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P36 - La primavera de Praga

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RESUMENES HISTORIA DEL MUNDO CONTEMPORANEO 
 
La primavera de Praga. 
La eliminación de Novotny inicia un proceso político interrumpido brutalmente en la noche del 20 al 21 de 
agosto de ese mismo año por la invasión de los ejércitos del Pacto de Varsovia. Durante estos ocho meses, la 
clase obrera y el pueblo checoslovacos, la gran mayoría del partido comunista y otras tendencias políticas, 
inician la transición pacifica del régimen estiliniano a un régimen socialista. Sin poner en tela de juicio en 
ningún momento la abolición de la propiedad privada capitalista y terrateniente, se inicia la democratización 
de la vida pública, poniendo así los primeros jalones de un control social efectivo sobre la producción, el Estado 
y otras instituciones. Comienza la primera experiencia histórica de la transición al socialismo en un país 
industrializado. 
Para desalojar a Novotny de la jefatura suprema habían coincidido momentáneamente en el comité central 
los partidarios de reformas y los elementos dogmáticos, estalinianos, que acusaban a Novotny de hacer 
demasiadas concesiones a los primeros, pero inmediatamente después las posiciones se deslindaron cada vez 
más. 
El 26 de marzo el máximo responsable tiene que dimitir de su cargo de presidente de la República, siendo 
reemplazado por el general Svoboda. En el curso de marzo y abril se suceden las dimisiones o destituciones 
de ministros, altos funcionarios, máximos dirigentes de los sindicatos y de la organización juvenil oficial, etc. 
El comité central del partido, reunido a primeros de abril, efectúa cambios importantes en el Presídium y el 
secretario, separando de los cargos que aún detentan a Novotny y otros conservadores. Aunque estos últimos 
siguen ocupando posiciones importantes en el aparato del partido, la correlación de fuerzas cambia algo a 
favor de los “progresistas”. 
Paralelamente, el partido popular, de inspiración católica y el partido socialista checo se proponen recuperar 
su independencia, reclutar afiliados y definir una política. Pero desde el momento que ninguna otra fuerza 
política goza de los mismos derechos que el partido comunista, el papel dirigente de éste deja de basarse 
únicamente en sus méritos y se apoya también en sus privilegios. Tal contradicción flagrante del programa de 
acción podía justificarse por algunos de los factores que condicionaban los cambios indicados, pero respondía 
también a concepciones dominantes en el partido, incluso en su ala progresista. En consecuencia, los otros 
partidos u organizaciones admitidos en un nuevo Frente Nacional debían resignarse a una existencia 
subalterna y controlada. 
El programa de acción representaba, sin duda, un progreso sustancial respecto al régimen de Novotny, pero 
no correspondía ya al punto alcanzado por el despertar político y social del país. Estaba en retraso con el 
movimiento real de democratización. En el mismo partido comunista había un divorcio creciente entre la 
renovación en los escalones inferiores, e incluso medios, y un comité central mediatizado aún por los 
elementos conservadores. La necesidad de un congreso extraordinario se hacía cada día más imperiosa. Pero 
bajo la doble presión de los conservadores y del triángulo Moscú-Varsovia-Berlín, el comité central de abril 
dio largas a la celebración del congreso. La presión del triángulo se intensifica a medida que avanza la 
democratización checoslovaca. Desde el momento que la solución de la crisis en la dirección del partido no se 
había limitado a un simple cambio de personas y a rectificaciones secundarias, la alarma cunde en Moscú y 
sus sucursales. 
A finales del mes de junio, sesenta personalidades del mundo cultural y social lanzan un manifiesto llamado 
“las dos mil palabras” expresando su gran descontento por el estancamiento de la democratización t por el 
hecho de que fuerzas extranjeras puedan injerirse en nuestra evolución. Los firmantes aseguran al gobierno 
que estarán a su lado, incluso con las armas si era necesario. Así proponen la creación de comisiones cívicas, 
el recurso a manifestaciones y huelgas para romper la resistencia de los conservadores y asegurar el éxito de 
la renovación. Moscú y sus satélites califican inmediatamente al manifiesto de prueba decisiva de que la 
contrarrevolución está en marcha. 
Brejnev (secretario gral del comunismo de la URSS) y compañía solo aceptaban la restauración del modelo 
soviético. Las reuniones de Cierna y de Bratislava, en los primeros días de agosto daban la impresión al mundo 
de que se había llegado a un acuerdo. Las concesiones tácticas que había hecho el equipo de Dubcek no podían 
representar ninguna garantía para Moscú ante el hecho determinante de que la inmensa mayoría del pueblo 
y de la clase obrera estaba resuelta a proseguir la democratización. Solo la fuerza podía impedirlo. La dirección 
