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Paisaje, Território e Geografia Histórica

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Paisaje, territorio y geografía histórica
Para Alan Baker (2003:8) cuatro son los principales discursos de la geo- grafía: localización, medio, paisaje y regiones o áreas; este autor agrega que entre ellos no hay límites impermeables. En contraposición, se es de la idea que los discursos de la geografía son medio, territorio, región, urbe o área rural; en esta última propuesta no se incluye paisaje, pues se le considera una posibilidad metodológica (sobre esto se ahonda en los siguientes párrafos), más que un principio primordial de análisis en la geografía. Por su parte, Baker agrega que los geógrafos suelen interco- nectar cada uno de estos segmentos, sin embargo, en la experiencia desde la geografía en México, parece que en pocas ocasiones se logra esto; quienes trabajan paisaje y medio posiblemente sí concurran en ambas vertientes para lograr sus objetivos, pero quienes se abocan a las diná- micas y fenómenos de localización o espacialidad y la cuestión urbano- regional no suelen incluir cuestiones propias del medio o análisis a través de los estudios de paisaje.
Además de las limitantes teóricas derivadas de las posiciones pre- ponderantes en geografía hasta hace unas décadas, mismas que se cree dificultaban el diálogo entre los discursos nodales de la geografía, la propia definición de paisaje también validada hasta hace poco, tampo- co ayudaba a su utilización en ámbitos como la regionalización o los estudios urbanos y rurales. La visión tradicional en paisaje lo considera como una porción de espacio, tal y como argumentó Georges Bertrand hacia 1968 (Bolós, 1992:26), pero tal idea sobre el paisaje se cree limita sus posibilidades de análisis y su interacción con el resto de los discursos primordiales de la geografía. La propuesta en este sentido es entender al paisaje como una posibilidad metodológica para analizar al espacio, pero no como una porción del mismo. Esta propuesta se puede sustentar al tomar en cuenta el origen del término paisaje, así como el uso ‘científico’ que se le ha dado al mismo desde diversas escuelas geográficas o de otras disciplinas.
En cuanto al uso temprano del concepto paisaje se sabe que en len- gua castellana originalmente se definió como pintura, y de acuerdo con Joan Corominas (1983:433), hasta 1708 apareció en nuestra lengua como paisaje, mientras que en otras lenguas romances su uso era común desde los siglos XVI y XVII. Esta connotación temprana de paisaje, como repre- sentación, nos habla de la interpretación de una porción de espacio, mas no del espacio en sí. Asimismo, la expresión germánica landschaft nos remite a la evolución o moldeado del suelo y registra información que nos remite a su proceso de formación, mientras que la expresión inglesa landscape aparece en el siglo XVI como un vocablo técnico utilizado por los pintores (Fernández y Garza, 2006). De nuevo se asiste, en la com- prensión de estos términos, no a la referencia de una porción de espacio, sino a una manera de interpretarla.
En el argumento de considerar al paisaje como principio metodológi- co y no como una porción de espacio, se considera el propio tratamiento que de este concepto han hecho las diversas escuelas, mayoritariamente geográficas, que han propugnado por una consideración científica del paisaje. Para fundamentar esta propuesta, se propone una sucinta revi- sión de los estudios científicos sobre el paisaje, los cuales se remontan al siglo XIX, habiendo sido desarrollados, en primera instancia, por in- dividuos que en lo fundamental estaban interesados en los ámbitos físi- co y biológico del entorno, destacando los discursos de Alexander von Humboldt y Karl Ritter, quienes forjaron el concepto de ‘medio’ para explicar la influencia de los aspectos físico-biológicos en la cultura de los pueblos. Las propuestas de Charles Darwin no hicieron sino reafirmar la interrelación entre los seres humanos y su ambiente. A partir de entonces, el análisis sobre esta interrelación se orientó en dos sentidos: la que analizó el impacto de lo humano sobre el entorno y la que observó la influencia del medio en las sociedades, ambas hermanando medio y actuación humana a través del análisis de los componentes físicos, bioló- gicos y antrópicos del medio, es decir, conduciendo estudios de paisaje; esta vinculación no necesariamente pasaba por la definición de una por- ción de espacio concreta, sino que construía teoría y métodos, en general, sobre la relación sociedad-medio.
