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AAVV Banquete hipermoderno

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UN BANQUETE HIPERMODERNO 
(APERTURA DEL CURSO «EL AMOR EN LA ÉPOCA »)1 
INCIDENCIAS DE LA DECLINACIÓN PATERNA SOBRE EL AMOR2 
Anorexias y bulimias como patologías del amor 
Este año quisiera continuar trabajando en relación con la función paterna, pero ahora 
aplicada al estatuto del amor en la época. Mi punto de partida será la prueba clínica que 
encuentro en las anorexias y bulimias: siempre se verifica que en el punto en que se 
presentan como patologías del amor, hay algo de la función paterna que está en 
cuestión, o en suspenso. Desde allí, podemos abordar el amor al padre como 
estructurante del amor mismo. 
Tengo una hipótesis que me gustaría someter a discusión aquí. Pienso que la 
extensión actual de anorexias y bulimias, el hecho de que en muchos lugares se 
constituyan como epidemias (entre ellos, la Argentina), es signo de cierto efecto de 
melancolización propio de la época. Otro punto a desplegar es por tanto la relación entre 
anorexia y melancolía, incluyendo allí la particular relación que tiene el melancólico con 
el objeto. 
Como punto de partida para ubicar las características y los impasses del amor en la 
época, podemos tomar entonces justamente esta melancolización, de la que formarían 
parte, como síntomas, anorexias y bulimias, pero no solamente ellas. 
Incidencias de la declinación del padre sobre el amor 
A partir de allí, en un segundo momento, quisiera investigar también cuáles son las 
incidencias de la declinación del padre en la época actual sobre el estatuto que adquiere 
el amor hoy. En principio podemos distinguir al menos cuatro aspectos de esta 
declinación del padre en la época. 
Del padre en tanto ideal 
En primer lugar, la declinación del padre ideal, o del padre como ideal. Esta caída del 
padre del lugar del ideal tiene varias consecuencias en el nivel del amor. Una de ellas -
la más interesante- es que deja al sujeto más confrontado con lo real del amor, lo real 
en tanto imposible. Pero en la medida en que la función del ideal es constitutiva del amor 
como yo ideal y como velo, no puede dejar de haber incidencias en el nivel de la 
posibilidad misma de amar que resta al sujeto. 
Por otra parte, que el padre caiga del lugar del ideal no quiere decir que el sujeto deje 
de tener ideales. En la actualidad, parece ser la madre quien ocupa más regularmente 
 
