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Buenos Aires Un recorrido por su historia

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Patrimonio e 
Instituto Histórico
ISBN 978-987-1642-03-8
© 2009
Dirección General Patrimonio e Instituto Histórico
Avda. Córdoba 1556, 1er. piso
(C1055AAS) Buenos Aires, Argentina
Tel: 54 11 4813-9370 / 5822
Correo electrónico: ihcba@buenosaires.gov.ar
Dirección editorial:
Liliana Barela
Dirección de la investigación:
Lidia González
Colaboración en la investigación y textos:
Silvana Luverá
Selección de textos literarios:
Marcos Zangrandi
Archivo fotográfico, Archivo Histórico y Biblioteca de la 
Dirección General Patrimonio e Instituto Histórico
Supervisión de la edición:
Lidia González
Edición y corrección:
Rosa De Luca
Marcela Barsamian
Nora Manrique
Fernando Salvati
Agradecimiento:
Daniel Paredes
Néstor Zakim
Luis Cortese
Miriam Ponzi
Diseño editorial:
Fabio Ares
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723.
Libro de edición argentina.
Impreso en la Argentina.
No se permite la reproducción total o parcial, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la 
transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecáni-
co, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. 
Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.
Ciudad de Buenos Aires : un recorrido por su historia. - 2a ed. - Buenos Aires : Dirección General 
Patrimonio e Instituto Histórico, 2009.
160 p. : il. ; 28x20 cm. 
ISBN 978-987-1642-03-8 
1. Historia en la Ciudad de Buenos Aires.
CDD 982.11
Fecha de catalogación: 19/10/2009
GOBIERNO 
DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
Jefe de Gobierno
Mauricio Macri
Ministro de Cultura
Hernán Lombardi
Subsecretaria de Cultura
Josefina Delgado
Directora General 
Patrimonio e Instituto Histórico
Liliana Barela
Ilustración de tapa: 
Escudo de la Ciudad de Buenos Aires, según Ordenanza 
del 3 de diciembre de 1923. Acuarela, Col. DGPeIH.
Prólogo
Cuando nos planteamos realizar una historia de Buenos Aires sabía-mos que se trataba de un proyecto sumamente complejo. En prin-
cipio, porque entendemos que la historia de nuestra ciudad no puede 
concebirse desligada de la historia nacional, con una pertenencia lati-
noamericana y producto, a su vez, de una interacción permanente con 
el marco internacional. En este sentido, la tarea resulta abrumadora. Por 
otro lado, la existencia de especialistas y eruditos en distintas discipli-
nas que durante años han investigado y desarrollado sus propuestas nos 
mantiene en una prudente posición. Historiadores, urbanistas, arquitec-
tos, sociólogos, antropólogos, poetas se han ocupado de Buenos Aires y 
nos han dejado obras de permanente consulta.
Al mismo tiempo, en el Instituto Histórico venimos desarrollando, 
desde hace muchos años, una serie de investigaciones y actividades que 
han contribuido a difundir la historia de Buenos Aires en sus diversos y 
múltiples aspectos. Una experiencia que nos permite no sólo percibir la 
constante demanda que existe sobre este tema sino, además, la necesi-
dad de acercar al público una propuesta sintética y fundamentada sobre 
la historia de nuestra ciudad. 
Finalmente, a partir de estas consideraciones, hemos decidido enca-
rar un texto abreviado sobre la historia de Buenos Aires que pueda ser 
una herramienta para el conocimiento y a la vez permita sugerir otras 
lecturas e interpretaciones.
La publicación que presentamos, Ciudad de Buenos Aires. Un recorri-
do por su historia, está organizada en dos partes. La primera recorre en 
forma cronológica los momentos que, creemos, han sido esenciales en 
el desarrollo de la historia de la ciudad. La segunda ofrece una síntesis 
de la historia de los barrios fundamentalmente desde la percepción de 
quienes los habitan.
Sabemos que algunos temas quedarán apenas enunciados, otros apa-
recerán con un tratamiento poco tradicional, pues hemos dejado que los 
textos literarios reemplacen la mirada histórica para que Buenos Aires 
respire a través de la poesía, se vea en una pintura, quede entramada en 
una ficción.
Camino al segundo centenario de la Revolución de Mayo, segura-
mente tengamos que discutir qué ciudad queremos ahora y en el futuro, 
y pensar esta porteñidad como un destino que amamos o negamos, pero 
que de ningún modo nos deja indiferentes.
Ciudad de Buenos Aires
4
El río en los ojos 
de los españoles
“El río que llamamos Argentino,
del indio Paraná o mar llamado, 
de norte a sur corriendo su camino
en nuestro mar del norte entra hinchado.
Parece en su corriente un torbellino,
o tiro de arcabuz apresurado.
Mas con el viento sur plácidamente
se vence navegando su corriente.
De más de treinta leguas es su boca,
y dos cabos y puntas hace llanas.
Al tiempo que en la mar brava se emboca,
al un cabo dos islas, como hermanas,
están, que cada cual parece roca.
Los Castillos se dicen, muy cercanas
al cabo que nombré Santa María,
que poco de estas islas se desvía.”
En su extenso poema, Del Barco Centenera expresa 
su sorpresa ante la inmensidad y la calma del río 
mientras los expedicionarios se acercan a las costas 
americanas. 
Martín del Barco Centenera (1535-¿1602/1605?), religioso español 
que acompañó a Juan Ortiz de Zárate en la expedición hacia Amé-
rica del Sur alrededor de 1573. Luego de una estadía en el Río de la 
Plata, viajó a Asunción y desde allí se trasladó hacia Cochabamba, 
donde ejerció como comisario del Santo Oficio. Cuestionado por 
sus acciones en ese puesto, regresó a Europa y se asentó en Lisboa, 
donde murió. 
Martín del Barco Centenera, Fragmento de Argentina o la conquista 
del Río de la Plata. Buenos Aires, Peuser, 1969.
5Un recorrido por su historia
Las primeras noticias
Las primeras noticias acerca de la historia de la Ciudad de Buenos Aires están directamente ligadas a las diversas corrientes conquistadoras y co-
lonizadoras provenientes de España y Portugal hacia América, que llegaron a 
estas tierras en la búsqueda de metales preciosos y nuevas rutas comerciales 
con el Oriente.
España iniciará una serie de importantes expediciones, y lo mismo hará 
Portugal, lo que provocará enfrentamientos entre ambas potencias por la 
posesión de las tierras descubiertas. En 1493 la Bula Intercaetera dividía los 
dominios a través de una línea imaginaria trazada de norte a sur a 100 leguas 
al oeste de las Islas Azores y de Cabo Verde; la bula indicaba que las tierras 
al oeste de dicha línea pertenecían a España y las del este a Portugal; este no 
quedó conforme con la decisión papal y en 1494 se firmó el 
Tratado de Tordesillas por el cual la línea se corría a 370 
leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, con lo que se 
veía beneficiado Portugal ya que le permitió ocupar el 
territorio que en el futuro sería Brasil. Esta donación se 
otorgaba a los príncipes cristianos con la obligación de 
“evangelizar” a los pueblos originarios.
Los querandíes fueron los aborígenes que habitaron 
la región litoral de las vecindades de Buenos Aires. Se 
ubicaban en la zona que tenía por centro la actual ciu-
dad de Buenos Aires, llegando por el norte al río Carca-
rañá, por el este al mar y Río de la Plata, por el sur hasta 
el Salado bonaerense y por el oeste hasta el pie de las 
Sierras Grandes en la provincia de Córdoba.
Los querandíes estaban incluidos en el conjunto de 
los pámpidos, en tanto que su idioma pudo haber sido par-
te de la familia lingüística pano. Estos pueblos originarios pueden considerar-
se una de las etnias tehuelches o patagones. 
Este grupo desapareció hacia fines del siglo XVIII a causa de las enferme-
dades que trajeron los europeos, como también por la explotación a la que 
fueron sometidos por los encomenderos. Todo esto facilitó la invasión de 
los mapuches a su territorio, produciéndose una “mapuchización” que borró 
todo rastro de este pueblo.
Hernando 
de Magallanes.
Previo a la conquista y colonización, 
el territorio americano estaba ocupado 
por etnias que se diferenciaban, unas 
de otras, por su hábitat, continuidad 
histórica, ocupación, lengua y cultura. 
Miguel Guérin,“La organización inicial del 
espacio rioplatense” en Enrique Tandeter 
(dir. de tomo), La Sociedad Colonial. Buenos 
Aires, Sudamericana, Col. Nueva Historia Ar-
gentina, Tomo II, p. 72.
Ulrico Schmidl. Crónica del viaje a las regiones del 
Plata, Paraguay y Uruguay.
6 Ciudad de Buenos Aires
1536
Un río, un puerto. 
Don Pedro de Mendoza 
y la primera Buenos Aires
Luego del éxito económico que obtuvieron las expediciones portuguesas a las Indias Orientales, España intentó alcanzar ventajas similares siguiendo 
la nueva ruta descubierta a través del Atlántico. Pero los españoles pronto 
comprendieron que las tierras recién exploradas no eran las ansiadas Indias y 
que sólo representaban un obstáculo para alcanzar el Océano Pacífico o Mar de 
Balboa, a través del cual podrían llegar a su meta.
Con el propósito de encontrar el paso que comunicara ambos océanos 
enviaron varias expediciones como la de Juan Díaz de Solís, frustrada por la 
muerte de su jefe a manos de los charrúas o de los guaraníes. La expedición 
comandada por Hernando de Magallanes encontró el paso al Océano Pacífico; 
García López de Loayza descubre en 1526 el punto de confluencia de los dos 
océanos. Sebastián Gaboto y Diego García de Moguer remontaron el Paraná 
hasta la desembocadura del Carcarañá y, luego de fundar Sancti Spíritu en 1527, 
navegaron aguas arriba por los ríos Paraná y Paraguay.
Sin embargo, estas expediciones no resultaron estrictamente exitosas y esto 
disminuyó el entusiasmo de los grupos privados. La Corona inició una paciente 
tarea de persuasión, asumiendo una serie de iniciativas propias tendientes a 
afianzar las pretensiones españolas sobre el Río de la Plata y la detención del 
avance portugués sobre este territorio.
En 1534 el Rey firmó sendas capitulaciones con Francisco Pizarro, Diego de 
Almagro, Pedro de Mendoza y Simón de Alcazaba, que imponían los cargos 
de las expediciones en la iniciativa privada que aceptó los convenios con la 
esperanza de resarcirse de forma inmediata y con creces 
por lo invertido en dicha empresa.
