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Príncipe de Maquiavelo

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Capitulo XIV
De los deberes de un príncipe para con la milicia
Un príncipe solo debe preocuparse por el arte de la guerra, pues es lo principal que quien manda debe pensar. Para que un Estado no pierdan o falle debe enfocarse en las armas, conocer del arte y ser experto en él.
El estar desarmado hace despreciable y un cumulo más de todos. Por ende, el príncipe necesita de las armas, del conocimiento de la guerra, de lo militar para que exista un respeto que se da por el temor emanado y el que a fin de cuentas significa autoridad, aspecto esencial para un Príncipe según Maquiavelo.
En épocas de paz debe prepararse para la época de guerras y ejercitarse mayor que en guerra, para ello puede hacerlo de dos modos:
La acción: practicar, organizar tropas, crear escenarios hipotéticos en lo que se planteaban de la nada suposiciones sobre ataques, así mismo el dedicarse a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada a los valles, la situación de las llanuras, el curso de los ríos y la extensión de los pantanos. Lo anterior ocasionara que como estudio empírico permitirá conocer, reconocer e identificar el campo en el jugara y estar preparados ante jugadas posteriores como en el ajedrez, siempre propendiendo a hacer Jake-Mate, si se conoce todo ello se sabrá defender mejor al atacar con ventaja.
El estudio: El príncipe debe estudiar la HISTORIA, porque conociendo la evolución, desarrollo y trayectoria de los ilustres de épocas pasadas como es costumbre del sabio aprenderá sin cometer el error, analizara el porque de una batalla porque gano o perdió, porque fue el mejor o el peor. Para que todo eso aprendido lo ponga en práctica y gane victorias o evite las perdidas, para que sencillamente comprenda su actualidad y su entorno, que halle el porque de eso que sucede hoy se ve relacionado con lo anterior.
El príncipe PRUDENTE, es aquel que permanece activo en tiempos de paz, se vale de enseñanzas y adversidades, para que ante cualquier infortunio se encuentre preparado. 
Capitulo XV
De aquellas cosas por las cuales los hombres especialmente los príncipes son alabados o censurados
Un príncipe puede ser buena personas y no necesariamente buen ciudadano. Hay que ver la verdad de fondo y no la apariencia.
“Un hombre que quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son” Si todos no son malos, los que lo son tienen tales recurso y actividades que hace como si todos lo fueran. Los más perversos son, a menudo, los que a tu lado aparentan ser los mejores.
Comprendiendo lo anterior debe entenderse que si el príncipe quiere perdurar debe aprender a no ser bueno y a usar cuando le sea necesario.
El príncipe debe evitar la vergüenza, infamia, incurrir en vicios o demás para que esto no lo censure ante el Estado. A veces lo que parece virtud es causa de ruina y lo que parece vicio solo acaba por traer el bien estar y la seguridad.
Capitulo XVI
De la prodigalidad (despilfarro) y de la avaricia
La prodigalidad es buena en la medida que sabe usarse si se usa y se conoce perjudicará todo y si se usa con sabiduría, como debe ser besucando para beneficios de todos no se dará a conocer y se le tildará de tacaño. El hecho es que ser prodigo no beneficia en su gobierno, porque la historia ha demostrado que son los tacaños, que en realidad son aquellos que realizan como debería ser los que han triunfado los demás han fracasado, porque aquellos que son pródigos si no organizan lo ganado quedaran pobres sin el pueblo y aquello tacaños no tendrán la necesidad de pedir o demás pues tendrán todo organizado que no necesitaran de dinero extra o de protección.
Un príncipe debe que con el dinero o riquezas se pueda defender, no robe a los súbditos, no se vuelva pobre, despreciable y no expoliado, todo se puede lograr desde el vicio del tacaño. El buen manejo y administración de las riquezas. Ser tachado de tacaño te da vergüenza, pero no provoca odio, ser prodigo si lo ocasiona y dentro de los principios de Maquiavelo un príncipe debe ocasionar temor, pero nunca ganarse el odio.
