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«Querido lector: te espero en el camino de la plenitud. No importa donde te
encuentres ahora mismo; si empiezas a andar en la dirección correcta,
enseguida encontrarás la senda. A medida que la transites, la buena vida se irá
abriendo como un cerezo en flor. Miles de personas antes encontraron la fuerza
emocional con este mismo método cognitivo. También está a tu alcance».
Todas las «neuras» que nos amargan la vida —ansiedad, depresión, estrés,
timidez—, todas las preocupaciones y miedos, son sencillamente el resultado
de una mentalización errónea que podemos revertir de forma permanente. Ser
feliz en Alaska presenta el método para lograrlo de la mano de la escuela
terapéutica más eficaz del mundo: la moderna psicología cognitiva.
Ser feliz en Alaska describe tres pasos para reprogramar nuestra mente y
convertirnos en personas sanas y fuertes a nivel emocional, incluso en las
circunstancias aparentemente más adversas. Pocos autores son capaces de
llegar a cientos de miles de lectores como Rafael Santandreu, gracias a su
talento para ofrecerles potentes herramientas que producen cambios radicales
y permanentes en sus vidas.
Rafael Santandreu
Ser feliz en Alaska
Mentes fuertes contra viento y marea
ePub r1.0
NoTanMalo 14.05.16
Título original: Ser feliz en Alaska
Rafael Santandreu, 2016
Editor digital: NoTanMalo
ePub base r1.2
Dedicado a mi madre, María del Valle Lorite.
Gracias por todo tu inmenso amor
PRIMERA PARTE
Comprender la psicología cognitiva
1.
Programarse la mente
Entre el ancestral pueblo pigmeo se cuenta la siguiente historia:
Un día, un sediento león se acercó a un lago de aguas transparentes y, al
asomarse para beber, vio por primera vez su imagen reflejada. Asustado, pensó:
«Este lago es territorio de ese fiero león. ¡Tengo que marcharme!».
Pero el animal tenía mucha sed, así que, al cabo de unas horas, decidió
volver. Se aproximó sigilosamente y, justo cuando inclinó el cuello para beber,
¡ahí estaba de nuevo su rival! ¡No se lo podía creer! ¡Qué veloz y atento era el
maldito animal!
¿Qué podía hacer? La sed lo estaba matando y esa era la única fuente de
agua en kilómetros a la redonda. Desesperado, se le ocurrió rodear el lago para
penetrar por un recodo oscuro. Cuando llegó al lugar, se arrastró hasta al agua
y…, ¡pam!, ¡las mismas fauces frente a él! Estaba hundido. Nunca se había
enfrentado a alguien tan territorial…
Pero el león tenía tanta sed que decidió jugársela. Se armó de coraje, corrió
hasta llegar a la orilla y, sin pensarlo, metió la cabeza en el agua. Entonces fue
cuando, como cuentan los ancianos pigmeos, ¡se hizo la magia!: su feroz rival
había desaparecido para siempre.
Hace años, más de dieciséis, tuve una experiencia alucinante, bellísima, que me causó
un gran impacto: dejar de fumar. Pero no lo hice de cualquier forma, sino con el
mejor método del mundo; porque lo conseguí sin pasar el «mono» y disfrutando del
proceso. Fue como un milagro. El primer milagro que viví en el universo de la
psicología, aunque más tarde, gracias a mi trabajo, sería testigo de muchísimos más.
Anteriormente, sin el método adecuado, lo había intentado dos veces cosechando
memorables fracasos. ¡Lo máximo que había aguantado sin fumar habían sido un par
de horas! Al poco de dejarlo, me subía por las paredes hasta que me decía a mí
mismo: «¡No puedo más, prefiero morir de cáncer que sufrir esta terrible ansiedad!».
Pero entonces tuve la enorme suerte de tropezar con el libro Es fácil dejar de
fumar si sabes cómo de Allen Carr, un contable escocés que logró la clave para
zafarse del tabaco sin esfuerzo mediante una espléndida programación mental.
Lo más alucinante de aquel método es que pude dejar el tabaco sin padecer ningún
síndrome de abstinencia: ¡nada! Y eso que, hasta el momento, la ciencia médica daba
por hecho que las drogas producen un fuerte «mono» cuando se dejan. Se supone que
un heroinómano las pasará canutas cuando intente desintoxicarse de la heroína: ¡se
retorcerá, le dolerá la tripa, sudará e incluso delirará durante varios días!
Pero aquel escocés ajeno a la medicina —ni siquiera era psicólogo— afirmaba que
el «mono» no existe y que todo está en nuestra cabeza, en la mente. ¡Y yo pude
comprobarlo y no he sido el único en experimentar este fenómeno! Miles de personas
en todo el mundo se han reprogramado el cerebro con el método de Allen Carr y han
logrado dejar el terrible cigarro sin dificultad.
De hecho, al cabo de un mes de abandonar el cigarrillo, mi madre, gran fumadora
durante treinta años, me pidió «ese librito que te ha ayudado tanto». Y una semana
después, ella también tiraba a la basura su último Nobel. Han pasado desde entonces
más de dieciséis años y, si algo tiene claro en la vida, es que ese veneno no volverá
jamás a sus labios. ¡Su experiencia fue idéntica a la mía! Y no le resultó difícil.
¡Incluso disfrutó del proceso!
Pero tal vez os preguntaréis por qué hablo del tabaco en un libro de psicología que
pretende hacernos más fuertes a nivel emocional. Pues, ni más ni menos, porque
todos los fenómenos mentales —la ansiedad, la depresión, el estrés, la timidez, etc.—
también son humo, es decir: son solo el producto de una mentalización errónea que
podemos revertir con el método adecuado y de forma rápida y definitiva.
Puedo jurar, y demostrar, que, como decía Allen Carr respecto al tabaco, «el
cambio emocional es fácil si sabes hacerlo».
Este libro es un manual de reprogramación mental análogo al sistema antitabaco de
Allen Carr aplicado a todas las emociones negativas. De hecho, podría perfectamente
titularse «Es fácil dejar de tener “neuras” si sabes cómo». Su objetivo es convertirnos
en personas altamente sanas a nivel emocional. Los métodos que se explican aquí
están basados en la psicología cognitiva, la escuela terapéutica más eficaz del mundo,
con miles de estudios que certifican sus resultados. Y lo mejor de todo es que
cualquier persona puede aplicarlos. Esto es: nadie tiene por qué ir al psicólogo si
realiza el esfuerzo necesario.
SER FULGURANTE
¿En qué vamos a convertirnos tras aplicar lo que dice este libro? Nada más y nada
menos que en personas especiales: altamente fuertes y sanas. En la actualidad, debido
a la neurosis imperante, solo un 20% de las personas son así. Si trabajamos a
conciencia estos contenidos, podremos llegar a ser individuos muy centrados en el
presente.
En una ocasión oí decir la siguiente frase: «Un buen monje es aquel que hace
pocas cosas, pero las pocas que hace las hace muy bien». Cuando nos hayamos puesto
en forma mental, la jornada fluirá de forma natural, de goce en goce. Porque en todas
partes encontraremos oportunidades de hacer algo hermoso y el «dulce presente» será
nuestro hogar independientemente de los estados mentales.
Cuando somos vulnerables, distinguimos entre «estar bien» y «estar de bajón»
porque vivimos las emociones negativas de forma extrema. Sin embargo, las personas
más sanas vivencian lo negativo de forma muy suave, incluso saben disfrutar también
de la ligera tristeza o de los activadores nervios. En fin, son muy estables y saben
observar la realidad con mirada de poeta.
Con la terapia cognitiva se activa nuestro ojo para la belleza y, entonces, podremos
fijarnos mucho más y mejor en las cosas hermosas que nos rodean: las caras bonitas,
los enormes árboles de nuestras ciudades… Pocas cosas hay que den más plenitud
que apreciar con intensidad los pequeños placeres de la vida y agradecer el hecho de
estar vivos. Esto nos sucederá continuamente de forma espontánea.
Además, la persona feliz posee carisma y tiene un gran poder de atracción porque
el «buen rollo» se contagia y todo el mundo quiere estar cerca de ella. Por otro lado,
las personas que rebosamos felicidad mostramos la mejor cara que tenemos, con lo
cual, también resultamos muy atractivos.
De modo que debemos afirmar que sí, que es posible perderle el miedo a todo. En
realidad es más fácil de lo que parece. Entonces la vida se convierte en algo
increíblemente sencillo. Además, cuando finiquitamoslos temores, adquirimos una
enorme ventaja competitiva. Las personas fuertes y felices disponen de muchas más
oportunidades porque simplemente se atreven a todo mientras que la mayoría se
arruga ante absurdeces.
Yo dejé el tabaco de forma radical y sin esfuerzo: incluso disfruté del proceso. Y de la
misma forma he visto a miles de personas transformarse en ese ser especial que acabo
de describir. Son cambios realmente alucinantes.
Al margen de la psicología cognitiva, solo he visto transformaciones tan radicales
en personas que se han convertido a alguna religión y que la viven profundamente.
Más de una vez he leído descripciones del tipo: «Era la misma persona, pero había
algo distinto en su mirada: los ojos le brillaban; diría que incluso le refulgían».
Marcus era uno de ellos. Era un joven alemán que conocí en mi juventud y
trabajaba como voluntario en un barrio chabolista de la India. Marcus lo había dejado
todo en su Múnich natal para colaborar en Calcuta con una orden religiosa
protestante. A este veinteañero alto, rubio y resuelto también le refulgían los ojos. Su
energía vital era limpia y alegre como pocas veces la he visto. ¡Esto es estar en forma
emocional!
ENTRENO SUPERINTENSO
Este es el tercer libro que publico y, en los cinco años que llevan mis manuales en las
librerías, he recibido miles de cartas de personas que han vivido una fuerte
transformación a través del método cognitivo. Personas depresivas, ansiosas,
megacelosas, obsesivas o temerosas hasta la parálisis han logrado forjarse otra mente,
algo que ni siquiera sabían que era posible.
Este tercer libro pretende dar un paso más, ir más lejos, desarrollar más intensidad
en nuestra reprogramación. Nuestro objetivo es llegar a ser personas
excepcionalmente sanas, como pocas quedan ya en este mundo de locos. Nuestra meta
es estar muy sanos y muy fuertes, con una mente nítida y fulgurante como la de
Marcus.
En este capítulo hemos aprendido que:
La eficacia del método cognitivo ha sido comprobada centenares de veces por
jueces independientes.
Se trata de una reprogramación mental muy fuerte que hace fácil lo que
parece difícil.
