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Volnovich El futuro depende, ante todo, de cómo circule la inf

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Juan Carlos Volnovich: «El futuro depende, ante todo, de cómo circule la infancia por el 
imaginario social» 
 
Juan Carlos Volnovich es médico psicoanalista, especializado en niños. En esta entrevista, 
reflexiona sobre las nuevas tecnologías en relación con la subjetividad del niño, y afirma que gran 
parte de las razones que se esgrimen contra ellas ya no se sostienen, son prejuicios de los 
adultos viciados por las relaciones de poder y de género. 
Por Verónica Castro 
Juan Carlos Volnovich es médico psicoanalista, especializado en niños. Colabora con distintos 
organismos de derechos humanos, especialmente con las Abuelas de Plaza de Mayo. 
En esta entrevista habló también del juego como una necesidad para los chicos —«fundamental para 
metabolizar las toxinas: las ansiedades, los miedos y las angustias»—, y de otra cuestión que ocupa hoy el 
centro del debate: la instalación en el imaginario social de la imagen de los niños asesinos, peligrosos y 
violentos, y su correlato en las propuestas de bajar la edad de imputabilidad. Y finalmente, de la escuela 
pública y de su admiración por las maestras que intentan transformarlas en «colmenas de alfabetización y 
aprendizaje». 
 
—En su artículo «El porvenir de la infancia», usted declara que ese porvenir lo desafía, que lo 
desvela ese futuro. ¿Por qué? 
 
—Es que en ese artículo hablaba del concepto de infancia que circula por el imaginario social; no hacía 
referencia a la perspectiva ontológica sino a un futuro que depende, ante todo, de cómo circula la infancia 
por el imaginario social. 
 
»Porque a lo largo de la historia pasamos del niño «pecado» que introdujo San Agustín —el niño como 
condensación del pecado— a la imagen del niño como sede del error y de las equivocaciones que se 
desprende de Descartes; pasamos del niño «esclavo» de los enciclopedistas al niño «hijo» de Rousseau, con 
sus ideales de libertad; modelo que sirvió para convalidar a la familia tradicional con la mujer sometida a 
las tareas de crianza. Y, si bien tengo la convicción de que ninguno de esos modelos caducó del todo —todos 
circulan simultáneamente—, hoy en día es el niño en su condición de consumidor el que protagoniza el 
cuadro. 
 
»Los castigos corporales a los niños «pecadores», la pedagogía que los toma como habitados por el error allí 
donde la lógica de los adultos debería reinar, los niños que sostienen afectivamente (y, muchas veces, 
materialmente) a los padres, son sólo algunas de las consecuencias de esas figuras, testimonio de su 
vigencia. 
 
»No obstante, la permanencia de esos modelos no impide que, en la actualidad, la figura de «his majesty the 
baby» esté soldada a la del niño «consumidor». Más bien: consumidor-consumido en función de su 
incorporación al mercado. 
 
»A fines del siglo XIX Claparède profetizó que el siglo XX iba a ser el siglo del niño. Y así fue. También el 
siglo XX fue el siglo de las ciencias y, tal vez, no fue casual que las ciencias hayan tomado a los niños como 
objeto de estudio: Freud, Piaget, Zazzo, Wallon, Vigotsky, la genética, no hicieron otra cosa que confirmar la 
profecía. El desarrollo de las ciencias estuvo muy ligado a la importancia que se le atribuyó a la infancia. Las 
instituciones que hoy en día toman a las niñas y a los niños como destinatarios de sus esfuerzos son, si se 
quiere, consecuencia del maridaje infancia-ciencias que atravesó casi todo el siglo XX. Y es por eso que el 
niño en su condición de potencial «cliente» está en la mira de las instituciones. Por un lado está en la mira 
de aquellas instituciones destinadas a la protección de la infancia y, también, destinadas a lograr que se 
respeten sus derechos. Desde las organizaciones internacionales, como Unicef, Unesco, hasta las 
gubernamentales, como el Consejo del Menor y la Familia, los ministerios de Educación, las Iglesias y las 
ONG. Pero, por otro lado, la economía de mercado toma a la infancia como segmento de la población 
potencialmente consumidor de mercancías, de bienes materiales y simbólicos y, por lo tanto, se va 
estructurando un sistema que tiende a capturarlos como clientes. Lo que es peor aún, a convertirlos en 
mercancías. 
 
