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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO POSGRADO EN ANTROPOLOGÍA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS INSTITUTO DE INVESTIGACIONES ANTROPOLÓGICAS LENGUA, HISTORIA Y GENÉTICA DE LOS OTOMÍES DEL VALLE DEL MEZQUITAL: UNA MIRADA INTEGRAL T E S I S QUE PARA OPTAR AL GRADO DE MAESTRA EN ANTROPOLOGÍA P R E S E N T A A N A I T Z E L J U Á R E Z M A R T Í N TUTORA DE TESIS: DRA. BLANCA ZOILA GONZÁLEZ SOBRINO CIUDAD DE MÉXICO 2009 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A mis padres, a mi hermana, a Andrés AGRADECIMIENTOS A la Universidad Nacional Autónoma de México, a la que debo mi formación –también la académica–. Al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología por el apoyo financiero otorgado a través del Programa de Becas Nacionales y del proyecto “Herencia biológica y cultural. Un estudio sobre nahuas coras y huicholes” (CONACYT P48481). Asimismo agradezco el apoyo del proyecto “Genética y cultura entre tarahumaras, coras, huicholes y nahuas” (PAPIIT-UNAM IN402507). Ambos proyectos están a cargo de Blanca Zoila González Sobrino, a quien me gustaría manifestar mi más sincera gratitud por el soporte teórico, económico y logístico brindados para elaboración de la presente investigación. A los miembros del jurado: Yolanda Lastra Suárez, Ana María Salazar Peralta, Abigail Meza Peñaloza y Carlos Serrano, gracias por sus valiosos comentarios, sugerencias y por su entera disposición en la revisión de la tesis. A Luz María Tellez y Verónica Mogollán por el tiempo extra, por el apoyo incondicional y por brindarme un refugio siempre abierto. Sin el entusiasmo brindado por los voluntarios del Valle del Mezquital, este esfuerzo no hubiera sido posible. A ellos está dedicado este trabajo, esperando retribuir de alguna manera a su amable colaboración. ÍNDICE GENERAL INTRODUCCIÓN 6 CAPÍTULO 1. ENTORNO FÍSICO Y SUBSISTENCIA EN EL VALLE DEL MEZQUITAL 17 Características geográficas 17 Historia de un pueblo y un territorio 24 - Antecedentes históricos 32 - El Mezquital a partir del siglo XVI 50 - Proyectos modernos y la situación actual 59 CAPÍTULO 2. ORÍGENES Y LENGUAS: EL CASO OTOMÍ 62 El otomí en contexto 64 Breve historia de la lengua otomí 67 El controversial origen de los otomíes 69 Mesoamérica: hacia una mirada pluriétnica 77 CAPÍTULO 3. ESTRUCTURA FAMILIAR Y ORGANIZACIÓN SOCIAL 81 Estructura social y la formación de familias en el Mezquital 83 Semblanza histórica de las relaciones interétnicas en el Mezquital 89 Los otomíes del Mezquital en cifras 96 Referencias antropofísicas en grupos de filiación otopame 101 CAPÍTULO 4. VARIACIÓN DE LOS HAPLOTIPOS MITOCONDRIALES ENTRE LOS OTOMÍES DEL MEZQUITAL 106 Planteamiento de la investigación 106 Evidencias de la herencia mitocondrial 107 El ADNmt y la polémica en torno al poblamiento de América 117 Materiales y métodos 127 Resultados 135 Análisis de datos 138 CONSIDERACIONES FINALES 155 APÉNDICES 171 BIBLIOGRAFÍA 186 ÍNDICE DE CUADROS Cuadro 1. Reinos o señoríos que conformaron el Valle del Mezquital 28 Cuadro 2. Resumen de los trabajos bioantropológicos en otomíes del Mezquital 103 Cuadro 3. Diferencias entre el código universal y el código del ADNmt 111 Cuadro 4. Municipios que componen la muestra 129 Cuadro 5. Resumen de los marcadores genéticos utilizados 131 Cuadro 6. Frecuencias de los haplotipos mitocondriales 136 Cuadro 7. Diversidad genética (H) y distancias genéticas 145 Cuadro 8. Análisis molecular de varianza (AMOVA) 148 ÍNDICE DE FIGURAS Figura 1. Gradiente de vegetación del Valle del Mezquital 23 Figura 2. Diferenciación del otomangue según la glotocronología 72 Figura 3. Regiones del ADN mitocondrial humano 113 Figura 4. Relación entre los estadísticos F 140 Figura 5. Árbol neighbor-joining generado a partir de los valores FST 150 ÍNDICE DE GRÁFICAS Gráfica 1. Distribución de las principales lenguas indígenas en Hidalgo 64 Gráfica 2. Estado civil de la población indígena del estado de Hidalgo 85 Gráfica 3. Distribución de la población indígena durante el virreinato 99 Gráfica 4. Distribución de la población por grupos de edad 100 Gráfica 5. Frecuencias mitocondriales entre los otomíes del Mezquital 135 ÍNDICE DE MAPAS Mapa 1. El estado de Hidalgo en el territorio nacional 18 Mapa 2. Límites geográficos del Valle del Mezquital 21 Mapa 3. Municipios que conforman la región de estudio 31 Mapa 4. Principales lenguas indígenas del estado de Hidalgo 66 Mapa 5. La travesía humana de acuerdo con el ADN mitocondrial 123 Mapa 6. Distribución de los voluntarios del muestreo por municipio 128 Mapa 7. Distribución de los haplotipos A, B, C y D del ADNmt en México 137 INTRODUCCIÓN Consciente de que toda pregunta antropológica está formulada a partir de cierta diversidad observable, nuestra reflexión se dirige hacia aquellos “que parecen tan similares al ser propio, que toda diversidad […] puede ser comparada con lo acostumbrado” y sin embargo, son tan distintos que su examen se convierte en un reto teórico y práctico (Krotz 1994: 8). A partir de lo diverso es que se puede construir un contexto de alteridad. La alteridad nace del contacto cultural y se remite permanentemente a él, captando el fenómeno de lo humano de un modo especial y por ello, es la categoría central de una pregunta antropológica específica. Podría decirse que es la perspectiva que elabora la antropología como disciplina científica acerca de los fenómenos sociales (ibidem: 11). La alteridad no sólo es algo diferente, en abstracto, sino que marca lo que no es uno, aunque no necesariamente sea tan distante. El estudio es sobre los otomíes1 del Valle del Mezquital, partiendo del hecho de que existen rasgos o comportamientos culturalmente significativos entre ellos, que se exhiben distintos a aquellos formulados por las sociedades que responden a dinámicas cada vez más globalizadoras. Entonces, cabe cuestionarse ¿cómo se ha logrado reproducir la moderna sociedad otomí del Valle del Mezquital desde la tradición? Tomemos en cuenta que las sociedades tradicionales viven en la modernidad y se reproducen en la tradición de su vocación agraria precapitalista de autoconsumo por lo que son contrastantes con el desarrollo globalizador (Salazar 2007). 1 En este trabajo utilizaré el término castellano de origen nahua "otomí" en lugar de hñähñü o cualquiera de sus variantes, para referirme a este grupo étnico y su idioma. INTRODUCCIÓN 7 De la diversidad que actualmente muestran los otomíes del Mezquital resulta interesante analizar cómo los procesos históricos, que involucran crisis demográficas,migraciones, colonizaciones, aislamientos geográficos, pueden impactar de manera distinta en los fenómenos lingüísticos y en los genéticos. La diversidad lingüística con frecuencia ha dado pie a imaginar correspondencias entre los grupos definidos por el análisis lingüístico y/o etnográfico, con pretendidos grupos «biológicos» (o genéticos). Así, los grupos determinados lingüísticamente suelen ser concebidos como unidades culturales, con identidades étnicas claras. Por identidad étnica entendemos el constructo sociocultural e histórico dado por el conjunto de normas, reglas, espacios, prácticas y creencias compartidas en las que la lengua ocupa un lugar central desde dos puntos de vista: 1) como un elemento cristalizador de la identidad, en tanto sistema de signos donde confluyen representaciones, símbolos e identificaciones colectivas y 2) considerada como práctica discursiva, la lengua es un elemento constitutivo de la identidad étnica en tanto que integra las interacciones sociales, es decir, como parte de la acción comunicativa y simbólica (Sierra 1987: 82). En este sentido, los trabajos sobre identidad étnica privilegian el lugar de la lengua, como elemento simbolizador y cohesionador de una cultura, llegando así a identificarla con el grupo étnico. Sin embargo, se debe tomar en cuenta que si bien lengua, cultura y etnicidad se interrelacionan, son variables independientes (Wright 2005b: 26). El Valle del Mezquital se caracteriza por la relativa estabilidad de la población indígena y por la conservación de la lengua otomí, en contraste con otras regiones ocupadas por ellos, donde el número de hablantes es cada vez más reducido (Galinier 1987: 17). INTRODUCCIÓN 8 Dentro de las ideas, valores y patrones de comportamiento que conforman la cultura, se eligió abordar al grupo otomí por la vigorosidad con la que se presenta en la actualidad y por reflejar la diversidad lingüística en el Mezquital, en relación a otras lenguas mayoritarias. La lengua es un aspecto muy importante de su cultura, pero no es suficiente en sí misma para definir al grupo otomí. Por tanto, será considerada como uno de muchos aspectos del mosaico cultural más complejo y variado. Aunque la lengua sea sólo un indicio entre otros respecto a la pertenencia cultural, puede revelar un origen étnico. En nuestro grupo de estudio, la identidad lingüística es muy poco cuestionable: los otomíes son los hablantes de un conjunto de lenguas, estrechamente emparentadas, que descienden del idioma proto-otomí hablado hace varios siglos en el centro de México. No obstante, la existencia de una “cultura otomí” es menos clara, ya que desde tiempos remotos los hablantes de otomí han estado mezclados con otras comunidades lingüísticas. La extraordinaria sucesión y mezcla de culturas hace del análisis una tarea difícil, y sería