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«Querido lector: te espero en el camino de la plenitud. No importa donde te encuentres ahora mismo; si empiezas a andar en la dirección correcta, enseguida encontrarás la senda. A medida que la transites, la buena vida se irá abriendo como un cerezo en flor. Miles de personas antes encontraron la fuerza emocional con este mismo método cognitivo. También está a tu alcance». Todas las «neuras» que nos amargan la vida —ansiedad, depresión, estrés, timidez—, todas las preocupaciones y miedos, son sencillamente el resultado de una mentalización errónea que podemos revertir de forma permanente. Ser feliz en Alaska presenta el método para lograrlo de la mano de la escuela terapéutica más eficaz del mundo: la moderna psicología cognitiva. Ser feliz en Alaska describe tres pasos para reprogramar nuestra mente y convertirnos en personas sanas y fuertes a nivel emocional, incluso en las circunstancias aparentemente más adversas. Pocos autores son capaces de llegar a cientos de miles de lectores como Rafael Santandreu, gracias a su talento para ofrecerles potentes herramientas que producen cambios radicales y permanentes en sus vidas. Rafael Santandreu Ser feliz en Alaska Mentes fuertes contra viento y marea ePub r1.0 NoTanMalo 14.05.16 Título original: Ser feliz en Alaska Rafael Santandreu, 2016 Editor digital: NoTanMalo ePub base r1.2 Dedicado a mi madre, María del Valle Lorite. Gracias por todo tu inmenso amor PRIMERA PARTE Comprender la psicología cognitiva 1. Programarse la mente Entre el ancestral pueblo pigmeo se cuenta la siguiente historia: Un día, un sediento león se acercó a un lago de aguas transparentes y, al asomarse para beber, vio por primera vez su imagen reflejada. Asustado, pensó: «Este lago es territorio de ese fiero león. ¡Tengo que marcharme!». Pero el animal tenía mucha sed, así que, al cabo de unas horas, decidió volver. Se aproximó sigilosamente y, justo cuando inclinó el cuello para beber, ¡ahí estaba de nuevo su rival! ¡No se lo podía creer! ¡Qué veloz y atento era el maldito animal! ¿Qué podía hacer? La sed lo estaba matando y esa era la única fuente de agua en kilómetros a la redonda. Desesperado, se le ocurrió rodear el lago para penetrar por un recodo oscuro. Cuando llegó al lugar, se arrastró hasta al agua y…, ¡pam!, ¡las mismas fauces frente a él! Estaba hundido. Nunca se había enfrentado a alguien tan territorial… Pero el león tenía tanta sed que decidió jugársela. Se armó de coraje, corrió hasta llegar a la orilla y, sin pensarlo, metió la cabeza en el agua. Entonces fue cuando, como cuentan los ancianos pigmeos, ¡se hizo la magia!: su feroz rival había desaparecido para siempre. Hace años, más de dieciséis, tuve una experiencia alucinante, bellísima, que me causó un gran impacto: dejar de fumar. Pero no lo hice de cualquier forma, sino con el mejor método del mundo; porque lo conseguí sin pasar el «mono» y disfrutando del proceso. Fue como un milagro. El primer milagro que viví en el universo de la psicología, aunque más tarde, gracias a mi trabajo, sería testigo de muchísimos más. Anteriormente, sin el método adecuado, lo había intentado dos veces cosechando memorables fracasos. ¡Lo máximo que había aguantado sin fumar habían sido un par de horas! Al poco de dejarlo, me subía por las paredes hasta que me decía a mí mismo: «¡No puedo más, prefiero morir de cáncer que sufrir esta terrible ansiedad!». Pero entonces tuve la enorme suerte de tropezar con el libro Es fácil dejar de fumar si sabes cómo de Allen Carr, un contable escocés que logró la clave para zafarse del tabaco sin esfuerzo mediante una espléndida programación mental. Lo más alucinante de aquel método es que pude dejar el tabaco sin padecer ningún síndrome de abstinencia: ¡nada! Y eso que, hasta el momento, la ciencia médica daba por hecho que las drogas producen un fuerte «mono» cuando se dejan. Se supone que un heroinómano las pasará canutas cuando intente desintoxicarse de la heroína: ¡se retorcerá, le dolerá la tripa, sudará e incluso delirará durante varios días! Pero aquel escocés ajeno a la medicina —ni siquiera era psicólogo— afirmaba que el «mono» no existe y que todo está en nuestra cabeza, en la mente. ¡Y yo pude comprobarlo y no he sido el único en experimentar este fenómeno! Miles de personas en todo el mundo se han reprogramado el cerebro con el método de Allen Carr y han logrado dejar el terrible cigarro sin dificultad. De hecho, al cabo de un mes de abandonar el cigarrillo, mi madre, gran fumadora durante treinta años, me pidió «ese librito que te ha ayudado tanto». Y una semana después, ella también tiraba a la basura su último Nobel. Han pasado desde entonces más de dieciséis años y, si algo tiene claro en la vida, es que ese veneno no volverá jamás a sus labios. ¡Su experiencia fue idéntica a la mía! Y no le resultó difícil. ¡Incluso disfrutó del proceso! Pero tal vez os preguntaréis por qué hablo del tabaco en un libro de psicología que pretende hacernos más fuertes a nivel emocional. Pues, ni más ni menos, porque todos los fenómenos mentales —la ansiedad, la depresión, el estrés, la timidez, etc.— también son humo, es decir: son solo el producto de una mentalización errónea que podemos revertir con el método adecuado y de forma rápida y definitiva. Puedo jurar, y demostrar, que, como decía Allen Carr respecto al tabaco, «el cambio emocional es fácil si sabes hacerlo». Este libro es un manual de reprogramación mental análogo al sistema antitabaco de Allen Carr aplicado a todas las emociones negativas. De hecho, podría perfectamente titularse «Es fácil dejar de tener “neuras” si sabes cómo». Su objetivo es convertirnos en personas altamente sanas a nivel emocional. Los métodos que se explican aquí están basados en la psicología cognitiva, la escuela terapéutica más eficaz del mundo, con miles de estudios que certifican sus resultados. Y lo mejor de todo es que cualquier persona puede aplicarlos. Esto es: nadie tiene por qué ir al psicólogo si realiza el esfuerzo necesario. SER FULGURANTE ¿En qué vamos a convertirnos tras aplicar lo que dice este libro? Nada más y nada menos que en personas especiales: altamente fuertes y sanas. En la actualidad, debido a la neurosis imperante, solo un 20% de las personas son así. Si trabajamos a conciencia estos contenidos, podremos llegar a ser individuos muy centrados en el presente. En una ocasión oí decir la siguiente frase: «Un buen monje es aquel que hace pocas cosas, pero las pocas que hace las hace muy bien». Cuando nos hayamos puesto en forma mental, la jornada fluirá de forma natural, de goce en goce. Porque en todas partes encontraremos oportunidades de hacer algo hermoso y el «dulce presente» será nuestro hogar independientemente de los estados mentales. Cuando somos vulnerables, distinguimos entre «estar bien» y «estar de bajón» porque vivimos las emociones negativas de forma extrema. Sin embargo, las personas más sanas vivencian lo negativo de forma muy suave, incluso saben disfrutar también de la ligera tristeza o de los activadores nervios. En fin, son muy estables y saben observar la realidad con mirada de poeta. Con la terapia cognitiva se activa nuestro ojo para la belleza y, entonces, podremos fijarnos mucho más y mejor en las cosas hermosas que nos rodean: las caras bonitas, los enormes árboles de nuestras ciudades… Pocas cosas hay que den más plenitud que apreciar con intensidad los pequeños placeres de la vida y agradecer el hecho de estar vivos. Esto nos sucederá continuamente de forma espontánea. Además, la persona feliz posee carisma y tiene un gran poder de atracción porque el «buen rollo» se contagia y todo el mundo quiere estar cerca de ella. Por otro lado, las personas que rebosamos felicidad mostramos la mejor cara que tenemos, con lo cual, también resultamos muy atractivos. De modo que debemos afirmar que sí, que es posible perderle el miedo a todo. En realidad es más fácil de lo que parece. Entonces la vida se convierte en algo increíblemente sencillo. Además, cuando finiquitamoslos temores, adquirimos una enorme ventaja competitiva. Las personas fuertes y felices disponen de muchas más oportunidades porque simplemente se atreven a todo mientras que la mayoría se arruga ante absurdeces. Yo dejé el tabaco de forma radical y sin esfuerzo: incluso disfruté del proceso. Y de la misma forma he visto a miles de personas transformarse en ese ser especial que acabo de describir. Son cambios realmente alucinantes. Al margen de la psicología cognitiva, solo he visto transformaciones tan radicales en personas que se han convertido a alguna religión y que la viven profundamente. Más de una vez he leído descripciones del tipo: «Era la misma persona, pero había algo distinto en su mirada: los ojos le brillaban; diría que incluso le refulgían». Marcus era uno de ellos. Era un joven alemán que conocí en mi juventud y trabajaba como voluntario en un barrio chabolista de la India. Marcus lo había dejado todo en su Múnich natal para colaborar en Calcuta con una orden religiosa protestante. A este veinteañero alto, rubio y resuelto también le refulgían los ojos. Su energía vital era limpia y alegre como pocas veces la he visto. ¡Esto es estar en forma emocional! ENTRENO SUPERINTENSO Este es el tercer libro que publico y, en los cinco años que llevan mis manuales en las librerías, he recibido miles de cartas de personas que han vivido una fuerte transformación a través del método cognitivo. Personas depresivas, ansiosas, megacelosas, obsesivas o temerosas hasta la parálisis han logrado forjarse otra mente, algo que ni siquiera sabían que era posible. Este tercer libro pretende dar un paso más, ir más lejos, desarrollar más intensidad en nuestra reprogramación. Nuestro objetivo es llegar a ser personas excepcionalmente sanas, como pocas quedan ya en este mundo de locos. Nuestra meta es estar muy sanos y muy fuertes, con una mente nítida y fulgurante como la de Marcus. En este capítulo hemos aprendido que: La eficacia del método cognitivo ha sido comprobada centenares de veces por jueces independientes. Se trata de una reprogramación mental muy fuerte que hace fácil lo que parece difícil. El objetivo es convertirse en personas excepcionales: sosegadas, centradas en el presente, alegres incluso en la enfermedad, con ojos de poeta, atractivas por fuera y por dentro, y carentes de todo temor. 