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150 Q Demencia precoz, o el grupo de las esquizofrenias Kraepelin Las psicosis irreversibles (Demencia precoz) Presentación por Paul Bercherie Capítulo I. “El cuadro general de la enfermedad” y capítulo IV “Diagnóstico diferencial”, por Emil Kraepelin. Notas aclaratorias —Ésta es una traducción de la revista Analytica-Cahiers du recherche du Champ freudien Nº 49. —Los capítulos de Kraepelin son una traducción del alemán al francés, luego hemos realizado la traducción del francés al castellano. —Con números se encontrarán notas que figuraban en la misma edición francesa. —Con letras se encontrarán notas de nuestra propia traducción, al terminar la ficha. Presentación Éste es un debate clínico capital que nos resti- tuye esta nueva serie de Analytica1 consagrado a los grandes conceptos de la clínica psiquiátrica clá- sica en el campo de las psicosis. Este debate opuso en los primeros años del siglo XX, a las dos gran- des escuelas que fundaron la clínica: la escuela fran- cesa y la alemana, desembocando en una simple coordinación de la nosología alemana con el efí- mero concepto kraepeliniano de parafrenia y en una verdadera síntesis en la clínica francesa. La gran guerra interrumpió luego, de manera duradera, el diálogo de ambas escuelas, en tanto que la propagación universal de las concepciones alemanas, facilitada por la difusión del pensamiento freudiano, que en parte los vehiculizaban2, iban 1. Esta serie abarcará otros dos volúmenes: los Edificios del deli- rio y la Invención del autismo. Cf. los números anteriormente consagrados a las parafrenias (Nº 19, 1980) y a los Clásicos de la paranoia (Nº 30, 1982); se encontrará allí una presentación más detallada de la evolución histórica de los conceptos clíni- cos que aquí nos motivan. Cf. también mis Fundamentos de la clínica. Historia y estructura del saber psiquiátrico, Navarin, 1980; que constituyen el telón de fondo del conjunto de este programa de reimpresiones. 2. Esto, en tanto que por varios aspectos, las concepciones fran- cesas hubiesen podido convenirle más a Freud, si las hubiera conocido. Cf. P. Bercherie: “Constitución de concepto freudia- no de la psicosis”, en Quarto, Nº 4, 1982, pp. 25 a 34. a cerrar definitivamente un debate interrumpido sin duda demasiado pronto. Es probable, por otra parte, que no quedara gran cosa de todo esto, a pesar de la larga resistencia de la escuela france- sa, sin la insistencia de Jacques Lacan al referirse al último de los grandes nombres de la clínica fran- cesa, G. G. de Clérambault (cf. el siguiente volu- men Los edificios del delirio), y a su intervención crucial en este debate. Todo comienza, por lo tanto, con Kraepelin y la introducción, en la sexta edición (1899) de su tratado, del concepto de demencia precoz3 –la fu- tura esquizofrenia–. Este concepto capitaliza el es- fuerzo más específico de la escuela alemana, una de cuyas singularidades es el análisis clínico y psicopatológico de los estados terminales de las psicosis crónicas, la escuela francesa se centró más bien, sobre el llamado período de estado (cf. igualmente el siguiente volumen). Tal orientación, encuentra su fuente en el pen- samiento de W. Griesinger, el fundador de la es- cuela clínica alemana, y en su concepción de la locura como un gran ciclo (la “psicosis única”) 3. Este texto célebre, que por otra parte fue tan debatido en Francia, es aquí traducido y publicado por primera vez en francés. donde cada especie sindrómica representa una etapa en la desagregación progresiva del espíritu que constituye la enfermedad mental. Permanece- rá así por esta doctrina en la clínica alemana ulterior prekraepeliniana, el concepto de fases se- cundarias de terminación de las psicosis agudas (manía, melancolía, accesos [bouffées] (a) deliran- tes y confusionales), donde la tempestad emocio- nal de la entrada en la locura se ha atenuado, de- jando tras ella una personalidad deformada, débil o disociada. Ésta es la paranoia secundaria, donde la apatía y la desagregación subjetiva hacen entretan- to a un delirio “pálido, descolorido” (Kraepelin), preludio a la ineluctable demencia secundaria ter- minal [siguiendo] (b) concepciones de autores ale- manes de la segunda mitad del siglo XIX, en parti- cular Krafft-Ebing, el más influyente entre ellos. La herencia de Griesinger se invistió, por otra parte, en el pensamiento de un clínico ge- nial, tan oscuro y marginal como creativo, Kahlbaum, quien propone a partir de 1863 un bosquejo nosológico de gran originalidad del que procede la mayoría de los conceptos nosológicos kraepelinianos. Él intenta en efecto una diferen- ciación de las psicosis en función de su desarro- llo diacrónico (siguiendo el programa clínico y nosológico enunciado por J. P. Falret diez años antes, que tardará medio siglo para plasmarse en las dos escuelas clínicas), pero sobre todo por su terminación (influencia de Griesinger). De esta manera opone las formas cuya evolución cíclica es ineluctablemente desagregativa (modelo de la “psicosis única”: desarrollará así en particular la catatonia y la hebefrenia), aquéllas que evolucio- nan sin regla particular pero dejan en su decurso un psiquismo intacto (en particular la ciclotimia); y las formas estables cuya evolución cuantitativa del modo de inicio resume las capacidades diacrónicas (al modo de un delirio crónico primiti- vo no desagregativo que bautiza paranoia). Hasta Kraepelin, la clínica alemana perma- nece sin embargo débilmente estructurada, en tanto que la enseñanza demasiado compleja de Kahlbaum tenía poca audiencia. Las primeras edi- ciones del tratado de Kraepelin eran respecto a esto bastante poco originales. Sólo es a partir de la cuarta edición (1893) que aparece una clase de “procesos psíquicos degenerativos” , rebautizados “procesos demenciales” en la quin- ta (1896), donde Kraepelin reagrupa la hebefrenia y la catatonia de Kahlbaum, con una forma deli- rante particularmente florida e incoherente, rá- pidamente discordante (el delirio influye poco sobre el comportamiento del paciente y se acom- paña de una subexcitación y de una rica pro- ducción neológica) y desembocando bastante rápido en un debilitamiento psíquico disociativo por otra parte, poca profundo –la bautiza “de- mencia paranoide”. En contrapartida, los esta- dos “secundarios” desaparecen de la nueva cla- sificación, completamente absorbidos por la constitución del nuevo grupo. En la misma época (1896), Kraepelin divide la gran clase de los delirios crónicos sistematizados (paranoia) en formas no alucinatorias (“combina- torias” –los franceses dirán: “interpretativas”) y a- lucinatorias (paranoias fantásticas). En 1899, en su sexta edición, franquea el paso y decide re- agrupar “procesos demenciales” y “paranoias fan- tásticas” creando el cuadro único de la demen- cia precoz. Correlativamente el concepto de pa- ranoia encuentra su acepción moderna y no cu- bre más que los delirios crónicos no alucinato- rios (cf. Analytica Nº 30), en tanto que la locura maníaco-depresiva absorbe todas las formas no disociativas de psicosis agudas, que manifiestan luego en su decurso una restitución ad integrum de la personalidad anterior. Esta configuración nosológica va a dar la vuelta al mundo y quedar como base del trabajo del conjunto de los traba- jos clínicos y psicopatológicos (psicoanalíticos en particular) ulteriormente consagrados a las psicosis –salvo en Francia, veremos el porqué en el siguiente volumen. El concepto kraepeliniano de demencia pre- coz está constituido alrededor de la distinción en- tre, por una parte, un síndrome basal caracteriza- do por el doblegamientoafectivo, la