1 Clase dictada por Alejandra Eidelberg, Nieves Soria Dafunchio, Claudio Godoy y Fabián Schejtman el 13 
de abril de 2005, como apertura del seminario El amor en la época. 
2 Corresponde a la exposición realizada por Nieves Soria Dafunchio. 
 2 
el lugar del ideal: hay una suerte de desplazamiento. Esto seguramente también tiene 
consecuencias en la posición del sujeto respecto del amor. Ante todo, se produce una 
suerte de infantilización del amor, que tendremos que desplegar. 
Del padre en tanto ley 
Una segunda vertiente de la declinación del padre que podemos recortar en función 
de sus efectos sobre el amor es la que afecta al padre en tanto ley. Sobre este punto, 
Lacan dice lo siguiente: “El amor […] sólo puede postularse en ese más allá donde, para 
empezar, renuncia a su objeto. Esto también nos permite comprender que todo refugio 
donde pueda restituirse una relación vivible, temperada, de un sexo con el otro, requiere 
la intervención de ese medium que es la metáfora paterna; en ello radica la enseñanza 
del psicoanálisis.”3 Luego plantea que lo que surge allí donde no opera la ley, es la 
significación de un amor sin límites. Podríamos ubicar entonces este amor sin límites, 
que propongo considerar equivalente del estrago, como una consecuencia de la caída 
del padre en tanto ley. 
Del padre en tanto hombre 
Un tercer aspecto de la declinación del padre se refiere a lo que es en tanto hombre, 
es decir a su virilidad. (De alguna manera, esto se ubica también como consecuencia 
de la infantilización del amor que mencionamos hace un momento.) En principio, esta 
declinación de la virilidad modifica la relación entre padre y madre. Es bastante propio 
de la época que la familia misma pase a constituirse en una especie de gadget, un logro, 
un bien adquirido, así como alguien se compra un auto o una casa. La relación entre 
padre y madre se convierte entonces muchas veces en algo más del orden de la 
sociedad que del amor. Al mismo tiempo, se vuelve patente una cierta tendencia en la 
pedagogía, la psicopedagogía y a veces también en el psicoanálisis, a suplementar al 
padre, a ocuparse de lo que deja al descubierto su caída de su lugar como hombre. 
Podríamos considerar como ejemplo de ello la posición que toma Freud con el padre de 
Juanito. 
También podemos ubicar como consecuencia de esta decadencia de la virilidad del 
padre lo que Lacan llama, en su texto sobre el Gide, la instalación del “amor 
embalsamado”. 
Del padre en tanto genitor 
Finalmente, un cuarto aspecto que interrogaremos es la caída del padre como 
genitor. Esta concierne a los avances de la ciencia, cuyo ejemplo máximo podría ser la 
clonación, que desplazan al padre del lugar de genitor. El padre ya no es necesario sino 
contingente en la reproducción. En este sentido, los logros de la ciencia van en la vía de 
allanar la entronización del deseo materno propia de la época. 
 
3 Lacan, J.: El Seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos 
Aires, 1987, p. 283. 
 3 
Una consecuencia de este desplazamiento producido por la ciencia en el nivel de lo 
real es que actualmente pueden venir al mundo hijos de amores, deseos y goces que 
antes eran estériles, que no podían dar como producto nuevos seres hablantes. Por 
ejemplo, un amor homosexual, o un deseo -o un goce- en una mujer de tener un hijo 
sola. Estos seres bien reales, que han nacido novedosamente de tales deseos, goces o 
amores, por efecto de intervención de la ciencia, de alguna manera conforman ya una 
especie nueva, que no existía hasta hace poco tiempo, y que seguramente amará, si es 
que lo hace, también de una manera diferente. 
EL AMOR DEL GADGET 4 
Quisiera hablarles del amor del gadget, que no es lo mismo que decir el amor por él. 
Los gadgets son esos objetos productos de la tecnociencia que nos inundan, que 
aparentemente consumimos pero, en realidad, más bien… ¡nos consumen! Pues bien, 
no ocurre tanto que nosotros amemos al televisor, ¡es más bien el televisor quien nos 
ama! 
¡Regalados! 
Para resaltar esto, les traje dos poesías. La primera es en verdad un brevísimo relato, 
pero a mi parecer se sitúa en el nivel de lo que vale la pena llamar poesía: «Preámbulo 
a las instrucciones para dar cuerda al reloj», de Julio Cortazar. Dice así: 
“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, 
una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas 
muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de 
rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y 
paseará contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un 
nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que 
hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu 
muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle 
cuerda para que sigua siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta 
en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te 
regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. 
Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan 
la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el 
regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.”5 
¡Fantástico anticipo de Cortazar!: somos nosotros los que… “estamos regalados”.4 Corresponde a la exposición realizada por Fabián Schejtman. 
5 Cortázar, J.: «Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj», en Historias de cronopios y de 
famas, Alfaguara, Madrid, 1996. 
 4 
Entre el hombre y la mujer: amor, fantasma, goce… 
La segunda poesía que elegí para traerles hoy fue tomada por Lacan dos veces en 
su enseñanza. Al menos es lo que uno de mis gadgets preferidos me indica… por 
supuesto, mi computadora. Es un poema de Antoine Tudal titulado «París en el año 
2000». Hay entonces dos versiones de este poema en Lacan. La primera, quizás menos 
lacaniana, dice así6: 
 
Entre el hombre y el amor, 
 Hay la mujer. 
Entre el hombre y la mujer, 
 Hay un mundo. 
Entre el hombre y el mundo, 
 Hay un muro. 
 
