio	bajo	las	directrices	germánica	y	soviética,	
sin embargo, con el tiempo generaron principios metodológicos de gran 
relevancia, el grupo dirigido por el ya citado Georges Bertrand (1969) in-
trodujo	a	los	estudios	de	paisaje	los	preceptos	de	‘biostasia’	y	‘rexistasia’,	
siendo los primeros, parajes estables cubiertos por densa vegetación, y 
los segundos, sitios con el material litológico expuesto, ya por causas es-
Geografía histórica y medio ambiente
33
tructurales y climáticas, ya por degradación de origen antrópico. El prin-
cipal elemento integrador de esta corriente en paisaje es la vegetación. 
Especial mención merece, desde la geomorfología, el trabajo de Jean 
Tricart (1962), por sus amplios aportes a las diversas escuelas en paisaje. 
Dentro del ámbito ibérico, es de primordial interés para la labor aquí 
conducida, resaltar la obra de María de Bolós (1992:191-203), quien ha 
dado gran relevancia a los estudios dedicados a la evolución del paisaje, 
ya que considera que una de las premisas básicas para el estudio de cual-
quier paisaje es el conocimiento, lo más profundo posible, de su historia. 
En su aproximación al conocimiento histórico del paisaje, Bolós propone 
tres principios metodológicos: el regresivo, desde la actualidad hasta un 
momento determinado en el pasado, el progresivo a partir de un corte en 
el tiempo y hacia el futuro, y el mixto, que combina a los dos primeros.
En	este	sentido,	la	definición	que	de	paisaje	nos	brindan	Denis	Cos-
grove	y	Stephen	Daniels	(1988:1)	es	de	gran	ayuda;	para	estos	autores	
paisaje es una imagen cultural, una forma pictórica de representación, es-
tructuración y simbolización del entorno. Asimismo, se es de la opinión 
que la propuesta de John Wylie (2007:121), en el sentido de considerar 
al paisaje como verbo y no como sustantivo (es decir, abandonando las 
definiciones	que	lo	consideran	como	un	objeto	inerte	y	solamente	obser-
vable y como un trasfondo neutral), fortalece la consideración metodoló-
gica que del paisaje se busca impulsar en este trabajo. Dicha considera-
ción, por otro lado, queda reforzada tomando en cuenta la propuesta de 
Thomas Mitchell (1994:14), quien propone que el paisaje es ante todo y 
en su sentido más amplio, un medio de aprehensión de lo físico y lo bio-
lógico	a	través	de	significados	y	valores	culturales.	En	esta	aprehensión	
de lo físico y lo biológico, la escala de análisis es primordial, siguiendo 
a autores como Augustine Berque (1992) o Barbara Bender (1995), para 
quienes el paisaje abarca todo lo que el observador pueda abstraer de la 
realidad a través de sus sentidos, primordialmente, la vista. Se puede ar-
gumentar que se trata de una escala humana o local, misma que perdura 
a la fecha en quien no trastoca el espacio por medio de la velocidad, ya 
sobre el lomo de un animal, ya en un avión.
Gustavo G. Garza Merodio
34
Por otra parte, con la idea de sustentar de manera más amplia el ca-
rácter local del paisaje, se puede aducir que la escala de las unidades 
políticas,	 hasta	 el	 fin	 del	Antiguo	Régimen,	 también	 era	 local.	 La	 or-
ganización de municipios, distritos o condados muy extensos es con-
secuencia	de	una	ocupación	altamente	 tecnificada	del	espacio.	Esto	se	
puede	ejemplificar,	en	el	caso	de	México,	pensando	que,	tanto	las	uni-
dades político-territoriales de la era prehispánica como las del periodo 
colonial, contaban con límitesasequibles a sus habitantes y elementos 
reconocibles y jerarquizados de acuerdo con su importancia cultural y 
económica. Tal era el caso del altepetl (unidad político-territorial funda-
mental del ámbito náhuatl durante el posclásico tardío) y de los pueblos 
de indios, herederos inmediatos de las formas de organización del terri-
torio y construcción del paisaje mesoamericano y cuyo carácter corpora-
tivo fue reconocido e impulsado por las autoridades españolas hasta las 
reformas	borbónicas	de	fines	del	siglo	xvIII. Asimismo, al aproximarse 
a un área determinada, desde la perspectiva de paisaje, se debe tener en 
cuenta que en las lenguas latinas (por ejemplo, castellano, francés, cata-
lán o italiano) esta palabra hace referencia al terruño, a la localidad a la 
que se pertenece.
