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P41 - LA REVOLUCION SOCIAL

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RESUMENES HISTORIA DEL MUNDO CONTEMPORANEO 
 
LA REVOLUCION SOCIAL 
 
En el cénit de la prosperidad occidental y en el corazón mismo de la sociedad capitalista, los 
gobiernos tuvieron que hacer frente, súbita e inesperadamente a algo que no sólo parecía una revolución a 
la vieja usanza, sino que puso al descubierto la debilidad de regímenes aparentemente consolidados. En 
1968-1969 una ola de rebelión sacudió los tres mundos, encabezada esencialmente por la nueva fuerza 
social de los estudiantes. 
Sus números se reforzaron debido a tres características que multiplicaron su eficacia política: eran 
fácilmente movilizables en las enormes fábricas del saber que les albergaban y disponían de mucho más 
tiempo libre que los obreros de las grandes industrias; se encontraban normalmente en las capitales; y, 
siendo miembros de las clases instruidas, con frecuencia hijos de la clase media establecida, no resultaban 
tan fáciles de abatir como los de las clases bajas. En Europa, oriental y occidental, no se produjeron muchas 
bajas. 
Las revueltas estudiantiles resultaron eficaces fuera de proporción, en especial donde 
desencadenaron enormes oleadas de huelgas de los trabajadores que paralizaron temporalmente la 
economía de países enteros. Y, sin embargo, no eran auténticas revoluciones. Los estudiantes del primer 
mundo rara vez se interesaban en cosas como derrocar gobiernos y tomar el poder. 
La rebelión de los estudiantes occidentales fue más una revolución cultural, un rechazo de todo 
aquello que en la sociedad representaban los valores de la «clase media» de sus padres. 
Contribuyó a politizar a muchos de los rebeldes de la generación estudiantil, quienes se volvieron 
hacia los inspiradores de la revolución y de la transformación social total: Marx, los iconos no estalinistas de 
la revolución de octubre, y Mao. 
Como se trataba sobre todo de un movimiento de intelectuales, muchos entraron en la profesión 
académica. Otros se veían a sí mismos como revolucionarios en la tradición de octubre y se unieron a las 
pequeñas organizaciones de cuadros de «vanguardia», disciplinadas y preferentemente clandestinas, que 
seguían las directrices leninistas. 
➢ En esto Occidente convergió con el tercer mundo, que también se llenó de organizaciones de 
combatientes ilegales que esperaban contrarrestar la derrota de las masas mediante la violencia de 
pequeños grupos. 
➢ En Occidente este fue el período más negro registrado en la historia moderna de tortura, de 
«escuadrones de la muerte» teóricamente no identificables, de bandas de secuestro y asesinato en 
coches sin identificar que «desaparecían» a la gente. Los países socialistas apenas fueron afectados 
por esta siniestra moda. Sus épocas de terror habían quedado atrás y no había movimientos 
terroristas dentro de sus fronteras. 
La revuelta estudiantil de fines de los sesenta fue revolucionaria tanto en el viejo sentido utópico de 
búsqueda de un cambio permanente de valores, de una sociedad nueva y perfecta, como en el sentido 
operativo de procurar alcanzarlo mediante la acción en las calles y en las barricadas, con bombas y 
emboscadas en las montañas. Fue global, no sólo porque la ideología de la tradición revolucionaria era 
universal e internacionalista sino porque, por primera vez, el mundo era realmente global. Los mismos libros 
aparecían en las librerías estudiantiles de todo el mundo. Los mismos turistas de la revolución atravesaban 
océanos y continentes. Era la primera generación que daba por supuestas las telecomunicaciones y unas 
tarifas aéreas baratas. 
 Nadie esperaba ya una revolución social en el mundo occidental. La mayoría de los revolucionarios 
ya ni siquiera consideraban a la clase obrera industrial como revolucionaria. En el hemisferio occidental, el 
viejo «proletariado» era incluso despreciado como enemigo del radicalismo. El futuro de la revolución 
estaba en las zonas campesinas del tercer mundo. 
Los movimientos en los que los revolucionarios de los años sesenta depositaron sus esperanzas no 
eran precisamente ecuménicos. Los vietnamitas, los palestinos, los distintos movimientos guerrilleros de 
liberación colonial se preocupaban exclusivamente por sus propios asuntos nacionales. Estaban ligados al 
resto del mundo tan sólo en la medida en que estaban dirigidos por comunistas con compromisos más 
amplios, o en la medida en que la estructura bipolar del sistema mundial de la guerra fría los convertía 
automáticamente en amigos del enemigo de su enemigo. 
➢ Cuan vacío de sentido había quedado el viejo ecumenismo lo demostró la China comunista, que, 
pese a la retórica de la revolución mundial, seguía una política estrictamente centrada en sus 
intereses nacionales que la iba a llevar, durante 1970/80, a alinearse con los Estados Unidos contra 
la Unión Soviética y a confrontaciones armadas con los soviéticos y con el Vietnam comunista. 
➢ La revolución orientada más allá de las fronteras sobrevivió tan sólo en la forma atenuada de 
movimientos regionales: panafricano, panárabe y panlatinoamericano. 
La prueba más fehaciente del debilitamiento de la revolución mundial fue la desintegración del 
movimiento internacional dedicado a ella. Después de 1956 la Unión Soviética y el movimiento 
internacional que dirigía perdieron el monopolio de la causa revolucionaria y de la teoría y la ideología que la 
unificaba. Hubo desde entonces muchas clases distintas de marxistas, varias de marxistas-leninista, y 
facciones distintas entre los pocos partidos comunistas. 
Lo que quedaba del movimiento comunista internacional dirigido por Moscú se desintegró entre 
1956 y 1968, cuando China rompió con la Unión Soviética en 1958-1960 e hizo un llamamiento, con escaso 
éxito, a la secesión de los estados integrados en el bloque soviético y a la formación de partidos comunistas 
rivales, y cuando otros partidos comunistas empezaron a distanciarse abiertamente de Moscú, y cuando 
incluso el «campo socialista» original de 1947 se dividió en estados con grados diferentes de lealtad a la 
Unión Soviética, que iban desde la total adhesión de los búlgaros, hasta la independencia total de 
Yugoslavia. La invasión soviética de Checoslovaquia (1968), clavó el último clavo en el ataúd del 
«internacionalismo proletario». Desde entonces fue algo normal, incluso para los partidos comunistas 
alineados con Moscú, criticar a la Unión Soviética en público y adoptar políticas diferentes a las de Moscú 
(«eurocomunismo»). 
 