cuestionable empeñarse en encontrar límites claros y discretos entre las poblaciones definidas como otomíes. En nuestra perspectiva, en lugar de precisar sus particularidades, buscamos analizarlos en su contexto histórico, geográfico y sociocultural. El eje del estudio es la diversidad otomí a partir de su adscripción lingüística y variabilidad genética, situados en una dimensión temporal y espacial. Aunque algunos autores opinan que genes y lenguas participan de una misma historia de coalescencias y aislamientos evolutivos (Cavalli-Sforza 2000: 155), es pertinente señalar que la diversidad genética perceptible por el observador se expresa a nivel del fenotipo, mientras que la variabilidad lingüística es en sí misma, una expresión de la diversidad cultural, siguiendo cada una su propio ritmo. INTRODUCCIÓN 9 REFERENTES TEÓRICOS Y EJES METODOLÓGICOS En el intento por analizar la diversidad lingüística y genética entre otomíes del Valle del Mezquital como resultado de procesos históricos, es primordial destacar el papel que ha jugado la organización del espacio en dos sentidos: como la realidad material preexistente a todo conocimiento y toda práctica, y al fungir como un «contenedor» que nos permite delimitar nuestra región de estudio. El espacio apropiado y valorizado –instrumental y simbólicamente– por los grupos humanos constituye un territorio. En su dimensión instrumental, el territorio responde a las necesidades económicas, sociales y políticas de cada sociedad, sustentadas por las relaciones sociales que lo atraviesan. Asimismo, el territorio también es espacio de sedimentación simbólico-cultural y soporte de identidades individuales y colectivas. Así definido, el territorio se pluraliza según escalas y niveles históricamente constituidos que van desde lo local, hasta lo supranacional, pasando por escalas intermedias como el municipio, la región y la nación. Estas diferentes escalas están empalmadas entre sí. Como organización espacial, la región es el punto de conjunción o bisagra entre los territorios próximos o locales y los lejanos o nacionales. La región es el constructo resultante de la intervención de poderes económicos, políticos o culturales del presente o del pasado (Giménez 2000: 23, 34). Aunque frecuentemente imbricada en la región geográfica, económica o geopolítica, la región como constructo cultural, puede o no coincidir con los límites de aquellas. Desde esta perspectiva, el espacio físico del Valle del Mezquital conforma una región sociocultural, que nace del pasado en común vivido por la colectividad adscrita a él y permite que la población recree su vida INTRODUCCIÓN 10 en el ámbito tanto individual como colectivo, cultural y biológico (Oliver et.al. 2003: 108). Los territorios se transforman y evolucionan en razón de distintas circunstancias geopolíticas y geoeconómicas, por ende, el entorno geográfico y sociocultural imprime un sello distinto en las comunidades que interactúan con él (Giménez 2007: 117). Aunque el Valle del Mezquital es una región sociocultural en sí misma, a lo largo de la historia ha estado circunscrita a una entidad política, económica y cultural más amplia conocida como Mesoamérica (Carrasco 1998: 18). Cuando se intenta definir Mesoamérica, por lo general se hace referencia a la definición que Paul Kirchhoff elaboró en 1943 al reunir ciertos criterios materiales como: consumo de maíz, la siembra con coa, la adoración de varios dioses, el no empleo de la rueda, etc. Este término fue forjado como un concepto tentativo para designar el conjunto de las culturas prehispánicas establecidas en un territorio que abarca la parte meridional del actual territorio mexicano, situada aproximadamente al sur del paralelo 21, así como Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua y el norte de Costa Rica. La sistematización de rasgos culturales, como propone el concepto de Mesoamérica, puede dar la impresión de unidad entre las civilizaciones precolombinas de una gran parte de los actuales territorios de México y Centroamérica, sin embargo, si se observa con más detalle, se descubrirá la extrema heterogeneidad de orden lingüístico, artístico y cultural en su interior. Esta ambigüedad fundamental nos remite a la dialéctica clásica entre unidad y heterogeneidad, que confronta el sustrato común en toda Mesoamérica, con el abanico de sus variaciones espacio-temporales. INTRODUCCIÓN 11 Ante este dilema, el reto de nuestra investigación es identificar cuáles son las expresiones de diversidad de los otomíes del Valle del Mezquital que se conservan en el tiempo, detallando las fracturas demográficas provocadas por la llegada de elementos exógenos (i.e. migraciones, epidemias, colonialismo), que no lograron borrar por completo la realidad autóctona, sino que se fusionaron con los elementos previos. Abordar el estudio de la diversidad en el Valle del Mezquital desde una perspectiva cronológica, nos permite dar cuenta de las transformacionesque se suceden durante cerca de tres mil años de historia (eje diacrónico), mientras que el análisis temático de las expresiones de diversidad elegidas para el presente estudio: lingüística y genética, nos posibilita a hacer un alto en el continuum para enfatizar las permanencias entre los otomíes de nuestros días (eje sincrónico). No podemos dejar de lado la problemática que yace en el intento por correlacionar la diversidad cultural con la diversidad lingüística en Mesoamérica, pues uno se enfrenta con que muchos grupos lingüísticamente similares divergieron culturalmente, a la par que muchos otros, con una herencia lingüística diversa, desarrollaron similitudes culturales. Considerando que el territorio se pluraliza según escalas y niveles históricamente constituidos, nuestra investigación plantea el análisis de la diversidad entre los otomíes del Valle del Mezquital en dos niveles: microrregional (o local) y en su adscripción a regiones más amplias (i.e. áreas culturales o estados nacionales). Cuando una sociedad que se desarrolla a escala local es incorporada a los sistemas de escala mayor –a través de conquista o dominación económica–, la alta densidad poblacional y la expansión de los sistemas centralizados a expensas de las minorías, podría conducir a la disminución de cierta diversidad lingüística- INTRODUCCIÓN 12 cultural. Si esta correlación es cierta, sería viable sugerir un patrón en muchas partes del mundo, donde grupos con alta diversidad cultural han sido marginados por la expansión de los imperios o los estados, como propone Smith (2001: 99). Asimismo, algunos antropólogos (cfr. Bodley 1996: 145) perciben las sociedades a pequeña escala (pueblos, aldeas, comunidades) como “reservorios” de la diversidad lingüística, cultural y ecológica debido, en parte, a que la población protege sus recursos naturales, pues de ello depende su subsistencia. Entonces si analizamos la diversidad lingüística como un tipo de expresión cultural, y la genética como la expresión a nivel molecular de la diversidad biológica, podemos postular que: a «gran escala», los sistemas culturalmente centralizados tienden a reducir las expresiones de diversidad lingüística exhibidas por las sociedades que se desarrollan a «pequeña escala». En los términos dialécticos planteados, el nivel de análisis a pequeña escala representa lo heterogéneo, mientras que si se analiza el problema en una escala regional, la disminución de las expresiones de diversidad, puede dar la impresión de cierta unidad aparente. En cuanto al dilema dialéctico entre unidad y heterogeneidad, creo que no hay defensa posible: toda unidad es un espejismo, la realidad es heterogénea, no se puede frenar, ni evitar. Al parecer, la diversidad lingüística puede incrementarse debido a factores de aislamiento entre grupos humanos; al mismo tiempo es claro que la diversidad cultural se conserva incluso en circunstancias de no aislamiento físico (por ejemplo, entre personas que ocupan nichos ecológicos contiguos o bien que pertenecen a la misma área cultural). El hecho de que altas concentraciones de comunidades lingüísticamente distintas coexistan en una misma área, parece ser una constante en la historia de la humanidad. INTRODUCCIÓN 13 Autores como Mühlhäusler (2001: 135) han identificado en el multilingüismo un factor clave en el mantenimiento de la diversidad lingüística y cultural a lo largo de la historia, nadando en contracorriente de las crecientes presiones que buscan la asimilación. La humanidad es una sola especie y en realidad existen pocas barreras geográficas, lingüísticas, o socioculturales que eviten la circulación de información cultural entre unidades culturales, o el flujo genético. Entonces, cabe preguntarse ¿cómo se expresa la diversidad otomí frente a las presiones que buscan la asimilación y cuáles son los factores que han permitido la reproducción sociocultural y biológica de nuestro grupo de estudio? Siendo el objetivo general de nuestro estudio indagar cómo se expresa la diversidad lingüística y genética de los otomíes del Valle del Mezquital en un contexto histórico microrregional y analizar cómo se comporta la diversidad en la escala regional mesoamericana, los objetivos particulares son: - Realizar un recorrido cronológico que de cuenta de la antigüedad y diversidad cultural de los otomíes del Valle del Mezquital, así como de las relaciones interétnicas entre los otomíes y sus vecinos, dentro de la dinámica del altiplano