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Montero- Psicología comunitaria - Lucía Guillermina Heredia

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Universidad Veracruzana 
Instituto de Investigaciones Psicológicas 
Especialidad en Psicología Comunitaria 
 
 
PSICOLOGIA SOCIAL 
COMUNITARIA. 
(MARITZA MONTERO) UNIVERSIDAD CENTRAL DE 
VENEZUELA. 
UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA. PRIMERA EDICION. 
DIRECC. DE PUBLICACIONES. CALDERON DE LA BARCA 280. 
SECTOR JUAREZ. C.P. 44260 GUADALAJARA. JALISCO. MEXICO. 
ISBN 968-895-431-4 
. 
 
VIDAS PARALELAS: PSICOLOGIA COMUNITARIA EN 
LATINOAMERICA Y EN ESTADOS UNIDOS. 
Maritza Montero. 
Universidad Central de Venezuela 
El impulso inicial. Si quisiésemos hacer una historia de las relaciones entre la psicología 
comunitaria surgida al norte del río Bravo y la que se desarrolla diez años después al 
sur, creo que podríamos titularla, como la obra de Plutarco: Vidas paralelas. En efecto, 
en los años sesenta se produce una serie de movimientos sociales, a la vez que se difunden 
las ideas políticas y económicas necesarias para que una concepción de la psicología 
volcada hacia los grupos y sus necesidades, hacia una concepción distinta de la 
enfermedad y de la salud, centrada en el sujeto humano concebido como un ser más activo, 
se desarrolle generando una disciplina socialmente más sensible. Pero ello no es un 
fenómeno originario y exclusivo de la psicología. De hecho responde a un movimiento de 
las ciencias sociales y humanas en general que, en América Latina a fines de la década del 
cincuenta había comenzado a producir una sociología comprometida, militante, dirigida 
fundamentalmente a los oprimidos, los menesterosos, a aquellos grupos de la problación 
más necesitados. Los trabajos del sociólogo Orlando Fals Borda (1959) en Colombia son 
un buen ejemplo de esto, en su obra de esa época se sentaban ya las bases para una práxis 
renovadora de las ciencias sociales y del rol de los y las investigaciones sociales. 
Igualmente la educación popular planteaba nuevas formas de intervención social, siempre 
mediadas por la comunidad, ya que como lo han señalado Freire (1974) y Barreiro (1974), 
entre otros, se trata de un proceso realizado por y con los miembros de un grupo, en 
función de sus intereses y necesidades. Nuevamente la idea de un sujeto activo, que 
controla sus cir cunstancias de vida y el rumbo de su acción, es planteada aquí. Igualmente, 
Ander-Egg (1963) plantea una práctica social en este sentido desde el campo 
multidisciplinario de la animación cultural y el trabajo social. 
 
* Fourth Biennal Conference, Society for Community Research and Action. Division 27 of the american Psychological Association. William and 
Mary College. Williamsburg, Virginia, USA. 
 
Esos cambios en la perspectiva y comprensión de la sociedad y de sus miembros, se 
presentaban también en oros ámbitos. La fenomenología que influía en la sociología y la 
antropología, así como el incipiente movimiento construccionista, apuntaban hacia esa 
misma visión del ser humano como un actor, como un constructor de su realidad y la 
necesidad de abandonar la idea de la separación entre investigador e investigado, 
fundamentada en la supuesta "neutralidad" del primero y "no contaminación" del segundo. 
 
Así pues, el campo de las ciencias sociales en donde surge la psicología comunitaria, es 
uno en el cual el paradigma positivista, hasta entonces dominante, ya comenzaba a 
mostrar síntomas de agotamiento. El énfasis en lo individual, aún dentro de lo social, la 
visión del sujeto pasivo, recipiente de acciones, no generador de ellas, difícilmente 
permitían a la psicología adscrita a tal concepción, hacer un aporte efectivo en la solución 
de problemas sociales de carácter urgente. Las ciencias sociales ya habían advertido la 
separación entre ciencia y vida que esto producía y habían comenzado a rescatar una línea 
de pensamiento que nunca estuvo silenciosa, pero cuyos aportes eran muchas veces 
descartados como "no científicos", al no ajustarse a la tendencia dominante. 
 
Nociones provenientes de la fenomenología, de la etnometodología, comienzan a plantear 
una perspectiva diferente que enfatiza la necesidad de estudiar la vida cotidiana de las 
personas, puesto que es en ella donde se da sentido a su entorno. Y a la vez, las propias 
condiciones sociales exigían respuestas más eficientes, económicas y expeditas a esas 
ciencias, entre ellas la psicología, que si bien no fue la primera en responder, si ha sido 
una de las más impactantes en su respuesta, una vez que ésta comenzó a estructurarse. 
 
El punto de partida para la psicología comunitaria. 
 