indiferencia, la apatía, la ausencia de iniciativa voluntaria, la desorganización del pensamiento y de la psico- motricidad, y por otra parte de síntomas acceso- rios variados (depresión, excitación, ideas deliran- tes, alucinaciones, síndrome catatónico, etc.) que especifican las formas clínicas de la afección. El síndrome basal define esta “demencia” muy parti- cular que constituye la esencia de la afección (por oposición a las demencias verdaderamente or- gánicas, las funciones intelectuales de base-memo- ria, orientación, razonamiento –están en realidad in- tactas) y de la cual la emergencia y la dominación progresiva resumen de hecho la evolución de las diversas formas clínicas. Afecta esencialmente la es- fera afectiva y volitiva, corazón y soporte de la per- sonalidad, que ella, por lo tanto, desagrega. Todo el esfuerzo de Kraepelin conduce, de esta manera, a la posibilidad de un diagnóstico que anticipe sobre la evolución ineluctable de la demencia precoz, detec- tando los primeros signos del síndrome basal en medio de la masa de síntomas secundarios que ini- cialmente y con frecuencia lo enmascaran. Remarquemos que el análisis clínico propues- to por Kraepelin se aplica perfectamente al grupo inicial de 1893 –es finalmente lo que reconstitui- rán los clínicos franceses– pero que su extensión a las “paranoias fantásticas” (alias “segunda forma paranoide de la demencia precoz”) se asientan sobre dos argumentos más debatibles: —la semejanza de los estados terminales, lo mis- mo que la evolución de los delirios crónicos alucinatorios, se despliega con frecuencia du- rante décadas y no desemboca siempre en la “demencia vesánica” de los autores franceses; —la asimilación, sobre la base de un análisis psi- cológico, del delirio de influencia de las psico- sis alucinatorias, en la que los sujetos se quejan que se acciona sobre su pensamiento y su vo- luntad, con la disociación y los automatismos motores hebefrénico-catatónicos. Los clínicos franceses rechazarán estos dos argumentos, metodológicamente inaceptables des- de el punto de vista de los principios de una noso- logía clínica rigurosa, cualquiera que pudiera ser, por otra parte, su interés desde un punto de vista psicopatológico. Retengamos de todas maneras que el concepto de demencia precoz permanece hete- rogéneo en Kraepelin y que más allá de la genia- lidad que constituye su introducción (lo que nadie pondrá en duda) encubrirá un hiato que cada es- cuela se esforzará por colmar después, siguiendo su propio ingenio. Capítulo I Emil Kraepelin EL CUADRO GENERAL DE LA ENFERMEDAD Nos está permitido, por el momento, bajo el término de demencia precoz una serie de cuadros clínicos que tienen la particularidad común de culminar en estados de debilitamiento psíquico ca- racterísticos. Parece, sin embargo, que este peno- so término no es sistemático, pero su frecuencia es tan grande que estamos obligados, por ahora, a quedarnos con esta definición. De hecho, otros tér- minos, tales como la demenzia primitiva de los ita- lianos o la expresión dementia simplex preconiza- da por Rieger, quizá puedan ser más apropiados. Las observaciones clínicas y anatomopatoló- gicas reunidas hasta aquí, no permiten dudar de que se trata, por regla general, de lesiones cortica- les que, en el mejor de los casos, sólo son parcial- mente reversibles. Sin embargo, en el momento actual, es necesario continuar considerando con prudencia la idea según la cual la evolución de la enfermedad es la misma en todos los casos. Desde un punto de vista clínico, el manteni- miento de una distinción, en el interior de la demencia precoz, entre tres grupos principales, se concibe perfectamente, en tanto que existen entre estos grupos numerosas formas de pasajes que hace que no haya una verdadera discontinuidad. Designa- remos estas diferentes formas con los términos de hebefrenia, catatonia y demencia paranoide. La primera se confunde de hecho con la entidad que he descripto hasta aquí con el nombre de de- mencia precoz, la segunda con la catatonia de Kahl- baum, mientras que la tercera comprende no sólo la clásica demencia paranoide, sino también los cuadros clínicos, ligados antes a la paranoia, pero que evolucionan rápidamente hacia un profundo debilitamiento psíquico. Todo el campo de la demencia precoz recubre, en realidad, las entida- des mórbidas que se describían en otras oportuni- dades bajo el nombre de “procesos demenciales”; insisto mucho para modificar esta denominación puesto que la parálisis general, la demencia senil y otras evoluciones mórbidas podían ser consideradas como perteneciendo a estos “procesos demenciales”. Hay una diversidad muy grande en los estados clínicos observables en el cuadro de la demencia precoz, si bien una observación superficial corre el riesgo de desconocer el parentesco que las liga. En todos los casos encontramos sin embargo trastornos fundamentales bien específicos, que pueden ser no muy marcados y que son en gene- ral más nítidos en el final de la evolución, cuando las modificaciones durables y características de la vida psíquica engendradas por la demencia pre- coz no están más enmascaradas por los signos secundarios que acompañan a la enfermedad. TRASTORNOS PSICO-SENSORIALES En general, la aprehensión misma de las per- cepciones exteriores no está gravemente altera- da en la demencia precoz. Los enfermos com- prenden muy bien lo que pasa alrededor de ellos, frecuentemente mucho mejor de lo que su acti- tud podría dejar suponer. Es con asombro que uno ve enfermos totalmente atontados percibien- do con precisión toda clase de detalles de su entorno: dar el nombre de sus “compañeros de miseria”, señalar todos los cambios en la perma- nencia del médico. En consecuencia, su orienta- ción está casi siempre conservada. Por regla general, saben dónde se encuentran, reconocen las personas presentes, y pueden dar la fecha del día. Sólo en los estados de estupor y de angustia intensa, la orientación puede estar más nítidamente alterada, pero es necesario decir que estos enfermos conservan de una manera totalmente característica una perfecta conciencia, incluso du- rante el curso de un acceso de agitación intensa. Además, puede ocurrir que el sentido de la orienta- ción esté desordenado a causa de las ideas deliran- tes. En estos casos se equivocan, citan lugares que (se adjudican) han visitado, personas que (se atri- buyen) haber visto, falsas fechas, no porque sean incapaces de comprender o reflexionar, sino por- que las ideas delirantes son más poderosas que las señales otorgadas por la percepción. Evidentemen- te, no siempre es posible extraer indicaciones úti- les, ya que los enfermos sólo dan respecto a este tema datos falsos o incluso no dan ninguno. Los datos otorgados por los sentidos están con frecuencia gravemente perturbados en nuestros enfermos a causa de la aparición de falsas percep- ciones. Notablemente éstas jamás faltan durante los accesos agudos o subagudos sobrevenidos en el curso de la enfermedad. De tanto en tanto, ellas están ahí a todo lo largo de la enfermedad; más frecuentemente tienden a desaparecer progresiva- mente para sólo reaparecer de una manera remar- cada en ciertas fases de la evolución terminal. Las ilusiones auditivas son las más frecuentes, en se- guida vienen los falsos reconocimientos y las ilu- siones cenestésicas con sensaciones de corrientes internas, de contactos y de influencia. Estas ilusio- nes (¿o falsas percepciones?) tienen en general, al principio de la enfermedad, una tonalidad desagra- dable e inquietan mucho a los enfermos. Más tar- de, son percibidas de manera bien diferente, si se hace abstracciónde las fases de