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____________________________________________________________________________________________________________________________________________ Colorado Review of Hispanic Studies Vol. 1, No. 1 (2003) 7-25 ____________________________________________________________________________________________________________________________________________ EL PERONISMO A LA LUZ DE LA “DESVIACIÓN LATINOAMERICANA”: LITERATURA Y SUJETO POPULAR SUSANA ROSANO University of Pittsburgh La irrupción del peronismo implicó en la Argentina poste- rior a la década del 40 una ruptura no sólo política sino también cultural. La esfera liberal autoritaria, que desde la crisis de 1930 fue fundamentalmente antidemocrática y excluyente, vi- vió una convulsión radical con la aparición y desenvolvimiento de la maquinaria peronista. La liquidación del Estado liberal fue acompañada por la incorporación democratizante de la cla- se trabajadora en una Argentina moderna y corporativista, don- de por primera vez las masas se convertían en sujetos históricos y respondían a la apelación desde el Estado, y donde también por primera vez las mujeres comenzaron a incorporarse masi- vamente a la arena política y social. El populismo posibilitó por lo tanto en Argentina la reunifi- cación de interpelaciones que expresaban su oposición al blo- que oligárquico de poder: democracia, industrialización, nacio- nalismo, antiimperialismo. La condensación de esas fuerzas contribuyó a la formación de un nuevo sujeto histórico y po- tenció el desarrollo de su antagonismo hacia una confrontación con los principios del discurso oligárquico: el liberalismo (cf. Laclau). Con la nueva visibilidad que adquirieron las masas en una Argentina que aún resguardaba en su memoria la riqueza de 7 8 SUSANA ROSANO haber sido el “granero del mundo”, el país se convulsionó. La irrupción urbana del “folklore aluvional” (Romero 119), obrero, inmigrante, heterogéneo, produjo con su energía incontrolable cimbronazos en la oligarquía vernácula, que se obstinaba en sobrevivir. David Viñas recuerda en ese sentido que si hacia 1890 o 1910 los grupos tradicionales se sintieron perplejos e irritados con los primeros embates modernizadores y la inva- sión urbana de miles de inmigrantes que duplicaron la pobla- ción del país, el advenimiento del peronismo aturdió a aquellos grupos que se replegaron con desánimo, mientras constataban que sus proyectos y hasta sus propios valores se volvían mu- chas veces contra ellos mismos, cuestionando sus islas de privi- legio social y cultural (Viñas, Literatura argentina). Las migraciones internas incorporaron a la actividad indus- trial un nuevo proletariado que migraba hacia las grandes ciu- dades desde el interior del país y que imprimió en el peronismo un tipo particular de discurso, donde lo popular democrático comenzó a ser central. La aparición de ese nuevo sensorium1 produjo una modificación cuantitativa: no sólo asqueó a las elites sino que constituyó un lugar preciso de interpelación de las clases populares. La irrupción de las masas en las grandes ciudades habilitó nuevas formas de ver, de sentir, de oír, de 1 Walter Benjamin fue capaz de comprender la complejidad de la ciudad moderna, y de esta manera pudo superar el miedo que generó el advenimiento de las muchedumbres en las grandes ciudades. Es en este sentido en que me refiero al nuevo sensorium. Y es desde una reflexión que pretende pensar lo popular en su articulación al proceso histórico de constitución de lo masivo donde Jesús Martín-Barbero reconoce a Benjamin como un pionero. El fue el primero en vislumbrar la relación que existe entre las transformaciones de las condiciones de producción y los cambios culturales. Esto es, las transforma- ciones en los modos de percepción que la modernización acarrea. Los dis- positivos modernizadores—las nuevas tecnologías aplicadas a la vida coti- diana—desencadenan una nueva sensibilidad en las masas, en su experiencia como consumidores de arte, además de profanar la materialidad del aura. Benjamín ilumina magistralmente estos cambios, a partir de las trans- formaciones al nivel de la percepción, del sensorium, que generan nuevas técnicas como el arte y la fotografía (cf. Martín-Barbero, 61-71, y Walter Benjamin, Discursos interrumpidos I). LITERATURA Y SUJETO POPULAR 9 gustar. Este nuevo sensorium desplegó notables cambios en la sensibilidad; una nueva mirada sobre el espacio urbano, donde era posible descubrir en cada esquina las aristas de un proceso de cambio absolutamente revulsivo. Es el momento en que los medios masivos y la consolidación de la industria cultural se constituyen en los voceros de la interpelación que desde el po- pulismo convertía a las masas en pueblo y al pueblo en