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GEOGRAFÍA HISTÓRICA Y MEDIO AMBIENTE I.1.9 Gustavo G. Garza Merodio UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Dr. José Narro Robles Rector Dr. Eduardo Bárzana García Secretario General Lic. Enrique del Val Blanco Secretario Administrativo Dr. Francisco José Trigo Tavera Secretario de Desarrollo Institucional M.C. Miguel Robles Bárcena Secretario de Servicios a la Comunidad Lic. Luis Raúl González Pérez Abogado General Dr. Carlos Arámburo de la Hoz Coordinador de la Investigación Científica INSTITUTO DE GEOGRAFÍA Dr. José Omar Moncada Maya Director Dr. Álvaro López López Secretario Académico Dra. Luz Fernanda Azuela Bernal Editora Académica Lic. Antonio Mancera Ponce Secretario Administrativo Colección Temas Selectos de Geografía de México Coordinadoras Académicas y Editoriales: Dra. María Teresa Sánchez Salazar Dra. María Teresa Gutiérrez de MacGregor Diseño de portada: Juan Carlos del Olmo Editora Técnica: Martha Pavón GEOGRAFÍA HISTÓRICA Y MEDIO AMBIENTE Clave: I.1.9 Primera edición: 17 de octubre de 2012 D.R.© Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Geografía Coordinación de la Investigación Científica Derechos exclusivos de edición reservados para todos los países de habla española. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita de los editores. Instituto de Geografía, unam Ciudad Universitaria Del. Coyoacán 04510 México, D.F. www.unam.mx www.igeograf.unam.mx ISBn (Obra General): 968-36-8090-9 ISBn: 978-607-02-4186-4 Este libro presenta los resultados de una investigación científica y contó con dic- támenes de espertos externos, de acuerdo con las normas editoriales del Instituto de Geografía. Para su publicación, recibió el apoyo financiero de la Dirección del Instituto de Geografía de la unam. Por este apoyo las coordinadoras de la Colección expresamos nuestro agradecimiento. ÍNDICE Presentación ........................................................................................... 9 Introducción ......................................................................................... 17 I. Geografía histórica y medio ambiente .............................................. 21 Paisaje, territorio y geografía histórica .................................... 28 Evolución del paisaje y el territorio en México ....................... 39 La escuela de los Annales y el análisis de las duraciones ......... 52 Giro cultural y espacialización de la ciencia social: geografía histórica, geografía cultural y medio ambiente..........................................................................55 II. Tres aproximaciones a la relación sociedad-medio desde la geografía histórica en México ................................................ 61 Climatología histórica a través de fuentes documentales ........ 62 El clima en México a lo largo de los últimos cuatrocientos años ........................................................ 66 La invasión europea y la Pequeña Edad de Hielo .................... 70 Extremos climáticos y plagas y epidemias ............................ 72 III. El paisaje y el territorio mesoamericano y su transformación durante el largo siglo xvI .................................................................... 77 La montaña: su percepción y su manejo en el México prehispánico ................................................... 78 El abandono de los ecotonos ................................................. 81 El aluvión, principal botín agrario de los castellanos .............. 85 IV. Rupturas y continuidades en el manejo del ambiente en México: siglos xvI al xxI .............................................................. 89 La política del agua en Mesoamérica, la política del agua en la Europa mediterránea .............................. 90 El manejo del suelo prehispánico, el manejo del suelo colonial y posterior ....................... 93 Experiencias coloniales y decimonónicas sustentables ......... 94 Conclusiones ........................................................................................ 97 Fuentes documentales ........................................................................ 101 Bibliografía ........................................................................................ 103 9 PRESENTACIÓN La Geografía es una ciencia de disyuntivas. Todo geógrafo se ha en- contrado alguna vez ante el dilema de cómo hacer su trabajo: ¿física o humana?, ¿ambiental o cultural?, ¿cuantitativa o cualitativa?, ¿a escala local o a escala global?, ¿ideográfica o nomotética?, ¿teórica o práctica?, ¿urbana o rural?, ¿con trabajo de campo o de gabinete?, ¿con mapas o sin ellos?, ¿histórica o contemporánea?… la geografía se desmiembra cada vez que uno toma una opción de estos pares y desecha la otra. Por eso llama la atención el tono de este libro que, sin proponérselo, permite imaginar al lector los malabares que el geógrafo tiene que hacer para conciliar estas opciones sin desechar unas en favor de otras. Para ser un geógrafo así, es necesario saber cabalgar por encima de las fronteras disciplinarias y saber mantenerse autónomo ante las meto- dologías escritas en los manuales de investigación. Hay que ser atrevido y muy dedicado. El título Geografía histórica y medio ambiente ya es bastante osado puesto que promete conjuntar datos actuales con datos pretéritos y datos culturales con datos ambientales. Para entender cómo alguien logró reunir campos de la geografía habitualmente separados hay que conocer a Gustavo G. Garza Merodio. En esta presentación quiero discutir muy brevemente la pertinencia de la historia en la geografía y terminar con una reflexión ligada a las habilidades del autor para apro- vechar la fuerza conjunta de lo que a otros geógrafos les parece incon- ciliable. El tiempo es una dimensión de la realidad que de ninguna manera puede quedar fuera del análisis geográfico (Baker, 2006 [2003]; Burke, 2008 [2004]; Pickles, 1985). Si lo que interesa al geógrafo es la manera Gustavo G. Garza Merodio 10 en la que está conformado el espacio, resulta que éste debe explicarse dentro de una dimensión histórica dado que no es estático ni fijo, sino cambiante. En palabras de Nigel Thrift “es muy simple: sin tiempo no podemos estudiar el cambio”. Todo proceso geográfico es un proceso histórico (Thrift, 1977). Esto lo saben particularmente bien los geomor- fólogos pues la lectura del paisaje en que ellos se especializan es la de las formas del relieve transformadas por la naturaleza y también por los grupos humanos que en ellas han dejado su impronta. Los objetos de la Geografía son objetos muy grandes. Lo son por su tamaño y también por su edad. Respecto del tamaño no cabe duda que la Tierra como planeta es enorme y las partes que lo componen parecen también innumerables. Respecto de su edad, basta con repetir lo que dice el autor de este libro en el sentido de que los procesos geográficos son siempre procesos de larga duración y que una sola generación de hu- manos es incapaz de evaluar si lo que sus ojos ven tendrá repercusión en el espacio y ayudará a troquelar de manera diferente a las generacio- nes venideras. Mientras el espacio se queda y permanece, los humanos mueren y se van. Aun los cambios más vertiginosos como el del empo- brecimiento de la población en el mundo, la degradación ambiental o la sofisticación tecnológica, implican procesos que aun no se sabe si están transformando irreversiblemente el espacio aunque modifiquen sin duda la política y la economía de los grupos sociales. La duración de los pro- cesos políticos y económicos es mucho más corta que la duración de los procesos geográficos. Los geógrafos solemos ir a los lugares para poder hablar de ellos cuan- do la escala del lugar nos lo permite. Cuando la escala es global, hay quepensar en larguísimos periodos que sobrepasan la vida del geógrafo. David Lowenthal dice que “el pasado es un país extranjero” (Lowenthal, 1985; Duncan, 1977 [1993]), y −deberíamos agregar− al que no se puede viajar. Para solventar esta fatalidad, los geógrafos contemporáneos deben hacer geografía histórica. Pero acomodar en orden los sucesos que han ocurri- do a la corteza terrestre y a los pueblos que la han transformado, requiere de mucha imaginación y de un cruzamiento de datos muy abundantes. Otros profesionales del tiempo, los historiadores, a menudo rehúyen Geografía histórica y medio ambiente 11 al reto de abarcar en su análisis espacios y tiempos muy prolongados pues juzgan que no es posible “probar” las conclusiones que se tienen ni armar el rompecabezas de la historia humana con tanta superficialidad. Así es como han lapidado las aportaciones de autores como Jared Dia- mond, quien se atrevió a publicar una historia del hombre en sus últimos trece mil años basado en criterios geográficos (Diamond, 1997). Quizá tengan razón los historiadores en la dificultad de manejar tantas varia- bles pero si no existiera la osadía nos quedaríamos en la microhistoria. Sin duda, el análisis de larguísima duración y larguísima espacialidad es indispensable para comprender el mundo, lección que Gustavo Garza profesa con frescura desfachatada. El autor de este libro se suma a otros más que han probado que hacer geografía histórica no es ningún delito epistemológico y, que al contrario, con ella se puede generar nuevo cono- cimiento histórico que los historiadores podrán usar en sus investigacio- nes de corta duración y de escala local. No en vano, los historiadores que más cita Garza en este trabajo pertenecieron a la escuela de los Annales, reputada por haber tenido siempre un pie en la tierra. El libro tiene la riqueza y la fortuna de reunir en un mismo volumen los casos de estudio que desarrolló su autor y las conclusiones teóricas a las que fue conducido por dichos estudios de caso. Esto no es frecuente, pues los geógrafos preferimos hacer artículos teóricos