Es difícil indicar el momento exacto del nacimiento de una disciplina científica. Lo que 
suele ocurrir es que una práctica comienza a desarrollarse en un determinado sentido y a 
ejercerse sobre un determinado objeto, desarrollando instrumentos para su labor y 
derivando principios generales, interpretaciones y explicaciones de la misma, hasta 
constituir un conjunto sistemático y coherente, cuya especificidad se desprende de su 
propia acción. O bien el procedimiento puede iniciarse con el surgimiento de hipótesis y 
relaciones que adelantan o asoman la necesidad de la generación de un campo nuevo para 
la construcción del conocimiento. 
 
Sin embargo, en el caso de la psicología comunitaria surgida en los Estados Unidos, puede 
decirse que hay un movimiento clave que puede ser considerado como el punto de partida 
de la disciplina: la conferencia de Swampscott, Massachussetts (Conference on the 
Education of Psychologists for Community Mental Health), celebrada en 1965, a partir de 
la cual se inician una serie de programas de acción, publicaciones que registran sus 
primeras definiciones y logros, y casi inmediatamente empiezan a dar cabida a cuestiones 
y dudas de orden teórico. Menos claro es el panorama latinoamericano en sus comienzos, 
ya que la vastedad del territorio, la pluraridad de naciones y la incomunicación dominante 
entre ellos, sobre todo hace dos o tres décadas, dificultaban, por no decir imposibilitaban, 
algo semejante. Así, a pesar del impulso que el trabajo de comunidades estaba recibiendo 
en el área desde finales de los cincuenta, por parte de la sociología, la antropología y la 
educación popular en América Latina, la psicología no se incorpora a ese campo de acción 
sino hasta los sesenta. 
 
En efecto, ya a mediados de esa década surge, simultáneamente en varios países (Brasil, 
Colombia, El Salvador, México, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, 
Venezuela), una práctica originada en la psicología social como reacción a la crisis de 
legitimidad y significatividad social que en ese momento la aquejaba. Práctica que 
buscaba unir teoría y acción en función de la realidad social específica en la cual se 
aplicaban, respondiendo a los problemas existentes en esas sociedades y revisando las 
explicaciones aceptadas hasta el momento, confrontándolas con los mismos, para 
desarrollar interpretaciones adecuadas y útiles, de tal manera que la psicología social se 
adaptase a la realidad y no viceversa, y superarse así la irrelevancia social que se le 
acusaba. 
 
La idea es entonces trabajar en, con y para la comunidad. Esto significa redefinir el objeto 
y el método, revisar la teoría, reestructurar el rol profesional de los y las profesionales de 
las psicología. Y asumiendo tal reto, a partir de lo que se tenía, aún a sabiendas de sus 
limitaciones, comienza a desarrollarse una psicología que inicialmente, en muchos países 
latinoamericanos, no respondía al nombre de psicología comunitaria. Se hablaba así de 
Desarrollo Comunal, entre otros títulos otorgados a la práctica iniciada. 
 
La excepción es Puerto Rico, donde sí se puede hablar de punto de partida. Podríamos 
decir que la piedra angular para el surgimiento de una psicología comunitaria, es fijada en 
1975, cuando se crea el Programa de psicología Social y Comunitaria en el Departamento 
de Psicología de la Universidad de Puerto Rico, en función de "las necesidades 
encontradas en la sociedad y demandas tanto de estudiantes como de la Facultas" (Rivera-
Medina,1992,p.3). Las necesidades, sin embargo, apuntan hacia la existencia de una 
práctica, de un quehacer profesional, a partir del cual surge la presión para que se le de 
una inserción académica y un desarrollo sistemático. En todo caso, también en este país se 
vivía la crisis de la psicología social, expresada tanto en el plano teórico, cuanto en el 
metodológico y el de aplicación, algo que expresan claramente Serrano-García, López y 
Rivera Medina (1992) y López (1992). Los primeros autores resumen esa crisis en cinco 
puntos: ausencia de un marco conceptual unificador, énfasis positivista antiteoricista, falta 
de sentido histórico y de prioridades, aislamiento relativo respecto de otras ciencias 
sociales y desacuerdo en cuanto al nivel micro o macrosocial del objeto de estudio. 
 