Así, el 24 de agosto de 1535, don Pedro de Mendoza 
partió desde el puerto de San Lúcar de Barrameda con once 
navíos; fue una de las expediciones más importantes de la 
época. Arribó a la boca del Riachuelo el 2 o el 3 de febrero 
de 1536, luego de una accidentada travesía. En ese lugar, 
sin celebrar ceremonia oficial, instaló un asiento que deno-
minó Buenos Aires. Fue la primera etapa del plan que, se 
especula, buscaba alcanzar la Sierra del Plata, remontando 
el Paraná. 
Los primeros meses del asiento fueron de gran incerti-
dumbre. Faltaban las provisiones y los naturales del lugar 
se enfrentaban a los españoles. En uno de esos cruces, 
conocido como “combate de Corpus Christi”, murieron 
Diego de Mendoza, hermano del adelantado; sus sobrinos, 
Pedro y Luis Benavides, y otros capitanes.
Luego del combate, los indígenas sitiaron el poblado 
dejando a los españoles sin recursos. La gravedad de esta 
situación fue reflejada por Ulrico Schmidl en su Crónica 
del Viaje a las Regiones del Plata, Paraguay y Brasil, única 
de la época.
En el viaje de Mendoza participan nu-
merosos nobles y mujeres, algo atípico 
para las expediciones de conquista y 
exploración. Una de ellas, Isabel de Gue-
vara, describe en su correspondencia a 
la hermana del rey Carlos V los aciagos 
días en que cuida heridos y toma las 
armas: “Muy alta y poderosa señora: a 
esta provincia del Río de la Plata, con 
el primer gobernador de ella, don Pe-
dro de Mendoza, hemos venido ciertas 
mujeres, entre las cuales ha querido mi 
ventura que fuese yo la una. Y con la 
armada llegase al puerto de los Buenos 
Ayres con mil quinientos hombres y les 
faltase bastimento, fue tamaña el ham-
bre que al cabo de tres meses murieron 
los mil (…)”
Lucía Gálvez, Las mil y una historias de Améri-
ca. Buenos Aires, Norma, 1999, pp. 191-200.
Don Pedro 
de Mendoza.
Juan Díaz de Solís.
7Un recorrido por su historia
Pedro de Mendoza se alejó de Buenos Aires en dirección 
a Corpus Christi, fundada por Ayolas, pero luego de una 
breve ausencia regresó con la intención de retornar a España 
a causa de su delicada salud. Partió de Buenos Aires el 22 
de abril de 1537, dejando una guarnición de cien hombres. 
Pero la vuelta nunca se concretó porque murió en alta mar 
el 23 de junio.
En noviembre de 1538 llegó el veedor don Alonso de 
Cabrera con una orden real por medio de la cual y luego de 
enterarse de la muerte de Ayolas, lugarteniente de Mendo-
za, nombró a Domingo Martínez de Irala como gobernador 
del Río de la Plata quien ordena el abandono definitivo y 
la destrucción de Buenos Aires, como también el traslado 
de los habitantes a la Asunción. 
El propósito de fundar un centro de población en la 
margen del Río de la Plata había sido frustrado por la as-
pereza del medio ambiente, la hostilidad de los indígenas 
y algunas desinteligencias entre los jefes expedicionarios. 
Sin embargo, y a pesar de todo, la ciudad resurgiría al cabo 
de algunos años. 
El lugar del asentamiento
Basándose en las vagas descripciones de los relatos antiguos y en sus propios pre-
conceptos, los historiadores elaboraron las hipótesis más diversas acerca de la ubica-
ción del asentamiento fundado por Pedro de Mendoza. La nueva hipótesis de Daniel 
Schávelzon y su equipo se alinea con la de Paul Groussac, que pensaba que el lugar 
exacto era a orillas del Riachuelo, en la Vuelta de Rocha, a la altura de Caminito.
La versión oficial rechazó la teoría considerando inaudito que Mendoza hubiera le-
vantado la ciudad en un lugar que, supuestamente, se inundaba. Y situó a la Buenos 
Aires primitiva encima de la barranca, en Parque Lezama. Así lo sostuvieron la Comi-
sión Oficial de 1936 y Juan José Nájera, para quien estaba entre el parque y el arroyo 
Tercero del Sud. Y el historiador Enrique de Gandía la ubicó unas cuadras al norte del 
parque. Para Carlos Roberts, sin embargo, estaba del otro lado de la meseta, en Plaza 
San Martín.
La hipótesis del padre Guillermo Furlong era muy diferente: pensaba que estaba a la altu-
ra de Puente Uriburu, donde nace la avenida Sáenz, en Nueva Pompeya. Otro de los pun-
tos que excavaron los arqueólogos, aunque sin encontrar rastros de la ciudad perdida.
También hay especulaciones más radicales. Como la de Federico Kirbus, que sostiene 
que la primera fundación porteña fue en Escobar. Su argumento se sostiene en la his-
toria del combate de Corpus Christi, en que las huestes de Pedro de Mendoza fueron 
derrotadas por los querandíes. Según los relatos, el capitán Pedro de Luján fue herido 
de muerte y su caballo lo llevó moribundo hasta las orillas del río que con el tiempo 
recibió su nombre. Para Kirbus, es imposible que el caballo haya hecho 70 kilómetros, 
por lo que el asentamiento estaba cerca del río Luján. Como el Delta fue creciendo 
con los siglos, calculó que el lugar era Escobar. En un artículo en Todo es Historia, 
Pablo Lanne desarrolla una hipótesis similar y lo ubica en Ingeniero Maschwitz.
Diario Clarín, 4 de febrero de 2007.
Los nombres de la ciudad
Durante mucho tiempo se creyó que el 
nombre de la ciudad provenía de una frase 
pronunciada por uno de los expediciona-
rios que acompañaba a Mendoza, quien al 
aspirar el aire de las playas habría dicho: 
“¡Qué buenos aires son los de este suelo!”. 
Esta frase fue registrada por Ruy Díaz de 
Guzmán y se generalizó de tal manera 
que fue reconocida por todos, aun por los 
historiadores mejor informados, como el 
origen del nombre de la ciudad.
Sin embargo, en 1892, Eduardo Madero en-
tendió que tal aseveración no era convin-
cente y tras exhaustivas investigaciones 
concluyó que el nombre de Buenos Aires 
se encontraba relacionado con la devo-
ción que los sevillanos, y en especial los 
navegantes, sentían por Nuestra Señora 
de los Buenos Aires, y fue en su advoca-
ción que Pedro de Mendoza bautizó al 
puerto con su nombre.
La ciudad de Buenos Aires ha honradoa 
la Virgen de los Buenos Aires dedicándo-
le un gran templo, la iglesia ubicada en 
Gaona 1730.
El asentamiento. Ulrico Schmidl. Crónica del viaje a 
las regiones del Plata, Paraguay y Uruguay.
Ciudad de Buenos Aires
8
Juan de Garay, 
el fundador
Sólo puede afirmarse que era entre niño y mozo cuando, como de 15 años de edad, arribó al Nuevo 
Mundo, allá por 1542, acompañando a un pariente 
–el Oidor del Perú Pedro de Zárate– a quien debió 
–al menos en parte, conocidas que son las prendas 
de carácter de éste último– tanto el traerlo consigo y 
ponerlo en el camino de la gloria, como el ejemplo de 
una honradez plana y ancha, y de una valentía moral 
que, por exceder el propio valor físico, excede toda 
ponderación. 
Pero muerto el digno tutor, cúpole a Garay luchar 
por sí mismo –solo y desde abajo– para vivir su vida 
en medio de un ambiente entre bárbaro y romántico, 
y alcanzar su ideal, que no parece haber sido otro que 
la virtud, y asegurar los de sus prójimos con lealtad 
y energía. 
Conoció la guerra civil y la de la conquista, y fruto 
de ello fue que pronto se conocieron su nombre y su 
carácter. (…) 
Libró a Ortiz de Zárate de una inmediata derrota 
bajo flechas guaraníes, fundó con un puñado de valien-
tes una ciudad nueva donde aún se percibían los restos 
incendiados del fuerte de Gaboto, se fue al Perú para 
cumplir el mandato sagrado del jefe que había muerto 
y apadrinó el casamiento de la heredera consagrando 
con su auxilio la ilusión del romance espontáneo y 
burlando añagazas de poderosos y curiales; hasta que 
al fin pudo llevar a cabo, sin reclamar siquiera, el galar-
dón de ser suyos el empeño y la empresa, el acariciado 
sueño de abrir las puertas de la tierra. 
Levantando en la Asunción el estandarte real, pro-
clamó la repoblación de Buenos Aires, y obtuvo la 
adhesión, en aquel núcleo exiguo de sesenta hombres 
de guerra con sus mujeres, hijos y gente de servicio, 
todo lo que –sin contar los indios agregados– quintu-
plica por lo menos aquél número, que erróneamente 
se menciona como el de los iniciadores de la nueva 
ciudad. 
Alfredo Villegas (historiador). Fragmento de “Semblanza del funda-
dor”, audición radial del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos 
Aires, 23 de febrero de 1964. 
9Un recorrido por su historia
1580
Juan de Garay funda 
la ciudad definitiva
A menos de cincuenta años de la primera y destruida Buenos Aires, un segundo intento dejará fundada la ciudad cuyo emplazamiento esta vez 
perdurará. Debemos considerar que en pocos años era notablemente distinta 
la situación económica. El interior ya no estaba despoblado y Buenos Aires 
estaba llamada a unir las comunicaciones entre Tucumán y Chile, y entre 
Asunción y Chile.
La presencia de Garay en el Litoral fue consecuencia de la capitulación 
de Juan Ortiz de Zárate, acaudalado minero potosino, quien por un contrato 
con la Corona recibió el título de Adelantado del Río de la Plata y se obli-
gaba a fundar dos pueblos entre el Plata y Asunción, y un 
tercero a la entrada del Río de la Plata; el nombramiento 
agregaba que se debía poblar una ciudad en el puerto 
de Buenos Aires.
A principios de 1580, Juan de Garay pregonó por las 
calles de Asunción la repoblación del puerto de Buenos 
Aires, invitando a todos aquellos que lo quisieran acom-
pañar, prometiendo a cambio “suertes” de solares y la 
posibilidad de gozar en el futuro del fruto de su trabajo 
en las nuevas tierras.
Después de un largo y duro viaje, reconocido el te-
rreno y elegido el lugar para la población, Garay declaró 
fundada la ciudad el 11 de junio de 1580, en el lugar que 
ocupa actualmente la Plaza de Mayo, acompañado por 
11 españoles y 53 criollos, los primeros pobladores de la 
nueva ciudad. El 20 de octubre se designó a San Martín 
de Tours como el Santo Patrono de la Ciudad.
