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Lepra en México
Durante el periodo novohispano surgieron diversas posturas y discusiones en torno a la lepra. En 1789, el cirujano mayor del Hospital Real de Naturales, Manuel Antonio Moreno, diagnosticó a un religioso franciscano con "un afecto leproso", pero no lo consideró contagioso ni incurable. Sin embargo, el ministro ejecutor del Real Tribunal del Protomedicato lo envió al Hospital de San Lázaro, donde eran enviados los "incurables y contagiosos leprosos". 
Esto refleja una lucha de poder entre las autoridades médicas y apunta hacia las transformaciones que su influencia, facultad y ejercicio experimentaban. En algunos casos, los enfermos de lepra solicitaron permiso para curarse en el seno de su familia, argumentando que la enfermedad no era contagiosa. En otros casos, se discutió si la lepra era contagiosa o no. 
En 1824, la Junta de Sanidad del Ayuntamiento de la Ciudad de México informó que la lepra sí era contagiosa. En 1831, el enfermo Luis Pardiñas solicitó permiso para curarse en su casa y el médico Isidoro Olvera declaró que la lepra no era contagiosa, excepto en los casos en que procedía de la sífilis degenerada. 
Estas discusiones también reflejan las percepciones a las que estaban sujetos los enfermos de lepra, tanto las que cambiaron como las que no, los debates derivados de los permisos para salir de San Lázaro dan testimonio de las actitudes de miedo y repugnancia de la gente hacia los "monstruosos lazarinos" cargados de viejos atributos, como glotonería, lujuria y satiriasis, y otros nuevos, como inutilidad e indecencia. 
Durante los primeros años del México independiente, las actitudes y explicaciones en torno a la lepra continuaron siendo objeto de discusión. En mayo de 1822, la Junta de Sanidad del Ayuntamiento de la Ciudad de México recibió la solicitud de una interna de San Lázaro para casarse con alguien que había estado tres veces en el hospital en calidad de enfermo sin serlo realmente. 
Para resolver la situación, se reunieron los médicos Joaquín Guerra y Manuel de Jesús Flores y el cirujano Antonio Serrano, presidente de la Junta de Sanidad y antes director y profesor de la Real Escuela de Cirugía. Establecieron que la lepra se presentaba en grados diversos, pero que era:
 "un solo género de enfermedad cuyo carácter es el de ser una enfermedad nerviosa, crónica, contagiosa, y por consiguiente, asténica o de debilidad, que se fija, insinúa y desarrolla en el tejido mucoso".
Respecto al "matrimonio con leprosos" o entre ellos, se tomaron en consideración sus vidas, su salud espiritual y "las generaciones desgraciadas que podrían resultar de estas uniones". 
Estas actitudes y explicaciones reflejan la preocupación por la propagación de la enfermedad y la percepción de la lepra como una enfermedad contagiosa y crónica. También muestran la preocupación por el bienestar de los enfermos y la posible transmisión de la enfermedad a sus descendientes. 
Las actitudes y explicaciones en torno a la lepra reflejaban la preocupación por la propagación de la enfermedad y la percepción de esta como contagiosa y crónica. Además, se mostraba preocupación por el bienestar de los enfermos y la posible transmisión de la enfermedad a sus descendientes. 
A pesar de que las consideraciones médicas en torno a la enfermedad estaban en proceso de transformación, las posturas sobre la incurabilidad y la contagiosidad del mal de San Lázaro no eran unívocas, lo que ocasionó fuertes discusiones y roces entre las autoridades médicas. 
Mientras que el Real Tribunal del Protomedicato sostenía que la lepra era una enfermedad contagiosa e incurable y que los afectados debían ser retenidos en el hospital dedicado a ellos sin salir por motivo alguno, otros cirujanos y médicos estaban de acuerdo en que la lepra no era contagiosa en sus primeras manifestaciones y que podía ser curada si se encontraba en ese estado. Además, hubo posturas que no descartaron la consideración de que la enfermedad era hereditaria, lo que respaldó el argumento de reclusión y separación por sexo.
ReferenciasSánchez Uriarte, M. (2005). Entre la misericordia y el desprecio. Los leprosos y el Hospital de San Lázaro de la Ciudad de México, 1784-1862. México. UNAM, pp. 87-106.

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