Sin embargo, si la tradición de una revolución social al modo de la de octubre de 1917 estaba 
agotada, la inestabilidad social y política que generaban las revoluciones proseguía. 
 Aunque ocurrieron sobre todo en el tercer mundo, las revoluciones de los años setenta forman un 
mosaico geográfico y político dispar. Comenzaron sorprendentemente en Europa con la caída, en abril de 
1974, del régimen portugués, y con el colapso de la dictadura militar de extrema derecha en Grecia. Después 
de la muerte de Franco en 1975, la transición pacífica española del autoritarismo a un gobierno 
parlamentario completó este retorno a la democracia constitucional en el sur de Europa. 
El golpe de los oficiales radicales que revolucionó Portugal se gestó en la larga y frustradora guerra 
contra las guerrillas de liberación colonial de África. 
Los movimientos guerrilleros africanos se multiplicaron en la década de los sesenta, a partir del 
conflicto del Congo y del endurecimiento de la política de apartheid en Sudáfrica, pero sin alcanzar éxitos 
significativos. A principios de los 1970s estos movimientos revivieron gracias a la creciente ayuda soviética, 
pero fue la revolución portuguesa la que permitió a sus colonias acceder finalmente a su independencia en 
1975. Estos cambios crearon una moda de regímenes dedicados, sobre el papel, a la causa del socialismo. 
(pag 448 ejs) 
Aunque sobre el papel estos movimientos parecían ser de la vieja familia revolucionariade 1917, 
pertenecían en realidad a un género muy distinto, lo que era inevitable dadas las diferencias existentes 
entre las sociedades para las que habían efectuado sus análisis Marx y Lenin, y las del África poscolonial 
subsahariana. 
➢ El único país africano en el que se podían aplicar condiciones de esos análisis era el enclave 
capitalista económica e industrialmente desarrollado de Sudáfrica, donde surgió un genuino 
movimiento de masas de liberación nacional que rebasaba las fronteras tribales y raciales (el 
Congreso Nacional Africano) con la ayuda de la organización de un verdadero movimiento sindical 
de masas y de un Partido Comunista eficaz. 
➢ En todos los demás lugares, salvo para los pequeños núcleos de intelectuales urbanos 
occidentalizados, las movilizaciones «nacionales» o de otro tipo se basaban esencialmente en 
alianzas o lealtades tribales, una situación que permitía a los imperialistas movilizar a otras tribus 
contra los nuevos regímenes. 
La retirada estadounidense de Indochina reforzó el avance del comunismo. Todo Vietnam estaba ahora bajo 
un gobierno comunista y gobiernos similares tomaron el poder en Laos y Camboya. 
El final de los años setenta vio cómo la oleada revolucionaria apuntaba directamente a los Estados 
Unidos, cuando Centroamérica y el Caribe, zonas de dominación incuestionable de Washington, parecieron 
virar a la izquierda. 
El éxito de estos movimientos creó un ambiente cercano a la histeria en Washington durante el 
período del presidente Reagan (1980-1988). La mayor novedad de estos fenómenos revolucionarios 
latinoamericanos, era la presencia de sacerdotes católicos marxistas que apoyaban las insurrecciones, o 
incluso participaban en ellas y las dirigían. 
Estas revoluciones para los gobiernos de USA era esencialmente una parte de una ofensiva global 
de la superpotencia comunista. Esto era debido, en parte, a la supuesta regla del juego de «suma cero» de 
la guerra fría. La pérdida de un jugador debe constituir la ganancia del otro, y, puesto que USA se había 
alineado con las fuerzas conservadoras en la mayor parte de países del tercer mundo, se encontraban en el 
lado perdedor de las revoluciones. Por otra parte, la edad de oro del capitalismo mundial, y el papel central 
del dólar en él, tocaban a su fin. La posición de USA como superpotencia se vio inexorablemente debilitada 
por la prevista derrota en Vietnam. 
Los Estados Unidos veían cualquier debilitamiento en su supremacía global como un reto a ella, y 
como un signo de la ambición soviética por hacerse con el dominio mundial. Por tanto, las revoluciones de 
los años setenta desencadenaron lo que se ha dado en llamar «segunda guerra fría». La misma Unión 
Soviética sentía que las nuevas revoluciones le permitían variar ligeramente en su favor el equilibrio global. 
La Unión Soviética se mantenía fuera del continente americano, pero intervenía en cualquier otra 
parte, especialmente en África. La retórica soviética se refería ahora a «estados orientados hacia el 
socialismo» aparte de los plenamente comunistas. 
La caída del sha del Irán en 1979 fue la revolución más importante de los años setenta. (se trata 
bastante, pags 451-453) 
➢ La revolución iraní fue la primera realizada y ganada bajo la bandera del fundamentalismo religioso y 
la primera que reemplazó el antiguo régimen por una teocracia populista. 
 