Los objetivos de Garay fueron ciertamente claros, 
“abrir las puertas de la tierra”. Era evidente la necesidad 
de contar con un puerto sobre la costa atlántica y en su 
defecto sobre una de las márgenes del Río de la Plata, con el fin de permitir 
el establecimiento de una comunicación más directa y fluida con los puertos 
peninsulares.
El trazado de la ciudad constituyó un rectángulo de 250 manzanas. Las 
cuatro primeras filas de manzanas a contar desde la ribera fueron divididas 
en cuartos excepto las destinadas al Fuerte, la Plaza 
Mayor y las congregaciones religiosas. 
Al realizar el trazado, Garay no le dio nombres a las 
calles. Sólo medio siglo después, en 1734, el Cabildo les 
otorgó nombres de santos a las principales.
La planta urbana tenía por límite las actuales calles 
Córdoba, Independencia, Salta y Libertad. El ejido llega-
ba por el norte hasta la actual Arenales, por el sur hasta 
San Juan y por el oeste hasta Rivadavia al 4000. 
La plata del Potosí
En 1570 se descubre un nuevo método 
para procesar la plata que era extraída 
del cerro de Potosí en el Alto Perú, el 
yacimiento más grande del mundo. La 
aplicación de esa nueva técnica permi-
tió aumentar la producción en cifras 
enormes. Como consecuencia también 
creció la población, no sólo del Potosí 
sino de toda su zona de influencia. Se 
incrementó la demanda de alimentos y 
de todo lo necesario para el desenvol-
vimiento de una ciudad. Fue preciso 
entonces contar con un puerto en el 
Atlántico que sirviera de comunicación 
con los centros abastecedores.
El Santo Patrono
La tradición cuenta que la elección del 
patrono se echó a suerte; pusieron los 
nombres de distintos santos en un som-
brero y la elección recayó en San Mar-
tín de Tours. Por ser este santo francés 
decidieron repetir la operación y nue-
vamente salió San Martín. Lo hicieron 
por tercera vez con el mismo resultado 
y entonces no hubo otra alternativa 
que proclamarlo patrono.
Mina de Potosí.
Juan de Garay.
San Martín de Tours.
10 Ciudad de Buenos Aires
Acta de Fundación 
de Buenos Aires
“En nombre de la Santísima Trini-
dad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, 
tres personas y un solo Dios verda-
dero, que vive y reina para siempre 
jamás Amén (…) Yo Juan de Garay (…) 
Hoy, sábado, día de nuestro señor 
San Bernabé, once del mes de junio 
del año del nacimiento de nuestro 
Redentor Jesucristo, de mil qui-
nientos ochenta años, estando en 
este puerto de Santa María de Bue-
nos Aires que es en las provincias 
del Río de la Plata, intitulado nue-
vamente la Nueva Vizcaya, hago y 
fundo en dicho asiento y puerto 
una ciudad (…)”
Enrique Ruiz Guiñazú, (coordinador y pró-
logo), Garay. Fundador de Buenos Aires. 
1580–1915. Buenos Aires, Compañía Sud–
Americana de Billetes de Banco, 1915, 
pp. 51-52.
El Cabildo
Se encontraban en vigor las leyes dicta-
das por Carlos V y Felipe II que estable-
cían reglas fijas para la fundación de las 
ciudades. En ellas se determinaban la 
extensión de tierras destinada a planta 
urbana, la distribución de solares y los 
límites de su ejido; las porciones denomi-
nadas dehesas para pastoreo de ganados, 
las tierras del Cabildo y las de labranza.
El Cabildo era un organismo colegiado 
que tenía bajo su responsabilidad el go-
bierno de la ciudad. Todas las ciudades 
indianas tenían el suyo. Allí estaba repre-
sentado un grupo o clase social: el de los 
vecinos de mayor prestigio. Algunas de 
las funciones del Cabildo eran la admi-
nistración de justicia, la conservación del 
orden público (poder de policía), el man-
tenimiento de edificios, la inspección 
de cárceles, la organización de festejos, 
entre otras. Estaba integrado por dos 
alcaldes, los regidores y un grupo de fun-
cionarios. Ante la necesidad de realizar 
una consulta amplia, se convocaba a un 
“Cabildo Abierto”, en el cual participaban 
los cabildantes, las autoridades civiles y 
militares, los representantes de la Iglesia 
y los vecinos importantes.
El escudo de armas
El 20 de octubre de 1580 Garay determi-
nó que el blasón debía llevar sobre un 
fondo de plata un águila negra, con su 
corona en la cabeza,cuatro hijos deba-
jo y una cruz de Calatrava sangrienta 
que salía de la mano derecha. 
El águila negra corresponde los escu-
dos de armas de Ortiz de Zárate y de 
Juan Torre de Vera y Aragón; los cuatro 
aguiluchos representan las ciudades 
que el adelantado debía fundar; la cruz 
de Calatrava y la corona “por haber ve-
nido a este puerto con el fin y propósito 
firme de ensalzar la fe católica y servir a 
la corona de Castilla y León”.
Plano del repartimiento de solares que hiciera Juan de Garay en 1583.
Firma de Garay. Felipe II.
Escudo de armas, 1580.
11Un recorrido por su historia
El trazado 
de Hernandarias
Juan de Garay no midió ni amojonó las suertes que dio en merced, pues no dispuso de tiempo para 
ello. Diez años después de la fundación y a siete de la 
muerte de Garay, se resuelve medir los solares, es decir 
las fracciones más cercanas a la Plaza. En ese entonces, 
no se hace referencia a manzanas, ejido, chacras ni 
estancias. Esta cuestión sólo comienza a considerarse 
en parte en 1606 y 1608, siendo gobernador Hernando 
Arias de Saavedra. La primera medición de las chacras 
entre lo que es hoy la estación Retiro y Río de las Con-
chas (actual Reconquista) se efectuó en 1606, a pedido 
del procurador general de la Ciudad –representante 
del pueblo ante el Cabildo– por “no estar amojonadas 
por orden de la Justicia y Reximiento Della”. 
Esta medida fue muy defectuosa por no conocerse 
los rumbos que debían seguirse, lo que motivó super-
posiciones con las protestas consiguientes. Por ello 
en 1608 se declaran previamente los rumbos y luego 
se mide el ejido. Consta en las actas del extinguido 
Cabildo de Buenos Aires, venerable institución que 
desempeñaba varias funciones, entre ellas la de Justicia 
de Primera Instancia por los alcaldes y las Municipales 
por los Regidores, que el 16 de diciembre de 1608 los 
peritos designados para fijar los rumbos declaran: que 
el mejor para el ejido y las chacras frenteras al Río de la 
Plata es de nordeste a sudoeste y para las chacras del 
Riachuelo de Los Navíos el noroeste a sudeste. Surge 
de esta declaración que al ejido se le fija el rumbo nor-
deste a sudoeste, no obstante de lo cual es amojonado 
de norte a sur y de este a oeste. (…) Se comenzó a medir 
desde el fin de la cuadra de la Plaza, intersección de 
Rivadavia y San Martín, de sur a norte, siguiendo la 
dirección que ya tenían las calles (la razón del cambio 
de rumbo dado por los peritos) la mitad del frente del 
ejido, y se le echaron 12 cuerdas de 151 varas igual a 
1.569 metros, distancia entre las esquinas de Rivadavia 
y San Martín, y la ideal de San Martín y Arenales, y se 
tuvo por mojón, constan en el acta, la cruz grande de la 
ermita de San Sebastián, una cuadra, poco más o menos 
antes de la gran portada de la estación Retiro. 
Alineando la cruz en la dirección este-oeste y des-
de la barranquilla donde bate el agua del río, hoy la 
avenida Libertador General San Martín, se midió una 
legua de largo tierra adentro, –aproximadamente hasta 
la actual intersección de Lavalleja y Lerma– y desde 
ahí, cuadrando en la dirección norte-sur, 24 cuerdas 
igual a 3.138 metros, en donde amojonaron el esquinero 
sudoeste del ejido, frente al Corral Viejo de las Vacas, 
hoy San Juan y avenida La Plata. 
Al otro día, 17 de diciembre, las mismas personas 
midieron la otra mitad del ejido por la banda del Ria-
chuelo, y partiendo de Rivadavia y San Martín rumbo 
al sur, 12 cuerdas igual a 1.569 metros, amojonando el 
esquinero sudeste, hoy San Juan y Bolívar, y desde ese 
lugar, rumbo al este-oeste, la legua de fondo, 6.000 
varas igual a 5.169 metros, llegando al esquinero su-
doeste ya amojonado. 
Héctor Ottonello (historiador). Fragmento de “La mensura de 
Hernandarias en 1608, origen del trazado de la ciudad de Buenos 
Aires”, audición radial del Instituto Histórico de la Ciudad de 
Buenos Aires, 26 de setiembre de 1963. 
12 Ciudad de Buenos Aires
Los inicios de la ciudad
Varias décadas después de su trazado inicial, Buenos Aires se parecía más a un pequeño rancherío solitario que a una elegante ciudad colonial.
La carencia de materiales consistentes y la falta de arquitectos hace suponer que 
los primeros edificios levantados alrededor del fuerte fueron precarias casuchas 
realizadas con materiales de los alrededores: barro, paja, troncos, ramas y cueros, 
arreglados con los tejidos y utensilios que los colonizadores habían traído de la 
metrópolis o de otras fundaciones. 
En los primeros años del siglo XVII las residencias porteñas adquirieron 
muros de grueso adobe y techos realizados con la madera que venía del Delta y 
cubiertos con paja. Todas las edificaciones eran de una sola plaza. Tampoco estaban 
pintadas o cubiertas con cal: su uso se generalizó recién en el siglo siguiente. Las 
puertas no eran ostentosas, estaban construidas con madera 
rústica y sin adornos. 
La arquitectura del siglo XVII no buscaba ambientes 
luminosos. Las habitaciones rara vez tenían ventanas; si las 
había, eran pequeñas. La luz entraba por la puerta principal, 
resguardando la privacidad de los primeros pobladores. Por 
dentro, las lámparas iluminaban la austeridad de la vida 
colonial. Las rejas implementadas eran de madera, en pocos 
casos elaboradas; en general eran sólo troncos empotrados 
en las paredes. 
El primer horno de ladrillos se instaló en 1608 en un 
terreno de San Telmo. Este dato nos habla de una pauta de 
mejoramiento en las construcciones así como de una demanda 
creciente de asentamientos en la ciudad. Las casas elegantes 
incorporaron además los ladrillos a los pisos de los patios. 
Cuando Juan de Garay distribuyó las tierras de la funda-
ción entre los expedicionarios, otorgó grandes terrenos a las 
órdenes religiosas. Los templos levantados durante este siglo, sin embargo, no 
pasaban de ser modestas capillas. A lo sumo incorporaron sencillas pilastras o 
fajas sin capitel junto a la puerta principal (hoy pueden verse ejemplos de este 
estilo en los laterales de la Catedral y de San Ignacio). La primera iglesia con una 
arquitectura elaborada fue San Ignacio, cuya construcción se inició en 1710. 