De la vertiente que se enfocó al impacto sobre el entorno por causa del quehacer humano, se tiene como obra pionera el trabajo de George Perkins Marsh titulada Man and Nature or Physical Geography as Modi- fied by Human Action (1864); de la tradición derivada de esta propuesta, destaca la publicación de Gordon Childe (1971), bajo el título de Man Makes Himself, en el que son discernidas algunas alteraciones sufridas por el sustento biofísico del planeta en aras de la vida civilizada. Si- guiendo ese mismo tipo de aproximación, en tiempos más recientes, y dedicado a las alteraciones ambientales en el continente americano como consecuencia de la colonización europea, cabe destacar a escala conti- nental Ecological Imperialism de Alfred Crosby (1991). En cuanto a este proceso de transformación en las Américas, resulta de particular interés la obra de Tzvetan Todorov (1987) quien, a través del fenómeno de la ‘otredad’, invita a reflexionar sobre la forma en que un medio ajeno, incluyendo a las sociedades que lo habitan, pueden ser percibidos por sus conquistadores, brindándonos pautas sobre la carga ideológica que subyace en el proceso de construcción o deconstrucción de un paisaje.
De la influencia del medio ambiente sobre el ser humano cabe su- brayar, como primer antecedente, la obra de Lewis Morgan (1993) La sociedad antigua, escrita hacia 1880, en la que fueron resaltados los co- nocimientos que diversas culturas utilizaron para enfrentarse al entorno. Contemporáneo a este autor fue Friedrich Ratzel, quien acuñó por aquel entonces los términos geografía cultural, antropogeografía y geografía política, mismos que coadyuvaron al reconocimiento de los procesos civilizatorios en concordancia con las características del medio corres- pondiente, así como con los flujos marcados en el territorio (Claval, 1996:12-13). Para comienzos del siglo XX los geógrafos ‘occidentales’ resaltaban, sin cortapisas, la relación entre las sociedades y su entorno, profundo vínculo que hoy en día permea el quehacer de la geografía histórica y el de la geografía cultural. Por aquellos años se redefinen y reutilizan los términos de paisaje y región, en tanto que ambos incluían variables físico-biológicas y socioculturales como parte del análisis del territorio (Capel, 1988:345-358). Paul Vidal de la Blache (1994) propuso en su Tableau de la Geographie de la France, que los grupos sociales reaccionaban ante el ambiente a través de diversos ‘géneros de vida’, lo que le permitió explicar que si bien el ser humano está condicionado por el medio, también éste se estaba transformando a instancias de la actividad antrópica. El intercambio recíproco entre el medio y las so- ciedades quedó asentado por Lucien Febvre (1955) en La Tierra y la evolución humana, aproximación debida a las construcciones teóricas del posibilismo, mismas que proponen que las actividades humanas no están determinadas por el medio, sino que éste posibilita el desarrollo de cierto tipo de actividad e inhibe la conducción de otras. En este orden de ideas, es indispensable mencionar la obra del antropólogo y geógra- fo germano-norteamericano Franz Boas (1964), cuya obra es clave en la comprensión de la relación sociedad-medio a través del paisaje, este autor resalta la importancia que para el ser humano tiene el entorno in- mediato y la manera en que la cosmovisión de cada cultura se sitúa en el centro perceptual del universo.