En cuanto a la relación de la geografía con la historia, imprescin-
dible en la construcción teórica de la geografía histórica, se cree que la 
consideración del paisaje como principio metodológico es muy útil en el 
discernimiento de las posibilidades analíticas de la relación geografía-
historia, en particular en el entendimiento de las causas subyacentes que 
conducen a la transformación del espacio. Para Marina Frolova y el ya 
multicitado Georges Bertrand (2006:254-255), no cabe duda que el in-
terés contemporáneo por los estudios de paisaje está contribuyendo a la 
renovación	de	la	investigación	geográfica	en	la	interfaz	entre	la	sociedad	
y el medio ambiente, relación que estos mismos autores reconocen se 
alejó durante la segunda mitad del siglo xx de los discursos preponde-
rante en geografía, por causa del peso dado a las cuestiones regionales, 
concebidas éstas en franca lejanía del naturalismo.
Geografía histórica y medio ambiente
35
Por su parte, territorio es identidad, es política, es administración: 
para que un grupo humano pueda iniciar el moldeado del área elegida 
para	establecerse,	lo	primero	que	desea	es	identificar	y	dejar	establecidos	
los límites de la misma. El territorio es, por lo tanto, un producto histó-
rico que sufre alteraciones por causa de los avatares impuestos por las 
condiciones biológicas, la introducción de innovaciones tecnológicas y 
la involución o expansión urbana. En un principio, la organización del 
territorio tiene como referente primordial el antorno, pero conforme éste 
se antropiza, los elementos humanos se van convirtiendo en sus articula-
dores y delimitantes, aunque en ello por supuesto tiene un papel funda-
mental la carga cultural. Al territorio se le entiende como la construcción 
sociopolítica de una determinada porción de espacio, siendo, siguiendo 
de nuevo a Fernand Braudel (1968), un producto histórico inscrito en 
la larga duración. En esa larga duración hay diversas temporalidades y 
ritmos, tanto en la organización del territorio, como en la construcción 
del	 paisaje;	 devenir,	 en	 el	 que	 hay	 etapas	 cortas	 y	 violentas,	 como	 el	
siglo xvI para el México central y meridional, y etapas en los que los 
cambios prácticamente son inapreciables, salvo alteraciones muy locali-
zadas, como los siglos xvII, xvIII y buena parte del xIx para nuestro país.
Ya que al territorio se le entiende como una porción de espacio, se 
es	de	la	idea	que	la	mejor	forma	de	ejemplificarlo	es	aludiendo	a	áreas	
concretas para explicar su evolución y las aproximaciones académicas 
que se consideran primordiales para su estudio durante una temporalidad 
prolongada. Por tanto, la Mesoamérica localizada al poniente del istmo 
de Tehuantepec es la escala elegida para rastrear la evolución territorial 
de lo que denominamos México, aproximación a la que el análisis del 
concepto altepetl resulta fundamental. Así, se tiene que el estudio de las 
formas de organización territorial mesoamericana comenzó su historia 
científica	a	fines	del	siglo	xIx: Adolf Bandelier (1975) fue el primero en 
discernir los componentes político-administrativos del altepetl. Sin em-
bargo, pasaron muchas décadas hasta que la temática territorial de Meso-
américa y su transformación durante el siglo xvI comenzaron a ser anali-
zadas en forma. Uno de los precursores fue Charles Gibson (1986, 1991), 
Gustavo G. Garza Merodio
36
con sendos trabajos de carácter regional. Seguirían, desde la arqueolo-
gía,	aportes	como	el	de	Frederick	Hicks	(1984),	quien	definió	la	existen-
cia de áreas rurales intercaladas con las urbanas al interior del altepetl.
