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LA CARTOGRAFIA EN EL IMPERIO BIZANTINO

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LA CARTOGRAFIA EN EL IMPERIO BIZANTINO
El Imperio romano se escindió definitivamente es dos partes tras la muerte del emperador
Teodosio, en 395. Poco antes, en 330, el emperador Constantino I el Grande había trasladado la capital del Imperio a la antigua ciudad griega de Bizancio, que pasó a denominarse Nueva Roma y después Constantinopla. La fecha de la caída del Imperio romano de Occidente se suele situar en el año 476, cuando Odoacro, caudillo de la tribu germánica de los hérulos, depuso al último emperador, Rómulo «Augústulo».
El mundo romano continuó en el Imperio bizantino, pero a partir del siglo VII, en tiempos de Heraclio I, la lengua oficial pasó a ser el griego, y el Imperio adquirió un carácter marcadamente helenístico, aunque dentro de la orientación cristiana. Alcanzó su auge en tiempos de Justiniano I (siglo VI), que llegó a controlar Italia, la costa de África y sureste de Hispania, pero a partir del siglo VII inició una larga decadencia, con algunos periodos de recuperación, derivada de sus luchas contra las tribus eslavas del norte, los persas y los árabes, que fueron arrebatando importantes territorios. En la segunda mitad del siglo VII la expansión musulmana arrebató para siempre las provincias de Siria, Palestina y Egipto. No obstante, el Imperio bizantino perduró casi mil años, hasta 1453, aunque en los últimos siglos su extensión y poder eran muy limitados, y al tiempo de la caída de Constantinopla el Imperio era poco más que la propia ciudad y algunos territorios circundantes o aislados.
El Imperio bizantino fue el heredero del saber del mundo clásico grecorromano, con importantes ciudades donde prosperaba la cultura, no solo Constantinopla, también Alejandría, Pérgamo, Antioquía, Éfeso y Tesalónica. Por ello resulta paradójico, como dice Dilke, que hayan dejado tan pocos rastros de su interés por la cartografía. No hay duda de que sufrió varios sucesos que fueron desastrosos para la conservación de los manuscritos, como la decadencia y desaparición de la Biblioteca de Alejandría, la destrucción provocada por el movimiento iconoclasta, el saqueo de Constantinopla por los cruzados en 1204, el desinterés de la cultura cristiana por las obras paganas y la conquista musulmana. Pero aun así, es sorprendente la escasez de material cartográfico del Imperio bizantino que ha llegado hasta nosotros. Por un lado, no obstante estar asentado sobre territorio de la Grecia clásica, parece que siguiendo la tradición romana, sus fuentes principales del conocimiento geográfico fueron el mapa de Agripa y los itinerarios romanos en lugar de la obra ptolemaica. Por otro lado, el auge del cristianismo perseveró para sustituir la ciencia clásica por las «nuevas verdades» derivadas de las Sagradas Escrituras. La vida intelectual del mundo cristiano estuvo centrada en la Iglesia, regida por los Padres de la Iglesia, generalmente obispos, para los que la Biblia era la única referencia.
Ello no obstante, no puede afirmarse que la cartografía científica, no influida por el cristianismo, sufriera una total desaparición. Como ha expuesto A. Papadopoulos, es cierto que no sabemos mucho sobre la producción cartográfica bizantina, que parece haber jugado un escaso papel en la ciencia, pero hay argumentos que permiten suponer que no fue abandonada. Gran parte de sus conocimientos fueron aprovechados por el islam a partir del siglo VII, con su magna obra de traducción de obras helenísticas, entre ellas, la obra de Ptolomeo, y sobre todo, importantes eruditos - geógrafos y cartógrafos - se trasladaron a Occidente a raíz de la presión musulmana sobre Constantinopla, y no solo llevaron consigo sus manuscritos (y es probable que algunos reposen sin redescubrir en las grandes bibliotecas, como la Vaticana), sino que continuaron su labor trabajando o enseñando en centros de doctrina, en Florencia, Venecia y Roma (Colegio Quirinal). Merecen citarse personajes
como Gemistus Pletho, Markos Mousouros, Zacharias Kallergis y Nikolaus Sophianos, cuyos textos y enseñanzas fueron aprovechados por los cartógrafos del Renacimiento. En suma, durante el Imperio bizantino la ciencia geográfica y cartográfica pudo subsistir en reductos aislados, alrededor de los antiguos centros de cultura, eruditos y bibliotecas monásticas (Monte Athos, Santa Catalina en Sinaí), como ocurrió en los monasterios medievales de Europa, no obstante la preponderancia e influencia del cristianismo.