Aunque el concepto de paisaje es implícito a todas las aproximacio- nes, antes mencionadas y tocantes a la relación sociedad-medio, se cree conveniente ahondaren las principales tendencias o escuelas que han es- tablecido a este precepto como su eje rector. De las escuelas germánicas se destacan las siguientes obras: Grundlagen der Landschaftskunde de Sigfrid Passarge (1920), autor que enfatiza la primacía del análisis geo- morfológico sobre el puramente climático (mismo que había prevalecido desde mediados del siglo XIX) en la disección de las ‘grandes zonas’ del paisaje. Los trabajos de Alfred Hettner (1966) y Carl Troll (1972) enri- quecieron las posibilidades de análisis de los estudios de paisaje al darles un carácter integral que incluye la participación del ser humano en su configuración; entre los aportes de Troll destaca, asimismo, la definición del concepto ‘Ecología del Paisaje’, lo que redundó en la inclusión del concepto de ‘sistema’ en los estudios de paisaje.
En cuanto a la escuela rusa, cabe señalar que, en primera instancia, recibió los aportes de la escuela alemana, sin embargo, adquirió carácter propio al mezclar esta tradición con los estudios en ‘edafología cientí- fica’, habiendo sido hacia los años sesenta del siglo XX, cuando esta es- cuela mostró un importante desarrollo. Destaca entre los autores de la era soviética, Viktor Sochava (1988), quien definió los conceptos de modelo y sistema dentro de los estudios de paisaje y dio lugar, hacia 1963, a la definición de ‘geosistema’, el cual incluye a todos los elementos del pai- saje como un modelo global, territorial y dinámico aplicable a cualquier paisaje concreto. Asimismo, propuso tres tipos de ‘geosistema’ de acuer- do con su tamaño: global o terrestre, regional de gran extensión (peque- ña escala) y topológico a nivel reducido (a gran escala). Por último, es importante resaltar, en cuanto a los aportes de Sochava, su insistencia en la utilización del lenguaje cartográfico como base para cualquier estudio de paisaje.
Entre los autores anglosajones, destaca la propuesta de Ian Mc Harg (1969), la cual versa sobre la primacía de los procesos biológicos en todo principio de planificación: este sentido ‘biologista’, en el análisis de las determinantes del tipo de uso del suelo, se contrapone a la visión eco- nomista que había guiado en lo primordial la organización del territorio en las economías de mercado. Las escuelas sobre paisaje en Francia se configuraron en un principio bajo las directrices germánica y soviética, sin embargo, con el tiempo generaron principios metodológicos de gran relevancia, el grupo dirigido por el ya citado Georges Bertrand (1969) in- trodujo a los estudios de paisaje los preceptos de ‘biostasia’ y ‘rexistasia’, siendo los primeros, parajes estables cubiertos por densa vegetación, y los segundos, sitios con el material litológico expuesto, ya por causas estructurales y climáticas, ya por degradación de origen antrópico. El prin- cipal elemento integrador de esta corriente en paisaje es la vegetación. Especial mención merece, desde la geomorfología, el trabajo de Jean Tricart (1962), por sus amplios aportes a las diversas escuelas en paisaje. Dentro del ámbito ibérico, es de primordial interés para la labor aquí conducida, resaltar la obra de María de Bolós (1992:191-203), quien ha dado gran relevancia a los estudios dedicados a la evolución del paisaje, ya que considera que una de las premisas básicas para el estudio de cual- quier paisaje es el conocimiento, lo más profundo posible, de su historia. En su aproximación al conocimiento histórico del paisaje, Bolós propone tres principios metodológicos: el regresivo, desde la actualidad hasta un momento determinado en el pasado, el progresivo a partir de un corte en el tiempo y hacia el futuro, y el mixto, que combina a los dos primeros. En este sentido, la definición que de paisaje nos brindan Denis Cos- grove y Stephen Daniels (1988:1) es de gran ayuda; para estos autores paisaje es una imagen cultural, una forma pictórica de representación, es- tructuración y simbolización del entorno. Asimismo, se es de la opinión que la propuesta de John Wylie (2007:121), en el sentido de considerar al paisaje como verbo y no como sustantivo (es decir, abandonando las definiciones que lo consideran como un objeto inerte y solamente obser- vable y como un trasfondo neutral), fortalece la consideración metodoló- gica que del paisaje se busca impulsar en este trabajo. Dicha considera- ción, por otro lado, queda reforzada tomando en cuenta la propuesta de Thomas Mitchell (1994:14), quien propone que el paisaje es ante todo y en su sentido más amplio, un medio de aprehensión de lo físico y lo bio- lógico a través de significados y valores culturales. En esta aprehensión de lo físico y lo biológico, la escala de análisis es primordial, siguiendo a autores como Augustine Berque (1992) o Barbara Bender (1995), para quienes el paisaje abarca todo lo que el observador pueda abstraer de la realidad a través de sus sentidos, primordialmente, la vista. Se puede ar- gumentar que se trata de una escala humana o local, misma que perdura a la fecha en quien no trastoca el espacio por medio de la velocidad, ya sobre el lomo de un animal, ya en un avión.