Capitulo XVII
De la crueldad y la clemencia; y si es mejor ser amado que temido o ser temido que amado
Los príncipes deben quedar como príncipes, no deben ser tenido por crueles, sino por clementes. No obstante, si se le tacha de crueles no debe preocuparse desde que el objeto de esta sea mantener unido y fieles a los súbditos.
El extremo no es bueno para ningún caso, lo importante es mantener un equilibrio, proceder con moderación, prudencia y humanidad.
Entre ser temido y no amado o amado y no temido, ambos elementos se tienen a la vez en épocas de paz, bonitas todos dicen del príncipe lo mejor todo funciona como debería ser. Pero cuando hay malestares o guerra esto ya no es así y del amor que se le tenía al príncipe no le queda nada entonces es mejor ser temido que amado, pues lo sea o no se va a dar de que decir.
Y muchas veces el temor, lo cruel, etc. gana más respeto.
l príncipe no le conviene dejarse llevar por el temor de la infamia inherente a la crueldad, si necesita de ella para conservar unidos a sus gobernados e impedirles faltar a la fe que le deben, porque, con poquísimos ejemplos de severidad, será mucho más clemente que los que por lenidad excesiva toleran la producción de desórdenes, acompañados de robos y de crímenes, dado que estos horrores ofenden a todos los ciudadanos, mientras que los castigos que dimanan del jefe de la nación no ofenden más que a un particular. Por lo demás, a un príncipe nuevo le es dificilísimo evitar la fama de cruel, a causa de que los Estados nuevos están llenos de peligros.
capítulo XVIII: De qué forma tiene que mantener su palabra un príncipe (Quomodo a principibus sit servanda).
Desde que un príncipe se ve en la precisión de obrar competentemente conforme a la índole de los brutos, los que ha de imitar son el león y la zorra, según los casos en que se encuentre. El ejemplo del león no basta, porque este animal no se preserva de los lazos, y la zorra sola no es suficiente, porque no puede librarse de los lobos. Es necesario, por consiguiente, ser zorra, para conocer los lazos, y león, para espantar a los lobos; pero los que toman por modelo al último animal no entienden sus intereses.
Un príncipe debe saberse comportar como bestia y como hombre, ya que un príncipe debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas y las cuales necesitan de su coexistencia y la una no puede durar mucho tiempo sin la otra. Como Bestia deberá comportarse como zorro para conocer las trampas y como león, para espantar a los lobos. Son tan esenciales estos aspectos porque como bien lo explicaba Maquiavelo “los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrara siempre quien se deje engañar.” Pues en la multitud este compuesto de necios, crédulo y lo una mínima parte dudara y poco de ellos se atreverán a declarar o exponer sus dudad, simplemente seguirán a la multitud. Un príncipe debe estar dispuestos a irse al extremo si ello fuese necesario, mostrarse piadoso, fiel, humano o no serlo.
Cuando un príncipe dotado de prudencia advierte que su fidelidad a las promesas redunda en su perjuicio, y que los motivos que le determinaron a hacerlas no existen ya, ni puede, ni siquiera debe guardarlas, a no ser que consienta en perderse. Y obsérvese que, si todos los hombres fuesen buenos, este precepto sería detestable. Pero, como son malos, y no observarían su fe respecto del príncipe, si de incumplirla se presentara la ocasión, tampoco el príncipe está obligado a cumplir la suya, si a ello se viese forzado. Nunca faltan razones legítimas a un príncipe para cohonestar la inobservancia de sus promesas, inobservancia autorizada en algún modo por infinidad de ejemplos demostrativos de que se han concluido muchos felices tratados de paz, y se han anulado muchos empeños funestos, por la sola infidelidad de los príncipes a su palabra. El que mejor supoobrar como zorra, tuvo mejor acierto.
Capítulo XIX: Como evitar el desprecio y el odio (De contemptu et odio fugiendo).
