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Reporte de lectura Florescano y Corts

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Taboada Ordaz Ian Israel
Reporte de lectura 1
Ambos artículos, tanto el de Florescano como el de Corts abordan determinadas problemáticas que merecen ser resueltas para optimizar los resultados de la docencia en la vida formativa del alumnado; siendo Florescano un poco más amplio en su contenido pero completamente enfocado al ámbito de la disciplina histórica, mientras que el de Corts va más enfocado al análisis y reflexión sobre las cualidades y personalidad que debe tener el docente en su oficio, aunque sí, aplicándose al docente en general independientemente su campo. 
Empezando por el primer artículo referido, me parece puntual y precisa la forma en la que comienza su trabajo ya que abordar la problemática de la enseñanza de la Historia nos lleva inevitablemente a la recurrente pregunta de ¿Para qué necesita una persona aprender sobre Historia? ¿De qué nos sirve que la juventud, y por lo tanto el pueblo en general, tengan un conocimiento sobre algo que muy probablemente no les dará el sustento en su día a día? Cuestionamiento que el autor responde, basado en postulados de otros estudiosos, a resumidas cuentas que como nuestro presente y futuro están determinados por modelos del pasado, es imperativo entender ese pasado para comprender nuestro presente, ya que formamos parte de grupos que evidentemente no son ajenos al paso del tiempo y por lo tanto han sufrido cambios; es decir, nos permite ser conscientes y saber qué lugar ocupan y qué papel jugaron nuestras entidades sociales en la temporalidad de la vida humana. Estas entidades sociales, comienzan en nuestro núcleo familiar, desde que nacemos, en nuestros predecesores vemos nuestro pasado más inmediato y nos hacemos conscientes de ello; y conforme crecemos nos vamos volviendo parte de entidades sociales más grandes y complejas que al igual que las demás son fruto de su contexto; por lo tanto, se puede decir que la Historia viene a completar esa noción y entendimiento que nosotros empezamos a notar en la familia. Tal como lo menciona Florescano: “El conocimiento histórico es, ante todo, conocimiento del ser humano viviendo en sociedad”
Una vez justificada la enseñanza de la Historia y su misión social, enumera una serie de requisitos para hacerlo posible, de los cuales me gustaría rescatar por parecerme interesante lo siguiente. 
El hacer entender al estudiante, desde la infancia, que no existen las verdades absolutas y que todo el conocimiento está en construcción es sumamente importante por las razones que el mismo Florescano señala, hay que estimular el sentido crítico y de observación; evita enfrascamientos y que un postulado se vuelva una suerte de máxima incuestionable, cosa que creo yo, también evita en cierta medida los usos de la Historia oficial como medio de manipulación del estado. Y hablando de un sentido crítico, otro aspecto que no se puede dejar atrás, y que se menciona en la lectura, es que el conocimiento histórico no se puede enseñar y exigir su memorización como si de fórmula matemática se tratase, el estudiantado debe entender el proceso, crear conexiones y explicárselo a sí mismo de forma que a este le haga sentido.
Estos siete lineamientos, al ser necesarios a mi parecer, naturalmente evidencian las carencias del sistema educativo, que Florescano dividió en los que radican en los contenidos y materiales de estudio; los métodos para enseñar; el cuerpo docente; y el alumnado. Pasando por la deficiencia de los libros de texto, que además de ser la única herramienta didáctica al alcance, su carácter monográfico enseña hechos históricos aislados, compuestos de datos duros y que nunca se vinculan ni entre sí, ni con el contexto que el estudiante vive en aquel momento y lugar. En cuanto a los métodos, el aburrimiento y el tedio son su carta de presentación, con la memorización y poca reflexión fomentada que se comentó más atrás; y de este ámbito me llamó la atención la crítica de que “el estudiante no es considerado un sujeto activo, sino un paciente sometido a la tutela del educador” puesto que debo admitir que antes veía la enseñanza como una actividad unilateral en la que el educador dice y el aprendiz escucha; cuando en realidad una relación bilateral fomenta la participación y reflexión que el alumno ejerce sobre el conocimiento recibido, generando incluso sus propias conclusiones y alcanzar así, el tan ansiado sentido crítico.
