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México y su herencia prehispánica

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La ciudad de Tenochtitlán, capital de imperio azteca, de la que el cronista Bernal Díaz del Castillo 
señalara: “Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras 
grandes poblazones, y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba a México, nos quedamos 
admirados, y decíamos que parecía a las cosas de encantamientos que cuentan en el libro de 
Amadís, por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, 
y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños, y no es de 
maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay mucho que ponderar en ello que no sé 
cómo lo cuente: ver cosas nunca oídas, ni aun soñadas, como veíamos”, era quizá la ciudad más 
grande de su tiempo. 
De acuerdo con Jacques Soustelle, especialista en culturas mesoamericanas, Tenochtitlán contaba 
con cerca de 300 000 habitantes. En la misma época Londres contaba con 100 000 habitantes, 
Sevilla con 75 000. Y a pesar de su población una de las características más reconocidas por los 
españoles es que era una ciudad en extremo limpia y ordenada. 
En materia educativa los aztecas contaban con un sistema que garantizaba la educación para todos 
los niños y jóvenes, es cierto que estaba dividido en educación para la nobleza y para la población 
en general, pero es digno de admirarse que todo niño o joven tuviera segura la capacitación para 
ejercer un oficio o una profesión. 
Pueblos guerreros y disciplinados, fuertes y valientes. Así también fueron descritos nuestros 
antepasados prehispánicos por nuestros antepasados españoles. Pueblos muy espirituales y con 
sed de trascendencia, lo cual facilitó que pudieran comprender y asimilar el mensaje evangélico 
traído por los primeros misioneros. 
Tampoco podemos dejar de lado la riqueza del idioma, pues a pesar de que hablamos el español, 
son innegables las maravillosas aportaciones que desde los pueblos originarios y fruto 
precisamente de esa inculturación que se vivió en nuestra tierra ahora son parte de nuestro léxico 
tan particular: papalote, chocolate, jaguar, escuincle, tianguis, tocayo, y quizá una de las palabras 
más bonitas que hay: apapachar. 
Ése también es nuestro pasado que se ha entremezclado con la cultura occidental para dar como 
resultado el México que hoy somos. Pasado del cual no podemos renegar ni debemos olvidar. 
Y es así como más allá de mensajes populistas que buscan confrontación donde no debe haberlo, 
el reto para los mexicanos sigue siendo sacar lo mejor de estos dos pueblos que una mezcla que 
comenzó hace casi 500 años nos ha dado un sello distintivo propio la nación mexicana.

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