una nueva forma de Nación. Este nuevo sensorium habilitó también cambios en los modos de representación ideológico-discursivos. A la imposición de un arte dedicado exclusivamente a las mi- norías, se le opone una masa que comienza a percibir sus nue- vos derechos y exige participar en el consumo de los bienes culturales. Me interesa en este trabajo indagar en tres momentos en que la literatura argentina lee los efectos que produce esta “desvia- ción latinoamericana”2 en el imaginario cultural. Se trata de los cuentos “La fiesta del monstruo”, escrito por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en sintonía histórica con el fenómeno peronista, y publicado en Montevideo en 1956, poco tiempo después de la caída de Perón. El segundo cuento es “Cabecita negra”, de Germán Rozenmacher, y data de 1962, cuando ya han transcurrido siete años de la alianza liberal que destituyó al peronismo en 1955 y el campo intelectual argentino comienza a disputarse “el sentido del peronismo”. El último cuento, “El niño proletario”, de Osvaldo Lamborghini, es de 1973 y se ins- cribe en otro momento álgido de la historia política argentina: la antesala del retorno de Juan Domingo Perón y su tercera pre- sidencia, y por qué no la antesala también de la dictadura de 1976-83, que no sólo dejó un saldo de treinta mil desaparecidos sino que concluyó definitivamente con un imaginario de país, 2 Jesús Martín Barbero pondera en su libro De los medios a las mediaciones el cambio de perspectiva de los estudios marxistas a partir de la década del 80 sobre el populismo como “desviación latinoamericana”, donde las clases populares logran constituirse en actores sociales sin “seguir el rumbo clási- co”, a partir de la crisis que acompaña los procesos de industrialización de esos países (173). 10 SUSANA ROSANO con un sueño de nación, que, con distintos sujetos excluidos o incorporados, se venía trazando desde principios del siglo XIX. Mi lectura intenta desglosar tres momentos privilegiados en donde el horizonte imaginario del peronismo tiñó, no sólo el proyecto de construcción de la nación argentina, sino también los intersticios más invisibles de su cultura. Intento leer cómo la inversión que el peronismo produjo en las asentadas jerar- quías sociales y culturales argentinas marcó un giro fundamen- tal en la apropiación simbólica que los intelectuales y escritores realizaron del campo popular, y en las nuevas alianzas que és- tos tramaron a nivel simbólico con las mismas audiencias in- terpeladas por Perón en sus discursos populistas. Sin lugar a dudas, los intelectuales argentinos se sintieron no sólo ame- drentados sino también desafiados ante el nuevo sujeto social interpelado por el peronismo. John Kraniauskas, al analizar el fenómeno del “Eva-pero- nismo” a partir de la imbricación entre literatura y Estado, sos- tiene que la figura de Eva no es tan sólo una figura política o intelectual tradicional o literaria, porque: vehiculiza una re-territorialización pasional y mítica de la na- ción según nuevos vectores pos-ferrocarrileros masmediáticos (comopor radio, diría Ezequiel Martínez Estrada): las nuevas rutas del deseo y la movilidad social—viajadas, incluso, por Eva Duarte como por muchos otros—que, además del territorio na- cional, re-dimensionan tanto el campo político como el campo cultural, haciendo del estado un ensamblaje conflictivo que con- juga las industrias culturales con los sindicatos y la institución cultural, y el entretenimiento con las tácticas políticas [...] En otras palabras: el Estado se presenta como una estructura insti- tucional que resuelve el conflicto, pero como uno de los escena- rios privilegiados de la lucha de clases—un teatro de guerra (di- ría Lamborghini) de baja y alta intensidad en donde se forja lo nacional-popular peronista, un “pueblo” que se reproduce como “pueblo”. Desde esta perspectiva, el Eva-peronismo también se vive como un “shock” para la ciudad letrada y sus fantasías de poder social. (46) LITERATURA Y SUJETO POPULAR 11 Es ese shock precisamente el que se deja leer en “La fiesta del monstruo”, donde el tandem Borges-Bioy Casares responde con una ironía brutal a la invasión que realiza el peronismo del espacio simbólico del Estado3. El narrador de la historia es un personaje anónimo, al que logramos identificar oblicuamente como El Gordo, que sin lugar a dudas se constituye como por- tavoz de la masa peronista. En primera persona, El Gordo narra a una interlocutora, Nelly, los acontecimientos de octubre de 1947. Dos años después del episodio histórico—cuando una gran movilización popular logra rescatar a Perón de la cárcel— la “chusma” se junta en la Plaza de Mayo para rememorar el momento fundacional del peronismo: el 17 de octubre.4 El rela- to de Bioy-Casares se centra en el trayecto que emprende el protagonista junto a un grupo de compañeros desde Toloza 3 Más allá de las declaraciones públicas que realizó Borges, donde se reco- noció antiperonista pero aseguró que esta situación nunca le interesó para hacer literatura, lo cierto es que junto a Bioy Casares escribió una serie de textos decididamente políticos a mediados de la década del 40 pero publica- dos recién después de la caída de Perón, en 1955. Entre ellos “I’Illusion co- mique”, “El simulacro”, “Ragnaröck”, “Martín Fierro”, “Anotación al 23 de agosto de 1944”, y en particular “La fiesta del monstruo”, tal vez el más viru- lento (cf. Avellaneda). 