Un giro de aproximación etnohistórica, tiene entre sus mejores expo-
nentes	a	autores	como	Susan	Schroeder	(1991)	y	James	Lockhart	(1991,	
1999)	quienes	clarificaron,	ya	con	un	ejemplo	regional,	 la	primera,	ya	
con una exposición teórica general concerniente al término altepetl, el 
segundo, las características político-territoriales del mismo. Por su par-
te, aspectos simbólicos y los rituales fundacionales del altepetl han sido 
explicados vehemente por María Elena Bernal (1993) y Ángel García 
Zambrano (2001). En cuestiones relacionadas a la territorialidad y sus 
fundamentos	 filosóficos,	 se	 hace	 necesario	 en	 el	 contexto	 del	México	
central, recurrir a las obras de Miguel León Portilla (1980) y Alfredo 
López Austin (1996). En una perspectiva que abarque los procesos terri-
toriales del virreinato y el México independiente, es indispensable reco-
nocer en términos territoriales la labor de Áurea Commons (1993, 2002), 
quien además de hacer hincapié en reconocer la realidad territorial habi-
da hacia el momento de la conquista como fundamento de los procesos 
territoriales posteriores, ha logrado una acuciosa obra dedicada a la evo-
lución político-administrativa de México, tanto del país en su conjunto, 
como a escala regional y local. Asimismo, y en este orden de ideas, no 
se puede dejar de mencionar la excelente compilación de René Acuña 
(1986/1987), concerniente a las Relaciones Geográficas del siglo xvI.
Una vez resumidas las ideas sobre paisaje y territorio, y las escuelas 
y autores que se consideran primordiales en el estudio de estos concep-
tos, se subraya el que la geografía histórica en su origen académico, se 
entendió como el estudio de la evolución del paisaje y el territorio, ya 
que durante el siglo xIx el término geografía histórica se usó en Francia 
y Gran Bretaña para describir la historia de las alteraciones de los límites 
de las fronteras políticas (Darby, 2002:91). En la actualidad, el paisaje 
y el territorio siguen siendo ejes temáticos de la geografía histórica, sin 
embargo, su análisis va más allá de los meros referentes físicos que ma-
nifiesta	en	el	paisaje	o	el	mero	estudio	de	los	diversos	límites	políticos	
Geografía histórica y medio ambiente
37
en el espacio y el tiempo. Los análisis y conclusiones necesariamente 
son matizados a la luz de los medios y modos de producción, así como a 
través de la inclusión de cargas ideológicas y de lo que identidad puede 
significar	 a	 paisaje	 y	 territorio.	 En	 cuanto	 al	 análisis	 de	 sus	 tempora-
lidades, los procesos territoriales pueden tener una temporalidad en su 
configuración	 relativamente	 identificable,	 siendo	más	difícil	de	 identi-
ficar	las	temporalidades	habidas	en	la	construcción	del	paisaje,	no	solo	
por su componente bio-físico, sino porque los elementos culturales son 
más difíciles de discernir en sus tiempos de constitución e integración de 
elementos de orden civilizatorio o cultural ajenos, en particular si éstos 
son parte de principios civilizatorios que se encuentran soterrados por la 
supremacía cultural de un orden impuesto, tal y como acontece en buena 
parte de América Latina desde el siglo xvI.
En la vinculación de la evolución del paisaje y el territorio con la 
geografía histórica es indispensable reconocer que la geografía cultural 
está constantemente presente, ya que las prioridades de tipo simbólico y 
referencial, tanto en el paisaje como en el territorio, se estudian a través 
de esta subdisciplina, sin importar que tan atrás se vaya en el tiempo, es 
más, esas larguísimas convivencias humanas con un cierto biomao en 
sus franjas de transición, son materia primordial del estudio cultural del 
espacio. Asimismo, para abordar la problemática concerniente a las for-
mas en que se ha organizado el territorio y construido el paisaje en una 
duración	prolongada,	se	debe	deslindar	el	quehacer	plenamente	geográfi-
co de los enfoques histórico, antropológico o arqueológico que son tras-
cendentes para estas temáticas. Para ello se proponen los siguientes siete 
planteamientos,	los	cuales	resumen	las	definiciones	que	de	geografía	en	
general, geografía histórica y geografía cultural se tienen en este trabajo:
a) La geografía estudia la dimensión espacial, en sus manifestacio-
nes como ambiente, territorio, región, urbe o área rural, siendo el 
análisis de estos ámbitos su prioridad, por ende, el reconocimien-
to de las formas de organizar el territorio y construir el paisaje se 
aborda desde estos cinco componentes del espacio.