excitación inter- currentes. Algunos enfermos viven estas ilusiones como producciones artificiales, o una especie de puesta en escena que se desarrolla delante de ellos y de la que incluso ríen con gusto; otros no le prestan atención y no hablan de ellas más que seguramente de manera parsimoniosa, si uno los interroga con insistencia sobre el contenido de sus ilusiones. Lo más frecuente es que éstas no posean ningún sentido ni coherencia. Es así cómo un en- fermo, que era por otra parte enteramente sensato y razonable, escuchaba frases sin parar, como las que siguen, y que dan cuenta del poder que estas representaciones pueden ejercer (sobre el enfermo): “Porque siempre podemos esperar otros pensamien- tos que vengan a invadirnos, porque nosotros mis- mos queremos saber y querer lo que debería dejar torturar esta cabeza de cochino hasta la muerte. No, nosotros mismos no somos más tan bestias y no nos ocupamos más de estas cabezas, incluso si debemos dejarnos de impedir que nos cocinen. Porque nos volvemos entonces completamente lo- cos y nos dejamos hacer como boludos”. TRASTORNOS DE LA ATENCIÓN La consciencia del enfermo está, en muchos de los casos, perfectamente conservada. Sólo está trastornada en el curso de los estados de excita- ción o de estupor, al punto que, incluso en estos casos, esté tan poco alterada que no se la ve en una primera mirada. Por el contrario, la atención está habitual- mente perturbada durante estas fases. Incluso si se logra que uno pueda, por un pequeño instan- te, llamar la atención del enfermo, se observa tan sólo que presenta una gran distractibilidad que vuelve imposible su mantenimiento bajo esas circunstancias. Lo que les falta antes que nada a los enfermos en estos casos, es el interés, el anhelo o las motivaciones internas para dirigir su atención sobre los hechos del entorno. Incluso si percibe perfectamente lo que sucede a su alre- dedor, no se engancha, no busca aprehenderlo ni comprenderlo. En los estados de estupor pro- fundo o de estupidez avanzada, puede incluso tornarse completamente imposible despertar, de cualquier manera que sea, la atención del enfer- mo. A la inversa, se observa algunas veces, mien- tras que el estupor se esfuma, cierta curiosidad que surge en el enfermo; observa furtivamente lo que sucede en la habitación, sigue al médico de lejos, echa una mirada por las puertas entre- abiertas pero se da vuelta si se lo llama, mira para otra parte si uno quiere mostrarle algo. Pa- rece que aquí es el negativismo que frena la atención que acababa de despertarse. La memoria de los enfermos está relativamen- te poco trastornada. Son capaces a condición de desearlo, de entregar datos exactos y circunstan- ciales del pasado; muy frecuentemente saben bien con cierta aproximación, desde hace cuánto tiem- po están en el asilo. Los conocimientos que han adquirido en la escuela quedan a veces grabados en su memoria con una asombrosa tenacidad an- tes de que sobrevengan los estados de demencia (Blödsinn) avanzados. Es así como recuerdo a un joven granjero que tenía una expresión perfecta- mente estúpida, pero que era capaz de indicarme en el mapa cualquier pueblito, sin la menor hesi- tación; otro asombraba a todos por su cultura his- tórica; otros resolvían aún con facilidad difíciles ejercicios de cálculo. Del mismo modo, las capa- cidades de observación están frecuentemente bien conservadas. A pesar de todo, en el transcurso de las fases de estupor profundo, no es raro constatar que los enfermos sólo conservan un recuerdo muy vago de ciertos períodos de sus vidas; por otro lado, es habitualmente muy fácil obtener que los enfermos, incluso muy pasivos, retengan algunas cifras o ciertos nombres que son capaces, aún después de varios días o semanas, de recordarlos correctamente. En estos casos, desde ya, uno sólo obtiene frecuentemente al principio respuestas inexactas debido al negativismo, pero por las inte- rrogaciones insistentes se torna evidente que el enfermo registró muy bien la consigna pedida. El curso del pensamiento termina siempre, más o menos rápidamente, por estar alterado. Incluso si hacemos abstracción de la confusión que existe durante los accesos de agitación o de estupor –si bien en esos momentos es imposible hacerse una idea exacta de su vida interior– es una regla que cierta incoherencia del pensamiento se instale pro- gresivamente, como ya lo hemos señalado, en otra parte, detalladamente. En casos menos graves, esta incoherencia aparece simplemente bajo la forma de una gran distracción o de una gran versatilidad del pensamiento, la atención del enfermo se em- bota entonces rápidamente y retorna enseguida sin razón hacia cualquier parte; o aún por la intrusión de ciertos giros de frases inútiles o de pensamien- tos inadaptados; contrariamente, en los casos más graves, se desarrolla un profundo desorden del len- guaje con una pérdida completa de toda lógica in- terna y la formación de neologismos. Hay que ad- mitir aquí sin embargo que la marcha misma del pensamiento esté muy probablemente mucho me- nos afectada como para que no lo parezca, ya que los enfermos, si las circunstancias se prestan a ello, son capaces no sólo de una muy buena aprehen- sión sino aun de una elaboración de ella y de comportamientos quasi adaptados. Por otra par- te, encontramos casi siempre en el interior del pensamiento de los enfermos índices de estereo- tipia, fijaciones sobre ciertas representaciones que pueden además dominar todos los pensamientos de los enfermos al punto que los mismos pobres giros reaparecen frecuentemente durante sema- nas e Incluso meses. La constatación de un gusto pronunciado por las rimas, la asociación de pala- bras por asonancias absurdas, el juego de pala- bras groseras, es igualmente frecuente. Más tarde las capacidades del juicio quedan, sin excepción, gravemente perturbadas. En tanto que se trata de utilizar vías convencionales, toma- das por la experiencia, se muestran cómodos, pero si deben elaborar mentalmente nuevas experiencias, quedan totalmente desfallecientes. Así, ya no comprenden más muy bien lo que se desarrolla a su alrededor, ni se inquietan por la situación en curso ni reflexionan sobre ella, no tienen ninguna idea de las consecuencias previsibles y no las produce ninguna objeción. Por este hecho, frecuentemente no tienen más que una opinión bastante inexacta de su propia situa- ción y de su estado. Aunque tengan, con bas- tante frecuencia, cierta consciencia de las mo- dificaciones mórbidas que padecen, les falta en general la posibilidad de comprender más en profundidad la gravedad de sus trastornos y la importancia de sus efectos, comprender, en re- lación a ello todo lo que concierna a su futuro. IDEAS DELIRANTES Ideas delirantes, durables o transitorias, se desarrollan con extrema frecuencia sobre este te- rreno. En los primeros momentos de la enferme- dad, presentan en general una tonalidad depresi- va con temas hipocondríacos, de culpabilidad y de persecución. Un poco más tarde, se agregan ideas de grandeza, cuando no vienen a instalarse completamente en el frente de la escena. Por re- gla general, todas estas ideas delirantes quedan rápidamente teñidas de incoherencia, tienen un aspecto quijotesco que resulta aparentemente del desarrollo precoz de un debilitamiento psíquico. Por otra parte, estas ideas, lejos de permanecer inquebrantables, se modifican, por el contrario, muy rápidamente en su contenido por el abando- no de ciertos temas, en provecho de otros nuevos. Es así que los enfermos traen, casi cada día, nue- vos elementos delirantes, a pesar de la existencia de algunas grandes ideas directrices, incluso sedejan llevar de buena