Logo Studenta

Giro cultural y espacialización de la ciencia social

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Giro cultural y espacialización de la ciencia social: geografía histórica, geografía cultural y medio ambiente
El denominado giro cultural o lingüístico comenzó a configurarse hacia fines de la década de 1980, ante la falta de respuestas que en las ciencias sociales y las humanidades se detectaban ante los rígidos esquemas de las formas neopositivista y marxista de hacer ciencia. Curiosamente, en el momento en que las tesis neoliberales comenzaron a predominar en el quehacer económico mundial y el bloque soviético se desmoronaba, dicha coincidencia hace más trascendentes los aportes de los iniciadores del giro cultural, el cual se convirtió en un referente indispensable ante un capita- lismo prácticamente global, cuyas contradicciones, fundamentadas en el desmantelamiento de los Estados, se hicieron más evidentes y radicales. La tendencia cultural o lingüística en las ciencias sociales significó una nueva lectura del mundo en su conjunto, de la realidad histórica y del cambio social, dando lugar al fin del paradigma positivista-historicista (Morales, 2005:10) como paradigma predominante, en particular en las corrientes francesa y anglosajona, siendo de tal trascendencia estas nue- vas definiciones teóricas que a la fecha han transformado el conocimiento social en general y el geográfico y el histórico en particular. Uno de los aportes más relevantes de esta nueva forma de entender la ciencia, es que se reconoce que ésta se encuentra sujeta a intereses institucionales y políticos, y que los propios paradigmas establecidos pueden obedecer a intereses de grupos económicos o políticos. Es decir, que la visión del científico social puede ser indirecta, mediatizada y fragmentaria. Uno de los preceptos afectados ante el debilitamiento de los pensamientos absolutos fue el naturalismo científico, lo que condujo a una necesaria revisión de las formas de entendimiento de la relación sociedad-medio y de los discursos naturalistas y físicos, incapaces de dar respuesta ante la vulnerabilidad de millones de seres humanos supuestamente sujetos a los vaivenes de la naturaleza, y cuya vulnerabilidad en realidad radica en las imposiciones económicas y políticas dictadas por el sistema Mundo en la construcción del espacio.
Por otra parte, los constructores teóricos de la ciencia social detec- taron hacia las décadas de 1960 y 1970 que los modelos estructuralistas, neopositivistas y marxistas, eran ajenos a las formas y determinantes en la construcción del espacio, por lo que ocurrió lo que comúnmente deno- minamos ‘espacialización de la ciencia social’. Este sopesar los aspec- tos histórico-territoriales desde diversas disciplinas las enriqueció y fue especialmente valioso para la geografía, al situarla en el centro de los debates sobre la ciencia social, habiendo sido ajeno a ellos tanto durante la segunda mitad del siglo XIX, dada la fuerte carga naturalista de la dis- ciplina practicada por aquel entonces, como cuando la regionalización y el posibilismo la revistieron y la alejaron de las cuestiones ambientales durante las primeras seis décadas del siglo XX. Su vinculación con el giro cultural proviene del reconocimiento de las características sociopolíticas y culturales de cada país, e incluso de regiones al interior de éstos, como elementos primordiales en la construcción teórica de la ciencia, por lo que ciertas perspectivas e intereses temáticos cambian de unos países con respecto a otros (Sunyer, 2010:146).
Este nuevo entendimiento del quehacer de la ciencia social tiene en- tre sus primeros practicantes al italiano Carlo Ginzburg (1989), quien criticó a los denominados modelos macrosociales, los cuales a partir de la generación de leyes, generalizaciones o regularidades, tal y como se desarrolla la ciencia positivista, pretendían explicar la realidad social. En contraposición, Ginzburg propone un trabajo científico que se configure a partir de la recopilación de huellas, rastros o síntomas, labor en la que el conocimiento histórico guarda un lugar primordial, siendo para este autor una disciplina que se caracteriza por ser irrepetible, singular y cua- litativa. Estas mismas características se creen plausibles para el quehacer geográfico, el cual a través de esta lectura pasa de la finalidad objetiva a la subjetiva; escudriñamiento del espacio, el paisaje y el territorio en el que se da prioridad al análisis de la narrativa, lo que desnuda al conoci- miento que del mundo se tiene de las múltiples interpretaciones que sur- gen a través de la utilización del lenguaje desde las diversas realidades.
De acuerdo con Clifford Geertz (1973), en el entendimiento de la cultura es prioritario el estudio de los signos. Su estructura y la relación entre el significante y el concepto de significado. Así, desde la antropolo- gía, Geertz propuso una manera de hacer ciencia social alejada de leyes y simetrías conceptuales, siendo esta renovada aproximación interpre- tativa y no cuantificadora de los procesos sociales. Así, el paisaje y el territorio, estudiados por la geografía y la antropología, reconocen un significado de índole metafísico, en tanto que los elementos culturales comienzan a ser incluidos como parte fundamental de la construcción del espacio. En la explicación de lo social desde la perspectiva cultural, resulta de gran importancia la utilización del concepto etnogeografía, el cual versa sobre la forma en la que la diversidad de pueblos asume sus formas de concebir y construir su paisaje y organizar su territorio. Por su parte, Federico Fernández (2006:220) considera que la geografía cultural es una manera de estudiar el espacio y no necesariamente una rama de la ciencia geográfica. Para este autor, la geografía cultural no solo estudia los aspectos culturales del espacio, así como el espacio visto a través de los cristales de las diferentes culturas. Así, para Fernández la geografía cultural es más que un área del conocimiento, es una posición desde la cual el investigador observa líneas de investigación, necesariamente multidisciplinarias, en las que no se separa a lo físico-biológico de lo social. Por ello, Paul Claval (2001:11) aduce que la cultura no constituye un sector particular de la vida, sino que desempeña un papel en todos los dominios de la geografía. En este punto, cabe insistir que esta manera de conducir las disciplinas sociales es de la mayor relevancia para el contexto latinoamericano y mexicano, al ser ámbitos que surgen muy recientemente como consecuencia de la irrupción europea.
