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La General Estoria

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Miranda, J.; Leite, M. (2009). Alfonso X El Sabio, General Estoria, 10 vol., Madrid: Biblioteca Castro, Fundación José Antonio de Castro, pp. 15-50.
La General Estoria
Hacia 1270, Alfonso X, también llamado “el Sabio”, hijo de Fernando III y Beatriz de Hohenstaufen de Suabia, emprendió un proyecto literario de alcance bastante insólito que consistía en narrar, en la lengua común española, la historia del mundo desde la Creación hasta la época en que él mismo era rey en León y Castilla y aspiraba a la condición de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Para ello reunió una gran cantidad de fuentes latinas, árabes, hebreas y de lenguas comunes europeas, que servirían para reforzar la parte histórica de los libros de la Biblia, como eje vertebrador del proyecto. Así nació el Grande e General Estoria. 
Contrariamente a lo que pudiera sospecharse, la obra manifiesta una gran preocupación por la credibilidad del relato histórico en su conjunto y no tanto intenciones apologéticas en relación con el relato bíblico, el objetivo explícito en el prólogo es claro: dar cuenta de todos los hechos ocurridos en el pasado, notables e innobles, añadiendo al relato historiográfico información geográfica y naturalista, e incluyendo también textos de carácter literario –como el Cántico de los Cantares– que, por su relevancia en el cuerpo de la Biblia, no podían ser ignorados como parte de un proyecto que pretendía dar cuenta del trabajo de toda la humanidad.
En 1284, cuando murió Afonso el Sabio, el nutrido equipo de colaboradores que había reunido para llevar a cabo esta vasta iniciativa de escritura no habría concluido su tarea, del mismo modo que estaría activo también el grupo de escribanos que había colaborado con él en la reformulación de la Estoria de España, obra también iniciada a principios de la década de los setenta de ese siglo y que revela tantos puntos de contacto con la General Estoria. En todo caso, este magnífico proyecto quedó inacabado, siendo este aspecto más visible en la sexta y última parte de la obra, que sólo se conserva en un fragmento, posteriormente copiado, de una etapa editorial provisional. 
Todavía no se ha podido saber si el General Estoria circuló alguna vez completamente fuera del círculo real, o al menos agrupando las cinco partes cuyo estado de terminación era mayor. Como ocurre con otras extensas obras medievales (el ciclo de los romances artúricos en prosa es el más cercano, tanto en estructura como en organización material, a la obra capital de Alfonsina), la tradición manuscrita de la General Estoria apunta a una fragmentación que se produjo muy pronto, con la autonomía de los distintos libros que la componían, lo que llevó a que cada uno de ellos tuviera su propia posteridad. De hecho, sólo se conservan dos códices reales, testigos más cercanos, por tanto, del proyecto inicial: el manuscrito A (BNE 816), que conserva casi la totalidad de la primera parte, y el manuscrito U (Vat. Urb. Lat. 539), de la cuarta parte. 
De la segunda, tercera, quinta y sexta partes solo quedan manuscritos parciales. Muchos de ellos, como es el caso de los manuscritos de la tercera parte, contienen un solo tipo de material, bíblico o pagano; otros, como la sexta parte, son sólo borradores fragmentarios y en mal estado de conservación. En todo caso, las cuestiones que plantea la circulación y difusión de la obra sólo pueden resolverse a la luz del conocimiento detallado de su contenido, es decir, después de realizada su edición íntegra con base en los testimonios existentes. Esta edición completa acaba de aparecer por iniciativa de Pedro Sánchez-Prieto Borja, coordinando un equipo editorial integrado por Belén Almeida, Bautista Horcajada Diezma, Carmen Fernández López, Verónica Gómez Ortiz, Inés Fernández-Ordóñez, Raul Orellana y Elena Trujillo.
Con el patrocinio de la Fundación José Antonio de Castro, posiblemente por primera vez desde que se escribieron, todos los libros que contienen Grande e General Estoria, haciendo un total de diez volúmenes y más de seis mil páginas. La edición de esta obra implicó la adopción de criterios editoriales que favorecieran su armonización interna, ya que, como hemos visto, se trata de una obra excepcionalmente extensa y atendida por una tradición manuscrita con características de escritura diferenciadas en las distintas partes que la componen.
Además, el hecho de que la fijación del texto de las partes segunda, tercera, quinta y sexta derive en gran medida del cotejo entre manuscritos de naturaleza lingüísticamente diversa pesó en el sentido de la utilización de criterios de transcripción regularizadores, frente a opciones más cercanas a la lectura paleográfica que suelen seguirse en la edición de otros textos medievales. Así, en las normas de transcripción adoptadas, los editores proponen no sólo desglosar las abreviaturas -sin, eso sí, indicarlas gráficamente- y proceder a la habitual introducción de la puntuación, sino también regularizar los nombres propios e incluso las grafías, cuyas modificaciones, sin embargo, no chocan con las características fonéticas del castellano del siglo XIII. 
La estrategia editorial, como parecía imponerse, apuntaba hacia una edición crítica, no sólo a través de la selección de variantes, sino también a través de intervenciones sistemáticas de los editores en los loci considerados problemáticos, utilizando la lección conjetural. Es decir, se intentó ofrecer una edición que permitiera una lectura filológica a través de la cual se pudieran transmitir las características de la escritura alfonsina, que ya manifestaba un esfuerzo por fijar la ortografía en el castellano del siglo XIII. Naturalmente, la primacía otorgada a la legibilidad y el uso de la práctica ecdótica para obtener un texto más cohesionado, donde la flexibilidad de las regularizaciones actúa en detrimento de las limitaciones impuestas por el respeto paleográfico, impide un mayor rigor en cuanto a la percepción de lo que realmente transmiten los manuscritos, a pesar de la utilidad del aparato crítico presente al final de cada volumen. 
En el mismo sentido, y dado que, dentro de los criterios definidos globalmente, cada editor tenía libertad para adaptarlos y aplicarlos según las características de la parte de la obra que editaba, en algunos casos las decisiones tomadas suscitan reticencias, concretamente en lo que se refiere a la inserción de elementos verbales (como las preposiciones, aunque siempre marcadas gráficamente), que facilitan la lectura del texto por parte de los receptores actuales, pero que no son imprescindibles para su comprensión. Es cierto, sin embargo, que la claridad de la propuesta editorial presentada al inicio de cada parte de la obra advierte al lector que se encuentra ante una versión críticamente trabajada de lo legible en los manuscritos, pues, para una lectura paleográfica de los mismos, ya se cuenta con transcripciones preparadas por el Madison Hispanic Seminary of Medieval Studies. 
A pesar de los inevitables cuestionamientos y controversias que siempre plantean los criterios editoriales, esta edición debe ser vista como una obra de irreprochable labor ecdótica, que coloca al lector frente a un texto creíble porque todas las opciones están plenamente justificadas. Es también una iniciativa inmensa e incansable, llevada a cabo con tal empeño y entusiasmo que es fácilmente comunicable al lector, constituyendo el mayor homenaje que se rinde a Afonso X, ya los atributos que le hicieron “el Sabio”. 
Añádase a esto la relevancia de los estudios introductorios que acompañan a cada una de las partes, otra de las grandes bazas, sin duda, de esta edición de la Grande e General Estoria. Sin limitarse a ocuparse de las especificidades codicológicas y paleográficas de los manuscritos que encontraban, los editores prepararon análisis atentos y cuidadosos, señalando también fuentes, líneas temáticas, características editoriales y de traducción que enriquecen sobremanera la ya extraordinaria proeza editorial que representó esta empresa.

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