2. Un sistema de tres pasos Cuando amaneció el día señalado, los cristianos marcharon en procesión hacia la arena del circo romano. Pero como si desfilaran hacia al cielo y no hacia las fieras, sus rostros estaban iluminados por la alegría. La gente se apiñaba en las calles para verlos pasar, pero, sorprendentemente, sin el jolgorio típico de los espectáculos callejeros. Esta vez, ningún niño lanzó verduras podridas ni se oyó ningún insulto. Los romanos se sentían intrigados, incluso temerosos, de aquellos excéntricos que adoraban a un hombre ajusticiado en una cruz. Aquella mañana, en el recorrido que conducía al circo, solo se oía el cobarde murmullo del pueblo hablando por lo bajo. Por fin, la comitiva llegó al imponente Coliseo. Dentro les esperaban unos funcionarios que les cubrieron de pieles de conejo sangrantes para excitar a los perros que les devorarían más tarde. De esa guisa salió el grupo a la arena. Los gritos estallaron entre la masa hambrienta del espectáculo de la muerte. Fieros canes aguardaban babeando en tres extremos equidistantes del ruedo. Entre el bullicio, un grupo numeroso de espectadores empezó a corear: «¡Muerte a los paganos! ¡Muerte a los paganos!». Era un cántico parecido al de los modernos estadios de fútbol. La palabra «pagano» se refería obviamente a los cristianos, que despreciaban a la vasta colección de dioses romanos. Los condenados, entre los que también había niños con los pies encadenados, se dirigieron al centro del coso, como les habían ordenado. En sus posiciones, los perros tiraban de las correas, ansiosos por alimentarse. Pero mientras los creyentes se dirigían a una muerte segura, se empezó a oír un sonido inaudito: era una melodía de voces que sonaba maravillosamente. Muchos romanos callaron para distinguirla. Se empezó a hacer el silencio y… entonces, de repente, se hizo totalmente audible: eran los propios cristianos que entonaban un cántico. ¡El gentío no daba crédito a lo que estaba presenciando! Aquella gente extraña estaba serena. Es más, sus miradas resplandecían. Algunos se abrazaban como despidiéndose, pero sin lloros ni lamentos. El responsable de los juegos, Julio Pontio, un hombre obeso y calvo, se hallaba cobijado tras una barrera de madera. Nervioso, miró hacia el emperador y distinguió una expresión de fastidio. Enseguida hizo un gesto a los entrenadores de perros y gritó: —¡Soltadlos ya! ¿A qué esperáis, imbéciles? Y a esa voz, los canes salvajes saltaron en dirección a los cristianos. En cuanto alcanzaron a sus presas, el loco rugido del pueblo encendió de nuevo el circo. Nerón y Julio Pontio respiraron aliviados. Pero el germen de la curiosidad y la admiración estaba ya plantado en la mente del pueblo. No se dejaría de hablar de los cristianos en toda la semana. En el año 64 de nuestra era se declaró un gran incendio en Roma. El 70% de la ciudad, que entonces contaba con un millón de habitantes, fue presa de las llamas. Roma se calentaba e iluminaba con leña y la ciudad era un caos de callejuelas repletas de tiendas y edificios de viviendas de varias plantas, así que los incendios eran moneda corriente, pero aquel fue de proporciones gigantescas. En aquella ocasión circulaba el rumor de que el fuego había sido provocado, ya que surgió precisamente en el barrio en el que el emperador planeaba construir su nuevo palacio. Nerón podría haber querido despejar la zona sin pagar indemnizaciones. Aquel loco corrupto era capaz de todo… En cuanto las habladurías llegaron a palacio, Nerón, asustado, preparó una respuesta propagandística: si hacía creer a la gente que el desastre había sido obra de los cristianos, podría calmar los ánimos con un castigo ejemplar. Y la estrategia tuvo éxito. Roma se tragó el anzuelo y los cristianos fueron masacrados. Un año después, el nuevo palacio se alzaba en el solar calcinado. Y así empezó la primera persecución de los cristianos, un crimen de Estado que, sin embargo, se acabaría volviendo en contra de las instituciones romanas. Como narran los historiadores de la época, los condenados por la nueva religión exhibieron tal fortaleza que el castigo se trocó en una vertiginosa campaña a su favor. Está acreditado que muchos de aquellos cristianos murieron en el circo romano con calma, confianza y surreal serenidad. Los ciudadanos de Roma se preguntaban: «¿Qué tiene esa creencia extranjera que otorga esa extraña superioridad moral?». Y esa fue la mejor publicidad que pudo tener el cristianismo. El reconocido filósofo romano Justino fue una de esas personas que se convirtió a la religión de la cruz movido por el fenómeno de los mártires. Dejó escrito: En la época en que era discípulo de Platón, asistí a los juicios contra los cristianos. ¡Y cómo me asombraron, pues, con la cabeza bien alta, no renegaban de su fe! ¡Se veían tan seguros de sí mismos! Y eso no fue nada en comparación con su actitud ante la muerte: viéndoles tan valientes ante todo lo que a los demás aterra, me decía que era imposible que vivieran en el mal, porque el lujurioso y el intemperante… ¿cómo han de abrazar la muerte así? ¿No preferirán mentir y seguir gozando de su vida presente? Así fue como me acerqué a la que hoy es mi fe. El historiador y tertuliano escribió: Muchos hombres, maravillados de su valerosa constancia, buscaron las causas de tan extraño y poderoso talante, y cuando conocieron la verdad se convirtieron a la nueva religión. Yo no soy católico, pero el relato de aquellas personas enfrentándose al martirio con serenidad y alegría me parece un ejemplo perfecto de cómo la mente puede ser entrenada para cualquier situación. ¡Hasta el extremo de marchar hacia la muerte con alegría! Todo está enla mente, para bien o para mal. Esta puede ser nuestro mejor amigo o nuestro peor enemigo. Es algo que yo he presenciado en mi consulta durante muchos años y de forma radical, por ejemplo en el caso de somatizaciones o «males del cuerpo creados por la mente»: personas que acuden con extraordinarios síntomas como parálisis, dolores extremos o incluso ceguera, causados por un funcionamiento incontrolado de su cabeza. Pero sé que lo contrario también sucede: individuos agraciados con una mente a prueba de bombas a los que nada les impide ser felices: ni la enfermedad más grave, ni la cárcel o la guerra. La psicología cognitiva nos enseña que, con un poco de esfuerzo y perseverancia, todos podemos acercarnos a la mentalidad de los más fuertes. A veces será muy fácil y rápido; otras requerirá unos cuantos años de entrenamiento. Dependerá del punto de partida en el que nos hallemos. Pero se trata del aprendizaje más importante ya que el ordenador central, nuestra mente, lo rige todo. SALIR DEL INFIERNO EN VEINTE SESIONES Un ejemplo de ese cambio radical fue Alejandra. Su padre me llamó desde Zaragoza, donde poseía una próspera cadena de tiendas de electrodomésticos. Me explicó que su hija, de treinta y tres años, tenía a la familia desesperada. Desde los dieciséis años padecía lo que se llama «personalidad límite». Los psiquiatras llaman así a las personas proclives a la depresión y a la ansiedad, con tendencias suicidas y que se autolesionan. Muchas veces se hacen cortes en los brazos para sentir dolor físico en vez de emocional, algo nada raro si se llega a esos niveles de sufrimiento. El padre de Alejandra me rogó que aceptase a su hija como paciente y así lo hice. La chica acababa de salir de una prestigiosa clínica psiquiátrica de Madrid, ingresada por enésima vez en su vida, y la familia estaba muy triste porque la veían atiborrada de pastillas y sin visos de curarse jamás. Menos de un año después, tras unas veinte visitas a mi consulta de Barcelona, Alejandra era otra persona. No solo estaba feliz y radiante, sino que, como me dijo su padre entre lágrimas: «Parece la más fuerte de la familia». Ya no tomaba medicación, trabajaba por primera vez en su vida —en el negocio familiar— y planeaba irse a vivir con un chico que había conocido. ¡Estaba exultante! Tales cambios no son milagros, sino simplemente aprendizajes realizados con un método claro, y mucha intensidad y perseverancia. Se trata de algo parecido a aprender un idioma extranjero: la práctica hace la magia. PODER MENTAL Tengo una amiga muy fuerte y racional a la cual he citado varias veces en mis libros. Se llama Tina Pereyre. Es la directora de los voluntarios del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, uno de los hospitales infantiles más grandes de España. Tina es rabiosamente cristiana, auténtica y energética, y siempre está alegre. Una delicia de persona que irradia amor allá por donde va. En una ocasión, una amiga común me contó una historia sobre ella que ejemplifica el poder de la actitud mental. Tina tuvo una época especialmente difícil en su vida —se separó, una de sus hijas estuvo muy enferma, etc.