—Julio Moreno habla de los niños adultos, de una alianza de los niños con los medios informáticos y 
de comunicación y con la virtualidad cultural que ha invertido el discurso infantil de la modernidad, 
basado en la suposición de que los interrogantes de los chicos tienen respuestas en la mente de los 
adultos... ¿Cómo son los niños de hoy? 
 
—Es muy difícil hablar en general. Cualquier generalización es abusiva. Así es que, por lo menos, 
deberíamos hacer algunas aclaraciones previas referidas a la diferencia que existe entre los niños y las 
niñas; las diferencias que se desprenden de la clase social a la que pertenecen; las diferencias referidas a la 
edad, la etnia, el desempeño lingüístico; son características que atraviesan a los sujetos para conformar su 
identidad y que marcan enormes desigualdades, por ejemplo entre un niño negro y un niño blanco, o una 
niña africana y una neoyorquina, un niño de clase media acomodada y uno de sectores marginales. 
 
»No debería generalizar pero, entre nosotros, no me cabe duda de que estamos asistiendo a un fenómeno 
muy particular: la tendencia que venía dándose en la Argentina tomó un rumbo inverso. Argentina es un 
país que vertebró la identidad de su sociedad a partir de la inmigración, en función de la prosperidad de los 
inmigrantes que lo poblaron. Nuestros antepasados llegaron aquí analfabetos huyendo de la miseria, del 
hambre y de las guerras en Europa, ilusionados por el progreso, con la esperanza de que sus hijos fueran un 
poco más que ellos. Para ese proyecto la escuela sarmientina cumplió una función ineludible: para que los 
hijos llegaran a ser un poco más que los padres, para que los nietos fueran un poco más que los hijos: más 
ricos, más cultos y más prósperos. Y esto vino dándose hasta ahora, momento en que los adultos no pueden 
asegurarles a sus hijos no solo los recursos materiales y simbólicos para que los superen sino que lo más 
probable es que no puedan garantizarles la permanencia dentro del misma capa de clase social a la que 
ellos pertenecen. Lo que equivale a decir que las nuevas generaciones van a ser menos cultas, van a ser 
menos ricas y menos prósperas que la generación de sus padres y la de sus abuelos. Y esto explica —sobre 
todo en los sectores marginales, los más desprotegidos— que los chicos abandonen prematuramente el 
lugar de asistidos para convertirse en sostén afectivo y, muchas veces, material de sus padres. 
 
»Entonces yo no diría niños-adultos, pero sí veo que hay chicos que rápidamente asumen el mandato de 
sostener afectivamente a sus padres; y lo hacen cuando todavía no tienen recursos ni están en condiciones 
de afrontarlo, y cuando tradicionalmente se suponía que estaban en una etapa en que eran los padres los 
que tenían que sostener afectivamente a los niños y a las niñas. Es muy frecuente ver la responsabilidad 
que se atribuyen los chicos pequeños con padres desempleados que sólo aportan al hogar su amargura y su 
fracaso; es muy frecuente ver la responsabilidad que se atribuyen de ser fuente de satisfacciones para esos 
padres. Y muchas veces no sólo asumen ser el soporte afectivo sino también el material. Hay chicos y chicas 
que se incorporan muy tempranamente al mercado laboral, que se ven obligados a trabajar, 
frecuentemente a prostituirse, no sólo para sobrevivir sino también para aportar a lo que queda, a los 
residuos familiares que supuestamente los albergan. 
 
—¿Cuáles son los caminos de expresión y comunicación más transitados por los chicos, y cuáles son 
las características que presentan en la época actual? 
 
—Los chicos tienen, a diferencia de los adultos, códigos irreductiblesentre sí, que son muy amplios: el 
código verbal, el escritural, el figural, el gestual, el lúdico. Los chicos mayoritariamente juegan como forma 
de expresar lo que les pasa, sienten y piensan; como forma de dar cuenta del mundo y la relación con los 
demás. 
 