4 El 9 de octubre de 1945, Juan Domingo Perón fue destituido de los cargos de vicepresidente y secretario de Trabajo y Previsión que ocupaba en el go- bierno militar instalado en la Argentina desde el golpe de junio de 1943. Su caída en desgracia obedeció a que sus camaradas militares estaban preocupa- dos por su política pro obrera y el poder que ésta podría proporcionarle. Las jornadas del 17 y el 18 de octubre respondieron, a la luz de las actuales inves- tigaciones históricas, a una inmensa manifestación popular que reclamó con éxito la liberación de Perón y su restitución en el gobierno. Dentro del imagi- nario peronista, el 17 de octubre quedó instalado como la jornada fundacio- nal. Para la memoria colectiva peronista, se estableció como el día en que la gran masa popular dejó de estar al margen del acontecer social para conver- tirse en actor de su propio destino; el día que descubrió su propia capacidad e imaginó que “todo es posible” por obra y gracia de su propia fuerza. A partir de ese día, la Plaza de Mayo, el lugar donde se realizó la concentración, que- dó investida de una nueva carga simbólica y ese espacio “en donde todo co- menzó” fue para la mística peronista el lugar obligado de las futuras marchas y congregaciones multitudinarias que revivían, reforzaban y revalidaban el poder otorgado por la masa a su líder (cf. James, 83s). 12 SUSANA ROSANO hacia Plaza de Mayo, para ir a escuchar la palabra de su líder carismático—que en el relato lleva el nombre de “El mons- truo”—, bajo la vigilancia severa de algunos miembros del par- tido gobernante, los alianza. El pueblo como sujeto colectivo aparece aquí representado con todos los atributos de lo patológico y lo monstruoso, es “la merza en franca descomposición”, “la merza hilarante”, “la turba”. A partir de la irónica reflexión sobre “los resortes más finos del alma del popolino”, la masa aparece hipnotizada por la voz del Monstruo y controlada por su aparato represivo: al narrador, el Monstruo lo “había nombrado su mascota, y algo después, su Gran Perro Bonzo”. Apelando en su discurso a re- gistros del lunfardo y la jerga callejera,5 el Gordo cuenta los pormenores de la concentración que los lleva finalmente a la Plaza de Mayo para escuchar la palabra del líder carismático. La masa está definida a partir de un “nosotros” que los enuncia diferentes al resto de la comunidad, pero unidos a partir del común calificativo de ser unos muertos de hambre: Todos éramos argentinos, todos de corta edad, todos del Sur y nos precipitábamos al encuentro de nuestros hermanos gemelos, que en camiones idénticos procedían de Villa Doménico, de Ciudadela, de Villa Luro, de La Paternal, aunque por Villa Crespo pululaba el ruso y yo digo que más vale la pena acusar su domicilio legal en Tolosa Norte. ¡Qué entusiasmo partidario te perdiste, Nelly! En cada foco de población muerto de hambre se nos quería colar una verdade- 5 Podríamos plantear incluso que la incrustación de estos términos producen en el relato un mayor efecto de desfamiliarización. La ironía actúa entonces como repositora de ese sentido presupuesto y, por consiguiente contribuye a reforzar esta lectura dicotómica, de buenos y malos, civilizados y bárbaros, a la que nos referiremos más adelante. El recurso ya está presente en el inicio mismo del cuento: “Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma. Yo, en mi condición de pie plano y de propenso a que se me ataje el resuello por el pescuezo corto y panza hipopótamo, tuve un serio oponente en la fati- ga, máxime calculando que la noche antes yo pensaba acostarme con las ga- llinas, cosa de no quedar como una crosta en la performance del feriado” (259). LITERATURA Y SUJETO POPULAR 13 ra avalancha que la tenía emberretinada el más puro idealismo, pero el capo de nuestra carrada, Garfunkel, sabía repeler como corresponde a este farabutaje sin abuela. (262) Andrés Avellaneda se refiere a la utilización del efecto de desfamiliarización6 que provoca el uso de la ironía en “La fies- ta del monstruo”, que ya había sido magistralmente trabajado por Roberto Arlt en la década del 30 para desestabilizar en sus