—, y cuando sus amigos le preguntaban: —Tina, ¿cómo estás? Ella respondía: —¿Por fuera o por dentro? —Pues no sé. De las dos formas —le solían inquirir. —Por fuera, mal, porque me pasa de todo; pero por dentro soy feliz —concluía. ¿Cuál es el secreto para desarrollar este tipo de fortaleza emocional? ¿Cuál es la llave para finiquitar cualquier temor, complejo o malestar psicológico? La psicología cognitiva tiene la respuesta. Se trata de un aprendizaje en tres pasos: 1. Orientarse hacia el interior (buscar el bienestar dentro de uno) 2. Aprender a andar ligeros (saber renunciar a todo) 3. Apreciar lo que nos rodea (aprender a apasionarse por la vida) Si llegamos a dominar estos tres pasos nos convertiremos en personas libres de «neuras», muy fuertes y felices. La mejor versión de nosotros mismos. Vamos a ver, de forma resumida, en qué consisten estas tres habilidades. Aunque, cuidado, se trata solo de un esquema. A lo largo de todo el libro las estudiaremos con mucho más detalle. EL PRIMER PASO: ORIENTARSE HACIA EL INTERIOR La causa principal de que los seres humanos estemos neuróticos es creer que la felicidad está en el exterior. Este es el error principal que nos escacharra el cerebro. Cometemos ese fallo cada vez que nos decimos: «Cuando consiga pareja, podré disfrutar de la vida» o «Si no tuviera este cáncer podría ser feliz» o «Si fuese más guapa, la vida me iría como un cohete». Todo esto es un error porque el principio activo de la felicidad está en nuestro interior, no en la realidad externa. Y no darse cuenta de ello —una y otra vez— es el germen de la debilidad emocional. Alejandra, mi paciente «límite», de la que he hablado antes, era una profesional de ese error. Antes de curarse, prácticamente todo podía ser un motivo de depresión o ansiedad: no tener novio, que un amigo le tratase mal, aburrirse, la posibilidad de enfermar… Y eso, en realidad, equivalía a decirse que su felicidad estaba en lo contrario: tener novio, que le tratasen bien, tener una vida emocionante o estar sana… Por el contrario, mi amiga Tina no le prestaba mucha atención a lo externo. Ella, «por dentro», siempre estaba serena y alegre, independientemente de los problemas. Por eso, el primer paso para hacerse fuerte a nivel emocional está en concentrarse en nuestro funcionamiento mental y no tanto en lo externo. Cada vez que nos perturbemos, podemos preguntarnos: «¿Qué he hecho para ponerme mal?». Si un compañero de trabajo nos dice algo desagradable y nos sentimos ofendidos, no es por la ofensa en sí, sino por nuestro diálogo interno, lo que nos decimos cuando suceden las adversidades. En vez de mirar afuera, hay que mirar adentro. Cuando somos débiles, cometemos el error de atender demasiado a nuestras circunstancias, somos estúpidamente rehenes de ellas, esclavos de lo que pasa. Epicteto, uno de los filósofos de cabecera de los psicólogos cognitivos, decía: «No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede». Como aprenderemos a lo largo de este libro, nuestro cambio pasará por decirnos en toda circunstancia: «Estaré bien o mal según dirija mi pensamiento. No a causa de mis adversidades o éxitos». SEGUNDO PASO: APRENDER A ANDAR LIGEROS Cuentan que un turista en Israel quiso conocer al célebre rabino Hilel el Sabio. Cuando entró en su casa, le sorprendió ver que esta consistía en una sola estancia llena de libros y un único taburete donde sentarse. El turista preguntó: —Pero, Rabí, ¿dónde están sus muebles? —¿Y dónde están los tuyos? —replicó el sabio. —Pero yo estoy aquí de paso… —¿Y cómo piensas que estoy yo? —concluyó el Rabí. La verdadera causa de la infelicidad es creer que carecemos de cosas. Y, por el contrario, la clave del bienestar está en saber que nos sobra de todo. Es lo que yo llamo «vivir en abundiálisis» o «en carenciálisis». En infinidad de ocasiones le he preguntado a un paciente: «¿Te das cuenta de que ya lo tienes todo para estar genial?». A veces se trataba de una chica a la que había abandonado su novio; otras, alguien enfermo de cáncer, y también personas con ansiedad o dolor crónico. Y la cura empezaba cuando se daban cuenta de que las adversidades no son un impedimento para ser feliz. Y si no ¡que se lo pregunten a los mártires cristianos! Detrás de cada «neura» —¡de todas!— hay siempre una incapacidad para soltar una «necesidad inventada», una exigencia. ¡Siempre! Y la solución pasa por dejarla ir cuando comprendemos que no necesitamos esto o aquello. Como suelo decir, la neurosis es fruto de la «necesititis», la creencia de que necesitamos mucho para estar bien. Hace tiempo vi una entrevista en el famoso programa de televisión de Andreu Buenafuente que ilumina este concepto que estamos viendo (se puede ver en YouTube). El invitado era Jorge Sánchez, un escritor que tenía el récord de viajes por el mundo. Había pasado treinta y cinco de sus cincuentaaños viajando. Me pareció un tipo genial: interesante, sereno, divertido y lleno de energía y curiosidad. Sánchez explicó que viajaba con muy poco dinero, trabajando aquí y allá en lo que podía, reuniendo experiencias y amigos. Había vivido todo tipo de aventuras y desventuras —incluso había estado a punto de morir—, pero nunca había dejado de ser inmensamente feliz. Este viajero anda por la vida ligero de equipaje y es un ejemplo de fortaleza y salud emocional. Las personas más fuertes —ricas o pobres— han reducido sus necesidades a niveles muy bajos. Es posible que tengan una mansión, una pareja maravillosa y un trabajo envidiable, pero saben que no necesitan todo eso. Si en cualquier momento se quedan sin ello, seguirán siendo tan felices como siempre. La pirámide de las renuncias A continuación se pueden leer las cinco renuncias fundamentales que hemos de llevar a cabo para convertirnos en personas saludables. Las he enmarcado dentro de una pirámide que asciende en dificultad. Todos los días, a modo de repaso, podemos comprometernos con ellas. Puedo asegurar que si nos convencemos de que no necesitamos estos cinco bienes claves, nos convertiremos en personas excepcionalmente sanas. No por casualidad todas las personas fuertes lo han hecho, desde mi expaciente límite de Zaragoza hasta Jorge Sánchez, el viajero feliz. La primera renuncia, la más básica, es la de la seguridad económica. Se trata de comprender que podríamos ser muy felices sin dinero —eso sí, siempre y cuando tengamos cubierto el asunto de la comida y la bebida—. Si no somos capaces de vernos bien en el caso de que nos quedemos sin trabajo, siempre tendremos miedo de perder el que tenemos, nos estresaremos con facilidad y no podremos disfrutar plenamente de él. Yo hace tiempo que me he desligado por completo de la seguridad económica y precisamente ese es mi secreto antiestrés. Y, paradójicamente, es lo que me permite tener éxito. Como aprenderemos a lo largo de este libro, siempre que surja el estrés laboral o nos atemorice un informe o una reunión con el jefe, la solución es la renuncia; comprender que, en realidad, nunca hemos necesitado el empleo. El resto de necesidades ascienden en dificultad. ¿Cómo sería no necesitar aprobación ni compañía? Yo tengo un amigo que vive retirado en el campo con sus dos perros y apenas ve a nadie. Es feliz con la naturaleza y la cultura a la que accede a través de internet. Como comprobaremos, la madurez exige saber ser feliz en completa soledad. Y podemos seguir quitándonos necesidades de encima hasta el extremo de renunciar a la vida. En realidad, no es tan difícil aceptar que la vida es un tránsito rápido y que no existe ninguna obligación de vivir mucho. No temer a la muerte es fundamental para no ser hipocondríaco y llevar bien las pérdidas de los seres queridos. Pero también para vivir con pasión el presente, como si no fuese a haber mañana. Pero no desesperemos, en estas páginas hallaremos las claves mentales que nos facilitarán llevar a cabo todas estas renuncias para convertirnos en aprendices de mártires cristianos, grandes viajeros o personas vibrantes como mi amiga Tina. Es importante recordar que el miedo es una función del apego, de la incapacidad de dejar ir, y, por el contrario, la serenidad y la alegría son funciones del desapego, de la ausencia de necesidades. Vamos a aprender a renunciar de forma radical o, lo que es lo mismo, vamos a hacernos muy fuertes a nivel emocional. Ser feliz en El Cairo En una ocasión tuve una paciente de unos cuarenta años, dueña de una tienda de vestidos de novia de mucho éxito, esposa y madre amorosa y diligente. Vanesa era muy divertida y por eso caía bien a todo el mundo. Un día tratamos el tema del estrés de la maternidad: tenía trillizos y, con doce años, eran «supermoviditos». Me explicó: —Estoy histérica. No paro de gritar. Y es que los niños son un terremoto. No hay quien aguante su marcha. Imagínate: ¡trillizos! —Vale, vamos a hacer lo siguiente: imagina que vives en El Cairo. Que eres una exploradora de yacimientos antiguos y tienes un romance con un apuesto fotógrafo. Por las noches, al acabar tu jornada, te encuentras con él en uno de los restaurantes que hay en las azoteas de los edificios de la ciudad —le sugerí. —¡Uau! ¿Puedo escoger a uno tipo Hugh Jackman? —preguntó riendo. —¡Claro! Además del romance con Jackman tienes un trabajo interesantísimo descubriendo tesoros antiguos. Intenta imaginarlo: resides en un país exótico y llevas una vida genial. Ahora bien, también es cierto que El Cairo es una de las ciudades más caóticas del mundo, ruidosa y desordenada. Pero eso le encanta al viajero, forma parte de la magia de esa ciudad donde todo es posible —expliqué con todo lujo de detalles. —Ya veo por dónde vas… Quieres decir que yo podría ser feliz como una aventurera en una ciudad caótica como El Cairo pero también en mi casa, con el caos de mis niños —inquirió. —¡Exacto! ¿Lo ves? Nosotros no necesitamos paz para ser felices. Si abrimos nuestra mente, podemos disfrutar de la vitalidad de una ciudad con atascos, ruidos y fuertes olores por doquier. Y de la misma forma, tú puedes estar genial con el desorden vital de tus hijos. A lo largo de la sesión fuimos estudiando argumentos que demostraban que Vanesa podía vivir la educación de los trillizos de otra forma, sin perder la serenidad. (En otra parte de este libro veremos con detalle cómo podemos insensibilizarnos a la incomodidad y al caos). Y en poco tiempo fue capaz de leer tranquilamente una novela mientras sus hijos se peleaban en el salón de su casa. En otras palabras, mi paciente aprendió a renunciar con alegría a la comodidad, la tercera de las renuncias de nuestra pirámide del crecimiento personal. En otra sesión que tuve con ella me preguntó: —Rafael, el trabajo que nosotros estamos haciendo, ¿consiste en dejarle de dar importancia a todo? ¿Renunciar a todo? —Sí. Se trata de encontrar los argumentos para convencerte de que cualquier situación o adversidad no tiene por