Gustavo G. Garza Merodio
38
b) La geografía es interdisciplinaria desde su origen, y para com-
prender las determinantes físicas, biológicas, socioeconómicas y 
culturales que organizan al territorio y moldean al paisaje, tiene 
en los estudios de paisaje su mejor herramienta analítica debido 
al carácter integral de los mismos.
c) La geografía histórica y la geografía cultural van de la mano en el 
reconocimiento de los símbolos que las poblaciones locales ge-
neran con respecto a valores culturales, económicos o políticos.
d)	 La	problemática	de	la	escala	en	geografía,	trata	sobre	la	defini-
ción precisa de la escala a la que se debe de trabajar de acuer-
do	con	la	problemática	escogida,	y	aborda	también	la	influencia	
multi-escalar sobre la dimensión elegida. En este sentido, se re-
conocen cuatro escalas que resultan primordiales: la local, la re-
gional, la nacional y la global. En lo tocante a esta última escala, 
y desde una perspectiva de larga duración, cabe tomar en cuenta 
el	significado	de	lo	global	antes	de	la	llegada	de	los	europeos	y	el	
carácter que obtuvo lo global en Mesoamérica a partir del siglo 
xvI. 
e) Para la geografía histórica y la geografía cultural, tan relevantes 
son	los	aportes	cartográficos	contemporáneos	como	los	genera-
dos en épocas anteriores, siéndoles útiles aquellos generados por 
otras tradiciones, en las que los cánones estéticos y técnicos fue-
ron muy distintos y revestidos por las determinantes de su cultura 
y tiempo.
f) En la geografía se considera al trabajo de campo como parte 
fundamental de su quehacer. En este sentido, cabe destacar que 
aunque el trabajo de archivo resulta fundamental al quehacer de 
la geografía histórica, éste por lo general, se ve necesariamente 
complementado	por	la	verificación	en	campo	de	la	presencia	o	
ausencia en el paisaje y en las formas de organización del terri-
torio de los elementos o dinámicas suscritas en los documentos 
identificados	y	analizados.
Geografía histórica y medio ambiente
39
Por último, en este ahondar sobre paisaje y territorio en México, se 
piensa relevante el acotar dos principios metodológicos que resultan pri-
mordiales ante la utilización de estos conceptos: el primero, es la con-
sideración	de	los	aportes	cartográficos	generados	en	épocas	anteriores,	
siendo muy útiles en el caso del México central y meridional los plasma-
dos bajo cánones estéticos y técnicos de origen mesoamericano, ya que 
ayudan a develar determinantes en el paisaje y en el territorio que sin 
estas fuentes resultarían casi imposibles de desentrañar. El segundo, es 
la consideración y práctica teórico-metodológica del trabajo de campo, 
como parte fundamental del quehacer de la geografía histórica y la geo-
grafía cultural. 