»Las características singulares de la época actual en cuanto a los juegos, al tipo de lenguaje, o al porcentaje 
de códigos que utilizan, dependen de la clase social y la cultura a la que pertenezcan. Hay chicos que tienen 
recursos expresivos orales y escriturales muy precarios comparados con otros. Sin duda que hoy el chateo 
es para los púberes un vínculo novedoso de interacción entre pares. Pero tampoco hay que ignorar los 
innumerables mensajes escritos que los chicos producen en la escuela. Hay investigaciones muy específicas 
que rescatan la riqueza y la extensión de la escritura no formalizada de los chicos en las escuelas, al estilo 
de mensajes, «machetes» o simples papelitos que circulan al igual que esos textos breves que se escriben al 
margen de la hoja, grafitis en bancos y paredes. Es para tener en cuenta la importancia de la escritura como 
canal de comunicación entre pares, habilidad que con el chateo y los mensajes de texto de teléfonos 
celulares ha tomado una visibilidad enorme. Sobre todo por el escándalo que significan para las normas del 
buen lenguaje y la gramática las características de esta producción de textos realizadas por niños y 
adolescentes. 
 
—¿Cómo impactan las nuevas tecnologías e internet en la construcción de la subjetividad del niño? 
 
—Todo lo que pueda decirse sobre el impacto que las nuevas tecnologías tienen en la subjetividad lo 
decimos los adultos. Es decir que son opiniones que están viciadas, entre otras cosas, por las relaciones de 
poder y de género. 
 
»Pero lo que sí puedo decir sin temor a equivocarme es que los chicos y chicas de hoy día tienen una 
enorme ventaja sobre los adultos en cuanto a que el acceso a las nuevas tecnologías se les hace mucho más 
fácil. Las nuevas tecnologías tienen esa característica de fácil accesibilidad en la infancia, y de muy difícil 
aprendizaje cuando uno lo intenta de adulto. Hay algunas cosas que aprendidas de chicos se hacen fáciles. 
Por ejemplo: aprender a nadar, a andar en bicicleta o a hablar una lengua extranjera; pero de grande, por 
más que te dediques intensamente, todo es más difícil. 
 
»Lo mismo pasa con las nuevas tecnologías. En ese universo los adultos jugamos de visitantes, y de locales 
los niños, simplemente por el hecho de haber nacido en una generación donde se las está incluyendo. Esto 
es fundamental porque supone una desigualdad en las relaciones de poder de los niños con respecto a los 
adultos, y de dependencia de los adultos respecto de los niños, que marca casi todas las opiniones sobre el 
impacto que las nuevas tecnologías tienen en la subjetividad del niño, incluso aquellas que puedan aparecer 
con todo el prestigio que las teorías suelen darles. 
 
»Ni qué hablar si estas son las opiniones de mujeres que desde siempre se han ocupado de la crianza y la 
educación de los niños y las niñas; las escuelas están llenas de maestras, es decir, están llenas de adultas 
que tienen con respecto a las nuevas tecnologías una dificultad mayor que la de los niños y que, como 
mujeres, soportan una dificultad extra: la que tiene que ver con ciertos prejuicios patriarcales. Unos nacen 
para una cosa y otros nacen para otras. Se supone que ellas no han «nacido» para los botones de los 
aparatos electrónicos, que es «cosa de hombres». Siempre que aparece una tecnología novedosa, por 
razones del sexismo vigente, en sus primeras etapas son mayormente los varones quienes se apropian de 
ella. Cuando apareció internet, los usuarios eran fundamentalmente varones; después lo fueron las mujeres. 
Y en general, cuando las mujeres se apropian masivamente de alguna práctica valorizada socialmente esta 
tiende a desvalorizarse o a denigrarse. Por ejemplo: operar con computadoras está cada vez más connotado 
como trabajo para secretarias. Es como lo del rey Midas, pero al revés. Y pasa exactamente lo contrario con 
los varones. Hay actividades que están socialmente desvalorizadas e invisibilizadas porque son prácticas de 
mujeres, como criar a los niños y cocinar. Pero es suficiente que los varones nos dispongamos a intervenir 
en esas tareas para que esa práctica se valorice y adquiera características de visibilización y de 
enaltecimiento. 
 
