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44 - Godoy, La nervadura del significante

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LA NERVADURA DEL SIGNIFICANTE 
Clínica del detalle: fenómeno y estructura en la psicosis 1 
 
Claudio Godoy 
 
“Acariciad los detalles...” V. Nabokov 
 
El detalle en la clínica 
En 1914 S. Freud se refería al médico italiano Giovanni Morelli quien, a fines del siglo pasado, produjo –bajo 
el seudónimo de Ivan Lermolieff- una revolución en los museos de Europa al revisar la autoría de diversas 
obras pictóricas y, en consecuencia, distinguiendo las copias de los originales, revelando la particularidad 
de cada artista. Freud señala que "consiguió todo eso tras indicar que debía prescindirse de la impresión 
global y de los grandes rasgos de una pintura, y destacar el valor característico de los detalles 
subordinados, pequeñeces como la forma de las uñas, lóbulos de las orejas, la aureola de los santos y otros 
detalles inadvertidos" (FREUD 1914, 227)2. El fundamento que esgrimía Morelli era que en la impresión 
global resultaba difícil distinguir entre una buena imitación del estilo de un pintor y una obra original, ya que 
es sobre las apariencias globales que se concentraba el talento del copista. Es debido a ello que propone 
fijarse en los detalles que pasan desapercibidos. Un cuadro puede “parecer” de Rafael por el tipo de rostros, 
de colores, de composición, etc.; pero si se observa con cuidado la forma de las orejas o los dedos se 
puede notar que no se parecen en nada a los auténticos cuadros del pintor renacentista. Para Freud la 
clínica psicoanalítica procede al modo del método de Morelli: lo más valioso se encuentra en la "escoria de 
la observación", en aquello que el conjunto termina velando. 
En su texto Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales el historiador italiano Carlo Ginzburg 
aborda la relación de los métodos de Freud y Morelli situándolos en una tradición -la de las disciplinas 
“indiciales”, eclipsadas por la ciencia moderna- que plantea una singular relación con la lectura y la 
escritura. Para Guinzburg, quien compara los métodos de ambos con el de otro médico, Conan Doyle, autor 
de Sherlock Holmes: “El conocedor de materias artísticas es comparable con el detective que descubre al 
autor del delito (el cuadro), por medio de indicios que a la mayoría le resultan imperceptibles” (GUINZBURG, 
140)3. 
Esta tradición indicial -según el historiador italiano- parte del savoir faire del cazador primitivo que sabía 
descifrar los rastros mudos dejados por la presa, continuándose en las disciplinas mánticas de la 
Mesopotamia y en la constitución de la medicina hipocrática. Se plantea aquí una articulación entre la 
pintura y la escritura, y entre el ojo clínico y el del conocedor de la pintura que sabe desprender el detalle de 
un conjunto que lo lleva al extravío. Estas referencias provenientes de otros campos nos plantean, sin 
embargo, ciertos límites y torsiones necesarias para su articulación con el nuestro. A pesar de ello muestran 
la estrecha relación entre el detalle y la clínica –desde Hipócrates-, abriendo la interrogación por función de 
la lectura y de lo escrito en la producción del detalle en la clínica psicoanalítica. 
Las obras de Freud y Lacan son pródigas al entregarnos diversas perspectivas para pensar una clínica del 
detalle. Lacan, por ejemplo, indica que lo importante no es la acumulación de hechos sino el recorte de uno 
solo con sus correlaciones, lo que llama también las “pequeñas particularidades de un caso”. A su vez 
sostiene que en el análisis se trata de la eficacia del buen corte4. Podríamos afirmar que en el diagnóstico 
diferencial también se trata del buen corte, aquel que revela la estructura; se trata de reconocer la estructura 
aún en los más pequeños elementos, en los más sutiles, en los que pueden pasar desapercibidos. Los 
ejemplos clínicos que Lacan trabaja apuntan siempre al recorte de un detalle para situar la estructura. 
Tomemos el caso de la alucinación “marrana” (LACAN 1958, 516): ubica primero las coordenadas y el 
momento en que aparece el relato de esa alucinación verbal en una presentación de enfermos, luego 
despeja la coyuntura en que se produjo la alucinación (el encuentro con el amante de la vecina y lo que ella 
dijo antes de escuchar la réplica alucinatoria), para finalmente, con algunos pocos datos de la paciente (la 
relación de encierro con su madre, su matrimonio fallido, las amenazas recibidas y la vecina intrusiva) 
trasmitir cómo la injuria, efecto de la cadena rota que retorna en lo real, dice sobre lo indecible de su ser. 
 