central. - Exponer las características de la lengua otomí, su distribución y su historia para enfatizar las expresiones de diversidad lingüística que aún permanecen. - Estudiar cómo se conforman las familias en el Valle del Mezquital, para examinar si el patrimonio cultural (v.gr. patrón de residencia postmarital y INTRODUCCIÓN 14 relaciones de parentesco) puede expresarse en la composición genética de nuestra población de estudio. - Caracterizar la estructura genética poblacional de los otomíes a partir de las frecuencias alélicas de los haplotipos A, B, C y D mitocondriales. - Calcular el promedio de diversidad genética y diferenciación poblacional entre los otomíes y ocho poblaciones más reportadas en la literatura. HIPÓTESIS Mostrando la voluntad por diferenciarse y resistiendo de diferentes maneras para continuar siendo lo que desean ser, los otomíes del Valle del Mezquital conservan expresiones y prácticas culturales que contrastan con aquellas formuladas por las sociedades que se desarrollan en una dinámica globalizadora. Identificados lingüística y etnográficamente como el grupo “otomí”, en cuanto a su estructura genética se comportan como una misma unidad poblacional con otros pueblos del altiplano central, resultado del continuo flujo genético en distintos momentos históricos. INTRODUCCIÓN 15 ORDEN DE LA EXPOSICIÓN El trabajo está organizado en cuatro capítulos; en el capítulo 1 se expone el entorno físico del Valle del Mezquital, como un territorio estrechamente vinculado con la subsistencia de los otomíes. Se analiza la conformación del Valle del Mezquital como una región sociocultural y su papel como un territorio de frontera con los pueblos al norte de Mesoamérica. Se hace un recorrido histórico desde los primeros asentamientos humanos en la región, hasta la actualidad. En el capítulo 2 se hace referencia a la diversidad lingüística en el Valle del Mezquital, como una expresión de la diversidad cultural. Se describe la historia de la lengua otomí y se contrastan diferentes propuestas teóricas que dan cuenta de la antigüedad y diferenciación del tronco otomangue. Se analiza la ocupación pluriétnica de Mesoamérica como un elemento que posiblemente nos ayude a explicar la amplia diversidad genética observada en las poblaciones del altiplano central, debido a la intensa dinámica migratoria. La tercera parte está dedicada a los aspectos sociohistóricos y demográficos de los otomíes del Valle del Mezquital. Al observar que el patrón de residencia postmatrimonial puede influir en la manera en que se transmite la herencia, es pertinente revisar cómo se conforman las familias en el Mezquital. Las relaciones de los otomíes con otros grupos que cohabitaron el altiplano central se abordan a la luz de las fuentes históricas. Al final, se hace referencia a los estudios de corte bioantropológico realizados en grupos otomíes. La cuarta y última parte está dedicada al estudio de la diversidad genética entre los otomíes del Valle del Mezquital. Para determinar la diversidad genética y diferenciación poblacional presente entre los otomíes, se llevó a INTRODUCCIÓN 16 cabo la caracterización de marcadores uniparentales generados a partir de los polimorfismos de tamaño de fragmentos de restricción (RFLP´S)en la molécula de ADNmt (ADN mitocondrial), adoptando algunas técnicas de la biología molecular como la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) y la electroforesis. Se aborda el debate en torno al poblamiento de América según el ADNmt, contextualizando los avances en el estudio de dichos marcadores genéticos en las poblaciones denominadas amerindias. Para concluir, se hace una reflexión sobre los diferentes matices que puede adquirir la diversidad en nuestra región de estudio y sus expresiones en la actualidad. Se plantea que en la región sociocultural del Valle del Mezquital, la alta diversidad lingüística y genética se mantienen íntimamente ligadas, como una de las claves que nos permite entender el devenir de los otomíes y cómo se han reproducido desde la tradición, conservando rasgos distintos respecto a otras sociedades globalizadas. Es preciso tomar en cuenta que la membresía a un grupo étnico determinado pone en conjunción dos componentes esenciales: el étnico y el genético, que se generan por una naturaleza histórica y social (Juengst 1998: 7). Este trabajo forma parte del proyecto “Herencia biológica y cultural. Un estudio sobre nahuas coras y huicholes” CONACYT P48481 y “Genética y cultura entre tarahumaras, coras, huicholes y nahuas” PAPIIT-UNAM IN402507 a cargo de Blanca Zoila González Sobrino, cuya línea de investigación se enfoca en el análisis de los aspectos culturales y su influencia en la estructura genética de las poblaciones en México. El trabajo experimental del ADN fue realizado en el Laboratorio de Antropología Genética en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. CARACTERÍSTICAS GEOGRÁFICAS El estado de Hidalgo comprende una superficie sumamente accidentada de 20,846 km2, que equivale al 1.1% del territorio nacional (Ruiz de la Barrera 2000: 15). Se sitúa al oriente de la zona central del país entre los límites de seis entidades: San Luis Potosí al norte; Veracruz y Puebla al oriente; Tlaxcala y México al sur y Querétaro al poniente. El estado de Hidalgo está integrado por las siguientes regiones: el Valle del Mezquital, la Huasteca (en su porción hidalguense), la Sierra, la Altiplanicie Pulquera o Llanos de Apan, el Valle de Tulancingo, la Sierra de Tenango, la Sierra Gorda, la Comarca Minera y parte de la Cuenca de México (Oliver et.al. 2003: 111). El Valle del Mezquital, nuestra región de estudio, forma parte del altiplano central mexicano y comprende la porción occidental del territorio hidalguense. Cubre una superficie total de 7,206 km2 y se localiza entre los 98º 56´ 42” y 99º 51´ 18” de longitud y los 19º 45´ 27” y 20º 45´ 9” de latitud (mapa 1). De acuerdo con sus características físicas, integra la provincia fisiográfica denominada Meseta Neovolcánica –en su porción cercana a la vertiente occidental de la Sierra Madre Oriental–. Al ser la extensión austral del desierto chihuahuense, el paisaje del valle es de tipo semidesértico. La misma sierra constituye una muralla natural que, al impedir el paso de las ráfagas del Golfo, limita el nivel de precipitación pluvial y, en consecuencia, la concentración de la humedad. En general, es una región templada, con bajas precipitaciones pluviales anuales y una estación fría con clima seco estepario (BS) según la nomenclatura de Koeppen (González 1968: 6). CA PÍ TU LO un o ENTORNO FÍSICO Y SUBSISTENCIA EN EL VALLE DEL MEZQUITAL 18 OCÉANO PACÍFICO GOLFO DE MÉXICO N Simbología Sierra Madre Occidental Planicies norteñas Sierra Madre Oriental Península de Yucatán Límite estado de Hidalgo Valle del Mezquital Límite altiplano central Límite frontera climática 300 km MÉXICO N 21º 117º 109º 101º 94º 88º N 1 8º 2 4º 2 8º Mapa 1. El estado de Hidalgo en el territorio nacional. 19 Este fenómeno, sumado a la porosidad del suelo, explica en parte, la naturaleza semidesértica del Valle del Mezquital (Ruiz de la Barrera 2000: 17). Los suelos del valle son profundos, pobres en materia orgánica, cuya alcalinidad dificulta las labores de cultivo y su naturaleza arcillosa no permite la filtración del agua de los ríos y fuentes naturales (Tranfo 1974: 65). La actividad agrícola en el Mezquital se desarrolla cuando el régimen pluvial lo permite, así como en lugares irrigados por manantiales y corrientes fluviales constantes como sucede en Ixmiquilpan y Zimapán (Quezada 1975: 41). Por sus características de suelo desiguales, el Valle del Mezquital puede clasificarse en tres subregiones: 1. Subregión centro-sur, que se extiende como una franja del centro y baja hacia el sureste. Tiene un clima semiseco. Su suelo ha sufrido importantes modificaciones por la introducción de canales de riego que lo han tornado propicio para la agricultura y ha permitido la diversificación de cultivos, así como un mayor volumen en la producción. 2. Subregión centro. Es una franja de vegetación xerófila que se extiende hacia el norte e incluye una pequeña porción de matorral en el suroeste. Su clima es seco semicálido. En esta subregión se practica principalmente la agricultura de temporal. Sus tierras son aptas para el pastoreo. Abunda el maguey, la lechuguilla y las biznagas, entre otras cactáceas. En la actualidad se ha impulsado la producción en cooperativas, lo que ha incrementado los ingresos de la población. 20 3. Subregión Alto Mezquital. Es una franja de clima templado que se extiende hacia el norte; posee vegetación boscosa, con mayor humedad y nivel de precipitación pluvial que las otras subregiones. El suelo no es apto para la agricultura, aunque se practica la de temporal. Encontramos en menor grado vegetación xerófila, alternada con bosque y matorral, sobre todo en las áreas donde la explotación forestal ha agotado la riqueza del suelo. Durante la Colonia y los primeros años del siglo XIX, fue una importante región minera (Moreno 2006: 6). De acuerdo a sus elevaciones orográficas, el Valle del Mezquital está limitado hacia el norte por la Sierra de Juárez, que da inicio a la Sierra Gorda y las barrancas del río San Juan, en la frontera con el estado de Querétaro; al oriente se localiza la Sierra de Pachuca y Tolcayuca, que lo separan de las barrancas de Meztitlán y de la Cuenca de México; al poniente corre la Serranía de las Cruces y Cuauhtlalpan, mientras que las elevaciones de Apaxco cierran el valle en su porción sur (López 2002: 19). En la sierra de Juárez se encuentra la máxima elevación: el cerro Boludo, de 3100 metros, que constituye una de las partes elevadas de la cuenca del río Moctezuma, drenado por el río Tula (Vázquez 1995: 182). La cuenca alta del río Tula-Moctezuma, donde se incluyen las subcuencas de los ríos Actopan, Alfajayucan, Arroyo Zarco, Rosas, Salado, Tecozautla, Tlautla y Tula. Este último constituye la corriente de agua más importante del valle (mapa 2). Entre cada subcuenca existen variaciones climáticas y de potencialidad de recursos, determinadas por el tipo de suelos, la vegetación, la precipitación pluvial, el sustrato geológico y las distintas actividades humanas, entre otros factores. 