qué impedirte ser feliz. Todo: pérdida de dinero, afectos, comodidad, la propia paz y la salud, incluso la vida. Hay que subrayar que, ya más calmada, Vanesa fue capaz de implementar con sus hijos lo que llamamos «el aprendizaje del sosiego personal». Es decir, les fue enseñando con paciencia y perseverancia a comportarse de una manera «elegante», con lo que se iban a «convertir en muchachos atractivos, sobre todo para las chicas». ¡Y lo logró! Pero para su salud mental era fundamental que dejase de necesitar histéricamente que sus hijos fuesen de otra forma. Y no solo eso: en un sentido amplio, aprendió a no necesitar estar cómoda o tranquila, las otras dos renuncias de nuestra pirámide. ¡No olvidemos nunca que en la renuncia está la fortaleza! Hasta ahora hemos visto los dos puntos esenciales del cambio emocional: orientarse hacia el interior y caminar ligero. Veamos a continuación, de forma sucinta, el tercero. EL TERCER PASO: APRECIAR LO QUE NOS RODEA En el budismo —y en la psicología cognitiva— el arte de la apreciación del entorno es fundamental. En Japón lo llaman «wabi-sabi». Hay personas que están encantadas de la vida y otras a las que el mundo les parece aburrido, sin mucho que ofrecer. Ambas viven en el mismo lugar. La diferencia es que unas han encendido la luz de la apreciación y las otras la han apagado; unas se permiten disfrutar de las pequeñas cosas y las otras van en busca de emociones fuertes o nada, de modo que suelen quedarse en nada. Recuerdo una experiencia personal que me mostró, siendo muy joven, en qué consiste el ejercicio de apreciación y qué resultados ofrece. Yo era estudiante de psicología y, al margen de mis estudios, organizaba conciertos junto con algunos amigos. Teníamos éxito y la actividad nos reportaba unos buenos beneficios. Una mañana primaveral caminaba por el campus con Jordi —compañero de estudios y socio— y mi novia de aquella época. No recuerdo de qué charlábamos, pero en un momento dado Jordi le dijo a ella: —Ostras, ¡Rafaely yo no podemos vivir mejor! Estudiamos una carrera que nos encanta, organizamos conciertos geniales y, encima, estamos forrados. ¡Esto es vida! Aquellas palabras de mi amigo Jordi me impactaron. Simplemente porque hasta entonces no me había planteado la buena vida que tenía. Me sonreí. Miré a mi alrededor y contemplé el apacible entorno del campus: árboles cargados de hojas, rayos de sol que lo iluminaban todo… y el tiempo se ralentizó durante un buen rato. Mi mente estaba saboreando el presente. Esto es el ejercicio de apreciación de la vida. El mundo es un lugar de abundancia donde no paran de sucederse hechos extraordinarios. ¡Y tenemos la suerte de poder vivirlos porque estamos vivos! Se trata de detenerse y decírselo a uno mismo, como Jordi hizo aquella mañana. Es maravilloso poder ver los colores de la naturaleza, respirar el aire fresco, escuchar los sonidos armónicos de la música, ¡incluso sentir el volumen de nuestro propio cuerpo de uno! Para la mente entrenada en la apreciación, el entorno es copioso porque hay infinidad de cosas que son extraordinarias. Entonces nadamos en la abundancia y las presuntas carencias de nuestra vida no importan. Vivimos en «abundiálisis». El wabi-sabi o apreciación puede referirse a la naturaleza, a las cosas bellas del mundo o a la propia vida de uno, como hizo mi amigo Jordi esa mañana primaveral. La cuestión es ponerse en «modo de agradecimiento», lo que nos hace sentir bien y además es incompatible con la queja o la «terribilitis», el gran promotor de la neurosis. A lo largo de este libro veremos cómo podemos activar el arte de la apreciación de lo que nos rodea. Se trata de un ejercicio diario que produce bienestar emocional de forma inmediata y que potencia, además, los dos pasos anteriores: orientarse hacia el interior y aprender a andar ligeros. Vivir una aventura cada día Todos hemos tenido la experiencia de viajar al extranjero o a una ciudad desconocida. Casi todos, en esas circunstancias, nos ponemos en modo wabi-sabi. Paseamos con los ojos bien abiertos para no perdernos la belleza del lugar, tomamos fotos que capturan el momento presente, nos sentimos nuevos, vigorosos y en armonía. Pero, en realidad, ese estado mental no está en el extranjero sino dentro de nosotros y, si lo experimentamos, es porque nosotros nos lo permitimos. Existen muchas evidencias de que incluso los estados mentales inducidos por drogas —tipo éxtasis o Valium— pueden ser reproducidos a voluntad si se sabe cómo, sin necesidad de tomar nada. En realidad, esos estados los provocan determinadas conexiones neuronales que siguen una pauta concreta. Podemos provocarlos con las drogas o con nuestra orientación mental. Yo tengo un amigo que ha aprendido a tener orgasmos múltiples sin eyacular empleando solo técnicas mentales. ¡Su esposa está encantada! Y él más. Sus orgasmos son muy potentes y, uno tras otro, puede seguir con el acto sexual en busca de más emociones. De la misma manera, todos podemos entrar en modo wabi-sabi en nuestra propia ciudad. No hace falta viajar para emocionarse con nuestras calles, gentes y posibilidades de disfrute. Claro que para lograrlo hay que concentrarse en la belleza, hacer las cosas un poco más despacio y pararse de vez en cuando para mirar y apreciar. Enamorarse del primero que pase En muchas ocasiones he dado conferencias sobre el amor y he manifestado mi convencimiento de que las personas podríamos enamorarnos de la primera persona que pasa por delante de nosotros por la calle. Y tengo pruebas para defender esta idea. Todos podríamos escoger a alguien al azar y, en poco tiempo, convertirlo en nuestra persona querida, admirada, deseada… Porque el enamoramiento es una función de nuestra mente como lo es reír o estar en modo divertido o de guasa: podemos activarlo o no activarlo y depende más de nosotros que del exterior. Yo he estudiado en el extranjero en dos ocasiones: con veinte años en Inglaterra y con treinta en Italia. Y en ambos lugares fui testigo de un fenómeno que me llamó la atención. Cuando cambias de país —especialmente si no hablas el idioma—, llegas a un territorio completamente nuevo en el que no conoces a nadie. Es cierto que vas cargado de ilusión y energía, pero también te enfrentas a un período de soledad porque vas a estar sin tus amigos y tu familia durante un tiempo. Pues bien, el fenómeno sorprendente es que esas experiencias son increíblemente fértiles a la hora de hacer grandes amistades y vivir apasionados amores. En pocas semanas, haces grandes amigos. A lo largo del año, creas unos vínculos inolvidables. Y lo mismo sucede en el terreno sentimental. Muchas veces, los estudiantes se enamoran al poco de llegar cuando en su ciudad llevaban años sin conocer a nadie especial. ¿Por qué sucede eso? Porque las personas se abren. Las primeras semanas de soledad activan la motivación para entablar nuevos vínculos y, ¡pam!, se hace la magia. ¿No podríamos hacer lo mismo en casa? Y es que apreciar lo que nos rodea, enamorarnos de la vida, depende siempre de nuestra apertura mental, no del exterior. Como veremos a lo largo de estas páginas, una de las claves de la fortaleza emocional consiste en eso. Aprenderemos a hacerlo todos los días. Será una suerte de apertura del tercer ojo situado en medio de la frente, en el lóbulo prefrontal, donde habitan nuestros pensamientos y visiones más hermosas. En este capítulo hemos aprendido que: La terapia cognitiva se resume en tres pasos: 1. Orientarse hacia el interior: consiste en buscar el bienestar en nuestro funcionamiento mental, no en circunstancias externas. 2. Aprender a andar ligeros: es la habilidad para renunciar a cualquier cosa que nos falte o pudiese faltar. De esa forma, las amenazas y los lamentos interiores desaparecen. 3. Apreciar lo que nos rodea: es un ejercicio continuo de apreciación de las pequeñas cosas de la vida. 3. Ser feliz en el vertedero Un joven médico se hallaba en un hospital psiquiátrico. Era su primer día de trabajo. Mientras hacía la ronda se encontró a un paciente sentado en una silla que se movía hacia delante y hacia atrás y repetía sin cesar: «Lola, Lola, ¡Lola! …». —¿Qué le pasa a ese hombre? —preguntó al jefe del servicio. —¡Ah, Lola! Fue su amor imposible. La recuerda constantemente — respondió aquel. El joven prosiguió hasta llegar a una celda acolchada en la que había otro interno que se golpeaba la cabeza contra la pared y exclamaba: «Lola, Lola, ¡Lola!…». Enseguida volvió a preguntar: —¿El problema de este paciente es a causa de la misma Lola? —Efectivamente. Pero este es el que se casó con ella. Voy a dedicar el presente capítulo a explicar mejor la renuncia, el segundo paso que vimos antes y al que también llamé «aprender a andar ligero». No en vano se trata del paso esencial. Cada día que pasa tengo más claro que el éxito de la terapia, de todo crecimiento personal, podría resumirse en esto: «Ser feliz en el vertedero». Y que la infelicidad es consecuencia de lo contrario, de lo que podríamos llamar «desear estúpidamente permanecer en el paraíso». Si comprendemos bien estos dos conceptos, «ser feliz en el vertedero» frente a «permanecer en el paraíso», ya habremos realizado buena parte del cambio hacia la fuerza y la estabilidad emocional. Tras este momento de comprensión, nuestra transformación ya solo dependerá de la práctica. Veámoslo. LA CURIOSA DEPRE POST-ERASMUS En 1991 tuve la suerte de ser estudiante Erasmus. Fui aceptado en un programa de intercambio de estudiantes europeos que acababa de inaugurarse. Fue un año precioso de mi vida. Con veintiún años recién cumplidos, emigré desde Barcelona a la magnífica Universidad de Reading, en Inglaterra. Vivíamos en un campus enorme, con casas y residencias de estudiantes; había personas de todas partes del mundo, y lagos y prados bellísimos… En aquellos primeros años del programa Erasmus, nadie sabía bien qué hacer con los estudiantes de intercambio: ¡la mayoría ni siquiera conocía la lengua de destino! Los profesores nos miraban con simpatíay cierta confusión. Pero «a río revuelto, ganancia de pescadores», como se dice: me alegró mucho saber que no teníamos que hacer exámenes. ¡Aquello era el paraíso del estudiante!: un entorno precioso, mil experiencias por vivir fuera de casa, poco trabajo y mucha cerveza. Pero lo extraño desde un punto de vista psicológico fue el hecho de experimentar la depre post-Erasmus. Es decir, cuando terminó aquel curso y volví a España, de repente, sin esperarlo, me invadió cierta sensación de infelicidad y desorientación. Y lo curioso es que conocí muchos casos como el mío: otros estudiantes deprimidos después de aquel año genial. Pero ¿por qué estaba mal después de haber vivido un año tan bueno? Tendría que estar contento por haber terminado mis estudios con un expediente brillante, y había aprendido inglés y había tenido unas experiencias muy enriquecedoras. Además, ¡me esperaba una estupenda vida por delante!