1 Una primera versión de este trabajo fue publicada en Mazzuca y cols., Las psicosis. Fenómeno y estructura, 1ª edic. 
Eudeba, Buenos Aires, 2001; 2ª edic. Berggasse 19, Buenos Aires, 2003. 
2 Todos los destacados en las citas bibliográficas corresponden al autor. 
3 Estas referencias a Sherlock Holmes y Giovanni Morelli son comentadas por T. Reik en relación a una conversación 
mantenida con Freud sobre la importancia de los “pequeños detalles”. (Reik, T. El ritual, Acme-Agalma, Buenos Aires, 
1995, 16). También puede encontrarse comentarios sobre la obra de Morelli, la referencia a V. Nabokov y la función del 
“detalle” en el psicoanálisis en el curso de J. A. Miller Los divinos detalles, Curso 1989, inédito. 
4 Las dos referencias mencionadas son las siguientes: “Pues no es de hechos acumulados de donde puede surgir una 
luz, sino de un hecho bien relatado con todas sus correlaciones...” y luego agrega, refiriéndose a Freud: “...prefería 
renunciar al equilibrio entero de su teoría antes que desconocer las más pequeñas particularidades de un caso que la 
pusiera en tela de juicio”; Lacan, J. , “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite”, en Escritos 1, Siglo XXI, México, 
1984, 370. En el Seminario XII: “Problemas cruciales para el psicoanálisis” sostiene que “todo está en el campo, en el 
análisis, en la eficacia del buen corte” (clase del 3-2-65, inédito). 
 2 
Lacan no hace una extensa biografía de la paciente, ni un inventario de todos sus síntomas; sin embargo, 
podemos afirmar que la estructura misma de la psicosis está en ese pequeño recorte. Lo mismo podría 
decirse del modo en que Lacan trabaja el sueño de la “bella carnicera” de Freud, pero esta vez –luego 
volveremos sobre ello- para dar cuenta de la estructura de la histeria. ¡Basta una alucinación en un caso y 
un sueño en el otro para fundamentar la oposición neurosis-psicosis! 
A su vez, no hay que confundir el minimalismo del detalle con un facilismo arbitrario, ya que captar la 
importancia de las pequeñeces implica por lo general un recorrido bastante complejo. No es fácil saber por 
dónde hay que cortar, es un ejercicio de precisión. 
"Detalle" deriva etimológicamente del latín de-taliare, "cortar". Es el acto analítico el que produce el detalle 
de un caso, un recorte que hace escritura. La clínica psicoanalítica se distingue del relato biográfico, de la 
acumulación de datos, de la novela o la anécdota; ubica al sujeto en la hiancia que el detalle delimita entre 
la estructura y la especificidad de la historia. 
No hay detalle, entonces, sin corte. Esta es la diferencia entre el detalle “obsesivo” y el detalle clínico. El 
minucioso detallismo del obsesivo se pierde en la acumulación metonímica que intenta suturar toda falta, 
borrando el efecto del corte en provecho de una continuidad secuencial. Suma un detalle más otro, 
volviéndolos a todos homogéneos, equivalentes. En la clínica psicoanalítica un detalle vale a partir del 
recorte. Son dos lógicas distintas: acumulación o recorte. 
Esto resulta fundamental a la hora de pensar en el estatuto del diagnóstico en psicoanálisis; es decir, de un 
diagnóstico realizado a partir del detalle clínico. También puede darnos una perspectiva de la historia de la 
psiquiatría y de la clínica, desde sus orígenes hasta nuestros días. Esta puede ordenarse en la oposición: 
descripción o estructura. Toda descripción es acumulativa, metonímica, suma un elemento tras otro 
buscando reconstituir untodo a partir del conjunto de partes; se basa en la idea de la observación. Tal como 
sostuvo el lingüista Roman Jakobson, el realismo literario se sostiene en la metonimia. Un ejemplo de ello 
es un autor ruso –citado por Jakobson- que produce un texto “en el que el lector se ve aplastado por la 
multiplicidad de detalles que recargan el espacio verbal limitado, de forma que muchas veces se pierde el 
retrato por incapacidad de abarcar el conjunto” (JAKOBSON, 140). Este detallismo realista corre siempre el 
riesgo de “perderse en los detalles” al fracasar en su intento de describirlo “todo”. Si uno intenta realizar un 
diagnóstico sobre la base de un criterio descriptivo debe reconocer exhaustivamente todos –o a lo sumo en 
su mayor parte- los elementos que forman un tipo clínico; se valoriza, por lo tanto, la impresión que provoca 
el conjunto. Se comparan conjuntos: aquel constituido por el “cuadro” nosológico y aquel otro, el conjunto de 
lo observado en el paciente. 
Ahora bien, reconocíamos en el método morelliano-freudiano que se trataba más bien de la “escoria de la 
observación”, es decir del pequeño detalle, de lo que se “lee” en los márgenes de lo que se observa, de 
aquello que puede permanecer por fuera y discordante del conjunto. La “escoria” alude a lo que tendía a ser 
residual en la observación global. Por eso no resulta sorprendente que muchas veces el diagnóstico 
estructural contradice la apariencia global: por ejemplo, “parece” un obsesivo pero la estructura, a partir del 
detalle, se revela como psicótica. Se ha propuesto la diferencia entre la psiquiatría clásica y el psicoanálisis 
como la oposición entre una clínica de la escucha y una clínica de la mirada, podemos agregar que es una 
escucha que lee; ya que no estamos a salvo de “observar” mientras se escucha, por ejemplo, a través de la 
comprensión que busca la “buena forma”; o sea una significación que “cierre”, que “redondee”, quedándose 
en la “novela” del caso. Podemos recorrer la historia de la psiquiatría distinguiendo –como el propio Lacan lo 
hace- entre aquellos psiquiatras que más cerca han estado de un análisis estructural y aquellos que han 
quedado más presos del realismo de la observación. Si bien la psiquiatría clásica ha estado “tomada” por la 
lógica de la observación y la descripción, se podría, sin embargo, reconocer en la obra de algunos autores 
algo más próximo a una perspectiva estructural. Tal es el caso de Clérambault, con quien Lacan no deja, de 
todos modos, de debatir algunas cuestiones centrales en torno a la estructura psicótica a lo largo de su 
enseñanza. Nos detendremos en algunas de estas discusiones, las referidas al fenómeno elemental y el 
delirio, para reconocer allí un ejemplo paradigmático de lo que implica la clínica del detalle en relación con el 
diagnóstico y la estructura de la psicosis. 
 
Automatismo y delirio 
Lacan destaca, en su Seminario 3 (LACAN 1955-56, 33), dos cuestiones referidas a Clérambault: primero, 
que tomó el término de "fenómenos elementales" de su maestro, demostrando su diferencia con cualquier 
deducción ideica, ubicable en el terreno de lo comprensible; y segundo, plantea la crítica de la concepción 
que toma al fenómeno elemental como un punto parasitario alrededor del cual el sujeto haría una 
construcción para enquistarlo y explicarlo. 
Comencemos destacando -tal como se ha señalado5- que el término "fenómeno elemental" no se encuentra 
en la obra escrita de Clérambault. El que sí usa -por ejemplo- es el de "fenómeno primordial"6 para referirse 
 