gana, por sugestión, hacia la invención de cualquier otra nueva idea deliran- te. En la mayor parte de los casos, el delirio, que era muy extravagante al principio, se desdibuja progresivamente hasta finalmente desaparecer. En el mejor de los casos ciertas ideas delirantes se mantienen, sin extenderse más, durante un mo- mento, o bien no reaparecen más que por mo- mentos, o aun desaparecen totalmente y de ma- nera definitiva. Sólo es en algunas de nuestras ob- servaciones, que ligamos a las formas paranoides, cuando las ideas delirantes se han mantenido durante un período bastante largo –pero aquí tam- bién, han terminado por volverse más y más in- coherentes y deshilvanadas. APATÍA EMOCIONAL Es al nivel de la afectividad de los enfermos que uno constata perturbaciones intensas e im- pactantes. Al inicio de la enfermedad, es extrema- damente frecuente ver desarrollarse estados de tristeza, de ansiedad, acompañados a veces de una viva agitación. Los estados de euforia, las risas locas inmotivadas y prolongadas son más raras. Hay que dar aquí mucha más importancia a la instalación, que se hace sin excepción, de un deterioro más o menos acentuado de la afec- tividad que a estos estados transitorios, porque ella constituye finalmente lo esencial del desa- rrollo de la enfermedad. El desinterés por el en- torno que hemos descripto más arriba, ya debe ser considerado como una consecuencia de este desorden fundamental en la medida en que las motivaciones afectivas son un motor para llamar la atención sobre cualquier cosa y en tanto están alimentadas por las sensaciones y los sentimien- tos. La indiferencia característica del enfermo en sus relaciones afectivas, el embotamiento de in- terés respecto a sus amigos, su familia, pero tam- bién respecto de sus posibilidades de expresión están aún vivas, los enfermos ya no experimen- tan más, interiormente, ni una verdadera alegría ni una verdadera tristeza; no expresan más ni anhelos ni penas sino que, al contrario, parecen poder pasar días enteros sin participar realmente de la vida, para terminar completamente sumer- gidos en una oscura apatía o en una euforia sin sentido *(Gegendstands lose heiterkeit). Igualmen- te, uno tiene la impresión de que se vuelven cada día más insensibles a los malos tratos cor- porales: es así como soportan posiciones total- mente incómodas, pinchaduras de agujas, lasti- maduras, sin el menor sufrimiento aparente. Es bastante frecuente que sólo la alimentación pa- reciera conservar para ellos un cierto atractivo. Es así que se puede observar a algunos enfer- mos recibir a sus parientes que vienen a visitar- los, sin el mínimo saludo, o el mínimo índice de cualquier emoción, pero tirarse sobre sus bolsi- llos o sobre sus bolsos para registrarlos y encontrar preferentemente algún alimento que tragan con rapidez y se lo comen con glotonería hasta la última migaja. Esta total indiferencia respecto de los hechos exteriores se mantiene, incluso en los cuadros terminales, como una de las característi- cas principales de esta entidad clínica. A veces, sin embargo, se le agrega cierta irritabilidad (Reizbarkeit: capacidad de ser estimulado) que en general sólo aparece por momentos y raramente persiste de manera durable. Trastornos de la voluntad Es en estrecha relación con los desórdenes profundos de la afectividad que se despliegan tras- tornos importantes del comportamiento y las ac- ciones, trastornos que dan al conjunto del cuadro clínico un sello bien particular. Es una disminu- ción de los impulsos voluntarios (Willensantriebe: lo que arrastra a la voluntad) que aquí parece ser el desorden fundamental, como se lo puede ver en los estados terminales, donde la voluntad es inexistente, pero su alcance es ya desde el princi- pio manifiesto. Los enfermos han perdido todo deseo de ocuparse o de tener actividades, quedan sentados durante horas en el mismo lugar, descui- dando sus obligaciones, aunque estén aún proba- blemente en condiciones de trabajar de manera adaptada, con la condición de que se les suminis- tre estimulaciones exteriores. Paralelamente a esta incapacidad de acciones autónomas pueden aparecer, de manera durable o transitoria, impulsos a actuar, (Bewegungs drang) que, en algunos casos, llegan hasta una intensa agi- tación maníaca (Tobsucht). Pero en este caso, no se trata, come ya lo mostramos antes, de un brote de impulsos voluntarios, sino de una simple excita- ción motora; estos movimientos no apuntan a la realización de verdaderos objetivos, sino a la ex- teriorización desordenada de una tensión interna. Por otra parte, esta excitabilidad habitualmente se acompaña con una ligera modificación de im- pulsos a actuar durante el comportamiento gene- ral. Es así cómo súbitamente vemos que nuestros enfermos se dedican a romper vidrios, pasar las piernas del otro lado de las rejas que están en las ventanas, dar vuelta mesas y sillas, lastimarse, realizar tentativas graves de suicidio. Todos estos comportamientos aberrantes se desarrollan habitual- mente de manera muy violenta y extremada- mente rápida, a partir del momento en que sur- gen los impulsos que los provocan. Por lo tanto los enfermos no tienen, en ese momento, razo- nes más o menos comprensibles para proceder de esa manera, actúan impulsivamente, sin pre- disponerse en lo más mínimo sobre el motivo que los empuja, incluso si, retroactivamente, buscaran explicar sus actos de manera racional. Esta incapacidad para controlar la emergencia de tales impulsos, no se encuentra sólo durante las fases de excitación, sino también muy a menu- do en las fases de estupor de la demencia precoz. Por otra parte, estas fases, están dominadas por la obstrucción de la voluntad (Willensperrung); cada impulso causado por ésta, se encuentra al mismo tiempo aniquilada por una fuerza (Antrieb) con- traria. Así es como aparece uno de los signos im- portantes de esta patología, es decir, el negativis- mo, al que se lo encuentra muy a menudo, aun- que bajo diferentes configuraciones posibles. Re- torna en ellos esa resistencia inflexible contra toda modificación de la situación, contra toda admi- nistración alimentaria, todo esfuerzo por vestirse, incluso aún toda clase de actitudes tales como: quedarse con los ojos cerrados, girar la cabeza, evitar toda conversación, retener el excremento, el orín y la saliva, acurrucarse bajo las mantas, o desdeñar la cama, quedarse mudo, responder de manera absurda, interrumpir bruscamente un mo- vimiento o una acción ya comenzada, mantenerse inaccesibles a todas las invitaciones y todas las intervenciones. Las influencias externas nada pue- den hacer sobre este negativismo, cuya extensión e intensidad son, por otra parte, muy variables; por el contrario, puede suceder que impulsos in- ternos (Innere Antriebe) logren quebrantarla, a tal punto que enfermos, hasta ese momento perfec- tamente apáticos, se dedican a realizar cualquier acción insensata, además con mucha energía y rapidez, hasta que eventualmente se dejan su- mergir nuevamente en su estado anterior. Sin embargo, es necesario decir que en ge- neral, cuando estos impulsos lograron emerger una vez, ya no desaparecen tan pronto; al contrario, tienden a reaparecer en un intervalo más o menos corto. Así es como se instalan toda clase de estereotipias gestuales y actitudes que carac- terizan considerablemente el cuadro de la catatonia, o más tarde verbigeraciores, y final- mente el manierismo –todas manifestaciones que no son sino, como lo testimonia su diversidad, desviaciones condensadas y mórbidas de gestos usuales–. Actos tales como: respirar, hablar, escri- bir, mantenerse parado o caminar, vestirseo des- vestirse, tender