novelas la naturalización de los valores y mitos culturales de la pequeña clase media urbana. Pero a partir de 1945, la aparición del peronismo fue percibida por la clase media y la alta cultura argentina como una agresión de sectores ajenos que intentaban apropiarse de espacios culturales y políticos que no les corres- pondía (cf. El habla 32-33). De esta manera, en la oposición peronismo-antiperonismo que se articula desde entonces se reedita en una nueva inflexión la oposición civilización-bar- barie, de larga tradición desde el siglo XIX y una verdadera máquina de leer en términos políticos a los sujetos y a la cultu- ra popular (cf. Montes 131). “La fiesta del monstruo” reedita la lectura hegemónica de la alta cultura argentina sobre un nuevo sujeto histórico que sólo puede ser leído como “la merza”. Si la 6 El efecto de desfamiliarización (Verfremdungseffekt para Brecht) es el pro- cedimiento a partir del cual se logra una nueva perspectiva de la realidad al hacerse extraños los objetos, por ejemplo quebrando la aparente naturalidad de los hechos para presentarlos como históricos, es decir susceptibles de cambio. Andrés Avellaneda reconoce que para que el efecto de desfamiliari- zación sea efectivo es necesario un mecanismo de decodificaciónpor parte del lector. Este lector debe tener la competencia necesaria para desmontar determinados códigos de referencia insertados en el discurso literario, a partir de un contrato de lectura. Es lo que sucedió, en su opinión, en el campo cul- tural argentino a fines de la década del 50, donde escritores adscriptos a un mismo sistema hegemónico de prestigio (básicamente el grupo de la revista Sur y los diarios La Nación y La Prensa) leen la antinomia “peronismo- antiperonismo” como una nueva edición de la de “civilización-barbarie”. En el plano del discurso, entonces, estas diferentes formas culturales antiperonis- tas practicadas por las capas medias (su literatura pero también sus chistes) se interconectan a partir de un sistema retórico común, donde suele dominar la parodia, la contradicción, la alegoría y la estructura del relato policial (cf. “Evita: cuerpo y cadáver de la literatura”, 102-06). 14 SUSANA ROSANO metáfora fundacional de la nación es el romance, la comunión, el matrimonio como plantea Doris Sommer, el espacio nacional que deja leer “La fiesta del monstruo” deja bien en claro los dispositivos de exclusión que éste supone, las fronteras que su escritura traza. El sujeto popular—apelado desde el peronismo bajo los nombres de “cabecitas negras”, “grasitas”, “descami- sados”—se inscribe y se escribe en este texto como un otro que amenaza la estabilidad; la chusma metaforiza aquí el afuera de la nación, el peligro que su presencia impone en la Argentina de 1947. Lo “otro” de la nación es el pueblo y su violencia, lo siniestro. El mito de origen del 17 de octubre, en su versión populista pero también en la leyenda negra que instrumentó la oposición antiperonista, se trabaja en “La fiesta del monstruo” a partir de la cita y la parodia. La voz oficial, pública, hegemónica de la narrativa peronista es sustituida en el cuento por un habla anó- nima y privada que ironiza permanentemente sobre las consig- nas presentes en aquella época en el discurso demagógico del peronismo.7 Por eso la presencia del protagonista en la plaza para conmemorar una fiesta con el Monstruo sólo puede culmi- nar con una reescritura de El matadero de Esteban Echeverría. En el cuento, los festejos populares terminan sangrientamente con el asesinato de un joven estudiante judío porque éste se niega a reverenciar la imagen del Monstruo: Yo me calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un casco- te que le aplasté una oreja y ya perdí la cuenta de los impactos, porque el bombardeo era masivo. Fue desopilante: el jude se pu- so de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente en su media lengua. Cuando sonaron las campanas de Monserrat se cayó, porque estaba muerto. Nosotros nos desfogamos un rato más, con pedradas que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho una lástima. Luego Morpurgo, para que los mu- 7 El texto apela permanentemente a este tipo de sobreentendidos, como por ejemplo cuando recuerda que el discurso del Monstruo “se transmite en cade- na” (269). LITERATURA Y SUJETO POPULAR 15 chachos se rieran, me hizo clavar la cortaplumita en lo que hacía las veces de cara. (268) Si, como indica Viñas, la literatura argentina comienza con una violación, con sangre y violencia—la que se produce al final de El matadero por parte del unitario—esta última parece ser reeditada cada vez que una “amenaza” aparece a contrapelo en el escenario de la nación.8 Una vez más, en “La fiesta del monstruo” se postula la intraducibilidad de dos dimensiones