5 Cf. WACHSBERGER 1993, 18, n.16. 
6 Cf. CLÉRAMBAULT1920, 465. También Lacan usa el término "fenómeno primordial", por ejemplo en el siguiente 
pasaje de su Seminario 3 : "¿No vieron cuál era el fenómeno primordial cuando presento casos concretos, personas que 
comienzan a nadar en la psicosis?" (LACAN 1955-56, 226). 
 3 
a su automatismo mental. La elaboración de éste en su relación con el delirio, tal como es formulada en 
1920, es la que más se aproxima a la crítica de Lacan. Es allí donde para dar cuenta de los delirios de 
persecución con alucinaciones, ubicados en la categoría establecida por Gilbert Ballet como "psicosis aluci-
natorias crónicas"7, señala que el automatismo es el hecho primordial y el delirio de persecución constituye 
una "Construcción Intelectual Secundaria"8, cuyo grado de sistematización dependerá de las capacidades 
intelectuales preexistentes. Lo califica, además, de "trabajo sobreañadido" y establece en una frase ya 
célebre, que "en el momento en que el delirio aparece, ya la Psicosis es antigua. El Delirio no es más que 
una superestructura"(CLÉRAMBAULT 1920, 446). Es así que dicho trabajo interpretativo sería un epifenó-
meno no mórbido o apenas mórbido; es decir, la respuesta de la personalidad sana a los fenómenos intrusi-
vos. La ideación es, de este modo, un producto psicológico, mientras que el núcleo del automatismo es, 
según la concepción etiológica de Clérambault, de "orden histológico" (CLÉRAMBAULT1923, 482). Se 
podría decir que responden a dos “estructuras”, a dos “causalidades” distintas: una mórbida, de origen 
orgánico; y otra, radicalmente distinta, inherente a la personalidad del enfermo. Veremos luego cómo la 
crítica de Lacan apunta precisamente al error que implica sostener este tipo de dicotomías entre fenómeno 
elemental y delirio que impiden captar en qué responden a una misma estructura. 
Ahora bien, esta formulación clásica -en general la más difundida- se problematiza en los desarrollos 
posteriores del psiquiatra francés, tal como R. Mazzuca9 ha destacado. A partir de 1925 se torna manifiesto 
un desplazamiento en su concepción cuando afirma que "Una buena parte de la ideación no es construida 
por la reflexión del sujeto, sino que se elabora mecánicamente en el subconsciente" (CLÉRAMBAULT 1925, 
542), pasando a llamar a dicha ideación "neoplásica". Articulada al síndrome de pasividad, las caracterís-
ticas que le otorga a dicha ideación son las de ser sufrida por el sujeto, y de tener una naturaleza mecánico-
automática y parasitaria. "La construcción misma del delirio -afirma- se explica en último análisis, por la 
acumulación constante de resultados de trastornos infinitesimales, todos del mismo sentido, en las 
condiciones mecánicas del pensamiento elemental" (CLÉRAMBAULT 1926, 545), llegando a concluir que 
"es un error creer que la sistematización delirante es un trabajo consciente tardío"(ibíd., 560)10. Para dar 
cuenta de la estructura de esta construcción señala que se trata de "anillos intricados", de "redes de 
derivación", "lote de ideas"; construcción que sigue "fuerzas intrínsecas" y no un plan establecido, siendo 
comparable a "complejos naturales, tales como los cristales y poliperos" (ibíd., 565). Se nos plantea 
entonces la pregunta en torno a si la crítica de Lacan es válida también para estas formulaciones de 
Clérambault, ya que parecería adjudicarle una estructura común al automatismo mental y al delirio. Es decir 
que lo que era puesto en disyunción y planteado en términos de infraestructura/superestructura pasa a 
ubicarse en conjunción; o sea, en una misma estructura. 
Esta línea de pensamiento de Clérambault llega tal vez a su máxima expresión al final de su obra, por 
ejemplo, en el texto de 1934 titulado “El delirio auto-constructivo”. Aquí también se aproxima mucho a lo que 
formulará Lacan pero también surgen los límites que le impone su teoría organicista. Plantea dos niveles de 
pensamiento: el que denomina "extrapersonal" -es decir el automático, intrusivo-, que es calificado de 
"inferior" con respecto al otro, el de la ideación "personal", que refleja las cualidades intelectuales normales 
del sujeto. Esto prosigue su teoría de la existencia de dos personalidades, que lo había llevado a sostener 
que "Toda psicosis alucinatoria es una suerte de Delirio de Dos" (CLÉRAMBAULT 1926, 567), debido a la 
existencia de estas dos “personalidades”. A su vez, considera que la construcción extrapersonal es 
anticipatoriadel proceso demencial y, en ese sentido, la personalidad neoplásica anunciaría cómo va a 
terminar el sujeto al cabo de dicho proceso. Se podría seguir, según Clérambault, la complicación ideica, en 
su progresión extensiva y en su construcción temática, desde el eco puro y simple hasta el final más o 
menos demencial. El carácter automático lo verifica en el rasgo clínico de que las ideas le son provistas por 
las voces y el sujeto las rechaza como absurdas en un principio: "Se me dice que soy príncipe, es absurdo"; 
o si se le pregunta por el significado de un neologismo, contesta "pregúntele a ellos". En ambos casos se 
 
7 Cf. BALLET 1911. En este artículo Gilbert Ballet establece la entidad nosológica de las psicosis alucinatorias crónicas 
señalando la función explicativa de las ideas delirantes y su relación con las alucinaciones: "En todos los casos, se en-
cuentra en el origen un estado cenestésico penoso, hecho de inquietud vaga. Este estado conduce muy rápido, rápido o 
lentamente a ideas explicativas de persecución o de ambición" (BALLET 1911, 402). Dos años después, retoma esta 
cuestión en "La psychose hallucinatoire chronique et la désagrégation de la personnalité". Aquí afirma que: "Ellas (las 
ideas de persecución y ambición) se asocian siempre a alucinaciones de diversos sentidos, que las preceden a veces y 
que, en todo caso, por su constancia, parecen condicionarlas" (BALLET 1913, 501) y agrega que "muy frecuentemente no 
son más que secundarias y contingentes" (ibíd., 503). 
8 El abuso en la utilización de las mayúsculas, que puede apreciarse en ésta y otras citas que hacemos de los textos de 
Clérambault, corresponde a una característica estilística de este autor. Tal como ha sido señalado por Henri Maurel en 
“Le texte de Clérambault: une langue, una graphie, un stylo” (incluido en Clérambault, maître de Lacan, Ed. Synthélabo, 
París 1993) se trata de una de sus “extravagancias gráficas” que, junto a las singularidades lexicales, conforman el 
singular estilo de escritura que diferencia y caracteriza a este autor. 
9 Ver el texto Fenómenos elementales (en este mismo volumen). 
10 La frase completa dice: "Así una buena parte de la sistematización de los delirios es espontánea y se organiza en el 
Inconsciente, es un error creer que sea debida enteramente a un trabajo consciente tardío" (CLÉRAMBAULT 1926, 
560). 
 4 
revela que el paciente no puede dar cuenta de esas ideas delirantes –es decir, no son una explicación de la 
personalidad sana- sino que le son impuestas por el proceso mórbido. El delirio automático es, para el 
psiquiatra francés, más constructivo que explicativo, más absurdo; nos muestra cómo la personalidad 
parasitaria invade la personalidad primitiva, hasta terminar sustituyéndola. 
Si retomamos la oposición “observación” (descripción) o “estructura” (análisis) podríamos decir que 
Clérambault parte de una concepción y se aproxima más a la otra. Su límite –derivado de su concepción 
etiológica- es que sigue sosteniendo dos “estructuras” distintas que implican dos tipos de producciones 
delirantes: la automática-orgánica y la explicativa-psicológica. Veamos entonces como retoma Lacan esta 
discusión. 
 