por un lado y pre- sentar nuestras investigaciones de caso en publicaciones aparte. Gustavo Garza comenzó a sistematizar su reflexión sobre la geografía histórica desde su trabajo doctoral en donde logró relacionar aspectos históricos y ambientales al hablar de la transformación de la Cuenca de México en un largo periodo (Garza, 2000). Más adelante profundizó sobre la mane- ra en que el territorio de México se fue estructurando desde un enfoque local, lo cual implicó para él adentrarse en la historia de los pueblos fundados en el siglo xvI a lo ancho de todo el país, y en sus antecedentes indígenas, ejercicio que nadie había hecho con anterioridad y que, no sin dificultad, condensó en un mapa de todo el país que hoy forma parte del Nuevo Atlas Nacional de México (Garza, 2007). Nuevamente, para los historiadores este mapa puede ser criticable pero tiene el mérito de poner el tema sobre la mesa, es decir, de enfrentar de alguna manera la necesi- Gustavo G. Garza Merodio 12 dad de ubicar cartográficamente procesos generales con los riesgos que ello implica para los casos particulares. Durante años, Gustavo Garza ha trabajado otros temas que se despliegan ambiciosamente tanto en la dimensión espacial como en la temporal. Por ahora solo quiero hacer mención de uno de ellos: el de la climatología histórica. El estudio histórico de la climatología es una muestra de cómo la Geografía tiene más poder cuando mantiene unidos los elementos que componen el espacio y cuando la investigación se realiza de manera me- tadisciplinar, esto es, sin hacer caso de las recetas metodológicas que cada una de las ciencias ha confeccionado para su propio campo. Aquí la división entre geografía humana y geografía física no alcanza a percibir- se, lo cual nos transporta a los tiempos en los que la geografía “a secas” tenía suficiente solidez para convencer de que era un razonamiento capaz de resolver problemas. El que se planteó Gustavo Garza precisamente en estos tiempos de cambio climático, es el de recoger evidencias inéditas respecto del ritmo al que el clima está cambiando. Le ha interesado documentar para México desde cuándo se tienen registros que puedan probar alteraciones climáticas relevantes. Mientras hay equipos de investigación abastecidos con financiamiento casi ilimi- tado en los países industrializados para obtener respuestas sobre el cam- bio climático, con perfil modesto y sin mucho apoyo, Garza jala una he- bra delgada y sutil que aprendió a reconocer en sus estancias en España. Esta hebra consiste en una serie de documentos llamados genéricamente “rogativas” y que no son otra cosa que solicitudes que las personas hacen al santo o virgen de su devoción para que llueva. Imaginar al campesino desesperado que escribe una nota y que la lleva a la parroquia de su pueblo para incrustarla en el altar donde está la efigie de su deidad, parece un asunto más propio de la antropología o quizá de la historia de la iglesia si se toma en cuenta que el párroco le pedía sus últimas monedas para celebrar misa con ese objetivo. En España ha podido ser estudiada esta práctica con registros fechados des- de el siglo xvI y la lucidez del autor de este libro lo llevó a pensar que en el México colonial tendría que haber algo similar toda vez que esta tradición cristiana encontró eco en los pueblos mesoamericanos que con Geografía histórica y medio ambiente 13 igual regularidad subían al cerro para realizar solicitudes de lluvia (Bro- da y Báez, 2001). Rogar para que llueva es algo probablemente inhe- rente a todas las sociedades que dependen de la agricultura de temporal, pero encontrar registros escritos de estas peticiones es una tarea ardua. Garza se impuso el objetivo de recolectar estas rogativas en diez ciu- dades mexicanas, casi todas poseedoras de archivos de sus respectivos obispados, y realizó estancias de investigación en ellas durante periodos intermitentes en los últimos ocho años. En las rogativas, Gustavo Garza encuentra información de climatología histórica que puede sumarse a otras técnicas de determinación de ciclos de sequía o de abundancia de lluvias como lo es la dendrocronología (Villanueva et al., 2010). Las rogativas son más frecuentes en los años, los lustros y las décadas en donde la sequía amenaza la subsistencia de una comunidad. Una vez que se determinan los periodos de varios años de sequía, se comparan con los datos de otras regiones para comprender si el fenómeno climatoló- gico tuvo un alcance importante en el territorio y si la sequía afectó, por ejemplo, todo el centro de la Nueva España o si fue un fenómeno local o acaso una falta de consistencia en la manera en que el archivo guardó o perdió esta información. Más aún, el autor compara también sus hallaz- gos con otro tipo de fuentes históricas que narran cambios sociales pero en la cual no se menciona si mientras se enfrentaban dos ejércitos, estaba lloviendo o no. Este cruce de testimonios puede permitir hacer matices sobre la historia oficialmente aceptada y en el libro el autor provee algu- nos ejemplos. Como se ve, este estudio reseñado en el libro, también es muestra de la fuerza que tienen la geografía física y la humana conjuntas. Es, en mi opinión, el caso que le da mayor sentido al título de la obra. Para terminar, como anuncié, quiero comentar algunas de las cuali- dades de Gustavo Garza en su quehacer geográfico. Gustavo ha sido ca- paz no solo de soportar largos periodos de trabajo de archivo enfundado en sus guantes y su tapabocas, lo que demuestra que entre sus cualidades de investigación está la paciencia del fraile. También es un geógrafo de campo, un explorador que no fatiga en sus caminatas y que logra en ellas mantener conectado el cerebro y las piernas. ¿Fraile, explorador? Con ra- zón se siente tan bien trabajando temas coloniales en donde caminar largas Gustavo G.Garza Merodio 14 jornadas y morar en conventos húmedos son requisitos indispensables. El trabajo de campo en el autor de este libro es, sin duda, uno de sus talentos metodológicos y por tanto no puedo dejar de referirme a las cualidades que Gustavo Garza posee para leer el paisaje. Lo lee como cartógrafo sobre su mesa sin importar si el mapa es moderno o antiguo. Después lo lee como geomorfólogo observando desde un mirador en la carretera y explorando sus componentes geológicos. Lo lee como etnó- logo caminando al interior de las comunidades. Lo lee como topógrafo recorriendo grandes distancias. Lo lee en los objetos de la naturaleza y en los de la cultura. Lo lee en el presente e intuye su pasado. Su capacidad de orientación en el terreno es asombrosa: siempre sabe qué hay detrás del cerro que miran sus ojos y para qué rumbo caminar en busca de un objetivo. En cierta ocasión escuché a nuestro colega Leopoldo Galicia decir que Gustavo había nacido con GPS integrado. Con todo, también recuerdo una nublada tarde en el municipio de Metztitlán, Hidalgo, en que la luz se fue extinguiendo y nos quedamos a ciegas a media ladera de un áspero cerro con enormes dificultades para descender y con riesgo de desbarrancarnos. Nos acompañaba un alumno de Historia y los tres terminamos por arrastrarnos cuesta abajo palpando el suelo con pies y manos, cruzamos después lo que adiviné como el cauce de un río seco y recomenzamos el ascenso igual a gatas hasta descubrir de nuevo en el horizonte las luces de Tepatetipa. El instrumento de orientación que Gustavo tenía integrado, nos dimos cuenta, no necesitaba siquiera la luz del sol ni de las estrellas para operar. Cuando Gustavo regresa del campo sin usar libreta ni cámara fotográfica, es capaz de releer en su mente el paisaje y describirlo tanto en un mapa como en un texto escrito. Todo esto es prueba de que para Gustavo G. Garza Merodio las disyuntivas que planteamos en el inicio de esta presentación no son obstácu los en su quehacer ni en su metodología. Esta actitud lo acerca a la geografía de la mejor tradición, aquella que no se pelea con los adjetivos. Federico Fernández Christlieb Escuela de Extensión, Canadá Universidad Nacional Autónoma de México Geografía histórica y medio ambiente 15 Referencias Baker, A. R. H. (2006 [2003]), Geography and History, Cambridge Uni- versity Press, Cambridge. Broda, J. and F. Báez Jorge (2001), Cosmovisión, ritual e identidad de los pueblos indígenas de México, Fondo de Cultura Económica, Mé- xico. Burke, O. (2008 [2004]), What is cultural history?, Polity, Cambridge. Diamond, J. (1997), Guns. Germs and steel. A short history of everybody for the last 13 000 years, Vintage, Surrey, Great Britain. Duncan, J. and D. Ley (eds.; 1997 [1993]), Sites of representation. Pla- ce, time and the discourse of the other, Routledge, London and New York. Garza Merodio, G. G. (2000), Evolución en el paisaje de la Cuenca de México durante la dominación española, tesis de Doctorado, Uni- versidad de Barcelona. Garza Merodio, G. G. (2007), “Mapa político territorial de Mesoamérica hacia 1520”, en Coll, A. (coord.), Nuevo Atlas Nacional de México, clave H II 2, escala 1:4 000 000, Instituto de Geografía, UNAM, México. Lowenthal, D. (1985), The past is a foreign country, Cambridge Univer- sity Press, Cambridge. Pickles, J. (1985), Phenomenology. Sciences and Geography, Cambrid- ge University Press, Cambridge. Thrift, N. (1977), “Time and y theory in human geography” (2 parts), Progress in Human Geography, no. 1, pp. 65-101 and 413-457. Villanueva Díaz, J., J. Cerano Paredes, D. W. Stahle, V. Constante Gar- cía, L. Vázquez Selem, J. Estrada Ávalos y J. D. D. Benavides So- lorio (2010), “Árboles longevos de México”, Revista Mexicana de Ciencias Forestales, núm. 1, pp. 7-29. 