… Pero lo cierto es que, aunque no entendía bien por qué, no estaba satisfecho: me quejaba de mi ciudad, de mis amigos, ¡de mí mismo! Solo muchos años después comprendí cuál era el problema. Se debía ni más ni menos que a la causa fundamental de la neurosis, la depresión, la ansiedad, la anorexia, las obsesiones, los celos… ¡la infelicidad humana! PERMANECER EN EL PARAÍSO El ser humano tiene la capacidad única de comparar. Es una gran habilidad mental, pero también le acarrea un montón de malos rollos. Nos pasamos todo el tiempo comparando y evaluando: ¿El restaurante de hoy es bueno?: ¡sí o no!… La respuesta depende de las experiencias anteriores. ¿Mi trabajo me gusta? ¡También depende de lo que hayamos vivido antes! Para el que ha comido siempre lo mismo, una comida sosa y aburrida, cualquier restaurante le parecerá una maravilla. Y para quien haya sido esclavo en unas minas de carbón, cualquier trabajo decente le parecerá un chollo. Las diferentes vivencias acerca de las cosas dependen de las experiencias pasadas y de la evaluación que hacemos a partir de ellas. Y así creamos nuestros estados emocionales en todo momento. Mi depresión post-Erasmus se debió precisamente a eso, a que aquel año había sido tan explosivo, tan interesante y gozoso, que mi mente me decía que mi vida en Barcelona era un peñazo. Y que irremisiblemente iba a continuar siéndolo, ya que lo que me esperaba no se le parecía en nada a mi paraíso perdido: a) entrar en el mundo laboral y abandonar el estudiantil; b) retomar una vida monótona en España en vez de la emoción de vivir en el extranjero; c) volver con los amigos de siempre en lugar de hacer cantidad de amigos nuevos. ¡Mi experiencia de infelicidad post-Erasmus me duró unos años! Fue ligera si se compara con una depresión aguda o con cualquier otra neurosis de las que tratamos los psicólogos y psiquiatras, pero su estructura era exactamente la misma. Solo muchos años después descifré cómo se había producido y cómo la podía haber evitado. Y, lo que es mejor, me di cuenta de que podía revertir cualquier estado emocional negativo exagerado con la misma metodología. Se trataba de «evitar apegarse a los paraísos» para «estar feliz en los vertederos»: esa era la clave mental para revertir las neuras. En efecto, las personas emocionalmente vulnerables siempre están buscando «permanecer en paraísos»; esto es, creen que estarán bien si se hallan en una situación placentera determinada: si encuentran una pareja como la que tuvieron de jóvenes, si recuperan su vida social, si alcanzan una meta soñada o si simplemente ¡se encuentran en el estado emocional correcto!… (que no es más que otro «paraíso perdido»). ¡Y ahí está el origen del problema! Porque los paraísos perdidos no existen. O, dicho de otra forma, están en todas partes. Solo al comprenderlo de forma profunda —¡o experimentarlo!— alcanzaremos la piedra filosofal de la fortaleza. LOS PARAÍSOS ESTÁN EN TODAS PARTES Todo es relativo. Un paisaje suizo de prados verdes y riachuelos transparentes es bellísimo, pero las tierras yermas de Castilla también lo son, como pusieron de manifiesto los poetas de la Generación del 98. Azorín o Unamuno retrataron en sus páginas el páramo, el árbol caído y las rocas peladas y, en gran medida, generaciones de españoles descubrieron esa hermosura oculta. Dos escenarios en apariencia contrapuestos pueden ser igualmente bellos. ¿Cómo es posible? Muy sencillo: porque los seres humanos nos inventamos esas valoraciones. Tenemos la sensación de que se trata de verdades objetivas y apelamos a características intrínsecas de las cosas pero, al margen de tener el estómago vacío o lleno —y poco más—, todo es inventado, lo bueno y lo malo. Así que cuando yo me decía a mí mismo que la vida en la Universidad de Reading era fantástica y que no había nada que lo igualase, estaba creando esa realidad, sin darme cuenta de que el mismo goce que tuve en Inglaterra podía tenerlo hasta en la cárcel Modelo de Barcelona —si abría suficientemente mi mente, como había hecho en la citada universidad y como me negaba a hacer ahora en España. ESTAR FELIZ EN EL VERTEDERO Así es, las personas más felices y fuertes están la mar de bien viviendo en un vertedero. Y no solo eso: han practicado tanto el diálogo mental adecuado que hasta se divierten sintiéndose bien en situaciones, a priori, adversas. Porque hay un par de fenómenos que debemos tener en cuenta: a) el ser humano puede crear SIEMPRE perspectivas diferentes de TODAS las situaciones, de manera que se conviertan en interesantes y gozosas. b) dominar ese arte, que yo llamo «revertir la emoción», se puede convertir en un goce en sí mismo. Hace poco tuve un paciente, Arturo, que cambió de manera espectacular con la terapia. Una vez acabada, me envió el siguiente e-mail, que puede ilustrar esta afición a encontrarse bien en situaciones delicadas: Este verano he tenido una gran experiencia que quiero relatarte porque creo que ejemplifica buena parte de lo que hemos aprendido en terapia. Este mes de agosto me he ido de vacaciones solo por primera vez en mi vida. El primer día que llegué a la montaña me di cuenta de que no había estado nunca solo en verano. De niño iba con mis padres y luego, el resto de los años, con Laura, mi mujer. Claro que esto era antes de que me dejase. El hecho es que cuando llegué a mi alojamiento me encontré con que se trataba de un maltrecho hostal. Nada que ver con las fotos y los comentarios de internet. La habitación era minúscula, estaba en la calle principal y había bastante ruido hasta bien entrada la noche; y la decoración parecía salida de una peli de la familia Monster. Supongo que me sentí mal porque estoy acostumbrado a buenos hoteles —por mi trabajo solo voy a cinco estrellas— y quizá porque al ser las primeras vacaciones que pasaba solo estaba sensible, pero el hecho es que me puse de mal humor. Yo diría que incluso me deprimí un poco. Pero a diferencia de lo que hubiese ocurrido en mi vida pasada, ¡el mal rollo se me pasó enseguida! Simplemente, me fui a dar un paseo por aquel pueblo para convencerme de que yo, allí, podía ser superfeliz. ¿Y sabes lo bueno, Rafael? ¡Se hizo la magia, como tú sueles decir! ¡Me convencí! Y, al cabo de poco rato, estaba tan a gusto en la habitación de mi hostal cutre iniciando una aventura vital inolvidable. Pero lo mejor es que todas estas vacaciones —¡y han durado un mes!— he vivido un montón de experiencias como esa. Lo que tú llamas «revertir la emoción». Todos mis momentos de perturbación — en un restaurante ruidoso, con un pinchazo del coche, en un momento en que me perdí por la montaña— los conseguí transformar en sosiego y paz. Lo que antes me hubiese cabreado sin remedio, deprimido o estresado, ya no lo ha hecho. ¡Y lo he conseguido con mi propia mente! ¡Una y otra vez! Y bien sabes tú que yo era de esos a los que le molestaba todo, mi vida estaba llena de episodios intolerables, de momentos tristes y todas las demás emociones negativas que existen. No tengo palabras para expresar la felicidad que me embarga ahora porque sé, a ciencia cierta, que el dueñode mi mente emocional soy yo. ¡Y me encanta! «Estar bien en el vertedero» implica cambiar el chip en el momento justo en el que uno empieza a sentirse mal y hacer un esfuerzo decidido y masivo para sentirse feliz, independientemente de la adversidad en cuestión. Esta es la clave de la fortaleza emocional y de la liberación de la hipersensibilidad y de las neuras. LA PRÁCTICA DE REVERTIR LAS EMOCIONES Como me explicaba en su correo electrónico, Arturo estaba cogiéndole el tranquillo a revertir las emociones mediante su decidida nueva actitud. Cada vez que se sentía perturbado por algo, se daba tiempo para razonar acerca de que «no había nada de lo que quejarse». Efectivamente, existe una gran satisfacción en el proceso de revertir una emoción negativa porque se trata de algo parecido a un pequeño milagro. En un momento dado podemos estar de los nervios, crispados, asustados… y, en poquísimo tiempo, la mar de bien. Para quien no ha experimentado nunca ese poder personal, será alucinante. Pero el crecimiento personal requiere de práctica, de mucha práctica, porque en la mayoría de los casos implica cambiar creencias que se han atesorado durante años: «que no puedo estar bien así», «que eso me sienta fatal», «que no soporto esto o lo otro…». El buen practicante de la terapia cognitiva haría bien en ejercitarse todos los días en revertir las emociones. En ese sentido, veamos qué tipo de actitud le conviene tener frente a la adversidad y las crisis emocionales. TODO ES SUGESTIÓN En una ocasión vino a verme un hombre de casi sesenta años con el siguiente problema: hacía poco que se había echado una novia joven, de menos de treinta años, guapa, alegre y llena de vida. Matías era un hombre de éxito y estaba feliz de haber encontrado a una mujer que, además de hermosa, tenía ganas de comerse el mundo, tal y como él sentía que había que vivir la vida. Pero ahora le acuciaba un «terrible» problema y es que no tenía erecciones con ella. Me explicó: —¡No es porque no me guste, Rafael! Porque te