El objetivo es convertirse en personas excepcionales: sosegadas, centradas en
el presente, alegres incluso en la enfermedad, con ojos de poeta, atractivas por
fuera y por dentro, y carentes de todo temor.
2.
Un sistema de tres pasos
Cuando amaneció el día señalado, los cristianos marcharon en procesión hacia
la arena del circo romano. Pero como si desfilaran hacia al cielo y no hacia las
fieras, sus rostros estaban iluminados por la alegría.
La gente se apiñaba en las calles para verlos pasar, pero,
sorprendentemente, sin el jolgorio típico de los espectáculos callejeros. Esta vez,
ningún niño lanzó verduras podridas ni se oyó ningún insulto. Los romanos se
sentían intrigados, incluso temerosos, de aquellos excéntricos que adoraban a
un hombre ajusticiado en una cruz.
Aquella mañana, en el recorrido que conducía al circo, solo se oía el
cobarde murmullo del pueblo hablando por lo bajo.
Por fin, la comitiva llegó al imponente Coliseo. Dentro les esperaban unos
funcionarios que les cubrieron de pieles de conejo sangrantes para excitar a los
perros que les devorarían más tarde.
De esa guisa salió el grupo a la arena. Los gritos estallaron entre la masa
hambrienta del espectáculo de la muerte. Fieros canes aguardaban babeando en
tres extremos equidistantes del ruedo. Entre el bullicio, un grupo numeroso de
espectadores empezó a corear: «¡Muerte a los paganos! ¡Muerte a los
paganos!». Era un cántico parecido al de los modernos estadios de fútbol. La
palabra «pagano» se refería obviamente a los cristianos, que despreciaban a la
vasta colección de dioses romanos.
Los condenados, entre los que también había niños con los pies
encadenados, se dirigieron al centro del coso, como les habían ordenado. En sus
posiciones, los perros tiraban de las correas, ansiosos por alimentarse.
Pero mientras los creyentes se dirigían a una muerte segura, se empezó a oír
un sonido inaudito: era una melodía de voces que sonaba maravillosamente.
Muchos romanos callaron para distinguirla. Se empezó a hacer el silencio y…
entonces, de repente, se hizo totalmente audible: eran los propios cristianos que
entonaban un cántico. ¡El gentío no daba crédito a lo que estaba presenciando!
Aquella gente extraña estaba serena. Es más, sus miradas resplandecían.
Algunos se abrazaban como despidiéndose, pero sin lloros ni lamentos.
El responsable de los juegos, Julio Pontio, un hombre obeso y calvo, se
hallaba cobijado tras una barrera de madera. Nervioso, miró hacia el
emperador y distinguió una expresión de fastidio. Enseguida hizo un gesto a los
entrenadores de perros y gritó:
—¡Soltadlos ya! ¿A qué esperáis, imbéciles?
Y a esa voz, los canes salvajes saltaron en dirección a los cristianos. En
cuanto alcanzaron a sus presas, el loco rugido del pueblo encendió de nuevo el
circo. Nerón y Julio Pontio respiraron aliviados. Pero el germen de la curiosidad
y la admiración estaba ya plantado en la mente del pueblo. No se dejaría de
hablar de los cristianos en toda la semana.
En el año 64 de nuestra era se declaró un gran incendio en Roma. El 70% de la ciudad,
que entonces contaba con un millón de habitantes, fue presa de las llamas.
Roma se calentaba e iluminaba con leña y la ciudad era un caos de callejuelas
repletas de tiendas y edificios de viviendas de varias plantas, así que los incendios
eran moneda corriente, pero aquel fue de proporciones gigantescas.
En aquella ocasión circulaba el rumor de que el fuego había sido provocado, ya
que surgió precisamente en el barrio en el que el emperador planeaba construir su
nuevo palacio. Nerón podría haber querido despejar la zona sin pagar
indemnizaciones. Aquel loco corrupto era capaz de todo…
En cuanto las habladurías llegaron a palacio, Nerón, asustado, preparó una
respuesta propagandística: si hacía creer a la gente que el desastre había sido obra de
los cristianos, podría calmar los ánimos con un castigo ejemplar. Y la estrategia tuvo
éxito. Roma se tragó el anzuelo y los cristianos fueron masacrados. Un año después, el
nuevo palacio se alzaba en el solar calcinado.
Y así empezó la primera persecución de los cristianos, un crimen de Estado que,
sin embargo, se acabaría volviendo en contra de las instituciones romanas. Como
narran los historiadores de la época, los condenados por la nueva religión exhibieron
tal fortaleza que el castigo se trocó en una vertiginosa campaña a su favor.
Está acreditado que muchos de aquellos cristianos murieron en el circo romano
con calma, confianza y surreal serenidad. Los ciudadanos de Roma se preguntaban:
«¿Qué tiene esa creencia extranjera que otorga esa extraña superioridad moral?». Y esa
fue la mejor publicidad que pudo tener el cristianismo.
El reconocido filósofo romano Justino fue una de esas personas que se convirtió a
la religión de la cruz movido por el fenómeno de los mártires. Dejó escrito:
En la época en que era discípulo de Platón, asistí a los juicios contra los cristianos. ¡Y cómo me
asombraron, pues, con la cabeza bien alta, no renegaban de su fe! ¡Se veían tan seguros de sí mismos! Y
eso no fue nada en comparación con su actitud ante la muerte: viéndoles tan valientes ante todo lo que a
los demás aterra, me decía que era imposible que vivieran en el mal, porque el lujurioso y el
intemperante… ¿cómo han de abrazar la muerte así? ¿No preferirán mentir y seguir gozando de su vida
presente? Así fue como me acerqué a la que hoy es mi fe.
El historiador y tertuliano escribió:
Muchos hombres, maravillados de su valerosa constancia, buscaron las causas de tan extraño y poderoso
talante, y cuando conocieron la verdad se convirtieron a la nueva religión.
Yo no soy católico, pero el relato de aquellas personas enfrentándose al martirio con
serenidad y alegría me parece un ejemplo perfecto de cómo la mente puede ser
entrenada para cualquier situación. ¡Hasta el extremo de marchar hacia la muerte con
alegría!
Todo está enla mente, para bien o para mal. Esta puede ser nuestro mejor amigo o
nuestro peor enemigo. Es algo que yo he presenciado en mi consulta durante muchos
años y de forma radical, por ejemplo en el caso de somatizaciones o «males del
cuerpo creados por la mente»: personas que acuden con extraordinarios síntomas
como parálisis, dolores extremos o incluso ceguera, causados por un funcionamiento
incontrolado de su cabeza.
Pero sé que lo contrario también sucede: individuos agraciados con una mente a
prueba de bombas a los que nada les impide ser felices: ni la enfermedad más grave,
ni la cárcel o la guerra.
La psicología cognitiva nos enseña que, con un poco de esfuerzo y perseverancia,
todos podemos acercarnos a la mentalidad de los más fuertes. A veces será muy fácil y
rápido; otras requerirá unos cuantos años de entrenamiento. Dependerá del punto de
partida en el que nos hallemos. Pero se trata del aprendizaje más importante ya que el
ordenador central, nuestra mente, lo rige todo.
SALIR DEL INFIERNO EN VEINTE SESIONES
Un ejemplo de ese cambio radical fue Alejandra. Su padre me llamó desde Zaragoza,
donde poseía una próspera cadena de tiendas de electrodomésticos. Me explicó que su
hija, de treinta y tres años, tenía a la familia desesperada. Desde los dieciséis años
padecía lo que se llama «personalidad límite». Los psiquiatras llaman así a las
personas proclives a la depresión y a la ansiedad, con tendencias suicidas y que se
autolesionan. Muchas veces se hacen cortes en los brazos para sentir dolor físico en
vez de emocional, algo nada raro si se llega a esos niveles de sufrimiento.
El padre de Alejandra me rogó que aceptase a su hija como paciente y así lo hice.
La chica acababa de salir de una prestigiosa clínica psiquiátrica de Madrid, ingresada
por enésima vez en su vida, y la familia estaba muy triste porque la veían atiborrada
de pastillas y sin visos de curarse jamás.
Menos de un año después, tras unas veinte visitas a mi consulta de Barcelona,
Alejandra era otra persona. No solo estaba feliz y radiante, sino que, como me dijo su
padre entre lágrimas: «Parece la más fuerte de la familia». Ya no tomaba medicación,
trabajaba por primera vez en su vida —en el negocio familiar— y planeaba irse a vivir
con un chico que había conocido. ¡Estaba exultante!
Tales cambios no son milagros, sino simplemente aprendizajes realizados con un
método claro, y mucha intensidad y perseverancia. Se trata de algo parecido a
aprender un idioma extranjero: la práctica hace la magia.
PODER MENTAL
Tengo una amiga muy fuerte y racional a la cual he citado varias veces en mis libros.
Se llama Tina Pereyre. Es la directora de los voluntarios del Hospital Sant Joan de Déu
de Barcelona, uno de los hospitales infantiles más grandes de España.
Tina es rabiosamente cristiana, auténtica y energética, y siempre está alegre. Una
delicia de persona que irradia amor allá por donde va. En una ocasión, una amiga
común me contó una historia sobre ella que ejemplifica el poder de la actitud mental.
Tina tuvo una época especialmente difícil en su vida —se separó, una de sus hijas
estuvo muy enferma, etc.—, y cuando sus amigos le preguntaban:
—Tina, ¿cómo estás?
Ella respondía:
—¿Por fuera o por dentro?
—Pues no sé. De las dos formas —le solían inquirir.
—Por fuera, mal, porque me pasa de todo; pero por dentro soy feliz —concluía.
¿Cuál es el secreto para desarrollar este tipo de fortaleza emocional? ¿Cuál es la llave
para finiquitar cualquier temor, complejo o malestar psicológico? La psicología
cognitiva tiene la respuesta. Se trata de un aprendizaje en tres pasos:
1. Orientarse hacia el interior (buscar el bienestar dentro de uno)
2. Aprender a andar ligeros (saber renunciar a todo)
3. Apreciar lo que nos rodea (aprender a apasionarse por la vida)
Si llegamos a dominar estos tres pasos nos convertiremos en personas libres de
«neuras», muy fuertes y felices. La mejor versión de nosotros mismos.
Vamos a ver, de forma resumida, en qué consisten estas tres habilidades. Aunque,
cuidado, se trata solo de un esquema. A lo largo de todo el libro las estudiaremos con
mucho más detalle.
EL PRIMER PASO: ORIENTARSE HACIA EL INTERIOR
La causa principal de que los seres humanos estemos neuróticos es creer que la
felicidad está en el exterior. Este es el error principal que nos escacharra el cerebro.