»De manera tal que recién en este momento algunos prejuicios que tienen que ver con lo instituido, con la 
estructuración de la subjetividad de los niños, empiezan a desmontarse. A saber: hasta ahora se concebía la 
relación de los niños con el monitor, en juegos interactivos o en chateos, como pérdida de tiempo, como 
avance de la cultura de la imagen sobre la cultura textual, o con pensamientos del estilo de «si seguimos así 
adónde vamos a ir a parar; con estas actividades los niños van a terminar analfabetos, "chupados" durante 
largas horas por la pantalla». Y recién ahora empieza a tomarse conciencia de que la cantidad de horas que 
un niño tradicional pasa sentado frente al pizarrón es generalmente mayor que la cantidad de horas que 
pasa un niño frente al monitor; y que el monitor como fuente de estímulos y como posibilidad interactiva es 
muchísimo más rico y potencialmente más estimulante para el desarrollo intelectual del niño que el 
pizarrón, aunque tenga una maestra adelante. También recién ahora empieza a desmontarse el prejuicio de 
que escribir con un lápiz y hacer caligrafía es bueno y que el teclado y el mouse son malos. Aun a despecho 
de Piaget y sus teorías sobre la influencia del movimiento de la mano para el desarrollo de la inteligencia, 
obviamente escribir con dos manos —que es lo que sucede con el teclado— es un proceso más complejo y 
sofisticado que escribir con una sola mano con lápiz y papel. No estoy diciendo que los niños deberían dejar 
de usar lápiz y papel para alfabetizarse, pero sí que no habría que evitarles el contacto inicial con el teclado, 
que va a ser la manera habitual de comunicarse a través de texto en el futuro. 
 
»También han quedado de lado otros prejuicios como aquel que supone que quedarse sentado frente al 
monitor va a terminar convirtiendo al niño en un gordito, fofo, sin amiguitos ni relaciones sociales y lúdicas 
con otros chicos. Porque no hace falta más que pasar por cualquier cyber —de esos que inundan la 
ciudad— para ver chicos saltando y bailando frente a la pantalla y con juegos interactivos, con las muñecas 
y los tobillos conectados, moviéndose. No sé si es bueno o es malo, pero por lo menos el prejuicio de que no 
se mueven queda desmantelado cuando empiezan a aparecer juegos donde la interacción se produce a 
través del movimiento físico. Y digo que no sé si es bueno o malo porque algunos de los juegos miden la 
cantidad de calorías que los chicos gastan en el desarrollo de esos juegos, por lo cual los padres podrían 
controlar cuánto estuvieron jugando en su ausencia y si han hecho o no ejercicios suficientes. Eso supone 
reforzar un dispositivo de vigilancia que me parece fatal. Pero lo que sí afirmo es que deberíamos acabar 
con la letanía esa que le supone a los juegos interactivos un poder devastador sobre la mente de los niños. 
Los chicos que tienen mejor desempeño con los juegos interactivos son los que tienen más éxito en su 
rendimiento escolar. El campeón nacional de Counter Strike, que es uno de los juegos más populares y 
consagrados, es uno de los mejores alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires. 
 
»Es decir que la idea prejuiciosa de algunos educadores y de la mayor parte de los padres de que hay una 
competencia entre estudiar y jugar, y que hay una lógica cero que dice que si el 70 % del tiempo lo ocupa en 
juegos interactivos le queda nada más que un 30 % para estudiar para la escuela, no funciona más: cuanto 
más jueganmás estudian. Y muchas veces, sucede que cuanto menos juegan, menos estudian. 
 
»Además es muy interesante el tema de los juegos interactivos —por nombrar alguna de las nuevas 
tecnologías— porque funcionan como entrenamiento intelectual espontáneo. Como casi todos los juegos 
tienen niveles, los chicos no repiten compulsivamente siempre lo mismo sino que van arbitrando ellos 
mismos las maneras de ir pasando de nivel, desplegando distintos talentos y habilidades para poder 
superarlos. Y en los distintos niveles se van complejizando las operaciones lógicas y las variables a tener en 
cuenta. Esto los estimula mucho. 
 