A partir de 1975, se desarrollan en la Universidad de Puerto Rico tanto en el nivel de 
pregrado, como en el de posgrado (maestría primero, luego doctorado) programas de 
psicología social comunitaria. En otros países latinoamericanos, simultáneamente, la 
subdisciplina había comenzado a tener cabida, bien como parte de programas generales de 
psicología social (Brasil, Colombia, México, Venezuela, por ejemplo), o como asignaturas 
de orientación comunitaria en los programas de pregrado. Así en la Universidad del Valle, 
en Cali, Colombia, ya en 1976 el Departamento de Psicología había introducido una 
asignatura denominada problemas comunitarios (Aarango, s.f.) e iniciado una serie de 
programas comunitarios con diversos enfoques (Arango, 1992). En 1977, en el ITESO 
(Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente), Guadalajara, México, se crea 
un programa de maestría en psicología comunitaria (Gómez del Campo, 1981), ya 
precedido por asignaturas relativas al tema en los estudios de pregrado, como igualmente 
los había en la Universidad de Guadalajara, primero como un curso llamado psicología 
social comunitaria, basado en el modelo médico, hasta que en 1982, se crea una área de 
psicología social que acoge a la subdisciplina, redefiniéndola (Jiménez, s.f.). También en 
México, en Iztacala, en 1976 se inaugura un núcleo universitario, extensión de la UNAM 
(Universidad Autónoma de México), en el cual toda la carrera de psicología estaba 
orientada comunitariamente, no como una licenciatura en psicología comunitaria, sino 
como licenciatura en psicología hecha en contacto con y en función de la comunidad (Brea 
y Correa, 1985). Sin embargo, este modelo dura pocos años y ya a mediados de los 
ochenta había pasado a ser parte de la historia de ese núcleo universitario, cuyo programa 
fue reformado. Sólo recientemente, la psicología comunitaria, con o sin el apelativo de 
social, halla nicho académico propio en muchos centros universitarios latinoamericanos. 
Así, en Venezuela, en la Universidad Central, se dicta la asignatura de pregrado de 1985 y 
el año pasado se creó una especialización de postrago con esa orientación. En otros países 
tales como Chile, Perú, Comlombia, Brasil y más recientemente Argentina, igualmente se 
generaliza la práctica. 
 
Aparte de los programas académicos, el final de los sesenta y la década del setenta ven 
surgir en algunos países, una serie de programas gubernamentales que incorporan una 
orientación comunitaria, conducida por expertos en su mayoría sociólogos y trabajadores 
sociales, pero también antropólogos, economistas y aún ingenieros, además de algunos 
psicólogos. Estos programas, si bien responden a objetivos y principios diferentes a los 
académicos (ef. Montero, 1988), ya que plantean la necesidad de incorporar a la 
población con la finalidad de apaciguar sus protestas, a la vez que generan clientelismo 
político, tienen el efecto de haber ido sensibilizando tanto a la población cuanto a los 
profesionales, respecto de la necesidad de desarrollar una área específica de estudio para 
los problemas abordados en el campo psicológico. 
 
En el ámbito de los programas gubernamentales y en algunos cursos universitarios, se 
establecen contactos con psicólogos comunitarios estadounidenses, tal es el caso de R.J. 
Newbrough, quien asesoró los programas del ITESO en Guadalajara y ha tenido 
fructíferos contactos con el programa universitario puertorriqueño, ha asesorado algunos 
proyectos del Ministerio de Sanidad en Venezuela y, más recientemente, lo ha hecho 
también con el naciente programa comunitario de la Universidad de Buenos aires, en el 
cual también ha participado J. Kelly, al igual que psicólogos latinoamericanos. Así, en el 
afán de perfeccionar su trabajo y buscar fuentes de comparación y evaluación, la 
psicología comunitaria latinoamericana ha apelado tanto el contacto con colegas del norte 
como del sur, si bien el énfasis, contrario a lo que había sido hasta ahora la práctica en 
otras áreas de la psicología, ha estado en las relaciones con la propia América Latina, en 
especial a partir de 1979, cuando se crea el Comité Gestor de Psicología Comunitaria, 
afiliado a la Sociedad Interamericana de Psicología, que más tarde dará lugar a una 
sección de la misma. Ese comité surgió del contacto entre psicólogos de la región que se 
produjo en Lima, durante el XVII congreso Interamericano de Psicología, en el cual 
descubrimos con deleite que no estábamos solos en nuestras búsquedas comunitarias, que 
con la misma intención y orientación, a veces habiendo hecho las mismas lecturas de textos 
sociológicos, filosóficos y educativos, ante la ausencia de respuestas adecuadas en la 
psicología existente para las preguntas urgentes que nos planteaba la práctica, estábamos 
trabajando de manera semejante. La red entonces creada no sólo se ha mantenido, sino 
que se ha hecho más estrecha y fuerte y ha sido fuente de intercambio, desarrollo y 
constante evaluación, enriqueciendo la práctica que se realiza en la región y la teoría que 
de ella comienza a derivar. 
 
Características iniciales de la psicología comunitaria en América Latina. 
 
Los inicios de la psicología social comunitaria en América Latino están marcados entonces 
por las siguientes características: 
1. La necesidad teórica, metodológica y profesional, de hacer una psicología que 
respondiese a los urgentes problemas de las sociedades latinoamericanas, para los cuales 
una práctica centrada en la adaptación acrítica de modelos importados no tenía respuestas 
adecuadas ni eficientes, a la vez como reacción a la crisis de legitimidad y 
representatividad de la psicología social. 
 