aseguro que es un pibón. Pero algo me sucede. He probado la Viagra y ni así se me pone dura. ¿Te lo puedes creer? —Y si te masturbas solo, entonces ¿sí funciona? —pregunté. —Tampoco. La tengo muerta —concluyó muy abatido. Matías había ido a varios urólogos que le habían hecho todo tipo de pruebas y no le habían encontrado nada. Pero no tenía erecciones. Y no solo eso: parecía también que el miembro se le había encogido: ¡era más pequeño! Estuvimos analizando la cuestión y el hombre me aclaró que el problema había comenzado justo después de irse a vivir juntos, cuando la relación empezó a tomar un cariz más serio. Todo iba bien hasta que una noche ocurrió la desgracia: su pene se negó a elevarse. A partir de ahí ya no volvió a funcionar. Como vimos durante la terapia, todo el problema de Matías era una cuestión sugestiva. Aquella aciaga noche tuvo un gatillazo, algo nada raro en un hombre de su edad, pero se asustó tanto que, a partir de ahí, se «fabricó» una impotencia psicológica mediante el propio miedo a ser impotente. Todos los días, desde la noche de marras, una parte de su cerebro se había estado diciendo frases del estilo: «¡Dios mío, que no sea impotente!», «¿Qué haré ahora?», «¿Me dejará?». En muchas enfermedades psicológicas hay un componente de sugestión: creemos que lo vamos a pasar mal en determinadas situaciones —vertederos— y al final eso es lo que sucede. Incluso el hecho de ser depresivo o ansioso. ¡Y eso experimentamos! Con la correcta programación mental aprenderemos a decirnos que «no tenemos ningún problema» y que vamos a descubrir ya mismo que somos personas maravillosas capaces de ser felices en cualquier lugar y en cualquier situación. EL TRABAJO CONDUCTUAL En el mundo de la terapia existe una corriente llamada «conductual» o «conductismo». Muchas veces se asocia a la terapia que yo practico, la cognitiva, para conformar lo que se llama «terapia cognitivo-conductual». La psicología conductual persigue que la persona busque el contacto con lo que le perturba y destruya la asociación «objeto- sensación». En realidad, es la idea popular de enfrentarse a los miedos para comprobar que son solo fantasmas. Para la psicología conductual, la evitación es la madre del problema porque, de alguna forma, amplifica el temor. Es como cuando uno se cae esquiando por una pendiente y decide abandonar el esquí porque le ha cogido miedo. En cambio, si se enfrentase inmediatamente, la asociación miedo-situación se puede desvanecer. La terapia que yo practico tiene muy poco de conductual y mucho de cognitiva. Esto es, nos centramos en los pensamientos que hay detrás de las emociones. Argumentamos acerca de que tal o cual situación no tiene por qué perturbarnos — estar bien en el vertedero—, y en ese sentido no somos conductuales. Por ejemplo, yo dejé de fumar cuando me convencí de que no necesitaba el tabaco en absoluto, cuando me di cuenta —en profundidad— de que no me daba ningún placer: era solo un engaño de la mente. La nicotina es la droga más ingeniosa de la naturaleza, porque produce una ansiedad de base en el fumador y solo la retira cuando este fuma. Al cabo de poco rato de haber fumado, la nicotina aumenta la sensación de ansiedad. El cerebro del fumador interpreta esa reducción de ansiedad como placer, pero olvida que el que le causa los nervios en primer lugar es el propio tabaco. Una vez que la persona ve la realidad del tabaco —esto es, que fumar no es un placer sino una tortura basada en pequeñas retiradas de la ansiedad— ya no desea fumar más. Ya no tiene que enfrentarse al problema; su mente lógica lo ha resuelto. Por lo tanto, nosotros empleamos la astucia y no la fuerza; el pensamiento y no la voluntad. Nuestro método es fácil y no hace uso de la lucha ni de grandes y ásperos esfuerzos. No obstante, la persona sí tiene que trabajar para cambiar su mundo emocional, aunque se trata de un trabajo emocionante y divertido. Tiene que exponerse al «vertedero» pero con la confianza de que lo puede revertir, que esa situación que teme se puede convertir en un pequeño paraíso. Y lo hacemos con argumentos. ¿HASTA QUÉ PUNTO HAY QUE EXPONERSE? Muchos lectores se estarán preguntando ahora mismo hasta qué punto hay que exponerse en esta práctica cognitiva. Cuando una persona tiene ataques de pánico, por ejemplo, sufre lo indecible con la ansiedad y le cuesta un mundo enfrentarse a las situaciones donde le puede sobrevenir el ataque. O si se trata de alguien tímido, no le apetece nada estar entre mucha gente ni interactuar… Mi respuesta es que hay que ser generoso con la exposición y buscar con ilusión la reversión de la emoción negativa. Yo diría que, una vez empezada la terapia —o el trabajo personal—, conviene exponerse todos los días a las adversidades que nos afectan, por lo menos una vez. Durante toda esa exposición intentaremos argumentarnos de la mejor manera posible para transformar la perturbación. Y, al final del día, disfrutaremos de un merecido descanso. En general, hay que trabajar como quien va al gimnasio y va ganando músculo. Algunos días rendimos más que otros, pero vamos avanzando en nuestro camino de convertirnos en personas excepcionalmente fuertes y adaptables. PRODUCIR LOS «PARAÍSOS» Las personas más fuertes y felices no buscan «paraísos», ¡los producen! O, dicho de otra forma, convierten los «vertederos» en «paraísos». ¿Cómo lo hacen? Argumentándose que pueden ser felices en cualquier situación. ¡Con convicción y perseverancia! Uno de mis pacientes me decía en una ocasión que lo que le planteaba la terapia cognitiva era el proyecto de «convertirse en una mezcla entre Mandela y san Francisco de Asís». Nelson Mandela porque fue capaz de aguantar muchos años injustamente encarcelado y ser feliz, y san Francisco de Asís porque estaba exultante aplicándose todo tipo de renuncias (se decía que dormía sobre una gran losa). ¡Y sí! Cuando me planteó está idea, le respondí: —Pues la verdad es que si nos acercamos a estas personas, seremos muy fuertes. Ellos podíanestar genial bajo cualquier circunstancia. Si abrimos nuestra mente a estar bien en los «vertederos», ¿cómo nos encontraremos el resto del tiempo? Los filósofos estoicos llamaban a este fenómeno «la ciudadela interior»; es decir, poseer un carácter tal que seamos productores de bienestar, independientemente del exterior. En este capítulo hemos aprendido que: Para hacerse fuerte hay que saber crear «paraísos» en los «vertederos». El ser humano puede transformar cualquier situación en aprendizaje y goce. El diálogo con uno mismo es la clave en ese proceso. «Estar mal», ser depresivo o estresarse tiene un componente de sugestión, y podemos revertir las emociones negativas. Lo importante del cambio es entender la situación desde otra perspectiva, sin temor a exponerse. 4. El debate cognitivo El pequeño Nube Roja se agachó para entrar en la tienda de su abuela. Esta se encontraba junto al fuego, limpiando tubérculos para la cena. El humo salía por un hueco que había en lo alto y así el interior permanecía siempre cálido y limpio. Al joven sioux se le veía azorado. La abuela preguntó dulcemente: —¿Qué sucede, Nube? Te veo mal. —¡Otra vez mi hermano! Se ha ido con los demás a pescar y me ha dejado solo. ¡Qué rabia me da! ¿Por qué la gente es tan mala, abuela? —Muy fácil, hijo mío. Dentro de nosotros habitan dos lobos: uno es cariñoso y feliz; el otro, envidioso y ruin. Los dos luchan en nuestro interior. —¿Y cuál acabará ganando? —preguntó el niño con los ojos bien abiertos. —No hay duda: el que alimentemos mejor —concluyó la mujer. En una ocasión me encontraba de excursión por la montaña, cerca de Barcelona. Iba con mi novia, Claudia. Era domingo y hacía un día magnífico; el aire era especialmente puro, de manera que se apreciaban con nitidez los vigorizantes olores de la naturaleza. El cielo lucía muy brillante, como una lámina de charol azul. Pero aquella mañana, antes de empezar la caminata, ocurrió un incidente. Mientras desayunábamos en un bar de la montaña, la conversación derivó hacia Ana, la mejor amiga de Claudia. Por alguna razón, Ana me tenía manía. No le caía bien. Y recientemente, en una salida que había organizado yo, había estado quejándose por todo durante todo el tiempo. Para ella, la ruta no valía nada; yo no sabía guiar en la montaña y, encima, siempre según ella, era un mandamás insufrible. Mi discusión con Claudia fue más o menos como sigue: —Me gustaría que no invitases más a Ana a las excursiones que yo organice —dije decidido. —Pero, Rafael, si Ana es un encanto. Y no le caes mal. Es solo que a veces se pone pesada. Déjalo —dijo en tono cariñoso. —¡Pero es que ella nunca organiza nada y se cree con derecho a quejarse! Si alguna vez organizase algo, vería lo desagradable que es que te pongan nervioso mientras intentas que todo el mundo esté bien —dije alzando la voz. Tras hablar un rato del tema, nos pusimos en marcha, montaña arriba. Pero yo todavía estaba enojado porque no había conseguido que Claudia accediera a vetar a Ana en nuestras salidas. Así que aceleré el paso. No tenía ganas de ir al lado de Claudia. Y a cada recodo me iba encendiendo más con mis pensamientos: «¡Joder, vaya novia que tengo: no me defiende ni me apoya! ¡No pienso coincidir más con Ana! ¡Es tonta del culo!». Claudia, que es una de las personas más dulces que conozco, iba por detrás resoplando. Es leal, cariñosa, detallista e incapaz de hacerle daño a nadie, ni aunque salga perjudicada. Pero, en ese momento, eso no impedía que mi enfado fuese creciendo desbocado en mi dura cabezota. Estuve de morros durante una hora aproximadamente: no hablaba, ponía caras largas y caminaba a un ritmo exagerado, a modo de castigo. Pero, quizá gracias al espíritu de Epicteto —mi filósofo preferido de la Antigüedad —, algo cambió en mí. Aún perturbado, me detuve a contemplar desde un montículo los montes atiborrados de árboles, de preciosos colores, y me percaté de algo: con mi enfado solo me estaba perjudicando a mí mismo y a la persona que más quería. Me dije: «Rafael, ¿no