»Lejos de mí idealizar esa práctica y, muchos más lejos de mí llegar a pensar que la educación del futuro 
pasa por los juegos interactivos, pero lo que veo es que gran parte de los razones que se esgrimen en contra 
de las nuevas tecnologías no se sostienen. Quizás habría que buscar otras. Seguramente se van a encontrar 
efectos negativos que deberíamos tomar muy en cuenta, siempre y cuando se eluda transitar por los lugares 
comunes abarrotados de prejuicios. 
 
»Otro de los prejuicios es que las nuevas tecnologías van a profundizar un abismo insalvable entre aquellos 
que no tienen computadoras desde los primeros años de la iniciación escolar y aquellos que sí la tienen. Yo 
creo que la cuestión es otra. No pasa tanto por tener o no computadora sino que la diferencia —eso sí: cada 
vez más abismal— se establece entre aquellos que sí saben qué hacer con una computadora y aquellos que 
no saben qué se hace con la computadora. 
 
—Nos interesa saber algo más sobre lo que Ud. señala del contexto actual: la relación entre 
hipervelocidad y hiperviolencia... 
 
—Esto lo ligo con lo que te decía antes sobre el modelo hegemónico que transita hoy por el imaginario 
social: el niño cliente, el niño consumidor-consumido, que corresponde a esta etapa de reconversión 
neoliberal de la economía mundial, en la cual ya no se trata de producir mercancías y de consumirlas sino 
que se trata de la velocidad de destrucción. El capitalismo introdujo la variable de la capacidad y la 
velocidad en la producción de mercancías, pero hoy en día asistimos a una aceleración que supone la 
destrucción a toda prisa, el consumo a toda velocidad, el descarte de productos y de mercancías. Lo que 
importa es la cantidad de mercancías que se consumen, sí, pero mucho más la velocidad en que se 
descartan, que es cada vez mayor. 
 
»Cuando los niños están incluidos como mercancías también son consumidos y descartados. Una de las 
posibilidades de zafar de esta situación es al alto precio de los síntomas individuales, de los síntomas 
psicológicos, lo que se llama enfermedad mental. Aquella que viene a perturbar la robotización de los niños, 
que están programados para cumplir con una serie de exigencias y de demandas que tiene que ver con la 
acelerada capacitación para incluirse en el mercado laboral. 
 
»Entonces, lamentablemente o felizmente, hay algunos niños que se resisten o se rebelan, a veces al precio 
de tener que enfermarse, como manera de decir «yo no soy un robot». Yo veo padres de clase media muy 
preocupados, padres que temen que sus hijos puedan quedar excluidos del mercado laboral en el futuro, lo 
que quiere decir que corren el riesgo de quedar excluidos de la vida. Entonces, son padres que, con la mejor 
intención, se obsesionan por que sus hijos adquieran capacidades, acumulen habilidades, atesoren talentos, 
que si bien no les garantizarán su inclusión en el mercado laboral en el futuro, por lo menos sí que tengan 
un alto porcentaje de posibilidades de lograrlo. Y desde muy chiquitos los crían con una filosofía de 
rendimiento: no hay que perder el tiempo y hay que capacitarse lo más posible. Y, lo que pienso, es que 
perder el tiempo es fundamental para los chicos. El juego, la actividad lúdica es fundamental para 
metabolizar las toxinas —las ansiedades, los miedos y las angustias—; es tan importante como un proceso 
de diálisis. Lamentablemente, el tiempo del juego «improductivo» para los cánones de la eficiencia y la 
eficacia queda cada vez más reducido y anulado, porque parecería que conspira contra el rendimiento. Y lo 
que sucede es que cuando los chicos quedan sepultados por los imperativos de acumular todo lo antes 
posible, sólo logran rebelarse enfermándose. 
 