Cometemos ese fallo cada vez que nos decimos: «Cuando consiga pareja, podré
disfrutar de la vida» o «Si no tuviera este cáncer podría ser feliz» o «Si fuese más
guapa, la vida me iría como un cohete». Todo esto es un error porque el principio
activo de la felicidad está en nuestro interior, no en la realidad externa. Y no darse
cuenta de ello —una y otra vez— es el germen de la debilidad emocional.
Alejandra, mi paciente «límite», de la que he hablado antes, era una profesional de ese
error. Antes de curarse, prácticamente todo podía ser un motivo de depresión o
ansiedad: no tener novio, que un amigo le tratase mal, aburrirse, la posibilidad de
enfermar… Y eso, en realidad, equivalía a decirse que su felicidad estaba en lo
contrario: tener novio, que le tratasen bien, tener una vida emocionante o estar sana…
Por el contrario, mi amiga Tina no le prestaba mucha atención a lo externo. Ella,
«por dentro», siempre estaba serena y alegre, independientemente de los problemas.
Por eso, el primer paso para hacerse fuerte a nivel emocional está en concentrarse en
nuestro funcionamiento mental y no tanto en lo externo.
Cada vez que nos perturbemos, podemos preguntarnos: «¿Qué he hecho para
ponerme mal?». Si un compañero de trabajo nos dice algo desagradable y nos
sentimos ofendidos, no es por la ofensa en sí, sino por nuestro diálogo interno, lo que
nos decimos cuando suceden las adversidades. En vez de mirar afuera, hay que mirar
adentro.
Cuando somos débiles, cometemos el error de atender demasiado a nuestras
circunstancias, somos estúpidamente rehenes de ellas, esclavos de lo que pasa.
Epicteto, uno de los filósofos de cabecera de los psicólogos cognitivos, decía: «No
nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede».
Como aprenderemos a lo largo de este libro, nuestro cambio pasará por decirnos
en toda circunstancia: «Estaré bien o mal según dirija mi pensamiento. No a causa de
mis adversidades o éxitos».
SEGUNDO PASO: APRENDER A ANDAR LIGEROS
Cuentan que un turista en Israel quiso conocer al célebre rabino Hilel el Sabio.
Cuando entró en su casa, le sorprendió ver que esta consistía en una sola
estancia llena de libros y un único taburete donde sentarse. El turista preguntó:
—Pero, Rabí, ¿dónde están sus muebles?
—¿Y dónde están los tuyos? —replicó el sabio.
—Pero yo estoy aquí de paso…
—¿Y cómo piensas que estoy yo? —concluyó el Rabí.
La verdadera causa de la infelicidad es creer que carecemos de cosas. Y, por el
contrario, la clave del bienestar está en saber que nos sobra de todo. Es lo que yo
llamo «vivir en abundiálisis» o «en carenciálisis».
En infinidad de ocasiones le he preguntado a un paciente: «¿Te das cuenta de que
ya lo tienes todo para estar genial?». A veces se trataba de una chica a la que había
abandonado su novio; otras, alguien enfermo de cáncer, y también personas con
ansiedad o dolor crónico. Y la cura empezaba cuando se daban cuenta de que las
adversidades no son un impedimento para ser feliz. Y si no ¡que se lo pregunten a los
mártires cristianos!
Detrás de cada «neura» —¡de todas!— hay siempre una incapacidad para soltar
una «necesidad inventada», una exigencia. ¡Siempre! Y la solución pasa por dejarla ir
cuando comprendemos que no necesitamos esto o aquello. Como suelo decir, la
neurosis es fruto de la «necesititis», la creencia de que necesitamos mucho para estar
bien.
Hace tiempo vi una entrevista en el famoso programa de televisión de Andreu
Buenafuente que ilumina este concepto que estamos viendo (se puede ver en
YouTube). El invitado era Jorge Sánchez, un escritor que tenía el récord de viajes por
el mundo. Había pasado treinta y cinco de sus cincuentaaños viajando. Me pareció un
tipo genial: interesante, sereno, divertido y lleno de energía y curiosidad. Sánchez
explicó que viajaba con muy poco dinero, trabajando aquí y allá en lo que podía,
reuniendo experiencias y amigos. Había vivido todo tipo de aventuras y desventuras
—incluso había estado a punto de morir—, pero nunca había dejado de ser
inmensamente feliz.
Este viajero anda por la vida ligero de equipaje y es un ejemplo de fortaleza y
salud emocional.
Las personas más fuertes —ricas o pobres— han reducido sus necesidades a
niveles muy bajos. Es posible que tengan una mansión, una pareja maravillosa y un
trabajo envidiable, pero saben que no necesitan todo eso. Si en cualquier momento se
quedan sin ello, seguirán siendo tan felices como siempre.
La pirámide de las renuncias
A continuación se pueden leer las cinco renuncias fundamentales que hemos de llevar
a cabo para convertirnos en personas saludables. Las he enmarcado dentro de una
pirámide que asciende en dificultad. Todos los días, a modo de repaso, podemos
comprometernos con ellas. Puedo asegurar que si nos convencemos de que no
necesitamos estos cinco bienes claves, nos convertiremos en personas
excepcionalmente sanas. No por casualidad todas las personas fuertes lo han hecho,
desde mi expaciente límite de Zaragoza hasta Jorge Sánchez, el viajero feliz.
La primera renuncia, la más básica, es la de la seguridad económica. Se trata de
comprender que podríamos ser muy felices sin dinero —eso sí, siempre y cuando
tengamos cubierto el asunto de la comida y la bebida—. Si no somos capaces de
vernos bien en el caso de que nos quedemos sin trabajo, siempre tendremos miedo de
perder el que tenemos, nos estresaremos con facilidad y no podremos disfrutar
plenamente de él.
Yo hace tiempo que me he desligado por completo de la seguridad económica y
precisamente ese es mi secreto antiestrés. Y, paradójicamente, es lo que me permite
tener éxito.
Como aprenderemos a lo largo de este libro, siempre que surja el estrés laboral o
nos atemorice un informe o una reunión con el jefe, la solución es la renuncia;
comprender que, en realidad, nunca hemos necesitado el empleo.
El resto de necesidades ascienden en dificultad. ¿Cómo sería no necesitar
aprobación ni compañía? Yo tengo un amigo que vive retirado en el campo con sus
dos perros y apenas ve a nadie. Es feliz con la naturaleza y la cultura a la que accede a
través de internet. Como comprobaremos, la madurez exige saber ser feliz en completa
soledad.
Y podemos seguir quitándonos necesidades de encima hasta el extremo de
renunciar a la vida. En realidad, no es tan difícil aceptar que la vida es un tránsito
rápido y que no existe ninguna obligación de vivir mucho. No temer a la muerte es
fundamental para no ser hipocondríaco y llevar bien las pérdidas de los seres
queridos. Pero también para vivir con pasión el presente, como si no fuese a haber
mañana.
Pero no desesperemos, en estas páginas hallaremos las claves mentales que nos
facilitarán llevar a cabo todas estas renuncias para convertirnos en aprendices de
mártires cristianos, grandes viajeros o personas vibrantes como mi amiga Tina.
Es importante recordar que el miedo es una función del apego, de la incapacidad
de dejar ir, y, por el contrario, la serenidad y la alegría son funciones del desapego, de
la ausencia de necesidades. Vamos a aprender a renunciar de forma radical o, lo que
es lo mismo, vamos a hacernos muy fuertes a nivel emocional.
Ser feliz en El Cairo
En una ocasión tuve una paciente de unos cuarenta años, dueña de una tienda de
vestidos de novia de mucho éxito, esposa y madre amorosa y diligente. Vanesa era
muy divertida y por eso caía bien a todo el mundo.
Un día tratamos el tema del estrés de la maternidad: tenía trillizos y, con doce años,
eran «supermoviditos». Me explicó:
—Estoy histérica. No paro de gritar. Y es que los niños son un terremoto. No hay
quien aguante su marcha. Imagínate: ¡trillizos!
—Vale, vamos a hacer lo siguiente: imagina que vives en El Cairo. Que eres una
exploradora de yacimientos antiguos y tienes un romance con un apuesto fotógrafo.
Por las noches, al acabar tu jornada, te encuentras con él en uno de los restaurantes
que hay en las azoteas de los edificios de la ciudad —le sugerí.
—¡Uau! ¿Puedo escoger a uno tipo Hugh Jackman? —preguntó riendo.
—¡Claro! Además del romance con Jackman tienes un trabajo interesantísimo
descubriendo tesoros antiguos. Intenta imaginarlo: resides en un país exótico y llevas
una vida genial. Ahora bien, también es cierto que El Cairo es una de las ciudades más
caóticas del mundo, ruidosa y desordenada. Pero eso le encanta al viajero, forma parte
de la magia de esa ciudad donde todo es posible —expliqué con todo lujo de detalles.
—Ya veo por dónde vas… Quieres decir que yo podría ser feliz como una
aventurera en una ciudad caótica como El Cairo pero también en mi casa, con el caos
de mis niños —inquirió.
—¡Exacto! ¿Lo ves? Nosotros no necesitamos paz para ser felices. Si abrimos
nuestra mente, podemos disfrutar de la vitalidad de una ciudad con atascos, ruidos y
fuertes olores por doquier. Y de la misma forma, tú puedes estar genial con el
desorden vital de tus hijos.
A lo largo de la sesión fuimos estudiando argumentos que demostraban que
Vanesa podía vivir la educación de los trillizos de otra forma, sin perder la serenidad.
(En otra parte de este libro veremos con detalle cómo podemos insensibilizarnos a la
incomodidad y al caos). Y en poco tiempo fue capaz de leer tranquilamente una
novela mientras sus hijos se peleaban en el salón de su casa. En otras palabras, mi
paciente aprendió a renunciar con alegría a la comodidad, la tercera de las renuncias
de nuestra pirámide del crecimiento personal.
En otra sesión que tuve con ella me preguntó:
—Rafael, el trabajo que nosotros estamos haciendo, ¿consiste en dejarle de dar
importancia a todo? ¿Renunciar a todo?
—Sí. Se trata de encontrar los argumentos para convencerte de que cualquier
situación o adversidad no tiene por qué impedirte ser feliz. Todo: pérdida de dinero,
afectos, comodidad, la propia paz y la salud, incluso la vida.
Hay que subrayar que, ya más calmada, Vanesa fue capaz de implementar con sus
hijos lo que llamamos «el aprendizaje del sosiego personal». Es decir, les fue
enseñando con paciencia y perseverancia a comportarse de una manera «elegante»,
con lo que se iban a «convertir en muchachos atractivos, sobre todo para las chicas».
