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La montaña

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La montaña: su percepción y su manejo en el México prehispánico
En cuanto a temáticas de índole ambiental dentro de la geografía his- tórica contemporánea, Pere Sunyer (2010:164-165) enumera, aunque como espacios marginales, los siguientes: desiertos, montañas, humeda- les, selvas y polos, destacando este autor, dentro de dichos ámbitos, el estudio de los espacios montañosos, sus habitantes y su incorporación al sistema mundo. El carácter marginal que pueden manifestar las serranías o los conos volcánicos en la actualidad es contrario a la primacía que guardaban en el México prehispánico, como símbolos de civilización, referentes en la construcción del paisaje y base de la organización del territorio.
Así, bajo el esquema territorial mesoamericano, la ocupación del in- terior de las serranías en las proximidades de sus parteaguas fue común, ya que esto permitía acceder a una mayor cantidad de pisos ambientales en menor distancia, y sacar gran provecho de la inmediatez de la doble exposición, interna hacia los altiplanos y externa hacia la llanura costera del Golfo de México o el océano Pacífico, existiendo casos, como el de la confederación de Metztitlán que, en menos de diez kilómetros a la redonda, desde la cima del edificio volcánico que funcionaba como nodo principal en la articulación de su territorio, podían obtenerse recursos de climas templados y cálidos, ya secos, ya húmedos (Fernández et al., 2006). Por otra parte, al interior de las sierras o en algunas de sus por- ciones más abruptas se presenta el ecotono de transición entre los reinos vegetales neártico y neotropical, lo que garantiza una de las mayores variedades florísticas del planeta. A esta riqueza en bastimentos, se debe agregar que varias de las ciudades-Estado que se situaron antes de la conquista española en lo más abrupto de las sierras, habían controlado centenariamente el flujo comercial entre las tierras bajas y las tierras al- tas, ya que los puertos de montaña que controlaban eran los ‘espacios bisagra’ que vinculaban a las rutas comerciales que utilizaban los cauces que nacían en sus proximidades, como rutas naturales de intercambio.
Resumiendo, se puede argüir que a principios del siglo XVI, en el México central y meridional, predominaba un paisaje construido y un territorio organizado alrededor de las bondades y mantenimientos que brindaban lo sinuoso y lo fértil, concepción del mundo opuesta a la per- cepción ‘occidental’, en la cual se define a las montañas como espacios feraces y poco aptos para lograr la vida civilizada (Sahagún, 1975:660- 661). La oposición de estas construcciones espaciales divergentes y los medios y modos de producción europeos condujeron paulatinamente al abandono de las sierras, a su conversión en espacios marginales en lo económico y lo político, y a la constitución de un orden en el que el cen- tro de los valles y cuencas se convirtieron en la base de las jerarquías te- rritoriales. Las excepciones en este nuevo orden en Mesoamérica, fueron los espacios serranos ocupados por causa de la actividad minera.
En la experiencia de abordar la transformación de los espacios mon- tañosos de México, desde la geografía histórica y la geografía cultural, se han estudiado tres casos, todos localizados sobre las sinuosas márgenes del altiplano meridional de México: las cañadas de Metztitlán y la Sierra Alta en Hidalgo, el municipio de Pahuatlán en Puebla y el municipio de Tenango del Valle. En los dos primeros casos se ha constatado el cambio de sitio de los asentamientos prehispánicos (Tepatetipa en Metztitlán y Atla y Xolotla en Pahuatlán) y la fundación de un poblado, que a la vista de los españoles, resultara en un sitio más adecuado (villas de Metztitlán y Pahuatlán); en ambos casos, las cabeceras fundadas son más vulnera- bles a los deslizamientos de tierra. En el caso de Tenango, tanto Tenango del Valle como Atlatlahuca se trasladaron al suelo llano inmediato a los antiguos centros ceremoniales. Asimismo, el análisis del área de Tenan- go del Valle permitió dar una nueva lectura a la historia territorial de la cuenca alta del río Lerma en su conjunto, en tanto que se consideró el
control de este espacio como primordial en la organización de un esque- ma territorial duradero durante la era prehispánica.
En todos estos traslados y reacomodos se observa en la escala re- gional, cómo las rutas comerciales ancestrales desaparecieron y cómo la marginalidad sentó sus reales en estos abruptos paisajes desde el si- glo XVI. Otra conclusión interesante de los casos estudiados, es observar cómo las antiguas cabeceras, hoy en día menores por mucho a las ac- tuales sedes del poder económico y político local, mantienen una seria rivalidad con éstas, y cómo para los habitantes de las villas fundadas por españoles, los habitantes de los antiguos asentamientos son considerados pueblos de gente atrasada y montaraz.

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