la mano, comer, no se desarrollan aquí de manera espontánea, sino al contrario, se realizan de una manera bien precisa y adhiriéndoseles toda clase de impulsos paralelos. A pesar de algunas diferencias individuales, su desarrollo es en cada momento idéntico para un mismo enfermo y se perpetúan en él durante años, incluso decenios, con una enorme tenacidad. Lo describiremos con mayor precisión más adelante. En la demencia precoz, es necesario insistir sobre un signo que le es muy frecuente, es decir, la aparición de un automatismo de comando (Befe- hlsautomatie), que probablemente haya que relacionar con la importante alteración de la volun- tad y la desaparición de las motivaciones y de las inhibiciones propias del individuo. Los enfermos no sólo son dóciles en forma general, sobre todo durante la dementificación (Verblödung)1 avanza- da, de modo que llegan a constituir una masa que se somete perpetuamente al triste empleo del tiem- po del asilo, sino que aún individualmente, son eminentemente influenciables. Se observa entre ellos una cantidad de estados de catalepsia que sobrevienen de repente por aquí o por allá, a veces hasta el fin de su vida, y a menudo una ecolalia y una ecopraxia. Hay que decir que la instalación de semejantes perturbaciones es muy variable de un enfermo a otro, pero debe de ha- ber pocos atacados por la demencia precoz que no hayan presentado, en uno u otro momento, la evolución mórbida, como uno de sus signos. Las capacidades para el trabajo del enfermo están, sin excepción, sensiblemente alteradas. A cada instante es necesario estimularlos, ya que se aferran a la más pequeña dificultad que se les pre- senta y no logran adaptarse a ningún cambio de las condiciones de trabajo. Uno de mis enfermos que, mientras que se estaba detrás de él, escribía fácilmente, rápido, y también durante todo el tiempo que uno lo deseara, se mostraba por el contrario, totalmente incapaz de arrancar salvo bajo orden y, a pesar de toda la instrucción que había recibido, corregía entonces sin reflexio- nar todo lo que se le ponía bajo su pluma. Otros son capaces de tomar con mucha meticulosidad una profesión que habían ejercido en otro mo- mento, pero en seguida rechazaban que se les propusieran nuevas tareas. En este cuadro, ellos acceden a ocupaciones particulares o bizarras (c), a la realización de trabajos manuales o de dibu- jos en el seno de los cuales se distingue, al lado de trazos que evidencian cierta habilidad técni- ca, la pérdida del sentido estético y la tendencia a producciones fuera de lo común. De la misma manera, se observa en aquéllos que tienen un don por la música, una caída del sentido artístico que se manifiesta a través de sus producciones inexpresivas, deformadas o fantasiosas. Trastornos somáticos Hay que referir aquí, además de los trastornos psíquicos creados por la enfermedad, una serie de signos mórbidos que pueden tocar al cuerpo y cuyas relaciones exactas con el trastorno funda- mental no están aún totalmente esclarecidas. An- tes que nada, es necesario señalar aquí los ata- ques (Anfälle) que ya han sido muy bien descritos por Kahlbaum y Jensen. Se trata en la mayoría de los casos de síncopes o de convulsiones epilepti- formes que son aisladas en algunos enfermos, y más frecuentes en otros. Las convulsiones que sólo conciernen a algunos grupos musculares (la cara, el brazo) son más raros, lo mismo que las crisis de tetania o incluso los accesos apoplectiformes se- guidos de una parálisis duradera. Por mi parte, tuve efectivamente la oportunidad de observar un colapso severo acompañado de convulsiones del hemicuerpo izquierdo y de la hemifaz derecha. No es raro que tal acceso constituya el primer sig- no del inicio de la enfermedad. También vi una vez un estudiante bastante erudito, que desde su infancia se había mostrado muy dotado, perderse bruscamente en un profundo coma del que sólo muy raramente salía. Fuera de una discreta des- igualdad pupilar, de una parálisis facial y de una gran híper-reflexibilidad ósteo-tendinosa, no te- nía ningún signo de daño cerebral y sin embargo, mientras que lo examinaba algunas semanas más tarde, presentó el cuadro completo del debilita- miento mental (Schwachsinn) descrito más arri- ba, que por otra parte persiste aún hoy. Además, todos estos ataques son casi dos ve- ces más frecuentes en las mujeres que en los hom- bres. De acuerdo con mis estadísticas, se los en- cuentra en alrededor del 18% de los casos. Hay que agregar sin embargo que, en toda una serie de estos enfermos, los calambres y convulsiones ya habían aparecido durante la infancia y cierta- mente permanece difícil saber si se los puede li- gar a trastornos psíquicos. En fin, se observó muy frecuentemente tam- bién en este cuadro calambres y parálisis de tipo histérico, afonías, contracturas localizadas, embotamientos súbitos, etc. En muchos segui- mientos encontramos movimientos anormales incesantes de tipo coreicos para los cuales ele- gí el término de “ataxia atetósica” que las ca- racteriza, creo, bastante bien. En dos casos, se pudo poner en evidencia, en el curso de un estado de embotamiento apático, reales trastor- nos de la serie afásica. Los enfermos eran inca- paces de reconocer y denominar los objetos que uno les presentaba, aunque fuesen capaces de hablar y que, aparentemente, se entregaban al mayor trabajo posible para suministrar las res- puestas a las preguntas presentadas. Retoman- do el examen, no obtuvimos más que errores en la denominación. El trastorno había desapa- recido, por otra parte, algunas horas después. Generalmente, los reflejos ósteo-tendinosos son, de manera muy significativa, exagerados; igualmente es frecuente encontrar una argumen- tación de la excitabilidad muscular y nerviosa. Habitualmente las pupilas están claramente dila- tadas, en particular en el curso de los estados de agitación; se observa a veces desigualdades pu- pilares bastante marcadas pero variables, así como un desorden bulbar. Se encuentra también, en medio de los fenómenos muy esparcidos, tras- tornos vaso-motores, una cianosis, edemas circuns- criptos, un dermografismo con todos los grados posibles; en algunos casos, se observa una trans- piración excesiva. En numerosos casos, la se- creción salivar parece aumentar. Es así que pude recoger en uno de mis enfermos 375 cm3 de saliva en el espacio de seis horas. La actividad cardíaca está sometida a grandes variaciones, unas veces amenguada, otras relativamente ace- lerada, lo más habitual es débil e irregular. La temperatura del cuerpo es frecuentemente algo baja; una vez la vi descender a 33,8º C. En las mujeres las menstruaciones son habitualmente inexistentes o muy irregulares. Pude observar con mucha frecuencia un au- mento difuso del volumen de la tiroides, aumento que –en ciertos casos– por otra parte desapareció sin más razón que la instalación de la enfermedad, o aun se modificó de manera espectacular en el curso de la evolución de la afección. Algunos casos presentaban una exoftalmia y un temblor. Para fi- nalizar, debo agregar que constatamos en muchos seguimientos una espesura mixedematosa de la piel, en particular la de la cara, en los otros miembros de la familia. Desgraciadamente, estos datos no pue- den ser explotados más allá de la medida del he- cho de la frecuencia de las manifestaciones de cre- tinismo en nuestro país. Estados anémicos son igual- mente frecuentes. Hemos encontrado glucosuria en un solo caso, y, en otro, una poliuria. El sueño de los enfermos está profundamente trastornado a todo lo largo de la evolución de la enfermedad, incluso mientras están aparentemente calmos. La alimentación puede ir de la anorexiatotal