17 INTRODUCCIÓN Dentro de las temáticas ambientales, el papel de la geografía por lo general no ha sido ponderado suficientemente, en tanto que la ecología, la biología y algunas ramas de la ingeniería son los ámbitos del conoci- miento más utilizados, e incluso los discursos académicos o políticos en poco sopesan el papel que la geografía puede tener en el entendimiento de la cuestión ambiental. Si el papel de la geografía es poco apreciado en términos ambientales, mucha mayor marginación sufre el conocimiento y práctica de la geografía histórica en este ámbito, es más, ni siquiera es comúnmente considerada, ni relacionada con las prácticas tendien- tes a resarcir daños ambientales. Tal desdén resulta perjudicial para un entendimiento más amplio e integral de la relación sociedad-medio. Po- sibilidades analíticas en las que por su naturaleza la geografía histórica tendría mucho que aportar, ya que desde sus orígenes como parte del cuerpo científico de la geografía, fue parte primordial de su quehacer, la inclusión de temáticas ambientales. Sin embargo, con el correr del tiempo, la práctica de la geografía histórica se centró en la reconstrucción temporal de la región o en la cronología de intercambios económicos y tecnológicos, alejándose en buena medida de las cuestiones ambientales. Así, la geografía histórica ha sido poco considerada como vehículo teórico en el entendimiento de la relación sociedad-medio, y si esto es común a buena parte de la aca- demia mundial, en México esta perspectiva ha sido aún menos utilizada. El alejamiento de las temáticas ambientales y la geografía proviene de la propia definición de ciencia que asumimos, fundamentada, en una sepa- ración tajante del conocimiento biofísico y el social (Santos, 2009). Esta Gustavo G. Garza Merodio 18 continua división del conocimiento, explica que el pensamiento ecoló- gico codificado en ‘Occidente’ durante el siglo xIx y desarrollado como principio científico y puesto en práctica en el xx (Baker (2003:75), sea entendido como un concepto sin escala (ni temporal, ni espacial), al que es prioritario la adaptación y funcionamiento de las especies a su entor- no, así como las transferencias de energía involucradas en estos proce- sos. Desde esta perspectiva, el ser humano es solo una más de la especies en el rejuego ambiental, lo que dificulta el análisis desde las ciencias sociales, las cuales a su vez se han visto permeadas por concepciones naturalistas del medio, particularmente en la antropología, la propia geo- grafía y la historia. La geografía ha tenido que nadar contra corriente ante las ataduras que le han fijado la mayoría de sus paradigmas vigentes desde mediados del siglo xIx, limitantes que se reflejan en la poca atención, e incluso menosprecio, que sufrieron la geografía histórica y la geografía cultural hasta las décadas de 1980 y 1990. Asimismo, dentro del conjunto de las ciencias sociales, la geografía no fue bien vista bajo los esquemas neo- positivistas y estructuralistas del conocimiento, por lo que los geógrafos no participaron mayormente de los discursos que condujeron al desman- telamiento de los modelos neopositivistas y sentaron las bases de los de- nominados giros ‘cultural’ y ‘espacial’, exclusión de la que a su vez son responsables los geógrafos, ya que en buena medida se han inclinado por una construcción teórica y metodológica aislada con respecto al conjunto de las ciencias sociales. Una de las temáticas que más se ha beneficiado de las recientes consideraciones epistemológicas de la ciencia en su con- junto, es la relación sociedad-medio, ya que los paradigmas que susten- tan la tesis de un solo conocimiento, ni social, ni físico, permite integrar ambas vertientes del conocimiento y reconocer las causas de origen an- trópico en las alteraciones que sufre el medio, así como brindarle escala espacial y temporal a los aspectos físicos y biológicos de la biosfera. Las carencias en la construcción teórica de la geografía, han sido subsanadas no nada más por los aportes de geógrafos a fines del siglo xx y principios del xxI, quienes se han abierto al debate con otrasáreas del conocimiento, sino en buena medida por teóricos de otras ciencias Geografía histórica y medio ambiente 19 sociales, que a lo largo de los últimos cuarenta años han sopesado la re- levancia de los aspectos histórico-territoriales y espaciales en sus respec- tivos campos de conocimiento (Sunyer, 2010:144). A este respecto, es necesario acotar que uno de los diálogos interdisciplinarios que resultan indispensables a la geografía es el que debe mantener con la historia. Sin embargo, aunque varios geógrafos han utilizado principios históricos en el estudio de la actividad humana, la aproximación histórica no ha sido parte fundamental del quehacer geográfico, tal y como argumenta Leo- nard Guelke (1982:ix). Para este autor la falta de interés de lo histórico desde la geografía, radica en buena medida en la orientación generali- zadora y anti-ideográfica de gran parte de la geografía contemporánea y ha resultado especialmente perjudicial al entendimiento de la relación sociedad-medio y al tratamiento de la región, aproximaciones que suelen carecer de construcciones teóricas profundas. 21 I. Geografía histórica y medio ambiente La conceptualización de la geografía histórica comúnmente aceptada por los geógrafos, se desprende de una visión parcial de lo que el cono- cimiento histórico puede significar y el cual se suele considerar total- mente ajeno a las discusiones teóricas y metodológicas de la geografía. David Harvey, en Explanation in Geography (1971:80-82), aduce que una de las seis formas explicativas de la geografía es la concerniente a los modos temporales de explicación. Ahondando en la forma temporal de explicación en geografía, Harvey cita a Darby, y para este último, los cimientos de la geografía son la geomorfología y la geografía histórica, fundamento interdisciplinario que invita a la reflexión. Asimismo, Har- vey propugna por no encasillarse en un solo modelo explicativo, lo acon- seja tanto cuando habla de que sus categorías explicativas no se excluyen unas a las otras, como cuando sustenta que uno de los mayores errores en el entendimiento de la explicación temporal en geografía ha sido tomarla como única aproximación posible. Por otra parte, la geografía histórica perdió parte de sus posibilidades analíticas a partir de mediados del siglo xx, al alejarse de las temáticas am- bientales, las cuales no siempre le resultaron ajenas, ya que además de las tradiciones naturalistas germánicas, tuvo en los estudios de paisaje de Carl Sauer un gran impulso. Para este último autor, retomando el discur- so de Alfred Hettner, la geografía en todas sus ramas debe ser una ciencia genética que debe avocarse al estudio de orígenes y procesos (Castro, 2009:14). Desde esta perspectiva, la geografía tenía una clara injerencia sobre aspectos temporales en su quehacer, y no debía conformarse con el conocimiento de las características contemporáneas del espacio en sus Gustavo G. Garza Merodio 22 diversas escalas, sino que debía incluir las dinámicas y elementos del pa- sado. Sin embargo, tal presencia del pasado en el espacio contemporáneo era comprendida como una mera suma o resta de elementos físicos, sin que las causas culturales, políticas o socioeconómicas que determina- ban su presencia fueran categorías de análisis. El desgastado discurso de la geografía humana en el análisis de la relación sociedad-medio y de la región, se debe en buena medida a la exclusión del conocimiento histo- riográfico en sus análisis y discursos. Por tanto, los geógrafos carecen, por lo general, de sustentos filosóficos en su aproximación a la relación sociedad-medio y en la definición de lo regional. Para explicar las limitantes del análisis temporal basado en la estruc- tura y apariencia física del espacio, retomemos en primera instancia la propuesta de Robin Collingwood (1956:216) con respecto a la naturaleza de los procesos naturales y los procesos históricos, los primeros, nos dice este autor, es una mera progresión de eventos, mientras que los segundos son la sucesión de los diversos pensamientos. Esta diferenciación nos per- mite entender que, desde la aproximación físico-estructural, únicamente ponderaremos los cambios externos que se manifiestan en la morfología de los elementos presentes en el espacio, sin que reconozcamos las rela- ciones sociales o económicas subyacentes que determinan la ausencia o presencia de elementos y su distribución. En este sentido, es importante tomar en cuenta que, aunque los seres humanos se encuentran sujetos a condicionantes físicas y biológicas, sus acciones y pensamientos no responden a la lógica de estas determinantes, por lo que todo análisis del espacio que se precie de histórico debe enfocarse en las características que guardan y han guardado las diversas sociedades y sus instituciones. Pero esta inclusión de la cultura y la ideología en el análisis de lo hallado en el espacio no ha sido fácil de lograr en la geografía, lo cual ha perjudicado la relación de la disciplina en su conjunto con la geografía histórica. Para Alan Baker (2003:214), el antagonismo entre los practi- cantes de la geografía contemporánea y la geografía histórica se basa, además de las visiones actuales de muchos geógrafos, en la insistencia de Hartshorne en subrayar la separación de la geografía y la historia, y Geografía histórica y medio ambiente 23 como aduce Baker, afectando particularmente la relación de la geografía histórica con el resto de cuerpo académico de la geografía. Así, además de verse marginada del cuerpo teórico aceptado por la mayor parte de los profesionales de la geografía, la geografía histórica, al igual que la cultural, se mantuvieron encasilladas epistemológicamente en el cambio y la reconstrucción de la apariencia física de lo distribuido en el espacio. Leonard Guelke (1982:21) argumenta que la inclusión de esquemas más humanísticos en geografía histórica, no implicó la adopción de un reno- vado concepto de historia que se basara en el análisis temporal del pen- samiento humano. Por