2. Una aproximación tentativa al área de estudio, en el sentido de que no siempre se tenía 
clara conciencia de haber comenzado a traspasar los límites de la psicología social 
tradicional como disciplina, si bien se sabía que se la quería redefinir. Esto se expresa en 
hecho de que: En algunos países tarda por lo menos cuatro o cinco años en hallar su 
propia denominación de psicología comunitaria. 
En algunos países no encuentra un nicho académico propio, sino entre diez y quince años 
después que en otros lugares más avanzados en este sentido. 
 
3. Un fuerte y definido nexo con la psicología social, a la cual se supone que va a renovar. 
Tanto, que aún el tratamiento comunitario de los problemas referentes a la salud o a la 
educación, se inicia, hasta donde sabemos, no desde el campo de la psicología clínica o de 
la psicología educativa, sino desde lo social (p.e. Silva y Urdurraga, 1990, para Chile). 
Inclusive en países que han llegado más tarde a este movimiento, tales como Argentina, 
donde existe una orientación predominantemente clínica, el programa Avellaneda, de la 
Universidad de Buenos aires, está esencialmente ligado a la psicología social (Chinkes, 
Lapalma y Nicenboim, 1991, Saforcada, 1991, 1992). En ese país, hacia las décadas del 
cincuenta y sesenta, hubo movimientos clínicos dirigidos hacia la comunidad, que seguían 
el modelo clásico terapéutico o que planteaban el trabajo con grupos. No obstante, se trató 
de algo distinto al movimiento que se inicia en muchos otros lugares de América Latinaen 
los sesenta y que hoy se intenta llevar a cabo en las universidades de Buenos aires, de Mar 
de la Plata, de Rosario. Y en todo caso, no se planteaba como una psicología comunitaria 
sino como una práctica clínica de comunidades. 
 
4. Una orientación fundamental hacia la transformación social, simultáneamente 
compartida en los países de la región, donde a mediados de los setenta surge la 
subdisciplina. El cambio social para el desarrollo y la superación de la pobreza y la 
dependencia es un denominador común que se puede encontrar en los escritos iniciales, 
aparecidos entre 1977 y 1980 (Escovar, 1977, 1979a, 1979b, 1980, Serrano-García e 
Irizarry, 1979, talento y Ribes Iñesta, 1979, 1980, 1984, 1991a). 
5. La concepción de que el objeto de la psicología es esencialmente histórico, es decir que 
tiene una existencia propia, marcada por una cultura, un estilo de vida, construidos en un 
devenir compartido colectivamente. Y es también escencialmente activo, en el sentido de 
que construye su propia realidad cotidianamente, por lo cual exige una psicología 
igualmente dialéctica que asuma ese carácter de los hechos y su esencia dinámica. 
6. La búsqueda de modelos y fundamentos teóricos y metodológicos diversos, en los cuales 
si bien no puede hablarse de eclecticismo, si es posible hacerlo de heterogeneidad. Así 
pues, hay influencia de la sociología latinoamericana, que entonces propugnaba la teoría 
de la dependencia y analizaba las relaciones centro-periferia y sus efectos en el 
subdesarrollo, de Marx y Engels (manuscritos económicos y filosóficos de 1844), de la 
concepción lewiniana de la investigación-acción, rápidamente transformada por 
investigadores sociales como Fals Borda y como Paulo Freire, que la convierten ya desde 
los sesenta en una investigación acción participativa, del construccionismo social, tal 
como era entonces formulado por Berger y Luckman, de filósofos y sociólogos marxianos 
tales como Goldman, Gabel, y Habermas, o marxistas como Gramsci. Además de la 
corriente fenomenológica (Schutz) y etnometodológica en general. Decimos que no se trata 
de un eclecticismo, porque si se analizan los trabajos iniciales producidos en la región 
(artículos de revistas, ponencias en congresos), se verá que se buscaba apoyo en aquellos 
autores que trataban fenómenos tales como la alienación, la ideología, el poder, la 
conciencia, que planteaban las teorías centradas en el actor más que en la estructura 
social. Es decir, que ciertos problemas específicos orientan la fundamentación teórica y 
conceptual. 
Esto dará fruto luego en trabajos relativos a estos conceptos, que representan ya un aporte 
teórico (Serrano-García, Lípez y Rivera-Medina,1992), tales como los de Serrano-García 
(1984) sobre la noción de empowerment (potenciación o fortalecimiento), los de Serrano-
García y López (en prensa) sobre una conceptualización diferente del poder (visto como 
una relación , no como un objeto), o los de Montero sobre la tensión entre mayorías y 
minorías activas con la consiguiente influencia social consciente e inconsciente en dos 
sentidos (Montero, 1992). 
 