21 Mapa 2. Límites geográficos del Valle del Mezquital. N QUERÉTARO EDO. DE MÉXICO TLAXCALA PUEBLA VERACRUZSIMBOLOGÍA Cerro La Estancia Sierra de Juárez Eje Neovolcánico Sierra de Pachuca Sierra de Apaxco Sierra de las Cruces Sierra Madre Oriental Capital del estado Límite Valle del Mezquital ~ Río Tula-Moctezuma ✫✫ Máxima elevación ✫✫ Río Tula Río Moctezuma 99º53´ 98º54´ 97º58´ 21º24´ 20º30´ 19º36 ́ 0 25 50 Km PACHUCA 22 Estas diferencias se hacen evidentes al adentrarse en el valle y observar las elevaciones de rocas calizas, con vegetación somera y de formas redondeadas, como producto del trabajo erosivo, tanto eólico como hídrico. La vegetación característica del Valle del Mezquital es de tipo desértico, con especies como el matorral Sarcocrasicaule y vegetación rosetófila. En general hay una vinculación estrecha entre el material parental y la zonificación de los recursos vegetales. González Quintero (1968: 9-11) ha señalado la existencia de distintas comunidades y asociaciones vegetales, según se trate de una ladera de caliza, de una planicie aluvial o de una ladera ígnea. Las asociaciones vegetales conocidas como nopaleras son más frecuentes dentro del matorral desértico Crasicaule, en la zona verde, aunque también se distingue una zona de bosques de encino al occidente del valle, que abarca gran parte de la provincia prehispánica de Jilotepec. Las montañas y serranías de origen volcánico muestran una cubierta vegetal más abundante en especies relacionadas con el matorral y, eventualmente, relictos de comunidades de pinos de varias especies, arriba de los 2,600 msnm (López 1997: 38). El Mezquital es rico en recursos minerales como la piedra pómez, la piedra caliza, vetas de piedra color rosa y negra, cantera rosa y en tierras arcillosas de buena calidad para elaborar productos de cerámica, alfarería y materiales para la construcción como tabique, petatillo, teja y solera (Guerrero 1983: 61). Las rocas calizas hacen que la escasa humedad de la precipitación se filtre y forme mantos freáticos, o bien escurra recorriendo cauces y creando carcavas y barrancas que se dirigen a los distintos afluentes de los ríos Tula y Moctezuma. 23 Figura 1. Gradiente de vegetación en el Valle del Mezquital. Tomado de Lauro González Quintero, Tipos y vegetación en el Valle del Mezquital, 1968, cuadro 3, p. 16. El agua suele presentarse concentrada en los ríos. Por ello, el río Tula se convirtió en el eje del Valle del Mezquital, pues a lo largo de su cauce, se han generado recursos benéficos y muy diversos para el hombre. La dinámica del paisaje generó una zonificación de recursos útiles, de manera tal que, al oriente, se encuentran minerales como la plata y el plomo hacia Pachuca y Jacala; en la zona de San Antonio Sabanillas, Tula y Apaxco, la cal es muy abundante y ha sido explotada probablemente desde la época prehispánica (López 1997: 37). Si bien nuestro caso de estudio no es el único donde el paisaje sólo puede ser entendido a partir de la interacción dinámica con el hombre, coincido con López Aguilar (ibidem: 41) cuando se refiere al Valle del Mezquital como un paisaje humanizado, donde los grupos han desarrollado distintas estrategias de adaptación, adquiriendo especificidades sociales y culturales. Encinar de Quercus Tinkhamii y nolina sup. Matorral crasicaule Quercus Quercus microphila Matorral superior de Quercus microphila LADERA CALIZA Matorral transicional de Sophora Matorral desértico aluvial Matorral crasicaule 2800 2700 2600 2500 2400 2300 2200 2100 2000 1900 1800 1500 3000 2900 2800 2700 2600 2500 2400 2300 2200 2100 2000 1900 1800 1700 LADERA IGNEA Matorral de Quercus Tinkhamii Matorral de Fouquieria Matorral Huniperus Matorral interior 24 HISTORIA DE UN PUEBLO Y UN TERRITORIO En esta sección se revisa cómo el espacio físico del Valle del Mezquital conforma una región socio-cultural, al ser un espacio creado, socialmente vivido, donde la cultura se desarrolla en un hábitat, que es a la vez una manifestación histórica y geográfica (De la Peña 1991: 123-162). El Valle del Mezquital es una región socio-cultural integrada a su vez por microrregiones que se diluyen para formar un conjunto con una estructura social y una organización comunitaria en la que existen pequeñas diferencias culturales, con una red de relaciones sociales, económicas y de producción que interactúan más entre sí que con otros sistemas (Oliver et.al. 2003: 108). La construcción del Valle del Mezquital como una región socio-cultural, parte desde la época prehispánica, sin embargo, la carencia de fuentes documentales previas a la llegada de los españoles, nos obliga a esperar las noticias de los cronistas del siglo XVI. Desde el Formativo hasta el Posclásico, los actuales estados de Hidalgo, Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes y Zacatecas conformaron una región hacia el norte-centro de México que constituyó una zona de transición entre el núcleo de Mesoamérica al sur y la Gran Chichimeca al norte (Parsons 1998: 53-54). Esto es, antes de la conquista, el territorio otomí –que se extendía hasta el norte del estado de México y el sur de Hidalgo– fungió como una especie de escudo entre los estados mexica y purépecha y las tribus generalizadas como chichimecas del norte (ver páginas 39- 43 respecto a la discusión sobre “lo chichimeca”). 25 De modo que los otomíes se presentaban como interlocutores entre los pueblos agrícolas de Mesoamérica y los chichimecas recolectores, con quienes compartían la frontera y algunos rasgos culturales, incluyendo el parentesco lingüístico con los pames y jonaces que pertenecen a la misma familia otopame. En el siglo XVI el hábitat otomí estaba marcado por un alto grado de dispersión, sin embargo, para el momento de la llegada de los españoles al Mezquital, se distinguían dos grandes zonas de ocupación otomí: Teotlalpan, y las provincias de Jilotepec y Tula. La población de ambas cabeceras se componía en su mayoría de otomíes, pequeños asentamientos de chichimecas (posiblemente pames) y una minoría de nahuas. En tiempos prehispánicos Teotlalpan y Jilotepec fueron tributarias de la Triple Alianza a través de cuatro cabeceras: Ajacuba, Hueypoxtla y Atotonilco, comprendidas en la parte sureste de Teotlalpan, y una más en la provincia de Jilotepec (López 2005: 69, 78). La región conocida como Teotlalpan –que incluía el noroeste de la cuenca y los ríos de Tula y Apaxco– corresponde prácticamente al actual Valle del Mezquital. En esta región los lugares con mayor disponibilidad de agua y tierra fértil fueron los asentamientos de la población mexica políticamente dominante; estos asentamientos se organizaban en cabeceras (altepeme), como Actopan, Alfajayucan, Ixmiquilpan y Huichapan, que hasta la actualidad siguen siendo sedes del poder local. Desde los centros de poder se controlaban los pueblos organizados en barrios (calpulli), dispersos en un amplio espacio geográfico, en correspondencia con el mejor aprovechamiento de los recursos. En el sureste del actual Hidalgo había unidades dependientes de Texcoco –del cual eran 26 tributarios–, constituidas en comunidades semiautónomas que no correspondían necesariamente a una sola unidad política (calpixcazgos). La población era extraordinariamente densa en el momento del contacto (ver cifras demográficas en las páginas 96- 99); los asentamientos eran prácticamente contiguos, con casas por todas partes. La lengua predominante erael otomí, pero muchos lugares tenían minorías de hablantes de náhuatl (Gerhard 1986: 304-305). El área de Tetepango comprendía los siguientes territorios: Tlacotlapilco, Tepatepec, Mixquiahuala, Tezontepec, Tetepango, Tlahuelilpan, Atitalaquia, y Atotonilco. De acuerdo con Gerhard (ibidem), el área de Tetepango– Hueypoxtla incluía la mayor parte de lo que en el siglo XVI se llamó Teotlalpan y en años posteriores Valle del Mezquital. La provincia de Jilotepec comprendía los territorios hidalguenses de Nopala, Chiapantongo, Alfajayucan, Huichapan, Tecozautla y Tasquillo. El territorio de Zimapán, perteneciente a la encomienda de Xilotepec, probablemente se encontraba poblado por pames nómadas, pero es posible que hubiera un asentamiento otomí, frente al territorio hostil de Meztitlán al noreste. Del Paso y Troncoso afirmaba que “[…] la Teutlalpa sería, no la vasta serie de llanuras que desde las goteras de México extiéndese indefinidamente hacia el Septentrión, como algunos autores han creído, sino la comarca bien definida, cuyo limite al Norte apenas pasaba de la sierra de Pachuca” (PNE, vol. III, p. 73 apud Cook 1989: 34). Así, Pachuca constituía el límite oriental de la región conocida como Teotlalpan; era territorio otomí con una minoría hablante de náhuatl y quizás algunos chichimecas hablantes de pame. Comprendía Tezontepec y Atotonilco (Gerhard op.cit.: 44). 