Sí, ese “Hay la mujer” de la versión de 1953 no parece muy compatible con la 
enseñanza de Lacan, especialmente, con su enseñanza posterior. Pero vamos a 
detenernos en la otra versión, ofrecida casi veinte años después7: 
 
Entre el hombre y la mujer, 
 Está el amor. 
Entre el hombre y el amor, 
 Hay un mundo. 
Entre el hombre y el mundo, 
 Hay un muro.” 
 
En efecto, el hombre cree que abordar a la mujer, pero en verdad no la aborda a ella 
(puesto que no la hay) sino a la causa de su deseo bajo la forma del objeto a 8. De modo 
que aquél muro, que en esta segunda versión separa en definitiva al hombre de la mujer, 
es equivalente, me parece, al aforismo lacaniano no hay relación sexual… el muro 
infranqueable entre los sexos. 
Pero aun así, el amor -señala Lacan9- suple la relación sexual que no hay, recubre 
ese agujero. Aunque, indiquemos que la poesía subraya que el amor no suple esa 
ausencia directamente, sino por intermedio del mundo. 
En esto Lacan sigue a Freud: la realidad como tal es la realidad psíquica, de modo 
que aquél “mundo” del poema es lo que solemos llamar fantasma. La realidad psíquica 
es el campo mismo del fantasma. Allí se constituye la relación del sujeto con un objeto 
($ ◊ a) que determina lo que Lacan llama “la perversión polimorfa del macho”… que, 
digámoslo, suele ser más bien monomorfa puesto que fija un cierto modo de gozar 
monocorde. Dicha fijación determinará las elecciones amorosas, donde aquél objeto a 
se reviste amorosamente bajo la forma del i(a). 
 
6 Se la encuentra en J. LACAN: «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», en Escritos 
I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1988, p. 278. 
7 En J. LACAN: El saber del psicoanalista, clase del 6 de enero de 1972, inédito. 
8 Cf. J. LACAN: El Seminario. Libro 20: Aun Paidós, Buenos Aires, 1989, p. 88. 
9 Ibidem, p. 59. 
 5 
Esta poesía revela entonces la siguiente estructura: si no hay relación sexual, el amor 
la suple; pero soportado por una condición de goce, fijada en el nivel fantasmático. Es 
la perversión polimorfa del macho, el “acto de amor”, que Lacan distingue de la poesía 
y el “hacer el amor”.10 
Freud nos ha enseñando que hay condiciones de amor. Podemos recordar el modo 
en que aborda la cuestión por ejemplo en el caso del Hombre de los lobos: esos amores 
intempestivos que asaltaban al paciente cuando de repente encontraba a una mujer en 
determinada posición, la misma que aparentemente habría tenido su madre en la 
escena primordial. Sólo mujeres de grandes y llamativas nalgas le interesaban, si eran 
fregonas tanto mejor. 
Con Lacan, en todo caso, no hablamos tanto de condiciones de amor sino de 
condiciones de goce, que determinan a su vez las elecciones amorosas. El mundo de 
cada quien -en términos de la poesía de Tudal-, su fantasma, su realidad psíquica, 
determina sus elecciones en el campo del amor. 
Variaciones capitalistas o hipermodernas del poema de Tudal 
Ahora bien, hay que decir que el París del año 2000 está un poco lejos de aquella 
profecía de Antoine Tudal. Es preciso modificar un poco su poesía si queremos que se 
adapte a las condiciones actuales. Propondré entonces sobre ella algunas “variaciones 
capitalistas”, eventualmente hipermodernas. En primer lugar, propongamos: 
 
Entre el hombre y la mujer, 
 Está… ¡la computadora! 
Entre el hombre y la computadora, 
 Está… ¡la mujer! 
 