—En cuanto a la forma de difusión en los medios de comunicación de la violencia por parte de los 
chicos, como por ejemplo la tragedia de Carmen de Patagones ¿acaso estamos volviendo al siglo IV, 
a la figura del niño pecador, del que San Agustín decía: «si los dejáramos hacer lo que les gusta, no 
hay crimen que no cometerían»? 
 
—Sí, estamos volviendo (¿es que alguna vez nos fuimos?) a la figura del niño pecador…y del niño criminal 
también. Lo que sucede es que nuestra generación, al no poder garantizarle a sus hijos el bienestar que los 
padres les garantizaron a ellos, es una generación que alberga un sentimiento de culpa inconsciente 
ineludible. Este sentimiento de culpa que acosa al sujeto, reclama algún alivio, algún paliativo, algún 
atenuante. Y uno de los modos de aliviar esta culpa es instalar en el imaginario social la imagen de los niños 
asesinos, peligrosos y violentos. Si bien desde Freud en adelante venimos escuchando «se acabó el paraíso 
de la infancia, los niños no son santitos y existe una sexualidad infantil», los medios tienden a instalar en el 
imaginario la figura de niños peligrosos de modo tal que la gente «decente» no solo tendría que cuidarse de 
la violencia que aportan los adultos, los desocupados, los drogadictos, los «villeros», los «negros», sino 
también de los niños, olvidándose que son, en verdad, las principales víctimas. Se está instalando en el 
imaginario el modelo de niños violentos y asesinos para quienes la opinión pública pide mano dura. De 
manera tal que el sentimiento de culpa de los adultos al ver la multitud de niños que están destinados al 
exterminio por la exclusión del reparto de bienes y de riquezas; la mala conciencia, se tranquiliza diciendo: 
se lo merecen por asesinos, etc. Es así como los medios de comunicación de masas contribuyen a instalar en 
el imaginario social la figura de niños peligrosos, de los que hay que cuidarse, a los que hay que aplicarles 
las mismas penas que a los adultos. En definitiva, bajar la edad de imputabilidad. Lo que equivale a decir 
que no solo son pecadores ante Dios, sino que son criminales ante la ley. 
 
—¿Qué hacer para contrarrestar el crecimiento de la violencia? ¿Podría plantearse en términos de 
educar para una nueva subjetividad? 
 
—Sí, eso es fundamental. Hay muchas cosas para hacer. Pero fundamentalmente acá se apeló a la ley. Y por 
supuesto que la judicialización, apelar a la justicia para que se cumplan los derechos, es un recurso. Pero 
hasta que toda la sociedad no se haga cargo, hasta que la responsabilidad no sea asumida colectivamente, 
no vamos a tener garantías de que se cumplan los derechos de la niñez. El cumplimiento de los derechos no 
puede quedar solo en manos del Estado. Si no se trabaja en función de la participación de toda la 
comunidad, dudo que haya cambios significativos. 
 
—Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea, en su obra póstuma Pedagogía del aburrido, insisten en que 
la escuela se ha convertido en un galpón porque el garante moderno de la subjetividad, que fue el 
Estado, está en descomposición. ¿Coincide usted con esta idea y cómo se imagina una pedagogía 
post estatal? 
 
—La crítica a la escuela pública, la descripción apocalíptica de la escuela pública, es moneda corriente y le 
hace honor al estado actual de la educación. Se han dicho tantas cosas, algunas peores que esas... Pero yo 
defiendo enormemente esos «galpones» y a quienes todavía con un esfuerzo tremendo los sostienen: las 
maestras. Yo no quisiera una educación post estatal, hay que reclamarle al Estado la obligación que tiene enla educación de toda la población. Así como digo que todos debemos hacernos responsables de que se 
cumplan los derechos de los niños, el Estado tiene que hacerse responsable de la educación pública gratuita 
e igual para todos sin diferencia de clase, sexo, ni procedencia. Y antes que sumarme a los que avalan la 
decisión de hacer desaparecer esos «galpones» quisiera apoyar a los que intentan trasformarlos en 
colmenas de alfabetización y aprendizaje. 
 
 
Fecha: Septiembre de 2004

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