La psicología social al uso no fue sin embargo descartada y en este sentido, teorías de 
alcance medio desarrolladas en Estados Unidos, relacionadas con la atribución de 
causalidad, juegan un importante papel para explicar la conducta individual de pasividad, 
apatía y aparente incapacidad para asumir las riendas de su propio destino y la 
transformación de su ambiente. Un buen ejemplo de esto es la obra de Escovar ya citada. 
Así entonces, la psicología social comunitaria en América Latina no desecha el apoyo de 
modelos psicológicos que se desarrollaban en ese momento en Estados Unidos 
(sociocognitivismo, conductismo social, por ejemplo) y en los casos de mayor contacto se 
ve cómo las propuestas ya definitivamente estructuras dentro del área psicosocial 
comunitaria, como las de Newbrough (1973), Rappaport (1977) o Dohrenwend (1978), son 
incorporadas al quehacer y a la docencia. Sin embargo, no se trata ya de una adopción 
irrestricta,, sino de un examen cuidadoso con una incorporación sometida a la prueba de 
la praxis. 
En los inicios de los ochenta el carácter de la psicología social comunitaria 
latinoamericana se ha perfilado mucho más. El modelo metodológico puertorriqueño 
(Serrano-García e Irixarry, 1979, 1992) se une a la adaptación psicológica del método 
freiriano y de la investigación-acción participativa sociológica y, con ligeras variantes, es 
la tendencia adoptada fundamentalmente en los países latinoamericanos pioneros en el 
desarrollo de la subdisciplina (cf. Lane y Sawaia, 1991), Montero, 1980, 1988). No sin que 
su adopción no fuese el producto de muchos ensayos y algunos errores, pero sobre todo, 
después de la práctica demuestra que con su aplicación es posible intervenir la realidad y 
transformarla. Y si bien sorprende constatar la amplia divulgación de este método en un 
territorio tan vasto, es necesario señalar que, exceptuando Puerto Rico, donde desde fines 
de la década del setenta empiezan a aparecer productos de la labor de estructuración y 
conceptualización sistemática de ese método (Serrano-García e Irizarry, op. Cit. Serrano-
García, 1992, Santiago, Serrano-García y Perfecto, 1992:Santiago, Serrano-García y 
Perfecto, 1983, Martí Costa, 1980, Palau, 1992), un trabajo de Sanguinetti (1981), una 
referencia al procedimiento en un trabajo de Montero (1989) y un artículo reciente de 
Lane y Sawaia (op. Cit.), que entre otros temas de importancia trata del marco conceptual 
y metodológico, tan poco considerado por los psicólogos en el resto de América Latina 
(hay sí, una amplia bibliografía sociológica) siendo relevante la influencia de Brandao, 
1981, 1984). 
 
El modelo de intervención psicosocial comunitaria más expandido en la región es aquel en 
el cual una comunidad, trabajando con un equipo psicológico, asume el control de las 
decisiones acerca de una situación que la afecta, que puede ser por ejemplo, de carácter 
sanitario, de vivienda, ambiental, de recuperación del espacio comunal, educativo o de 
recreación, e inicia un proceso de crecimiento grupal e individual, que incluye a los 
psicólogos (agentes externos), y genera un movimiento en el cual instituciones públicas 
pueden ser involucradas, pero no como rectoras de la acción sino como proveedoras de 
servicios exigidos por la comunidad. Así, el énfasis está entonces no en la creación y 
mejoramiento de servicios en la comunidad por parte de organizaciones especializadas que 
son fortalecidas a tal efecto, sino en la transformación y fortalecimiento de grupos 
humanos que pasan a ser los agentes internos de su propio cambio. El carácter central que 
asume el concepto de salud mental en el ámbito estadounidense no recibe la misma 
atención en América Latina, donde la salud compite con otras necesidades básicas, 
determinadas en cada caso por la comunidad involucrada en el proceso. En este sentido, la 
afirmación que hacía Murell (1973, p.8), acerca de que el problema central de la 
psicología comunitaria sería "cómo efectuar cambios en las instituciones sociales de 
manera que sean más facilitadoras de necesidades individuales", es sustituido en América 
Latina por el problema de concientizar a las personas para que se motiven a asumir la 
dirección, control y ejecución de la satisfacción de sus necesidades, transformándose a sí 
mismas y a su entorno. 
 
 
Un nuevo rol para los psicólogos sociales en contacto con las comunidades. 
 
Tal concepción origina un cambio consecuencial en el rol de los psicólogos que van a 
trabajar con comunidades. Scribner (1978) registraba cuatro tipos de psicólogos 
comunitarios: 1) aquellos ocupados en movimientos sociales, es decir, en grupos 
políticamente activos, 2) Los preocupados por los problemas sociales y que de alguna 
manera ponen su conocimiento al servicio de una causa de este tipo. 3) Un nuevo tipo de 
psicólogo clínico, que sale al campo de la acción, trascendiendoel ámbito institucional. 4) 
aquellos que harían ingeniería social, diagnosticando los problemas de un sistema y los 
efectos del mismo sobre las personas y actuando para lograr la relación óptima entre uno 
y otras. En América Latina, los psicólogos comunitarios deciden conscientemente por una 
opción que si bien se inclina por el segundo tipo, no excluye aspectos ligados a la primera. 
De hecho en algunos países se produce el desarrollo comunitario, que supone el 
fortalecimiento de la sociedad civil, para que ésta desarrolle una clara conciencia de sus 
derechos y deberes ciudadanos y, en este sentido, la psicología social comunitaria 
latinoamericana supone siempre un fondo político, no en el sentido estrecho del 
partidismo, sino en el sentido de la ciudadanía. Pero además, y con apoyo en la tradición 
sociológica y educativa iniciada en los años cincuenta, los psicólogos y psicólogas 
entienden que si bien poseen un conocimiento que puedan aportar a las comunidades para 
la solución de sus problemas, no son "hadas madrinas" del cambio, ni es su conocimiento 
el único involucrado en la relación comunitaria, en la cual los miembros de la comunidad 
poseen un saber que no puede ser ni despreciado, ni ignorado, sino por el contrario 
incorporado en las tareas que se emprendan. 
 