Por otra parte, con la idea de sustentar de manera más amplia el ca- rácter local del paisaje, se puede aducir que la escala de las unidades políticas, hasta el fin del Antiguo Régimen, también era local. La or- ganización de municipios, distritos o condados muy extensos es con- secuencia de una ocupación altamente tecnificada del espacio. Esto se puede ejemplificar, en el caso de México, pensando que, tanto las uni- dades político-territoriales de la era prehispánica como las del periodo colonial, contaban con límites asequibles a sus habitantes y elementos reconocibles y jerarquizados de acuerdo con su importancia cultural y económica. Tal era el caso del altepetl (unidad político-territorial funda- mental del ámbito náhuatl durante el posclásico tardío) y de los pueblos de indios, herederos inmediatos de las formas de organización del terri- torio y construcción del paisaje mesoamericano y cuyo carácter corpora- tivo fue reconocido e impulsado por las autoridades españolas hasta las reformas borbónicas de fines del siglo XVIII. Asimismo, al aproximarse a un área determinada, desde la perspectiva de paisaje, se debe tener en cuenta que en las lenguas latinas (por ejemplo, castellano, francés, cata- lán o italiano) esta palabra hace referencia al terruño, a la localidad a la que se pertenece.
En cuanto a la relación de la geografía con la historia, imprescin- dible en la construcción teórica de la geografía histórica, se cree que la consideración del paisaje como principio metodológico es muy útil en el discernimiento de las posibilidades analíticas de la relación geografía- historia, en particular en el entendimiento de las causas subyacentes que conducen a la transformación del espacio. Para Marina Frolova y el ya multicitado Georges Bertrand (2006:254-255), no cabe duda que el in- terés contemporáneo por los estudios de paisaje está contribuyendo a la renovación de la investigación geográfica en la interfaz entre la sociedad y el medio ambiente, relación que estos mismos autores reconocen se alejó durante la segunda mitad del siglo XX de los discursos preponde- rante en geografía, por causa del peso dado a las cuestiones regionales, concebidas éstas en franca lejanía del naturalismo.
Por su parte, territorio es identidad, es política, es administración: para que un grupo humano pueda iniciar el moldeado del área elegida para establecerse, lo primero que desea es identificar y dejar establecidos los límites de la misma. El territorio es, por lo tanto, un producto histó- rico que sufre alteraciones por causa de los avatares impuestos por las condiciones biológicas, la introducción de innovaciones tecnológicas y la involución o expansión urbana. En un principio, la organización del territorio tiene como referente primordial el antorno, pero conforme éste se antropiza, los elementos humanos se van convirtiendo en sus articula- dores y delimitantes, aunque en ello por supuesto tiene unpapel funda- mental la carga cultural. Al territorio se le entiende como la construcción sociopolítica de una determinada porción de espacio, siendo, siguiendo de nuevo a Fernand Braudel (1968), un producto histórico inscrito en la larga duración. En esa larga duración hay diversas temporalidades y ritmos, tanto en la organización del territorio, como en la construcción del paisaje; devenir, en el que hay etapas cortas y violentas, como el siglo XVI para el México central y meridional, y etapas en los que los cambios prácticamente son inapreciables, salvo alteraciones muy locali- zadas, como los siglos XVII, XVIII y buena parte del XIX para nuestro país.