sociales, el hiato inseparable entre letrados y plebeyos. Para el modelo liberal romántico, dirá Ludmer, la política se hace con la palabra; para el rosismo, actualizado en este relato de 1947 en la aparición del peronismo, con el cuerpo. Desde allí, enton- ces, podríamos postular a “La fiesta del monstruo” como una cifra de las relaciones entre los intelectuales, la masa y la polí- tica. La invasión Pero esta cifra adquiere otra dimensión en el cuento “Cabe- cita negra”, de Germán Rozenmacher. Se invierte aquí no sólo el punto de vista de “La fiesta del monstruo” sino también un topoi del antiperonismo muy trabajado en la época: el de la invasión. Aunque “Cabecita negra” puede ser ubicado en la misma serie narrativa que “Casa tomada”9, de Julio Cortázar— escrito en 1945 pero recogido en Bestiario en 1950—Rozen- macher invierte sus sentidos. Ya no se trata de una invasión misteriosa, descrita en un tono fantástico, de la que son vícti- 8 De la misma manera en que la masacre del toro anticipa en El matadero la violencia posterior que estalla con la muerte del unitario, en “La fiesta del monstruo” podemos encontrar un claro antecedente de la barbarie posterior en los destrozos que los manifestantes realizan con sus cortaplumas en los asientos de los colectivos en que son trasladados a la Plaza (cf. 264). 9 Juan José Sebrelli en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, en 1964, realiza por primera vez la ya hoy clásica interpretación de “Casa tomada” a partir de dos sentidos fundamentales: el ingreso de lo extraño como invasión que descompone el mundo familiar y el intento de adaptación a lo invasor, sin ningún interés en conocerlo y menos aún de poder explicarlo. 16 SUSANA ROSANO mas dos hermanos de la burguesía porteña claramente enro- lados en un “nosotros” que ve crecer paso a paso su sentimien- to de despojo e incertidumbre. En “Cabecita negra”, un narra- dor omnisciente ubica su punto de vista en una noche de in- somnio del señor Lanari. Se trata de un típico representante de la clase media argentina, “un hombre decente”, dueño de una próspera ferretería, que tiene un cómodo departamento en Bue- nos Aires, familia, casa quinta, sirvienta, padre inmigrante: Claro que había tenido que hacer muchos sacrificios. En tiem- pos como éstos, donde los desórdenes políticos eran la rutina, había estado varias veces al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba el escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había tenido que aplastar muchas cabezas para sobrevivir, porque si no hubieran hecho lo mismo con él. (40) En el cuento de Rozenmacher la invasión tiene un nombre y un rostro: son dos “cabecitas negras”, un policía y su herma- na—a la que describe “como una china que podía ser su sir- vienta”—quienes se introducen en la cotidianeidad burguesa del protagonista, ya que fuerzan a Lanari a abrirles la puerta de su casa, y convierten su presencia en una “amenaza espantosa, que no sabía cuándo se le desplomaría encima ni cómo detener- la”. Lanari se siente “atrapado por esos negros”, tiene que so- portar incluso que “ese hombre, un cualquiera, un vigilante de mala muerte, lo tratara de che, le gritara, lo ofendía”. En el recorte de los territorios, “Cabecita negra” persiste en el paradigma interpretativo de civilización vs. barbarie pero invierte sus términos, a partir de la ironía con que construye su personaje, el señor Lanari. En esta demarcación de territorios, a Lanari y a los de su clase les corresponde el acceso simbólico a los productos culturales (el cuento se regodea en reconocer que “el señor Lanari tenía su cultura” y da un lugar de privilegio en su biblioteca a la Historia argentina del general Bartolomé Mi- tre, encuadernada en cuero). La biblioteca constituye el capital cultural y simbólico que legitima la pertenencia de Lanari al orden de la “gente decente”, en cuya distribución no todos los sujetos sociales han sido incluidos: “Hubiera querido sentarse LITERATURA Y SUJETO POPULAR 17 amigablemente y conversar de libros con ese hombre. Pero, ¿de qué libros podría hablar con ese negro?” (45). Lanari comparte “la misma vejación, la misma rabia” que nos transmite el narrador de “La fiesta del Monstruo”. Ambos textos, su estructura de sentimiento, apuntan—aunque de una manera invertida—a la resemantizacióndel paradigma civiliza- ción vs. barbarie. Si una de las metáforas privilegiadas de la nación es la del cuerpo, los cuerpos de los cabecitas negras no pueden integrar este espacio simbólico: son ordinarios, se lavan las patas en las fuentes de plaza Congreso, no son seres huma- nos, pertenecen tan sólo a “la chusma.”10 Su presencia en la casa de Lanari pone las cosas “al revés”, y por eso, Lanari se ve forzado a reconocer que “la casa estaba tomada”. Cuando