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La Sociedad contra el Estado

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La Sociedad contra el Estado
Ante su supuesta falta de Estado, las sociedades primitivas suelen ser consideradas incompletas en la concepción actual. Su economía de subsistencia desconcierta tanto como impresiona pues aunque jamás se expandieron a mayores escalas – o habrían dejado de ser primitivas para volverse más evolucionadas – tampoco sufrieron nunca de mayores reveses como los que tememos en las sociedades actuales si dejamos de producir en la escala en que lo hacemos. Su éxito se basaba en el hecho de que producían sólo lo necesario, no porque no tuvieran capacidad para más, sino porque no querían.
Fueron muy pocos los grupos humano que no ejercieron el mas mínimo grado de dominación sobre su ambiente – siendo los esquimales y australianos dos de los casos más notables de la antigüedad y actualidad – pero precisamente las manifestaciones creativas de estos a través de la historia suelen ser sumamente impresionantes a pesar de una absoluta falta de jerarquía incluso en los asuntos más nimios como la fabricación de instrumentos de uso cotidiano.
Otro aspecto curioso de las sociedades primitivas es que, de hecho, eran sociedades contra el Estado. Tanto el poder como la política eran usados para evitar que surja un órgano controlador separado de la sociedad. Esa era su forma de asegurarse de que la igualdad se mantuviera. Ni siquiera la figura del jefe, tradicionalmente considerada sinónimo de autoridad y liderazgo en la actualidad, podía monopolizar el poder; pues, aunque se basaba en el prestigio del elegido como tal, el verdadero poder se mantenía en la sociedad y esta lo ejercía sobre él.
Al carecer de cualquier derecho real a gobernar, el jefe debe valerse casi exclusivamente de la elocuencia que le trajo el prestigio necesario para ser electo para la posición. Su mayor tarea era resolver los conflictos que surgieran a través de una mediación neutral para que el asunto no llegara a la violencia. Sin embargo, si sus gestiones fallaban y una querella degeneraba en confrontaciones mayores, su prestigio y posición podían no sobrevivir a ello.
La guerra era considerada una estructura social de aquellos sin Estado, un método para englobar la concepción del otros (extranjeros, enemigos, no-parientes) contra nosotros (parientes). Así ejemplificaban una sociedad indivisible y autónoma. Sin embargo, un efecto colateral era la negación de alianzas que podrían generar un sistema de poder estructurado que, eventualmente, conllevaría al surgimiento de un poder político centralizado: El Estado. 
Desde la antigua Grecia, nuestras concepciones occidentales ven en lo político la esencia de la sociedad: Lo social es lo político y lo político es el ejercicio del poder. Según esos ideales no puede haber sociedad si no es bajo la “égida de los reyes”, sin la clara división entre los que mandan y obedecen. Pero el jefe de las sociedades primitivas se acercaba más a un funcionario público no remunerado que a una figura imponente y autoritaria. Aun así, sus sociedades funcionaban y prosperaban hasta el punto en que sus propios pobladores lo permitían. De estos ejemplos podemos deducir que el Estado no es eterno, que su fantasma asole a todos los pueblos pero solo en las épocas más primitivas hallaron la forma de mantenerlo a raya. Siendo así es posible estudiar los nacimientos de los diversos Estados, pero también profetizar sus muertes.

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