27 Al quedar bajo la jurisdicción de la Corona española, el Valle del Mezquital se integró por las tierras de la antigua Teotlalpan, algunas provincias de Jilotepec, así como Tula. La lengua predominante era el otomí, pero había grupos de mazahuas en el sur y de chichimecas (pames) en el norte. Poco después de la conquista, la parte norte estaba ocupada por chichimecas. La primera referencia que alude a la región del Valle del Mezquital se cita en la obra Theatro Americano de J.A. Villaseñor y Sánchez (1746). El nombre de Mezquital hacía referencia a la antigua región llamada Teotlalpan o la tierra perteneciente a los dioses. En 1791, el padrón levantado en la jurisdicción de Ixmiquilpan señala que también “es Mezquital”, lo que denota que para finales del siglo XVIII ya se hacía uso generalizado del término, dejando de lado el de Teotlalpan (López 2005: 56). En épocas posteriores –y hasta la actualidad– los habitantes de las zonas menos secas consideran como Valle del Mezquital a la zona más árida comprendida entre Actopan e Ixmiquilpan el noreste de la antigua Teotlalpan (López 1997: 32). Los reinos o señoríos prehispánicos que actualmente pertenecen al territorio hidalguense y posteriormente conformaron el Valle del Mezquital se detallan en el cuadro 1 (Ruiz de la Barrera 2000: 38). 28 CUADRO 1. Reinos o señoríos que conformaron el Valle del Mezquital. Reino o señorío Pueblos Apaxco Atitalaquia, Chilcuautla, Ixmiquilpan, Mixquiahuala, Tula, Tlamaco [en Atitalaquia], Nextlalpan [en Tepetitlán], Tezontepec, Tlahuelilpan, Xipacoyan [San Marcos en Tula de Allende] Cuauhtitlán Tepeji del Río Tula Actopan, Ajacuba, Atotonilco de Tula, Itzcuicuitlapilco [San Agustín Tlaxiaca], Tecomatlán [en Ajacuba], Tepatepec [en San Fco. I. Madero], Tetepango, Tornacuxtla [San Agustín Tlaxiaca] Jilotepec Huichapan, San José Atlán [en Huichapan], Santiago Tlautla [en Tepeji del Río], Tecozautla, Zimapán Cuando se decretó la creación del estado de Hidalgo el 16 de enero de 1869, el Valle del Mezquital quedó incluido en su territorio; la nueva entidad se integró por los siguientes once distritos: Actopan, Apan, Huascazaloya, Huejutla, Huichapan, Ixmiquilpan, Pachuca, Tula (sin incluir Jilotepec, pues su territorio pertenecía al valle de Toluca), Tulancingo (que dejó de comprender Otumba), Zacualtipán y Zimapán (Ruiz de la Barrera 2000: 108). Jacques Soustelle ([1937] 1993: 54) señaló que el Valle del Mezquital se podía definir como una vasta meseta que continúa la de Jilotepec y que sólo está separada de San Juan del Río y de Querétaro por ondulaciones de poca importancia. Se limita al norte por la cadena de montañas de la Sierra Madre Oriental [Sierra Gorda], a partir de Tasquillo y el río Tula; la meseta está dividida en pequeñas cuencas, donde destacan poblaciones otomíes importantes como Tepeji del Río, Actopan e Ixmiquilpan, además de rancherías como el Cardonal. 29 Para este autor, el elemento que más destaca de las Mesetas de Hidalgo, Querétaro y Guanajuato es el estrecho vínculo de comunicación que mantuvieron con Jilotepec, formando un corredor hacia el actual San Luis Potosí. Para Torquemada ([1641] 1975: 62), el reino de los otomíes comprendía Tepexic (Tepeji del Río), Tula, Xilotepec, Chiapa (de Mota), Xiquipilco, Atocpan (Actopan) y Querétaro, (cuya ocupación deja de lado debido a que fue posterior a la Conquista). Todos estos pueblos otomíes parecen haber pertenecido a una vasta unidad política cuya cabecera era Xilotepec “el riñón”, la cual estaba conformada por las siguientes localidades: Huichapan, Ixmiquilpan, Mixquiahuala, Tezontepec, Nopala San José Atlán, Tecozautla, Tula, Jilotepec, Chapa de Mota, San Lorenzo o Techatitla y San Andrés Timilpan; estos tres últimos, pertenecientes al actual estado de México. Según Guerrero (1983: 36), si se tomaran en cuenta estrictamente los límites del Valle del Mezquital, la zona tendría una forma triangular cuyos vértices serían Ixmiquilpan al norte, Actopan al sureste y Tula al suroeste. No obstante, por sus aspectos etnográficos, considera que los límites del valle se extienden a Pacula, Jacala y Tlahuiltepa al norte; los municipios del estado de México que colindan con Hidalgo al sur; Meztitlán, Atotonilco el Grande, Mineral del Chico y Pachuca al oriente; y los municipios de Querétaro que limitan la entidad en la porción occidental. Se destaca así, la existencia de dos grandes ideas en torno al Valle del Mezquital: una que lo circunscribe a la región más árida y otra versión ampliada, concordante con la región conocida como Teotlalpan, ocupada por los otomíes. 30 Una delimitación semejante es la propuesta por Elinor Melville (1990: 37), quien señala que el valle consiste en ocho planicies en un área de colinas bajas que forman las cabeceras hidrológicas del río Tula y las montañas de la Sierra de las Cruces, con base en sus investigaciones sobre los cambios ocurridos en el Mezquital como consecuencia de la conquista española. En 1951 el Valle del Mezquital constituyó una unidad administrativa para efectos de la acción gubernamental ejercida a través del Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital (PIVM), que comprendía 30 municipios del estado de Hidalgo. Siguiendo la propuesta de Oliver (2003: 107), nuestro estudio considera que el Valle del Mezquital está compuesto por 27 municipios, once de los cuales concentran el mayor número de hablantes de otomí en el país. La investigación histórica y el diseño de muestreo se realizaron tomando como base los municipios que se indican en el mapa 3. 31 SIMBOLOGÍA 1. Tepeji del Río 10. Tepetitlán 19. Huichapan 2. Atotonilco de Tula 11. Tepatepec 20. Alfajayucan 3. Tula de Allende 12. San Salvador 21. Santiago de Anaya 4. Atitalaquia 13. El Arenal 22. El Cardonal 5. Tlaxcoapan 14. Actopan 23. Ixmiquilpan 6. Tlahuelilpan 15. Progreso 24. Tasquillo 7. Tetepango 16. Chilcuautla 25. Tecozautla 8. Mixquiahuala 17. Chapantongo 26. Zimapán 9. Tezontepec de Aldama 18. Nopala 27. Nicolás Flores MAPA 3. Municipios que comprenden el Valle del Mezquital. Adaptado de Oliver et.al., Cambios y tradiciones en el Valle del Mezquital, 2003, pág. 110. 32 ANTECEDENTES HISTÓRICOS Como resultado de los trabajos arqueológicos, ha sido posible identificar 720 sitios, que van desde concentracionesdispersas de materiales cerámicos, hasta asentamientos complejos con arquitectura monumental. Mediante tipología comparativa se determinó que la profundidad temporal de la ocupación humana en el Valle del Mezquital es de 11, 000 años (Fournier 1996: 182). En el centro nuclear del Valle del Mezquital la presencia humana se relacionó probablemente con la megafauna (mastodontes y mamutes) existente en los actuales arenales del área Ixmiquilpan-Actopan, particularmente con los depósitos de sílex con el que elaboraban puntas acanaladas que sirvieron como proyectiles, hacia el 9,000 a.C. (Ruiz de la Barrera 2000: 24). El ambiente frío y árido de la región que comprende al Valle del Mezquital ofreció relativamente pocas ventajas a los agricultores del periodo Formativo (1500 a.C. a 200 d.C.) debido a que la tecnología y los niveles de organización todavía eran ineficientes para la explotación del ambiente natural. Por ello, siguió predominando la adaptación de cazadores recolectores. A finales de este periodo, la agricultura de la tierra fría se caracterizó por la primera presencia de plantas más resistentes a las condiciones de aridez y frío, lo que permitió la expansión de la productividad agrícola y la utilización de terrenos marginales, a pesar de la escasez permanente de agua; por ejemplo, el cultivo de diversos tipos de maíz que maduraban más rápido y la domesticación eficaz del maguey. Además hubo un avance en las técnicas de riego, lo que hizo que los terrenos fueran más aptos para la agricultura intensiva de semillas, y extensiva de magueyes (Parsons 1998: 55). 33 Hacia el 200 o 300 d.C., las comunidades que se encontraban dispersas se comenzaron a consolidar y se integraron a alguno de los dos polos: al sur en Teotihuacán, con vínculos hacia la Cuenca de México, y otro, hacia la cultura de Xajay o de las Mesas, de carácter local con nexos hacia la zona del Bajío queretano. Entre ambos sistemas se creó una frontera excluyente, cuyos contactos esporádicos se limitaban a actividades comerciales o rituales. Entre los pueblos de la cultura Xajay emergieron pequeños asentamientos marginales que se identifican por presentar una cerámica semejante a la teotihuacana, pero de manufactura local y con diseños esgrafiados típicos de la región; arqueológicamente se les ha nombrado “teotihuacanoides” y el ejemplo más representativo se encuentra en San José Atlán, cerca de Huichapan. Con el Clásico (200-700 d.C.) hay un notable crecimiento de la agricultura en toda la región. La expansión de las redes económicas fue de la mano con el desarrollo sociopolítico del Estado, especialmente en el caso de Teotihuacán y sus vecinos. Sólo con una organización estatal estable sería posible el intercambio a mayor escala de los productos de la agricultura intensiva como maíz, frijol, amaranto y calabaza; así como de la agricultura extensiva del agave (maguey) y los productos no-agrícolas de los cazadores-recolectores (López 2005: 46). Durante los primeros siglos de nuestra era los nichos ecológicos disponibles en las áreas hacia el centro-norte fueron ampliados dramáticamente como consecuencia de los nuevos elementos sociopolíticos y económicos, permitiéndose una expansión demográfica y una mejor integración regional (Parsons 1998: 56). 