Ahora bien, llegando a los temas que tratan los problemas que residen en el docente en sí, Enrique Florescano sentencia que “son, sin duda alguna, uno de los puntos más débiles del actual sistema educativo.” Pero no, me parece, o al menos no totalmente, por razones que demuestren una culpabilidad directa en el educador, sino por la manera en la que el sistema los ha formado y los ha tratado. Para explicar estas razones, ahora sí convergen ambas lecturas realizadas; ya que el artículo de Corts explica que el docente necesita determinados rasgos esenciales que ella agrupa en tres ejes; ejes en los que encontramos impedimentos cada vez más pronunciados.
El primer eje es el Saber; es más entendible, imaginable y casi rayando en la obviedad, pero que aún así encontramos que no siempre se cumple. Este propone que el docente debe tener dominio y conocimiento profundo sobre los temas que está impartiendo, porque naturalmente, mientras más se comprende un tema, más sencillo es para uno explicarlo. Sin embargo, lo que vemos en la vida diaria, y bien lo advierte Florescano dentro del campo histórico, es que muchos de estos docentes se formaron en otras especialidades y han tenido que desempeñarse en una labor que pareciera que nunca tuvieron contemplada.
Después encontramos el Saber-Hacer; aquí las dificultades se pronuncian, porque sí, cualquier persona estará de acuerdo que para ser profesor, se debe saber enseñar y transmitir, no basta con saber; pero el sistema formativo poco se ha preocupado por brindar de estas herramientas de enseñanza (que tienen una naturaleza pedagógica, sociológica, psicológica, didáctica y hasta tecnológica según Corts) a sus docentes en construcción. La falta de estas herramientas pronuncia el desapego del educador-alumno, así como el fastidio y frustración de ambos.
Mencionado esto, la presunta obviedad desaparece cuando Corts menciona que el tercer eje es el del Ser; es decir, que todo profesor requiere una personalidad formada con una serie de convicciones y sentimientos. Porque por más que lo neguemos, un profesor no sólo influye en el conocimiento de su alumno, sino 
también en su vida y en cómo se desenvuelve en ella; debe fomentar una serie de valores justos y humanos en una relación de empatía y respeto entre ambas partes. No es una máquina que desprende conocimiento intocable, porque la educación no puede ni debe ser neutral, afirmación de Savater que la autora rescata. Florescano también toca el punto cuando dice que “en lugar de que la escuela establezca una relación de mutuo aprendizaje entre él y sus profesores, propicia una relación gobernada por el autoritarismo, la no comunicación y la represión”.
En resumen, las lecturas advierten las cualidades que el docente, y la docencia en sí debe tener para un correcto desempeño, esto a la vez que evidencian las carencias de un sistema que poco se ha concentrado en formar educadores. Dichos obstáculos, aunado a lo alejados que están de la vida escolar en sí, siembra desánimo y desesperanza que termina de arruinar su oficio, que muchos “habían comenzado con ilusión y entusiasmo” a palabras de Corts.
Para finalizar la reflexión, quiero rescatar la conclusión de la autora, que en una serie de oraciones señala que pareciera que la docencia es una suerte de “cajón de sastre” donde cualquiera puede entrar, esto a pesar de ser una labor tan importante. Estas frases, si bien crudas, tienen algo de realidad, pero no demuestra una culpabilidad directa en el docente; es decir, no es que no cualquiera quepa en esta labor, es que el sistema no ha hecho que todos valgan, como creo yo que debería ser.
A experiencia propia, y al menosen México, me he dado cuenta que la docencia es la “válvula de escape” de todo historiador, la mayoría en algún momento pasaron y pasarán por ella. Pareciera que no es algo nuestra formación tuviera planeada para nosotros; ya que sólo eso explica la gran cantidad de docentes, y el tan poco énfasis que nuestra educación como historiadores pone sobre la enseñanza. Se le debe dar la importancia que se merece y entender lo trascendental que esta resulta en la vida de una persona, no como un “ya ni modo, seré profesor”.

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