Un príncipe cae en el menosprecio cuando pasa por variable, ligero, afeminado, pusilánime e irresoluto. Ponga, pues, sumo cuidado en preservarse de semejante reputación como de un escollo, e ingéniese para que en sus actos se advierta constancia, gravedad, virilidad, valentía y decisión. Cuando pronuncie juicio sobre las tramas de sus súbditos, determínese a que sea irrevocable su sentencia. Finalmente, es preciso que los mantenga en una tal opinión de su perspicacia, que ninguno de ellos abrigue el pensamiento de engañarle o de envolverle en intrigas. El príncipe logrará esto, si es muy estimado, pues difícilmente se conspira contra el que goza de mucha estimación. Dos cosas ha de temer el príncipe son a saber: 1) en el interior de su Estado, alguna rebelión de sus súbditos; 2) en el exterior, un ataque de alguna potencia vecina. Se preservará del segundo temor con buenas armas, y, sobre todo, con buenas alianzas, que logrará siempre con buenas armas. 
Capitulo XX
Si las fortalezas y muchas otras cosas que los príncipes hacen con frecuencia son útiles o no
Cuando el príncipe desarma a sus súbditos, empieza ofendiéndoles, puesto que manifiesta que desconfía de ellos, y que les sospecha capaces de cobardía o de poca fidelidad. Una u otra de ambas opiniones que le supongan contra sí mismos engendrará el odio hacia él en sus almas. Como no puede permanecer desarmado, está obligado a valerse de la tropa mercenaria, cuyos inconvenientes he dado a conocer. Pero, aunque esa tropa fuera buena, no puede serlo bastante para defender al príncipe a la vez de los enemigos poderosos que tenga por de fuera, y de aquellos gobernados que le causen sobresalto en lo interior. Por esto, como ya dije, todo príncipe nuevo en su soberanía nueva se formó siempre una tropa suya. Nuestras historias presentan innumerables ejemplos de ello.
Capitulo XXI
Como debe comportarse un príncipe para ser estimado
El príncipe debe considerarse con una gran estimación a un príncipe que las grandes empresas y las acciones raras y maravillosas. De ello nos presenta nuestra edad un admirable ejemplo en Fernando V, rey de Aragón y actualmente monarca de España. Podemos mirarle casi como a un príncipe nuevo, porque, de rey débil que era, llegó a ser el primer monarca de la cristiandad, por su fama y por su gloria. Pues bien: si consideramos sus empresas las hallaremos todas sumamente grandes, y aún algunas nos parecerán extraordinarias. Al comenzar a reinar, asaltó el reino de Granada, y esta empresa sirvió de punto de partida a su grandeza. Por de contado, la había iniciado sin temor a hallar estorbos que se la obstruyesen, por cuanto su primer cuidado había sido tener ocupado en aquella guerra el ánimo de los nobles de Castilla. Haciéndoles pensar incesantemente en ella, les distraía de cavilar y maquinar innovaciones durante ese tiempo, y por tal arte adquiría sobre ellos, sin que lo echasen de ver, mucho dominio, y se proporcionaba suma estimación. Pudo en seguida, con el dinero de la Iglesia y de los pueblos, sostener ejércitos, y formarse, por medio de guerra tan larga, buenas tropas, lo que redundó en pro de su celebridad como capitán. Además, alegando siempre el pretexto de la religión, para poder llevar a efecto mayores hazañas, recurrió al expediente de una crueldad devota, y expulsó a los moros de su reino, que quedó así libre de su presencia. No cabe imaginar nada más cruel y a la vez más extraordinario que lo que ejecutó en ocasión semejante. Después, bajo la misma capa de religión, se dirigió contra África, emprendió la conquista de Italia, y acaba de atacar recientemente a Francia. Concertó de continuo grandes cosas, que llenaron de admiración a sus pueblos, y que conservaron su espíritu preocupado por las consecuencias que podían traer. Hasta hizo seguir unas empresas de otras de gran tamaño, que no dejaron tiempo a sus gobernados ni siquiera para respirar, cuanto menos para urdir trama alguna contra él.