La referencia literaria más importante que se conserva sobre cartografía bizantina es el mapa del Imperio confeccionado en 435 por orden del emperador Teodosio II, que gobernó desde 408 hasta 450. Se conoce su existencia por un texto contenido en la obra geográfica de Dicuil De Mensura Orbis Terrae, escrita hacia el año 825. Al parecer, se trataba de un texto escrito con la descripción del mundo (conocido como la «Divisio»), casi con seguridad derivado del mapa de Agripa, probablemente actualizado, y acompañado de un mapa. La obra fue realizada por dos comisionados del emperador. Dicuil transcribe un texto en forma de poema, edactado en hexámetros latinos, en el que los autores se dirigen al emperador presentando su trabajo. En el poema se dice que la obra comprende todo el mundo, mares, montañas, ríos, puertos, estrechos, ciudades y zonas no conocidas; que ambos sirvientes del emperador («mientras uno escribía, el otro pintaba», dice el poema) han seguido el trabajo de anteriores geógrafos, revisándolo y mejorándolo; y que han realizado su labor «en no muchos meses».
Hay otras referencias a textos geográficos, pero carecían de mapas. Tal es el caso de una obra anónima que describe la ciudad de Constantinopla, denominada Urbs Constantinopolitana nova Roma, citada por Riese, al igual que otra descripción de Constantinopla de mayor envergadura efectuada por un tal Marcellinus, con listas de los catorce distritos de la ciudad y sus más importantes edificios, obra recomendada por Casiodoro en sus Institutiones, pero que no puede compararse con el imponente plano de Roma «Forma Urbis Romae», del siglo I. Se conocen también referencias a proyectos catastrales de reorganización de la propiedad, por ejemplo, uno encomendado por Teodosio II sobre el valle del Nilo y otras zonas del Imperio, aunque de la parte del texto que ha sobrevivido no puede deducirse que fuera acompañado de un mapa. Todo ello permite afirmar que el uso práctico de los mapas, propio de los romanos (planos urbanos y catastrales), cayó en desuso.
Lo mismo puede decirse de los itinerarios. No se conoce ningún «itinerario picta» que pueda compararse a la Tabla Peutingeriana romana. El principal itinerario que ha sobrevivido es conocido como la Cosmografía de Rávena. Es una obra anónima, probablemente de finales del siglo VI, escrita por un monje de Rávena, que en aquella época (de 540 a 751) era el centro del poder bizantino en Italia. Es una lista de unas cinco mil localidades, desde Britania a Asia, ordenadas de forma pretendidamente topográfica, aunque sin una correcta sistemática y sin una selección metódica. Pero es destacable, indica Dilke, que por la mención de sus fuentes (Castorius, Osorius y otros autores), y otras que pueden deducirse, parece que manejó una importante selección de mapas y textos, existentes y disponibles, por tanto, en la Italia de la época. Algunos autores sugieren que pudo disponer, incluso, de una versión limitada de los textos de Ptolomeo o de Marino de Tiro para la enumeración de listas de ciudades de Asia, y de un texto desconocido, de la época de los Severos, para las ciudades de Britania.
Aparte de varios mosaicos de interés limitado, los únicos mapas importantes que han subsistido de la época bizantina son el mapamundi de Cosmas Indicopleustes y el famoso mapa-mosaico de Madaba, pero no son mapas geográficos, pues su finalidad no era la enseñanza geográfica sino de la imagen del «mundo cristiano».
La influencia del cristianismo y de sus más vehementes defensores impusieron su perspectiva, al considerar las enseñanzas de Aristóteles y de los antiguos científicoscontrarias a las Sagradas Escrituras. La Biblia era el libro del saber por antonomasia, la fuente del conocimiento, superior a los escritos paganos, y de ahí que para los apologistas cristianos las doctrinas científicas helenísticas fueran consideradas irrelevantes e innecesarias, cuando no peligrosas.
En el ámbito geográfico se llegó a discutir la esfericidad de la Tierra, que se consideraba irrisoria y herética por no ajustarse al texto de la Biblia. Es conocida la cita de Lactancio, designado por Constantino como preceptor de uno de sus hijos (Crispo), que escribió sobre la supuesta esfericidad terrestre lo siguiente: ¿Puede alguien ser tan insensato como para creer que hay hombres con los pies más altos que sus cabezas, o lugares donde llueva hacia arriba? No faltaron autores cristianos, como Basilio el Grande, obispo de Cesárea de Capadocia, y su hermano Gregorio, obispo de Nisa (ambos lugares en Capadocia, actual Turquía), respetuosos con las tesis aristotélicas, pero en general se impuso la «cristianización» de la geografía, fundada en la concepción resultante de las Sagradas Escrituras (Diodoro de Tarso, Juan Crisóstomo, Severiano de Gábala….).
En esta tendencia se sitúa Cosmas Indicopleustes, que llevó a su máxima expresión la literalidad de la Biblia, incluso calificando de herejes a los defensores de la esfericidad terrestre. Cosmas forma parte de la historia de la cartografía por la inclusión en su obra de un mapa con la configuración del mundo, que no obstante su imperfección, puede considerarse el primer mapamundi medieval cristiano del que se tiene conocimiento. Conanterioridad, existió el mapa de Jerónimo, del siglo IV, pero al sernos conocido por una copia europea del siglo XII se estudia en el capítulo de la Europa medieval.

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