¡Y lo logró!
Pero para su salud mental era fundamental que dejase de necesitar histéricamente
que sus hijos fuesen de otra forma. Y no solo eso: en un sentido amplio, aprendió a
no necesitar estar cómoda o tranquila, las otras dos renuncias de nuestra pirámide.
¡No olvidemos nunca que en la renuncia está la fortaleza!
Hasta ahora hemos visto los dos puntos esenciales del cambio emocional:
orientarse hacia el interior y caminar ligero. Veamos a continuación, de forma sucinta,
el tercero.
EL TERCER PASO: APRECIAR LO QUE NOS RODEA
En el budismo —y en la psicología cognitiva— el arte de la apreciación del entorno es
fundamental. En Japón lo llaman «wabi-sabi». Hay personas que están encantadas de
la vida y otras a las que el mundo les parece aburrido, sin mucho que ofrecer. Ambas
viven en el mismo lugar. La diferencia es que unas han encendido la luz de la
apreciación y las otras la han apagado; unas se permiten disfrutar de las pequeñas
cosas y las otras van en busca de emociones fuertes o nada, de modo que suelen
quedarse en nada.
Recuerdo una experiencia personal que me mostró, siendo muy joven, en qué
consiste el ejercicio de apreciación y qué resultados ofrece. Yo era estudiante de
psicología y, al margen de mis estudios, organizaba conciertos junto con algunos
amigos. Teníamos éxito y la actividad nos reportaba unos buenos beneficios.
Una mañana primaveral caminaba por el campus con Jordi —compañero de
estudios y socio— y mi novia de aquella época. No recuerdo de qué charlábamos,
pero en un momento dado Jordi le dijo a ella:
—Ostras, ¡Rafaely yo no podemos vivir mejor! Estudiamos una carrera que nos
encanta, organizamos conciertos geniales y, encima, estamos forrados. ¡Esto es vida!
Aquellas palabras de mi amigo Jordi me impactaron. Simplemente porque hasta
entonces no me había planteado la buena vida que tenía. Me sonreí. Miré a mi
alrededor y contemplé el apacible entorno del campus: árboles cargados de hojas,
rayos de sol que lo iluminaban todo… y el tiempo se ralentizó durante un buen rato.
Mi mente estaba saboreando el presente.
Esto es el ejercicio de apreciación de la vida. El mundo es un lugar de abundancia
donde no paran de sucederse hechos extraordinarios. ¡Y tenemos la suerte de poder
vivirlos porque estamos vivos! Se trata de detenerse y decírselo a uno mismo, como
Jordi hizo aquella mañana.
Es maravilloso poder ver los colores de la naturaleza, respirar el aire fresco,
escuchar los sonidos armónicos de la música, ¡incluso sentir el volumen de nuestro
propio cuerpo de uno! Para la mente entrenada en la apreciación, el entorno es
copioso porque hay infinidad de cosas que son extraordinarias. Entonces nadamos en
la abundancia y las presuntas carencias de nuestra vida no importan. Vivimos en
«abundiálisis».
El wabi-sabi o apreciación puede referirse a la naturaleza, a las cosas bellas del
mundo o a la propia vida de uno, como hizo mi amigo Jordi esa mañana primaveral.
La cuestión es ponerse en «modo de agradecimiento», lo que nos hace sentir bien y
además es incompatible con la queja o la «terribilitis», el gran promotor de la
neurosis.
A lo largo de este libro veremos cómo podemos activar el arte de la apreciación de
lo que nos rodea. Se trata de un ejercicio diario que produce bienestar emocional de
forma inmediata y que potencia, además, los dos pasos anteriores: orientarse hacia el
interior y aprender a andar ligeros.
Vivir una aventura cada día
Todos hemos tenido la experiencia de viajar al extranjero o a una ciudad desconocida.
Casi todos, en esas circunstancias, nos ponemos en modo wabi-sabi. Paseamos con
los ojos bien abiertos para no perdernos la belleza del lugar, tomamos fotos que
capturan el momento presente, nos sentimos nuevos, vigorosos y en armonía. Pero,
en realidad, ese estado mental no está en el extranjero sino dentro de nosotros y, si lo
experimentamos, es porque nosotros nos lo permitimos.
Existen muchas evidencias de que incluso los estados mentales inducidos por
drogas —tipo éxtasis o Valium— pueden ser reproducidos a voluntad si se sabe cómo,
sin necesidad de tomar nada. En realidad, esos estados los provocan determinadas
conexiones neuronales que siguen una pauta concreta. Podemos provocarlos con las
drogas o con nuestra orientación mental.
Yo tengo un amigo que ha aprendido a tener orgasmos múltiples sin eyacular
empleando solo técnicas mentales. ¡Su esposa está encantada! Y él más. Sus orgasmos
son muy potentes y, uno tras otro, puede seguir con el acto sexual en busca de más
emociones.
De la misma manera, todos podemos entrar en modo wabi-sabi en nuestra propia
ciudad. No hace falta viajar para emocionarse con nuestras calles, gentes y
posibilidades de disfrute. Claro que para lograrlo hay que concentrarse en la belleza,
hacer las cosas un poco más despacio y pararse de vez en cuando para mirar y
apreciar.
Enamorarse del primero que pase
En muchas ocasiones he dado conferencias sobre el amor y he manifestado mi
convencimiento de que las personas podríamos enamorarnos de la primera persona
que pasa por delante de nosotros por la calle. Y tengo pruebas para defender esta idea.
Todos podríamos escoger a alguien al azar y, en poco tiempo, convertirlo en
nuestra persona querida, admirada, deseada… Porque el enamoramiento es una
función de nuestra mente como lo es reír o estar en modo divertido o de guasa:
podemos activarlo o no activarlo y depende más de nosotros que del exterior.
Yo he estudiado en el extranjero en dos ocasiones: con veinte años en Inglaterra y
con treinta en Italia. Y en ambos lugares fui testigo de un fenómeno que me llamó la
atención. Cuando cambias de país —especialmente si no hablas el idioma—, llegas a
un territorio completamente nuevo en el que no conoces a nadie. Es cierto que vas
cargado de ilusión y energía, pero también te enfrentas a un período de soledad
porque vas a estar sin tus amigos y tu familia durante un tiempo.
Pues bien, el fenómeno sorprendente es que esas experiencias son increíblemente
fértiles a la hora de hacer grandes amistades y vivir apasionados amores. En pocas
semanas, haces grandes amigos. A lo largo del año, creas unos vínculos inolvidables.
Y lo mismo sucede en el terreno sentimental. Muchas veces, los estudiantes se
enamoran al poco de llegar cuando en su ciudad llevaban años sin conocer a nadie
especial.
¿Por qué sucede eso? Porque las personas se abren. Las primeras semanas de
soledad activan la motivación para entablar nuevos vínculos y, ¡pam!, se hace la
magia. ¿No podríamos hacer lo mismo en casa?
Y es que apreciar lo que nos rodea, enamorarnos de la vida, depende siempre de
nuestra apertura mental, no del exterior. Como veremos a lo largo de estas páginas,
una de las claves de la fortaleza emocional consiste en eso. Aprenderemos a hacerlo
todos los días. Será una suerte de apertura del tercer ojo situado en medio de la frente,
en el lóbulo prefrontal, donde habitan nuestros pensamientos y visiones más
hermosas.
En este capítulo hemos aprendido que:
La terapia cognitiva se resume en tres pasos:
1. Orientarse hacia el interior: consiste en buscar el bienestar en nuestro
funcionamiento mental, no en circunstancias externas.
2. Aprender a andar ligeros: es la habilidad para renunciar a cualquier cosa que
nos falte o pudiese faltar. De esa forma, las amenazas y los lamentos
interiores desaparecen.
3. Apreciar lo que nos rodea: es un ejercicio continuo de apreciación de las
pequeñas cosas de la vida.
3.
Ser feliz en el vertedero
Un joven médico se hallaba en un hospital psiquiátrico. Era su primer día de
trabajo. Mientras hacía la ronda se encontró a un paciente sentado en una silla
que se movía hacia delante y hacia atrás y repetía sin cesar: «Lola, Lola, ¡Lola!
…».
—¿Qué le pasa a ese hombre? —preguntó al jefe del servicio.
—¡Ah, Lola! Fue su amor imposible. La recuerda constantemente —
respondió aquel.
El joven prosiguió hasta llegar a una celda acolchada en la que había otro
interno que se golpeaba la cabeza contra la pared y exclamaba: «Lola, Lola,
¡Lola!…».
Enseguida volvió a preguntar:
—¿El problema de este paciente es a causa de la misma Lola?
—Efectivamente. Pero este es el que se casó con ella.
Voy a dedicar el presente capítulo a explicar mejor la renuncia, el segundo paso que
vimos antes y al que también llamé «aprender a andar ligero». No en vano se trata del
paso esencial.
Cada día que pasa tengo más claro que el éxito de la terapia, de todo crecimiento
personal, podría resumirse en esto: «Ser feliz en el vertedero». Y que la infelicidad es
consecuencia de lo contrario, de lo que podríamos llamar «desear estúpidamente
permanecer en el paraíso».
Si comprendemos bien estos dos conceptos, «ser feliz en el vertedero» frente a
«permanecer en el paraíso», ya habremos realizado buena parte del cambio hacia la
fuerza y la estabilidad emocional. Tras este momento de comprensión, nuestra
transformación ya solo dependerá de la práctica.
Veámoslo.
LA CURIOSA DEPRE POST-ERASMUS
En 1991 tuve la suerte de ser estudiante Erasmus. Fui aceptado en un programa de
intercambio de estudiantes europeos que acababa de inaugurarse. Fue un año precioso
de mi vida. Con veintiún años recién cumplidos, emigré desde Barcelona a la
magnífica Universidad de Reading, en Inglaterra.
Vivíamos en un campus enorme, con casas y residencias de estudiantes; había
personas de todas partes del mundo, y lagos y prados bellísimos…
En aquellos primeros años del programa Erasmus, nadie sabía bien qué hacer con
los estudiantes de intercambio: ¡la mayoría ni siquiera conocía la lengua de destino!
Los profesores nos miraban con simpatíay cierta confusión. Pero «a río revuelto,
ganancia de pescadores», como se dice: me alegró mucho saber que no teníamos que
hacer exámenes. ¡Aquello era el paraíso del estudiante!: un entorno precioso, mil
experiencias por vivir fuera de casa, poco trabajo y mucha cerveza.