Ya que al territorio se le entiende como una porción de espacio, se es de la idea que la mejor forma de ejemplificarlo es aludiendo a áreas concretas para explicar su evolución y las aproximaciones académicas que se consideran primordiales para su estudio durante una temporalidad prolongada. Por tanto, la Mesoamérica localizada al poniente del istmo de Tehuantepec es la escala elegida para rastrear la evolución territorial de lo que denominamos México, aproximación a la que el análisis del concepto altepetl resulta fundamental. Así, se tiene que el estudio de las formas de organización territorial mesoamericana comenzó su historia científica a fines del siglo XIX: Adolf Bandelier (1975) fue el primero en discernir los componentes político-administrativos del altepetl. Sin em- bargo, pasaron muchas décadas hasta que la temática territorial de Meso- américa y su transformación durante el siglo XVI comenzaron a ser anali- zadas en forma. Uno de los precursores fue Charles Gibson (1986, 1991),
con sendos trabajos de carácter regional. Seguirían, desde la arqueolo- gía, aportes como el de Frederick Hicks (1984), quien definió la existen- cia de áreas rurales intercaladas con las urbanas al interior del altepetl. Un giro de aproximación etnohistórica, tiene entre sus mejores expo- nentes a autores como Susan Schroeder (1991) y James Lockhart (1991, 1999) quienes clarificaron, ya con un ejemplo regional, la primera, ya con una exposición teórica general concerniente al término altepetl, el segundo, las características político-territoriales del mismo. Por su par- te, aspectos simbólicos y los rituales fundacionales del altepetl han sido explicados vehemente por María Elena Bernal (1993) y Ángel García Zambrano (2001). En cuestiones relacionadas a la territorialidad y sus fundamentos filosóficos, se hace necesario en el contexto del México central, recurrir a las obras de Miguel León Portilla (1980) y Alfredo López Austin (1996). En una perspectiva que abarque los procesos terri- toriales del virreinato y el México independiente, es indispensable reco- nocer en términos territoriales la labor de Áurea Commons (1993, 2002), quien además de hacer hincapié en reconocer la realidad territorial habi- da hacia el momento de la conquista como fundamento de los procesos territoriales posteriores, ha logrado una acuciosa obra dedicada a la evo- lución político-administrativa de México, tanto del país en su conjunto, como a escala regional y local. Asimismo, y en este orden de ideas, no se puede dejar de mencionar la excelente compilación de René Acuña
(1986/1987), concerniente a las Relaciones Geográficas del siglo XVI.
Una vez resumidas las ideas sobre paisaje y territorio, y las escuelas y autores que se consideran primordiales en el estudio de estos concep- tos, se subraya el que la geografía histórica en su origen académico, se entendió como el estudio de la evolución del paisaje y el territorio, ya que durante el siglo XIX el término geografía histórica se usó en Francia y Gran Bretaña para describir la historia de las alteraciones de los límites de las fronteras políticas (Darby, 2002:91). En la actualidad, el paisaje y el territorio siguen siendo ejes temáticos de la geografía histórica, sin embargo, su análisis va más allá de los meros referentes físicos que ma- nifiesta en el paisaje o el mero estudio de los diversos límites políticos en el espacio y el tiempo. Los análisis y conclusiones necesariamente son matizados a la luz de los medios y modos de producción, así como a través de la inclusión de cargas ideológicas y de lo que identidad puede significar a paisaje y territorio. En cuanto al análisis de sus tempora- lidades, los procesos territoriales pueden tener una temporalidad en su configuración relativamente identificable, siendo más difícil de identi- ficar las temporalidades habidas en la construcción del paisaje, no solo por su componente bio-físico, sino porque los elementos culturales son más difíciles de discernir en sus tiempos de constitución e integración de elementos de orden civilizatorio o cultural ajenos, en particular si éstos son parte de principios civilizatorios que se encuentran soterrados por la supremacía cultural de un orden impuesto, tal y como acontece en buena parte de América Latina desde el siglo XVI.