Capitulo XXIII
Como huir de los aduladores
Si un príncipe debe pedir consejos sobre todos los asuntos, no debe recibirlos cuando a sus consejeros les agrade, y hasta debe quitarles la gana de aconsejarle sobre negocio ninguno, a no ser que él lo solicite. Pero debe con frecuencia, y sobre todos los negocios, oír pacientemente y sin desazonarse la verdad acerca de las preguntas que haya hecho, sin que motivo alguno de respeto sirva de estorbo para que se la digan. Los que piensan que un príncipe, si se hace estimar por su prudencia, no la debe a sí mismo, sino a la sabiduría de los consejeros que le circundan, se engañan en la mitad del justo precio. Para juzgar de esto hay una regla general, que nunca induce al error, y es que un príncipe que no es prudente de suyo no puede aconsejarse bien, a menos que por casualidad dispusiera de un hombre excepcional y habilísimo que le gobernara en todo. Pero en tal caso la buena gobernación del príncipe no duraría mucho, porque su conductor se encargaría de quitarle en breve tiempo su Estado. En cuanto al príncipe que consulta con muchos y que carece él mismo de la prudencia necesaria no recibirá jamás pareceres que concuerden, no sabrá corregirlos por si mismo ni aun echará de ver que cada uno de sus consejeros piensa en sus personales intereses nada más. No existe posibilidad de hallar dispuestos de otra manera a los ministros, porque los hombres son siempre malos, a no ser que se les obligue por la fuerza a ser buenos. De donde concluyo que conviene que los buenos consejos, de cualquier parte que vengan, dimanen, en definitiva, de la prudencia del propio príncipe y que no se funden en si mismos
como tales.
Capítulo XXIV: Por qué los príncipes de Italia han perdido sus reinos (Cur Italiae principes regnum amiserunt).
El príncipe nuevo que siga con prudencia las reglas que acabo de exponer adquirirá la consistencia de uno antiguo y alcanzará en muy poco tiempo más seguridad en su Estado que si llevara un siglo en posesión suya. Siendo un príncipe nuevo mucho más cauto en sus acciones que otro hereditario, si las juzgan grandes y magnánimas sus súbditos, se atrae mejor el afecto de éstos que un soberano de sangre inmemorial esclarecida, porque se ganan los hombres mucho menos con las cosas pasadas que con las presentes. Cuando hallan su provecho en éstas, a ellas se reducen, sin buscar nada en otra parte. Con mayor motivo abrazan la causa de un nuevo príncipe o si éste no cae en falta en lo restante de su conducta. Así obtendrá una doble gloria: la de haber originado una soberanía y la de haberla corroborado y consolidado con buenas armas, buenas leyes, buenos ejemplos y buenos amigos. Obtendrá, por lo contrario, una doble afrenta el que, habiendo nacido príncipe, haya perdido su Estado
por su poca prudencia.
Capítulo XXV: Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas y cómo hacerle frente.
Refiriéndome ahora a casos más concretos, digo que cierto príncipe que prosperaba ayer se encuentra caído hoy, sin que por ello haya cambiado de carácter ni de cualidades. Esto dimana, a mi entender, de las causas que antes explané con extensión al insinuar que el príncipe que no se apoya más que en la fortuna cae según que ella varia. Creo también que es dichoso aquel cuyo modo de proceder se halla en armonía con la índole de las circunstancias, y que no puede menos de ser desgraciado aquel cuya conducta está en discordancia con los tiempos. Se ve, en efecto, que los hombres, en las acciones que los conducen al fin que cada uno se propone, proceden diversamente; uno con circunspección, otro con impetuosidad; uno con maña, otro con violencia; uno con paciente astucia, otro con contraria disposición; y cada uno, sin embargo, puede conseguir el mismo fin por medios tan diferentes. Se ve también que, de dos hombres moderados, uno logra su fin, otro no; y que dos hombres, uno ecuánime, otro aturdido, logran igual acierto con dos expedientes distintos, pero análogos a la diversidadde sus respectivos genios. Lo cual no proviene de otra cosa más que de la calidad de las circunstancias y de los tiempos, que concuerdan o no con su modo de obrar.

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