Las nervaduras de la hoja 
Para señalar la relación estructural que subyace entre los fenómenos elementales y la construcción del 
delirio Lacan nos propone el muy citado ejemplo de la planta que, como él mismo lo afirma, se articula con 
lo que sostenía desde 1932 en su tesis. En efecto, allí encontramos un ejemplo similar formulado en los 
siguientes términos: "Esta impresionante identidad estructural entre los fenómenos elementales del delirio y 
su organización general impone la referencia analógica al tipo de morfogénesis materializada por la planta. 
Esta imagen es seguramente más válida que la comparación con el anélido, que nos fue inspirada, en una 
publicación anterior, por las aproximaciones aventuradas de una enseñanza completamente verbal" 
(LACAN 1932, 270, n.58)11. La comparación con el anélido la realiza Lacan un año antes (1931) en su 
trabajo “Estructura de las psicosis paranoicas”. Aquí plantea que, en los delirios de interpretación, “el punto 
esencial de la estructura delirante nos parece ser el siguiente: la interpretación está hecha con una serie de 
datos primarios casi intuitivos, casi obsesivos, que no ordena en un nivel primario, ni por selección ni por 
agrupamiento, ninguna organización razonante. Se ha podido decir que se trata de `un anélido, no de un 
vertebrado'"(LACAN 1931, 10). Esta oposición anélido-vertebrado –que retomaremos luego- nos indica que 
la tomó de la enseñanza oral de Clérambault, agregando que esos datos inmediatos son organizados luego 
por la facultad dialéctica –es decir, el razonamiento-, aunque no sin esfuerzo, siendo más bien arrastrada en 
la construcción, la cual más que construirlo lo sufre, con su dimensión de “absurdo”. El acento puesto tanto 
por Clérambault como por Lacan en esta época sobre el carácter “absurdo” es un modo de señalar el vacío 
de la significación. 
El ejemplo del anélido no se encuentra en la obra escrita del psiquiatra francés, parece ser que se trataba 
del modo en que intentaba explicar a sus alumnos las características de ciertas ideas delirantes primarias e 
intuitivas –no razonadas- que se le imponen al enfermo. Según Lacan el paciente experimenta muchas 
veces la imposibilidad de sostener sus ideas delirante sin embargo esto no reduce su “convicción personal” 
y no puede “apartarse de los hechos elementales” (ibíd., 11). Se encuentra aquí la paradoja que padece el 
sujeto: no puede sostener fundadamente la idea delirante, sin embargo la certeza –que aquí llama 
“convicción personal”- no por ello es menor. Aquí se ve la relación entre el vacío de la significación y la 
certeza, algo que años después Lacan llamaría significación de significación: significa que significa, aunque 
no se sepa qué, eso quiere decir algo que concierne al sujeto. Más allá de pueda sumarse luego una cierta 
“construcción justificativa” con un mínimo de racionalización, “es la base interpretativa lo que el examen 
debe sacar al desnudo y lo que fundamentará el diagnóstico” (ibíd., 11) para Lacan. 
Encontramos en esta concepción del `31 y su comparación con el anélido algo que está en la línea que 
llevaba a Clérambault a la teoría del deliro auto-constructivo y las personalidades primera y segunda. Tal 
como hemos citado, en el ‘32 Lacan la cuestiona con el ejemplo de la planta, que considera más adecuado. 
Lejos de ser un ejemplo casual o contingente, constituye un primer modelo a través del cual Lacan busca 
dar cuenta de una estructura, ya que esta referencia no es aislada sino que aparece en otros momentos de 
su tesis12. Dicho modelo en su versión del Seminario 3 consiste en lo siguiente: el modo en que se imbrican 
e insertan las nervaduras de una hoja reproduce una estructura análoga a la de las formas que componen la 
 
11 Hay diversos comentarios sobre los problemas evocados en estos párrafos. Ver: E. Laurent, “Trois enigmes: le sens, 
la signification, la joissance”, en La Cause freudianne N° 23 “L´enigme & La psychose, Navarin-Seuil, París, 1993.; J. A. 
Miller, Coloquio de la Sección Clínica de Buenos Aires, 1995, inédito; D. Arnoux, "La ruptura entre Jacques Lacan y G. 
G. Clérambault", Litoral Nro. 16, Edelp, Córdoba, 1994; E. Roudinesco, La bataille de cents ans. Histoire de la psycha-
nalyse en France, T. 2, cap. IV "Jacques Lacan: roman de jeunesse", Seuil, París, 1986; M. Girard, "G. G. de Clé-
rambault: morceaux choisis pour un parcours historique", en A.A.V.V., Clérambault maitre de Lacan, Les empecheaurs 
de penser en rond, Paris, 1993. 
12 En el año ‘32 la estructura que Lacan busca delimitar la encuentra en los modelos de la botánica, tal como lo pone de 
relieve el siguiente fragmento de su Tesis: "Es el problema de la jerarquía de los caracteres, a saber: decidir cuál es el 
carácter determinante para la estructura, distinguiéndolo de los que no corresponden más quea una variación sin 
repercusiones sobre el conjunto. Pero, más aún, es el problema de la identificación del carácter: en efecto, lo que en un 
principio se toma por una identidad de carácter puede no ser más que una homología formal entre aspectos vecinos que 
traducen una estructura del todo diferente: tales son en botánica, los radios de las flores compuestas, que pueden 
representar, según los casos, los pétalos de la flor simple o sus hojas de envoltura. Un mismo carácter estructural, por el 
contrario, puede presentarse -y ahí está, para demostrarlo, todo el estudio de la morfología- bajo aspectos diferentes" 
(LACAN 1932, 47). 
 5 
totalidad de la planta. Del mismo modo la composición del delirio y el fenómeno elemental mostrarían 
estructuras análogas,"la misma fuerza estructurante"(LACAN 1955-56, 33). 
Las propiedades de los anélidos no permiten transmitir adecuadamente la idea de estructura que intenta 
introducir Lacan. Estos son animales blandos de simetría bilateral, desprovistos de miembros articulados, y 
cuyo cuerpo está formado de anillos semejantes unidos unos a otros. Se llega a afirmar que cada anillo es 
un individuo pues posee todos los órganos necesarios para su existencia. Salvo los anillos extremos, los 
demás son todos semejantes, por eso si se corta cada parte sigue viviendo. En todo caso este ejemplo 
servía, por su oposición a los vertebrados, para diferenciar la dimensión automática del delirio del 
pensamiento explicativo que se estimaba sano y le era sobreañadido. El cuerpo de un vertebrado sería 
análogo a un pensamiento bien organizado, compuesto de elementos diferenciados, jerarquizados y 
solidarios; mientras que el anélido serviría para ejemplificar la sumatoria de elementos repetitivos, 
autónomos y no organizados acorde a una jerarquía, propios del delirio automático. 
Diferente es el modelo de la planta, ya que nos acerca mejor a la estructura. La hoja de una planta está 
compuesta por el pecíolo y el limbo. En el primero encontramos la misma estructura que en el tallo, en 
especial en los haces liberoleñosos. Esta estructura continúa luego en las nervaduras de la hoja; es decir 
que ellas, en su disposición, constituyen una ramificación de dichos haces. Podemos seguirlos en su 
estructura desde la raíz hasta las nervaduras de las hojas, y siguiendo la configuración de las mismas, dar 
cuenta de la estructura de la planta en cuestión. 
Encontramos así que no hay una relación parte a todo, ni una sumatoria de elementos análogos, sino una 
configuración compleja donde la misma estructura está presente, de diversos modos y en distintos niveles, 
en cualquiera de los componentes de la planta; aún el fragmento más pequeño de su hoja es un índice de 
su estructura. El elemento no es la parte de un todo, sino que en él se resume la estructura misma. 
 