Al tratar sobre paisaje con anterioridad, se adujo que la escala local era la propia para este tipo de estudio. En este sentido, el ya mencionado Claval (p. 34) propone un cambio de escala en los estudios culturales ante la imposibilidad de aprehender la cultura china o la árabe, pero, a cambio, es fácil observar cómo se construyen las categorías utilizadas por un grupo particular en un ambiente dado. Al desprenderse de los modelos macroeconómicos y macrosociales, la geografía en su conjunto se revitalizó y en ello jugó un papel fundamental el renovado entendi- miento del paisaje, ya no como estructura y conjunción de elementos físicos, sino como método de análisis, en el que se incluyen las causas subyacentes, las cuales pueden llegar a operar desde escalas ajenas a las del paisaje bajo escrutinio.
Asimismo, es de vital importancia la inclusión de las representacio- nes de los habitantes locales y las formas de entender y percibir su espa- cio (Norton; 2000:14). En esto último, el investigador debe, siguiendo a Fernández (2006:234), reconocerse en el paisaje, orientarse a partir de él, identificar las marcas en el territorio, averiguar el origen del nombre asig- nado a la localidad o paraje y enumerar las instituciones más visibles que lo caracterizan, dando prioridad al manejo de diversas escalas que se plas- men en un mismo espacio. Cabe agregar que el entendimiento que desde la geografía cultural se realiza, con respecto a la actuación de los diversos grupos culturales sobre el entorno, no significa que elinvestigador deba callar ante prácticas que atentan contra la biodiversidad y los elementos físicos del relieve, siendo necesario que el geógrafo esté atento a las acti- vidades que vulneran tanto al ambiente, como al patrimonio cultural y los derechos de minorías y colectivos marginales, prestando especial atención a los denominados planes de desarrollo regional o territorial, ante la virulencia que dichos programas, dictados desde la esfera gubernamental o la de los organismos internacionales, suelen mostrar a ras de tierra. La geografía histórica, dedicada al conocimiento de las formas de apropiación del entorno y organización del territorio en duraciones pro- longadas, se vincula profundamente a la geografía cultural, en tanto que ambas comparten temporalidades muy amplias en la explicación de las dinámicas y procesos que les son propias. Asimismo, estas dos vertientes del conocimiento tienen en los estudios del paisaje dedicados a su evolu- ción, métodos que permiten entreverar los aspectos biofísicos y humanos en la construcción de identidades. Desde la geografía mexicana ha sido de vital importancia, en el entrecruzamiento de la geografía histórica y la geografía cultural, la inclusión del concepto altepetl desde comienzos de la década de 2000, el cual permite en su estudio develar tanto as- pectos de las formas mesoamericanas de construir el paisaje, como las prioridades en el territorio que son la base de posteriores intervenciones socioeconómicas y políticas.
La inclusión del concepto altepetl en el estudio de la evolución del paisaje y del territorio en el México central y meridional, permite vin- cular medio ambiente y cultura en una perspectiva de larga duración, en tanto que esta entidad político-territorial identifica en su generación y sustento, tanto recursos como el agua, el suelo o la vegetación, como pa- trones cosmogónicos prestablecidos o jerarquías sociales e interétnicas prexistentes, todo ello, amplio abanico de interrelaciones sociedad-me- dio que hablan del carácter integral de ésta, la unidad político-territorial primordial del posclásico mesoamericano. La extensión de un altepetl, hacia el siglo XVI, variaba considerablemente y estaba directamente rela- cionada a la diversidad en recursos que se puedan obtener en un espacio determinado. En ese orden de ideas, se ha venido trabajando a lo largo de la última década en la comprensión del término altepetl desde la geogra- fía, cuya profunda raíz cultural en lo mesoamericano permite reconocer vínculos entre lo biofísico y lo humano, impresos directamente en las formas de organizar el territorio y construir el paisaje (Fernández et al.,
2006). Trascendente en esta labor ha sido la observación de la transi- ción urbano-territorial del altepetl al pueblo de indios, que fue el fin de la mayor parte de los altepetl. En este sentido, se hace necesario releer la historia urbana, no solo del México central y meridional sino de buena parte de la América Latina, enfocada tradicionalmente a las grandes ur- bes españolas, sin reconocer a profundidad la dinámica urbana de asen- tamientos relevantes que recibieron genéricamente el título de pueblos de indios.
La transición de parámetros civilizatorios en la construcción del pai- saje y organización del territorio de orden mesoamericano, a uno influen- ciado en lo primordial por el pensamiento y necesidades económicas de los europeos, se verificó en dos escalas: la local y la regional. En la pri- mera escala se pueden verificar las transformaciones ocurridas en el pai- saje, mientras en la segunda se puede observar la desarticulación y rearti- culación del territorio mesoamericano en su conjunto. En Mesoamérica, este reacomodo implicó, a escala local y por lo general, el traslado de los asentamientos a parajes más llanos; en tanto que en lo regional, dio lugar a que asentamientos que con anterioridad no eran sustancialmente superiores en jerarquía a sus vecinos o incluso carecían de ella, se con- virtieran en centros de poder político y económico.
3

Continuar navegando