Evolución del paisaje y el territorio en México
Este reconstruir el paisaje y el territorio de México de manera sucinta se 
propone por medio del tratamiento de cuatro etapas que resultan primor-
diales en la comprensión de las características actuales y futuras tenden-
cias ambientales y urbano-regionales. En primera instancia el posclásico 
tardío, con ejemplos de expansión y dominio territorial en los casos de 
tepanecas y mexicas, siendo el eje rector el entendimiento del altepetl 
como estructura político-territorial básica. La segunda etapa es el siglo 
xvI, desde la conquista político-militar de México-Tenochtitlan hasta la 
apropiación directa de los suelos más productivos por parte de los eu-
ropeos	entre	1580	y	1620.	Desde	entonces	y	hasta	fines	del	siglo	xIx, 
medios y modos de producción no sufrirán mayores alteraciones, siendo 
patente	la	ampliación	e	intensificación	de	ciertas	actividades	agropecua-
rias, pero no transformaciones profundas que alteraran el paisaje o rom-
pieran el molde territorial del virreinato. La tercera etapa abarca desde 
la consolidación de los regímenes liberales (década de 1870) hasta el 
surgimiento de los gobiernos posrevolucionarios (década de 1920). La 
cuarta	etapa	manifiesta	un	sistema	político	 logrado	una	vez	consolida-
dos los regímenes posrevolucionarios (décadas de 1930 y 1940), el cual 
se ha adaptado a dos modelos económicos, el primero como un Estado 
Gustavo G. Garza Merodio
40
rector de la economía y el segundo con un Estado sujeto cada vez más a 
las leyes del mercado (década de 1980 a la fecha), sin que la transición 
política	de	2000,	haya	significado	un	cambio	del	sistema	político,	el	cual	
sigue caracterizado por la verticalidad y el corporativismo.
De la primera etapa cabe destacar, como ya se ha acotado, la primacía 
del altepetl como estructura político-territorial básica del México central 
y meridional a lo largo del posclásico tardío y el siglo xvI. En cuanto a 
su	configuración,	se	es	de	la	idea	que	algunos	de	sus	elementos	pueden	
rastrearse en la tradición mesoamericana más antigua, de cosmovisión 
agrícola	y	terrestre;	empero,	su	forma	tal	y	como	se	le	conoció	al	mo-
mento de la llegada de los españoles fue, a su vez, consecuencia de los 
aportes	culturales	derivados	de	 las	diversas	 irrupciones	 ‘chichimecas’,	
cuyas deidades guerreras y celestiales habían dejado de ser invocadas en 
las tierras llanas y secas, para ser sacralizadas en las tierras de los montes 
llenos de agua. La Mesoamérica localizada al occidente del istmo de Te-
huantepec, nunca había estado tan poblada, y ante tal panorama de com-
petencia territorial el altepetl fue el paradigma urbano-territorial logrado. 
Asimismo, se reconoce la relevancia de este ente político-territorial en 
el conjunto de casi toda Mesoamérica, en tanto que trascendía las fronte-
ras de la cultura náhuatl, ya que son varias las lenguas mesoamericanas, 
incluso de otras familias lingüísticas, en las que el espacio urbano fue 
definido	como	montaña-agua.	A	continuación	algunos	aportes	hallados	
en este contexto. El matlatzinca, René García Castro (1999:41), ha de-
finido	el	término	inpuhetzi, proveniente de las raíces inthahui (agua) y 
inihetzi	(cerro).	En	mixteco,	yucunduta	significa	montaña-agua	(Jansen,	
1982:93-95). En otomí, dehe nttoehe se traduce agua-cerro (Bartholo-
mew, 2000:189), así como en totonaco chuchu tsipi indica agua-cerro de 
acuerdo con Bernardo García Martínez (1987:75).
La extensión de un altepetl, hacia el siglo xvI, variaba considerable-
mente y estaba directamente relacionada la diversidad en recursos que 
se podrían obtener en el espacio que la compleja construcción étnico-
territorial del posclásico medio y tardío permitía para cada unidad po-
lítica en el México central. Es común observar cómo los componentes 
Geografía histórica y medio ambiente
41
de un altepetl	procuraban	ocupar	cuantos	nichos	les	fueran	posibles;	en	
algunos casos son riquísima exposición de pisos ambientales que inclu-
so, de acuerdo con la región, podían abarcar opuestos en precipitación y 
temperatura. El altepetl	buscaba,	por	lo	general,	configurarse	a	través	de	
abstracciones del entorno preconcebidas, mismas que eran más difíciles 
de emular para los asentamientos localizados sobre las extensas llanuras 
aluviales de las mesetas o al interiorde los cuerpos lacustres, ya que de 
un relieve escabroso se desprendía la mayor parte de los componentes 
del paisaje ideal para asentarse en la Mesoamérica del posclásico. Tal 
disposición obedecía a que, en primera instancia, el sitio para asentarse 
debería brindar la posibilidad de protección y almacenamiento de agua: 
los pequeños valles intermontanos del Eje Neovolcánico y las sierras 
Madre albergaron a cientos de poblados que pudieron recrear estos pe-
queños universos autocontenidos y que los españoles reconocieron como 
rinconadas, tal y como han propuesto Federico Fernández y Ángel Gar-
cía Zambrano (2006:20). 