Esta perspectiva seguramente no es del todo actual, puesto que todavía mantiene 
ese entre que enseguida pondremos en cuestión. Pero, en fin, efectivamente ellas 
pueden quejarse de que él se pasa todo el día allí, frente a su “compu”; o bien él puede 
lamentarse de que ella a veces se interpone en su “trabajo”: por lo general… ¡ella habla 
demasiado como para el pueda concentrarse en sus importantes tareas frente a la 
máquina! Bien, sería una versión más actual del poema entonces, que, espero lo vean, 
tiene una forma, digamos “circular”. 
Veamos esta otra posibilidad: 
 
Entre el hombre y la mujer, 
 Está el televisor. 
Entre el hombre y el televisor, 
 Está el control remoto. 
Entre el hombre y el control remoto, 
 Está… la mano 
 
 
10 Ibidem, p. 88. 
 6 
Lo cual nos lleva, claro está, al campo mismo que va del llamado amor propio al goce 
del idiota, es decir, a la masturbación: práctica fomentada decididamente, hay que 
señalarlo, por la aparición del gadget… habría que desarrollarlo. Bien, en todo caso, a 
diferencia de la anterior, esta es una versión unidireccional. 
 
En fin, podríamos extender mucho más esta última variación: 
 
Entre el hombre y la mujer está el celular… 
o 
Entre el hombre y la mujer está el microondas 
o 
Entre el hombre y la mujer, la cuatro por cuatro… 
 
Es cierto que en el último tiempo no deja de ser destacable la importancia que tienen 
las cuatro por cuatro en determinadas familias… claro, ¡eso no es para todo el mundo!, 
hay que estar en condiciones de comprarla, y de exhibirla… en la ciudad. 
Abolición del “entre”, declinación de la perversión polimorfa y la poesía 
Me pregunto ahora si la hipermodernidad todavía deja espacio para aquél entre que 
estructura, que está en la base del poema de Tudal. 
Entre el hombre y la mujer puede haber la computadora, la cuatro por cuatro, el 
celular, agreguen el gadget que más les guste… pero, mientras haya ese entre. Es que 
en estos tiempos hipermodernos debemos preguntarnos si todavía hay lugar para ese 
entre. 
O, llevando la pregunta aún más lejos, ¿es que hay todavía siquiera el hombre y la 
mujer? Los “avanzados” estudios queer, que continúan y extienden los estudios de gays 
y lesbianas, objetan incluso que uno pueda seguir hablando de categorías tales como 
hombre y mujer. Incluso hay autores que se sirven de Lacan, del no hay La mujer, para 
apoyar esta perspectiva: esa disyunción sería propia de un falocentrismo… demodé. 
Queda abierta esta cuestión a investigar: si la hipermodernidad no supone una suerte 
de antimesología. Mesología: disciplina que estudia, justamente, el entre. Lacan se 
refiere a ella en el Seminario 22. 
Quizás la hipermodernidad suponga entonces la abolición del entre por la 
tecnociencia. Tal vez el entre esté obturado de modo radical por el gadget. Quizás 
hombre y mujer como categorías pasen al olvido a partir de algunas de aquellas 
cuestiones mencionadas por Nieves Soria al comienzo de esta clase. Yo agregaría aquí 
a la clonación, la fertilización asistida, la sexología, la farmacología cosmética, la cirugía 
estética, el cambio de sexo… Ya estamos ahí: una disolución de los límites que supone 
a su vez la abolición de aquél entre. 
En alguna otra oportunidad, Nieves introdujo algunas modificaciones en la parte 
superior de las fórmulas lacanianas de la sexuación para reflejar en ellas la incidencia 
 7 
del discurso capitalista. Podríamos avanzar ahora brevemente también sobre la parte 
inferior, especialmente, la afectación del fantasma por este discurso. 
En principio, en lugar de la “perversión polimorfa del macho” que constituye la 
condición de goce, y que ubicamos en el texto de Tudal en el nivel del mundo, en lugar 
de ese sujeto masculino que cree abordar a la mujer pero no aborda más que lacausa 
de su deseo, tendríamos que introducir ahora más bien una dirección inversa, que 
represente el modo en que somos abordados por el gadget. 
 