De los edificios civiles, el más importante fue el Cabildo; en los primeros 
tiempos funcionó dentro del fuerte. En 1607 se cimentó un primer edificio, que 
durante el siglo incorporó un balcón y dos torres. Éstas, al ser sumamente frágiles, 
fueron demolidas en 1698. Finalmente, luego de varios intentos de reparaciones, 
todo el edificio fue derribado y se proyectó uno nuevo, bajo la dirección del ar-
quitecto italiano Andrés Blanqui que fue 
inaugurado en 1725.
A medida que la ciudad crecía, su 
fisonomía iba cambiando. En las esqui-
nas porteñas comenzaron a aparecer 
pulperías y tendejones, comercios mi-
noristas donde cualquier vecino podía 
comprar desde alimentos hasta géneros. 
Para paliar la austeridad campechana de 
Buenos Aires, en 1610, Simón de Valdez, 
un conocido contrabandista, instaló 
una mesa de truque, algo así como un 
billar que servía de entretenimiento a 
los porteños. La plaza, centro cívico y 
Plaza Mayor en 1720.
Iglesia de San Ignacio.
13Un recorrido por su historia
cultural, no tenía ningún monumento o construcción: era 
un inmenso solado que se convertía en un barrial cada vez 
que llovía y se vestía de fiesta en ocasión de celebraciones 
religiosas o civiles. 
La vida en la primitiva Buenos Aires no resultó simple. 
Los vecinos tenían que realizar todas las tareas, desde 
procurarse el agua del río que bebían o utilizaban en las 
tareas del hogar, hasta conseguir los alimentos necesarios 
para su subsistencia.
En 1599 llegó el nuevo gobernador del Río de la Plata, 
Diego Rodríguez Valdez, quien debió enfrentar un pa-
norama por demás desalentador; se carecía de casi todo, 
desde el vino hasta los útiles de labranza.Valdez pronto 
comprendió que el único recurso para salir de esta difícil 
situación económica era promover el comercio con Brasil, 
ya que allí estaban interesados en las lanas, el trigo y el 
sebo que se producían en el Río de la Plata. Por lo tanto, se 
dispuso lo necesario para facilitar ese comercio.
Hacia 1604, durante la gobernación de Hernandarias de Saavedra, se envió una 
expedición al sur en busca de la ciudad de los Césares, la que regresó a Buenos 
Aires en febrero del año siguiente, sin ninguna esperanza de encontrar alguna 
vez la mítica ciudad. Este notable gobernador criollo había nacido en Asunción 
en 1560. Su acción de gobierno durante cuatro períodos respondió ampliamente 
a la consigna de la Corona de tomar territorios e impulsar su productividad.
Por disposición de la Corona, en 1617 fueron constituidas las provincias del 
Río de la Plata y del Guayrá en gobernaciones autónomas; Buenos Aires se con-
virtió en capital de la gobernación. El primer gobernador designado para el Río 
de la Plata fue Diego de Góngora y Elizalde, quien cumplió una desafortunada 
gestión; durante su gobierno aumentó tanto el contrabando, que fue llevado a la 
Corte para su enjuiciamiento. Luego de su muerte, en el juicio de residencia fue 
condenado por el Consejo de Indias por haber estorbado a Hernandarias, per-
mitido la entrada de cinco mil negros y obligado a muchos portugueses a pagar 
contribuciones de hasta 88 mil ducados.
Un tema siempre presente era el peligro del avance portugués y en un intento 
por detenerlo, el gobernador don Francisco de Céspedes y Figueroa procuró el 
establecimiento de misiones para contener su progresiva expansión territorial. La 
orden de San Francisco proveyó los sacerdotes y se organizó una expedición que, 
desde Buenos Aires, avanzó por la costa del río Uruguay, hasta una distancia de 
En 1635 se hace cargo de la goberna-
ción Mendo de la Cueva y Benavides, 
quien llega a Buenos Aires un año des-
pués, procedente de Lisboa. 
Se sucedieron otros gobernadores que 
dejaron poco rastro de su paso por tan 
alto cargo. Nicolás de Avendaño y Val-
divia ostentó el cargo por solo 35 días; 
Ventura de Moxica murió luego de 
estar 26 días en el cargo; Pedro de Ro-
jas y Azevedo cubrió a su vez un corto 
interinato, entregando el gobierno en 
1641 a don Andrés de Sandoval a quien 
sucedió don Jerónimo Luis de Cabrera y 
Garay.
La ciudad en 1628. 
Acuarela llamada de 
Vingboons, primera vista 
de la ciudad fundada por 
Garay.
14 Ciudad de Buenos Aires
treinta leguas; se fundaron las reducciones de San Francisco de Olide, los Charrúas 
y San Antonio de los Chanaes.
A partir de 1630, la ciudad inicia una nueva etapa con el gobernador maris-
cal de campo Pedro Esteban de Ávila, llamado corrientemente, por una mala 
lectura de su apellido, Dávila. Era un militar experimentado y de prestigio. 
Llegó a Buenos Aires en diciembre de 1631 y de inmediato se 
abocó a la construcción del Fuerte, al que bautizó Juan Baltasar 
de Austria. Sin los medios financieros suficientes, pagó a veces de 
su bolsillo gastos de administración. Con este gobernador Buenos 
Aires tuvo su ejército de línea, lo que abrió la carrera militar a 
los hijos del país. Por otro lado, prohibió la matanza de ganado 
cimarrón y estableció el uso de corrales, aunque su decisión no 
tuvo ningún eco. También dotó de camas al hospital y dispuso 
que la Orden de San Juan de Dios atendiera el establecimiento.
Luis de Cabrera y Garay desarrolló una intensa labor de 
gobierno, se preocupó primordialmente de atender y reforzar 
las defensas de la ciudad; dispuso la realización de ejercicios 
de tiro y mantuvo en estado de alerta a la guarnición ante un 
eventual ataque marítimo. Sus temores se confirmaron cuando el 
23 de mayo de 1642 se presentaron ante la ciudad dos navíos de 
guerra portugueses y uno francés, los que finalmente pudieron 
ser rechazados. 
Conviene recordar que el 15 de diciembre de 1640 se había coronado rey de 
Portugal al duque de Braganza, con el nombre de Juan IV, sellándose de esta 
manera la separación definitiva de las coronas portuguesa y española. A raíz 
de esto, Felipe IV de España resolvió por Real Ordenanza del 7 de enero de 
1641 exonerar a los portugueses en los cargos que desempeñaban en América. 
El gobernador Cabrera puso en práctica la medida disponiendo el destierro a 
Córdoba y Chile de todos los vecinos y residentes portugue-
ses, procediendo a requisarles sus navíos. Esta medida 
fue muy resistida por considerársela inhumana, ya que 
decretaba el desmembramiento de muchas familias. A 
causa de estas decisiones la campaña se encontraba su-
mergida en un gran desorden; una importante población 
seminómada, sin propiedades ni medios de subsistencia, 
se alimentaba del ganado cimarrón y buscaba refugio 
temporario en las estancias donde se apoderaba de la ha-
cienda mansa, hecho que se consideraba como un delito. 
Los miembros del Cabildo pidieron al gobernador que 
pusiera coto a la situación. Lo hizo poniendo en vigencia 
“la Ley Real” que castigaba el abigeato y el cuatrerismo 
con la pena de muerte.
Para 1645 el nuevo gobernador era don Jacinto de 
Láriz. Los primeros meses de su gobierno transcurrieron 
en armonía, pero pronto el mismo gobernador propició 
la atmósfera para alterar la paz de la población, ya que 
Láriz acostumbraba expresarse en forma desdeñosa al 
referirse a la gente que lo rodeaba. Toda su gobernación 
fue un cúmulo de conflictos que mantuvieron intranquila 
a la ciudad. 
El nuevo gobernador, don Pedro de Baigorri y Ruiz, 
llegó a Buenos Aires en 1653, momento en que la ciudad 
sufría una terrible epidemia, habían muerto ya numero-
sos vecinos y la casi totalidad de los indios y esclavos 
negros. Las estancias quedaron despobladas. La milicia 
también sufrió una importante baja de reclutas, no por 
Epidemias en la ciudad
Durante el siglo XVII Buenos Aires su-
frió numerosas pestes que diezmaron a 
la población con facilidad a causa de las 
malas condiciones sanitarias. El agua 
se recogía directamente del río (donde 
además se lavaban utensilios y ropas) o 
de algunos pozos realizados en la ciu-
dad. No había entonces aljibes, fueron 
levantados recién en el siglo siguiente 
y sólo en las viviendas acomodadas. 
Por otro lado, los mosquitos y otros 
insectos abundaban en las zonas pan-
tanosas y transmitían sin impedimento 
las enfermedades. Las pestes atacaban 
principalmente a esclavos, que, sin 
defensas, sucumbían rápidamente a 
las enfermedades introducidas por los 
europeos. Entre 1605 y 1607 brotó una 
epidemia de viruela que se llevó a dos 
tercios de la población negra, mestiza 
e india. En años siguientes la viruela, la 
fiebre tifoidea y la tuberculosis conti-
nuaron fustigando sin tregua a la joven 
población de Buenos Aires.
Escudo de la Ciudad 
propuesto por Láriz, 1649.
15Un recorrido por su historia
la epidemia sino por la falta de paga. Para solucionar 
esto el gobernador compulsó a los mozos sin ocupación 
a completar la guarnición del fuerte, bajo la amenaza de 
ser declarados vagabundos y malhechores. En su época 
se agudizó un problema jurisdiccional con los jesuitas.
Baigorri no fue muy escrupuloso con la represión del 
contrabando; se descubrió que por lo menos seis navíos 
holandeses habían descargado mercaderías contando 
con su consentimiento.
Lo sucedió Alonso Mercado y Villacorta que, si bien 
intentó modificar algunas normas comerciales ya estable-
cidas, no innovó en lo que se refiere al contrabando. 
El siguiente gobernador fue José Martínez de Salazar, 
quien encara con gran entusiasmo la reconstrucción del 
Fuerte de Buenos Aires, con murallas de ladrillos, puente 
y rastrillo, obra realizada con todo éxito bajo su dirección. 
Instaló dos tahonas y herrería dentro del recinto del Fuerte 
y se preocupó por la construcción de un horno de ladrillos y 
tejas; también hizo levantar un horno de cal. Otras iniciativas 
suyas fueron la organización de la industria de carbónen la 
Banda Oriental y la fabricación de bizcochos en las tahonas 
del Fuerte, producto que trocaba por pólvora, alquitrán y lienzo con los navíos que 
recalaban en el puerto.