La expansión gnómica 
J.-A. Miller propuso, para pensar la relación entre el fenómeno elemental y el delirio, el modelo geométrico 
del gnomon griego (MILLER 1995, 84). ¿Qué es un gnomon? Esta pregunta ha tenido respuestas 
diferentes. Es una palabra a la que algunos le atribuyen un origen babilónico y que servía para designar una 
varilla vertical cuya sombra marcaba la hora. Luego, en la época de Pitágoras, se denominaba así a una 
escuadra de carpintero. A partir de Euclides, significó lo que quedaba de un paralelogramo una vez que se 
recortaba uno más pequeño de una de sus esquinas, siempre que éste fuera semejante al primero: 
 
 
Esquema 1 
 
Finalmente, Herón de Alejandría pasó a dar lo que sería su definición más canónica: “Un gnomon es 
cualquier figura que añadida a una figura original, produce una figura semejante a la original”13. Los 
ejemplos más simples son los del cuadrado, el rectángulo o el triángulo: 
 
 
Esquema 2 
 
El gnomon es la parte sombreada que se agrega a la figura inicial para crear otra más grande pero que 
mantiene las mismas proporciones que la primera. Vemos fácilmente que puede realizarse de este modo 
una expansión secuencial en donde el crecimiento gnómico mantiene y reproduce la misma estructura, 
representada –por ejemplo- por las proporciones de las figuras y las características de sus ángulos. El 
esquema propuesto por Miller destaca la función de la prolongación de la diagonal de un cuadrado como 
determinante de la expansión gnómica del mismo: 
 
 
13 Citado por Robert Lawlor en Geometría Sagrada, Del Prado, Madrid, 1993. 
 6 
 
Esquema 3 
 
Se puede notar que esta forma de crecimiento corresponde también a ciertos modos de crecimiento 
presentes en la naturaleza -por ejemplo la concha de algunos moluscos- que siguen una espiral logarítmica: 
 
 
Esquema de M. Ghyka 1979, 132 
 
Esquema 4 
 
En todos estos esquemas se capta que en el elemento más pequeño y en la figura más amplia está 
presente la misma estructura. Podríamos decir que se reconoce la estructura geométrica del cuadrado aún 
en el cuadrado más pequeño. 
Esta misma lógica sirvió a los matemáticos griegos para dar cuenta de ciertas relaciones de los números. 
Por ejemplo las series de los números que llamaron triangulares (1, 3, 6, 10, 51...), los cuadrangulares (1, 4, 
9, 16...), pentagonales (1, 5, 12, 22, 35...), etc.; las cuales pueden graficarse mostrando el crecimiento 
gnómico de la serie: 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 7 
Esquema de M. Ghyka 1978, 39 
 
Esquema 5 
 
Podemos encontrar en estos últimos esquemas algo que nos recuerda la caracterización que Clérambault 
hace de los delirios de interpretación: su expansión “en red”, a diferencia de los pasionales (“en sector”) que 
se nuclean en torno a su célula inicial (“el postulado”) sin un crecimiento irradiante. En el polo ya no de las 
paranoias sino de las psicosis alucinatorias crónicas podemos reconocer casos en los que aparece algún 
fenómeno elemental coagulado durante mucho tiempo u otros en donde los automatismos comienzan a 
desplegarse e incrementarse gnómicamente, pasando del pequeño al gran automatismo. De todos modos, 
en ambos casos reconocemos la estructura psicótica –con o sin gnomon, podríamos decir-, en expansión o 
en su célula inicial; ahí estamos en un terreno que varía de una forma de psicosis a otra, de un sujeto 
psicótico a otro, e incluso de un momento a otro en un mismo sujeto. Pero, insistimos sobre este punto, con 
o sin expansión gnómica se reconoce la misma estructura. 
Finalmente podemos retomar la diferencia entre el modelo del anélido y el del gnomon. Mientras que el 
anélido –volvamos al ejemplo de la lombriz- crece por adición lineal de elementos exactamente iguales, el 
crecimiento gnómico reproduce –a escala diferente- una misma estructura y que, a su vez, incluye sus 
formas iniciales en una trama más compleja, constituyendo un verdadero “reticulado”, algo que empuja (“la 
misma fuerza estructurante”) y se repite a distintos niveles. La estructura de la planta le permite entonces a 
Lacan mostrar que un mismo carácter estructural puede presentarse bajo aspectos diferentes (LACAN 
1932, 47), mientras que el anélido lo hace siempre bajo el mismo. 
 