Entonces, los/las profesionales de la psicología no se definen como expertos/as, como 
los/as dueños/as del conocimiento en una relación asimétrica, sino como agentes de 
cambio social, como catalizadores del cambio, a veces como facilitadores del cambio. 
Mann (1978) ha dicho que el/la psicólogo/a, en el trabajo psicosocial comunitario, más 
que un/a agente de cambio es un/a modificador/a del cambio, pero los trabajos 
latinoamericanos señalan cómo, el centrar la acción en la comunidad, el cambio, su 
dirección y modificaciones, parten siempre de ella. Al menos en la línea que parece 
predominar en la región y que coincide con la afirmación que en 1966 (p.p. 7-8), hacían 
Bennett y cols., en el sentido de definir al/la psicólogo/a comunitario/a como una 
"participante/conceptualizador", ya que involucra y moviliza los procesos comunitarios, a 
la vez que un profesional que "intenta conceptualizar esos procesos dentro del marco del 
conocimiento sociopsicológico". Coincidiendo con esta línea encontramos en Estados 
Unidos, trabajos como los de Newbrough (op. Cit.), los de Kelly (1986,1990, 1992) y los de 
Stokols (1985 y 1992). En todo caso, Saforcada (1992, p. 24) hace un buen resumen de lo 
que es en la actualidad el perfil profesional del psicólogo comunitario cuando dice: 
 
... al caracterizar la psicología comunitaria y trazar el perfil del rol de sus profesionales se habla en términos 
de cambio social, procesos autogestivos, desarrollo de comunidades competentes, potenciación de 
capacidades comunitarias, desarrollo de redes sociales de apoyo, desempeños de consultor participante, 
agente de cambio, detector de potencialidades.. 
 
Pero no siempre está clara la inserción social, institucional y profesional de ese/a 
prisólogo/a. Quital de Freitas (obra en prensa), encuentra que en Brasil, entre los años 
setenta y el momento actual, se han presentado cuatro tipos de práctica profesional 
relacionada con las comunidades, y los analiza en función de dos ejes: la especificidad 
profesional vs la no especificidad y la determinación psicológica de los fenómenos vs la 
determinación socioeconómica de los mismos. Esas prácticas se caracterizan por: 
1. Defensa de la especificidad profesional y creencia en la determinación psicológica. Aquí 
entra la aplicación de la psicología clínica tradicional, teniendo como ámbito poblaciones 
necesitadas, en las cuales se despliega la experiencia del/a psicólogo/a, relegando a la 
comunidad a un papel meramente receptor. 
2. No defensa de la especificidad profesional y creencia en la determinación sociohistórica 
de los fenómenos. Aquí se considera que los problemas de las comunidades tienen su 
origen fundamentalmente político-económico y aunque se reconoce que la psicología debe 
progresar como ciencia, los/as, profesionales que la aplican no parecen considerar que se 
pueda hacer un aporte específico de especial validez, y terminan cayendo en el activismo 
político. 
3. Defensa de la especificidad profesional y creencia en la determinación sociohistórica de 
los fenómenos. Esta posición considera que la psicología social comunitaria debe producir 
conocimientos y modos de intervención (teoría y método), pero a partir de su adecuación a 
situaciones concretas y de la consideración de que el psicólogo o psicóloga no es el único 
sujeto constructor del conocimiento, lo cual lo/la lleva a asumir una posición de 
catalizador/a de procesos "de formación de conciencia crítica en las personas, respecto de 
sí misma y de la colectividad" (Quintal de Freitas, op. Cit). 
4. No defensa de la especificidad profesional y creencia en la determinación psicológica. 
En esta posición se llega a no considerar como necesaria la aplicación de la psicología 
social comunitaria y aún a rechazarla, por creer que no difiere de otras prácticas 
interventivas generales, si bien, suele centrarse en la "intervención terapéutico-analítica", 
considerando los fenómenos a estudiar como problemas clínicos individuales. 
La primera práctica sería Psicología en la comunidad (asume un nuevo espacio), la 
segunda sería una psicología dela comunidad (la militancia política) la tercera sería una 
psicología comunitaria propiamente dicha, y la cuarta, por su carácter mismo carece de 
identificación profesional o social. 
 