En 1674 entregó el gobierno a Andrés de Robles, una de cuyas medidas más 
notables fue aumentar a 800 hombres la dotación del Fuerte.
En 1678 llegó José de Garro quien, ante la situación que creaban las continuas de-
predaciones de los indios, dispuso la con-
tención de sus desmanes. Le encomendó 
tal misión al capitán Juan de San Martín 
que la realizó con tal contundencia que 
fue castigado por contravenir disposicio-
nes reales que impedían encomendar a 
los indios por hechos de guerra. 
En 1681 arriba al puerto de Buenos 
Aires el nuevo gobernador José de He-
rrera y Sotomayor. Cumplió un breve 
gobierno y fue sucedido por Agustín de 
Robles, Caballero de Santiago. Durante 
su gobierno y ante la imposibilidad de 
poder controlar el paso de mercancías 
por la ciudad de Córdoba, la represen-
tación de Buenos Aires consigue dar 
traslado de la aduana seca a la ciudad 
de Jujuy. La aduana seca se establece en 
la provincia de Córdoba hacia 1620 con 
el fin de detener y fiscalizar el tránsito 
de mercaderías ingresadas por el Río de 
la Plata con destino a los mercados del 
Alto Perú. Esta medida impulsó nota-
blemente el comercio, favoreciendo 
que estas regiones formaran un todo 
político que fue consagrando los lími-
tes de la actual República Argentina. 
Este gobernador actuó enérgicamente 
contra el contrabando, sin permitir 
que se hicieran transgresiones.
El contrabando
Ya en el siglo XVII los portugueses se 
habían encargado de ejercer el contra-
bando a lo largo de la extensa, impreci-
sa y prácticamente incontrolable fron-
tera que separaba a sus posesiones del 
Brasil con el Río de la Plata; recibiendo 
a su vez en 1680 un sólido punto de apo-
yo con el establecimiento de la Colonia 
de Sacramento en la margen oriental 
del ancho río, frente a Buenos Aires. Así 
comenzaba a cimentarse uno de los co-
mercios ilícitos más florecientes y am-
plios de toda América.
Hernán Silva, “El comercio ilícito en el Río de 
la Plata” en revista Todo es Historia Nº 260, 
febrero de 1989, p. 71. 
La ciudad en el siglo 
XVII. Grabado impreso 
en Holanda por Frederik 
de Wit, según dibujo de 
autor anónimo.
16 Ciudad de Buenos Aires
Los gobernadores de Buenos Aires 
durante el siglo XVIII
Manuel del Prado y Maldonado fue el primer gobernador de 
Buenos Aires del siglo XVIII. En 1702, fue reemplazado por 
Alonso de Valdéz Inclán quien tuvo fuertes enfrentamientos 
con el Cabildo al igual que su sucesor Manuel de Velazco y 
Texado. En 1710 arribó a Buenos Aireas el oidor de la Real 
Audiencia de Sevilla, José de Mutiloa y Andulza que depuso 
al gobernador y se hizo cargo del puesto.
Se sucedieron después los gobiernos de Alonso de Arce 
y Soria, quien accedió a la gobernación a través de un do-
nativo de 18.000 pesos; el de José Bermúdez de Castro y el 
de Baltasar García de Ros, a quien le correspondió la tarea 
de devolver a Portugal la Colonia de Sacramento. Bajo esta 
gestión, la ciudad recibió el 5 de octubre de 1716 el título 
de “Muy noble y muy leal” concedido por cédula del 5 de 
octubre de ese año. La iniciativa no había partido del Rey 
ni del Consejo de Indias, como podría suponerse, sino de 
la propia ciudad de Buenos Aires, representada en aquella 
oportunidad por Esteban de Cegama; este vecino había 
elevado un breve petitorio en el que recordaba los múltiples 
sacrificios y privaciones que habían padecido los habitantes 
de la ciudad desde 1580, año de su fundación, por lo cual 
la ciudad suplicaba que se le honrara con la merced de ser 
denominada con el título de “Muy noble y muy leal”.
Recibida tal merced, la ciudad comenzó a usar el preciado título de inmediato; 
lo mantuvo hasta la emancipación de las Provincias Unidas del Río de la Plata 
de España. Sucede en el cargo de la gobernación Manuel de Barranco y Zepian, 
de muy escasa actuación.
En 1717 asume Bruno Mauricio de Zabala, quien actuó con gran tacto y energía 
durante casi dos decenios. Fundó la ciudad de Montevideo, duro golpe para las 
pretensiones lusitanas en el Río de la Plata; también ordenó el régimen comercial 
de cueros y adoptó medidas para reprimir el contrabando. 
Lo sucedió Miguel Salcedo y Sierra, que llegó a Buenos Aires en 1734; su 
gobernación estuvo signada por los continuos esfuerzos para tratar de contener 
el avance indígena, que había llegado hasta Luján y Magdalena.
En 1745, fue designado gobernador José de Andonaegui. Su preocupación 
estuvo centrada en la contención de los portugueses que 
presionaban por penetrar en el Río de la Plata. 
Pedro de Cevallos fue nombrado gobernador en no-
viembre de 1755. Se interesó en vincular el comercio de 
Buenos Aires con Potosí y planeó la navegación del río 
Bermejo. En diciembre de 1765 el sucesor fue Francisco 
de Paula Bucarelli; durante este gobierno se produje-
ron dos hechos de suma importancia: la expulsión de 
los jesuitas, en 1767, y la ocupación de Malvinas por 
los ingleses. En agosto de 1771 Juan José de Vértiz fue 
confirmado en el cargo y a él le correspondió enfrentar 
a los portugueses. Lo hizo en 1774 con desigual fortuna, 
ya que, si bien en principio aquéllos fueron derrotados 
en el Fuerte de Santa Tecla (actualmente municipio de 
Bagé, en el estado de Río Grande del Sur, Brasil), lue-
go se rehicieron y lo derrotaron, debiendo retirarse a 
Buenos Aires. El Rey puso este hecho en conocimiento 
Los esclavos en el siglo XVII
Buenos Aires era puerto de tránsito 
para muchos de los esclavos provenien-
tes de África o de Brasil, con probable 
destino hacia las ricas minas de Potosí. 
No obstante, una porción de ellos se 
quedaban en la ciudad, según lo ex-
presa un documento de 1602 en el que 
se piden centenares de esclavos para 
las familias y el trabajo en los campos 
aledaños. Los números de 1604 pare-
cen haber respondido a ese reclamo: 
sólo 26 blancos contra 487 negros y 20 
aborígenes nativos fueron bautizados. 
Éstos últimos no conformaron nunca 
un número significativo durante el si-
glo XVII; se los consideraba rebeldes y 
de difícil aprendizaje para las tareas de 
servidumbre y la agricultura.
Daniel Schávelzon, Buenos Aires Negra, ar-
queología histórica de una ciudad silenciada. 
Buenos Aires, Emecé, 2003.
Censo de 1744
En 1738 se hizo cargo del gobierno Do-
mingo Ortiz de Rosas que continuó la 
campaña de detención y apaciguamien-
to de los aborígenes; es importante se-
ñalar que durante su gestión se realizó 
un censo en 1744 el que determinó diez 
mil habitantes para la ciudad, de los 
cuales ocho mil eran blancos y el resto 
indios, mestizos, mulatos y negros.
Nicolás Besio Moreno, Buenos Aires. Puerto 
del Río de la Plata. Capital de la Argentina. 
Estudio crítico de su población. 1536-1936. 
Buenos Aires, Talleres Gráficos, 1939.
Plano de Boneo, 1780-1800.
Pedro de Cevallos.
17Un recorrido por su historia
de Cevallos, quien aconsejó enviar navíos para tratar en forma eficiente la 
presencia española en la zona de litigio. Este consejo será tenido en cuenta 
más adelante y coincidirá con la creación del Virreinato del Río de la Plata.
Los primitivos barrios de la ciudad
Estos pequeños grupos urbanos, de características propias y bien definidas, 
fueron creciendo alrededor de los templos que atendían las necesidades espi-
rituales de la población. Las primitivas y modestas capillas se fueron convir-
tiendo en parroquias, originándose a veces una cierta competencia, en la que 
las congregaciones religiosas, apoyadas por los vecinos del barrio, pugnaban 
por erigir el mejor templo en el menor tiempo posible. Llegaron a fines del 
siglo XVII los hermanos Juan Krauss, Andrés Blanqui, Juan Bautista Prímoli, 
José Schmidt y Felipe Lamer, quienes diseñaron la construcción de nuestros 
principales templos y edificios públicos.
Cabe recordar que el 17 de noviembre de 1608, 
Fernando ÁlvarezTexero instaló cerca del alto de San 
Pedro un horno de ladrillos. La demanda fue tal que en 
1730 funcionaban ya 50 hornos en distintos lugares de 
la ciudad. La utilización de estos materiales favoreció la 
construcción de iglesias, hasta llegar a un punto en que 
se hizo necesaria la división eclesiástica o parroquial de 
la ciudad. Hasta 1769, no obstante los importantes ser-
vicios espirituales que presentaban los nuevos templos, 
la Catedral era la única parroquia destinada a atender el 
enorme movimiento religioso de la ciudad y de algunos 
pueblos de los alrededores, como Arrecifes y Areco.
El 8 de julio de 1769 por real cédula, la ciudad quedó 
dividida en seis parroquias: San Nicolás, Socorro, Con-
cepción, Montserrat, La Piedad y Catedral. 
Estos fueron prácticamente los primeros barrios 
de la ciudad. Más tarde irían modificando sus límites 
de acuerdo con las subdivisiones que se realizaron al 
erigirse nuevas parroquias debido al aumento de la 
población.
Esta no fue la única división que tuvo la ciudad por 
aquellos tiempos; en 1762 se conformaron en cuatro 
cuarteles, para atender mejor a las necesidades del 
vecindario; el número de cuarteles aumentó a seis en 
1778.
En 1794, por iniciativa del intendente de policía, 
capitán Martín Boneo, la ciudad es dividida en veinte 
barrios, y en cada uno de ellos se designa un “alcalde de 
barrio”, cargo honorario con funciones parecidas a las 
de los actuales comisarios de policía.
El historiador Ricardo de Lafuente Machain ha 
dejado esta excelente descripción de la ciudad: el Alto 
de San Pedro comenzaba inmediatamente después de 
cruzar el zanjón del Hospital. Se comunicaba con el 
centro por la calle Real (Defensa) que se interrumpía 
por la presencia del zanjón a la altura de la actual 
calle Chile.