tanto, hasta principios de la década de 1980, se puede decir que la geografía histórica tenía una clara connotación positi- vista, aproximación que le dificultaba explicar procesos sociales, siendo que los principios teórico-metodológicos que utilizaba se desprendían del quehacer de la ciencia natural. Por su parte, Derek Gregory (1982:250) aduce que la prioridad en el discurso de la geografía histórica, una vez superadas las posiciones positivistas y estructuralistas, es la vinculación dialéctica entre acción y estructura, lo que implica la conjunción de las formas estéticas y el estatus teórico de la narrativa utilizada. Estas propuestas renovadas sobre los alcances analíticos de la geo- grafía histórica, amplían las posibilidades de entendimiento de las cues- tiones ambientales, en tanto que la mera evidencia física deja de ser la única categoría de análisis y toda transformación del entorno se examina a través de las acciones y discursos de la economía, la política, la so- ciedad y, por supuesto, de la cultura. En la comprensión y articulación de estas dinámicas, la perspectiva histórica juega un papel fundamental, por tanto, es indispensable revisar la vinculación entre el conocimiento geográfico y el histórico a través de lo que en geografía ha significado el análisis historiográfico y las herramientas utilizadas tradicionalmente desde la geografía histórica, así como los avances y limitantes que esta subdisciplina presenta ante la utilización de los principios teóricos y me- todológicos de la historia. El aislamiento de lo geográfico con respecto a lo histórico ha comenzado a romperse gracias al denominado giro cul- tural o lingüístico, el cual ha enriquecido los alcances analíticos de la Gustavo G. Garza Merodio 24 geografía en su conjunto; renovada aproximación, en la que la geografía histórica y cultural ocupan posiciones privilegiadas en las narrativas con- temporáneas.Para Robin Butlin (1993:68) es necesario llevar a cabo una geografía histórica de las comunidades, espacios cuyos protagonistas de- ben ser tomados en cuenta para entender las formas en que el paisaje ha sido construido y el territorio organizado, en tanto que muchos de estos protagonistas conservan prácticas y ritos que se pierden en el tiempo y que en diversas ocasiones únicamente se conservan como tradición oral. Ante tal apertura multidisciplinaria, cabe citar a Fernand Braudel (1984:39), quien acotó el enriquecimiento de la historia, gracias a las adquisiciones obtenidas de otras disciplinas cercanas, lo que había he- cho que prácticamente se hubiese construido de nuevo. Sin exagerar, se puede decir lo mismo de la geografía a la luz de los aportes culturales e historiográficos que han fortalecido y afirmado su episteme. Así, para Carlos Antonio Aguirre (1996:49), reconocido historiador mexicano de- dicado al estudio de la escuela de los Annales, lo social-histórico, debe ser interpretado fuera de los marcos que intentan imponernos las actuales configuraciones disciplinares de las diferentes ciencias sociales. Entre las cuestiones que son propias de las renovadas formas de abordar la geografía, y en particular la geografía histórica, destaca el papel que juegan las escalas, tanto espaciales, como temporales. Esto debido a que la sociedad, la economía, las identidades y las instituciones operan influenciadas no solo por los acontecimientos locales, regionales y nacionales, sino por determinantes dictadas desde los centros de poder financiero y cultural, respaldadas en muchos casos por inercias culturales y políticas arraigadas en las diversas sociedades siendo, tanto en cues- tiones de identidad, como de características institucionales, donde más fácilmente se identifica la presencia de diversas escalas temporales, sin que esto quiera decir que el comportamiento económico escape a ellas, aunque resulta más difícil identificarlas dada la aparente contemporanei- dad de lo económico. En lo tocante a escalas temporales se piensa relevante ahondar un poco más, ya que resultan fundamentales en la construcción y evolución Geografía histórica y medio ambiente 25 del paisaje. Este concepto, como ya ha sido mencionado, se considera esencial en la vinculación del conocimiento geográfico con el históri- co; en tanto que el paisaje es una muestra fehaciente de la interrelación sociedad-medio a través del tiempo, así como de la trama temporal de lo meramente social y económico. Las escalas temporales han sido ma- gistralmente explicadas por Fernand Braudel (1984:74), y aunque sus propuestas han sido delimitadas como estructuralistas y positivistas por las escuelas ‘posmodernas’, se es de la idea que la explicación de las diversas duraciones trasciende encuadres epistemológicos, ya que en pri- mera instancia, este autor las considera útiles tanto a diversas disciplinas, como a una concepción amplia de lo social, en la que tiene cabida la relación sociedad-medio y el entendido de que cada realidad segrega sus escalas de tiempo de acuerdo con sus determinantes ideológicas. Entre las escalas temporales propuestas por Braudel, existen dos que resultan relevantes al quehacer geográfico, una es la denominada lar- ga duración, ya que en ella surgen las identidades, consecuencia de una prolongada relación de una determinada sociedad con un cierto bioma; identidades que generan símbolos que las poblaciones locales y regiona- les recrean con respecto a valores culturales, económicos o políticos. La otra es esa temporalidad corta y violenta de profundas alteraciones que deconstruye y reconstruye al paisaje o dicta las pautas de reorganización del territorio, reconstrucciones y pautas que han de durar por un cierto tiempo hasta que un nuevo lapso violento sea desencadenado por agentes biológicos o tecnológicos. Asimismo, cabe recalcar que el científico so- cial debe construir marcos temporales que estén sujetos a los paradigmas de sus respectivas disciplinas. En las nuevas consideraciones epistemológicas del denominado giro cultural o lingüístico una de las premisas es la exposición de las capaci- dades, las necesidades, la percepción y los símbolos del colectivo bajo escrutinio; características y dinámicas de la población que se han con- figurado en temporalidades de distinta duración y cuyo análisis vincula profundamente a la geografía histórica con la geografía cultural, las cua- les comparten en sus quehaceres, tanto el estudio de las formas de apro- Gustavo G. Garza Merodio 26 piación del entorno, como el entendimiento de la organización del terri- torio en diversas temporalidades. Estas dos vertientes del conocimiento tienen en los estudios del paisaje dedicados a la evolución del mismo, métodos que permiten entreverar los aspectos biofísicos y humanos en la construcción de identidades, las formas de organización político-territo- rial y los procesos económicos. Una de las cuestiones que no han permitido un aquilatamiento más profundo de la geografía histórica y su viabilidad respecto de temáticas ambientales, es la consolidación de la denominada historia ambiental a lo largo de las últimas décadas. Subdisciplina que en mucho se benefició de una posición imprecisa desde la geografía, en general, con respecto a la consideración temporal de la problemática ambiental y a la falta de impulso desde la geografía histórica de estudios que abordaran al entor- no. Así, la falta de construcción teórica en la geografía en su conjunto y de forma especialmente aguda en el ámbito de la geografía histórica, coadyuvó al afianzamiento de la historia ambiental, mayormente apoya- da por antropólogos e historiadores de la esfera anglosajona. A principios de la década de 1990, Stanley Trimble, en el prefacio de la obra de Dilsaver y Colten (1992:xx), argumentaba que durante las últimas tres décadas el panorama de la geografía histórica no había sido alentador y aunque las renovadas construcciones teóricas respecto a la relación sociedad-medio le han brindado nuevos bríos, la competencia desde la historia ambiental había eclipsado en buena medida el reco- nocimiento y trascendencia de los argumentos esbozados desde la geo- grafía histórica. En este sentido, cabe destacar que una revisión de las temáticas propuestas por la historia ambiental permite reconocer que no existe mayor diferencia con los argumentos utilizados con anterioridad o paralelamente por parte de la geografía histórica. Las temáticas de índole ambiental que han sido propias de la geografía histórica y que son utili- zadas hoy en día por la historia ambiental son: la creación de los paisajes y las antiguas formas de entender y apropiarse del entorno, así como el cambio ambiental de origen antrópico a través del análisis de los siste- mas políticos y los modelos económicos imperantes. Geografía histórica y medio ambiente 27 Una vez esclarecida la importancia de la geografía histórica, en el en- tendimiento de las cuestiones ambientales y las limitantes teóricas y me- todológicas que han impedido una apreciación de esta subdisciplina en la solución de problemas ambientales, se desglosa el contenido del resto de esta obra. En primera instancia se analiza la relación de la geografía histórica con los términos paisaje y territorio, conceptos que resultan pri- mordiales para el análisis del espacio, así como la revitalización que ha vivido una vez que se han incorporado a su construcción teórico-meto- dológica el denominado giro cultural o lingüístico. Asimismo, se aborda la influencia de la geografía en otras ciencias sociales y cómo el conjunto de éstas también se ha renovado ante una mayor inclusión de las deter- minantes espaciales en el entendimiento de lo social. Para explicar estas influencias se ahonda en las posibilidades teórico-metodológicas de la escuela historiográfica de los Annales, en particular, en las propuestas de Fernand Braudeltocantes a la consideración de diversas duraciones en la construcción del paisaje y la organización del territorio. En una segunda parte de este trabajo se ejemplifica el quehacer con- temporáneo de la geografía histórica en México con tres temáticas que se han conducido desde el 2000 en los departamentos de Geografía Social y Geografía Física del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México: 1. La climatología histórica, a través del análisis de fuentes documentales y su comparación con series instrumentales an- tiguas y contemporáneas, tratando las siguientes cuestiones: un esbozo del comportamiento del clima en México a lo largo de los últimos qui- nientos años, las consecuencias de la invasión europea y su correlación con la denominada ‘Pequeña Edad de Hielo’ y el vínculo entre extremos climáticos y el surgimiento de epidemias y plagas. 