hasta la más grande bulimia. El peso marca en general un rápido doblegamiento, a menudo muy neto, que puede llegar a un enflaquecimiento ex- tremo, incluso si los aportes alimentarios son am- pliamente suficientes. Más tarde, se constata, al contrario un aumento de peso extremadamente rápido, aunque nuestros enfermos presentan rápi- damente un aspecto agravado y entumecido. Capítulo IV Diagnóstico diferencial Queda aún una cuestión en suspenso: la demencia precoz, tal como yo la concibo, ¿es una entidad mórbida homogénea? Si se adhiere a mi concepción, los casos de demencia precoz representan del 14% al 15% de las admisiones a los asilos de alienados, de los cuales del 5% al 6% se reparten entre las formas catatónicas y hebefrénicas, los 8% a 10% restante se refieren a las formas paranoides. Es muy probable que estemos aquí en relación con diferentes moda- lidades evolutivas mórbidas que tengan el mis- mo punto de partida, constituido por lesiones o desórdenes al nivel de ciertas regiones cere- brales. A pesar de todo, no estamos aún hoy en condiciones de trazar los límites nítidos en el interior de estos diversos cuadros clínicos; en efecto, siempre existen formas de pasaje entre cada uno de estos grupos clínicos. También que- remos renunciar totalmente a toda tentación de ir más lejos en una diferenciación precisa entre las formas hebefrénicas, catatónicas y paranoides. Por el contrario es fundamental, más aún sobre el plano científico que sobre el clínico, diferen- ciar la demencia precoz de otras enfermedades mentales con pronóstico relativamente favorable. Uno se ve, a veces, llevado a distinguir las formas hebefrénicas de evolución lenta de los es- tados neurasténicos. Los signos de debilidad men- tal, el aspecto insensato de quejas hipocondría- cas, la ausencia de la capacidad del juicio, la indiferencia con respecto a la actitud tranquiliza- dora del médico, la actitud alelada, la ausencia de mejoría durante los momentos de alivio y por fin, manifestaciones más o menos evidentes de automatismos de comando y de negativismo, ad- quieren ahora todo su valor. Incluso la existencia de alucinaciones sensoriales y de actos impulsi- vos aparece a favor de la demencia precoz. El diagnóstico entre la demencia precoz y la parálisis general puede transformarse en extre- madamente difícil cuando los signos somáticos, característicos de esta última, faltan en un sujeto de mediana edad. Las manifestaciones psíquicas pueden asemejarse mucho, en tanto que en la parálisis general pueden aparecer toda clase de signos catatónicos: accesos de catalepsia, mutis- mo (d), verbigeraciones y estereotipias. Hay que decir también que todos estos signos no son tan marcados ni numerosos en la parálisis general. Aquí, el déficit simple (Unfähigkeit) y el aspec- to veleidoso son más visibles que el lunatismo y la distractividad del catatónico. La declinación del espíritu (Geistiger Verfall) es habitualmente más rápida y más masiva en el curso de la pará- lisis general. Por último, aquí los desórdenes se manifiestan, ante todo, en la comprensión, la orientación, la memoria y la capacidad de aten- ción, mientras que contra toda previsión, en la demencia precoz estos elementos quedan pre- servados durante mucho tiempo, mientras que el embotamiento y la debilidad del juicio aparecen más temprano. La instalación de un manierismo persistente refleja la eventualidad de una de- mencia precoz bastante probable, mientras que una disartria,* acompañada de trastornos de los reflejos pupilares y de la coordinación de los movimientos, está seguramente más bien del lado de un diagnóstico de parálisis general. Es frecuente confundir los estados de confu- sión que aparecen al inicio de la enfermedad con los estados de amentia. Pero, en la medida en que se acepta distinguir las psicosis de agota- miento y las psicosis reaccionales de la demen- cia precoz, que es de una naturaleza fundamen- talmente diferente, hace necesario dar aquí todo su peso a la presencia de un negativismo y de estereotipias. En general, el automatismo de co- mando (Befehlsautomatie), incluso si no está to- talmente ausente, está mucho menos desarrolla- do en la amentia propiamente dicha. Los enfer- mos igualmente se comportan de manera más natural y espontánea, se muestran menos lunáticos y bizarros (c) que en la demencia pre- coz. Además, la elaboración de las percepciones y especialmente la atención y la orientación están mucho más comprometidas en la amentia. Por otra parte, los enfermos son incapaces, más allá de su buena voluntad, de resolver problemas intelec- tuales que impliquen varias secuencias lógicas o * Dificultad para articular palabras concentrarse sobre sus más simples conocimien- tos, ya que constantemente pierden el hilo con- ductor de sus pensamientos y se dispersan en reminiscencias que no guardan ningún lazo en- tre ellas; por el contrario, frente a una única pre- gunta pueden dar una respuesta inmediata y adap- tada. Opuestamente, los enfermos que padecen de demencia precoz no dan ninguna respuesta o bien dan una respuesta totalmente aberrante, mientras que son capaces de sorprendernos con una narración coherente, una observación apabullante por su exactitud y su lógica, e inclu- so de realizar performances intelectuales de alto nivel y de mostrarnos hasta qué punto dominan ciertas cuestiones de historia o de geografía. Ade- más, se constata en el curso de la amentia una variabilidad muy marcada del humor, que se modifica aparentemente sin razón: bruscamente los enfermos, se ponen a llorar y quejarse de una manera muy tocante, luego, al momento, se vuel- ven excitados y coléricos, antes de echarse nue- vamente reír y a cantar alegremente. Contraria- mente, lo que en general impacta de golpe en la demencia precoz, es la falta evidente de una real participación afectiva, tanto como el embotamien- to y la indiferencia. Así es como se ve a los enfer- mos aquejados de amentia seguir con intensa aten- ción todo lo que pasa alrededor de ellos, incluso aunque no lo comprendan muy bien, mientras que los enfermos aquejados de demencia precoz, sólo parecen participar bizarramente muy poco res- pecto de lo que sin embargo percibieron y com- prendieron perfectamente. Concluyamos recordan- do que raramente se encuentra en el origen de la demencia precoz un estado de agotamiento, mien- tras que éste precede siempre a la amentia. A posteriori, debo decir que llegué a con- fundir los estados de inicio catatónicos con los estados epilépticos. Esta confusión estuvo más facilitada cuando un acceso convulsivo apareció antes. El diagnóstico diferencial encuentra aún otra dificultad cuando se trata de distinguir el negativismo de los catatónicos y la reticencia ansiosa de los epilépticos. En principio, las per- cepciones y la orientación están más perturba- das en el curso de las crisis epilépticas que en las catatónicas. Además, la existencia de respuestas aberrantes a preguntas simples y, paradojalmente, realizaciones rápidas y adaptadas, están más neta- mente a favor de la catatonia. En la epilepsia, es más bien un humor ansioso o eufórico que aparece con toda evidencia en primer plano; en la catatonia no es tanto impulsivo como dominado por las ideas y las impresiones delirantes, que siempre terminan por translucirse en el discurso y los actos. Ésta es la causa por la que se ve más a menudo cometer a los epilépticos actos de violencia y de agresión o fuga, mientras que los catatónicos se dedican, más bien, a actos aberrantes o extravagantes y asocia- dos a estereotipias. Evidentemente, es la anamne- sia y luego la evolución ulterior que en general permiten esclarecer el diagnóstico. Loque