Pero lo extraño desde un punto de vista psicológico fue el hecho de experimentar
la depre post-Erasmus. Es decir, cuando terminó aquel curso y volví a España, de
repente, sin esperarlo, me invadió cierta sensación de infelicidad y desorientación. Y
lo curioso es que conocí muchos casos como el mío: otros estudiantes deprimidos
después de aquel año genial.
Pero ¿por qué estaba mal después de haber vivido un año tan bueno? Tendría que
estar contento por haber terminado mis estudios con un expediente brillante, y había
aprendido inglés y había tenido unas experiencias muy enriquecedoras. Además, ¡me
esperaba una estupenda vida por delante!… Pero lo cierto es que, aunque no entendía
bien por qué, no estaba satisfecho: me quejaba de mi ciudad, de mis amigos, ¡de mí
mismo!
Solo muchos años después comprendí cuál era el problema. Se debía ni más ni
menos que a la causa fundamental de la neurosis, la depresión, la ansiedad, la
anorexia, las obsesiones, los celos… ¡la infelicidad humana!
PERMANECER EN EL PARAÍSO
El ser humano tiene la capacidad única de comparar. Es una gran habilidad mental,
pero también le acarrea un montón de malos rollos.
Nos pasamos todo el tiempo comparando y evaluando: ¿El restaurante de hoy es
bueno?: ¡sí o no!… La respuesta depende de las experiencias anteriores. ¿Mi trabajo
me gusta? ¡También depende de lo que hayamos vivido antes!
Para el que ha comido siempre lo mismo, una comida sosa y aburrida, cualquier
restaurante le parecerá una maravilla. Y para quien haya sido esclavo en unas minas
de carbón, cualquier trabajo decente le parecerá un chollo.
Las diferentes vivencias acerca de las cosas dependen de las experiencias pasadas
y de la evaluación que hacemos a partir de ellas. Y así creamos nuestros estados
emocionales en todo momento.
Mi depresión post-Erasmus se debió precisamente a eso, a que aquel año había
sido tan explosivo, tan interesante y gozoso, que mi mente me decía que mi vida en
Barcelona era un peñazo. Y que irremisiblemente iba a continuar siéndolo, ya que lo
que me esperaba no se le parecía en nada a mi paraíso perdido: a) entrar en el mundo
laboral y abandonar el estudiantil; b) retomar una vida monótona en España en vez de
la emoción de vivir en el extranjero; c) volver con los amigos de siempre en lugar de
hacer cantidad de amigos nuevos.
¡Mi experiencia de infelicidad post-Erasmus me duró unos años! Fue ligera si se
compara con una depresión aguda o con cualquier otra neurosis de las que tratamos
los psicólogos y psiquiatras, pero su estructura era exactamente la misma.
Solo muchos años después descifré cómo se había producido y cómo la podía
haber evitado. Y, lo que es mejor, me di cuenta de que podía revertir cualquier estado
emocional negativo exagerado con la misma metodología. Se trataba de «evitar
apegarse a los paraísos» para «estar feliz en los vertederos»: esa era la clave mental
para revertir las neuras.
En efecto, las personas emocionalmente vulnerables siempre están buscando
«permanecer en paraísos»; esto es, creen que estarán bien si se hallan en una situación
placentera determinada: si encuentran una pareja como la que tuvieron de jóvenes, si
recuperan su vida social, si alcanzan una meta soñada o si simplemente ¡se encuentran
en el estado emocional correcto!… (que no es más que otro «paraíso perdido»).
¡Y ahí está el origen del problema! Porque los paraísos perdidos no existen. O,
dicho de otra forma, están en todas partes. Solo al comprenderlo de forma profunda
—¡o experimentarlo!— alcanzaremos la piedra filosofal de la fortaleza.
LOS PARAÍSOS ESTÁN EN TODAS PARTES
Todo es relativo. Un paisaje suizo de prados verdes y riachuelos transparentes es
bellísimo, pero las tierras yermas de Castilla también lo son, como pusieron de
manifiesto los poetas de la Generación del 98. Azorín o Unamuno retrataron en sus
páginas el páramo, el árbol caído y las rocas peladas y, en gran medida, generaciones
de españoles descubrieron esa hermosura oculta.
Dos escenarios en apariencia contrapuestos pueden ser igualmente bellos. ¿Cómo
es posible? Muy sencillo: porque los seres humanos nos inventamos esas
valoraciones. Tenemos la sensación de que se trata de verdades objetivas y apelamos a
características intrínsecas de las cosas pero, al margen de tener el estómago vacío o
lleno —y poco más—, todo es inventado, lo bueno y lo malo.
Así que cuando yo me decía a mí mismo que la vida en la Universidad de Reading
era fantástica y que no había nada que lo igualase, estaba creando esa realidad, sin
darme cuenta de que el mismo goce que tuve en Inglaterra podía tenerlo hasta en la
cárcel Modelo de Barcelona —si abría suficientemente mi mente, como había hecho
en la citada universidad y como me negaba a hacer ahora en España.
ESTAR FELIZ EN EL VERTEDERO
Así es, las personas más felices y fuertes están la mar de bien viviendo en un
vertedero. Y no solo eso: han practicado tanto el diálogo mental adecuado que hasta
se divierten sintiéndose bien en situaciones, a priori, adversas. Porque hay un par de
fenómenos que debemos tener en cuenta:
a) el ser humano puede crear SIEMPRE perspectivas diferentes de TODAS las
situaciones, de manera que se conviertan en interesantes y gozosas.
b) dominar ese arte, que yo llamo «revertir la emoción», se puede convertir en un
goce en sí mismo.
Hace poco tuve un paciente, Arturo, que cambió de manera espectacular con la
terapia. Una vez acabada, me envió el siguiente e-mail, que puede ilustrar esta afición
a encontrarse bien en situaciones delicadas:
Este verano he tenido una gran experiencia que quiero relatarte porque creo que ejemplifica buena
parte de lo que hemos aprendido en terapia. Este mes de agosto me he ido de vacaciones solo por
primera vez en mi vida. El primer día que llegué a la montaña me di cuenta de que no había estado
nunca solo en verano. De niño iba con mis padres y luego, el resto de los años, con Laura, mi mujer.
Claro que esto era antes de que me dejase.
El hecho es que cuando llegué a mi alojamiento me encontré con que se trataba de un maltrecho
hostal. Nada que ver con las fotos y los comentarios de internet. La habitación era minúscula, estaba en
la calle principal y había bastante ruido hasta bien entrada la noche; y la decoración parecía salida de
una peli de la familia Monster.
Supongo que me sentí mal porque estoy acostumbrado a buenos hoteles —por mi trabajo solo voy a
cinco estrellas— y quizá porque al ser las primeras vacaciones que pasaba solo estaba sensible, pero el
hecho es que me puse de mal humor. Yo diría que incluso me deprimí un poco.
Pero a diferencia de lo que hubiese ocurrido en mi vida pasada, ¡el mal rollo se me pasó enseguida!
Simplemente, me fui a dar un paseo por aquel pueblo para convencerme de que yo, allí, podía ser
superfeliz.
¿Y sabes lo bueno, Rafael? ¡Se hizo la magia, como tú sueles decir! ¡Me convencí! Y, al cabo de poco
rato, estaba tan a gusto en la habitación de mi hostal cutre iniciando una aventura vital inolvidable.
Pero lo mejor es que todas estas vacaciones —¡y han durado un mes!— he vivido un montón de
experiencias como esa. Lo que tú llamas «revertir la emoción». Todos mis momentos de perturbación —
en un restaurante ruidoso, con un pinchazo del coche, en un momento en que me perdí por la montaña—
los conseguí transformar en sosiego y paz.
Lo que antes me hubiese cabreado sin remedio, deprimido o estresado, ya no lo ha hecho. ¡Y lo he
conseguido con mi propia mente! ¡Una y otra vez! Y bien sabes tú que yo era de esos a los que le
molestaba todo, mi vida estaba llena de episodios intolerables, de momentos tristes y todas las demás
emociones negativas que existen.
No tengo palabras para expresar la felicidad que me embarga ahora porque sé, a ciencia cierta, que
el dueñode mi mente emocional soy yo. ¡Y me encanta!
«Estar bien en el vertedero» implica cambiar el chip en el momento justo en el que
uno empieza a sentirse mal y hacer un esfuerzo decidido y masivo para sentirse feliz,
independientemente de la adversidad en cuestión. Esta es la clave de la fortaleza
emocional y de la liberación de la hipersensibilidad y de las neuras.
LA PRÁCTICA DE REVERTIR LAS EMOCIONES
Como me explicaba en su correo electrónico, Arturo estaba cogiéndole el tranquillo a
revertir las emociones mediante su decidida nueva actitud. Cada vez que se sentía
perturbado por algo, se daba tiempo para razonar acerca de que «no había nada de lo
que quejarse».
Efectivamente, existe una gran satisfacción en el proceso de revertir una emoción
negativa porque se trata de algo parecido a un pequeño milagro. En un momento dado
podemos estar de los nervios, crispados, asustados… y, en poquísimo tiempo, la mar
de bien. Para quien no ha experimentado nunca ese poder personal, será alucinante.
Pero el crecimiento personal requiere de práctica, de mucha práctica, porque en la
mayoría de los casos implica cambiar creencias que se han atesorado durante años:
«que no puedo estar bien así», «que eso me sienta fatal», «que no soporto esto o lo
otro…».
El buen practicante de la terapia cognitiva haría bien en ejercitarse todos los días
en revertir las emociones. En ese sentido, veamos qué tipo de actitud le conviene tener
frente a la adversidad y las crisis emocionales.
TODO ES SUGESTIÓN
En una ocasión vino a verme un hombre de casi sesenta años con el siguiente
problema: hacía poco que se había echado una novia joven, de menos de treinta años,
guapa, alegre y llena de vida.
Matías era un hombre de éxito y estaba feliz de haber encontrado a una mujer que,
además de hermosa, tenía ganas de comerse el mundo, tal y como él sentía que había
que vivir la vida. Pero ahora le acuciaba un «terrible» problema y es que no tenía
erecciones con ella. Me explicó:
—¡No es porque no me guste, Rafael! Porque te aseguro que es un pibón. Pero
algo me sucede. He probado la Viagra y ni así se me pone dura. ¿Te lo puedes creer?
—Y si te masturbas solo, entonces ¿sí funciona? —pregunté.
—Tampoco. La tengo muerta —concluyó muy abatido.