estarás haciendo el ridículo y arruinando este maravilloso domingo por una tontería?». Vi a unos buitres volando majestuosos por encima de mi cabeza, recortados en el cielo azulísimo de la mañana, y me di cuenta de que estaba desperdiciando el momento. ¡Y cada jornada que vivimos es un milagro que no volverá a repetirse! Así, logré que mi Epicteto interior insistiera enérgico: «¡Ya basta de hacer el crío! ¡Da media vuelta ahora mismo, pídele perdón a tu novia y dale un beso como se merece!». Me giré y vi que Claudia estaba lejos, jadeante. Di un paso hacia ella, pero de pronto apareció otra voz en mi mente. Esta vez se trataba de mi parte infantil e irracional: «Pero, Rafael, ahora no puedes cambiar como si nada. ¡Estás muy enfadado! ¡Ana es una capulla y Claudia te traiciona al defenderla! ¡No puedes consentir ese comportamiento, es intolerable!». Cómo no, mi mente neurótica se empeñaba en argumentar en favor de la ira. Un golpe de aire fresco azotó mi cara y me volvió a recordar que la montaña me esperaba, que tenía ante mí toda la naturaleza y la felicidad del mundo. Entonces me dije: «¡Basta de tonterías!». Y allí mismo me di la vuelta para deshacer esa estúpida situación que había creado. En unos minutos, tras unas carantoñas, ya estábamos de nuevo en el sendero, pletóricos como de costumbre. No es que esta historia sea gran cosa pero, por alguna razón, se me ha quedado grabada. Seguramente porque transcurrió de forma muy rápida: alcancé un buen nivel de ira —en unos cuarenta minutos— y logré eliminarla en unos diez minutos. En todo caso, ese debate que tuve conmigo mismo es un ejemplo del trabajo que hacemos en la terapia cognitiva. Como ya hacía el filósofo Epicteto en el siglo I, nos transformamos a través del DEBATE con nuestra propia mente. Una y otra vez, de manera intensa, acaparadora, hasta que cambiamos nuestra manera de pensar y de sentir. La esencia de la técnica cognitiva consiste en revertir las emociones negativas mediante el diálogo con uno mismo, con acumulación de argumentos, hasta ver las adversidades con otra luz. Se trata de cambiar la emoción negativa mediante nuestro pensamiento ¡al momento! Y si lo hacemos bien, pasaremos a encontrarnos renovados, experimentando una inusual sensación de bienestar y de encajar en el mundo. Básicamente consiste en convencernos de que la experiencia que nos fastidia no tiene por qué hacerlo: una espera demasiado larga en el supermercado, el abandono de nuestra pareja, un dolor físico o la propia sensación de ansiedad. El resultado del debate siempre será algo así: «Esto no me va a impedir ser feliz; es más, voy a tener un día maravilloso porque estoy vivo y tengo mil posibilidades de gozar, independientemente de lo que suceda». Aunque, como veremos a continuación, se trata de convencerse con argumentos. No estamos hablando de mero pensamiento positivo. Es esencial que adquiramos una nueva filosofía antiqueja bien asentada en la razón. LAS DOS FASES DEL DEBATE COGNITIVO El debate cognitivo tiene dos fases: 1. Determinar el apego: qué creemos que es tan importante. 2. Activar la renuncia: quitarle toda esa absurda relevancia. Veamos un ejemplo. Marcos, de cincuenta y pico años, era directivo de una empresa de seguros. Vino a verme porque estaba permanentemente tenso y padecía insomnio. El trabajo le estresaba tanto que, desde hacía un año, cada domingo tenía un ataque de ansiedad ante la amenaza de la llegada del lunes. Lo primero que aprendió en la terapia fue a detectar cómo se provocaba a sí mismo el estrés. Sin apenas darse cuenta, se decía: «TENGO QUE ser un trabajador absolutamente capaz. En la vida UNO DEBE hacer las cosas totalmente bien: al menos en el trabajo. Si me echasen de la empresa, sería un lamentable FRACASO como persona; y mi vida, un completo DESASTRE». Estas frases resumían su ideología hiperpresionante acerca del trabajo, aunque él ni siquiera era consciente de que se exigía tanto. ¿A qué se apegaba Marcos? Al trabajo, a suimagen de persona eficaz y al estatus. Con la argumentación adecuada —que veremos con detalle en los próximos capítulos — Marcos aprendió a renunciar mentalmente a todo lo que consideraba tan importante. La segunda fase del debate cognitivo, por lo tanto, consistió en activar la renuncia. LA RENUNCIA Con la renuncia conseguimos estar felices pese a las adversidades. Sí, los seres humanos podemos disfrutar de la vida al margen de las adversidades porque estas no son más que amenazas motivadas por apegos innecesarios. Si, a través de la lógica, renunciamos a la posibilidad de perder esto o aquello, ¡se hace la magia! Las situaciones temidas no nos importan demasiado. Así, mi paciente Marcos aprendió a renunciar —mentalmente— a todo lo relativo al trabajo. Se dio cuenta de que nadie necesita ser eficiente ni trabajar. Lo único necesario es amar la vida y a los demás. Entendió que si le despedían, podría ser feliz de muchas otras formas. De hecho, no se moriría de hambre porque su mujer estaría encantada de mantenerlo —con tal de que dejara de estar tan mal— y él iba a poder dedicarse a sus aficiones: la egiptología y la enseñanza. La renuncia es un ejercicio mental que nos sirve para quitarle la excesiva importancia que le damos a todo. Y, paradójicamente, una vez que lo hacemos, todo se vuelve mucho más manejable: empezamos a disfrutar de nuevo de nuestras tareas y tenemos más éxito. Para llevar a cabo la renuncia tenemos que acumular todos los argumentos que nos convenzan de que en la vida necesitamos muy poco para ser felices. Por ejemplo, el argumento de la sana comparación: «¿Existen otras personas que nunca han poseído eso que yo temo perder y, pese a todo, son felices?». También contamos con la técnica de «la pregunta de las acciones valiosas»: «¿En qué medida tal adversidad me impide —o impediría— hacer cosas valiosas por mí y por los demás?». Las respuestas a estas preguntas es que SÍ existen personas que son felices con muy poco y SIEMPRE hay cosas valiosas para hacer que nos pueden llenar. En psicología cognitiva empleamos todos los argumentos posibles para convencernos de que no hay que «preocuparse» NUNCA, porque pensamos que se trata de una emoción estúpida y paralizante. Es mucho más útil estar siempre alegre, activar el disfrute y «ocuparse» de nuestros objetivos sin un ápice de temor. Está bien sentir un pequeño disgusto con alguien como Ana, que me tenía manía o quizá sentía celos de que Claudia fuese mi novia. Pero se me pasará antes si no hago un mundo del asunto. Es útil desear hacer el trabajo lo mejor posible, pero es absurdo meterse tanta presión como hacía Marcos, que llegó a no poder dormir por las noches. Y la única forma de lograr «ocuparse» y «no preocuparse» es la renuncia. Se trata de decirse a uno mismo: «Bueno, y si no lo lograse, tampoco sería el fin del mundo». DE MAL A BIEN, EN VEINTE MINUTOS En la técnica del debate otro factor importante es buscar la transformación de la emoción: revertir la sensación negativa en el momento para pasar a sentirnos genial. Una experiencia de transformación como esta es muy potente porque las personas creemos en el poder de las emociones negativas: ¡las vemos demasiado sólidas! ¡Nos tragamos su fortaleza! Por ejemplo, si nos abandona nuestra pareja y nos deprimimos, creemos que la depresión es real y que no se nos pasará con facilidad. Sin embargo, eso no tiene por qué ser así. Yo he presenciado en mi consulta, en innumerables ocasiones, cómo una persona «abandonada» deja de estar mal en una sola sesión: ¡para siempre! ¡Entra fatal y sale encantado de la vida, y ahí se ha acabado el problema! Si deseamos transformarnos en personas fuertes y felices en todos los ámbitos de la vida tenemos que buscar esa capacidad de cambio de la emoción negativa en cada momento. ¡Y podemos hacerlo! Es posible que no logremos la transformación de la emoción en todas las ocasiones, pero hemos de intentarlo siempre. Si no lo conseguimos, mala suerte; pero al día siguiente hay que intentarlo de nuevo. Con esta disciplina iremos conformando una nueva mente, más fuerte y feliz. SIN TERRIBILITIS Antes de acabar este capítulo y pasar a practicar el debate cognitivo con ejemplos de las neuras más típicas, vamos a definir un término que emplearé a lo largo de todo el libro: la «terribilitis» o «terribilización». Cuando mis pacientes se quejan excesivamente de las adversidades, les suelo decir que están «terribilizando». Cuando «terribilizamos» nos decimos a nosotros mismos: «Esto es insoportable, terrible, no lo puedo soportar», y es ese diálogo lo que produce emociones negativas exageradas. Con el debate cognitivo «desterribilizamos»: aprendemos a ver cualquier problema como una minucia, tal y como se dirían a sí mismos Mandela o san Francisco… Porque queremos ser como ellos, ¿verdad? En este capítulo hemos aprendido que: La técnica cognitiva consiste en cambiar el diálogo interno, en quitarle importancia a los pensamientos negativos exagerados que tenemos. El debate cognitivo consta de dos fases: a) identificar el apego: consiste en darnos cuenta de qué nos decimos exactamente para deprimirnos: siempre es un bien al que no que queremos renunciar. b) renunciar a él: implica comprender que nunca hemos necesitado ese bien para ser felices. El método cognitivo emplea argumentos para convencerse, no se trata solo de pensamiento positivo. SEGUNDA PARTE Hacerse con la metodología 5. Modelos de fortaleza emocional Un joven llamado Sira ingresó en un monasterio donde se practicaba un estricto silencio. Cada cinco años, los monjes despachaban con el abad pero solo podían pronunciar dos palabras. Al finalizar el primer largo quinquenio, Sira fue llamado ante el anciano. —¿Algo que decir? —preguntó el superior. —Cama dura —respondió el muchacho. Transcurrieron otros cinco años y se repitió la escena. El abad preguntó: —¿Algo que decir? —¡Comida pésima! —exclamó Sira. Y al cabo de otro quinquenio: —¿Algo que decir? —Lavabo apesta. Tras otro período de cinco años, y ya habían pasado veinte: —¿Algo que