Hay alguna coincidencia entre lo que describe Quintal de Freitas y las observaciones 
hechas por Perdomo (1988) en Venezuela, respecto del rol profesional de los/as 
investigadores comunitarios. En efecto, Perdomo encuentra que éstos pueden tomar cinco 
posiciones: la de activistas , marcada por el inmediatismo, la falta de reflexión teórica 
acerca de los procesos generados por la acción comunitaria y la imprecisión 
metodológica. La de especialistas, en la cual el rol asumido es el de un experto, observador 
a distancia, único depositario del método, quien impone objetivos desde fuera de la 
comunidad. La de convertirse en pueblo, variante de la primera, diferenciada sólo por la 
postura ideológica, que coloca el único criterio de verdad en los sectores populares, 
partiendo al mismo tiempo de un esquema teórico en el cual ya están dadas todas las 
respuestas e interpretaciones de base. La del concientizador de la comunidad, que plantea 
una intervención comunitaria llevada a cabo por el "concientizador-iluminador", que se ve 
a si mismo como salvador de personas "apáticas" o "alineadas" y que busca canalizar la 
participación a través de instancias controladas por centros de poder. Finalmente esa 
autora explicita la posición con la cual concuerda y que coincide con la tercera práctica 
descrita por Quintal de Freitas. 
 
La firme adopción por los/as psicólogos/as sociales comunitarios/as latinoamericanos/as, 
de un rol de agentes catalizadores del cambio social, los/las acerca a la posición 
desarrollada en Estados Unidos por el modelo que llamaremos ecológico-cultural y en el 
cual incluimos la tendencia ecológico-cultural y en el cual incluimos la tendencia 
ecológico-transaccional (Newbrough, 1989), la orientación ecológico-contextual (Kelly, 
1986 y 1992), la posición de amplificación cultural de Rappaport (1975) y la variación 
recientemente introducida por el primer autor citado, que plantea lo que él llama una 
tercera posición, caracterizada por la potenciación o fortalecimiento (empowerment) de 
los ciudadanos y su activación social (Newbrough, 1989, 1991, Newbrough et. Al. 1991). 
En efecto, con estos modelos hay coincidencia en los siguientes aspectos. 
- La necesidad de hacer una psicología de teoría y praxis (montero, 1980,1984,Newbrough 
et. Al. Op. Cit). 
- La consideración del/la psicólogo/a como un/a agente de cambio social, reflexivo/a, y 
generativo/a (Bennett et. Al.1986, Nwebrough, et. Al. 1991, Montero, 1980, 1984, 1988, 
1991a, Escovar, op. Cit. Stokols, 1992). 
- La adopción del paradigma caracterizado por la relación dialógica entre sujeto 
investigante y sujeto investigado, por la consideración del carácter activo de los seres 
humanos, por la aceptación de puntos de vista disidentes no considerándolos como 
desviantes sino como válidos en su diferenciación (perspectiva de las minorías) y por la 
aceptación de nuevos métodos y vías para investigar y transformar la realidad 8aplicación 
de una pluralidad metodológica, cuantitativa y cualitativa). 
- El énfasis en la transformación individual, grupal, ambiental, social, debida a la 
aceptación creciente, por parte de la psicología, de la relación existente entre problemas 
sociales y ambientales y la vida cotidiana de las personas (Murell, op. Cit. Newbrough, 
1973, Rappaport, op. Cit. Montero, 1984). 
- El énfasis en el desarrollo de características personales tales como el control interno, la 
esperanza, la energización, la autoeficacia. 
- La adopción común de algunos modelos teóricos y prácticos, tales como la perspectiva 
construccionista social y la teología de la liberación, por ejemplo (Santiago, Serrano-
García y Perfecto, 1983, Newbrough et al. 1991). 
- La relación con el desarrollo de la conciencia social. Algo que en América Latina es 
central y se hace a partir de la obra de Paulo Freire y del concepto por él desarrollado de 
concientización y que en estados unidos encontramos, por ejemplo, en la definición que 
daba en 1973 Murell, cuando decía que la psicología comunitaria es una psicología de la 
conciencia social. 
- La necesidad de sustituir el modelo médico en la consideración de salud y enfermedad, 
por un modelo genuinamente psicológico que ponga el énfasis en la primera (Ferullo de 
Parajón, 1991, Saforcada, 1992). Esta posición se produce en ambas regiones del 
continente a partir del sentimiento de insatisfacción con el rol y el enfoque psicológico 
imperantes en los 60 y 70 (según el caso): psicoterapia como única forma de intervención 
psicológica posible, privilegio de los aspectos intrapsíquicos como objeto de estudio, 
instituciones incapaces de dar respuesta a los problemas sociales (Murrel, op. Cit. Heller y 
Monahan, 1977, Rappaport, 1977, López, 1992). 
- El reconocimiento del carácter histórico y cultural de los fenómenos psicológicos y 
sociales y por lo tanto, aceptación de la diversidad y la relatividad (Rappaport, 1977, 
montero, 1978, montero, en prensa). 
 