fi- nalmente logra desalojar a los dos cabecitas negras, la amenaza está claramente delimitada y también el camino a seguir frente a su permanente acechanza: “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que aplastarlos, aplastarlos”, dijo para tranquilizarse. “La fuerza pública”, dijo, “tenemos toda la fuerza pública y el ejército”, dijo para tranqui- lizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto, el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada. (47) Si en “Casa tomada” la invasión aún no estaba nombrada ni identificada, en “Cabecita negra”, escrita doce años después, el invasor está ya claramente delimitado, pero a partir de una in- versión de códigos y representaciones ideológicas, los atributos de la barbarie (desorden, ruido, salvajismo) son despojados de 10 Esta sensación agobiante de que la gente de los suburbios, del campo y del interior del país habían invadido Buenos Aires fue compartida por sectores pertenecientes a las clases medias y altas porteñas, pero también por los inte- lectuales de izquierda que en aquel entonces se solidarizaron con el espanto de la “gente bien” de Buenos Aires y su intento por preservar su carácter de ciudad culta y aristocrática, sus jerarquías espaciales y su propiedad territo- rial. Daniel James sostiene que fue precisamente para acabar con esa “glacial indiferencia” de la ciudad y su desdén que la multitud peronista se lanzó a las calles el 17 y 18 de octubre de 1945 (125-27). 18 SUSANA ROSANO su connotación negativa. Se problematiza a partir del uso de la ironía el orden doméstico del protagonista y su moral pequeño burguesa pasa a ocupar en este relato el lugar que la barbarie ocupaba en “La fiesta del monstruo”. Pero el proceso de ficcionalización que se establece en “Ca- becita negra” pone en juego esquemas narrativos y argumenta- tivos ya instalados en el discurso social de la época. El pero- nismo—al que John William Cooke definiera por aquellos años como “el hecho maldito de la política argentina”—se resignifi- ca como movimiento político y social a partir del derrocamien- to del régimen por la Revolución Libertadora de 1955. Las Fuerzas Armadas se convirtieron entonces en custodia de una regla que hizo de la oposición peronismo-antiperonismo11 el gran clivaje de la vida política argentina y de Perón uno de sus árbitros. Pero la regla instituida por la revolución libertadora no impidió que, aunque proscrito, el peronismo se convirtiera en el actor central de la política argentina durante casi veinte años posteriores a su caída. Es en este momento cuando Rozenma- cher publica su cuento, ofreciendo un giro significativo a la función del intelectual tal cual había sido concebida en el cam- po intelectual argentino hasta entonces y que sin lugar a dudas podemos inscribir en el relato maestro de los años 60 y 70. Es en ese entonces cuando las nuevas generaciones proponen leer al peronismo más allá de los debates locales como un episodio de las luchas de los pueblos colonizados. Andrés Avellaneda reflexiona con acierto sobre la estrategia narrativa que siguen aquellos escritores: 11 Carlos Altamirano (Peronismo y cultura de izquierda) analiza los debates y desplazamientos que se produjeron en la izquierda argentina a partir de la caída de Perón, en lo que define como un verdadero combate por el signi- ficado del hecho peronista. Abroquelada en alianza con las fuerzas liberales que dieron el golpe de 1955 contra Perón, la izquierda argentina descubrió azorada que el peronismo había hecho emerger una verdad histórica repri- mida, la de las masas desamparadas sometidas a la explotación y a la perse- cución política, que Perón había hecho ingresar a la vida pública argentina. Para profundizar en el tono de la época que siguió a la caída de Perón en el 55 (cf. Terán, Nuestros años 60, 33-95, y Altamirano, Peronismo 39-79). LITERATURA Y SUJETO POPULAR 19 Si en lo político, van a proponer un reexamen crítico del pero- nismo sin los traumas de rechazo propios del pasado, en literatu- ra van a proponer una reelaboración de los lenguajes, los senti- dos y las prácticas que se conectan con ese tipo de reexamen. Ante todo van a preguntarse qué hacer con los recursos de sus predecesores, sobre todo con la reposición de lo ausente hecha célebre por Borges. (Evita 10) El niño proletario Escrito en 1973, “El niño proletario” está incluido en el li- bro Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini, y produce en esta serie literaria de tres cuentos que elegimos para investi- gar la representación de los sujetos populares, una inversión fundamental: la del rol habitual del criminal. El narrador es ahora un niño burgués, tan burgués como el señor Lanari del cuento de Rozenmacher, pero este niño y sus dos amigos, Este- ban y Gustavo, son