muestra un máximo de dificultades es la distinción entre el inicio de una demencia pre- coz y el primer acceso depresivo de una locura maníaco-depresiva. La instalación precoz de aluci- naciones múltiples y de ideas delirantes insensatas, debe siempre hacer sospechar una catatonia. Es característico que el humor del catatónico sea inde- pendiente del contenido de sus representaciones delirantes; no participa en lo más mínimo de los eventos que lo rodean, no saluda a sus prójimos cuando lo visitan, no les dirige la palabra, pero es capaz de tirarse golosamente sobre todo lo que le llevan. Por el contrario, en las depresiones circula- res (circuläre Depressione), nunca faltan la ansie- dad y una profunda tristeza interior. Además, en estos casos, las visitas pueden desencadenar ex- plosiones pasionales de una excepcional intensi- dad y casi siempre ejercen una influencia conside- rable sobre el estado de estos enfermos, frecuente- mente en un sentido desfavorable. Por fin, es esencial no confundir el negati- vismo de los catatónicos con la reticencia ansio- sa y la inhibición que se encuentra en la locura maníaco-depresiva (manisch-depressive Irresein). En el primer caso, toda tentativa de movilización física se topa con una resistencia cérea, mientras que simples manipulaciones dolorosas e incluso de graves amenazas (tales como una aguja en un ojo) no conducen a reacciones notables. Final- mente, esta resistencia puede por sí misma o por intermedio de una solicitación prudente, trans- formarse repentinamente en automatismos de co- mando (Befehlsautomatie). En el segundo caso, al contrario, la resistencia surge desde el momento en que aparece una amenaza; además, los miem- bros que han sido desplazados no vuelven jamás exactamente a su posición anterior con la misma obstinación invencible. Si uno se aproxima a los enfermos de manera amenazante, expresan enér- gicamente sus temores, gritan, intentan evitar- nos, se resisten por el mismo temor. Por oposi- ción, el catatónico estuporoso, en general, sólo se mueve muy poco o incluso nada, sobre todo si se lo invita a ello. Mientras actúa, no lo hace con la lentitud de los maníaco-depresivos, sino más bien con una increíble rapidez, mientras que los inhibidos (gehemmten) el menor movimiento (como levantar el brazo o incluso sólo contar en voz alta) sólo pueden efectuarlo muy lentamen- te y con una evidente reticencia. Seguramente puede suceder que algunos gestos que se les encomendó los rechacen totalmente, pero en este caso es porque el temor o una fuerte inhibición se los ha impedido; pero uno constata normal- mente el esbozo de movimientos comandados (ta- les como discretos movimientos de los labios o sobresaltos de los dedos) especialmente cuando la inhibición es vencida progresivamente por pa- labras enérgicas. Inversamente en los catatónicos, el impulso inicial puede interrumpirse rápidamente, ser efectuado al revés, y mientras que se le pro- longan los estímulos verbales, transformarse en lo contrario. Es cierto que en algunos casos mixtos maníacodepresivos pueden faltar los signos fun- damentales de la inhibición psico-motriz, lo que los vuelve aparentemente muy similares a los es- tados de estupor catatónico. En todos los casos, es la existencia de un humor alegre, de una atención activa en medio de un desorden relativamente importante del pensamiento, así como de un com- portamiento bien adaptado aunque expansivo en el maníaco, lo que debería distinguirse fácilmente de la euforia ingenua o la indiferencia del catató- nico cuyas acciones son totalmente desordenadas. La existencia de trastornos somáticos permi- te, en una primera aproximación, eliminar los estados de estupor paralítico. Además, las per- turbaciones de la conciencia y de las percepcio- nes son habitualmente más profundas, y la me- moria y la atención están mucho más afectadas. Al respecto, las manifestaciones de la serie catatónica están, en el conjunto, mucho menos acentuadas. Es así como el negativismo aparente termina siempre por ceder al cabo de un momen- to, y se limita en general a un mutismo (d), a un rechazo de responder a lo que se le solicita y a rechazar la alimentación. Lo que se podría clasi- ficar de actos impulsivos, se resume de hecho en algunos movimientos estereotipados aislados, y en la parálisis general sólo se encuentran va- gos índices de manierismo, respuestas inadaptadas y una confusión de lenguaje. Del mismo modo, es muy importante diferen- ciar los accesos maníacos (maniscche Anfälle) de los estados de excitación que pueden sobrevenir en el curso de la demencia precoz, y especialmen- te de la catatonia. Los maníacos son menos lúcidos que los catatónicos, que pueden, incluso en un estado de furor intenso, estar muy conscientes de lo que los rodea. Al contrario, en el curso de los estados de excitación maníaca graves, se encuen- tra un desorden considerable de las percepciones, del pensamiento y de la orientación. Paradojalmen- te, el discurso de los catatónicos está mucho más a menudo desprovisto de sentido, incluso cuando la excitación es mínima, mientras que los maníacos conservan, incluso en caso de agitación extrema, un mínimo de coherencia en sus desarrollos del pensamiento. A lo que se agrega el hecho que en la catatonia los enfermos se apegan a ciertas ex- presiones, rozando a veces la verbigeración, mientras que en el discurso de los maníacos, incluso si es confuso, se puede encontrar cierta secuencia lógica. Del mismo modo, las asonan- cias extrañas y monomórficas entre ciertas síla- bas están a favor de la catatonia. La atención de los catatónicos se vuelca muy poco hacia el ex- terior, aunque sus posibilidades de aprehensión estén conservadas. Inversamente, el maníaco per- cibe todo de manera inexacta y fluctuante, pero cualquier cosa puede despertar su interés. Se dirige espontáneamente al médico al que, por otra parte, somete a una andanada de frases, mien- tras que el catatónico agitado lo ignora y se con- tenta con proseguir sus gesticulaciones impulsi- vas, y sólo con considerables esfuerzos uno puede obtener de él respuestas más o menos sensatas. Por fin, en la manía, el humor es exaltado, ale- gre o colérico, mientras que es tonto, pueril, turbulento o indiferente en la catatonia. Igualmente hay que aceptar que las gesticu- laciones del catatónico no tienen ningún objeti- vo, mientras que la imperiosa necesidad de ac- ción del maníaco tiene en su conjunto una signi- ficación que está en relación con el entorno. En el primer caso, los movimientos son monomórfi- cos, ya que se repiten indefinidamente de la mis- ma manera, en tanto que en la segunda eventua- lidad, están en función de las impresiones de momento, de las ideas o de los afectos, si bien adquieren, sin cesar, nuevas formas. Es por esto que la necesidad de gesticulación (Bewegungs- Drang) de los catatónicos se limita a un espacio restringido, una parte de la cama por ejemplo, mientras que el maníaco busca en todas partes una ocasión de agitarse: corre en todos los senti- dos, interpela a los otros enfermos, persigue al médico a cada instante y se esfuerza por poner todo al revés. Hay que agregar que en la catatonia, los gestos tienen un carácter compulsivo y afecta- do, que muestran un marcado manierismo así como actos impulsivos, lo que se opone al comporta- miento natural, sano y mucho más comprensible del maníaco. En otros términos, en la manía las percepciones, el pensamiento, la orientación, es- tán relativamente más trastornadas que en la catatonia, en la cual, al contrario, los afectos, el comportamiento y especialmente el lenguaje es- tán alterados, a causa del proceso patológico, de manera bien