La influencia de algunos investigadores estadounidenses puede encontrarse en ciertos 
desarrollos latinoamericanos, si bien no de manera automática o indiferenciada, sino 
como producto de un proceso de reflexión y con modalidades propias. Al mismo tiempo, en 
proyectos realizados por los investigadores en Estados unidos tales como los ha llevado a 
cabo en la parroquia de St. Robert, por Newbrough et. Al. (1991) se incorpora una 
concepción del trabajo comunitario inspirada en la teología de la liberación, movimiento 
que durante las dos últimas décadas se expandió por toda América Latina y produjo no 
sólo una forma muy definida de acción social, sino además toda una conceptualización de 
la sociedad, de los grupos populares y de los individuos, así como del rol de los agentes de 
cambio, generando las llamadas CEB (comunidades eclesiales de base), grupos activos, 
planificadores y ejecutores de su transformación como individuos y como pueblo. 
Influencia que también se hace sentir en la psicología social comunitaria latinoamericana 
(Perfecto, Santiago y Rivera-Medina, 1983). Al igual que como se hace en la mayor parte 
de los centros de trabajo psicosocial comunitario latinoamericanos, en el proyecto de St. 
Robert se busca también producir una estrecha y positiva relación entre el uso y 
generación de conocimiento. (Newbrough et, al, op. Cit. P. 19), uniendo así la práctica y la 
teoría. 
 
Esa unión entre teoría y praxis ha sido propugnada como uno de los principios básicos 
orientadores de la psicología social comunitaria en América Latina (Montero, 1980, 1984, 
1991a). De hecho se considera, al igual que lo hacen por ejemplo los psicólogos del 
Peabody College (Vanderbilt University), que en el trabajo psicosocial comunitario se 
producen dos tipos de conocimiento y dos tipos de relación en el saber, en el primer caso, 
un conocimiento construido por los miembros de la comunidad conjuntamente con los 
agentes de cambio externos y un conocimiento, que traducido en los términos de una 
disciplina científica es la contrición que esos agentes hacen a otra comunidad, la 
científica. En el segundo caso, hay una relación de transmisión de conocimientos técnicos 
del o la psicóloga a la comunidad, y de aporte de conocimiento popular, de la comunidad a 
los y las pisicólogos/as comprometidos en la acción, y entre ambas formas de conocimiento 
y de saberes se da una estrecha relación, ya que el conocimiento producido para la 
comunidad científica, no puede, ni debe excluir los aportes del saber popular, so riesgo de 
desvirtuar el fenómeno estudiado y producido. 
 
 
Conclusión. 
 
Los caminos de la psicología social comunitaria estadounidense y Latinomericana parecen 
estar hoy llegando a un punto de convergencia, por lo menos en algunas de sus tendencias. 
Con métodos diferentes, con un basamento teórico nutrido de fuentes específicas, 
autóctonas en cada caso, a la vez que de ciertas fuentes externas comunes y con mutuas y 
furctíferas relaciones en lo que respecta a algunos centros, encontramos hoy una 
disciplina, que propone y está logrando una forma de interacción diferente con la sociedad 
y los individuos que la integran. Una psicología cuyo basamento ético la marca y que 
define los valores de esa fundamentación a partir del sujeto humano. La razón para ésta 
orientación en la cual reside la fuerza y el impulso motivante de la psicología social 
comunitaria, se halla en el hecho de que tanto en estados unidos como en los diversos 
países de la América latina, no surgió como otra moda académica, no fue la concepción de 
algún grupo de estudiosos encerrado en su gabinete de trabajo, sino el producto, en uno y 
otros casos, de la necesidad profunda y vitalmente sentida, de psicólogas y psicólogos 
comprometidos con una sociedad, cuyos defectos, fallas, problemas detectaban y se 
negaban a tratar de manera superficial, paliativa, simplemente correctiva, Porque se trató 
de ir a la causa misma de los problemas, asumiendo que todo lo que atañe a los seres 
humanos debe ser objeto de la acción de esos mismos seres, es decir, con una concepción 
activa de la gente, se ha podido construir en menos de tres décadas, una subdisciplina 
científica que ha generado una práctica transformadora, algunos métodos nuevos y que 
hoy comienza ya a presentar explicaciones teóricas producto de la reflexión e investigación 
realizadas en su propio campo y no ya de adaptaciones provenientes de las áreas afines. Y 
por responder a reales demandas sociales, tanto en muchos países de América Latina 
como en Estados unidos, se ha constituido como una rama de la psicología por derecho 
propio, generando su propia validez social y académica, creando un puente que une a las 
américas en el intento de generar sociedades más fuertes, en las cuales la psicología dé un 
aporte significativo para su construcción. 
 
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