2. Ligado a esto úl- timo, se considera la transformación del paisaje y el territorio en buena parte de Mesoamérica a lo largo del siglo xvI, tomando en cuenta el manejo y la percepción que de las áreas montañosas se tenía durante la era prehispánica, y la prioridad que los españoles dieron a la ocupación y explotación de los aluviones y al abandono, por no ser prioritarios a los modos y medios de producción europeos, de los ecotonos de transición Gustavo G. Garza Merodio 28 entre los climas cálidos y los templados. 3. Las rupturas y continuidades en el manejo del ambiente en México del siglo xvI al xxI, esto a través de una breve comparación del manejo del agua en Mesoamérica y en la Eu- ropa mediterránea, una síntesis de las formas de ocupación y explotación del suelo durante la era prehispánica, la época colonial, el siglo xIx, el reparto agrario y el México ‘neoliberal’ y, por último, un breve recuento de manejos sustentables del medio llevados a cabo durante los regímenes coloniales y republicanos anteriores a la revolución mexicana. Paisaje, territorio y geografía histórica Para Alan Baker (2003:8) cuatro son los principales discursos de la geo- grafía: localización, medio, paisaje y regiones o áreas; este autor agrega que entre ellos no hay límites impermeables. En contraposición, se es de la idea que los discursos de la geografía son medio, territorio, región, urbe o área rural; en esta última propuesta no se incluye paisaje, pues se le considera una posibilidad metodológica (sobre esto se ahonda en los siguientes párrafos), más que un principio primordial de análisis en la geografía. Por su parte, Baker agrega que los geógrafos suelen interco- nectar cada uno de estos segmentos, sin embargo, en la experiencia desde la geografía en México, parece que en pocas ocasiones se logra esto; quienes trabajan paisaje y medio posiblemente sí concurran en ambas vertientes para lograr sus objetivos, pero quienes se abocan a las diná- micas y fenómenos de localización o espacialidad y la cuestión urbano- regional no suelen incluir cuestiones propias del medio o análisis a través de los estudios de paisaje. Además de las limitantes teóricas derivadas de las posiciones pre- ponderantes en geografía hasta hace unas décadas, mismas que se cree dificultaban el diálogo entre los discursos nodales de la geografía, la propia definición de paisaje también validada hasta hace poco, tampo- co ayudaba a su utilización en ámbitos como la regionalización o los estudios urbanos y rurales. La visión tradicional en paisaje lo considera como una porción de espacio, tal y como argumentó Georges Bertrand Geografía histórica y medio ambiente 29 hacia 1968 (Bolós, 1992:26), pero tal idea sobre el paisaje se cree limita sus posibilidades de análisis y su interacción con el resto de los discursos primordiales de la geografía. La propuesta en este sentido es entender al paisaje como una posibilidad metodológica para analizar al espacio, pero no como una porción del mismo. Esta propuesta se puede sustentar al tomar en cuenta el origen del término paisaje, así como el uso ‘científico’ que se le ha dado al mismo desde diversas escuelas geográficas o de otras disciplinas. En cuanto al uso temprano del concepto paisaje se sabe que en len- gua castellana originalmente se definió como pintura, y de acuerdo con Joan Corominas (1983:433), hasta 1708 apareció en nuestra lengua como paisaje, mientras que en otras lenguas romances su uso era común desde los siglos xvI y xvII. Esta connotación temprana de paisaje, como repre- sentación, nos habla de la interpretación de una porción de espacio, mas no del espacio en sí. Asimismo, la expresión germánica landschaft nos remite a la evolución o moldeado del suelo y registra información que nos remite a su proceso de formación, mientras que la expresión inglesa landscape aparece en el siglo xvI como un vocablo técnico utilizado por los pintores (Fernández y Garza, 2006). De nuevo se asiste, en la com- prensión de estos términos, no a la referencia de una porción de espacio, sino a una manera de interpretarla. En el argumento de considerar al paisaje como principio metodológi- co y no como una porción de espacio, se considera el propio tratamiento que de este concepto han hecho las diversas escuelas, mayoritariamente geográficas, que han propugnado por una consideración científica del paisaje. Para fundamentar esta propuesta, se propone una sucinta revi- sión de los estudios científicos sobre el paisaje, los cuales se remontan al siglo xIx, habiendo sido desarrollados, en primera instancia, por in- dividuos que en lo fundamental estaban interesados en los ámbitos físi- co y biológico del entorno, destacando los discursos de Alexander von Humboldt y Karl Ritter, quienes forjaron el concepto de ‘medio’ para explicar la influencia de los aspectos físico-biológicos en la cultura de los pueblos. Las propuestas de Charles Darwin no hicieron sino reafir- Gustavo G. Garza Merodio 30 mar la interrelación entre los seres humanos y su ambiente. A partir de entonces, el análisis sobre esta interrelación se orientó en dos sentidos: la que analizó el impacto de lo humano sobre el entorno y la que observó la influencia del medio en las sociedades, ambas hermanando medio y actuación humana a través del análisis de los componentes físicos, bioló- gicos y antrópicos del medio, es decir, conduciendo estudios de paisaje; esta vinculación no necesariamente pasaba por la definición de una por- ción de espacio concreta, sino que construía teoría y métodos, en general, sobre la relación sociedad-medio. De la vertiente que se enfocó al impacto sobre el entorno por causa del quehacer humano, se tiene como obra pionera el trabajo de George Perkins Marsh titulada Man and Nature or Physical Geography as Modi- fied by Human Action (1864); de la tradición derivada de esta propuesta, destaca la publicación de Gordon Childe (1971), bajo el título de Man Makes Himself, en el que son discernidas algunas alteraciones sufridas por el sustento biofísico del planeta en aras de la vida civilizada. Si- guiendo ese mismo tipo de aproximación, en tiempos más recientes, y dedicado a las alteraciones ambientales en el continente americano como consecuencia de la colonización europea, cabe destacar a escala conti- nental Ecological Imperialism de Alfred Crosby (1991). En cuanto a este proceso de transformación en las Américas, resulta de particular interés la obra de Tzvetan Todorov (1987) quien, a través del fenómeno de la ‘otredad’, invita a reflexionar sobre la forma en que un medio ajeno, incluyendo a las sociedades que lo habitan, pueden ser percibidos por sus conquistadores, brindándonos pautas sobre la carga ideológica que subyace en el proceso de construcción o deconstrucción de un paisaje. De la influencia del medio ambiente sobre el ser humano cabe su- brayar, como primer antecedente, la obra de Lewis Morgan (1993) La sociedad antigua, escrita hacia 1880, en la que fueron resaltados los co- nocimientos que diversas culturasutilizaron para enfrentarse al entorno. Contemporáneo a este autor fue Friedrich Ratzel, quien acuñó por aquel entonces los términos geografía cultural, antropogeografía y geografía política, mismos que coadyuvaron al reconocimiento de los procesos Geografía histórica y medio ambiente 31 civilizatorios en concordancia con las características del medio corres- pondiente, así como con los flujos marcados en el territorio (Claval, 1996:12-13). Para comienzos del siglo xx los geógrafos ‘occidentales’ resaltaban, sin cortapisas, la relación entre las sociedades y su entorno, profundo vínculo que hoy en día permea el quehacer de la geografía histórica y el de la geografía cultural. Por aquellos años se redefinen y reutilizan los términos de paisaje y región, en tanto que ambos incluían variables físico-biológicas y socioculturales como parte del análisis del territorio (Capel, 1988:345-358). Paul Vidal de la Blache (1994) propuso en su Tableau de la Geographie de la France, que los grupos sociales reaccionaban ante el ambiente a través de diversos ‘géneros de vida’, lo que le permitió explicar que si bien el ser humano está condicionado por el medio, también éste se estaba transformando a instancias de la actividad antrópica. El intercambio recíproco entre el medio y las so- ciedades quedó asentado por Lucien Febvre (1955) en La Tierra y la evolución humana, aproximación debida a las construcciones teóricas del posibilismo, mismas que proponen que las actividades humanas no están determinadas por el medio, sino que éste posibilita el desarrollo de cierto tipo de actividad e inhibe la conducción de otras. En este orden de ideas, es indispensable mencionar la obra del antropólogo y geógra- fo germano-norteamericano Franz Boas (1964), cuya obra es clave en la comprensión de la relación sociedad-medio a través del paisaje, este autor resalta la importancia que para el ser humano tiene el entorno in- mediato y la manera en que la cosmovisión de cada cultura se sitúa en el centro perceptual del universo. Aunque el concepto de paisaje es