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La contrarrevolución mexicana

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Católica, conservadora y acaudalada, la contrarrevolución mexicana se opuso a Francisco I Madero, 
apoyó a Victoriano Huerta y organizó las llamadas guerras cristeras: la primera, de 1926 a 1929, y 
la segunda, de 1934 a 1940, contra el gobierno de Lázaro Cárdenas, para, finalmente, hallar cierta 
afinidad con la política de Manuel Ávila Camacho, quien comienza a dar marcha atrás a las 
conquistas revolucionarias. 
Tanto el Partido Acción Nacional (PAN) –creado en 1939 como expresión de la derecha 
anticardenista y profranquista– como los grupos político religiosos que lo han nutrido, como la 
Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), la Unión Nacional de Padres de Familia, los 
Caballeros de Colón, y muchos otros, sin olvidar la Unión Nacional Sinarquista, nacen de esa 
tradición que se opone al Estado laico y al bienestar de la mayoría, en aras de los grandes intereses 
económicos. 
Cronista acucioso de la gesta revolucionaria, el periodista Alfonso Taracena hizo una crónica día por 
día de la Revolución y la contrarrevolución mexicana, que abarca hasta 1940 y de la cual vale la 
pena recordar algunos pasajes, ahora que vivimos bajo un gobierno nacido de la contrarrevolución. 
El 19 de enero de 1913, Taracena comentaba que, como parte de los preparativos del cuartelazo 
contra Madero, en el templo de La Profesa se reunía el embajador estadunidense Henry Lane 
Wilson con varios políticos y militares mexicanos, incluidos Victoriano Huerta y el arzobispo José 
Mora y del Río, “para buscar la forma de acabar con el gobierno de Madero”. 
En aquellos turbulentos días, Huerta solía sacar de su pecho un escapulario y besarlo como prueba 
de su fidelidad a la palabra dada. Luego del asesinato de Madero y Pino Suárez, el chacal tomaría 
posesión invocando a dios, y se calificaría a sí mismo como “extraordinariamente religioso”, por lo 
que el día de su muerte, ocurrida el 13 de enero de 1916 en El Paso, Texas, se diría “en paz con 
dios” y hasta pretendería “perdonar” a quienes se opusieron a él. 
Desde luego, Huerta contó con el apoyo de la jerarquía católica y de grupos políticos afines a ella, 
en una situación que no volvería a repetirse sino hasta la llegada del PAN al poder, en 2000, que 
tuvo como preludio el amasiato del clero y la derecha con Salinas (1988-1994). 
La institución del divorcio, aprobada por Venustiano Carranza en 1914, así como la Constitución de 
1917, que establecía límites precisos a la injerencia política del clero y a su acumulación de bienes, 
desataron la ira de la jerarquía católica, que con el apoyo de sectores fanatizados, sobre todo en 
regiones como los Altos de Jalisco, se dedicaron a perpetrar masacres, al pillaje, incluyendo el 
asalto y quema de trenes de pasajeros, a las mutilaciones y asesinatos de agraristas y maestros 
rurales, a incendiar escuelas, etcétera. 
Entre otros episodios que relata Taracena acerca de la barbarie cristera, se cuenta el asalto de 34 
turistas en las Grutas de Cacahuamilpa, el 5 de agosto de 1928; al día siguiente, “a las tres de la 
mañana bajan de la sierra los cristeros con sus víctimas. Una señora, ante los horrores cometidos 
con sus tres hijas, se vuelve loca”. 
A esas bandas de asesinos rinden homenaje la jerarquía católica y gobiernos panistas como el de 
Jalisco, encabezado por Emilio González Márquez, que hace un año desató un escándalo al hacer 
una donación millonaria, con recursos del erario, a fin de que la Arquidiócesis de Jalisco 
construyera un santuario dedicado a esos personajes. 
El 23 de septiembre de 1927, Taracena detallaba las actividades de Concepción Acevedo de la 
Llata, la famosa madre Conchita, quien sería acusada de inspirar en José de León Toral el proyecto 
de asesinar a Obregón, que llevaría a cabo el 17 de julio de 1928. En su convento ubicado en 
Zaragoza 68, Conchita catequizó a un militar exzapatista, convirtiéndolo en cristero, auspició la 
formación de bandas armadas de militantes de la ACJM, apoyaba las actividades de Miguel Agustín 
Pro, y de otros personajes vinculados al movimiento cristero. 
Taracena se refirió también a varios jerarcas católicos, como el obispo Manríquez y Zárate, quienes 
hacían colectas para comprar armas y proyectiles “destinados a matar al prójimo”. 
Si bien la guerra cristera terminó en 1929 con un statu quo, entre el gobierno y el clero, la derecha 
católica siguió organizando grupos políticos y militares como reacción contra el gobierno 
cardenista, quien implantó la educación socialista (y como parte de ella la educación mixta, de 
niños y niñas) e intensificó el reparto agrario y otras políticas sociales. En el contexto del ascenso 
de corrientes derechistas totalitarias, como el nazismo, el fascismo y el franquismo, surgieron 
grupos como los Tecos en Guadalajara, hacia 1934, con signos profascistas, así como la Unión 
Nacional Sinarquista, en León, Guanajuato, en 1937, y el PAN, en la ciudad de México, dos años 
después. 
Por su parte, aunque sin el apoyo formal de la jerarquía católica, durante el sexenio de Lázaro 
Cárdenas surgieron nuevos grupos cristeros, que se identificaban ideológicamente con el bando 
franquista de la guerra civil española, y que ahora combatían con saña la educación socialista y en 
particular la educación mixta, motivo por el que fueron quemados vivos o mutilados o asesinados, 
decenas de maestros y maestras rurales en poblados de Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas, 
Veracruz y otros estados. 
Los afanes contrarrevolucionarios de Ávila Camacho fueron capaces de apaciguar, hasta cierto 
punto, la agresividad contrarrevolucionaria, pero la derecha católica seguiría organizándose en las 
décadas siguientes, en grupos públicos y secretos, hasta tomar el poder en 2000.

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