Matías había ido a varios urólogos que le habían hecho todo tipo de pruebas y no
le habían encontrado nada. Pero no tenía erecciones. Y no solo eso: parecía también
que el miembro se le había encogido: ¡era más pequeño!
Estuvimos analizando la cuestión y el hombre me aclaró que el problema había
comenzado justo después de irse a vivir juntos, cuando la relación empezó a tomar un
cariz más serio. Todo iba bien hasta que una noche ocurrió la desgracia: su pene se
negó a elevarse. A partir de ahí ya no volvió a funcionar.
Como vimos durante la terapia, todo el problema de Matías era una cuestión
sugestiva. Aquella aciaga noche tuvo un gatillazo, algo nada raro en un hombre de su
edad, pero se asustó tanto que, a partir de ahí, se «fabricó» una impotencia psicológica
mediante el propio miedo a ser impotente.
Todos los días, desde la noche de marras, una parte de su cerebro se había estado
diciendo frases del estilo: «¡Dios mío, que no sea impotente!», «¿Qué haré ahora?»,
«¿Me dejará?».
En muchas enfermedades psicológicas hay un componente de sugestión: creemos
que lo vamos a pasar mal en determinadas situaciones —vertederos— y al final eso es
lo que sucede. Incluso el hecho de ser depresivo o ansioso. ¡Y eso experimentamos!
Con la correcta programación mental aprenderemos a decirnos que «no tenemos
ningún problema» y que vamos a descubrir ya mismo que somos personas
maravillosas capaces de ser felices en cualquier lugar y en cualquier situación.
EL TRABAJO CONDUCTUAL
En el mundo de la terapia existe una corriente llamada «conductual» o «conductismo».
Muchas veces se asocia a la terapia que yo practico, la cognitiva, para conformar lo
que se llama «terapia cognitivo-conductual». La psicología conductual persigue que la
persona busque el contacto con lo que le perturba y destruya la asociación «objeto-
sensación».
En realidad, es la idea popular de enfrentarse a los miedos para comprobar que
son solo fantasmas. Para la psicología conductual, la evitación es la madre del
problema porque, de alguna forma, amplifica el temor. Es como cuando uno se cae
esquiando por una pendiente y decide abandonar el esquí porque le ha cogido miedo.
En cambio, si se enfrentase inmediatamente, la asociación miedo-situación se puede
desvanecer.
La terapia que yo practico tiene muy poco de conductual y mucho de cognitiva.
Esto es, nos centramos en los pensamientos que hay detrás de las emociones.
Argumentamos acerca de que tal o cual situación no tiene por qué perturbarnos —
estar bien en el vertedero—, y en ese sentido no somos conductuales.
Por ejemplo, yo dejé de fumar cuando me convencí de que no necesitaba el tabaco
en absoluto, cuando me di cuenta —en profundidad— de que no me daba ningún
placer: era solo un engaño de la mente.
La nicotina es la droga más ingeniosa de la naturaleza, porque produce una
ansiedad de base en el fumador y solo la retira cuando este fuma. Al cabo de poco
rato de haber fumado, la nicotina aumenta la sensación de ansiedad. El cerebro del
fumador interpreta esa reducción de ansiedad como placer, pero olvida que el que le
causa los nervios en primer lugar es el propio tabaco. Una vez que la persona ve la
realidad del tabaco —esto es, que fumar no es un placer sino una tortura basada en
pequeñas retiradas de la ansiedad— ya no desea fumar más. Ya no tiene que
enfrentarse al problema; su mente lógica lo ha resuelto.
Por lo tanto, nosotros empleamos la astucia y no la fuerza; el pensamiento y no la
voluntad. Nuestro método es fácil y no hace uso de la lucha ni de grandes y ásperos
esfuerzos.
No obstante, la persona sí tiene que trabajar para cambiar su mundo emocional,
aunque se trata de un trabajo emocionante y divertido. Tiene que exponerse al
«vertedero» pero con la confianza de que lo puede revertir, que esa situación que teme
se puede convertir en un pequeño paraíso. Y lo hacemos con argumentos.
¿HASTA QUÉ PUNTO HAY QUE EXPONERSE?
Muchos lectores se estarán preguntando ahora mismo hasta qué punto hay que
exponerse en esta práctica cognitiva. Cuando una persona tiene ataques de pánico, por
ejemplo, sufre lo indecible con la ansiedad y le cuesta un mundo enfrentarse a las
situaciones donde le puede sobrevenir el ataque. O si se trata de alguien tímido, no le
apetece nada estar entre mucha gente ni interactuar…
Mi respuesta es que hay que ser generoso con la exposición y buscar con ilusión la
reversión de la emoción negativa. Yo diría que, una vez empezada la terapia —o el
trabajo personal—, conviene exponerse todos los días a las adversidades que nos
afectan, por lo menos una vez. Durante toda esa exposición intentaremos
argumentarnos de la mejor manera posible para transformar la perturbación. Y, al final
del día, disfrutaremos de un merecido descanso.
En general, hay que trabajar como quien va al gimnasio y va ganando músculo.
Algunos días rendimos más que otros, pero vamos avanzando en nuestro camino de
convertirnos en personas excepcionalmente fuertes y adaptables.
PRODUCIR LOS «PARAÍSOS»
Las personas más fuertes y felices no buscan «paraísos», ¡los producen! O, dicho de
otra forma, convierten los «vertederos» en «paraísos». ¿Cómo lo hacen?
Argumentándose que pueden ser felices en cualquier situación. ¡Con convicción y
perseverancia!
Uno de mis pacientes me decía en una ocasión que lo que le planteaba la terapia
cognitiva era el proyecto de «convertirse en una mezcla entre Mandela y san Francisco
de Asís». Nelson Mandela porque fue capaz de aguantar muchos años injustamente
encarcelado y ser feliz, y san Francisco de Asís porque estaba exultante aplicándose
todo tipo de renuncias (se decía que dormía sobre una gran losa).
¡Y sí! Cuando me planteó está idea, le respondí:
—Pues la verdad es que si nos acercamos a estas personas, seremos muy fuertes.
Ellos podíanestar genial bajo cualquier circunstancia. Si abrimos nuestra mente a estar
bien en los «vertederos», ¿cómo nos encontraremos el resto del tiempo?
Los filósofos estoicos llamaban a este fenómeno «la ciudadela interior»; es decir,
poseer un carácter tal que seamos productores de bienestar, independientemente del
exterior.
En este capítulo hemos aprendido que:
Para hacerse fuerte hay que saber crear «paraísos» en los «vertederos».
El ser humano puede transformar cualquier situación en aprendizaje y goce.
El diálogo con uno mismo es la clave en ese proceso.
«Estar mal», ser depresivo o estresarse tiene un componente de sugestión, y
podemos revertir las emociones negativas.
Lo importante del cambio es entender la situación desde otra perspectiva, sin
temor a exponerse.
4.
El debate cognitivo
El pequeño Nube Roja se agachó para entrar en la tienda de su abuela. Esta se
encontraba junto al fuego, limpiando tubérculos para la cena. El humo salía por
un hueco que había en lo alto y así el interior permanecía siempre cálido y
limpio.
Al joven sioux se le veía azorado. La abuela preguntó dulcemente:
—¿Qué sucede, Nube? Te veo mal.
—¡Otra vez mi hermano! Se ha ido con los demás a pescar y me ha dejado
solo. ¡Qué rabia me da! ¿Por qué la gente es tan mala, abuela?
—Muy fácil, hijo mío. Dentro de nosotros habitan dos lobos: uno es cariñoso
y feliz; el otro, envidioso y ruin. Los dos luchan en nuestro interior.
—¿Y cuál acabará ganando? —preguntó el niño con los ojos bien abiertos.
—No hay duda: el que alimentemos mejor —concluyó la mujer.
En una ocasión me encontraba de excursión por la montaña, cerca de Barcelona. Iba
con mi novia, Claudia. Era domingo y hacía un día magnífico; el aire era
especialmente puro, de manera que se apreciaban con nitidez los vigorizantes olores
de la naturaleza. El cielo lucía muy brillante, como una lámina de charol azul.
Pero aquella mañana, antes de empezar la caminata, ocurrió un incidente. Mientras
desayunábamos en un bar de la montaña, la conversación derivó hacia Ana, la mejor
amiga de Claudia.
Por alguna razón, Ana me tenía manía. No le caía bien. Y recientemente, en una
salida que había organizado yo, había estado quejándose por todo durante todo el
tiempo. Para ella, la ruta no valía nada; yo no sabía guiar en la montaña y, encima,
siempre según ella, era un mandamás insufrible.
Mi discusión con Claudia fue más o menos como sigue:
—Me gustaría que no invitases más a Ana a las excursiones que yo organice —dije
decidido.
—Pero, Rafael, si Ana es un encanto. Y no le caes mal. Es solo que a veces se
pone pesada. Déjalo —dijo en tono cariñoso.
—¡Pero es que ella nunca organiza nada y se cree con derecho a quejarse! Si
alguna vez organizase algo, vería lo desagradable que es que te pongan nervioso
mientras intentas que todo el mundo esté bien —dije alzando la voz.
Tras hablar un rato del tema, nos pusimos en marcha, montaña arriba. Pero yo
todavía estaba enojado porque no había conseguido que Claudia accediera a vetar a
Ana en nuestras salidas. Así que aceleré el paso. No tenía ganas de ir al lado de
Claudia. Y a cada recodo me iba encendiendo más con mis pensamientos: «¡Joder,
vaya novia que tengo: no me defiende ni me apoya! ¡No pienso coincidir más con
Ana! ¡Es tonta del culo!».
Claudia, que es una de las personas más dulces que conozco, iba por detrás
resoplando. Es leal, cariñosa, detallista e incapaz de hacerle daño a nadie, ni aunque
salga perjudicada. Pero, en ese momento, eso no impedía que mi enfado fuese
creciendo desbocado en mi dura cabezota. Estuve de morros durante una hora
aproximadamente: no hablaba, ponía caras largas y caminaba a un ritmo exagerado, a
modo de castigo.
Pero, quizá gracias al espíritu de Epicteto —mi filósofo preferido de la Antigüedad
—, algo cambió en mí. Aún perturbado, me detuve a contemplar desde un montículo
los montes atiborrados de árboles, de preciosos colores, y me percaté de algo: con mi
enfado solo me estaba perjudicando a mí mismo y a la persona que más quería.
Me dije: «Rafael, ¿no estarás haciendo el ridículo y arruinando este maravilloso
domingo por una tontería?».
Vi a unos buitres volando majestuosos por encima de mi cabeza, recortados en el
cielo azulísimo de la mañana, y me di cuenta de que estaba desperdiciando el
momento. ¡Y cada jornada que vivimos es un milagro que no volverá a repetirse!