En la parte sur del barrio del Alto se formaron otros 
barrios a ambas márgenes del Riachuelo especialmente 
después de facilitarse el tránsito por la calle de Santa 
La abundancia de carne
Concolorcorvo describe al Buenos Aires 
de mitad del siglo XVIII como una aldea 
tranquila, sin grandes aspiraciones, 
menor a las ostentosas Lima, Cuzco o 
Santiago. Su población disfrutaba de 
la abundancia de carne a causa de la 
producción que suscitaba el comercio 
de cueros. 
“No he sabido que haya mayorazgo 
alguno ni que los vecinos piensen más 
que en sus comercios, contentándose 
con una buena casa y una quinta, que 
sólo sirve de recreación. La carne está 
en tanta abundancia que se lleva en 
cuartos a carretadas a la plaza, y si por 
accidente se resbala, como he visto yo, 
un cuarto entero, no se baja el carrete-
ro a recogerle, aunque se le advierta, 
y aunque por casualidad pase un men-
digo, no le lleva a su casa porque no le 
cueste el trabajo de cargarlo. A la ora-
ción se da muchas veces carne de valde 
[sic.], como en los mataderos, porque 
todos los días se matan muchas reses, 
más de las que necesita el pueblo, sólo 
por el interés del cuero. 
Todos los perros, que son muchísimos, 
sin distinción de amos, están tan gor-
dos que apenas se pueden mover, y los 
ratones salen de noche por las calles, a 
tomar el fresco, en competentes desta-
camentos, porque en la casa más pobre 
les sobra la carne.” 
Concolorcorvo, El lazarillo de ciegos cami-
nantes. Desde Buenos Aires hasta Lima. Bue-
nos Aires, Solar, 1942.
Plano de Boneo, 1780-1800.
La ganadería.
18 Ciudad de Buenos Aires
Lucía o calle larga de Barracas (Montes de Oca), donde 
muchas familias tuvieron quintas de recreo.
El centro administrativo se encontraba en la Plaza 
Mayor, con el Fuerte, la Catedral y el Cabildo, asiento de 
las más altas autoridades gubernamentales, eclesiásticas 
y comunales. Mientras que la zona residencial se asentó 
en las cercanías de Santo Domingo, donde tuvieron sus 
casas las familias de prestigio social y económico hasta 
entrado el siglo XIX.
El centro comercial se encontraba 
alrededor de la Plaza Mayor hasta 
que la extensión del caserío impuso 
la formación de otros para los barrios apartados y dio 
origen a las plazas Nueva, Montserrat, y más tarde, 
Concepción y Lorea.
Más afuera de los arrabales se extendía una amplia 
zona de quintas para cultivo de frutales, hortalizas, pas-
tos, y la crianza de aves para abastecer a la ciudad.
Las plazas o “huecos” eran los lugares destinados 
a paradas de carretas y ventas de artículos de todo gé-
nero, con preferencia los de abasto, traídos de chacras, 
estancias o provincias… en una palabra eran mercados 
públicos. 
La ciudad a mediados 
del siglo XVIII
Hasta mediar el siglo XVIII la ciudad 
de la Trinidad no se extendió en 
proporción con la importancia que 
iba adquiriendo y el aumento de po-
bladores. En cambio su edificación 
ganó en densidad, pues no sólo dis-
minuyeron los huecos profusamen-
te antes en todas partes, sino que 
además se subdividieron los primi-
tivos solares en un cuarto de man-
zana. El área urbana constaba de 
tres partes: el centro, los arrabales 
y las quintas, novedad del siglo.
El centro estuvo muchos años limi-
tado, al norte y sur, por las llama-
das zanjas o zanjones, que servían 
de desagüe a las tierras del oeste 
en días lluviosos, formando riachos 
torrentosos que después de descri-
bir varias curvas se volcaban en el 
río desde lo alto de la barranca, más 
o menos por donde ahora están las 
calles Viamonte y Chile. (…) Prácti-
camente impedían la expansión de 
la ciudad por las dificultades que 
ofrecía a los moradores ubicados 
fuera de ellas, el abastecerse en 
los días de lluvia por los malos ca-
minos. Por eso las tierras del Retiro 
y Socorro se poblaron después que 
las del oeste. 
En la vecindad del Puerto se iban 
agrupando los depósitos de mer-
cancías, galpones para frutos del 
país, hornos de ladrillo, molinos de 
viento, etc., hasta formar un barrio 
que se llamó Barracas por la clase 
de sus construcciones.
Ricardo de Lafuente Machain, Buenos 
Aires en el siglo XVIII. Buenos Aires, Mu-
nicipalidad, 1980, pp.39-46.
Los alcaldes de barrio
Estaban uniformados con una larga 
levita, pantalón gris y un sombrero de 
copa de alto pompón blanco. Llevaban 
además un sable al cinto y un bastón 
con borla. De noche, eran los encarga-
dos de realizar el servicio de ronda, ta-
rea que efectuaban acompañados por 
varios vecinos.
Planta de la ciudad, 1713, levantada por Pedro Bermúdez, Litografía de Jacobo Peuser.
19Un recorrido por su historia
Construcciones 
y reconstrucciones 
de la Catedral porteña
No sabemos las excelencias con que contó aquella Catedral que existió antes de la actual, y que 
se desplomó en la noche del 23 de mayo de 1752, 
pero sabemos que contaba con dos airosísimas to-
rres, que eran entonces el orgullo de la ciudad de 
Buenos Aires. Ellas quedaron en pie, cuando el de-
rrumbe general, y a ellas se adosó el templo, ahora 
existente. Si no su arquitecto, de quien no tenemos 
noticias, Juan Bautista Masela, que fue tan sólo su 
constructor, hizo entonces un templo tan ingente, 
así en lo amplio como en lo alto, que las mencio-
nadas torres, con ser airosas, resultaron estrechas, 
pequeñas, inadecuadas, y, en 1778, por razones 
exclusivamente estéticas, se ordenó la demolición. 
Como se hallaba entonces en Buenos Aires un pe-
ritísimo ingeniero lusitano, José Custodio de Sá y 
Faría, se le encargó proyectar una nueva fachada 
con dichas torres, y la Catedral de Buenos Aires, 
templo con fachada y torres hasta 1752, fachada y 
torres sin Catedral hasta 1775, Catedral sin fachada 
y sin torres desde 1778, llegó a tener fachada, pero 
no torres desde 1823. 
Este año, dos maestros franceses, Próspero Catelín 
y Pedro Benoit, no sólo prescindieron de los excelen-
tes planos de Sá y Faría, pero ni prestaron atención a 
la índole arquitectónica del templo, al planear la fa-
chada que Martín Rodríguez les encargó hacer. Al 
templo, que es de estilo jesuítico, con naves a cañón, 
adosaron una incongruente y disonante fachada he-
lénica, copiadel Palais Bourbon. No puede negarse 
que esta fachada, con su inmenso tímpano, es sober-
bia e imponente, pero además de carecer de una alta 
gradería, como por ejemplo, la existente en el edificio 
de la Facultad de Derecho en esta ciudad de Buenos 
Aires, estilísticamente no armoniza con la arquitec-
tura interior del templo. 
Guillermo Furlong (religioso jesuita e historiador). Fragmento de “La 
Catedral de Buenos Aires”, audición radial del Instituto Histórico 
de la Ciudad de Buenos Aires, 1º de diciembre de 1963. 
20 Ciudad de Buenos Aires
1776
La Capital del Virreinato
Hasta fines del siglo XVIII, la gobernación de Buenos Aires formaba parte del Virreinato del Perú, junto con las de Tucumán, Paraguay y Cuyo. El Virrei-
nato del Perú, con capital en Lima, comprendía así una vasta 
extensión de territorio no totalmente homogéneo, lo que hacía 
extremadamente difícil su administración y defensa.
Toda la actividad económica del Virreinato se realizaba a 
través de Lima, por lo que el puerto de Buenos Aires se veía 
seriamente afectado, ya que los productos se encarecían enor-
memente antes de llegar a él. Comerciar con la Corona signifi-
caba realizar una dura travesía en carreta entre Lima y Buenos 
Aires o, por medio de una autorización especial, a través de 
la cordillera llegar a Santiago de Chile. Con este panorama, 
Buenos Aires carecía de un rápido y útil aprovisionamiento, y 
entonces estaba condenada a practicar el contrabando.
Desde la segunda mitad de siglo XVIII, el avance de los 
portugueses en territorio español fue constante. Con el objetivo 
de fortalecer la seguridad y reducir las unidades administrati-
vas, el rey de España Carlos III para su mejor control creó en 
1776, en forma provisional, el Virreinato del Río de la Plata. 
Esta nueva división administrativa 
marcaría para Buenos Aires un mo-
mento decisivo, ya que su paulatina 
autonomía del resto de las provincias 
en su calidad de ciudad puerto le per-
mitiría acceder a un crecimiento socio-
económico y político cada vez mayor. Era 
esencial, en primer lugar, consolidar la paz en las fronteras 
para luego abocarse a la organización del territorio.
El 13 de abril de 1776 parte de Cádiz una armada di-
rigida por Pedro de Cevallos hacia el Río de la Plata, que 
arribó a las costas del Brasil en febrero de 1777. Su primera 
acción fue tomar la Villa de Santa Catalina, en las costas 
brasileñas. Luego llega a Montevideo para auxiliar a Vértiz, 
que se encontraba allí protegiendo la frontera, y finalmente 
el 5 de agosto toma la Colonia del Sacramento. Cuando 
finaliza la expedición, Cevallos se dirige hacia Buenos Aires 
y se encarga de dar cumplimiento a las cláusulas del Tratado de San Ildefonso. 
Por real orden se crea en forma permanente el Virreinato del Río de la Plata que 
comprendía las provincias de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa 
Cruz de la Sierra, Charcas y los territorios de Mendoza y San Juan, desprendidos 
de la Capitanía General de Chile.
Los primeros virreyes 
Pedro de Cevallos fue el primer virrey del Río de la Plata (1776-1778); dictó para 
el puerto de Buenos Aires el auto de “libre internación” de los productos, lo 
que permitió el libre comercio interno y el intercambio con España. La ciudad 
de Buenos Aires se convirtió a su vez en sede del gobierno virreinal con lo que 
adquirió un notable impulso.
Tratado de San Ildefonso
El 1º de octubre de 1777 se firmó en 
San Ildefonso el Tratado de Límites en 
América Meridional por el cual Portugal 
cedió a España las islas Martín García, 
Dos Hermanas y San Gabriel, la Colo-
nia de Sacramento y la navegación de 
los ríos de la Plata, Paraguay, Paraná y 
Uruguay. Por su parte, España entrega-
ba una parte del territorio de la Laguna 
Grande y Merín, una extensión del su-
deste del Perú y devolvía la isla de San-
ta Catalina.