Entre las características primordiales del altepetl se tiene que con-
taba con un territorio preciso (aunque los parajes neutrales entre sobe-
ranías era un lugar común en Mesoamérica), en el que existía un centro 
ceremonial y montes o manantiales sacralizados y la organización de un 
tianguis calendarizado. Asimismo, en lo político y administrativo estaba 
dividido en varias unidades, que en náhuatl son denominadas calpulli o 
tlaxilacalli, mismas que bajo un sistema de rotación territorial se turna-
ban atributos y prerrogativas en la administración del altepetl. En estas 
unidades políticas la dicotomía de lo urbano y lo rural no existía. Por 
último, es importante subrayar que a lo largo de las últimas décadas, el 
término altepetl ha ido ganando presencia en la discusión académica y se 
le va reconociendo y difundiendo, como lo que fue, la unidad fundamen-
tal en la construcción del paisaje y organización del territorio durante el 
posclásico tardío mesoamericano y la etapa colonial temprana.
La	 segunda	 etapa	 abarca,	 lo	 que	 a	 escala	mundial	 se	 ha	 definido	
como el largo siglo xvI, precepto expuesto desde mediados del siglo 
xx por autores de la escuela francesa de los Annales, destacando entre 
Gustavo G. Garza Merodio
42
ellos Braudel y Febvre (Aguirre, 2001:24), quienes señalaron que en esta 
centuria	 es	 cuando	 comienza	 a	 configurarse	 la	modernidad	 capitalista
y tiene lugar la eclosión de la historia universal. Para el México central y 
meridional, los años entre 1521 (conquista militar de México-Tenochti-
tlán) y las décadas de 1610 y 1620 (apropiación directa de la mayor parte 
del suelo agropecuario por parte de particulares europeos y la Iglesia) 
significaron	la	profunda	alteración	de	su	paisaje	y	una	nueva	forma	de	
organizar el territorio. Entre los cambios de orden civilizatorio destaca, 
en términos de entendimiento del espacio, el abandono de un universo 
exclusivamente pedestre en el cual se tenía una relación opuesta con el 
relieve a la habida en el mundo organizado a partir del uso de equinos 
y vacunos, y carruajes: para los mesoamericanos, elementos del relie-
ve	como	estrechos	valles,	profundas	cañadas	o	desfiladeros	implicaban	
excelentes articuladores del territorio, mientras que para los europeos 
resultaban límites o parajes poco aptos para sus condiciones tecnológicas 
y principios urbano-territoriales.
La oposición entre lo urbano y lo rural surge como consecuencia de 
la organización del territorio impuesta por los españoles, caracterizada 
en la mayor parte de los casos por el traslado de los asentamientos prin-
cipales a sitio más llano y en la congregación de los antiguos elementos 
del altepetl, considerados a partir de entonces como meros sujetos. Estas 
unidades	políticas	recibieron	el	título	de	‘pueblos	de	indios’	y	fueron	tra-
zados, donde lo permitió el relieve, a la usanza renacentista en cuadrícula 
y comúnmente con el templo cristiano al centro. Pero este opuesto enten-
dimiento del mundo no solo alteró la vida en la escala local, sino dio lugar 
a un ordenamiento del territorio en dimensiones regional e interregional, 
en tanto que el sistema urbano y las prioridades en el agro se alejaron de 
las serranías y se centraron en la ocupación de aluviones y humedales. 
En la obra de Ángel García Zambrano (1992, 2000) se encuentran refe-
rentes culturales mesoamericanos en lo tocante al poblamiento y la se-
lección	de	sitios	para	fines	urbanos,	así	como	para	lo	acontecido	durante	
la etapa colonial temprana, cuyo proceso más dramático desde el punto 
de vista urbano, fue el traslado a sitio más llano de la mayor parte de los 
Geografía histórica y medio ambiente
43
asentamientos del México central y meridional, desplazamientos que se 
verificaron	a	distancias	más	prolongadas,	conforme	el	espacio	resultase	
más	ajeno	−ya	por	ser	muy	montañoso,	ya	por	ser	muy	cálido	o	muy	hú-
medo−	al	modelo	rural	o	urbano	del	pensamiento	castellano.