Así, logré que mi Epicteto interior insistiera enérgico: «¡Ya basta de hacer el crío!
¡Da media vuelta ahora mismo, pídele perdón a tu novia y dale un beso como se
merece!».
Me giré y vi que Claudia estaba lejos, jadeante. Di un paso hacia ella, pero de
pronto apareció otra voz en mi mente. Esta vez se trataba de mi parte infantil e
irracional: «Pero, Rafael, ahora no puedes cambiar como si nada. ¡Estás muy
enfadado! ¡Ana es una capulla y Claudia te traiciona al defenderla! ¡No puedes
consentir ese comportamiento, es intolerable!». Cómo no, mi mente neurótica se
empeñaba en argumentar en favor de la ira.
Un golpe de aire fresco azotó mi cara y me volvió a recordar que la montaña me
esperaba, que tenía ante mí toda la naturaleza y la felicidad del mundo. Entonces me
dije: «¡Basta de tonterías!». Y allí mismo me di la vuelta para deshacer esa estúpida
situación que había creado. En unos minutos, tras unas carantoñas, ya estábamos de
nuevo en el sendero, pletóricos como de costumbre.
No es que esta historia sea gran cosa pero, por alguna razón, se me ha quedado
grabada. Seguramente porque transcurrió de forma muy rápida: alcancé un buen nivel
de ira —en unos cuarenta minutos— y logré eliminarla en unos diez minutos.
En todo caso, ese debate que tuve conmigo mismo es un ejemplo del trabajo que
hacemos en la terapia cognitiva. Como ya hacía el filósofo Epicteto en el siglo I, nos
transformamos a través del DEBATE con nuestra propia mente. Una y otra vez, de
manera intensa, acaparadora, hasta que cambiamos nuestra manera de pensar y de
sentir.
La esencia de la técnica cognitiva consiste en revertir las emociones negativas
mediante el diálogo con uno mismo, con acumulación de argumentos, hasta ver las
adversidades con otra luz.
Se trata de cambiar la emoción negativa mediante nuestro pensamiento ¡al
momento! Y si lo hacemos bien, pasaremos a encontrarnos renovados,
experimentando una inusual sensación de bienestar y de encajar en el mundo.
Básicamente consiste en convencernos de que la experiencia que nos fastidia no tiene
por qué hacerlo: una espera demasiado larga en el supermercado, el abandono de
nuestra pareja, un dolor físico o la propia sensación de ansiedad.
El resultado del debate siempre será algo así: «Esto no me va a impedir ser feliz; es
más, voy a tener un día maravilloso porque estoy vivo y tengo mil posibilidades de
gozar, independientemente de lo que suceda».
Aunque, como veremos a continuación, se trata de convencerse con argumentos.
No estamos hablando de mero pensamiento positivo. Es esencial que adquiramos una
nueva filosofía antiqueja bien asentada en la razón.
LAS DOS FASES DEL DEBATE COGNITIVO
El debate cognitivo tiene dos fases:
1. Determinar el apego: qué creemos que es tan importante.
2. Activar la renuncia: quitarle toda esa absurda relevancia.
Veamos un ejemplo. Marcos, de cincuenta y pico años, era directivo de una
empresa de seguros. Vino a verme porque estaba permanentemente tenso y padecía
insomnio. El trabajo le estresaba tanto que, desde hacía un año, cada domingo tenía
un ataque de ansiedad ante la amenaza de la llegada del lunes.
Lo primero que aprendió en la terapia fue a detectar cómo se provocaba a sí
mismo el estrés. Sin apenas darse cuenta, se decía: «TENGO QUE ser un trabajador
absolutamente capaz. En la vida UNO DEBE hacer las cosas totalmente bien: al menos
en el trabajo. Si me echasen de la empresa, sería un lamentable FRACASO como
persona; y mi vida, un completo DESASTRE». Estas frases resumían su ideología
hiperpresionante acerca del trabajo, aunque él ni siquiera era consciente de que se
exigía tanto.
¿A qué se apegaba Marcos? Al trabajo, a suimagen de persona eficaz y al estatus.
Con la argumentación adecuada —que veremos con detalle en los próximos capítulos
— Marcos aprendió a renunciar mentalmente a todo lo que consideraba tan
importante. La segunda fase del debate cognitivo, por lo tanto, consistió en activar la
renuncia.
LA RENUNCIA
Con la renuncia conseguimos estar felices pese a las adversidades. Sí, los seres
humanos podemos disfrutar de la vida al margen de las adversidades porque estas no
son más que amenazas motivadas por apegos innecesarios. Si, a través de la lógica,
renunciamos a la posibilidad de perder esto o aquello, ¡se hace la magia! Las
situaciones temidas no nos importan demasiado.
Así, mi paciente Marcos aprendió a renunciar —mentalmente— a todo lo relativo
al trabajo. Se dio cuenta de que nadie necesita ser eficiente ni trabajar. Lo único
necesario es amar la vida y a los demás. Entendió que si le despedían, podría ser feliz
de muchas otras formas. De hecho, no se moriría de hambre porque su mujer estaría
encantada de mantenerlo —con tal de que dejara de estar tan mal— y él iba a poder
dedicarse a sus aficiones: la egiptología y la enseñanza.
La renuncia es un ejercicio mental que nos sirve para quitarle la excesiva
importancia que le damos a todo. Y, paradójicamente, una vez que lo hacemos, todo
se vuelve mucho más manejable: empezamos a disfrutar de nuevo de nuestras tareas y
tenemos más éxito.
Para llevar a cabo la renuncia tenemos que acumular todos los argumentos que
nos convenzan de que en la vida necesitamos muy poco para ser felices. Por ejemplo,
el argumento de la sana comparación: «¿Existen otras personas que nunca han
poseído eso que yo temo perder y, pese a todo, son felices?».
También contamos con la técnica de «la pregunta de las acciones valiosas»: «¿En
qué medida tal adversidad me impide —o impediría— hacer cosas valiosas por mí y
por los demás?».
Las respuestas a estas preguntas es que SÍ existen personas que son felices con
muy poco y SIEMPRE hay cosas valiosas para hacer que nos pueden llenar.
En psicología cognitiva empleamos todos los argumentos posibles para
convencernos de que no hay que «preocuparse» NUNCA, porque pensamos que se
trata de una emoción estúpida y paralizante. Es mucho más útil estar siempre alegre,
activar el disfrute y «ocuparse» de nuestros objetivos sin un ápice de temor.
Está bien sentir un pequeño disgusto con alguien como Ana, que me tenía manía o
quizá sentía celos de que Claudia fuese mi novia. Pero se me pasará antes si no hago
un mundo del asunto.
Es útil desear hacer el trabajo lo mejor posible, pero es absurdo meterse tanta
presión como hacía Marcos, que llegó a no poder dormir por las noches.
Y la única forma de lograr «ocuparse» y «no preocuparse» es la renuncia. Se trata
de decirse a uno mismo: «Bueno, y si no lo lograse, tampoco sería el fin del mundo».
DE MAL A BIEN, EN VEINTE MINUTOS
En la técnica del debate otro factor importante es buscar la transformación de la
emoción: revertir la sensación negativa en el momento para pasar a sentirnos genial.
Una experiencia de transformación como esta es muy potente porque las personas
creemos en el poder de las emociones negativas: ¡las vemos demasiado sólidas! ¡Nos
tragamos su fortaleza! Por ejemplo, si nos abandona nuestra pareja y nos deprimimos,
creemos que la depresión es real y que no se nos pasará con facilidad. Sin embargo,
eso no tiene por qué ser así. Yo he presenciado en mi consulta, en innumerables
ocasiones, cómo una persona «abandonada» deja de estar mal en una sola sesión:
¡para siempre! ¡Entra fatal y sale encantado de la vida, y ahí se ha acabado el
problema!
Si deseamos transformarnos en personas fuertes y felices en todos los ámbitos de
la vida tenemos que buscar esa capacidad de cambio de la emoción negativa en cada
momento. ¡Y podemos hacerlo!
Es posible que no logremos la transformación de la emoción en todas las
ocasiones, pero hemos de intentarlo siempre. Si no lo conseguimos, mala suerte; pero
al día siguiente hay que intentarlo de nuevo. Con esta disciplina iremos conformando
una nueva mente, más fuerte y feliz.
SIN TERRIBILITIS
Antes de acabar este capítulo y pasar a practicar el debate cognitivo con ejemplos de
las neuras más típicas, vamos a definir un término que emplearé a lo largo de todo el
libro: la «terribilitis» o «terribilización».
Cuando mis pacientes se quejan excesivamente de las adversidades, les suelo decir
que están «terribilizando». Cuando «terribilizamos» nos decimos a nosotros mismos:
«Esto es insoportable, terrible, no lo puedo soportar», y es ese diálogo lo que produce
emociones negativas exageradas.
Con el debate cognitivo «desterribilizamos»: aprendemos a ver cualquier problema
como una minucia, tal y como se dirían a sí mismos Mandela o san Francisco…
Porque queremos ser como ellos, ¿verdad?
En este capítulo hemos aprendido que:
La técnica cognitiva consiste en cambiar el diálogo interno, en quitarle
importancia a los pensamientos negativos exagerados que tenemos.
El debate cognitivo consta de dos fases:
a) identificar el apego: consiste en darnos cuenta de qué nos decimos
exactamente para deprimirnos: siempre es un bien al que no que
queremos renunciar.
b) renunciar a él: implica comprender que nunca hemos necesitado ese
bien para ser felices.
El método cognitivo emplea argumentos para convencerse, no se trata solo de
pensamiento positivo.
SEGUNDA PARTE
Hacerse con la metodología
5.
Modelos de fortaleza emocional
Un joven llamado Sira ingresó en un monasterio donde se practicaba un estricto
silencio. Cada cinco años, los monjes despachaban con el abad pero solo podían
pronunciar dos palabras.
Al finalizar el primer largo quinquenio, Sira fue llamado ante el anciano.
—¿Algo que decir? —preguntó el superior.
—Cama dura —respondió el muchacho.
Transcurrieron otros cinco años y se repitió la escena. El abad preguntó:
—¿Algo que decir?
—¡Comida pésima! —exclamó Sira.
Y al cabo de otro quinquenio:
—¿Algo que decir?
—Lavabo apesta.
Tras otro período de cinco años, y ya habían pasado veinte:
—¿Algo que decir?
—¡Me marcho! —respondió el monje.