 8 
La nervadura del significante 
La estructura de la psicosis está determinada por la forclusión del nombre del padre, lo cual se verifica por la 
irrupción del significante en lo real y sus consecuencias en el plano de la significación y del goce. Este modo 
de “retorno” es la “nervadura” de la “planta” que constituye la psicosis, es el “detalle” que nos permite 
reconocer su estructura y pensar sus expansiones gnómicas. La estructura -como venimos sosteniendo- no 
subyace al fenómeno sino que él mismo es la presentación de la estructura. Los fenómenos de la psicosis 
pueden ser muy diferentes y, de hecho, pueden realizarse diversas distinciones –no es lo mismo una 
alucinación, un pequeño automatismo y un delirio ampliamente desplegado-; sin embargo tenemos que 
poder distinguir la “nervadura del significante” -como dice Lacan en un pasaje de su Seminario 3 (LACAN 
1955-56, 284)- que los define: la presenciadel significante que no se encadena, lo que Lacan llama también 
“cadena rota”, y que se impone en lo real. Este “detalle”, si está bien extraído en un caso clínico, permite 
realizar el diagnóstico diferencial entre neurosis y psicosis. Tomemos como paradigma el análisis de la 
alucinación “marrana”. No basta que sea una alucinación para afirmar que se trata de una psicosis -
sabemos que hay alucinaciones neuróticas-, hay que poner a prueba su estructura. 
Lacan ubica como condición para el diagnóstico de psicosis la presencia de trastornos del lenguaje: 
“Rehusé dar un diagnóstico de psicosis por una razón decisiva: no había ninguno de los trastornos que son 
objeto de estudio este año, que son trastornos del orden del lenguaje. Antes de hacer el diagnóstico de 
psicosis debemos exigir la presencia de estos trastornos” (ibíd., 133). Aquí tenemos otro ejemplo de la 
relación del diagnóstico con el detalle. Se trataba del caso de una paciente –en una presentación de 
enfermos- que sostenía una reivindicación aparentemente injustificada. Se podría decir que “parecía” un 
delirio reivindicativo, pero ante la ausencia de los “detalles” de la estructura psicótica -los trastornos del 
lenguaje- Lacan rechaza el diagnóstico de psicosis. Cuando nos referimos a los trastornos del lenguaje en 
la psicosis podemos concebirlos en un sentido amplio, incluyendo además de los neologismos, intuiciones y 
estribillos las distintas formas en que procede la interpretación delirante. Esto ya era señalado por Lacan en 
el año 45 -aunque no contara aún con su teoría del significante- en su texto “Acerca de la causalidad 
psíquica” cuando afirma la necesidad de estudiar “las significaciones de la locura, como nos invitan a 
hacerlo los modos originales que muestra el lenguaje, esas alusiones verbales, esas relaciones cabalísticas, 
esos juegos de homonimia, esos retruécanos que han cautivado el examen de un Guiraud, y diré ese 
acento de singularidad cuya resonancia necesitamos oír en una palabra para detectar el delirio, esa 
transfiguración del término en la intención inefable, esa fijación de la idea en el semantema (que tiende aquí 
a degradarse en signo), esos híbridos del vocabulario, ese cáncer verbal del neologismo, ese naufragio de 
la sintaxis, esa duplicidad de la enunciación, pero también esa coherencia que equivale a una lógica, esa 
característica que marca, desde la unidad de un estilo hasta las estereotipias, cada forma de delirio, todo 
aquello por lo cual el alienado se comunica con nosotros a través del habla o de la pluma”(LACAN 1945, 
158). 
 
P. Guiraud y las formas verbales de la interpretación delirante 
Paul Guiraud, un psiquiatra mecanicista y organicista como Clérambault, ha sabido captar la estructura en 
juego en las interpretaciones delirantes. En 1922, en su trabajo “Las formas verbales de la interpretación 
delirante”, sitúa muy bien algunos detalles que caracterizan las interpretaciones delirantes. Establece una 
semiología que aísla, con mucha precisión, los trastornos del lenguaje que sostienen el crecimiento de 
algunos delirios. Distingue así: 
1. Las alusiones verbales: en este caso se trata de los pacientes que poseen la convicción de que sus 
enemigos o su entorno buscan darle a entender ciertas cosas por objetos o palabras con doble sentido (Un 
paciente celoso al recibir una carta tachada (tachée) dice “que la tachadura ha sido hecha a propósito para 
indicarle que su honor ha sido mancillado (taché)”). 
2. Las relaciones cabalísticas: aquí el enfermo utiliza las cifras para encontrar relaciones inesperadas (Así 
un paciente encuentra que su psiquiatra y su madre están relacionados porque sus dos nombres están 
simbolizados por el número 86, mediante un oscuro cálculo realizado a partir de un valor que le adjudica a 
las letras). 
3. Las homonimias: se trata de la aproximación o asimilación de dos o varias personas a partir de la 
identidad de sus nombres o apellidos (Un paciente fusiona el nombre de su principal perseguidor -Lacombe- 
con una multitud de otros Lacombe: un vendedor de vino, otro que es comerciante, un propietario en 
Toulouse, etc.). 
4. El razonamiento por juego de palabras: es una de las formas más comunes, para Guiraud, que sostiene 
la extensión del delirio; consiste en establecer un lazo entre dos ideas a partir de la similitud de dos 
palabras, tomando a partir de ahí un valor de prueba ( Un paciente afirma que el Sr. Dide le ha prometido 
que lo dejará salir del Hospital y él sabe que lo va a cumplir porque Di-de es la inversión de dé-dit 
(desdecirse), entonces debe ser un hombre que no se desdice, que no retrocede ante lo dicho). 
En esta semiología establecida por Guiraud se pone de manifiesto su modo de captar en los detalles 
clínicos la “nervadura del significante” que recorre a estas interpretaciones delirantes. Destaca también que 
las interpretaciones pueden o no tomar cierta justificación lógica. En este último caso se revela que la 
interpretación no opera un verdadero razonamiento, por el contrario “ellas merecen el nombre de 
 9 
interpretación solamente porque los entonces, los por consecuencia y otras proposiciones de relación lógica 
son conservadas, lo que da al lenguaje una máscara silogística. Pero detrás de esa máscara no hay ni 
crítica, ni ensayo de agrupamiento sistemático; las relaciones de ideas se hacen de entrada con la certeza 
de evidencia. Esta certeza ha sido elaborada en la profundidad del inconsciente afectivo y sale de manera 
absoluta, la función lógica está reducida a un residuo: el hábito de expresar nuestros pensamientos bajo 
forma de razonamiento” (GUIRAUD, 55). Vemos entonces que, para Guiraud, estas interpretaciones 
delirantes no son una superestructura psicológica ni un auténtico razonamiento sino una manifestación de la 
estructura misma. La certeza y la absolutización son su modo de señalar el carácter de un significante solo 
que irrumpe y se impone de manera indialectizable. Su manera de señalar que son significantes que 
retornan en lo real es cuando atribuye su irrupción a lo que denomina “la profundidad del inconsciente 
afectivo” (es como llama a esa heterogeneidad radical) y cuando afirma que “sale de manera absoluta” (algo 
que no se encadena con otra cosa, que no se “relativiza” en relación con otras “ideas”). 
Vemos que, aunque no tenga una teoría del significante que le brinde una adecuada conceptualización de 
los fenómenos, la agudeza de su detallismo clínico le permite acercarse a un análisis de la estructura. Lo 
mismo ocurre cuando se aproxima a lo que hemos señalado con relación a la ideación neoplásica de 
Clérambault: “estos delirios crónicos se desarrollan como verdaderos neoplasmas psicológicos. Al igual que 
los tumores malignos tienen leyes citológicas especiales, diferentes de las de los tejidos normales vecinos, 
de la misma manera los elementos del tema delirante se organizan siguiendo leyes totalmente diferentes de 
la psicología normal... su agrupamiento se efectúa siguiendo un automatismo exaltado...rompen los cuadros 
intelectuales para aparecer desnudos en la conciencia o revestidos solamente de girones silogísticos” (ibíd., 
55). También Guiraud señaló cómo el empleo particular de una palabra perteneciente a la lengua corriente 
puede constituir un neologismo psicótico sin que sea necesario que se trate de la creación de una palabra 
nueva. Vemos entonces cómo la lista establecida por Lacan en el ‘45 retoma los trabajos de Guiraud en una 
brillante síntesis. Lo que denomina en esta época “intención inefable” y “fijación de la idea en el semantema 
que tiende a degradarse en signo” indica los polos del vacío enigmático de la significación y la plenitud de 
sentido de la intuición delirante como serán trabajados a partir del Seminario 3 y retomados en “De una 
cuestión preliminar...” como significación de significación dentro de los fenómenos de código. 
 