específica. Los estadosseveros de excitación en el pa- ralítico pueden parecer, de muy cerca, ciertos estados catatónicos. Más allá de la anamnesis, del instante de aparición de la enfermedad y de los signos somáticos de la parálisis general, hay que dar toda su importancia a la profunda confu- sión (Benommenheit) en la que se encuentra el paralítico en el curso de semejantes estados. En efecto, al revés de lo que pasa con el catatónico, la aprehensión, la atención, el pensamiento y la orientación están aquí profundamente alterados. Algunos accesos de excitación de los catatónicos parecen muy cercanos a ciertos estados histéri- cos, especialmente cuando se acompañan de di- versas contracturas. Para llegar a un diagnóstico diferencial, es necesario antes que nada, dar todo su valor a la debilidad mental del catatónico, a la incoherencia del curso de su pensamiento, a la ausencia de sus capacidades de juicio, al carác- ter extraño de sus intuiciones y de sus asociacio- nes de ideas, a su aspecto atontado así como a la monotonía y a la ausencia de objetivos de sus actos. A cada uno de estos síntomas se oponen punto por punto la astucia y la inteligencia de la histérica, su variabilidad de humor y su sensibili- dad, su malicia calculada y su obstinación planifi- cada. Además, la existencia de ideas delirantes y de alucinaciones intensas, facilitarán el diagnósti- co de catatonia así como la evolución ulterior. Las numerosas formaciones delirantes que apa- recen en el curso de la demencia precoz dan lugar a menudo al diagnóstico de paranoia. La mayoría de los casos, que otros alienistas clasifican así, per- tenecen según pienso, a los cuadros clínicos que describí más arriba –pienso, ciertamente, en las formas paranoides–. Sostengo esta concepción se- gún mi experiencia, que muestra que estos estados evolucionan siempre, en un período relativamente corto, hacia una simple debilidad de espíritu sin formaciones delirantes claramente marcadas, o bien hacia una confusión en el curso de la cual no se puede hablar en lo más mínimo de la existencia de un “sistema” ni de una continuidad en el interior de las ideas delirantes. En estas fases se encuentran ya los hitos que permiten diferenciar la paranoia de la demencia precoz. En la paranoia misma, las ideas delirantes se desarrollan siempre de manera muy progresiva, en el curso de los años, mientras que aquí esto se produce a menudo en pocos meses, paralelamente a un humor excepcionalmente triste o ansioso, o aun –y esto es con frecuencia– brutal- mente, por la instalación de múltiples ilusiones sen- soriales. De todas maneras, éstas juegan un rol ma- yor en la demencia precoz, mientras que están enteramente a menudo en un segundo plano en la paranoia con relación a las interpretaciones y las intuiciones delirantes. La debilidad de espíritu que se inmiscuye muy rápidamente, se traduce por el aspecto absurdo de las ideas delirantes que en se- guida pierden pronto toda verosimilitud. Los enfer- mos no muestran para nada ninguna oposición, no experimentan ninguna necesidad de hacer corres- ponder su delirio con la visión del mundo que hasta ese momento tenían, el curso de su pensa- miento es confuso e incoherente. En la paranoia, al contrario, el delirio se presenta como una explicación y una interpretación mórbidas de acontecimien- tos reales. Los enfermos sienten las contra- dicciones respecto a sus otras experiencias y se desprenden de los argumentos contrarios por un particular trabajo ideativo. La co-existencia en sí mismos de pensamientos patológicos y de pensa- mientos sanos, permanece inalterable hasta el fi- nal. En la demencia precoz, las ideas delirantes, desde luego, desaparecen de múltiples maneras o son reemplazadas por otras. En el paranoico el nú- cleo del delirio siempre queda igual; simplemente, con el curso de los años, otras ideas delirantes pue- den llegar a ajustarse en el prolongamiento propio de este núcleo, sin contradecirlo y sin que el sujeto renuncie a sus concepciones delirantes anteriores. El comportamiento exterior, tanto como las facultades mentales quedan, por lo común, rápi- damente alteradas en la demencia precoz, frecuen- temente se instalan tanto manifestaciones de este- reotipia como de manierismos, e incluso a veces, hacia el final, desórdenes totales del lenguaje, lle- gando incluso a neologismos. El paranoico, al con- trario, conserva exteriormente el aspecto de un sujeto sano, quedando muchas veces, totalmente capaz de alcanzar buenas performances en algu- nas áreas, incluso aunque siempre tenga un pe- queño deterioro de las facultades mentales. Jamás presenta signos de catatonia y conserva siempre el orden de sus pensamientos y de sus actos. En la demencia precoz se encuentran variaciones del estado mórbido, aparentemente sin motivos, excitaciones ansiosas o eufóricas, estados de es- tupor, períodos de remisión total; mientras que la paranoia evoluciona siempre de manera uni- forme, solamente con discretos cambios en los que el tipo y la duración, de hecho están en estrecha relación con el delirio, sólo aparece algún relaja- miento cuando el tinte pasional de lo vivido se en- torpece, pero nunca por un abandono del delirio. Los estados terminales de la demencia pre- coz se pueden prestar a confusión con la imbe- cilidad (Imbecillität). Seguramente, mientras que aún se puedan poner en evidencia índices de buenas capacidades intelectuales anteriores, de las alucinaciones, de las ideas delirantes, de las manifestaciones de tipo catatónico, la distinción se vuelve fácil. Por el contrario, puede volverse difícil mientras no se tenga ningún elemento de la anamnesis o bien cuando uno se encuentra frente a un simple debilitamiento mental (Schawachsinn), o aun frente a cierto grado de debilidad mental (gelstige Schwäche) que exista desde la infancia y que sólo mostró un agrava- miento por el procesó hebefrénico. En el con- junto, es la relación que hay entre estos datos anteriores y las capacidades intelectuales actua- les, que puede ayudarnos en la comprensión exacta de cada uno de los casos. Cuando se com- prueba que el enfermo había adquirido, anterior- mente, conocimientos y capacidades de realiza- ción de las que parece actualmente totalmente desprovisto, se tratará, por lo tanto, de que un proceso mórbido destructor se ha introducido en la vida mental. Son, habitualmente, los boletines escolares, las redacciones, informes anteriores que nos dan ocasión, a posteriori, de poner en evi- dencia una regresión, más o menos destacada, de las capacidades intelectuales. Traducción: M. Marotta. Equipo de traducción: L. Anesi, N. Bolomo, I. Gómez, M. Marotta NOTAS 1.La traductora eligió aquí traducir por un neologismo el difícil concepto de Verblödung. El traductor del texto de Bleuler (cf. tomo 3) eligió otra opción que se explica en una nota. NOTAS DEL TRADUCTOR (a) Se mantuvo entre corchetes el término en francés, puesto que se lo utiliza ampliamente aun entre nosotros en la jerga psiquiátrica. (b) se agregó entre corchetes este término, que no figuraba en el original, para lograr una comprensión más adecuada del texto. (c) Se mantuvo este término, cuya traducción correcta al cas- tellano es: “Valiente, esforzado, denodado, // Generoso, apuesto, galán”. En la expresión psiquiátrica se lo utiliza tal vez por un deslizamiento en su acepción francesa que es la de: “raro, curioso, anormal, insólito, singular, etc.”. (d) En el original figura mutacisme. Al no haber encontrado la palabra en ninguno de los diccionarios franceses consultados, decidimos traducirlo por “mutismo”, según se desprende del contenido del texto.
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