los asesinos sádicos de otro niño, el niño proletario. Es en ese sentido que se produce una operación de inversión de la estigmatización ideológica (cf. Nancy Fer- nández 414) según la cual el crimen es siempre perpetrado por un proletario o personaje similar, como en la serie narrativa del naturalismo argentino (por ejemplo en los textos de Eugenio Cambaceres, o más atrás aún y nuevamente, El matadero). En el cuento de Lamborghini el asesino es un niño burgués, y su voz anticipa desde los inicios del relato quién va a ser el sujeto- objeto de su crimen: Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explo- tada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemi- dos ilícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria. Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario. El padre borracho y siempre al borde de la desocupación le pega a su niño con una cadena de pegar y cuando le habla es pa- 20 SUSANA ROSANO ra inculcarle ideas asesinas. Desde niño, el niño proletario traba- ja saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre que se deja trincar por los comercian- tes del barrio para conservar el fiado. (63) Desde el poder que implica el uso de la palabra, el narrador inscribe su voz en un nosotros que abarca el territorio de los niños burgueses y que deja leer el encuentro incompatible de dos mundos. La extremada violencia del cuento no se sostiene tan sólo a nivel discursivo: hay sangre en el episodio que se relata, en la violación y el asesinato que los tres niños cometen en esta fiesta sádica sobre el cuerpo del niño proletario. Como en Echeverría, como en Cambaceres, el poder de la letra, de la palabra escrita, de la cultura, traza un territorio de exclusión sobre el cuerpo de aquellos que están alejados de la posibilidad de narrar su propia historia. No es casual que al niño proletario, que se llama Stroppani—con toda la carga de sentido y de mar- ginación que su apellido italiano conlleva para la elite ilustrada criolla—12 la maestra lo rebautice como “¡Estropeado!”. Estro- peado para la cultura nacional hegemónica, quesentó sus bases pedagógicas en el modelo liberal decimonónico, y para la cual este niño, por ser hijo de inmigrantes, pobre, marginal, no tiene atisbos de salvación. Dentro del relato hegemónico y moraliza- 12 Representante de la generación del 80 argentina, Eugenio Cambaceres articula el ideario liberal de otra generación ilustre, la del 37, con la lectura naturalista del fin de siglo latinoamericano. Es un momento en donde la apro- piación de la imagen del gaucho—cuyas tropas habían sido reclutadas en los ejércitos nacionales del siglo XIX para pelear en las fronteras contra los indi- os—comienza a cambiar de signo, para ser resemantizada a partir del Cen- tenario de 1910 como el icono de la argentinidad (cf. El payador, de Leopol- do Lugones) Ya en Cambaceres se puede leer cómo la figura del gaucho co- mo representante de la barbarie argentina es desplazada por la del inmigrante (cf. En la sangre, de 1887) que lleva todos los estigmas degenerados de la lectura positivista de la herencia, y cuyo impacto en la sociedad argentina desde mediados de siglo XIX hasta bien avanzado el siglo XX promueve su marginación. LITERATURA Y SUJETO POPULAR 21 dor de la cultura argentina, inscrito en sus dispositivos pedagó- gicos, este niño es sólo “una larva”, un desecho, sin posibilida- des ni futuro. Como en “La fiesta del monstruo” y “Cabecita negra”, la parodia y la ironía se incrustan en el texto de Lamborghini, y producen el efecto de desfamiliarización que habilita una lectu- ra ideológica. Antes de comenzar el ritual sádico con que los tres niños burgueses gozarán y asesinarán al otro niño, el na- rrador se justifica al pensar que “con el correr de los años el niño proletario se convertirá en hombre proletario y valdrá me- nos que una cosa”, tendrá sífilis y la transmitirá y sólo podrá dejar de herencia13 a su prole los chancros, ya que “su semen se convierte en venéreos niños proletarios”. Desde una estrategia narrativa que juega paródicamente con la serie literaria abierta por El matadero, “El niño proletario” articula los tópicos de la fiesta del crimen, el goce del horror que mezcla el cuerpo con el barro y la muerte, con un efecto de carcajada sarcástica. Si en El matadero Josefina Ludmer leyó la necesidad de matar al otro para descifrarlo, el relato de Lam- borghini no permite esta ilusión. Al otro, al niño proletario, se lo aniquila, se lo sodomiza, se lo estrangula, se lo destruye en una orgía lúdica no exenta de un gesto irónico, pero también de desesperación. Los puentes interpretativos, la posibilidad de conocer al otro, de descifrarlo, han sido absolutamente dina- mitados. Sólo queda la posibilidad de una fiesta negra, ciega, que conduce al agujero negro de la muerte. A diferencia de El fiord—que John Krasniauskas magis- tralmente lee como una alegoría de la emergencia de la iz- quierda nacional del peronismo y como un ataque literario (y sexual) al Estado argentino (“Revolución-Porno” 44-45)—, en “El niño proletario” la fiesta del crimen sólo puede dejar lugar a la tragedia. El cuerpo del niño queda ciego, mudo, sin posibi- lidad de articular palabra frente a las innumerables operaciones 13 Nancy Fernández trabaja las implicancias del intertexto naturalista, y en especial la relación que “El niño proletario” trama con la escritura de Cam- baceres (414-15). 