decir? —¡Me marcho! —respondió el monje. —¡Menos mal! ¡Porque, desde que estás aquí, no has hecho más que quejarte! —concluyó el sabio abad. Los seres humanos estamos ligados unos a otros. Hasta ahora la ciencia no se pronuncia, quizá sean hormonas que desprendemos o campos magnéticos que emitimos… Pero lo cierto es que nada es más impactante para una persona que un congénere. Infinidad de personas se han visto emocionalmente golpeadas por otras, sacudidas e influenciadas. Por ejemplo, muchos jóvenes, tras presenciar el desempeño genial de un artista, han decidido dedicar toda su vida a ese arte. Jesucristo, Buda y Lao Tsé fueron modelos que transformaron buena parte del curso de la humanidad. Y, desde hace muchos años, el mío ha sido el británico Stephen Hawking, el científico en silla de ruedas. ¿Cuántas de mis meditaciones no han estado protagonizadas por él? Desde hace unos años, muy temprano por la mañana, siempre hago media hora de natación/meditación. Mientras doy brazadas, muchas veces me pregunto: «¿Qué pensaría Stephen Hawking de esto o de lo otro?». Bajo su criterio, todas mis preocupaciones se desvanecen. Este capítulo lo considero esencial. En él se describen algunos megamodelos de fortaleza emocional. Que nadie dude de que, leyendo sobre ellos, rayos de su sabiduría penetran por alguna parte de nuestro cerebro hasta alojarse en nuestra mente emocional. APRENDER DE UN CHAVAL Un paciente que se llamaba Rubén vino a verme y me dijo: «Soy depresivo». Tenía cuarenta y tres años y con esa declaración quería decir que siempre había sido triste y que carecía de capacidad para disfrutar de las cosas. Además, me confesó que solía preocuparse en exceso por todo. Por ejemplo, en aquellos momentos su novia quería vender su casa y eso a él le suponía un gran estrés. Le pregunté por qué y me enumeró toda una serie de posibles incidencias: no conseguir un buen precio, no encontrar otra vivienda que les gustase, agobiarse conel traslado… Rubén estaba pasando por una racha en la que la depresión y la ansiedad se habían acentuado y, en realidad, acudió a la consulta empujado por su novia. Él no confiaba mucho en poder cambiar. Me miraba con desconfianza y tenía una actitud de lo más pasiva. Me di cuenta de que le convenía saber que el cambio ¡es posible! De lo contrario, no iba a abrir su mente ni a esforzarse en la terapia. Entonces decidí hablarle de Daniel Stix. Supe de Daniel a través de la revista XL Semanal. Se trataba de una entrevista para promocionar su libro Con ruedas y a lo loco. En las fotos aparecía guapo y saludable: un muchacho de diecisiete años en la explosión de su crecimiento. Pero, como ya adelantaba el título de su libro, una silla de ruedas le acompañaba a todas partes. Daniel nació con cáncer. Tenía un gran bulto en la espalda y los médicos decidieron operarle y tratarle con quimioterapia. A los ocho días de nacer fue sometido a su primera sesión. ¡Un buen comienzo en la vida! Al final del tratamiento le tuvieron que extirpar un riñón pero, en contra de todo pronóstico, sobrevivió, aunque se quedó paralítico. Este joven madrileño, que es campeón paralímpico en diferentes deportes, le decía al periodista: Yo no me siento diferente. A ver, paralítico soy. Nací con cáncer. Mis padres, como muchas otras personas, no sabían que un bebé podía nacer con cáncer. La probabilidad de tener un neuroblastoma congénito es muy pequeña y los médicos no me daban muchas probabilidades de sobrevivir. Pero lo hice y supongo que en ese sentido he tenido suerte. Pero en todo lo demás soy una persona normal: ¡con toda la vida por delante! Le enseñé a Rubén las dos fotos que salían en el artículo: en una se veía a Daniel con la camiseta de la selección paralímpica de baloncesto saludando al público y en la otra salía de niño, cuando tenía cinco años, en una pequeña silla de ruedas. Le dije: —Daniel Stix es positivo y fuerte, como muchas personas con discapacidad que he conocido. Tú, amigo mío, tienes buena salud y, sin embargo, no lo eres. Este chico de diecisiete años, con su diálogo interno a prueba de bomba, tiene mucho que enseñarnos, ¿no crees? Rubén observó las imágenes durante unos largos segundos. Parecía captar el mensaje pero, de repente, dio una cabezada y espetó: —Pero este chico está bien del coco. ¡Y yo no! ¡Mi enfermedad es mucho peor! No hay nada más jodido que ser como yo. —Te equivocas —respondí enseguida—. Si tú «estás mal del coco» es porque llevas toda la vida quejándote de adversidades reales y futuras. Y si él es mentalmente fuerte es porque decidió, desde niño, que no se lamentaría jamás. ¡Puedes cambiar! Él es fuerte por decisión propia y gracias a un constante trabajo mental. Y acto seguido le señalé otro párrafo de la entrevista de Daniel en el que decía: Nunca he pensado que estar en silla de ruedas sea una adversidad, aunque sé que en muchas cosas tengo que esforzarme más que el resto. Yo creo que, en general, he tenido mucha suerte. Estoy muy agradecido de la cantidad de oportunidades que se me han presentado. Rubén lo leyó y se quedó callado. Casi podía ver cómo carburaba su mente. Estábamos consiguiendo que trabajara en la dirección correcta, lo opuesto a su estilo de pensar habitual. Proseguí: —Y mira lo que dice aquí: «Se trata de adquirir la mentalidad correcta. Hay gente que se queda en silla de ruedas y se amarga la vida. Pero si ves la luz, te das cuenta de que la felicidad no depende de ser cojo o no serlo». El joven Daniel Stix nos estaba dando la clave. La psicología cognitiva nos enseña precisamente eso: todo está en la cabeza y la fortaleza emocional se puede adquirir; se trata de mentalizarse siguiendo la dirección adecuada. Mi paciente también podía conseguirlo. Durante las siguientes sesiones con Rubén debatimos acerca de sus miedos. Vimos cómo hablaba acerca de ellos y, por otro lado, qué se diría a sí mismo el joven Daniel. Por ejemplo, revisamos el asunto de la casa de su novia. Yo le coloqué en la «peor fantasía», una técnica muy útil para desterribilizar. —¿Qué es lo peor que puede suceder con la venta de la casa? —¿Lo peor? —dijo sonriendo con socarronería—. ¡Pues que mi novia se quede en la calle! —Y entonces, ¿se morirá de sed, de hambre, de frío? —pregunté. —Bueno, no —dijo medio riendo—. Se vendría a vivir conmigo, pero estaríamos muy estrechos en mi apartamento. —Rubén, respóndeme: ¿qué tiene que ver la estrechez con la felicidad? Déjame que te lea esto que dice Daniel Stix: «Mis vacaciones preferidas son en la playa. La silla no funciona allí, pero he aprendido a arrastrarme. Y si en el agua me puedo hacer heridas con la arena, me pongo un neopreno. Para mí, los obstáculos son desafíos y siempre consigo superarlos y pasarlo bien». Rubén iba comprendiendo. Su problema de depresión se reducía a una sucesión de quejas —o «terribilitis»—. Pero ahora estaba empezando a adquirir «la mentalidad correcta», como decía el propio Daniel Stix. Si lograba cambiar sus creencias acerca de cada adversidad, sus abrumadoras emociones negativas iban a desaparecer para siempre. SER EXCEPCIONAL Las personas que describiré en este capítulo son todas excepcionales, como Daniel Stix, y es muy importante darse cuenta de que todos podemos serlo. La terapia cognitiva va más allá de curarse las neuras: dejar de ser depresivo, de sentir celos, de preocuparse… Nuestro objetivo es mucho más ambicioso: aspiramos a ser personas como Daniel Stix, o Ana Amalia y Lary León, los dos ejemplos que siguen. Nosotros queremos —y podemos— convertirnos en seres situados en el mundo con una energía especial, capaces de transformar cualquier situación en una apasionante aventura vital. Todos tenemos la opción de vivir cada minuto con pasión, alegría y capacidad de «reinvención». En una ocasión tuve una paciente fantástica que llevó a cabo la terapia cognitiva en profundidad. Y, en consecuencia, experimentó un cambio radical. Montserrat pasó de estar ingresada varios meses al año en unidades hospitalarias de depresión y ansiedad a ser la persona más fuerte y alegre de su familia. Con gran creatividad, me explicó que había desarrollado un tipo de meditación que llamaba «microvisualizaciones» y que consistía en concentrarse continuamente, a cada hora del día, en hacerlo todo de forma racional, disfrutando, apartando toda queja de su mente. Con ese trabajo, Montserrat se había convertido en una persona excepcional. Toda su familia estaba sorprendida con su transmutación. De hecho, cuando tenían problemas acudían a ella. Al igual que en los ejemplos que veremos a continuación, lo que definía ahora su personalidad era su determinación a vivir de forma apasionada, en todo momento, sucediera lo que sucediese. SIMPLEMENTE REINVENTARSE Otro de mis modelos de los últimos años es Ana Amalia Barbosa, brasileña de cuarenta y nueve años, que se quedó tetrapléjica tras sufrir un ictus cerebral a los treinta y cinco. La conocí gracias a una entrevista que le hacían en el periódico El Mundo. Ana Amalia no puede mover ninguna parte de su cuerpo a excepción de algunos músculos de la cara. Tampoco puede hablar ni tragar. Sin embargo, vive una vida apasionante dedicada a enseñar a niños con parálisis cerebral y a la investigación en esa área. Ana Amalia se comunica con el mundo a través del parpadeo, con el que indica letras en un abecedario. ¡Y así escribe libros! Y también pinta con un programa informático que capta los movimientos del mentón. Encontré algunas fotos suyas en internet: es morena, lleva el pelo corto y mantiene siempre una tenue sonrisa. Mide un metro sesenta y va encajada en una silla de ruedas que parece enorme. Ana Amalia es muy conocida en Brasil porque, desde su inmovilidad, lleva a cabo una gran labor con los niños con parálisis cerebral. Obtuvo un doctorado cum laude en la Universidad de São Paulo, una de las más prestigiosas de Latinoamérica. Además, Ana Amalia escribe libros sobre su experiencia vital. Claro, siempre a través de sus asistentes, que traducen a palabras
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