soviética sabía a ciencia cierta que el nuevo comité central ya no se encontrarían elementos susceptibles de 
prestarse a un golpe de fuerza ni de oponerse a la voluntad del pueblo. Sabía que conservando el antiguo 
comité central podía refrenar a Dubcek y demás reformadores, incluso doblegarlos y, en caso necesario, 
liquidarlos en nombre de comité central. Solo el adjetivo contrarrevolucionario que dan a la transformación 
checoslovaca. Y, en efecto, esto era así ya que para Moscú dictadura totalitaria de los trabajadores era la 
revolución, entonces la libertad, democracia socialista y soberanía nacional es la contrarrevolución. 
Toda la población secunda con impresionante unanimidad y disciplina las indicaciones de sus dirigentes. Y, 
sobre todo, se produce el acontecimiento que Moscú trataba de impedir a toda costa: el congreso del partido 
comunista checoslovaco. El congreso y ciertos documentos preparatorios reflejan la profundidad de la 
transformación interna como en sus concepciones sobre la construcción del socialismo. El congreso acuerda 
exigir la liberación inmediata de los representantes del partido y de los órganos gubernamentales, el 
restablecimiento de las libertades democráticas y la retirada de los ejércitos del Pacto de Varsovia. En apoyo 
de estas exigencias convoca una huelga general de una hora de duración, que es secundada unánimemente 
en todo el país. Reitera el llamamiento a la no violencia. Se dirige a todos los partidos comunistas invitándolos 
a apoyar los acuerdos del congreso, a fin de “devolver al socialismo un rostro humano”. 
Enfrentados a esta impresionante unanimidad nacional, fracasado su plan político inicial, los dirigentes de 
Moscú deciden cambiar de táctica, aunque no de objetivos. Optan por negociar en la capital soviética con 
Svodoba y otros representantes de Praga, incluidos Dubcek y los otros dirigentes presos. Los resultados de la 
negociación son ratificados por el viejo comité central del partido checoslovaco. La declaración pública de la 
reunión tiene como principal objeto ocultar el verdadero significado de lo acordado bajo vagos eufemismos y 
cínicas simulaciones, revelando tan sólo un punto: la renuncia del gobierno checoslovaco a plantear el 
problema de la intervención soviética en el Consejo de Seguridad de la ONU. Renunciaba a capitalizar la 
repulsa que la agresión había provocado en la opinión pública mundial, incluidos grandes sectores del 
movimiento socialista y comunista. Por otra parte, cediendo a esta exigencia de Moscú, los dirigentes 
checoslovacos dejaban en manos de los EEUU la explotación del caso y le venía como anillo al dedo a Brejnev 
y compañía para dar crédito a su argumento de que tras la primavera de Praga estaba el imperialismo 
americano y su inevitable CIA. 
Aunque con reservas y desconfianza en muchos casos, la mayoría de los cuadros dirigentes dio por buena la 
justificación de que el dilema era aceptar el diktat de Moscú o abandonar el país a la administración directa 
de las fuerzas extranjeras, preludio a su desintegración y a su anexión directa porla Unión Soviética, con el 
riesgo añadido de una represión masiva. Desde entonces no ha cesado de discutirse en los medios de la 
oposición si había otras alternativas. 
Pero el grupo de Dubcek siguió, cada día más, el camino de las concesiones. En lugar de estimular las iniciativas 
populares y apoyarlas, apelaba constantemente al respeto del orden y la disciplina, lo que en la práctica 
significaba dejar el camino libre a los ocupantes y a los ultras checoslovacos, que a primeros de 1969 
consiguieron impedir el nombramiento de Smerkovski. La opinión pública vio en este hecho un signo 
inequívoco de involución política, y en amplios sectores se propagó el pesimismo y la desmoralización. Con el 
propósito de provocar una reacción combativa. 
Poco después, la conferencia de los consejos de empresa y el congreso de los sindicatos reafirmaron su 
adhesión a los ideales de 1968. Estas asambleas testimoniaban hasta qué punto, de haberse proseguido la 
democratización, el movimiento obrero hubiera sido el protagonista máximo de la democratización. 
El bloque progresista, antes unido en torno a Dubcek, se resquebrajaba de día en día. Los que sólo se habían 
incorporado por oportunismo fueron pasando al campo de los ocupantes en nombre del realismo. Dubcek 
seguía siendo el símbolo de la Primavera de Praga, pero comenzaba a ser también el paradigma del abandono 
de la resistencia. Reflejaba el espíritu de los sectores menos combativos y, con su propia conducta, alimentaba 
este espíritu. 
El pueblo se lanzó a la calle en las principales ciudades del país, expresaba su hostilidad hacia los gendarmes 
rusos. No obstante, el comité central del partido comunista checoslovaco se reúne el 17 de abril y acuerda 
aceptar la dimisión de Dubcek, nombrando a Husak secretario general. Quedan cumplidas las instrucciones de 
Moscú y comienza una nueva etapa de la normalización.

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