En la vinculación de la evolución del paisaje y el territorio con la geografía histórica es indispensable reconocer que la geografía cultural está constantemente presente, ya que las prioridades de tipo simbólico y referencial, tanto en el paisaje como en el territorio, se estudian a través de esta subdisciplina, sin importar que tan atrás se vaya en el tiempo, es más, esas larguísimas convivencias humanas con un cierto bioma o en sus franjas de transición, son materia primordial del estudio cultural del espacio. Asimismo, para abordar la problemática concerniente a las for- mas en que se ha organizado el territorio y construido el paisaje en una duración prolongada, se debe deslindar el quehacer plenamente geográfi- co de los enfoques histórico, antropológico o arqueológico que son tras- cendentes para estas temáticas. Para ello se proponen los siguientes siete planteamientos, los cuales resumen las definiciones que de geografía en general, geografía histórica y geografía cultural se tienen en este trabajo:
a) La geografía estudia la dimensión espacial, en sus manifestacio- nes como ambiente, territorio, región, urbe o área rural, siendo el análisis de estos ámbitos su prioridad, por ende, el reconocimien- to de las formas de organizar el territorio y construir el paisaje se aborda desde estos cinco componentes del espacio.
b) La geografía es interdisciplinaria desde su origen, y para com- prender las determinantes físicas, biológicas, socioeconómicas y culturales que organizan al territorio y moldean al paisaje, tiene en los estudios de paisaje su mejor herramienta analítica debido al carácter integral de los mismos.
c) La geografía histórica y la geografía cultural van de la mano en el reconocimiento de los símbolos que las poblaciones locales ge- neran con respecto a valores culturales, económicos o políticos.
d) La problemática de la escala en geografía, trata sobre la defini- ción precisa de la escala a la que se debe de trabajar de acuer- do con la problemática escogida, y aborda también la influencia multi-escalar sobre la dimensión elegida. En este sentido, se re- conocen cuatro escalas que resultan primordiales: la local, la re- gional, la nacional y la global. En lo tocante a esta última escala, y desde una perspectiva de larga duración, cabe tomar en cuenta el significado de lo global antes de la llegada de los europeos y el carácter que obtuvo lo global en Mesoamérica a partir del siglo
XVI.
e) Para la geografía histórica y la geografía cultural, tan relevantes son los aportes cartográficos contemporáneos como los genera- dos en épocas anteriores, siéndoles útiles aquellos generados por otras tradiciones, en las que los cánones estéticos y técnicos fue- ron muy distintos y revestidos por las determinantes de su cultura y tiempo.
f) En la geografía se considera al trabajo de campo como parte fundamental de su quehacer. En este sentido, cabe destacar que aunque el trabajo de archivo resulta fundamental al quehacer de la geografía histórica, éste por lo general, se ve necesariamente complementado por la verificaciónen campo de la presencia o ausencia en el paisaje y en las formas de organización del terri- torio de los elementos o dinámicas suscritas en los documentos identificados y analizados.
Por último, en este ahondar sobre paisaje y territorio en México, se piensa relevante el acotar dos principios metodológicos que resultan pri- mordiales ante la utilización de estos conceptos: el primero, es la con- sideración de los aportes cartográficos generados en épocas anteriores, siendo muy útiles en el caso del México central y meridional los plasma- dos bajo cánones estéticos y técnicos de origen mesoamericano, ya que ayudan a develar determinantes en el paisaje y en el territorio que sin estas fuentes resultarían casi imposibles de desentrañar. El segundo, es la consideración y práctica teórico-metodológica del trabajo de campo, como parte fundamental del quehacer de la geografía histórica y la geo- grafía cultural.

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