Virreinato del 
Río de la Plata.
21Un recorrido por su historia
Fue un momento de profundos cambios para la ciudad; dijo don Juan Francisco 
Aguirre en 1783 “no hay uno que no se asombre de la transformación de Buenos 
Aires casi de repente”. Surgen en esta época nuevos arquitectos, ingenieros y 
alarifes, dignos sucesores de los maestros jesuitas.
Juan José de Vértiz (1778-1784) inauguró el virreinato permanente en 1778 y 
desarrolló una importante labor edilicia. Ordenó la realización de arreglos de calles 
e hizo abrir caminos carreteros. Se terraplenaron unas doscientas varas al norte 
del Fuerte donde se plantaron sauces y ombúes, conformándose así el Paseo de la 
Alameda. Colocó los primeros faroles en la ciudad por lo que 
recibió el apodo de “Virrey de las Luminarias”. En cuanto a 
educación, creó el Real Convictorio Carolino; era un instituto 
religioso pero dependía del virrey directamente. Vértiz tam-
bién proyectó la creación de una Universidad pero las obras 
quedaron inconclusas al término de sus funciones.
Se debe a Vértiz el origen de la Imprenta de los Niños 
Expósitos junto con una nómina de instituciones destinadas 
a la protección y el cuidado de los desamparados, entre ellos 
el hospital de pobres y mendigos, y una casa de corrección 
Colonia del Sacramento
Ubicada en una zona donde las autoridades españolas no podían realizar patrullajes 
permanentes y efectivos, la Colonia del Sacramento se constituyó desde su fundación 
en un gran almacén destinado al contrabando, en adecuada complementación con el 
tradicional aliado inglés (…). La importancia creciente de este movimiento económico 
y el peligro de una extensión del dominio portugués en la Banda Oriental, que le pro-
porcionaría el control de la entrada y salida de las provincias españolas, a lo que se 
sumaban las presiones ejercidas por los bandeirantes paulistas en dirección al sur y 
al oeste, alarmaron a las autoridades hispanas (…)
Hernán Silva, “El comercio ilícito en el Río de la Plata” en revista Todo es 
Historia, Año XXII, N° 260, febrero 1989, p.71.
La defensa de la región rioplatense era más que urgente, dada 
su enorme vulnerabilidad ante cualquier intento de conquista 
por potencias enemigas. Desde el punto de vista estratégico, se 
requería una gran empresa militar y naval en el Plata y, al mismo 
tiempo, una política económica que proporcionase a la región las 
rentas necesarias para mantener los frutos de dicha empresa. 
Mientras tanto, el permanente choque con los portugueses en los límites de ambas 
colonias confería al conflicto internacional un cariz de lucha local, continua y tenaz, 
en torno a ciertos lugares y regiones clave, como la Colonia del Sacramento o las tie-
rras del Río Grande.
En 1763 la corona de Portugal crea el Virreinato del Brasil. La presión portuguesa se 
intensifica en pos de la ocupación de la zona de Río Grande y el establecimiento de 
un enlace terrestre con la Colonia del Sacramento (…) La constante penetración de 
los portugueses, fortalecidos por la reorganización administrativa y los grandes re-
fuerzos enviados por su corona, llevó a la guerra en 1776-1777. En abril de 1776 los 
portugueses lograron apoderarse de la región del Río Grande que, definitivamente, 
dejó de integrar dominios hispanos.
En este momento, la corona española –favorecida por la concentración de los esfuer-
zos ingleses en la guerra con las trece colonias del Norte– decide el envío de una po-
derosa expedición al mando de Pedro de Cevallos (…).
C. Assadourian y otros, Historia Argentina. De la Conquista a la Independencia. Buenos Aires, 
Paidós, 1972, pp. 285,286.
Plaza de Toros
Las corridas de toros gozaban de 
la predilección popular. La primera 
data de 1609. Recién en 1790 se de-
cide la construcción de un espacio 
para este fin; se levanta entonces en 
el “Hueco de Montserrat”, una plaza 
que fue demolida en 1799.
Plaza de Toros 
de Montserrat.
Colonia del Sacramento.
22 Ciudad de Buenos Aires
de mujeres. Un hecho trascendente para el puerto de Buenos 
Aires fue la implantación de la Aduana.
El desarrollo comercial significó un incrementode la 
población comerciante; los negros y mulatos se establecieron 
en la ciudad, mientras que los indios y mestizos aumentaron 
en la campaña. Vértiz realizó un censo en 1778 que arrojó 
una población de 24.205 habitantes.
El crecimiento poblacional decidió a los propietarios a 
construir casas de renta pequeñas y a subdividir los solares 
existentes cambiando la fisonomía de la zona céntrica. Decía 
Diego de Alvear y Ponce de León: “al parecer el único afán 
de los arquitectos consiste en labrar con fines de lucro cuartos 
estrechos y viviendas pequeñas, con puertos y ventanas a la 
calle, para ser ocupadas por tiendas y pulperías de las que está 
llena la ciudad, no habiendo casa donde no se venda algo”.
El virrey Vértiz ideó la construcción de un teatro para la ciudad. La pequeña 
casa de la comedia comenzó a funcionar en 1778 con el nombre de La Ranchería 
y estaba ubicada en la esquina de las actuales calles Alsina y Perú.
En la época virreinal, la vida en Buenos Aires era marcadamente religiosa. El 
clero conformaba un sector social de gran influencia en las decisiones políticas al 
tiempo que reglaba casi todos los aspectos de la vida social. Se realizaban cere-
monias, procesiones, misas a las que acudía una buena parte 
de la población. Recordemos que ya existían varios templos 
religiosos que, según relatos de los viajeros, fueron durante 
mucho tiempo las únicas construcciones que se vislumbra-
ban desde la rada del río.
Con el propósito de lograr una mejor administración, se 
establece una nueva estructura que divide el Virreinato en 
ocho intendencias y cuatro provincias subordinadas. Cada 
intendencia estaba a cargo de gobernadores intendentes 
nombrados directamente por el Rey. 
En estos años, la acción de los alcaldes tuvo gran im-
portancia. Tenían muchas y variadas atribuciones como 
el cuidado y el aseo de la ciudad, evitar que los animales 
sueltos molesten a los vecinos, controlar a los artesanos, 
cuidar que no faltara iluminación en las calles. Además 
intercedían como moderadores en los pleitos entre vecinos, 
vigilaban las pulperías y combatían la mendicidad, entre 
otras funciones.
Sucedieron como virreyes Nicolás del Campo, marqués 
de Loreto (1784-1789), Nicolás de Arredondo (1789-1795), 
Pedro de Melo de Portugal y Villena (1795-1797); luego 
durante el gobierno del virrey Antonio Olaguer Feliú (1797-1799) se confirmó la 
creación del Protomedicato de Buenos Aires que era una institución destinada a 
organizar, vigilar y desarrollar estudios 
médicos.
El siglo XIX sorprende a Buenos 
Aires en plena evolución. Los virreyes 
continúan desarrollando las tareas que 
exigía una ciudad en crecimiento.
El virrey Gabriel de Avilés y Fierro 
(1799-1801) dictó normas para el empe-
drado de las calles; también auspició la 
creación de la Escuela de Náutica y la 
Sociedad Patriótica, Literaria y Económi-
ca. En esta época se comenzó a publicar 
El Consulado
En 1794 se funda el Real Consulado de 
Buenos Aires y se designa a Manuel Bel-
grano secretario perpetuo. Desde este 
cargo combate el sistema comercial 
que favorecía el monopolio español de 
los comerciantes de Cádiz y de sus aso-
ciados agentes de la colonia. Su pensa-
miento, influenciado por las lecturas 
de Jovellanos, Rousseau, Campomanes, 
Montesquieu y otros escritores de la 
Ilustración, se aplica en definir medi-
das para el fomento de la agricultura y 
la industria, así como en sus propues-
tas sobre la educación pública, que in-
cluye a las mujeres y escuelas gratuitas 
para todos.
La Alameda
En época del virrey Vértiz se formó un 
paseo en las inmediaciones del río, 
donde se plantaron sauces y ombúes 
porque “los paseos públicos son unos 
adornos que contribuyen tanto a la 
diversión y salud de los ciudadanos, 
como a la hermosura de la ciudad”.
Para su conservación prohibió que se 
soltaran animales a pastar y que las 
lavanderas tendieran cuerdas entre 
los árboles para colgar la ropa.
Buenos Aires desde el 
Río. Aguada de Brambila, 
1794.
Teatro de la Ranchería.
23Un recorrido por su historia
el periódico El Telégrafo mercantil, rural, político-económico e 
histórico del Río de la Plata.
Desde 1801 hasta 1804 gobernó el virrey Joaquín del 
Pino. En su gestión comenzó la construcción de la Recova, 
en la Plaza de Mayo, destinada originariamente a puestos 
de ventas de alimentos. También promovió el estudio de la 
medicina en la ciudad.
El siguiente virrey fue Rafael de Sobremonte (1804-1807). 
Durante su gestión introdujo la vacuna contra la viruela, enfer-
medad de consecuencias mortales. Este personaje ha generado 
diversos juicios sobre su actuación, ya que durante esta gestión 
se produjo la primera Invasión Inglesa a Buenos Aires.
Tanto el gobierno de Sobremonte como el de su sucesor, 
Santiago de Liniers (1807-1809) debieron afrontar la situación 
extrema que significa una invasión.
El último virrey del Río de la Plata con sede en Buenos 
Aires fue Baltasar Hidalgo de Cisneros (1809-1810), quien tuvo 
un corto gobierno y nada pudo hacer ante los acontecimientos 
que tendrían su máxima expresión el 25 de mayo de 1810.
Por su condición de capital del Virreinato, Buenos Aires 
experimenta muchas transformaciones, no sólo porque su población se incrementa 
con la llegada de funcionarios que vienen a ocupar cargos en la nueva estruc-
tura organizativa, sino también porque va a consolidar su 
actividad comercial y su función de intermediaria entre el 
interior y España. 
De los casi 40 mil habitantes que tenía la ciudad en los 
inicios del siglo XIX, la quinta parte eran blancos y el resto 
mestizos de variadas gamas. Entre los blancos, los españoles 
ocupaban cargos dirigentes y, junto con los criollos (hijos de 
extranjeros nacidos en América), desempeñaban diferentes 
profesiones y oficios como abogados, boticarios, carpinteros, 
carretilleros, cirujanos, médicos, músicos, pulperos, entre 
otras. Los negros fueron traídos como esclavos y aumen-
taron su número a partir del Tratado de Utrecht (1713). La 
Compañía del Mar del Sud los introdujo en Buenos Aires y 
la plaza del Retiro se constituyó como un mercado de escla-
vos. Muchos de ellos realizaban oficios para sus dueños como 
albañiles, carniceros, herreros, cocheros, plateros, zapateros, 
y más. Los indios y mestizos (mezcla de blancos e indios) eran 
los grupos étnicos menos numerosos en la ciudad.
Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata 
en 1806 y 1807
La ocupación de Buenos Aires representaba para los ingle-
ses la posesión del centro más importante de toda América 
del Sud. Con ese espíritu llegarán las flotas al Río de la Plata. 
Si en un principio la población se mantuvo expectante, pron-
to se organizará para defender su territorio. Movilizará sus 
fuerzas, se crearán cuerpos de voluntarios y todo el pueblo 
participará en la reconquista de la ciudad. El proceso de 
militarización modificará la estructura social, creando un 
ejército urbano cuyo poder adquirirá su verdadera dimen-
sión en los años que vendrán. De allí la importancia que 
revisten las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 en el proceso 
revolucionario que conduce a mayo de 1810.
Los virreyes del Río de la Plata
Pedro de Cevallos (1776-1778)
Juan José de Vértiz y Salcedo (1778-1784)
Nicolás Francisco Cristóbal del 
Campo, marqués de Loreto (1784-1789)
Nicolás Antonio de Arredondo (1789-1795)
Pedro de Melo de Portugal 
y Villena (1795-1797)
Antonio de Olaguer Feliú 
y Heredia (1797-1799)
Gabriel de Avilés y del Fierro, 
marqués de Avilés (1799-1801)
Joaquín del Pino (1801-1804)
Marqués Rafael 
de Sobremonte (1804-1807)
Santiago de Liniers y Bremond (1807-1809)
Baltasar Hidalgo de Cisneros (1809-1810)
El Abasto
En el comercio existe lo principal del ve-
cindario en el que hay casas de patricios 
y forasteros; el mayor números son de és-
tos. Por medio de sus correspondientes 
en España, y singularmente en el puerto 
de Cádiz, hacen surtimiento de facturas 
con que proveen sus almacenes y tien-das para el giro del virreinato y abasto de 
esta ciudad. Consiste en toda especie de 
géneros de seda, lana y algodón, galones, 
medias, lienzos, sombreros, lozas, caldos, 
quinquillerías, (…). Todas las mercancías 
que vienen a Buenos Aires se transbor-
dan en Montevideo de los navíos a las 
lanchas y pagan en esta aduana los dere-
chos que se dijo en aquella. De esta plaza 
pueden girar a cualquier parte del virrei-
nato con libertad (…)
La plaza de Buenos Aires es abundantísi-
ma de verduras, frutas, carne, pan, pesca-
do, aves, leche. Se matan para el abasto 
de la ciudad diariamente cerca de 1.000 
reses en los corrales y se trae en carreti-
llas a la plaza (…)
Últimamente en Buenos Aires hay ya ca-
fés, confiterías y posadas públicas. Sólo 
falta para completo regalo la nieve, que 
algún día tendrá. (…).
Juan Francisco de Aguirre, “Diario”, Anales de la 
Biblioteca Nacional. Buenos Aires, tomo IV, 1905.
Virrey Rafael 
de Sobremonte.
Acarreo de mercadería 
en la ribera.
Mapa del Río de 
la Plata, 1806.
24 Ciudad de Buenos Aires
La Primera Invasión
En los inicios del siglo XIX Europa se encontraba conmovida frente a una inminente 
guerra entre Francia y Gran Bretaña por el control de puntos estratégicos en el 
Mediterráneo, lo que determinaría cuál de las dos sería la potencia hegemónica 
en el continente.
Por un lado, Gran Bretaña intentaba mantener la superioridad marítima. 
En tanto Francia pretendía consolidar su expansión territorial. Frente a esto era 
importante forzar la participación de España, ya que era la dueña del mayor 
imperio colonial.
En 1805 Napoleón fue vencido por Inglaterra en Trafalgar, y los ingleses 
quedaron como dueños de los mares. Con el objetivo de asegurarse el tráfico 
marítimo a la India Oriental, Inglaterra decidió enviar en 1805 una expedi-
ción para apoderarse del Cabo de la Buena Esperanza, en África, colonia de 
Holanda, país aliado de Francia, y por lo tanto enemigo declarado de Gran 
Bretaña. Tomada la colonia sin gran esfuerzo, la escuadra quedó en la bahía 
Table a la espera de órdenes. El comodoro sir Home Popham, al mando de la 
escuadra, decidió cruzar hacia las costas del Brasil y Río de la Plata, por si las 
naves francesas recalaban allí. Pero este proyecto se transformó en la idea de 
enviar la expedición con el fin de posesionarse de Montevideo, Buenos Aires 
y sus dependencias. A pesar de no contar Popham con autorización de la 
Corona inglesa para llevar adelante tal empresa, consideró que la facilidad y 
las ventajas que presentaba redundarían en beneficio para el Reino. Popham 
conocía bien la situación de las colonias españolas en América, ya que había 
servido de intermediario entre su Corona y el venezolano Francisco Miranda 
para que aquélla intercediera a favor de la independencia de las colonias 
americanas.
Buenos Aires reconquistada
En junio de 1806, sir Home Popham llega a la isla de Flores y de allí pasa a Mon-
tevideo. El día 24, desde la Ensenada de Barragán, el capitán de navío Santiago 
de Liniers vio pasar las naves, y al día siguiente, el general Carr Beresford, al 
mando de las tropas británicas, desembarcó en las costas de Quilmes. 
El virrey Sobremonte movilizó a las milicias mientras que una fuerza de 
vanguardia al mando del general Pedro de Arce intentó detener el avance inglés 
pero fue derrotado. Los ingleses entraron a la ciudad y el general Beresford se 
instaló en el Fuerte. El objetivo fue cumplido, Buenos Aires capituló.
El virrey había partido hacia Córdoba para formar un ejército y salvar parte 
del tesoro a su cargo. Liniers, encargado del Fuerte de la Ensenada, se le ade-
lantó en preparar la Reconquista. Para ello, pasó a Montevideo para solicitar 
ayuda al gobernador Ruiz Huidobro, quien facilitó armas y hombres.
Los 46 días de ocupación británica se caracterizaron por la moderación, 
pero muy pronto se puso en marcha la resistencia. Grupos 
de militares y civiles se armaron, se desarrolló un impor-
tante sistema de espionaje en la ciudad, los planes de los 
conjurados llegaron a tener la intención de volar el Fuerte 
de la ciudad. 
El 1° de agosto, el criollo Juan Martín de Pueyrredón al 
mando de mil paisanos armados se enfrenta en la chacra de 
Perdriel con los ingleses, pero las fuerzas criollas son disper-
sadas por Beresford.
Dos días más tarde las fuerzas de Liniers llegan desde 
Montevideo y desembarcan en el Puerto de las Conchas, en el 
actual Tigre, acampan en Chacarita para llegar a los corrales 
de Misesere, actual Plaza Once.
Napoleón Bonaparte.
Santiago de Liniers.
Reconquista 
de Buenos Aires.
25Un recorrido por su historia
Liniers pide la rendición a Beresford pero éste se niega. 
Avanza sobre el Retiro, vence a un destacamento inglés, lo 
que le permite dirigirse hacia la Plaza Mayor donde se en-
cuentran atrincheradas las tropas inglesas. Las columnas de 
la Reconquista ingresan por las actuales calles Reconquista, 
San Martín y Florida. Los ingleses contestan el fuego desde 
la Recova, pero a dos horas de comenzado el combate, el 
general inglés se rinde. 
Mientras el virrey Sobremonte regresaba a Buenos Aires 
con gran número de hombres, el pueblo por sí solo había 
logrado la Reconquista de la ciudad.
En el Cabildo abierto del 14 de agosto se le pide a Sobre-
monte la entrega del mando militar a Liniers, a quién más 
tarde se lo nombró virrey interino del Río de la Plata.
 La Segunda Invasión y Defensa
Dispuesto a resistir una posible segunda invasión, Sobremonte pasaba a 
Montevideo con sus fuerzas, mientras Buenos Aires se preparaba frente a la 
posibilidad de un ataque inglés. Liniers instaba a los ciudadanos a alistarse 
voluntariamente. Pronto comenzaron a organizarse cuerpos de voluntarios 
como Patricios, Arribeños, Húsares, Quinteros, Pardos y Morenos, entre otros 
grupos.
Hacia fines de 1806, Francia decretó el cierre de las costas europeas al comer-
cio británico y esto aceleró los planes ingleses de invasión en la búsqueda de 
nuevos mercados en América del Sur; en octubre de este año Montevideo cayó 
en manos inglesas, la resistencia opuesta por Sobremonte no pudo impedir la 
caída de la ciudad. La toma de Montevideo, Colonia y Maldonado otorgaban 
a los ingleses el dominio del Río de la Plata, destruyendo prácticamente el 
comercio español en la zona. Ante la posibilidad de acrecentar esta conquista, 
los ingleses emprendieron la marcha hacia Buenos Aires a las órdenes del 
general John Whitelocke, comandante en jefe de todas las fuerzas británicas 
en América del Sur y gobernador de los territorios conquistados.
La flota británica llegó a las costas de Buenos Aires el 28 de junio de 1807; el 
desembarco se produjo en la ensenada de Barragán, eran unos 12 mil hombres 
con importante artillería pesada.
Los ingleses partieron de Quilmes, atravesaron el Riachuelo y llegaron hasta 
los corrales de Miserere donde se encontraba Santiago de Liniers con sus tropas. 
El primer enfrentamiento lo ganaron los ingleses pero la defensa comandada 
por el alcalde de primer voto del Cabildo de Buenos Aires, Martín de Álzaga, ya 
estaba preparada.
Liniers llega con mil soldados, la 
ciudad se arma. Las tropas se instalan 
en las azoteas y calles esperando el 
momento de la batalla que tuvo lugar 
el 5 de julio.
La estrategia utilizada fue atrinche-
rarse en las azoteas y casas para lanzar 
sobre las columnas inglesas además de 
balas y granadas, todo tipo de armas 
caseras. La ciudad entera se transformó 
en un campo de batalla.
Las columnas inglesas no pueden 
llegar a la plaza porque son atacadas por 
el Regimiento de Patricios al mando de 
Cornelio Saavedra y deben refugiarse en 
Rendición de Beresford.
Sir William Beresford.
Lucha desde las azoteas 
por la posesión de la 
Casa de la Virreina (Perú 
y Belgrano).
Avance de las tropas 
inglesas sobre Buenos 
Aires.
General John Whitelocke.
26 Ciudad de Buenos Aires
la Iglesia de Santo Domingo; intentan resistir pero son acribillados por el fuego

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