La ocupación del suelo, dominio territorial y sujeción ideológica de 
las naciones mesoamericanas fueron paulatinos, por lo que el largo siglo 
xvI en México reconoce dos periodos claramente distinguibles: durante 
el	primero,	la	vitalidad	indígena	pervive	e	influye	decisiones	políticas	y	
de índole urbano-territorial, esto a pesar de las limitaciones que le sig-
nificaron	el	súbito	dominio	militar	y	político	y	la	progresiva	imposición	
de esquemas culturales ajenos. Aunque los españoles lograron el traslado 
de la mayor parte de los asentamientos a parajes menos escabrosos, la 
disposición	y	orientación	de	iglesias	y	edificios	públicos	se	llevó	a	cabo	
en	muchas	 ocasiones	 siguiendo	 los	 influjos	 de	 las	 prioridades	 cosmo-
gónicas indígenas en el espacio, incluso de ciudades principales como 
Oaxaca y Puebla, ambas con una particular orientación noroeste-sureste. 
En el caso de la Ciudad de México, por su situación lacustre, y elegida 
por Hernán Cortés como capital de la Nueva España en razón de su fácil 
defensa, cuenta con una alineación levemente inclinada hacia el noreste-
suroeste,	sin	que	sus	principales	edificaciones	guarden	una	orientación	
que	fuese	significativa	a	los	principios	cosmogónicos	prehispánicos,	esto	
posiblemente debido a la mutación urbana entre la ciudad herreriana del 
siglo xvI y la ciudad barroca del xvII y principios del xvIII. Por su parte, 
el	medio	rural	no	había	sido	trastocado	en	lo	fundamental;	la	mayor	parte	
de la tierra seguía perteneciendo a las comunidades indígenas que, en un 
primer estadio de intervención económica española, tributaban primor-
dialmente los mismos productos que les habían exigido las hegemonías 
políticas indígenas. En estas comunidades, la merma de población no 
era grave todavía y no habían ocurrido profundas transformaciones a su 
entorno inmediato.
En contraposición, el segundo periodo de intervención económica y 
política europea en Mesoamérica se caracterizó por una alteración radi-
cal del paisaje, proceso en el que el crecimiento exponencial de los ga-
Gustavo G. Garza Merodio
44
nados de origen euroasiático, la introducción (consciente o subrepticia) 
y expansión de biota ajena, las técnicas agrícolas y las necesidades de la 
ingeniería y la arquitectura europeas transformaron profundamente las 
facies vegetales en un ámbito que abarca la totalidad del altiplano meri-
dional, buena parte del central y las tierras altas de Oaxaca. El grado de 
despoblamiento alcanzado hacia las últimas décadas del siglo xvI facili-
tó tanto el mercedamiento de grandes cantidades de suelo que recalaron 
principalmente en manos europeas, base de las futuras haciendas, como 
el	reacomodo	definitivo	de	la	casi	totalidad	de	la	población	indígena	su-
perviviente en pueblos dispuestos en traza y policia, procedimiento co-
nocido como congregaciones. El despoblamiento fue consecuencia de 
terribles epidemias, siendo las más acusadas, de acuerdo con Florescano 
(1986:156), las ocurridas hacia 1532, 1538, entre 1543 y 1548, 1563 y 
1564 y la “gran pestilencia” de 1578 a 1581. En general, se acepta que 
las más funestas fueron las habidas en la década de 1540, cuando el ham-
bre, el tifo y las viruelas redujeron la población considerablemente (Liss, 
1986:117-118),	 y	 la	 acaecida	 en	 la	 década	 de	 1570,	 definida	 como	 la	
más grave, ya que “resultó tan mortífera que de tres partes de los indíge-
nas;	murieron	las	dos	...

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