34 A partir del año 500 d.C. el sistema teotihuacano se expandió hacia el norte, en busca de cal y cinabrio, quedando como evidencia los sitios localizados en el Valle del Marqués y en Tula. Es difícil hablar de la presencia otomí en el altiplano central durante la expansión teotihuacana hacia el norte, debido a que la evidencia etnohistórica limita su temporalidad al posclásico tardío. En cambio, sí es probable que la frontera de las sociedades complejas se encontrara más al norte del Mezquital y que los teotihuacanos ocuparan estos territorios con los grupos locales (López op.cit.: 47). Con base en las fuentes etnohistóricas, autores como Fournier (1995: 136) proponen que los otomíes habitaban el Valle del Mezquital al menos desde el 950 d.C. o incluso 600 d.C. aún cuando la mayor intensidad se registra hacia el 300 d.C. López Aguilar señala que las primeras incursiones al valle se remontan al periodo Clásico hacia el 500 d.C. siendo los otomíes los primeros ocupantes de la región del Mezquital (López 2002: 213; 2005: 35). Sin embargo, consideramos que los intentos por correlacionar identidades étnicas con el registro arqueológico son muy arriesgados. Por ejemplo, las investigaciones realizadas en sitios del altiplano central como Teotihuacán y Tula (Mastache y Cobean 1985; Diehl 1983) señalan que la composición poblacional correspondía más con un mosaico pluriétnico, en el que pueblos de diferentes orígenes cohabitaban la misma área; la intensa dinámica poblacional hace difícil asegurar que fueron únicamente los otomíes los autores de la producción material. Durante el florecimiento de Teotihuacán, los otomianos probablemente jugaron un papel central en su desarrollo; de acuerdo con Bernardino de Sahagún se puede hablar de otomíes desde finales de la época teotihuacana. 35 El uso del maguey y los artefactos que las tejedoras teotihuacanas utilizaban, entre otros indicios, confirman la presencia de los otomíes en Teotihuacán no como un pueblo invasor, sino como parte de su población (Lastra 2006: 79). La pérdida del poder centralizador que tenía el estado teotihuacano derivó en la desaparición del mismo y en una serie de movimientos poblacionales hacia distintas direcciones. Los grupos Xajay, que se desplazaron hacia el sur por las planicies de San Juan del Río, Tecozautla y Huichapan, pudieron contribuir al colapso teotihuacano debido a la vertiginosa independencia de los pueblos sujetos a las cabeceras teotihuacanas y por la suspensión del tributo hacia la metrópoli. El efecto del colapso teotihuacano en el Mezquital se observa en la desacralización de los templos, la exhumación de los difuntos, el incendio de las zonas ceremoniales y por la creación de una nueva cabecera por los antiguos habitantes de San Bartolo Ozocalpan, localizada en la confluencia de los arroyos El Marqués y el Tanquillo, próxima a los manantiales de Chapantongo (o Chiapantongo) (López 2005: 47). Después de la caída de Teotihuacán hacia el 600- 650 d.C., y antes del surgimiento de Tula, hubo una época denominada Epiclásico (700- 1100 d.C.), que se caracterizó por el vacío de poder y el surgimiento de pequeños estados sin que ninguno dominara grandes territorios, por ejemplo: Xochicalco, Cacaxtla, Teotenango y el Tajín (Lastra op.cit.: 82). La historia durante el Posclásico Temprano (900-1200 d.C.) es confusa no sólo para los otomíes, sino para los protagonistas toltecas. Durante este periodo –y como caso único– surgió una sociedad compleja autónoma más allá 36 del límite septentrional de la Cuenca de México: Tula, en el Valle del Mezquital (López 2005: 49). A diferencia de lo que sucedió con las civilizaciones mesoamericanas que le precedieron, sobre Tula y los toltecas contamos con fuentes arqueológicas y etnohistóricas; sin embargo, este hecho no parece conferir ventaja alguna en el esclarecimiento del origen, crecimiento, dispersión, composición y colapso de la etnia. Resulta pertinente aclarar que toda la información documental en torno a los toltecas procede de registros escritos después de la conquista española, provenientes de información recogida por indígenas, españoles o mestizos. Esta es una de las limitaciones más serias en el estudio de Tula (Noguez 2001: 204). De acuerdo con la tradición histórica, se sabe que el grupo dominante en Tula era el náhuatl –ya fueran los tolteca-chichimeca venidos del norte o bien, los nonoalca provenientes del sur-. Ante tal situación, existen dos posibilidades para estimar la participación de los otomíes en este ámbitode poder: a) los otomíes se mantuvieron viviendo en la región al margen del fenómeno político, comercial y bélico encabezado por los toltecas o bien, b) sufrieron la dominación de éstos bajo la forma de exigencia tributaria. Con el surgimiento de Tula se absorbió buena parte de la población del Mezquital y la Cuenca de México, a la vez que llegaron inmigrantes de otras regiones para formar enclaves étnicos; la evidencia arqueológica sugiere la presencia de grupos de Oaxaca, la Costa del Golfo, Occidente y el área maya (Escalante 1989: 28). La evidencia documental indica que el Estado tolteca se constituyó como una sociedad multiétnica en la que se hablaba náhuatl y otomí, entre otras lenguas (Diehl 1983: 56). Según las crónicas del siglo XVI como los Anales de 37 Cuauhtitlán (Bierhorst 1992: 40) y la Historia de los indios de Nueva España de fray Toribio de Benavente conocido como Motolinía (1941: 10), los españoles encontraron mucha población otomí en Tula, por lo que es lógico pensar que habían vivido ahí desde antes de la fundación de la ciudad, permaneciendo durante la época de la Triple Alianza y el periodo colonial (Lastra 2006: 88). Uno de los esfuerzos reconstructivos más importantes acerca de la historia de Tula fue el realizado por Jiménez Moreno, quien en la Introducción de la Guía arqueológica de Tula (1945) sitúa el origen de los toltecas hacia principios del siglo X, con la penetración del caudillo Mixcóatl y su grupo tolteca- chichimeca de habla náhuatl. Mixcóatl, que provenía del noroeste de Mesoamérica, se apoderó de varias secciones de los valles centrales; una de ellas fue la que se denominó el “Chicomóztoc histórico”, ubicado entre Tula y Xilotepec. Ahí se mezclaron con la población original, principalmente de filiación otomiana, formándose lo que el autor considera las raíces étnicas de la cultura tolteca (Jiménez 1945 apud Noguez 2001: 205). Mixcóatl continuó su expansión hacia lo que hoy es el estado de Morelos; ahí encontró a Chimalma y tuvo un hijo con ella: Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, nacido en un lugar llamado Michatlauhco, cerca de Tepoztlán. Luego de importantes hazañas, por ejemplo el dominio de Xochicalco, adoptó el nombre de Quetzalcóatl, convirtiéndose en su sacerdote. 38 Topiltzin recuperó el trono de los tolteca-chichimeca, que en ese momento se encontraban establecidos en el Colhuacan de la cuenca lacustre. Posteriormente decide trasladar la capital de los tolteca-chichimeca hacia el norte de la cuenca. Primero estuvieron temporalmente en Tollantzinco (Tulancingo) y posteriormente en Tula- Xicocotitlan; desde este punto se controlaba la cuenca lacustre y el Valle del Mezquital (Ibidem). De acuerdo con Jiménez Moreno, los tolteca-chichimeca tenían fuertes presiones por parte de los olmecas-históricos (xicalanca) establecidos en Cholula en aquel tiempo. Dentro del complejo mosaico pluriétnico establecido en Tula, se pueden distinguir principalmente tres grupos: a) los tolteca- chichimeca, b) los nonoalca y c) aquel conformado por gente proveniente de la Huasteca, el Bajío y occidente de Mesoamérica. Mezclados con otomíes del norte de la cuenca lacustre, los tolteca- chichimeca portaban una tradición alteña y provenían del norte de Jalisco y sur de Zacatecas, de una región dominada por los cazcanes, un grupo de habla náhuatl. El segundo grupo importante que se detecta en las fuentes es el de los nonoalca; en contraste con los norteños vinculados con los otomíes, los nonoalca poseían una tradición mesoamericana más definida que los tolteca- chichimeca. Algunos han identificado a este grupo como un desprendimiento de los pipiles –nombre genérico que se relaciona con los descendientes de los teotihuacanos que vivían en Cholula–. Al momento de ser expulsados por los olmecas xicalancas, entre 750 y 800 d.C. los pipiles comenzaron una larga travesía hasta tierras tan lejanas como el sur de Centroamérica y quizás norte de Perú; en una forma más precisa, estuvieron en Tabasco y el sur de 39 Veracruz, en Coatzacoalcos y de ahí alcanzaron Huejutla y Tulancingo hasta llegar a Tollan-Xicocotitlan. El tercer grupo que se ha mencionado es el de los huastecos; su presencia en Tula se percibe claramente en la arquitectura y la arqueología, sin que ello implique una inmigración o establecimiento tan importante como el de los grupos anteriores. No hay duda del contacto entre la gente de Tula y los huastecos; existen registros de migraciones toltecas hacia la huasteca después de la caída de su ciudad. Un aspecto claro de la influencia de los huastecos es el culto a Quetzalcóatl, en