a $ 
 
Flecha del objeto a hacia el sujeto. Esto queda cerca, por cierto, del modo en que se 
escribe el discurso analítico: inquietante, ¿no es cierto? Es algo que pudo proponer 
Jacques-Alain Miller en su Seminario en Comandatuba, y que acarrea, quizás podamos 
desarrollarlo en este seminario, la declinación de la perversión polimorfa del macho, esto 
es, del fantasma, y con ella, esto es crucial, la de la poesía. 
Indico para terminar, que este desarrollo que anticipo, debiera ponerse a distancia 
de cualquier perspectiva nostálgica por los tiempos que se fueron. No sea que 
encontremos al psicoanalista lamentándose por la fuga de tiempos pasados, o aun peor, 
predicando necio contra el gadget, sin darse cuenta que lo hace… ¡desde su 
computadora! Un psicoanalista-Alien Duce, para retomar los términos del poeta 
argentino Carlos Solari: “Alien Duce dice desde la TV que no quiere estar jamás en la 
TV”. Cuidémonos pues de ello. 
 
LA UTOPÍA ANTIAMOROSA DEL CUERPO ESFÉRICO11 
 
Mientras pensaba qué tema trabajaría en este curso recordé un cuento de Raymond 
Carver, muy recomendable, titulado “De qué hablamos cuando hablamos de amor”.12 
Se trata de dos hombres y dos mujeres reunidos tomando ginebra y tratando de definir 
qué es el amor. Es una especie de versión contemporánea del Banquete de Platón, pero 
esta vez entre hombres y mujeres. Una versión hipermoderna, entonces, y pensaba que 
podemos considerar nuestro seminario de esa manera: un intento de formular de qué 
hablamos cuando hablamos de amor. 
Hay versiones muy cínicas del amor en el texto de Carver: amores truncos, amores 
suicidas, amores masoquistas, amores extraviados ¿Se tratará para nosotros de eso? 
En todo caso, podemos agregar ahora lo siguiente: de qué hablamos cuando 
hablamos de amor en esta época. Tendríamos que definir entonces el amor y la época, 
 
11 Corresponde a la exposición realizada por Claudio Godoy. 
12 Carver, R.: De qué hablamos cuando hablamos de amor, Anagrama, Barcelona, 2001. 
 8 
y ver cómo se cruzan. De alguna manera, esas son las dos vertientes de lo que me 
gustaría investigar. 
 
El amor al padre y el cuerpo 
La primera se refiere entonces al amor, incluso al amor en relación con el cuerpo. 
Prosigue la línea de trabajo que adopté el año pasado, a partir de la referencia que hace 
Lacan en el Seminario 24 a la armadura histérica sostenida en el amor al padre. 
Al respecto, podemos plantear el siguiente cuaternario, que de alguna manera 
aparece implícito en esa referencia: cuerpo, padre, amor e inconsciente. La histeria 
muestra un uso de esos cuatro términos y un modo de armar una estructura cuaternaria 
a partir de ellos. Son los puntos de sostén de la armadura histérica más clásica: Lacan 
se refiere allí a Isabel de R., por ejemplo. 
El año pasado comenzamos a pensar cómo se altera dicha armadura cuando alguno 
de esos cuatro términos es afectado, especialmente el padre. Pues Lacan formula que 
el cuerpo y el inconsciente histéricos se arman en función del uso de la identificación al 
padre y del amor al padre. El cuerpo en la histeria está determinado por la función del 
agujero tórico, agujero que define al toro y lo diferencia topológicamente de la esfera. 
Para pensar las relaciones entre el padre y el cuerpo, contamos con toda una serie 
de referencias de Lacan. En Radiofonía, por ejemplo, aborda la cuestión a partir de la 
teoría de los incorporales en los estoicos.13 
Pero justamente a partir del punto donde la armadura histérica queda 
problematizada, se abre también para nosotros la siguiente pregunta: ¿puede haber un 
amor que no esté sostenido histéricamente en el amor al padre? ¿Qué sería una versión 
no histérica del amor? ¿Implicaría prescindir del padre, o sería posible un uso del padre 
distinto del histérico? 
En el campo de la histeria, ese amor al padre hace de umbral de todo amor posible. 
Pero podemos preguntarnos qué sería un amor que no pase por los límites edípicos. 
 