Las revoluciones de fines del siglo XX tenían, por tanto, dos características. La atrofia de la tradición 
revolucionaria establecida, por un lado, y el despertar de las masas, por otro. A partir de 1917-1918 pocas 
revoluciones se han hecho desde abajo. La mayoría las llevaron a cabo minorías de activistas organizados, o 
fueron impuestas desde arriba, mediante golpes militares o conquistas armadas. Pero a fines del siglo xx las 
masas volvieron a escena asumiendo un papel protagonista. El activismo minoritario, en forma de guerrillas 
urbanas o rurales y de terrorismo, continuó y se convirtió en endémico en el mundo desarrollado, y en 
partes importantes del sur de Asia y de la zona islámica. 
Fuera lo que fuese lo que estimulaba a las masas inertes a la acción (medios de comunicación 
modernos hacían difícil mantener aislados de los acontecimientos mundiales incluso a los habitantes de las 
zonas más remotas) era la facilidad con que las masas salían a la calle lo que decidió las cuestiones. 
➢ Lo que importaba no era lo numerosa que fuese la multitud, sino el hecho de que actuase en una 
situación que la hacía operativamente eficaz. 
Incluso en sistemas democráticos parlamentarios consolidados y estables, las manifestaciones en masa de 
rechazo al existente sistema político o de partidos se convirtieron en algo común. 
Hay otra razón, además, para este resurgimiento de las masas: la urbanización del planeta y, en 
especial, del tercer mundo. A fines del siglo XX, las revoluciones surgieron de nuevo en la ciudad, incluso en 
el tercer mundo. Porque la mayoría de los habitantes de cualquier gran país vivía en las ciudades, y porque la 
gran ciudad, sede del poder, podía sobrevivir y defenderse del desafío rural, gracias en parte a las modernas 
tecnologías. 
El mundo al final del siglo XX se halla en una situación de ruptura social más que de crisis 
revolucionaria.

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