su desdoblamiento de Ehécatl –dios del Viento–, deidad que porta un gorro cónico y pico de ave, la cual fue encontrada en las estructuras de planta mixta, como la que aún sobrevive en el área de El Corral, en la Acrópolis o Tula Grande. Tula-Xicocotitlan es el sitio donde, por primera vez, se da una nueva síntesis de los principios tradicionales de la cosmovisión mesoamericana (Noguez 2001: 207- ss). Se habla de influencias teotihuacanas en la iconografía: imágenes de Tláloc acompañadas del glifo del año; de la presencia de Xochicalco y de El Tajín; de la influencia de los huastecos en la construcción de la pirámide mixta en El Corral; de la contribución de los norteños y sus vecinos aridoamericanos, particularmente de la cultura Chalchihuites. A éstos se les ha reconocido como los creadores de elementos tan importantes como el tzompantli, la idea del chac mool (materializada originalmente en pequeñas figuras que la arqueología llama proto-chac mool), los amplios espacios ceremoniales techados, y en general, en el sentido militarista y de autosacrificio que acompaña a las manifestaciones plásticas toltecas; asimismo se habla de la posible llegada 40 directa de elementos originalmente toltecas que regresan “mayanizados” de Chichén-Itzá. La arqueología y las fuentes documentales han proporcionado algunas pistas que intentan esclarecer el oscuro final de Tula, marcando el año 1156 d.C. como la fecha de la destrucción final, lo cual daría a Tula una vida aproximada de 250 años. Aparentemente, las tensiones interétnicas entre los tolteca- chichimeca, los nonoalcas y los huastecos provocaron el fin de Tula; aunado a los cambios drásticos en el clima general de las partes septentrionales de Mesoamérica. Dichos cambios fueron generados por problemas agrícolas de larga duración que dispararon la caída de los grandes centros de poder como Tula y La Quemada, lo que se acompañó de la pérdida y dispersión de la población regional. El colapso del centro-norte de México puede deberse, según los arqueólogos, a cambios en el ambiente físico que agudizaron la aridez de la zona y provocaron el fracaso de la agricultura intensiva (Parsons 1998: 58). Autores como Armillas y Michelet aseguran que es posible que entre los años 900 y 1200 d.C., un periodo de inestabilidad climática, pudo haber desprendido la frontera norte de Mesoamérica, afectando numerosos asentamientos de agricultores permanentes en las zonas norteñas en el Valle Malpaso, Zacatecas e impactando en el sur, precisamente en el Valle del Mezquital. Este fenómeno explica, en parte, la tendencia a desplazarse hacia el sur de la Teotlalpan y las cuencas lacustres del altiplano central (Escalante 1989: 30). A diferencia de lo que ocurrió a la caída de Teotihuacán, cuando Tula colapsó, los otomíes realizaron una serie de desplazamientos. A principios del siglo XIII, un cabecilla otomí, Chiconcuauh, guió a un grupo de otomíes y se 41 estableció en Xaltocan. Por otra parte, otros se fueron a poblar el sur de la Teotlalpan y algunos más se acercaron al lago, asentándose en la región de Cuauhtitlán; durante los siglos XIII y XIV, en la nueva localización de los otomíes, el señorío de Xaltocan vio crecer su poder paulatinamente;su ámbito de influencia llegó a abarcar toda la zona norte de la Cuenca, alcanzando Meztitlán y la Huasteca (Carrasco 1950: 252). Recapitulando, los aproximados 30,000 km2 que se abren sobre las llanuras del norte serán el laboratorio del nuevo poder nahua en Mesoamérica. Ahí es donde los recién llegados adquirieron experiencia; en lugar de dispersarse de manera caótica, librar guerras aquí y allá, colonizaron hábilmente los confines septentrionales de Mesoamérica y se introdujeron en ciudades moribundas. El símbolo de esta fase es Tula, fundada en territorio otomí a principios del siglo IX. A sólo 70 km al noroeste de Teotihuacán, Tula concretó el fenómeno de ascenso hacia el norte de la frontera mesoamericana. El elemento simbólico de esta ciudad ultra septentrional sirvió de capital al nuevo poder. Atestiguó una proximidad a la vez geográfica y cultural con el mundo chichimeca, y se afirmó al mismo tiempo como plenamente mesoamericana (Duverger 2007: 245). Después del colapso del poder tolteca, a lo largo de los siglos XII y XIII se dieron nuevos movimientos poblacionales, al mismo tiempo que ingresaron al área mesoamericana varios grupos que reciben el apelativo de “chichimecas”, provenientes de algún lugar entre los actuales estados de San Luis Potosí y Tamaulipas. La penetración de los chichimecas está claramente vinculada con el desplazamiento de la frontera norteña de Mesoamérica. Forzados por las invasiones, los otomíes conformaron un señorío independiente con cabecera en Jilotepec, que ocupaba algunos territorios del actual estado de Hidalgo. A 42 partir de este asentamiento se realizaron movimientos migratorios hacia Zumpango (Ruiz de la Barrera 2000: 35). Algunas fuentes históricas como la Historia general de las cosas de Nueva España de escrita por fray Bernardino de Sahagún entre 1547 y 1577, menciona tres géneros de chichimecas: los tamime, los otomíes y los teochichimecas o zacachichimecas. En otra parte de esa misma obra, menciona a los nahuachichimeca, a los otonchichimecas y a los cuextecachichimecas (lo cual sugiere que se distinguían tres lenguas dentro de los chichimecas: náhuatl, otomí y huasteco). Por su parte, los alumnos de Bernardino de Sahagún del Colegio de Tlatelolco distinguían los tres grandes troncos lingüísticos mesoamericanos: 1) Los chichimecas, que hablaban náhuatl: los tepaneca, los acolhua, los chalca, los tonaiantlaca, es decir, la gente de tierra caliente de lo que actualmente es el estado de Morelos, los uexitzinca, los tlaxcalteca y los atlaca chichimecas, mejor conocidos como azteca, todos del grupo lingüístico Yutoazteca; 2) Los chichimecas que hablaban otomí y matlatzinca del grupo lingüístico otomangue; y además registran a los chichimecas que hablaban huasteco, del grupo lingüístico mayance; y 3) Los grupos que habitaban Onouayan, a los olmeca, los uixtoti y los mixteca que hablan lenguas del grupo otomangue y las lenguas del tronco macro-mayance (Sahagún [1829] 2000: 959). Dentro de los chichimecas, los alumnos distinguían culturalmente tres clases: los otomíes, con un desarrollo cultural bajo, pero cercano al suyo; a los tamime o flechadores y en tercer lugar a los teochichimecas (chichimecas verdaderos) sin hogar fijo, desplazándose por los zacatales, los bosques y los peñascales. A estos últimos, a pesar de esta vida trashumante y de describirlos 43 como cazadores, se especifica que conocían un poco la agricultura y que eran sociedades estratificadas, ya que tenían su tlahtoani o gobernante, con su tecpanecalli o palacio, al cual tributaban conejos, venados y pieles (Ibidem). De acuerdo con Reyes y Odena (2001: 239), existen dos situaciones que hacen complejo el estudio de los chichimecas: 1) Aunque se sabe que algunos chichimecas hablaban náhuatl –bien porque la tenían como lengua original o porque posteriormente se “nahuatlizaron”–, lo cierto es que durante el apogeo del Estado mexica, algunos grupos no nahuas fueron designados con nombres peyorativos que significan desde extraño hasta bárbaro; tal es el caso de los términos popoloca, chontal y el mismo término chichimeca. 2) El segundo problema se suscitó cuando los españoles emprendieron una prolongada guerra de exterminio y colonización al norte de Mesoamérica en el siglo XVI; para ellos todas las etnias que habitaban esa zona eran chichimecas. Denominaron como la “Gran Chichimeca” a todo el norte, sin distinguir la especificidad cultural. En contraste con los toltecas, al chichimeca se le considera como cazador- recolector e incluso nómada. Reconsiderando esta vieja interpretación, es necesario hacer algunas precisiones. - Cuando surgieron las hipótesis de que los chichimecas eran bárbaros por no ser agricultores sedentarios, aún no se tenía la evidencia arqueológica que diera cuenta de ciudades-Estado al norte de Mesoamérica. - En virtud de que está rebasada la postura de considerar al norte como una entidad geográfica homogénea y cuya supuesta aridez no permitía la agricultura, los nuevos estudios han corroborado lo que señalan algunas fuentes, en el sentido de la existencia de sociedades estamentales con economía mixta de apropiación y reproducción. - La presión que ejercían los chichimecas debe entenderse dentro de la perspectiva de la dinámica de los pueblos mesoamericanos que tenía como 44 una de sus características fundamentales un movimiento migratorio y un reacomodo constante; la integración y desintegración de señoríos se expresa en estas constantes migraciones: Tula, Culhuacan, Cholula. Ixtlixóchitl, por ejemplo, dice que chichimeca, en su propio idioma quiere decir las águilas. Para algunos, como Torquemada, significa “chupadores”, pues se cree chupaban la sangre de los animales que cazaban. Otros afirman que tal denominación proviene del adjetivo chichic, que significa amargo, por tratarse de gente áspera y amarga, según Boturini. Y otros más dicen que es una palabra que proviene de dos sustantivos: de chichi que significa perro y de mécatl que significa cuerda, y en un sentido metafórico linaje, ya que estos grupos cuentan que descienden de una perra que, después del diluvio, se convierte en mujer. Sin embargo, Reyes y Odena (2001: 253) piensan que todas las interpretaciones anteriores