implícito a todas las aproximacio- nes, antes mencionadas y tocantes a la relación sociedad-medio, se cree conveniente ahondar en las principales tendencias o escuelas que han es- tablecido a este precepto como su eje rector. De las escuelas germánicas se destacan las siguientes obras: Grundlagen der Landschaftskunde de Sigfrid Passarge (1920), autor que enfatiza la primacía del análisis geo- morfológico sobre el puramente climático (mismo que había prevalecido desde mediados del siglo xIx) en la disección de las ‘grandes zonas’ del Gustavo G. Garza Merodio 32 paisaje. Los trabajos de Alfred Hettner (1966) y Carl Troll (1972) enri- quecieron las posibilidades de análisis de los estudios de paisaje al darles un carácter integral que incluye la participación del ser humano en su configuración; entre los aportes de Troll destaca, asimismo, la definición del concepto ‘Ecología del Paisaje’, lo que redundó en la inclusión del concepto de ‘sistema’ en los estudios de paisaje. En cuanto a la escuela rusa, cabe señalar que, en primera instancia, recibió los aportes de la escuela alemana, sin embargo, adquirió carácter propio al mezclar esta tradición con los estudios en ‘edafología cientí- fica’, habiendo sido hacia los años sesenta del siglo xx, cuando esta es- cuela mostró un importante desarrollo. Destaca entre los autores de la era soviética, Viktor Sochava (1988), quien definió los conceptos de modelo y sistema dentro de los estudios de paisaje y dio lugar, hacia 1963, a la definición de ‘geosistema’, el cual incluye a todos los elementos del pai- saje como un modelo global, territorial y dinámico aplicable a cualquier paisaje concreto. Asimismo, propuso tres tipos de ‘geosistema’ de acuer- do con su tamaño: global o terrestre, regional de gran extensión (peque- ña escala) y topológico a nivel reducido (a gran escala). Por último, es importante resaltar, en cuanto a los aportes de Sochava, su insistencia en la utilización del lenguaje cartográfico como base para cualquier estudio de paisaje. Entre los autores anglosajones, destaca la propuesta de Ian Mc Harg (1969), la cual versa sobre la primacía de los procesos biológicos en todo principio de planificación: este sentido ‘biologista’, en el análisis de las determinantes del tipo de uso del suelo, se contrapone a la visión eco- nomista que había guiado en lo primordial la organización del territorio en las economías de mercado. Las escuelas sobre paisaje en Francia se configuraron en un principio bajo las directrices germánica y soviética, sin embargo, con el tiempo generaron principios metodológicos de gran relevancia, el grupo dirigido por el ya citado Georges Bertrand (1969) in- trodujo a los estudios de paisaje los preceptos de ‘biostasia’ y ‘rexistasia’, siendo los primeros, parajes estables cubiertos por densa vegetación, y los segundos, sitios con el material litológico expuesto, ya por causas es- Geografía histórica y medio ambiente 33 tructurales y climáticas, ya por degradación de origen antrópico. El prin- cipal elemento integrador de esta corriente en paisaje es la vegetación. Especial mención merece, desde la geomorfología, el trabajo de Jean Tricart (1962), por sus amplios aportes a las diversas escuelas en paisaje. Dentro del ámbito ibérico, es de primordial interés para la labor aquí conducida, resaltar la obra de María de Bolós (1992:191-203), quien ha dado gran relevancia a los estudios dedicados a la evolución del paisaje, ya que considera que una de las premisas básicas para el estudio de cual- quier paisaje es el conocimiento, lo más profundo posible, de su historia. En su aproximación al conocimiento histórico del paisaje, Bolós propone tres principios metodológicos: el regresivo, desde la actualidad hasta un momento determinado en el pasado, el progresivo a partir de un corte en el tiempo y hacia el futuro, y el mixto, que combina a los dos primeros. En este sentido, la definición que de paisaje nos brindan Denis Cos- grove y Stephen Daniels (1988:1) es de gran ayuda; para estos autores paisaje es una imagen cultural, una forma pictórica de representación, es- tructuración y simbolización del entorno. Asimismo, se es de la opinión que la propuesta de John Wylie (2007:121), en el sentido de considerar al paisaje como verbo y no como sustantivo (es decir, abandonando las definiciones que lo consideran como un objeto inerte y solamente obser- vable y como un trasfondo neutral), fortalece la consideración metodoló- gica que del paisaje se busca impulsar en este trabajo. Dicha considera- ción, por otro lado, queda reforzada tomando en cuenta la propuesta de Thomas Mitchell (1994:14), quien propone que el paisaje es ante todo y en su sentido más amplio, un medio de aprehensión de lo físico y lo bio- lógico a través de significados y valores culturales. En esta aprehensión de lo físico y lo biológico, la escala de análisis es primordial, siguiendo a autores como Augustine Berque (1992) o Barbara Bender (1995), para quienes el paisaje abarca todo lo que el observador pueda abstraer de la realidad a través de sus sentidos, primordialmente, la vista. Se puede ar- gumentar que se trata de una escala humana o local, misma que perdura a la fecha en quien no trastoca el espacio por medio de la velocidad, ya sobre el lomo de un animal, ya en un avión. Gustavo G. Garza Merodio 34 Por otra parte, con la idea de sustentar de manera más amplia el ca- rácter local del paisaje, se puede aducir que la escala de las unidades políticas, hasta el fin del Antiguo Régimen, también era local. La or- ganización de municipios, distritos o condados muy extensos es con- secuencia de una ocupación altamente tecnificada del espacio. Esto se puede ejemplificar, en el caso de México, pensando que, tanto las uni- dades político-territoriales de la era prehispánica como las del periodo colonial, contaban con límitesasequibles a sus habitantes y elementos reconocibles y jerarquizados de acuerdo con su importancia cultural y económica. Tal era el caso del altepetl (unidad político-territorial funda- mental del ámbito náhuatl durante el posclásico tardío) y de los pueblos de indios, herederos inmediatos de las formas de organización del terri- torio y construcción del paisaje mesoamericano y cuyo carácter corpora- tivo fue reconocido e impulsado por las autoridades españolas hasta las reformas borbónicas de fines del siglo xvIII. Asimismo, al aproximarse a un área determinada, desde la perspectiva de paisaje, se debe tener en cuenta que en las lenguas latinas (por ejemplo, castellano, francés, cata- lán o italiano) esta palabra hace referencia al terruño, a la localidad a la que se pertenece. En cuanto a la relación de la geografía con la historia, imprescin- dible en la construcción teórica de la geografía histórica, se cree que la consideración del paisaje como principio metodológico es muy útil en el discernimiento de las posibilidades analíticas de la relación geografía- historia, en particular en el entendimiento de las causas subyacentes que conducen a la transformación del espacio. Para Marina Frolova y el ya multicitado Georges Bertrand (2006:254-255), no cabe duda que el in- terés contemporáneo por los estudios de paisaje está contribuyendo a la renovación de la investigación geográfica en la interfaz entre la sociedad y el medio ambiente, relación que estos mismos autores reconocen se alejó durante la segunda mitad del siglo xx de los discursos preponde- rante en geografía, por causa del peso dado a las cuestiones regionales, concebidas éstas en franca lejanía del naturalismo. Geografía histórica y medio ambiente 35 Por su parte, territorio es identidad, es política, es administración: para que un grupo humano pueda iniciar el moldeado del área elegida para establecerse, lo primero que desea es identificar y dejar establecidos los límites de la misma. El territorio es, por lo tanto, un producto histó- rico que sufre alteraciones por causa de los avatares impuestos por las condiciones biológicas, la introducción de innovaciones tecnológicas y la involución o expansión urbana. En un principio, la organización del territorio tiene como referente primordial el antorno, pero conforme éste se antropiza, los elementos humanos se van convirtiendo en sus articula- dores y delimitantes, aunque en ello por supuesto tiene un papel funda- mental la carga cultural. Al territorio se le entiende como la construcción sociopolítica de una determinada porción de espacio, siendo, siguiendo de nuevo a Fernand Braudel (1968), un producto histórico inscrito en la larga duración. En esa larga duración hay diversas temporalidades y ritmos, tanto en la organización del territorio, como en la construcción del paisaje; devenir, en el que hay etapas cortas y violentas, como el siglo xvI para el México central y meridional, y etapas en los que los cambios prácticamente son inapreciables, salvo alteraciones muy locali- zadas, como los siglos xvII, xvIII y buena parte del xIx para nuestro país. Ya que al territorio se le entiende como una porción de espacio, se es de la idea que la mejor forma de ejemplificarlo es aludiendo a áreas concretas para explicar su evolución y las aproximaciones académicas que se consideran primordiales para su estudio durante una temporalidad prolongada. Por tanto, la Mesoamérica localizada al poniente del istmo de Tehuantepec es la escala elegida para rastrear la evolución territorial de lo que denominamos México, aproximación a la que el análisis del concepto altepetl resulta fundamental. Así, se tiene que el estudio de las formas de organización territorial mesoamericana comenzó su historia científica a fines del siglo xIx: Adolf Bandelier (1975) fue el primero en discernir los componentes político-administrativos del altepetl. Sin em- bargo, pasaron muchas décadas hasta que la temática territorial de Meso- américa y su transformación durante el siglo xvI comenzaron