Detalle y diagnóstico diferencial 
Ahora bien, podemos retomar la pregunta acerca de qué diferencia la estructura psicóticade la neurótica, si 
en ambas se trata de algo que concierne a la estructura del lenguaje. No es casual que Lacan retome su 
ejemplo de la planta en su escrito “La dirección de la cura”, pero esta vez para dar cuenta de la “planta 
histérica”: “Lo que encontramos aquí no tiene nada de microscópico, como tampoco se necesitaban 
instrumentos especiales para reconocer que la hoja tiene los rasgos de estructura de la planta de la que ha 
sido cortada. Incluso quien no hubiese visto nunca una planta sino despojada de hojas, se daría cuenta en 
seguida de que una hoja es más verosímilmente parte de la planta que un pedazo de piel”, y agrega luego: 
“El deseo del sueño de la histérica, pero también cualquier nadería en su lugar en este texto de Freud, 
resume lo que todo el libro explica en cuanto a los mecanismos llamados inconscientes, condensación, 
desplazamiento, etc..., atestiguando su estructura común”14 (LACAN 1958b, 601) Si bien en ambos casos –
neurosis y psicosis- se trata de la estructura del lenguaje, las “nervaduras del significante” son distintas. La 
“planta neurótica” se rige por el retorno de lo reprimido en lo simbólico, es éste el factor dinámico de su 
estructura, la insistencia que rige el crecimiento gnómico de sus formaciones sintomáticas. Su retorno es in 
loco (en el mismo lugar) en la cadena significante; mientras que en la psicosis es in altero (en otro lugar), en 
lo real15. 
Secundariamente podremos distinguir, en la psicosis, los modos en que el sujeto –según las posibilidades 
que le brinda la estructura- hace un tratamiento de los fenómenos que lo habitan, también diferenciar 
momentos en la diacronía de una psicosis, diferenciar los polos esquizofrénicos o paranoicos, etc.; pero 
resulta esencial aislar la lógica sincrónica que define una estructura subjetiva. 
Este par opositivo: in loco, in altero; o retorno en lo simbólico, o retorno en lo real; puede formalizarse 
también como: significante solo en lo real, no encadenado, o significante en cadena, el par S1-->S2. Esto no 
quiere decir que la estructura psicótica no pueda intentar reinstaurar una articulación significante S1-→S2; 
muy por el contrario, eso es lo que Lacan llamó “metáfora delirante” que viene a suplir la ausencia del punto 
de capitón del nombre del padre. En la Cuestión preliminar lo define así: “Es la falta del Nombre-del-Padre 
 