Los fragilizados sujetos del riesgo 
La otra vertiente que quisiera trabajar es la cuestión de la época. Miller utilizó 
recientemente el término hipermoderno para dar cuenta de ella. No proviene de nuestro 
campo, sino del trabajo de algunos sociólogos que aporta una respuesta distinta, crítica, 
sobre el debate que se sostuvo hace unos años entre modernidad y posmodernidad. 
Fue introducido fundamentalmente por Lipovetsky, autor al que podemos considerar en 
general algo infravalorado entre nosotros, poco citado, aunque bastante utilizado. 
Lipovetsky introduce el término con la publicación de su libro titulado Los tiempos 
 
 
 9 
hipermodernos.14 De todos modos, aunque la utilización de este término preciso es 
efectivamente reciente, existe una referencia bastante más antigua que se anticipa casi 
en veinte años sobre esta perspectiva. Me refiero al trabajo del sociólogo alemán Ulrich 
Beck titulado La sociedad del riesgo15. 
Sucintamente, podemos decir que Beck señala allí que lo que implicó la modernidad 
como tal fue un pasaje de lo que se conocía como sociedad agraria a la sociedad 
industrial. Eso definió a la modernidad capitalista tecnocientífica en su primera fase, y 
sus efectos se ubican claramente en el siglo XIX. Este advenimiento de la sociedad 
industrial -siguiendo algunas referencias de Weber- marca un desencantamiento 
respecto de algunas tradiciones, especialmente las sostenidas en el campo de lo 
religioso. Beck lo llama modernización sencilla: produce un desencanto, una caída de 
los privilegios estamentales, de las imágenes y cierto tipo de idealizaciones religiosas, 
etc. 
Pero nuestra época, por el contrario, implica lo que Beck llama una modernidad 
reflexiva, y que podríamos escribir así: MODERNIDAD2, entendido como una modernidad 
a una segunda potencia, reflexiva sobre sí misma, y que hay que distinguir de la 
modernidad simple que le antecede. No se trata tanto de “posmodernidad”, en el sentido 
de una etapa que vendría después de la modernidad. Es más bien la continuación de la 
modernidad pero que aplica sus principios sobre la propia sociedad industrial que 
produjo, en un volver a pasar por la máquina de la modernidad, lo cual extiende todavía 
más el desencanto; es en ese sentido que es “reflexiva” o recursiva sobre sí misma. 
Pero sobre todo, lo que introduce esta modernización reflexiva es la problematización 
de las formas de vida y de trabajo de la familia burguesa, y de la visión de la ciencia y 
de la técnica que se tenía en la sociedad industrial. Cae la idea de progreso, y junto con 
ello la visión idealizada de la ciencia. De modo que la modernización reflexiva, lejos de 
producir -como se creía en ciertos debates sobre la posmodernidad- una especie de 
sujeto hedonista, liberado de las viejas ataduras tradicionales y sus ideales, dedicado 
cínicamente nada más que a cultivar su goce, lo que aparece es el sujeto del riesgo. El 
efecto de la modernización reflexiva formulada por Beck en 1986 fue nombrado por él 
como sociedad del riesgo. 
Lipovetsky retoma estos planteos y avanza en esa dirección. Habla de la 
superproducción de riesgos, la pluralización de las definiciones del riesgo y su 
globalización. Ya no hay sujeto exento de todo riesgo, no es una cuestión supeditada a 
la posición de riqueza ni de poder. El riesgo se globaliza, toma diversas formas que van 
desde el terrorismo hasta la preocupación más obsesiva por la salud. Aparece entonces 
un sujeto fragilizado, y que para colmo carga sobre sí la exigencia de construir por sí 
mismo un dominio sobre el miedo. Es el sujeto frágil, o incluso -como señala uno de 
estos autores- sin armazón, desarmado. Claro que a partir de tal situación se intentará 
 