a ser anali- zadas en forma. Uno de los precursores fue Charles Gibson (1986, 1991), Gustavo G. Garza Merodio 36 con sendos trabajos de carácter regional. Seguirían, desde la arqueolo- gía, aportes como el de Frederick Hicks (1984), quien definió la existen- cia de áreas rurales intercaladas con las urbanas al interior del altepetl. Un giro de aproximación etnohistórica, tiene entre sus mejores expo- nentes a autores como Susan Schroeder (1991) y James Lockhart (1991, 1999) quienes clarificaron, ya con un ejemplo regional, la primera, ya con una exposición teórica general concerniente al término altepetl, el segundo, las características político-territoriales del mismo. Por su par- te, aspectos simbólicos y los rituales fundacionales del altepetl han sido explicados vehemente por María Elena Bernal (1993) y Ángel García Zambrano (2001). En cuestiones relacionadas a la territorialidad y sus fundamentos filosóficos, se hace necesario en el contexto del México central, recurrir a las obras de Miguel León Portilla (1980) y Alfredo López Austin (1996). En una perspectiva que abarque los procesos terri- toriales del virreinato y el México independiente, es indispensable reco- nocer en términos territoriales la labor de Áurea Commons (1993, 2002), quien además de hacer hincapié en reconocer la realidad territorial habi- da hacia el momento de la conquista como fundamento de los procesos territoriales posteriores, ha logrado una acuciosa obra dedicada a la evo- lución político-administrativa de México, tanto del país en su conjunto, como a escala regional y local. Asimismo, y en este orden de ideas, no se puede dejar de mencionar la excelente compilación de René Acuña (1986/1987), concerniente a las Relaciones Geográficas del siglo xvI. Una vez resumidas las ideas sobre paisaje y territorio, y las escuelas y autores que se consideran primordiales en el estudio de estos concep- tos, se subraya el que la geografía histórica en su origen académico, se entendió como el estudio de la evolución del paisaje y el territorio, ya que durante el siglo xIx el término geografía histórica se usó en Francia y Gran Bretaña para describir la historia de las alteraciones de los límites de las fronteras políticas (Darby, 2002:91). En la actualidad, el paisaje y el territorio siguen siendo ejes temáticos de la geografía histórica, sin embargo, su análisis va más allá de los meros referentes físicos que ma- nifiesta en el paisaje o el mero estudio de los diversos límites políticos Geografía histórica y medio ambiente 37 en el espacio y el tiempo. Los análisis y conclusiones necesariamente son matizados a la luz de los medios y modos de producción, así como a través de la inclusión de cargas ideológicas y de lo que identidad puede significar a paisaje y territorio. En cuanto al análisis de sus tempora- lidades, los procesos territoriales pueden tener una temporalidad en su configuración relativamente identificable, siendo más difícil de identi- ficar las temporalidades habidas en la construcción del paisaje, no solo por su componente bio-físico, sino porque los elementos culturales son más difíciles de discernir en sus tiempos de constitución e integración de elementos de orden civilizatorio o cultural ajenos, en particular si éstos son parte de principios civilizatorios que se encuentran soterrados por la supremacía cultural de un orden impuesto, tal y como acontece en buena parte de América Latina desde el siglo xvI. En la vinculación de la evolución del paisaje y el territorio con la geografía histórica es indispensable reconocer que la geografía cultural está constantemente presente, ya que las prioridades de tipo simbólico y referencial, tanto en el paisaje como en el territorio, se estudian a través de esta subdisciplina, sin importar que tan atrás se vaya en el tiempo, es más, esas larguísimas convivencias humanas con un cierto biomao en sus franjas de transición, son materia primordial del estudio cultural del espacio. Asimismo, para abordar la problemática concerniente a las for- mas en que se ha organizado el territorio y construido el paisaje en una duración prolongada, se debe deslindar el quehacer plenamente geográfi- co de los enfoques histórico, antropológico o arqueológico que son tras- cendentes para estas temáticas. Para ello se proponen los siguientes siete planteamientos, los cuales resumen las definiciones que de geografía en general, geografía histórica y geografía cultural se tienen en este trabajo: a) La geografía estudia la dimensión espacial, en sus manifestacio- nes como ambiente, territorio, región, urbe o área rural, siendo el análisis de estos ámbitos su prioridad, por ende, el reconocimien- to de las formas de organizar el territorio y construir el paisaje se aborda desde estos cinco componentes del espacio. Gustavo G. Garza Merodio 38 b) La geografía es interdisciplinaria desde su origen, y para com- prender las determinantes físicas, biológicas, socioeconómicas y culturales que organizan al territorio y moldean al paisaje, tiene en los estudios de paisaje su mejor herramienta analítica debido al carácter integral de los mismos. c) La geografía histórica y la geografía cultural van de la mano en el reconocimiento de los símbolos que las poblaciones locales ge- neran con respecto a valores culturales, económicos o políticos. d) La problemática de la escala en geografía, trata sobre la defini- ción precisa de la escala a la que se debe de trabajar de acuer- do con la problemática escogida, y aborda también la influencia multi-escalar sobre la dimensión elegida. En este sentido, se re- conocen cuatro escalas que resultan primordiales: la local, la re- gional, la nacional y la global. En lo tocante a esta última escala, y desde una perspectiva de larga duración, cabe tomar en cuenta el significado de lo global antes de la llegada de los europeos y el carácter que obtuvo lo global en Mesoamérica a partir del siglo xvI. e) Para la geografía histórica y la geografía cultural, tan relevantes son los aportes cartográficos contemporáneos como los genera- dos en épocas anteriores, siéndoles útiles aquellos generados por otras tradiciones, en las que los cánones estéticos y técnicos fue- ron muy distintos y revestidos por las determinantes de su cultura y tiempo. f) En la geografía se considera al trabajo de campo como parte fundamental de su quehacer. En este sentido, cabe destacar que aunque el trabajo de archivo resulta fundamental al quehacer de la geografía histórica, éste por lo general, se ve necesariamente complementado por la verificación en campo de la presencia o ausencia en el paisaje y en las formas de organización del terri- torio de los elementos o dinámicas suscritas en los documentos identificados y analizados. Geografía histórica y medio ambiente 39 Por último, en este ahondar sobre paisaje y territorio en México, se piensa relevante el acotar dos principios metodológicos que resultan pri- mordiales ante la utilización de estos conceptos: el primero, es la con- sideración de los aportes cartográficos generados en épocas anteriores, siendo muy útiles en el caso del México central y meridional los plasma- dos bajo cánones estéticos y técnicos de origen mesoamericano, ya que ayudan a develar determinantes en el paisaje y en el territorio que sin estas fuentes resultarían casi imposibles de desentrañar. El segundo, es la consideración y práctica teórico-metodológica del trabajo de campo, como parte fundamental del quehacer de la geografía histórica y la geo- grafía cultural. Evolución del paisaje y el territorio en México Este reconstruir el paisaje y el territorio de México de manera sucinta se propone por medio del tratamiento de cuatro etapas que resultan primor- diales en la comprensión de las características actuales y futuras tenden- cias ambientales y urbano-regionales. En primera instancia el posclásico tardío, con ejemplos de expansión y dominio territorial en los casos de tepanecas y mexicas, siendo el eje rector el entendimiento del altepetl como estructura político-territorial básica. La segunda etapa es el siglo xvI, desde la conquista político-militar de México-Tenochtitlan hasta la apropiación directa de los suelos más productivos por parte de los eu- ropeos entre 1580 y 1620. Desde entonces y hasta fines del siglo xIx, medios y modos de producción no sufrirán mayores alteraciones, siendo patente la ampliación e intensificación de ciertas actividades agropecua- rias, pero no transformaciones profundas que alteraran el paisaje o rom- pieran el molde territorial del virreinato. La tercera etapa abarca desde la consolidación de los regímenes liberales (década de 1870) hasta el surgimiento de los gobiernos posrevolucionarios (década de 1920). La cuarta etapa manifiesta un sistema político logrado una vez consolida- dos los regímenes posrevolucionarios (décadas de 1930 y 1940), el cual se ha adaptado a dos modelos económicos, el primero como un Estado Gustavo G. Garza Merodio 40 rector de la economía y el segundo con un Estado sujeto cada vez más a las leyes del mercado (década de 1980 a la fecha), sin que la transición política de 2000, haya significado un cambio del sistema político, el cual sigue caracterizado por la verticalidad y el corporativismo. De la primera etapa cabe destacar, como ya se ha acotado, la primacía del altepetl como estructura político-territorial básica del México central y meridional a lo largo del posclásico tardío y el siglo xvI. En cuanto a su configuración, se es de la idea que algunos de sus elementos pueden rastrearse en la tradición mesoamericana más antigua, de cosmovisión agrícola y terrestre; empero, su forma tal y como se le conoció al mo- mento de la llegada de los españoles fue, a su vez, consecuencia de los aportes culturales derivados de las diversas irrupciones ‘chichimecas’, cuyas deidades guerreras y celestiales habían dejado de ser invocadas en