—¡Menos mal! ¡Porque, desde que estás aquí, no has hecho más que
quejarte! —concluyó el sabio abad.
Los seres humanos estamos ligados unos a otros. Hasta ahora la ciencia no se
pronuncia, quizá sean hormonas que desprendemos o campos magnéticos que
emitimos… Pero lo cierto es que nada es más impactante para una persona que un
congénere. Infinidad de personas se han visto emocionalmente golpeadas por otras,
sacudidas e influenciadas. Por ejemplo, muchos jóvenes, tras presenciar el desempeño
genial de un artista, han decidido dedicar toda su vida a ese arte.
Jesucristo, Buda y Lao Tsé fueron modelos que transformaron buena parte del
curso de la humanidad. Y, desde hace muchos años, el mío ha sido el británico
Stephen Hawking, el científico en silla de ruedas. ¿Cuántas de mis meditaciones no
han estado protagonizadas por él? Desde hace unos años, muy temprano por la
mañana, siempre hago media hora de natación/meditación. Mientras doy brazadas,
muchas veces me pregunto: «¿Qué pensaría Stephen Hawking de esto o de lo otro?».
Bajo su criterio, todas mis preocupaciones se desvanecen.
Este capítulo lo considero esencial. En él se describen algunos megamodelos de
fortaleza emocional. Que nadie dude de que, leyendo sobre ellos, rayos de su
sabiduría penetran por alguna parte de nuestro cerebro hasta alojarse en nuestra mente
emocional.
APRENDER DE UN CHAVAL
Un paciente que se llamaba Rubén vino a verme y me dijo: «Soy depresivo». Tenía
cuarenta y tres años y con esa declaración quería decir que siempre había sido triste y
que carecía de capacidad para disfrutar de las cosas. Además, me confesó que solía
preocuparse en exceso por todo. Por ejemplo, en aquellos momentos su novia quería
vender su casa y eso a él le suponía un gran estrés. Le pregunté por qué y me enumeró
toda una serie de posibles incidencias: no conseguir un buen precio, no encontrar otra
vivienda que les gustase, agobiarse conel traslado…
Rubén estaba pasando por una racha en la que la depresión y la ansiedad se
habían acentuado y, en realidad, acudió a la consulta empujado por su novia. Él no
confiaba mucho en poder cambiar. Me miraba con desconfianza y tenía una actitud de
lo más pasiva. Me di cuenta de que le convenía saber que el cambio ¡es posible! De lo
contrario, no iba a abrir su mente ni a esforzarse en la terapia. Entonces decidí
hablarle de Daniel Stix.
Supe de Daniel a través de la revista XL Semanal. Se trataba de una entrevista para
promocionar su libro Con ruedas y a lo loco. En las fotos aparecía guapo y saludable:
un muchacho de diecisiete años en la explosión de su crecimiento. Pero, como ya
adelantaba el título de su libro, una silla de ruedas le acompañaba a todas partes.
Daniel nació con cáncer. Tenía un gran bulto en la espalda y los médicos decidieron
operarle y tratarle con quimioterapia. A los ocho días de nacer fue sometido a su
primera sesión. ¡Un buen comienzo en la vida! Al final del tratamiento le tuvieron que
extirpar un riñón pero, en contra de todo pronóstico, sobrevivió, aunque se quedó
paralítico.
Este joven madrileño, que es campeón paralímpico en diferentes deportes, le decía
al periodista:
Yo no me siento diferente. A ver, paralítico soy. Nací con cáncer. Mis padres, como muchas otras
personas, no sabían que un bebé podía nacer con cáncer. La probabilidad de tener un neuroblastoma
congénito es muy pequeña y los médicos no me daban muchas probabilidades de sobrevivir. Pero lo
hice y supongo que en ese sentido he tenido suerte. Pero en todo lo demás soy una persona normal:
¡con toda la vida por delante!
Le enseñé a Rubén las dos fotos que salían en el artículo: en una se veía a Daniel
con la camiseta de la selección paralímpica de baloncesto saludando al público y en la
otra salía de niño, cuando tenía cinco años, en una pequeña silla de ruedas. Le dije:
—Daniel Stix es positivo y fuerte, como muchas personas con discapacidad que
he conocido. Tú, amigo mío, tienes buena salud y, sin embargo, no lo eres. Este chico
de diecisiete años, con su diálogo interno a prueba de bomba, tiene mucho que
enseñarnos, ¿no crees?
Rubén observó las imágenes durante unos largos segundos. Parecía captar el
mensaje pero, de repente, dio una cabezada y espetó:
—Pero este chico está bien del coco. ¡Y yo no! ¡Mi enfermedad es mucho peor!
No hay nada más jodido que ser como yo.
—Te equivocas —respondí enseguida—. Si tú «estás mal del coco» es porque
llevas toda la vida quejándote de adversidades reales y futuras. Y si él es mentalmente
fuerte es porque decidió, desde niño, que no se lamentaría jamás. ¡Puedes cambiar! Él
es fuerte por decisión propia y gracias a un constante trabajo mental.
Y acto seguido le señalé otro párrafo de la entrevista de Daniel en el que decía:
Nunca he pensado que estar en silla de ruedas sea una adversidad, aunque sé que en muchas cosas
tengo que esforzarme más que el resto. Yo creo que, en general, he tenido mucha suerte. Estoy muy
agradecido de la cantidad de oportunidades que se me han presentado.
Rubén lo leyó y se quedó callado. Casi podía ver cómo carburaba su mente.
Estábamos consiguiendo que trabajara en la dirección correcta, lo opuesto a su estilo
de pensar habitual. Proseguí:
—Y mira lo que dice aquí: «Se trata de adquirir la mentalidad correcta. Hay gente
que se queda en silla de ruedas y se amarga la vida. Pero si ves la luz, te das cuenta de
que la felicidad no depende de ser cojo o no serlo».
El joven Daniel Stix nos estaba dando la clave. La psicología cognitiva nos enseña
precisamente eso: todo está en la cabeza y la fortaleza emocional se puede adquirir; se
trata de mentalizarse siguiendo la dirección adecuada. Mi paciente también podía
conseguirlo.
Durante las siguientes sesiones con Rubén debatimos acerca de sus miedos. Vimos
cómo hablaba acerca de ellos y, por otro lado, qué se diría a sí mismo el joven Daniel.
Por ejemplo, revisamos el asunto de la casa de su novia. Yo le coloqué en la «peor
fantasía», una técnica muy útil para desterribilizar.
—¿Qué es lo peor que puede suceder con la venta de la casa?
—¿Lo peor? —dijo sonriendo con socarronería—. ¡Pues que mi novia se quede
en la calle!
—Y entonces, ¿se morirá de sed, de hambre, de frío? —pregunté.
—Bueno, no —dijo medio riendo—. Se vendría a vivir conmigo, pero estaríamos
muy estrechos en mi apartamento.
—Rubén, respóndeme: ¿qué tiene que ver la estrechez con la felicidad? Déjame
que te lea esto que dice Daniel Stix: «Mis vacaciones preferidas son en la playa. La
silla no funciona allí, pero he aprendido a arrastrarme. Y si en el agua me puedo hacer
heridas con la arena, me pongo un neopreno. Para mí, los obstáculos son desafíos y
siempre consigo superarlos y pasarlo bien».
Rubén iba comprendiendo. Su problema de depresión se reducía a una sucesión
de quejas —o «terribilitis»—. Pero ahora estaba empezando a adquirir «la mentalidad
correcta», como decía el propio Daniel Stix. Si lograba cambiar sus creencias acerca
de cada adversidad, sus abrumadoras emociones negativas iban a desaparecer para
siempre.
SER EXCEPCIONAL
Las personas que describiré en este capítulo son todas excepcionales, como Daniel
Stix, y es muy importante darse cuenta de que todos podemos serlo. La terapia
cognitiva va más allá de curarse las neuras: dejar de ser depresivo, de sentir celos, de
preocuparse… Nuestro objetivo es mucho más ambicioso: aspiramos a ser personas
como Daniel Stix, o Ana Amalia y Lary León, los dos ejemplos que siguen. Nosotros
queremos —y podemos— convertirnos en seres situados en el mundo con una
energía especial, capaces de transformar cualquier situación en una apasionante
aventura vital. Todos tenemos la opción de vivir cada minuto con pasión, alegría y
capacidad de «reinvención».
En una ocasión tuve una paciente fantástica que llevó a cabo la terapia cognitiva
en profundidad. Y, en consecuencia, experimentó un cambio radical. Montserrat pasó
de estar ingresada varios meses al año en unidades hospitalarias de depresión y
ansiedad a ser la persona más fuerte y alegre de su familia. Con gran creatividad, me
explicó que había desarrollado un tipo de meditación que llamaba
«microvisualizaciones» y que consistía en concentrarse continuamente, a cada hora del
día, en hacerlo todo de forma racional, disfrutando, apartando toda queja de su mente.
Con ese trabajo, Montserrat se había convertido en una persona excepcional. Toda su
familia estaba sorprendida con su transmutación. De hecho, cuando tenían problemas
acudían a ella.
Al igual que en los ejemplos que veremos a continuación, lo que definía ahora su
personalidad era su determinación a vivir de forma apasionada, en todo momento,
sucediera lo que sucediese.
SIMPLEMENTE REINVENTARSE
Otro de mis modelos de los últimos años es Ana Amalia Barbosa, brasileña de
cuarenta y nueve años, que se quedó tetrapléjica tras sufrir un ictus cerebral a los
treinta y cinco. La conocí gracias a una entrevista que le hacían en el periódico El
Mundo. Ana Amalia no puede mover ninguna parte de su cuerpo a excepción de
algunos músculos de la cara. Tampoco puede hablar ni tragar. Sin embargo, vive una
vida apasionante dedicada a enseñar a niños con parálisis cerebral y a la investigación
en esa área.
Ana Amalia se comunica con el mundo a través del parpadeo, con el que indica
letras en un abecedario. ¡Y así escribe libros! Y también pinta con un programa
informático que capta los movimientos del mentón.
Encontré algunas fotos suyas en internet: es morena, lleva el pelo corto y mantiene
siempre una tenue sonrisa. Mide un metro sesenta y va encajada en una silla de ruedas
que parece enorme. Ana Amalia es muy conocida en Brasil porque, desde su
inmovilidad, lleva a cabo una gran labor con los niños con parálisis cerebral. Obtuvo
un doctorado cum laude en la Universidad de São Paulo, una de las más prestigiosas
de Latinoamérica. Además, Ana Amalia escribe libros sobre su experiencia vital.
Claro, siempre a través de sus asistentes, que traducen a palabras

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