14 Lipovetsky, G.: Los tiempos hipermodernos, Anagrama, Barcelona,2006. 
15 Beck, U.: La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, Paidós, Barcelona, 1998. 
 10 
producir nuevas formas de armado. Pero la reflexión sobre la hipermodernidad no pone 
entonces ya el acento sobre un sujeto hedonista, sino desorientado y temeroso. 
En esa misma línea, podemos decir que la pluralización de los problemas 
hipermodernos, sus divergencias y sus paradojas producen de alguna manera un cierto 
estallido en la lógica de los discursos. Los diversos intentos que hacemos para ubicar 
ciertas cuestiones, a veces a partir del discurso capitalista, otras forzando el discurso 
analítico, reflejan que no hay ninguna formulación que abarque por sí sola todos los 
problemas, los aspectos, los sesgos de la época. Incluso podemos considerar las 
nuevas formas de burocratización como otra modalidad distinta de tratamiento de los 
riesgos. Es lo que Lacan formalizó con el discurso universitario, que da cuenta no sólo 
de la lógica del saber en la universidad, sino también de la burocracia de la Unión 
Soviética, por ejemplo. De hecho, el discurso universitario es resultado de un cuarto de 
giro sobre el discurso analítico, y es allí donde el saber pasa a ubicarse como agente 
que intenta dominar el objeto a. 
El sujeto hipermoderno está tomado por el riesgo, por el riesgo del gadget. Beck -
recordemos que escribe en 1986- pone como paradigma de ello el temor posterior al 
desastre de Chernovil: la idea de que la ciencia produciría un objeto por el que todos 
podríamos estar en riesgo. La burocracia aparece entonces como un modo de 
responder a este problema, de regularlo, de tratar los miedos del sujeto hipermoderno… 
pero sin pasar por el amor. 
Podemos considerar que hay toda una serie de psicoterapias y versiones 
terapéuticas que se ubican en sintonía con esta suerte de obsesivización y 
burocratización como tratamiento del miedo hipermoderno. 
En todo caso, la respuesta que puede dar la experiencia analítica interroga la 
modalidad del amor, vía el amor de transferencia. Es una vía que no pasa por la 
burocracia, por el estándar ni la evaluación, y que nos lleva a indagar cómo se pueden 
alojar en el análisis nuevas formas de amor. Digo nuevas formas respecto de lo que era 
el amor histérico, sostenido en el padre tradicional. Se trata de interrogar entonces 
nuevos usos del padre, nuevos modos de saber hacer con él. Tal vez haya un amor en 
la época del cual sólo la experiencia analítica esté en condiciones de dar cuenta. 
 