las tierras llanas y secas, para ser sacralizadas en las tierras de los montes llenos de agua. La Mesoamérica localizada al occidente del istmo de Te- huantepec, nunca había estado tan poblada, y ante tal panorama de com- petencia territorial el altepetl fue el paradigma urbano-territorial logrado. Asimismo, se reconoce la relevancia de este ente político-territorial en el conjunto de casi toda Mesoamérica, en tanto que trascendía las fronte- ras de la cultura náhuatl, ya que son varias las lenguas mesoamericanas, incluso de otras familias lingüísticas, en las que el espacio urbano fue definido como montaña-agua. A continuación algunos aportes hallados en este contexto. El matlatzinca, René García Castro (1999:41), ha de- finido el término inpuhetzi, proveniente de las raíces inthahui (agua) y inihetzi (cerro). En mixteco, yucunduta significa montaña-agua (Jansen, 1982:93-95). En otomí, dehe nttoehe se traduce agua-cerro (Bartholo- mew, 2000:189), así como en totonaco chuchu tsipi indica agua-cerro de acuerdo con Bernardo García Martínez (1987:75). La extensión de un altepetl, hacia el siglo xvI, variaba considerable- mente y estaba directamente relacionada la diversidad en recursos que se podrían obtener en el espacio que la compleja construcción étnico- territorial del posclásico medio y tardío permitía para cada unidad po- lítica en el México central. Es común observar cómo los componentes Geografía histórica y medio ambiente 41 de un altepetl procuraban ocupar cuantos nichos les fueran posibles; en algunos casos son riquísima exposición de pisos ambientales que inclu- so, de acuerdo con la región, podían abarcar opuestos en precipitación y temperatura. El altepetl buscaba, por lo general, configurarse a través de abstracciones del entorno preconcebidas, mismas que eran más difíciles de emular para los asentamientos localizados sobre las extensas llanuras aluviales de las mesetas o al interiorde los cuerpos lacustres, ya que de un relieve escabroso se desprendía la mayor parte de los componentes del paisaje ideal para asentarse en la Mesoamérica del posclásico. Tal disposición obedecía a que, en primera instancia, el sitio para asentarse debería brindar la posibilidad de protección y almacenamiento de agua: los pequeños valles intermontanos del Eje Neovolcánico y las sierras Madre albergaron a cientos de poblados que pudieron recrear estos pe- queños universos autocontenidos y que los españoles reconocieron como rinconadas, tal y como han propuesto Federico Fernández y Ángel Gar- cía Zambrano (2006:20). Entre las características primordiales del altepetl se tiene que con- taba con un territorio preciso (aunque los parajes neutrales entre sobe- ranías era un lugar común en Mesoamérica), en el que existía un centro ceremonial y montes o manantiales sacralizados y la organización de un tianguis calendarizado. Asimismo, en lo político y administrativo estaba dividido en varias unidades, que en náhuatl son denominadas calpulli o tlaxilacalli, mismas que bajo un sistema de rotación territorial se turna- ban atributos y prerrogativas en la administración del altepetl. En estas unidades políticas la dicotomía de lo urbano y lo rural no existía. Por último, es importante subrayar que a lo largo de las últimas décadas, el término altepetl ha ido ganando presencia en la discusión académica y se le va reconociendo y difundiendo, como lo que fue, la unidad fundamen- tal en la construcción del paisaje y organización del territorio durante el posclásico tardío mesoamericano y la etapa colonial temprana. La segunda etapa abarca, lo que a escala mundial se ha definido como el largo siglo xvI, precepto expuesto desde mediados del siglo xx por autores de la escuela francesa de los Annales, destacando entre Gustavo G. Garza Merodio 42 ellos Braudel y Febvre (Aguirre, 2001:24), quienes señalaron que en esta centuria es cuando comienza a configurarse la modernidad capitalista y tiene lugar la eclosión de la historia universal. Para el México central y meridional, los años entre 1521 (conquista militar de México-Tenochti- tlán) y las décadas de 1610 y 1620 (apropiación directa de la mayor parte del suelo agropecuario por parte de particulares europeos y la Iglesia) significaron la profunda alteración de su paisaje y una nueva forma de organizar el territorio. Entre los cambios de orden civilizatorio destaca, en términos de entendimiento del espacio, el abandono de un universo exclusivamente pedestre en el cual se tenía una relación opuesta con el relieve a la habida en el mundo organizado a partir del uso de equinos y vacunos, y carruajes: para los mesoamericanos, elementos del relie- ve como estrechos valles, profundas cañadas o desfiladeros implicaban excelentes articuladores del territorio, mientras que para los europeos resultaban límites o parajes poco aptos para sus condiciones tecnológicas y principios urbano-territoriales. La oposición entre lo urbano y lo rural surge como consecuencia de la organización del territorio impuesta por los españoles, caracterizada en la mayor parte de los casos por el traslado de los asentamientos prin- cipales a sitio más llano y en la congregación de los antiguos elementos del altepetl, considerados a partir de entonces como meros sujetos. Estas unidades políticas recibieron el título de ‘pueblos de indios’ y fueron tra- zados, donde lo permitió el relieve, a la usanza renacentista en cuadrícula y comúnmente con el templo cristiano al centro. Pero este opuesto enten- dimiento del mundo no solo alteró la vida en la escala local, sino dio lugar a un ordenamiento del territorio en dimensiones regional e interregional, en tanto que el sistema urbano y las prioridades en el agro se alejaron de las serranías y se centraron en la ocupación de aluviones y humedales. En la obra de Ángel García Zambrano (1992, 2000) se encuentran refe- rentes culturales mesoamericanos en lo tocante al poblamiento y la se- lección de sitios para fines urbanos, así como para lo acontecido durante la etapa colonial temprana, cuyo proceso más dramático desde el punto de vista urbano, fue el traslado a sitio más llano de la mayor parte de los Geografía histórica y medio ambiente 43 asentamientos del México central y meridional, desplazamientos que se verificaron a distancias más prolongadas, conforme el espacio resultase más ajeno −ya por ser muy montañoso, ya por ser muy cálido o muy hú- medo− al modelo rural o urbano del pensamiento castellano. La ocupación del suelo, dominio territorial y sujeción ideológica de las naciones mesoamericanas fueron paulatinos, por lo que el largo siglo xvI en México reconoce dos periodos claramente distinguibles: durante el primero, la vitalidad indígena pervive e influye decisiones políticas y de índole urbano-territorial, esto a pesar de las limitaciones que le sig- nificaron el súbito dominio militar y político y la progresiva imposición de esquemas culturales ajenos. Aunque los españoles lograron el traslado de la mayor parte de los asentamientos a parajes menos escabrosos, la disposición y orientación de iglesias y edificios públicos se llevó a cabo en muchas ocasiones siguiendo los influjos de las prioridades cosmo- gónicas indígenas en el espacio, incluso de ciudades principales como Oaxaca y Puebla, ambas con una particular orientación noroeste-sureste. En el caso de la Ciudad de México, por su situación lacustre, y elegida por Hernán Cortés como capital de la Nueva España en razón de su fácil defensa, cuenta con una alineación levemente inclinada hacia el noreste- suroeste, sin que sus principales edificaciones guarden una orientación que fuese significativa a los principios cosmogónicos prehispánicos, esto posiblemente debido a la mutación urbana entre la ciudad herreriana del siglo xvI y la ciudad barroca del xvII y principios del xvIII. Por su parte, el medio rural no había sido trastocado en lo fundamental; la mayor parte de la tierra seguía perteneciendo a las comunidades indígenas que, en un primer estadio de intervención económica española, tributaban primor- dialmente los mismos productos que les habían exigido las hegemonías políticas indígenas. En estas comunidades, la merma de población no era grave todavía y no habían ocurrido profundas transformaciones a su entorno inmediato. En contraposición, el segundo periodo de intervención económica y política europea en Mesoamérica se caracterizó por una alteración radi- cal del paisaje, proceso en el que el crecimiento exponencial de los ga- Gustavo G. Garza Merodio 44 nados de origen euroasiático, la introducción (consciente o subrepticia) y expansión de biota ajena, las técnicas agrícolas y las necesidades de la ingeniería y la arquitectura europeas transformaron profundamente las facies vegetales en un ámbito que abarca la totalidad del altiplano meri- dional, buena parte del central y las tierras altas de Oaxaca. El grado de despoblamiento alcanzado hacia las últimas décadas del siglo xvI facili- tó tanto el mercedamiento de grandes cantidades de suelo que recalaron principalmente en manos europeas, base de las futuras haciendas, como el reacomodo definitivo de la casi totalidad de la población indígena su- perviviente en pueblos dispuestos en traza y policia, procedimiento co- nocido como congregaciones. El despoblamiento fue consecuencia de terribles epidemias, siendo las más acusadas, de acuerdo con Florescano (1986:156), las ocurridas hacia 1532, 1538, entre 1543 y 1548, 1563 y 1564 y la “gran pestilencia” de 1578 a 1581. En general, se acepta que las más funestas fueron las habidas en la década de 1540, cuando el ham- bre, el tifo y las viruelas redujeron la población considerablemente (Liss, 1986:117-118), y la acaecida en la década de 1570, definida como la más grave, ya que “resultó tan mortífera que de tres partes de los indíge- nas; murieron las dos ...
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