14 Esta referencia ha sido destacada por J. -A. Miller durante el Coloquio de la Sección Clínica: cf. MILLER 1995. 
15 La oposición in loco, in altero se encuentra en el Seminario 3. Allí señala que: “En el caso de las neurosis, lo 
reprimido aparece in loco, ahí donde fue reprimido, vale decir en el elemento mismo de los símbolos, en tanto el hombre 
se integra a él... Reaparece in loco bajo una máscara. Lo reprimido en la psicosis, si sabemos leer a Freud, reaparece 
en otro lugar, in altero, en lo imaginario...” (LACAN 1955-56, 153). Si bien este lugar de retorno in altero es aquí 
adjudicado a lo imaginario debido al modo en que ubica en el esquema L, por ejemplo, la alucinación “marrana” en este 
seminario (ver cap. IV “Vengo del fiambrero”), y a que en el fragmento citado se encuentra comentando la problemática 
del narcisismo en Freud, consideramos que no resulta forzado pensar que este in altero va a designar finalmente el 
retorno en lo real. La diferencia entre el retorno en lo simbólico y el retorno en lo real ha sido desarrollada por Fabián 
Schejtman en De La Negación al Seminario 3, en este volumen. 
 10 
en ese lugar (el del Otro) la que, por el agujero que abre en el significado, inicia la cascada de los retoques 
del significante de donde procede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que se alcance el nivel en 
que significante y significado se estabilizan en la metáfora delirante” (LACAN 1958a, 559). En este párrafo 
vemos cómo Lacan sitúa las coordenadas estructurales que van desde el desencadenamiento de la psicosis 
hasta su posible estabilización en la metáfora delirante, como un intento de reanudamiento entre el 
significante y el significado. De todos modos podemos destacar el valor de la palabra “alcance” ya que 
indica que no necesariamente se alcanza dicha estabilización; es decir que no cualquier delirio logra 
producir esa solución que suple el punto de capitón ausente. En todo caso esa es la salida schreberiana y 
marca un recorrido posible del delirio y de la posición del sujeto, no obstante es posible también pensar 
otras formas de estabilización. 
Es importante entonces distinguir las intuiciones e interpretaciones delirantes que operan en tanto retorno 
en lo real como S1 y la metáfora delirante como tratamiento de ese S1 a través de la elaboración de saber 
del delirio como metáfora (S2), que estabiliza las significaciones e introduce una fijación y localización del 
goce. Esta metáfora delirante no se confunde con la metáfora paterna. Tal como señaló Roberto Mazzuca 
(MAZZUCA, SCHEJTMAN y ZLOTNIK 1999, 105), poniendo de relieve una referencia de Lacan, constituye 
un “orden de hierro” que contrasta, en su fijeza, con la movilidad y dialecticidad de la significación fálica 
producida por la metáfora paterna. 
A su vez, puede reconocerse en la entrevista con el paciente que lo que causa ese intento de elaboración 
de saber es el retorno en lo real del S1. Es debido a ello que Lacan seguía, para sus presentaciones de 
enfermos, la perspectiva introducida por el psiquiatra alemán M. Westertep: “interesarse –decía Lacan en su 
tesis- en las experiencias iniciales que determinaron el delirio. El observador verá entonces que esas 
experiencias presentaron siempre, al principio, un carácter enigmático. El enfermo percibe que algo, en los 
acontecimientos le concierne a él, pero no entiende qué cosa es” (LACAN 1932, 133). Se trataba de buscar 
las experiencias enigmáticas y de significación personal que estaban en el origen del delirio. Es una buena 
indicación para no perderse de entrada en lo frondoso del delirio y aislar los fenómenos elementales más 
iniciales y mínimos; nuevamente se trata aquí de una clínica del pequeño detalle. 
El valor de esta indicación radica en que si se toma un delirio en su conjunto el riesgo es terminar haciendo 
un análisis de contenido. Desde el psicoanálisis no podemos afirmar que una idea o un sistema de ideas, 
por más bizarro que sea, constituye un delirio psicótico. Eso sería, nuevamente, dejarnos llevar por una 
clínica descriptiva y estandarizada. Sería partir del criterio de que hay ideas aceptables y otras que no lo 
son. A su vez estamos advertidos de que todos podemos ser un poco delirantes, todos podemos tener 
nuestras pequeñas bizarrerías. No es por el contenido que se distingue un delirio psicótico. Nuevamente: es 
por su estructura y por el modo en que el sujeto queda situado en ella. Porque pueden reconocerse los S1 
que en su iterativo retorno en lo real mueven su crecimiento gnómico, por la falta de dialecticidad, por la 
significación que también irrumpe intuitivamente en lo real, por su certeza y su orden de hierro cuando la 
elaboración delirante constituye un S2 que intenta reinstaurar una cadena. Porque se reconoce la 
experiencia enigmática y la significación personal que está en su inicio. Porque la metonimia de la falta 
forclusiva16 recorre, a veces como un hilo muy sutil, las formaciones de la estructura psicótica, 
diferenciándose de la metonimia del deseo del neurótico. En síntesis, si seguimos esta lógica podemos 
sostener que se trata de un delirio psicótico aunque su contenido no tenga nada “raro” ni extravagante, y 
descartar la psicosis aunque se trate de una idea “delirante”, inverosímil o injustificada, como señalamos en 
relación con una presentación de enfermos de Lacan. 
Finalmente podemos agregar que el valor diagnóstico de los fenómenos elementales no se reduce al 
momento del desencadenamiento o del despliegue posterior de la psicosis clínica. También antes del 
desencadenamiento se puede verificar la presencia de fenómenos muy sutiles, que a vecessuelen pasar 
casi desapercibidos. ¿Cuál es la diferencia entonces entre estos fenómenos antes y después del 
desencadenamiento? E. Laurent brinda una indicación muy precisa para pensar este problema, señala que 
“los desencadenamientos no se hacen nunca en un cielo sereno. No solo están todos los fenómenos 
elementales precedentes, sino también debe ser posible mostrar cómo todos están en relación con el 
desencadenamiento [...]. Durante un desencadenamiento los fenómenos elementales forman una serie 
convergente, son bruscamente recuperados todos a la vez, forman uno; son arrancados y releídos en un 
sentido completamente nuevo, que introduce una discontinuidad fundamental” (A.A.V.V. 1999b, 374). 
Podemos hacernos una idea de lo que es una serie convergente a través de un ejemplo sencillo. Tomemos 
la serie: 1 + 1/2 + 1/4 + 1/8 + 1/16 + 1/32 + ..... 
Se puede observar que la suma de estos primeros cinco números es 1,9375. Si se siguen agregando 
números a la serie ( 1/64, 1/128, etc.), hasta diez números la suma es 1,99980..., y si seguimos hasta 15 
números la suma es 1,999781... Se comprueba entonces que la serie tiende a “cerrarse” y los números 
 
16 El concepto de “falta forclusiva” es introducido por J. A. Miller en Los inclasificables...: “En la neurosis entendemos el 
deseo como metonimia de la falta en ser ¿Qué ocurre en la psicosis? ¿Qué es la metonimia de la falta forclusiva? ¿Le 
conviene la palabra “deseo”? Tal vez más bien la de “desierto”. El desierto sería la metonimia de la falta forclusiva. En 
todos los casos se querría un término distinto para indicar lo que constituye nuestra investigación, a saber, acechar y 
pensar los signos a veces ínfimos de la forclusión” (A.A.V.V. 199b, 414). 
 11 
podrán aumentar pero nunca podrán superar y alcanzar el número 2, que se llama su “límite”, se dice 
entonces que la serie infinita tiende al límite 2. Debido a este modo en que tiende a cerrarse y en su modo 
de fijar un ”límite” es que la serie es “convergente”. Se puede observar que entre la serie y el límite hay 
siempre una discontinuidad, una hiancia; es con este modelo que E. Laurent propone pensar la 
discontinuidad que introduce el desencadenamiento de la psicosis, como si introdujera un “salto” al límite, a 
partir del cual los fenómenos elementales cobran un nuevo sentido. Es más: muchas veces es recién a 
posteriori -después del desencadenamiento- que puede captarse más claramente que constituían una serie, 
es en el momento en que se aísla el “límite” que se ordena -o incluso podríamos decir “se constituye”- la 
serie como tal. 
Si seguimos esta perspectiva se podría establecer un estudio de las distintas modalidades e incidencias en 
que se presentan los fenómenos elementales en la diacronía de la psicosis: antes del desencadenamiento, 
en el desencadenamiento mismo, durante el despliegue gnómico de la interpretación delirante, en la 
estabilización, etc. Se podría así reconocer a su vez el patrón estructural que recorre esta diacronía y 
distinguir las diferencias clínicas y los valores que va tomando en cada momento concreto, al mismo tiempo 
que su importancia para el diagnóstico y el tratamiento de la psicosis. 
Para concluir podemos afirmar que una clínica del detalle está atenta a las nervaduras del significante, a sus 
implicancias en el plano de la significación y el goce, como así también a la posición subjetiva determinada 
por éste. Desconfiando de las descripciones del comportamiento, del sentido común y de las posibilidades 
de la comprensión, busca la orientación clínica en la lógica que despliega cada estructura subjetiva. 
“Acariciad los detalles” decía a sus alumnos el escritor ruso Vladimir Nabokov en los cursos que dictaba 
sobre historia de la literatura. Hemos intentado demostrar el valor y el alcance de esta premisa en nuestro 
campo: “Acariciad los detalles, allí encontraréis la estructura”. 
 
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