La “soluciones” antiamorosas a la fragilidad 
Los cuerpos de “hierro” –como los definía A. Eidelberg- de muchas anoréxicas y 
bulímicas responden muy bien a esta lógica íntimamente ligada al capitalismo 
hipermoderno. Tal como una analizante lo indicaba, se trataba para ella de tener un 
cuerpo cerrado, donde nada entrara ni saliera –no comía, no defecaba, no menstruaba, 
no tenía sexo–, esterilizado y vaciado. Impenetrable, fijado por la renovación incesante 
de un cálculo monótono que erradicaba cualquier sorpresa de la existencia. Modelado 
por las tramas de un pensamiento obsesivizado y enteramente ritualizado. En esto 
radica la diferencia esencial con el cuerpo de la histérica sostenido –como señalamos– 
 11 
en su modalidad tórica (el toro “garrote” trique) por el armazón del amor al padre. Estos 
cuerpos contemporáneos se soportan en la armadura (armure) de los pensamientos y 
en el “nombrar para” que, llevando a cabo un feroz rechazo de la dimensión amorosa, 
pretenden borrar la función topológica del agujero tórico afirmando un falso ser esférico, 
cerrado, impenetrable. Ya sea en la modalidad esfera-vacía anoréxica o en la esfera-
bola bulímico-obesa, en ambos casos se puede ver cómo el efecto terapéutico pasa por 
la necesidad de una intervención que, al introducir la función del corte, reestablezca la 
estructura tórica del cuerpo. 
Situar la relación de estas respuestas contemporáneas en su relación con las 
declinaciones del padre nos abre la interrogación por los modos en que nuestra cultura 
introduce soluciones que, promoviendo nuevos modos de burocratización, redoblan las 
que realiza el sujeto. Hay una notoria complementariedad entre las “soluciones” 
instrumentadas por los cuerpos “obsesivizados” y las impulsadas “desamoradamente” 
por las terapéuticas orientadas hacia el dominio cognitivo del “trastorno”. Por el contrario 
el psicoanalista –con su presencia y deseo – puede responder de otro modo a este 
impasse del sujeto contemporáneo. Esta respuesta no pasaría por pretender restaurar, 
al modo tradicional, la dimensión del padre; pero, sin embargo, no deja de implicar una 
invitación a recorrer la dimensión del amor y la interrogación por lo femenino. Perfora a 
utopía del cuerpo esfera-bola del sujeto anoréxico-bulímico revelando la dimensión 
tórica, abriendo así la “puerta” a las contingencias del encuentro. 
A diferencia de los tratamientos que refuerzan la vertiente esférica obsesivizante, 
programada, autohipnótica y voluntarista (que pretende “controlar” y “regular el 
trastorno” con protocolos, cuestionarios, instrucciones y árboles de decisión), podemos 
afirmar que hay una oferta distinta. Es la oferta psicoanalítica de hacer del síntoma, 
irresignable como modalidad de goce, un saber hacer que puede devenir una nueva 
modalidad amorosa de lazo. Me interesa, por lo tanto, indagar el problema del amor 
en la época en este seminario –nuestro “banquete”- teniendo como eje estas 
coordenadas. 
 
 
DISCUSIÓN 
Participante: ¿Estás planteando nuevas formas de amor? 
 
Claudio Godoy: Es que no se trata de adoptar una posición romántica, del tipo 
“amores eran los de antes”. Pienso que por esa vía quedaríamos reducidos a una 
 12 
parodia. La pregunta es cómo hacer para que el discurso amoroso del psicoanálisis no 
quede como un discurso viejo, retórico, nostálgico. 
 
Alejandra Eidelberg: Lacan habla de un amor más digno en la “Nota a los italianos”; 
es un texto que podemos tener en cuenta. 
 
Claudio Godoy: Incluso con la experiencia del pase, Lacan se interrogaba sobre las 
consecuencias que un análisis tiene en relación con el amor: ¿Qué ocurre con el amor 
en alguien que ha pasado por un análisis? ¿Qué lo diferencia de la versión neurótica del 
amor? ¿El resultado del análisis sería curarse del amor, terminar con él? ¿O que tome 
otra forma? ¿Y qué lugar tiene el padre allí? Creo que es una línea de exploración que 
interesó mucho a Lacan. 
 
Nieves Soria Dafunchio: En relación con lo que planteabas, pensaba que hay la 
cuestión de qué es el amor después del amor de transferencia, y luego también la de 
qué es el amor sin el padre, pero ya no después del amor por el padre. Me parece que 
ése es el punto más complejo.

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