son erróneas, proponiendo que chichimeca significa “la gente que vive en Chichiman”, entendido también como “el lugar de los perros”, aunque no se conoce ninguna población que se llamase Chichiman. Lo que sí se reconocía claramente en las fuentes eran dos grandes áreas: la Chichimecatlalpan y la llamada Onouayan o Nonoualco –en lo que hoy se denomina Mesoamérica–. La Chichimecatlalpan o tierra de los chichimecas recibía también otros nombres, como los de Teotlalpan o “tierra de los dioses”, en el sentido de que era una región desconocida; se le llamaba también Mictlampa o “hacia el lugar de los muertos”, ya que se pensaba que el mictlan se localizaba hacia el norte; otro nombre fue el de Tlacohcalco, es decir “en la casa de los dardos”. Por otro lado, la Onouayan era la región del sur y sureste: el territorio de los sedentarios. Onouayan significa “lugar donde hay gente o población”, de 45 acuerdo con cronistas del siglo XVI como Motolinía. Por su parte, Torquemada decía que Onoualco correspondía con las provincias de Tabasco, Campeche y Yucatán, región donde se desarrolló la cultura sedentaria conocida como la más antigua: la olmeca. Es importante distinguir entre los chichimecas mesoamericanos, de los pueblos que los españoles llamaron chichimecas, que por su feroz resistencia al cristianismo y al sistema colonial, fueron calificados como bárbaros y sanguinarios. En la documentación histórica de los valles centrales y de los de Puebla y Tlaxcala se tiene información pormenorizada sobre la migración, los usos y costumbres, el establecimientode los chichimecas y las grandes transformaciones que se generaron con su llegada. En la Historia tolteca- chichimeca y el Mapa de Cuauhtinchan No. 2 relatan que en el siglo XII se desintegró Tollan [Tula] y de ahí partieron los tolteca-chichimeca para establecerse en Cholula, donde quedaron bajo el dominio de los olmeca- xicalanca. Después los tolteca-chichimeca se rebelaron y se apoderan del gobierno de Cholula; para afianzar su poder, tuvieron que someter a siete pueblos olmeca situados en la vertiente oriental del Popocatépetl. Un resultado inmediato provocado por estas migraciones, es la diversificación de la composición étnica regional; por ejemplo, para el siglo XII los valles de Puebla y Tlaxcala tenían a la población original olmeca, a los tolteca chichimeca que radicaban principalmente en Cholula, a los chichimeca y a los mixteca popoloca o pinome (Reyes 2001: 259). El último de los grupos chichimecas que, después de años de migrar por los territorios norte de Mesoamérica, se estableció definitivamente en la Cuenca de 46 México fue el de los mexicas, cuya participación en la historia inmediatamente anterior a la llegada de los españoles fue muy importante. Este hecho está documentado en la Tira de la peregrinación, también conocida como Códice Boturini. Esta tira de papel de amate cubierta con estuco que representa el viaje del pueblo azteca desde su salida de Aztlán, es el documento más temprano de la migración azteca y su versión histórica fue la más utilizada a lo largo de los siglo XVI y XVII. Los mexicas decían provenir de una isla llamada Aztlán, probablemente localizada en el actual estado de Nayarit; cuando salieron de la isla huyendo de las obligaciones tributarias, adoptaron el nombre de mexitin. Después de tocar varios puntos importantes como Tula, llegaron al islote donde levantarían su capital definitiva: México-Tenochtitlan. Creyendo ver las señales con que su dios les señalaba la tierra prometida: un águila parada sobre un nopal, en el año 2 Calli o 1325 d.C., se fundó la ciudad mexica. La ocupación del islote – perteneciente al señorío de Azcapotzalco– obligó a los mexicas a aceptar la condición de vasallos y a pagar tributo periódicamente. Al llegar los mexicas en el siglo XIV, la Cuenca de México se encontraba densamente poblada y fragmentada políticamente en numerosas ciudades- Estado que controlaban territorios circundantes. Las relaciones entre ellas se caracterizaban por una notable inestabilidad, producto de la constante competencia por ampliar sus áreas de influencia. Generalmente, cuando un Estado o capital asumía el liderazgo en alguna región, terminaba por imponer su dominio totalmente. Tal es el caso de los señorío otomí de Xaltocan, tolteca de Culhuacan, chichimeca de Tenayuca y acolhua de Coatlinchan (Obregón 2001: 286). A través de alianzas con ciudades-Estado, éstas controlaban 47 amplias zonas dentro de la cuenca e incluso fuera de ella; así, por ejemplo, la capital otomí controlaba la mayor parte del norte y noreste de la Cuenca de México, extendiéndose casi hasta la sierra de Puebla, así como a la zona mazahua al norte del Valle de Toluca. Al mismo tiempo mantenía alianzas políticas con señoríos del sur como Cuitláhuac y Xochimilco. El relativo equilibrio quedó roto a partir de 1371 d.C. al consolidarse el Estado tepaneca de Azcapotzalco bajo el liderazgo de Tezozómoc. Constantes campañas militares lograron imponer tributación y controlar gran parte de la región norte de la cuenca, todo el occidente de ésta, el Valle de Toluca, la provincia de Xilotepec, la Teotlalpan y parte del Valle del Mezquital, así como la parte occidental del Valle de Morelos. El expansionismo tepaneca afectó inmediatamente al Señorío de Xaltocan, arrebatándole amplias zonas y terminando por imponer su dominio; esto provocó una salida masiva de otomíes hacia otras zonas más al este y hacia Tlaxcala. A pesar de que Azcapotzalco fue la principal potencia en la cuenca a fines del siglo XIV, el señorío acolhua de Texcoco inició su expansión en el extremo oriental, convirtiéndose en el rival más poderoso de Azcapotzalco. El reino de Texcoco provenía de la dinastía Xólotl toltequizada y nahuatizada. Al morir en 1426 el viejo Tezozómoc, los tepanecas se encontraban divididos en torno a la sucesión del trono. Aprovechando este momento coyuntural, los tenochcas se declararon rebeldes y enemigos a su poder, liberándose de su dominio. Contando con el apoyo de otros pueblos descontentos, lograron armar un fuerte ejército que atacaría simultáneamente Azcapotzalco en distintos frentes (Obregón 2001: 287- 293). 48 El triunfo de los mexicas sobre los tepanecas dos años más tarde, marcó el momento clave en el que los mexicas pasaron del nivel de señorío al de verdadero Estado, convirtiéndose en la potencia hegemónica que controlaba casi todo el centro-sur de México a la llegada de los españoles. Tras el triunfo sobre Azcapotzalco, los mexicas y sus aliados controlaron los distintos señoríos hasta entonces, bajo el dominio tepaneca. En cuanto a las relaciones con los señoríos vencidos, los mexicas decidieron formalizar la alianza con aquellos afiliados en la guerra. Siguiendo la tradición mesoamericana, la unión tomó la forma tripartita. Cada uno de los participantes se decía heredero de uno de los grandes señoríos que habían controlado la cuenca durante los años inmediatamente anteriores: México-Tenochtitlan de Culhuacan, Texcoco de Coatlinchan y Tlacopan de Azcapotzalco. La Triple Alianza (Excan Tlatoloyan) fue originalmente un pacto militar para llevar a cabo campañas de expansión conjuntamente y repartirse las ganancias. Cada uno de los miembros iría adoptando con el paso de tiempo funciones especializadas dentro de la liga: el imperio mexica, como el gran organizador de la guerra y expansión; el acolhua, destacado por la legislación y dirección de obras de ingeniería, y el tepaneca, por su producción agrícola. Dentro de la ideología legitimadora, cada uno se relacionaba, como sugiere López Austin (1986: 283) con uno de los niveles constitutivos del cosmos: un Acolhuacan celeste, ordenador, con capital en Texcoco; un Colhuacan bélico, solar, dominador de los ciclos inferiores, representado por Tenochtitlan, y un Tepanecapan terrestre, productivo encabezado por Tlacopan. A partir de entonces se llevó a cabo la expansión hacia zonas cada vez más lejanas. Bajo el mando de Moctezuma, los ejércitos imperiales se apoderaron 49 de Teotlalpan, Xilotepec-Tollan (Hidalgo); Tepeaca al sureste de Tlaxcala, la Huasteca, conquistando Tuxpan, Ahuilizapan (hoy Orizaba), Coixtlahuapa en la Mixteca, Cotaxtla en Guerrero, y Oaxaca. Con esto quedaron constituidas algunas provincias que más riquezas materiales aportarían al centro, hasta la llegada de los españoles. Según la Matrícula de Tributos los otomíes fundamentalmente cultivaban maíz, frijol y chía –productos que tributaban a Tenochtitlan- complementando con los cultivos de la milpa: calabaza, nopal, zapote, chayote y otros que recolectaban como la verdolaga y la malva. La preciada savia o aguamiel era tributada por los pueblos de la región en la época prehispánica y usada en la elaboración de mieles, azúcar y vinagre. La savia fresca o fermentada llegó incluso a sustituir al agua entre los naturales. Las pencas se usaban para cardar, coser y en actividades rituales. Obtenían el papel mixiote, y se usaba como medicina, combustible y para elaborar mantas. La biznaga, por su parte, era apreciada como dulce o en los tamales. A principios del siglo XVI d.C. la Triple Alianza, dirigida conforme a los intereses de Tenochtitlan, tenía como tributarios a casi todos los habitantes del centro de México y una zona en el área maya (Chiapas y Guatemala); la mayoría de los pueblos otomíes quedaron bajo su dominio, excepto aquellos habitantes
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