22 SUSANA ROSANO asesinas de los tres niños burgueses. El otro arrojado a las ori- llas del no lugar, de la nada. La negación absoluta del cuerpo del otro, su destrucción, física y cultural, es en esta serie lite- raria que hemos armado, la imposibilidad cabal de descifrarlo: Los despojos de ¡Estropeado! Ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrece- rrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorri- da de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva preci- sión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo el hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: el me lamía el falo. Impa- cientes, Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una vez por todas ejecutar el acto [...] Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada del animal. (68- 69) Si la metáfora de la casa, ya lo dijimos, es uno de los luga- res comunes de la crítica para hablar del trazado imaginario de la nación, en este cuento de Lamborghini las exclusiones que la cultura y la política nacional argentina durante dos siglos reali- zó de los otros—ya sean estos gauchos, indios, negros, mujeres, inmigrantes o cabecitas negras—parecen haber encontrado su límite. Entre la sangre, la violación, el goce siniestro y sádico, los niños se convierten en criminales, en la tersa—casi transpa- rente—escritura de Lamborghini. Ernesto Laclau argumenta que el Estado peronista se carac- terizó por su eficiente capacidad mediadora y un contenido democrático que articuló, conectó y reconectó fuerzas sociales alrededor de un conjunto fundamental de interpelaciones popu- lares. El populismo fue leído en Argentina y en otros países de América latina como Brasil y México por los sectores popula- res, “los de abajo”, como una “edad de oro” de beneficios para el pueblo y esto siguió operando como factor de legitimación de las estructuras políticas herederas. La Argentina de la déca- da del 70 es un claro ejemplo de ello. En nuestra lectura, “El LITERATURA Y SUJETO POPULAR 23 niño proletario” parece cerrar un ciclo. Intentamos leer en tres cuentos cómo la literatura construye al sujeto popular, con sus consecuentes movimientos de apropiación, legitimación y re- chazo. Los límites, las orillas que se trazaron en el espacio es- criturario al pensar y escribir sobre el cuerpo de la nación, su sistema de inclusiones y exclusiones. Y es en ese sentido que pensamos al peronismo a partir de su impacto no sólo político o social sino también cultural. Esta “desviación latinoamericana”, como llama Martín-Barbero a los populismos de América Lati- na, tuvo efectos también en el ámbito de la representación, porque habilitó la existencia y le dio visibilidad pública a nue- vos sujetos. Con distintos procesos de simbolización la literatu- ra se apropió de ellos. Convirtiendo en monstruo a su líder de- magógico en “La Fiesta del Monstruo”; representando los te- mores difusos que frente a la irrupción de la plebe siente un integrante de la clase media en “Cabecita negra”. En “El niño proletario”, decíamos, parece cerrarse un ciclo. En su asesinato, no sólo leemos la imposibilidad de la representación. También la antesala del estallido violento que culminó en la Argentina no sólo con el mito del retorno de Perón en la década del 70 sino también con la vida de 30 mil personas a partir de esa nueva fiesta negra de horror y sadismo que fue la dictadura militar de 1976-83, y que de alguna manera parece anticipar alegóricamente el niño proletario de Lamborghini. OBRAS CITADAS Aguila, Gabriela y María Cristina Viano. “¿El cielo protector? Revisando el significado del populismo latinoamericano”. Investigaciones históricas. Época moderna y contemporánea 19 (1999): 219-237. Altamirano, Carlos. Peronismo y cultura de izquierda. Buenos Aires: Temas Grupo Editorial, 2001. Astutti, Adriana. “Osvaldo Lamborghini: estilo e impropiedad”. Andares clancos. Fábulas del menor en Osvaldo Lamborghini, J.C. Onetti, Ru- bén Darío, J.L. Borges, Silvina Ocampo y Manuel Puig. Rosario: Bea- triz Viterbo Editora, 2001. 29-47. Avellaneda, Andrés. El habla de la ideología. 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